¿El gato se comerá mis ojos? - Caitlin Doughty - E-Book

¿El gato se comerá mis ojos? E-Book

Caitlin Doughty

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Beschreibung

Cada día, la directora de funerarias Caitlin Doughty recibe docenas de preguntas sobre la muerte. Las mejores son las de los niños. ¿Qué le pasaría al cuerpo de un astronauta si lo empujaran desde un transbordador espacial? ¿Se hace caca al morir? ¿Puede la abuela celebrar un funeral vikingo? En "¿El gato se comerá mis ojos?", Doughty combina sus conocimientos funerarios sobre el cuerpo y la intrigante historia que se esconde tras las ideas erróneas más comunes sobre los cadáveres para ofrecer respuestas objetivas, divertidas y sinceras a treinta y cinco preguntas peculiares planteadas por sus fans más jóvenes. Con su inimitable enfoque, Doughty detalla la sabiduría y la ciencia de lo que ocurre con nuestros cuerpos después de morir. ¿Por qué gimen los cadáveres? ¿Qué hace que los cuerpos se coloreen durante la descomposición? ¿Y por qué el pelo y las uñas parecen más largos después de la muerte? Los lectores aprenderán cuál es la mejor tierra para momificar el cuerpo, si se puede conservar el cráneo de tu mejor amigo como recuerdo y qué ocurre cuando mueres en un avión. Bellamente ilustrado por Dianné Ruz, '¿El gato se comerá mis ojos?' nos muestra que la muerte es ciencia y arte, y que sólo planteándonos preguntas podremos empezar a abrazarla.

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Antes de empezar

Ay, ¡hola! Soy yo, Caitlin. Caitlin, la que tiene una funeraria y sale en internet. Y la experta en temas relacionados con la muerte que habla por la radio. Y también soy la tía rara que te regaló una caja de cereales y una foto enmarcada de Prince por tu cumpleaños. Soy muchas cosas para muchas personas.

¿Qué es este libro?

No tiene mucho misterio. He recopilado algunas de las preguntas más curiosas y encantadoras que me han hecho sobre la muerte, y luego las he contestado. ¡Tampoco hay que estudiar ingeniería aeroespacial para entenderlo, amigos!

(Nota: En realidad, un poco de ingeniería aeroespacial sí que hay. Véase «¿Qué le pasa al cadáver de un astronauta en el espacio?»).

¿Y por qué la gente te pregunta tantas cosas sobre la muerte?

Bueno, lo repito, tengo una funeraria y me encanta responder a preguntas raras. He trabajado en un crematorio, he ido a clases de embalsamamiento, he recorrido el mundo investigando ritos fúnebres y he montado mi propio negocio de pompas fúnebres. Además, estoy obsesionada con los cadáveres. A ver, sin cosas raras, ¿eh? (Risita nerviosa).

También he dado charlas por Estados Unidos, Canadá, Europa, Australia y Nueva Zelanda sobre las maravillas de la muerte. Mi parte favorita de esos encuentros son las preguntas del público. Ahí es cuando me entero de la gran fascinación de la gente por cuerpos en descomposición, heridas en la cabeza, huesos, embalsamamiento, piras funerarias…, todo.

Todas las preguntas sobre la muerte son buenas preguntas sobre la muerte, pero las más directas y estimulantes vienen de los niños. (Progenitores: tomad nota). Antes de empezar a dar charlas y resolver dudas del público, me imaginaba que los niños tendrían preguntas inocentes, puras e inmaculadas.

¡Ja! Pues no.

Los jóvenes eran más valientes y, casi siempre, más intuitivos que los adultos. Y no les daba corte hablar de tripas y sangre. Se preguntaban por el alma eterna de su periquito muerto, pero lo que en realidad les interesaba era la velocidad a la que se estaba pudriendo dentro de su cajita de zapatos, enterrada al pie del arce.

Por eso, todas las preguntas de este libro proceden de niños cien por cien de origen sostenible, de granja y ecológicos.

¿Y todo esto no es un poco morboso?

Esta es la cosa: lo más normal es sentir curiosidad por la muerte. Pero, al ir creciendo, los niños interiorizan la idea de que preguntarse acerca de la muerte es «morboso» o «raro». Se asustan y censuran el interés de otra gente por la cuestión, para así no tener que enfrentarse ellos mismos a la muerte.

Y eso es un problema. En nuestra civilización, casi toda la gente es analfabeta respecto a la muerte, lo que hace que el miedo sea aún mayor. Si sabes lo que hay en un bote de líquido de embalsamar, o qué hace un forense, o qué son las catacumbas, ya sabes más que la mayoría del resto de los mortales.

No nos engañemos, ¡la muerte es difícil! Queremos a alguien y ese alguien va y se muere. Nos parece injusto. A veces la muerte puede ser violenta, repentina y tan triste que apenas podemos soportarlo. Pero también es una realidad, y la realidad no cambia solo porque no nos guste.

No podemos hacer que la muerte sea divertida, pero sí podemos hacer que aprender sobre la muerte sea divertido. La muerte es ciencia e historia, arte y literatura. ¡Es un puente que une a todas las civilizaciones y a la humanidad por completo!

Mucha gente, yo incluida, cree que podemos controlar algunos de nuestros miedos aceptando la muerte, aprendiendo sobre ella y haciendo tantas preguntas como sea posible.

En ese caso, cuando me muera, ¿el gato se comerá mis ojos?

Buena pregunta. ¡Empecemos!

Cuando me muera, ¿el gato se comerá mis ojos?

No, el gato no se comerá tus ojos. Bueno, por lo menos al principio no.

No te preocupes, Dorito Bigotitos no ha estado aguardando su momento, acechándote desde detrás del sofá, pendiente de que exhales el último aliento para saltar en plan «¡Espartanos! ¡Esta noche cenaremos en el infierno!».

Después de que te mueras, Dorito se pasará horas, días incluso, esperando a que te levantes de entre los muertos y le llenes su tazón normal de comida normal. No se abalanzará directamente sobre la carne humana. Pero un gato tiene que alimentarse y tú eres la persona que le da de comer. Es el pacto gato-humano. La muerte no te libera de cumplir tus obligaciones contractuales. Si te da un ataque al corazón en mitad del salón y nadie te encuentra hasta que no te presentas a tu cita para tomar café con Sheila el jueves que viene, es probable que un Dorito Bigotitos hambriento e impaciente se aparte de su tazón de comida vacío y vaya a averiguar qué puede ofrecerle tu cadáver.

Los gatos tienden a consumir partes humanas que sean blandas y estén al descubierto, como la cara y el cuello, con un interés especial por la boca y la nariz. No hay que descartar algún bocado en los ojos, pero lo más seguro es que Dorito se decida por las alternativas más blandas y accesibles. ¿Qué es mejor, los párpados, los labios o la lengua?

«¿Y cómo iba a hacerme eso mi gatito?», te preguntarás. No nos olvidemos de que, por mucho que quieras a tu ser gatuno domesticado, ese pedazo de cabrón es un asesino oportunista que comparte el 95,6 por ciento del ADN con los leones. Solo en Estados Unidos, los gatos masacran cada año tres mil setecientos millones de pájaros. Si contamos otros mamíferos cuquis y pequeñitos como ratones, conejos y topillos, la lista de víctimas puede aumentar hasta los veinte mil millones. Es una masacre abyecta, una carnicería de adorables criaturas del bosque perpetrada por nuestros jefes supremos felinos. ¿Que Arrumacos es el gato más mimoso del mundo, dices? «¡Si se sienta a ver la tele conmigo!». Pues no, señora. Arrumacos es un depredador.

La buena noticia (para tu cadáver) es que algunas mascotas de dudosa y siniestra reputación tal vez no tengan la capacidad (ni las ganas) de comerse a sus dueños. Las serpientes y los lagartos, por ejemplo, no te van a comer post mortem, a no ser que tengas en casa un dragón de Komodo adulto.

Pero ahí acaban las buenas noticias. Tu perro te comerá de todas todas. «¡Ay, no!», dirás. «¡El mejor amigo del hombre no hace eso!». Vaya que sí. Peluchita se abalanzará sobre tu cadáver sin remordimientos. Hay casos en los que los forenses empiezan sospechando que se ha producido un asesinato violento y al final descubren que los estragos fueron obra de Peluchita, que atacó el cuerpo post mortem.

Aunque puede que tu perra te muerda y desgarre no porque esté muerta de hambre. Lo más probable es que Peluchita esté intentando despertarte. A su humano le ha pasado algo. Estará nerviosa y tensa. En esa situación, los perros pueden mordisquearle los labios a su dueño, igual que los humanos nos mordemos las uñas o actualizamos el feed de las redes sociales. ¡Cada cual se calma la ansiedad como puede!

Hubo un caso, muy triste, de una mujer de cuarenta y pico años que era alcohólica. Casi siempre, cuando se emborrachaba tanto que perdía la consciencia, su perro, un setter rojo, se ponía a lamerle la cara y morderle las piernas intentando reanimarla. Al morir la mujer, descubrieron que le faltaba carne de la nariz y la boca. El setter había estado intentando despertar a su humana cada vez con más fuerza, sin conseguirlo.

Los casos prácticos que plantean los forenses (¿sabías que hay una profesión que se llama «veterinario forense»?) suelen centrarse en los patrones de destrucción de perros de gran tamaño: por ejemplo, el pastor alemán que le sacó los dos ojos a su dueño o el husky que se comió los dedos de los pies de su dueña. Pero el tamaño del perro da igual cuando de mutilación post mortem se trata. Veamos el caso del chihuahua Rumpelstiltskin. Su nueva dueña publicó en internet una foto del perro, para enseñárselo al mundo, y añadió cierta «información complementaria»: «Su [anterior] dueño pasó bastante tiempo muerto antes de que alguien se diera cuenta y el perro tuvo que comérselo para seguir con vida». A mí el pequeño Rumpelstiltskin me parece muy capaz de sobrevivir en circunstancias extremas.

El que un perro esté nervioso y agobiado nos proporciona un cierto alivio en todo este asunto de comer cadáveres. Desarrollamos vínculos con nuestras mascotas. Queremos que, cuando muramos, estén tristes, no que se relaman el hocico. Pero ¿por qué tenemos esas expectativas? Nuestras mascotas comen animales muertos, igual que los humanos comemos animales muertos (venga, vale, los vegetarianos no). Muchos animales salvajes también hurgan en los cadáveres. Hasta algunas de las criaturas que nos parecen los depredadores más hábiles (leones, lobos, osos) se zamparán de mil amores todo animal muerto que encuentren en su territorio. Sobre todo si tienen hambre. El alimento es el alimento y tú estás muerto. Que disfruten de la comida y sigan con su vida, ahora con un pedigrí levemente macabro. ¡Viva Rumpelstiltskin!

¿Qué le pasa al cadáver de un astronauta en el espacio?

Dos palabras, muchos problemas: espacio y cadáver.

Al igual que los confines del universo, el destino del cadáver de un astronauta es un territorio sin explorar. Hasta la fecha, nadie ha muerto por causas naturales en el espacio. Ha habido dieciocho muertes de astronautas, pero todas se debieron a auténticas catástrofes espaciales. El transbordador espacial Columbia(siete víctimas mortales; hecho añicos por un fallo estructural), el transbordador espacial Challenger(siete víctimas mortales; desintegrado durante el despegue), la Soyuz 11(tres víctimas mortales; un conducto de ventilación se rompió durante el descenso; son las únicas muertes que, técnicamente, han tenido lugar en el espacio), la Soyuz 1(una víctima mortal; fallo del paracaídas de la cápsula durante el regreso). Todos estos episodios fueron grandes tragedias y los cuerpos se pudieron recuperar en la superficie terrestre, unos más intactos que otros. Pero no sabemos qué pasaría si de repente un astronauta sufriera un ataque al corazón o un accidente durante un paseo por el espacio o si se atragantara comiéndose un helado liofilizado de camino a Marte. «A ver, Houston, ¿lo llevamos flotando hasta el cuartito de mantenimiento o qué hacemos?».

Antes de hablar sobre qué podría hacerse con un cadáver espacial, detengámonos en qué podría pasar si alguien muriera en un lugar sin gravedad ni presión atmosférica.

Esta es una situación hipotética. Una astronauta, la doctora Lisa, pongamos, está fuera de la estación espacial, matando el tiempo con alguna reparación rutinaria. (¿Los astronautas matan el tiempo? Imagino que todo lo que hacen tiene un fin específico y muy técnico, pero ¿salen a darse una vuelta espacial solo para comprobar que alrededor de la estación todo esté en orden?). De pronto, un meteorito diminuto choca contra el mullido traje espacial blanco de Lisa y abre un agujero considerable.

A diferencia de lo que hayáis podido ver o leer en el mundo de la ciencia ficción, a Lisa no se le saldrán los ojos de las órbitas ni terminará desperdigándose en una explosión de sangre y carámbanos. La cosa no será tan dramática. Pero Lisa tendrá que reaccionar rápido en cuanto se le rasgue el traje, porque tardará de nueve a once segundos en perder la consciencia. Esta horquilla temporal resulta inquietantemente precisa y un tanto espeluznante. Dejémoslo en diez segundos. Lisa tiene diez segundos para regresar a un entorno presurizado. Pero lo más probable es que esa descompresión tan rápida la deje en estado de shock. La muerte alcanzará a nuestra pobre matadora de tiempo antes de que se dé cuenta siquiera de lo que está pasando.

Casi todos los episodios que matarán a Lisa se deben a la falta de presión en el espacio. El cuerpo humano está acostumbrado a funcionar bajo el peso de la atmósfera terrestre, que nos arropa todo el rato como si fuera una mantita antiansiedad de tamaño planetario. En cuanto la presión desaparece, los gases que tiene Lisa en el cuerpo empezarán a expandirse y los líquidos se transformarán en gas. El agua de sus músculos se convertirá en vapor, que se le concentrará por debajo de la piel y hará que algunas partes del cuerpo se dilaten hasta el doble de su tamaño normal. Será un poco como lo que le pasó a Violet Beauregarde, la niña de Charlie y la fábrica de chocolate, pero, en términos de supervivencia, no será el principal problema de Lisa. La falta de presión también hará que el nitrógeno que lleva en la sangre forme unas burbujas de gas que le provocarán un dolor inmenso, parecido al que causa el síndrome de descompresión en los buceadores. Cuando pasen entre nueve y once segundos y se desmaye, la doctora Lisa encontrará por fin un alivio misericordioso. Seguirá flotando e hinchándose sin darse cuenta de lo que está pasando.

Tras pasar la marca del minuto y medio, el pulso y la presión sanguínea de Lisa caerán en picado (hasta el punto de que la sangre podría empezar a hervirle). Habrá tal diferencia de presión entre el interior y el exterior de sus pulmones que estos se romperán, se abrirán y empezarán a sangrar. Sin ayuda inmediata, la doctora Lisa se asfixiará y tendremos un cadáver espacial entre las manos. No hay que olvidar que esto es lo que creemos que pasará. La poca información que tenemos procede de estudios realizados en cámaras hiperbáricas sobre desafortunados humanos y aún más desafortunados animales.

La tripulación tira de Lisa para meterla en la nave, pero ya es demasiado tarde. Nadie puede salvarla. DEP, doctora Lisa. Y ahora, ¿qué hacemos con el cuerpo?

Algunos programas espaciales, como el de la NASA, llevan un tiempo reflexionando sobre esta circunstancia inevitable, aunque no quieren hablar del tema en público. (¿Por qué esconden su protocolo de cadáveres espaciales, señores de la NASA?). Así pues, lanzo yo la pregunta: ¿el cuerpo de Lisa debería volver a la Tierra o no? Esto es lo que ocurriría en cada uno de los casos.

Sí, que se traigan el cuerpo de Lisa a la Tierra

La descomposición puede retardarse a temperaturas muy bajas, por lo que, si Lisa vuelve a la Tierra (y a la tripulación no le apetece que los efluvios de un cuerpo en descomposición se cuelen a las zonas habitables de la nave), tienen que mantenerla en un entorno lo más frío posible. En la Estación Espacial Internacional, los astronautas guardan la basura y los desperdicios de los alimentos en la parte más fría de la nave. Esto retrasa la acción de las bacterias que causan la descomposición, lo cual a su vez disminuye la putrefacción y ayuda a los astronautas a evitar olores desagradables. Así que ese podría ser un buen sitio para que Lisa aguarde a que una lanzadera la lleve de vuelta a la Tierra. Meter a la doctora Lisa, toda una heroína espacial caída, en el mismo sitio que la basura no es quizá lo más aceptable socialmente, pero dentro de la estación hay poco espacio y la zona de la basura ya cuenta con un sistema de refrigeración en funcionamiento, por lo que tiene sentido logístico meterla ahí.

Sí, el cuerpo de Lisa debe volver, pero todavía no

¿Y si la doctora Lisa muere de un ataque al corazón en un largo viaje a Marte? En 2005, la NASA colaboró con una pequeña empresa sueca llamada Promessa en el diseño del prototipo de un sistema para procesar y guardar cadáveres espaciales. El prototipo recibió el nombre de Body Back. («I’m bringing body back, returning corpses but they’re not intact»).[1]

Así iría la cosa si la tripulación de Lisa tuviera a bordo un sistema Body Back. El cuerpo se metería en un saco hermético de GoreTex que se guardaría en el compartimento estanco de la lanzadera. En ese compartimento, la temperatura del espacio (–270 °C) congelaría el cuerpo de Lisa. Al cabo de una hora, más o menos, un brazo robótico traería otra vez el cuerpo de Lisa al interior de la lanzadera y lo sacudiría durante quince minutos hasta dejarlo hecho pedacitos congelados. Estos pedacitos se deshidratarían y al final quedarían unos veintitrés kilos de polvo seco de Lisa en el Body Back. En teoría, la Lisa en polvo puede almacenarse varios años antes de devolverla a la Tierra y entregársela a su familia, igual que se haría con una urna muy pesada de restos cremados.

No, Lisa debe quedarse en el espacio

¿Y quién dice que el cuerpo de Lisa debe regresar a la Tierra? Ya hay gente que paga doce mil dólares o más para que una parte minúscula y simbólica de sus cenizas o su ADN se lance a la órbita terrestre, a la superficie de la Luna o a lo más remoto del espacio exterior. ¿A qué friki del espacio no le encantaría que su cadáver al completo se quedara flotando en el universo?

Al fin y al cabo, arrojar los cadáveres al mar siempre ha sido una forma respetuosa de dar descanso a marineros y exploradores, que se entregan a las olas dejándolos caer por la borda. La práctica se mantiene en estos tiempos a pesar de los adelantos en las tecnologías de refrigeración y conservación a bordo. Así pues, aunque tenemos medios para construir brazos robóticos que sacuden y congelan cadáveres espaciales, quizá podríamos recurrir a la sencilla opción de meter a la doctora Lisa en una bolsa para cadáveres, llevarla hasta más allá del panel solar y dejar que se marche flotando.

El espacio parece inmenso e indómito. Nos gusta imaginar que la doctora Lisa se quedará vagando para siempre en el vacío (como George Clooney en esa película del espacio que vi aquella vez en el avión), pero lo más probable es que se quede siguiendo la misma órbita que la lanzadera. Y lo triste es que eso la convertiría en una forma de basura espacial. La ONU tiene normas que prohíben arrojar desperdicios al espacio. Pero dudo de que alguien fuera a aplicar esas normas con la doctora Lisa. Y además, ¡quién va a referirse a nuestra querida Lisa como «basura»!

Los humanos ya se han enfrentado antes a este problema, con resultados nefastos. Solo hay unas cuantas vías practicables para subir a la cima del Everest, un pico de 8.848 metros. Si alguien se muere a esa altitud (algo que ya han hecho casi trescientas personas), para los vivos es un peligro tratar de bajar el cadáver con el fin de enterrarlo o incinerarlo. Hoy en día hay cadáveres tirados por las vías de ascenso, y todos los años los alpinistas nuevos tienen que pasar por encima de los anoraks de color naranja y los rostros cadavéricos de otros aventureros. Lo mismo podría ocurrir en el espacio, donde las lanzaderas a Marte tendrían que cruzarse con el cuerpo de Lisa en cada trayecto. «Ay, madre mía, ahí va Lisa otra vez».

Es posible que la gravedad de un planeta terminara atrayendo a Lisa. En ese caso, Lisa conseguiría una incineración gratis en la atmósfera. La fricción con los gases atmosféricos sobrecalentaría sus tejidos corporales y Lisa acabaría echando a arder. Existe una posibilidad remotísima de que, si el cuerpo de Lisa se mandara al espacio en una pequeña nave autopropulsada, similar a las cápsulas de evacuación, que saliera de nuestro sistema solar, recorriera la inmensidad vacía hasta algún exoplaneta, sobreviviera al descenso a través de la atmósfera que hubiera allí y se abriera al caer y romperse, los microbios y esporas bacterianas de Lisa crearan vida en un nuevo planeta. ¡Bien por Lisa! ¿Y cómo sabemos que la vida sobre la Tierra no empezó con una Lisa extraterrestre, eh? Quizá el «caldo primitivo» del que emergieron las primeras criaturas vivas de la Tierra no era más que la descomposición de Lisa. Gracias, doctora Lisa.

[1]Chavales, esto es una referencia a Justin Timberlake, no pasa nada si no sabéis quién es.

¿Puedo quedarme con el cráneo de mis padres cuando se mueran?

Ah, sí, la famosa pregunta de si puedo quedarme con el cráneo de mi pariente. Te sorprendería saber (o quizá no) la de veces que me hacen esta pregunta.

Un momento. A ver, lo primero de todo, ¿qué pretendes hacer con los cráneos exactamente? ¿Ponerlos en la repisa de la chimenea? ¿Un remate transgresivo para el árbol de Navidad? Sean cuales sean tus planes, recuerda que los cráneos de verdad no son adornos kitsch de Halloween: han pertenecido a un ser vivo. Pero, suponiendo que tus intenciones sean buenas, tienes que superar tres grandes obstáculos antes de llenar de gominolas la calavera de papá y ponerla sobre la mesita de café: papeleo, control jurídico y esqueletización.

Hablemos primero del papeleo. Es dificilísimo conseguir permiso legal para exponer el esqueleto de un familiar. En teoría, la gente puede decidir qué pasa con su cuerpo después de morir. Así que, en teoría, tus padres podrían redactar un escrito, firmado y fechado, en el que se indique explícitamente que quieren que te quedes con su cráneo cuando mueran. Sería parecido al documento que firma la gente si quiere donar el cuerpo para la investigación científica.

Pues ya te digo yo lo que no va a salir bien: que te presentes en tu funeraria de referencia y sueltes: «¡Buenas! Ese cadáver de ahí es el de mi madre. ¿Podrían cortarle la cabeza y descarnarle el cráneo? Así está bien. ¡Gracias!». Una funeraria normal (en realidad, cualquier funeraria) no está equipada para atender una petición de ese calibre, ni en términos jurídicos ni en términos prácticos. Como directora de pompas fúnebres que soy, la verdad, no tengo ni idea de qué material se necesita para hacer una decapitación como corresponde. El descarnamiento posterior ya se me escapa. Supongo que habrá algún hervido o unos escarabajos derméstidos, pero en el plan de estudios de mi escuela funeraria no había nada de eso.

(Aquí mi editor dejó anotado lo siguiente: «En realidad, alguna cosita sobre descarnamiento sí que sabes». Vale, es verdad. Nunca lo he hecho con un ser humano, pero soy una entusiasta de los escarabajos derméstidos, nivel aficionada. Los escarabajos son unas criaturas increíbles que se usan en museos y laboratorios forenses para que se coman delicadamente la carne muerta de un esqueleto sin estropear los huesos. A los derméstidos les encanta hundirse en una masa repugnante y pringosa de carne en descomposición y limpiar con primor hasta el huesecillo más pequeño. Pero no tengas miedo de ir a un museo y caerte por accidente en un tanque de derméstidos: a pesar de ser escarabajos carnívoros, no les interesan los seres vivos).

Volvamos a la cabeza de mamá. Aunque pudiera cortársela, mi funeraria no podría entregársela legalmente a nadie, por un tema queva a salir varias veces en este libro: las leyes sobre profanación de cadáveres. La profanación de cadáveres varía de un lugar a otro y a veces puede parecer un tanto arbitraria. Por ejemplo, en Kentucky la ley dice que estás profanando un cadáver si tratas un cuerpo muerto de un modo que «pudiera ofender las sensibilidades de una familia normal». Pero ¿qué es una «familia normal»? A lo mejor en tu «familia normal» papá era un científico que siempre prometió que, al morir, te dejaría su colección de mecheros de gasolina y su cráneo. Las familias normales no existen.

Aunque las leyes sobre profanación de cadáveres tienen su razón de ser. Sirven para proteger los cuerpos de las personas frente a tratos vejatorios (ejem, necrofilia). También impiden que alguien robe un cadáver de la morgue y lo utilice para la investigación o la exposición pública sin el consentimiento de la persona muerta. Te sorprendería saber lo mucho que ha pasado esto en la historia. Ha habido profesionales médicos que han robado cadáveres e incluso abierto tumbas recientes para sacar cuerpos y diseccionarlos con fines científicos. Y luego hay casos como el de Julia Pastrana, una mujer mexicana del siglo XIX con una patología llamada hipertricosis, que hacía que le saliera pelo por toda la cara y el cuerpo. Tras su muerte, el impresentable de su marido se llevó su cuerpo embalsamado y taxidermizado de gira mundial. Decía que podía sacar dinero exponiendo a Julia en circos de fenómenos. Nadie veía ya a Julia como un ser humano; su cadáver se había convertido en un objeto.

Gracias a las leyes sobre profanación de cadáveres, nadie puede atribuirse la propiedad del cadáver de otra persona. Aquí no vale lo de «quien se lo encuentra se lo queda». Pero, por desgracia, esas mismas leyes sobre profanación de cadáveres prohíben poner el cráneo de mamá en la estantería.

«¡Un momento, yo he visto que hay gente que tiene cráneos humanos en la estantería! ¿Cómo es posible?». En Estados Unidos, no hay ninguna ley federal que impida la posesión, compra o venta de restos humanos. Bueno, a menos que los restos sean de nativos americanos. En ese caso, mala suerte para ti (y menos mal). Pero, aparte de eso, el que puedas vender o tener restos humanos lo decide cada estado de manera independiente. Al menos treinta y ocho estados tienen leyes pensadas para evitar la venta de restos humanos, pero, en realidad, esas leyes son vagas y confusas, y se aplican al tuntún.

En un lapso de siete meses entre 2012 y 2013, se anunciaron en eBay 454 cráneos humanos, con una puja inicial media de 648,63 dólares (después eBay acabaría prohibiendo esa práctica). Muchos cráneos destinados a la venta entre particulares tienen orígenes cuestionables, pues proceden del próspero tráfico de huesos de India y China. Los huesos se obtienen de personas que no podían permitirse la incineración o el enterramiento, así que no es precisamente lo que se llama una práctica ética. Esos intrépidos vendedores de huesos os dirán que lo que venden no son restos humanos, sino huesos humanos. La mayoría de las leyes estatales prohíben la venta de «restos», pero los huesos son totalmente legales y conformes con la ley, dirán.

(Nota: sí que están vendiendo restos humanos).

Así que, para que quede claro: no puedes quedarte con el cadáver de tu madre, pero, si no te importa meterte en sitios raros de internet, podrás tener en casa el fémur de una persona india cualquiera.

Aunque recurras a argumentos jurídicos confusos en tu cruzada por hacerte con el cráneo de papá, seguirás topándote con un problema importante: ahora mismo en Estados Unidos no hay forma de esqueletizar restos humanos para uso particular. Casi siempre, la esqueletización tiene lugar solo cuando se dona un cuerpo a la investigación científica. Ni siquiera así es una práctica explícitamente legal (las autoridades tienden a hacer la vista gorda con museos y universidades). Pero en ninguna circunstancia puedes esqueletizar a tu padre y colocar su cabeza entre las calabazas que decoran tu mesa de Acción de Gracias.

Estuve hablando de este asunto con mi amiga Tanya Marsh, profesora de Derecho especializada en legislación sobre derechos humanos. Es la experta en estos temas. Si hubiera algún resquicio legal que pueda permitir a una persona liberar la cabeza de su padre de su carcasa de carne, Tanya sabría cómo encontrarlo.

YO: La gente no hace más que preguntarme por este tema; tiene que haber alguna forma.

TANYA: Podría pasarme el día entero explicándote que no es legal en ningún estado de Estados Unidos reducir una cabeza humana a un cráneo.

YO: Pero si se donara a la ciencia y luego a la familia…

TANYA: Que no.

En todos los estados, las funerarias usan algo que se llama permiso de enterramiento y tránsito, que sirve para comunicar al estado qué se va a hacer con el cuerpo de la persona muerta. Las opciones suelen ser enterramiento, cremación o donación a la ciencia. Y ya está: tres cosas muy sencillitas. No hay ninguna opción que sea «cortar la cabeza, descarnarla, conservar el cráneo y por último incinerar el resto del cuerpo». Ni ninguna que se le acerque.

Tanya me leyó la letra pequeña de la ley de un estado:

Toda persona que deposite o arroje cualesquiera restos humanos en cualquier lugar, salvo un cementerio, estará cometiendo un delito menor.

En otras palabras, donde tiene que estar el cráneo de papá es en el cementerio, y estarás cometiendo un delito si lo pones en algún lugar que no sea un cementerio, como, por ejemplo, el jardín.

Por darte un rayito de esperanza, mientras escribo esto, las leyes están cambiando. Ahora mismo, la posesión de huesos humanos (los de tu madre o los de otra persona) es una zona extensa, turbia y gris. Quizá algún día las leyes cambien a tu favor y surja alguna empresa llamada El Cráneo de Mamá, S. A., especializada en descarnar legalmente esqueletos parentales.

Si eso es lo que quieres (¡y tus padres también!), espero que lo consigas. Si todo lo demás falla, puedes incinerarlos y convertir sus cenizas en un diamante o un disco de vinilo. Chavales, un disco de vinilo es…, qué más da.

Cuando me haya muerto, ¿mi cuerpo se levantará o hablará solo?

Acércate más, muertecito mío. No sé si debería contarte esto; el consejo secreto de directores de pompas fúnebres se enfadará mucho conmigo. Pero una noche estaba sola trabajando en la funeraria, ya tarde. En la sala de preparación de cadáveres, tumbado en la camilla bajo una sábana blanca, había un hombre muerto, de cuarenta y tantos años. Cuando me disponía a apagar las luces, un gemido largo y espeluznante salió de su cuerpo y el hombre se incorporó, como si fuera Drácula saliendo de su ataúd…