El hereje - Miguel Mazzeo - E-Book

El hereje E-Book

Miguel Mazzeo

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Beschreibung

El hereje. Apuntes sobre John William Cooke es un profundo análisis crítico del pensamiento del organizador de la resistencia peronista, al que Perón nombró su heredero. Mazzeo lo define como hereje (al corpus peronista). El trabajo recorre su actividad política: el diputado, la revista De Frente, el golpe del 1955, la organización desde la carcel de la resistencia popular, el nombramiento por Perón como su heredero (un ejercicio "imposible"), Cuba y la vuelta al país. Miguel Mazzeo realiza un análisis excepcional, sin concesiones al "sentido común" de peronistas y antiperonistas.

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El hereje

Apuntes sobre

John William Cooke

Miguel Mazzeo

Al Fondo a la Derecha

Colección

Ensayos meridionales

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Mazzeo, Miguel

El hereje : apuntes sobre John William Cooke / Miguel Mazzeo. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Daniel Adolfo Sorín, 2021.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga

   ISBN 978-987-88-1380-6

   1. Ensayo Político. 2. Ensayo Histórico. 3. Peronismo. I. Título.

   CDD 320

© 2021, Al Fondo a la Derecha Ediciones

José Cubas 3471 (C1419), Buenos Aires, Argentina.

www.alfondoaladerecha.com.ar

Diseño de tapa e interior:

Al Fondo a la Derecha Ediciones

Foto de tapa: Sara Loetscher, bajo licencia libre de uso de Pixabay.

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso de la editorial. Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

Con revoluciones superficiales no pueden remediarse problemas profundos.

John William Cooke (1955)

Cuando no hay política, la politiquería aparece en su reemplazo.

John William Cooke (1962)

Como los burgueses se mueven en la superficie de las cosas, ven las cosas pero no las relaciones entre las cosas.

John William Cooke (1964)

... sentimos la íntima proximidad de lo que estaba perdido en las brumas del tiempo o disperso en un catálogo de anécdotas inconexas y falseadas. Se vuelven vivas y reales las hazañas de Tupac Amaru, las esperanzas de tantos alzamientos de indios, negros, mulatos y zaparrastrosos que oligarquías crueles y rapaces ahogaron en sangre.

John William Cooke (1968)

Prólogo a esta edición

Un texto imprescindible

Los buenos ensayistas huyen de los lugares comunes, de las frases hechas, incluso del sentido común como de los mismos fantasmas. Pero hoy malvivimos una pandemia: la holgazanería intelectual.

El recordado Ricardo Piglia escribió en Respiración artificial: “Hay pocas ideas en las universidades (hay pocas ideas en todos lados, Wittgenstein tuvo dos en toda su vida) pero todos creen que eso que piensan es una idea. Ideas pocas, hipótesis originales escasísimas, oro fino; el robo es el fantasma que recorre las universidades europeas (y no sólo europeas)”.

Algunos argentinos creen que han elaborado una idea original cuando pontifican con una sonrisita en sus labios que entender al peronismo es imposible. No es otra cosa que la justificación de su pereza y desidia. Ciertamente el problema no es que el peronismo sea inentendible, el problema es que es peligroso entenderlo.

No era holgazán John William Cooke, y no lo es Miguel Mazzeo. Y, además, eso que tienen sí son ideas.

De cuna radical, Cooke fue un peronista de las tres banderas. Es bueno recordar, no solo a los jóvenes, sino también a los desmemoriados: justicia social, independencia económica y soberanía política. El peronismo de las tres banderas —para algunos el genuino peronismo, para otros una desviación izquierdista— es, para este escriba, un animal imposible. Imposible porque en la práctica política siempre terminó en una encrucijada de hierro: bajar sus banderas o superar La comunidad organizada.

La comunidad organizada fue la versión peronista del frente nacional. En el mundo —afirmaría Perón en el Congreso de Filosofía de 1949— gana terreno la idea de la colaboración social. “La llamada lucha de clases, como tal, se encuentra en trance de superación.”

Por esas comarcas transitaba también Arturo Jauretche. Enojado hasta los tuétanos con el líder, le escribía a Cooke: “Éramos un partido con todas las condiciones deseadas por los teóricos de la revolución nacional, proletariado unido a las clases progresistas, es decir a los sectores del capitalismo vinculados al desarrollo del mercado interno”.1El problema es que esas clases “progresistas” se habían plegado al golpe con tal de no tener los trabajadores como socios. El reemplazo de la lucha por la solidaridad de las diferentes clases no ha sido refrendado por la historia ni aquí ni en ningún sitio, ni ayer ni hoy.

Podemos sostener sin ninguna duda la hipótesis que, hacia el final de su vida, también para Cooke el peronismo de las tres banderas era un animal imposible. Pero es materia para la discusión entre especialistas en qué momento, cuándo se produjo el punto de inflexión de su pensamiento con la adopción del materialismo dialéctico como instrumento de análisis de la realidad.

Quizá cuando —echado de las listas para las elecciones de 1952— se enfrenta con la burocracia desde su exilio en el semanario De Frente. O durante la heroica y caótica resistencia peronista. Posiblemente durante su estadía militante con los barbudos cubanos.

Una digresión al paso, Cooke definió lo burocrático como un estilo que presupone “operar con los mismos valores que el adversario, es decir, con una visión reformista, superficial, antitética de la revolucionaria”. Y luego, por si quedaran dudas, completa que el burócrata “afirma que el peronismo no debe ser ‘clasista’, porque confunde la composición policlasista del Movimiento con su ideología, considerando que existen ideologías ‘policlasistas’ o ‘neutras’.”2

Luego del golpe del 55, en las profundidades del abismo, Juan Perón pensó en la insurrección. Trabajó con todos (con Cooke, con Kelly, con Leloir); pero fundamentalmente con la izquierda que comandaba John como punta de lanza y organizadora de la resistencia, porque los tiempos necesitaban y favorecían a los más combativos. Cuando fue evidente que la insurrección era imposible (tanto para John como para Juan) el ala izquierda tuvo menos que aportar, y el juego fue otro.

Nuestra especulación es que Cooke, sabiendo que la insurrección inmediata conduciría al fracaso, convencido de que la masa votaría a Frondizi —a cualquiera que le sacase a los dictadores de encima—, estando seguro de que Frondizi no podría cumplir el pacto (por eso incluyó las cláusulas más duras), estando en un momento de avance de las luchas obreras, John creyó que hacia fines del 58 o principios del 59 los sectores combativos se encontrarían con mejores perspectivas.

Pero se produjo la derrota del Lisandro de la Torre.

Y no porque fuera una derrota, no porque la burocracia sindical se saliera con las suyas, sino porque Perón lo dejó de lado. Le soltó la mano. Porque digámoslo: la dura realidad es que su capital político era tributario del de Perón.

Suele hablarse de la toma del Lisandro de la Torre con tono épico y aliento emocionado. Se la reivindica sin reflexionar en sus agudas consecuencias que llegan, incluso, hasta fines de la década de los 60. Me refiero a su influencia en el segundo gran avance de las masas populares en el siglo XX, el Cordobazo.

Mazzeo lo interpreta de manera brillante: “La experiencia de la toma del Frigorífico y la huelga hizo un gran aporte a la deconstrucción del nacionalismo como ideología de la unidad nacional y de la colaboración entre las clases antagónicas. Al tiempo que contribuyó a forjarlo como un motivo de discordia entre ellas y como un componente imprescindible de la subjetividad plebeya en la lucha de clases en un país periférico”.

Como nada hay más presente que el pasado, volvamos por un momento al pacto Perón-Frondizi. ¿Estaba mal firmarlo? ¿Era una traición, como afirmó la línea diamante, liderada por Cesar Marcos y Raúl Lagomarsino? Es discutible, el que esto borronea piensa que no fue un error, el error (o la traición si nos ponemos dramáticos) sería no entender con quién se firma.

Mao Zedong se alió con Chiang Kai Shek, esa alianza entre los comunistas y el Kuomintang se iba a romper una vez derrotado el enemigo común, el Imperio del Japón. Durante la alianza ni los partidarios del Gran Timonel ni los nacionalistas olvidaron sus diferencias.

Se puede, según las circunstancias (circunstancias que solo quedan claras en el diario del lunes) pactar o no pactar, en lo que jamás debe caerse es en no comprender con quién se traba alianza.

La realidad es siempre endiabladamente compleja. Para no equivocarse, o hacerlo menos veces, no debemos buscar en el pasado respuestas literales; porque en el instante en que suceden los hechos no sabemos si esas respuestas corresponden a idénticas circunstancias. Lo que necesitamos es un método, un sistema de pensamiento. Si el método es correcto, nos brindará las preguntas adecuadas.

En este sentido, El hereje es un texto imprescindible.

Daniel Sorín,

Buenos Aires, marzo de 2021.

1 Carta a Cooke fechada el 15 de octubre de 1956; citada en Marta Cichero, Cartas peligrosas, Buenos Aires, Planeta, 1992, pp. 131 y ss.

2 Apuntes para la militancia, en John William Cooke, Obras completas, tomo V, Eduardo L. Duhalde compilador, Buenos Aires, Colihue, 2011.

Prólogo a la primera edición

¿Quién fue John William Cooke?

Durante muchos años Cooke, alias “el Bebe”, ha sido algunas fotos, algunos artículos escritos por periodistas o militantes, alguna frase famosa, el recuerdo de quienes tuvieron el privilegio de conocerlo, un puñado de cartas, alguna mención a Alicia Eguren, unos pocos textos que apelan a su recuerdo o investigaron una parte de su vida. En resumen, un cargamento valioso que sobrevivió a varios naufragios y que, de tanto en tanto, emerge en la cresta de la ola sin más explicación que la propia tozudez de sus ideas.

Corresponde a Eduardo Luis Duhalde el mérito de haber reunido casi todos sus papeles conocidos y de haber publicado sus Obras completas.

Corresponderá a Miguel Mazzeo el mérito de convertirse en un guía lúcido y sagaz para acompañarnos a conocer su recorrido.

Miguel, a quien Nuestra América debe una obra excepcional que nos permite acercarnos a José Carlos Mariátegui, no improvisa con Cooke. Lo ha venido rastreando desde hace muchos años. Compiló artículos que aportaban diferentes miradas sobre el personaje en: Cooke de vuelta. El gran descartado de la historia argentina (La Rosa Blindada, Buenos Aires, 1999) y también publicó algunos de sus trabajos inéditos o poco conocidos en: John William Cooke. Textos Traspapelados (1957-1961) (La Rosa Blindada, Buenos Aires, 2000). Es decir, se ocupó de su legado en tiempos en que, en las nuevas generaciones, la sola mención del peronismo remitía al menemismo, es decir, a un pasado cercano y oprobioso. Pero su vinculación con Cooke no se reduce a la preocupación de un investigador serio que elude las tentaciones marquetineras. Porque Miguel, como Cooke, ha estado más preocupado por la revolución que, por ser considerado un intelectual de izquierda, o un mascarón de proa presentable para esconder tripulaciones y destinos poco recomendables para el pueblo. Hay una sintonía en sus herejías.

Miguel nos ayuda a reconstruir el camino de Cooke y mi primera reflexión es que ese camino fue muy distante del que suele imaginarse en los laboratorios del pensamiento de izquierda, pero también del que muchos militantes de izquierda suelen recorrer en la vida real.

Si se piensan los recorridos militantes desde el laboratorio, se supone que el marxismo sería el grado universitario, o el posgrado de la formación intelectual.

La realidad no se compadece de los laboratorios y, habiendo asistido al recorrido de cinco generaciones de militantes, me parece más atinado asegurar que lo más frecuente es el camino inverso, donde el abuso de las terminologías marxistas por parte de jóvenes inquietos sea posteriormente aplacado y reemplazado por versiones discursivas mucho más potables para su inserción laboral o institucional.

Cooke eligió no transitar el crecimiento programado de los laboratorios, una ficción educativa, o la más frecuente declinación de los ímpetus revolucionarios. Su recorrido fue diferente.

No lo dice Miguel, pero me gustaría agregarlo. El recorrido de Cooke se parece al de José Gervasio Artigas, que primero se sintió gaucho e indio, habitante de las tierras libres de la Banda Oriental, y después se fue haciendo revolucionario.

En tiempos más recientes, el camino de Cooke se puede emparentar con el de Hugo Rafael Chávez Frías, que siendo bolivariano incorporó al marxismo como segunda lengua. Los dos se apropian de ese lenguaje ya curtidos por las conspiraciones revolucionarias y modelados por una profunda vivencia y compromiso con las luchas, los deseos y los sueños de los más humildes.

Cooke y Chávez empalman con los mejores aportes del pensamiento marxista (o de los marxismos); ellos fueron capaces de leer, discernir, criticar, advertir lagunas y valorar cumbres, sin más pretensiones que las de contar con una herramienta más eficaz para trabajar y comprender mejor lo que desde el inicio de sus trayectos venían haciendo. Por eso fueron brillantes y su legado intelectual y político seguirá sobreviviéndolos.

Basta recorrer las páginas de El Hereje para comprobar la vigencia de un pensamiento político que atraviesa un tiempo viejo en que el peronismo fue “el hecho maldito del país burgués” (esa definición le pertenece a Cooke) y un tiempo nuevo en que el peronismo se ha ido convirtiendo en el acertijo más complicado del proceso revolucionario argentino. No podrá hacer una revolución quien no invoque su herencia (el 17 de octubre del 45, Eva Perón, la Resistencia Peronista, el ascenso insurreccional de la década del 70), pero tampoco podrá hacer la revolución quien se asocie a sus herederos formales: el Partido Justicialista (PJ) que, a semejanza del Partido Revolucionario Institucional (PRI) Mexicano, se ha convertido en la mejor garantía de consolidación del proyecto capitalista, el más eficaz bombero, el más lúcido intrigante y desarticulador de la unidad popular.

El pensamiento político de Cooke trasciende al destino de la identidad política a la que nunca renunció: el peronismo. Y otra vez vuelve a parecerse a Chávez, cuyo pensamiento sobrevivirá al destino del chavismo.

Esta comprobación no lo desvincula de su momento histórico y de las luchas y los sueños de hombres y mujeres de su tiempo. No habría Cooke sin su sorprendida asistencia al 17 de octubre de 1945; no habría Cooke sin su vinculación con la vanguardia obrera de la Resistencia Peronista; no habría Cooke sin su vivencia de la Revolución Cubana.

Por el contrario, la vigencia de su pensamiento radica en que su experiencia formativa fue forjada y sus conclusiones políticas más profundas fueron elaboradas en las cocinas de la lucha de clases de su época. Y no estaba allí por casualidad, fue llevado por sus fervores militantes, por su compromiso con las causas populares.

Me parece un acierto de Miguel haber insertado en su libro las “Notas para una biografía de Alicia Eguren”. No conocí a Alicia, pero sí a otras personas, sobre todo compañeras, con quienes había compartido militancia. Por sus comentarios, puedo asegurar que su presencia podía generar distintas percepciones, menos indiferencia. Se parecía en eso a lo que se decía de Eva Perón.

En la década del 70 nos llegó el rumor de que aquella famosa carta de Juan Domingo Perón con motivo del asesinato del Che, y que tanto nos enorgullecía, la había escrito Alicia, y que “el Viejo” la dejó correr, sin desautorizarla. ¿Falsificarle una carta a Perón? Esa mujer era capaz de todo. Y ese todo incluía enfrentar los prejuicios moralistas de la época y llevar la subversión a la cama y a la pareja.

Está claro que John y Alicia fueron mucho más que la suma de las partes y entre los dos, potenciándose, sobreponiéndose a sus miedos y a sus mandatos de origen, construyeron un dúo extraordinario. Por eso, tampoco habría Cooke sin Eguren.

“Alicia era muy buena militante, la mejor”, me dijo un revolucionario cubano que la conoció bien.

En política quizás su diferencia más marcada con Cooke fue que el Bebe, aun advirtiendo los límites de Perón, siempre albergó la esperanza de que, estalladas las contradicciones del movimiento, “el Viejo” terminaría acompañando la opción elegida por las fuerzas populares, por los trabajadores. Alicia llegó a redondear una opinión diferente, tal vez porque contó con la ventaja de sobrevivir a su compañero y de poder presenciar las decisiones que tomó Perón después de su regreso al país. O siempre lo pensó, o terminó por convencerse. Pero, por una razón u otra, ella no tuvo dudas sobre a qué intereses de clase respondería finalmente Perón.

Quizás el hecho de que una figura como Alicia Eguren movilice tantos buenos recuerdos entre los veteranos de la Revolución Cubana, y que su nombre se les haya escapado a las nuevas generaciones que se reivindican nacionales y populares en la Argentina, no sea una mera casualidad. Que se reivindique al Tío Cámpora, cuya mayor virtud fue la fidelidad a Perón, y no a la “infiel” Alicia, es un signo de estos tiempos donde la historia se repite como farsa.

Desde el mismo momento en que la bota del invasor español pisó América para iniciar el saqueo y el genocidio, se inició un combate sistemático contra toda expresión de continuidad histórica y de valorización de saberes de los pueblos originarios. El invasor pretendió asegurar su dominio dejando en blanco la memoria de los pueblos de la misma forma en que se resetea un disco rígido.

Atravesando distintas etapas históricas, hay una matriz de pensamiento eurocéntrico que sigue fiel al mandato original. Nos sigue diciendo que no hubo un pasado ni tampoco hay un presente posible por fuera de la iluminación civilizatoria europea. Apenas somos el desierto, la barbarie, las masas incultas manipuladas por astutos caudillos, los eternos alienados que se aferran a ilusiones fracasadas de antemano.

Cooke va construyendo otra mirada. Su punto de partida no es la barbarie sino las revoluciones inconclusas. Y desde allí puede emparentarse con José Carlos Mariátegui, que ubica los embriones de socialismo en el ayllu incaico y, treinta años después de su muerte, puede asociarse a Hugo Chávez, que reivindicó el árbol de las tres raíces: Simón Rodríguez, Simón Bolívar y Ezequiel Zamora.

El punto de vista que asume Cooke incorpora las luchas de su época en el proceso de resistencia y de búsqueda de liberación que lleva siglos. Como bien apunta Miguel, en esa trama va inserta la experiencia de poder de los trabajadores peronistas, “un entarimado histórico que contribuyó a que los trabajadores desarrollaran el sentido de clase y la conciencia de sus potencialidades, condición necesaria para el desarrollo de una ideología revolucionaria”. Se estaba muriendo Cooke cuando Carlos Olmedo, uno de los más lúcidos revolucionarios de la generación del 60 y un hombre cercano a John y Alicia, advirtió que esa experiencia de poder “incompleta”, “ilusoria” o “acotada”, había sido vivida como una realidad por los trabajadores argentinos. Y que esa subjetividad era lo suficientemente potente para ir por más.

En Cooke la reivindicación de las experiencias populares, aun de las experiencias frustradas o inconclusas, va acompañada de un detalle que no es menor. El ojo está puesto en el pueblo, en los trabajadores, en su experiencia política, en las modificaciones en su conciencia, en su actividad y procesos organizativos. En resumen: en lo que ese tránsito significó para el conjunto de las clases oprimidas y explotadas. Cooke no se confunde con el resto. Conoce como nadie las limitaciones de la burocracia política y sindical del Movimiento Peronista y de la reconvertida burguesía nacional en burguesía local. Las ha padecido siendo delegado de Perón, esforzándose en la ímproba tarea de sostener una unidad de fuerzas que marchaban hacia su antagonismo. Años después, Raimundo Villaflor concluiría que aquella unidad no solo era imposible, sino que era también una utopía reaccionaria.

Como bien apunta Miguel, para Cooke, la Revolución Cubana fue la confirmación de certezas que venía masticando desde hacía tiempo. Varias décadas después de su muerte, la Revolución Bolivariana volvía a poner blanco sobre negro aquellos debates que desvelaron a Cooke y a partir de los cuales terminó fijando algunas de sus posiciones más emblemáticas. La Revolución Bolivariana nos recordaba que “para quien quiera tener Patria el único camino posible es el socialismo” y nos traía de nuevo a Cooke.

Miguel afirma acertadamente que Cooke “muere en las vísperas” y eso le da pie para abordar la importancia que tuvo su desafortunada ausencia para el proceso revolucionario argentino de la década del 70. Agregaría también otras tempranas y desafortunadas ausencias como las de Carlos Olmedo y Sabino Navarro. Y para ser justos, con implicancias opuestas, el demorado fallecimiento de Juan Perón. Las revoluciones las hacen los pueblos, pero azarosas circunstancias que hacen a la sobrevida o temprana desaparición de dirigentes o cuadros revolucionarios suelen tener mucha incidencia. Las experiencias de las revoluciones cubana y bolivariana, que nos brindan un material muy valioso para sacar conclusiones políticas, confirman la importancia de estas circunstancias azarosas.

Pensando en las continuidades de Cooke en los diversos colectivos militantes, la confirmación sobre una de ellas me llegó en forma inesperada. Estaba conversando con Fernando Martínez Heredia en La Habana, en 2013 y la conversación rumbeó hacia mis primeras experiencias militantes. Le estaba comentando de las Fuerzas Armadas Peronistas (las FAP), cuando me interrumpió sorpresivamente

—Cooke.

—Sí, claro, Cooke.

Después empezó a contarme de aquellos años épicos de principios de los 60, que había conocido a John y Alicia, que eran parte de “la mesa del Che”. Fernando tenía autoridad para decirlo. Él mismo era un hombre del Che. Es decir, era parte de una forma particular de ser revolucionario en el seno de la experiencia de la Revolución Cubana. Y esa forma particular de ser revolucionario en pensamiento y ejemplo ha dejado un legado que sobrevive al tiempo y se actualiza ante cada dificultad que surge, en cada momento de crisis.

Incluiría en la línea sucesoria de Cooke a quienes fueron protagonistas de la gran rebelión popular de 2001, que permitió desalojar al gobierno de Fernando De la Rúa; y de entre todos ellos y ellas, elegiría la figura de Darío Santillán, a quien tuve el privilegio de conocer. Darío, que caminó las mismas calles que Raimundo Villaflor (y por parecidos motivos), fue asesinado el 26 de junio de 2002 en Avellaneda, en la zona sur del conurbano bonaerense, el gran bastión de más de cien años de luchas obreras y populares.

En la Argentina de hoy los intereses populares y las esperanzas revolucionarias lo tienen en frente a Mauricio Macri y a los dueños del país, dispuestos a ejercer sin intermediarios el poder político apelando a las mismas recetas económicas que denunciara Rodolfo Walsh en la Carta a la Junta de Comandantes: baja de salarios, endeudamiento externo, incremento de la desocupación, relaciones carnales con Estados Unidos, apertura de los mercados. Esta época aciaga se completa con un horizonte donde se recorta un posible retorno del Justicialismo, como último garante de la continuidad de la gobernabilidad capitalista.

En Nuestra América las mejores esperanzas revolucionarias juegan su destino en los países del ALBA, en particular en Venezuela y Bolivia, dos procesos revolucionarios que están pagando el duro precio de desafiar al Imperio y a las burguesías locales.

John William Cooke y Alicia Eguren viven en las luchas que retoman el viejo camino de la unidad y protagonismo popular y del enfrentamiento sin claudicación por una Patria Grande Latinoamericana, Libre y Socialista.

Quiero agradecer a Miguel Mazzeo su enorme esfuerzo por ayudarme a recuperar a un Cooke muy parecido al que pude intuir por los relatos de mis compañeros de Berisso de la década del 70, en los cuales también aparecía con frecuencia el recuerdo del Vasco Ángel Bengoechea.

Creo que incluirme en la línea sucesoria de Cooke es una exageración del autor que puede disculparse porque, aun a los intelectuales críticos, lo subjetivo —en nuestro caso una prolongada y cálida amistad— puede nublarle la mirada.

Conocer a “El Hereje” aportará a la tarea de recuperar nuestro pasado, sobre todo a las nuevas generaciones, desde una mirada desprovista de toda apelación folklórica o manipulación interesada. Abordar su camino desde el pensamiento crítico, es hacerle justicia a su nombre, pero también a su ininterrumpida búsqueda con vocación revolucionaria.

H. Guillermo Cieza,

La Plata, 16 de abril de 2016.

Presentación

La esencia del espíritu —pensó para sí mismo— es elegir aquello que no mejora nuestra posición sino

que la torna más riesgosa.

D. H. Lawrence

En los últimos años se han publicado algunos trabajos centrados en la figura de John William Cooke. Muchos más se refieren a él de modo indirecto. En efecto, la copiosa y despareja literatura sobre las décadas del 60 y el 70 en la Argentina no podía soslayar a Cooke. Con el transcurso de los años y de los libros se fue ratificando su condición de precursor de lo que, para muchos y muchas, constituyó un verdadero oxímoron: la izquierda peronista o el peronismo revolucionario. La amalgama, por lo inviable, imprudente o incomprensible resulta fascinante, sobre todo para quienes no vivieron el tiempo en el que se expresó como fuerza social y política concreta y potente.

Hacia 1962 Cooke utilizó el concepto “izquierda nacional”, sin importarle demasiado la disputa por la paternidad del mismo, sostenida por Juan José Hernández Arregui y Jorge Abelardo Ramos. Cooke habló de izquierda nacional no tanto con el objetivo de delimitar un espacio político-ideológico, sino para nombrar una función que una parte de peronismo venía ejerciendo en la práctica, pero sobre la cual venía omitiendo una definición. Esta fórmula no debería exigir mayores explicaciones. ¿Puede haber una izquierda anticapitalista, con posibilidades de masificarse, con incidencia en la lucha de clases y, al mismo tiempo, desvinculada de lo nacional, desarraigada? ¿Puede una fuerza social y política transformadora desenvolverse en el vacío histórico? Nos referimos a lo nacional como sistema de hegemonía y como emplazamiento de las prácticas contrahegemónicas.

En este sentido, consideramos que la forma “nación” no debería ser considerada como una “derivación” necesaria del capitalismo. Puede ser una forma de representación de lo común plebeyo o popular. Pensamos en la experiencia histórica, en la cultura, los intereses, los sentimientos y en la vida práctica de las clases subalternas y oprimidas. Pensamos en la proyección de un espacio utópico de y para los de abajo. El “amor a la tierra” es secundario, por su vaguedad y por bucólico. La fórmula “izquierda nacional” también suele remitir a la figura del oxímoron, por lo menos para una parte de la izquierda argentina.

Pero el asunto no concluye ahí. La figura de Cooke también comenzó a ser reclamada como precursora de lo que, para muchas personas constituyó (y constituye), además, otro verdadero oxímoron: una “izquierda popular”. Otra aleación de singular atractivo porque, en las últimas décadas, especialmente en la Argentina, la izquierda radical no ha logrado suscitar la adhesión de las “amplias masas”. Ha sido inusual el maridaje entre las organizaciones de izquierda y el conjunto de las clases subalternas y oprimidas; por diversos factores que van desde la capacidad hegemónica de las clases dominantes y la consolidación de alternativas intrasistémicas hasta las deficiencias propias de los espacios políticos, sociales y culturales que se asumen como críticos y transformadores. En relación con estas falencias, cabe mencionar algunas “de fondo” a modo de ejemplo: el hecho de fundarse en una racionalidad inadecuada; la incapacidad de escapar de la geocultura heredada y de sus modelos de solución que no solucionan; el olvido de que el capitalismo es un sistema productor y reproductor de hombres y mujeres y no solo de mercancías. Hombres y mujeres que, desprovistos de su ser y confeccionados para decir amén, naturalizan las relaciones de producción, dominación y explotación junto con la discriminación, el racismo, el machismo, la destrucción de la naturaleza, etcétera.

La preocupación por el pasado relativamente reciente —en particular por aquellas décadas de radical y masiva impugnación a una diversidad de órdenes— no se ha limitado a los ámbitos académicos; por el contrario, se ha puesto de manifiesto en espacios políticos y culturales más sensuales, pasionales y concurridos. Esta circunstancia favoreció el rescate de una figura histórica por largo tiempo desterrada, descartada, secundarizada y devaluada. O, si se prefiere, tergiversada y arbitrariamente recortada. Al final, Cooke, sus avatares y sus anomalías, se convirtieron en tema de artículos y libros, de monografías y ensayos, de tesis de grado y posgrado, y también de documentales y programas de televisión. Tampoco pudieron escapar a la superficialidad típica de las formas del periodismo más comercial y estandarizado, con sus yuxtaposiciones de datos inconexos.

Sin lugar a duda, el aporte más relevante para la consolidación y el avance de los estudios y las reflexiones “cookistas” fue la publicación de las ObrasCcmpletasdeJohnWilliamCooke. Cinco tomos lanzados por la editorial Colihue de Buenos Aires que vieron la luz entre 2007 y 2011. En el plan inicial se anunció un sexto tomo (textos inéditos) que hasta ahora (inicios de 2021) no llegó a aparecer. La compilación de las mismas estuvo a cargo de Eduardo Luis Duhalde (1939-2012), quien supo compartir ámbitos de militancia con Cooke, a mediados de los 60. Se trata de un aporte inmenso, insoslayable para militantes populares e investigadores. Nos sentimos orgullosos por haber contribuido con algunos textos inéditos de Cooke que, por azares del destino y también por obstinada predisposición, tuvimos la posibilidad de hallar.3

Como puede deducirse de lo antedicho, el autor de este libro no ha permanecido al margen de las preocupaciones mencionadas y supo producir algunas escrituras sobre Cooke e incentivar otras tantas. Este trabajo retoma, ordena y desarrolla algunos textos escritos entre 1990 y 2015. Los más formales, los que fueron publicados en libros, revistas y páginas web, figuran en la bibliografía que se cita al final. Los otros textos, los informales: clases, charlas, conferencias en alguna Facultad, Departamento o Instituto en las Universidades de Buenos Aires, La Plata, La Pampa, Mar del Plata, Rosario, Tucumán; en algún centro cultural del conurbano bonaerense o en ámbitos de formación política de diversas organizaciones populares; apuntes dispersos de un seminario de grado en la Universidad Nacional de Lanús (UNLa), etcétera; de algún modo, también han sido incorporados a este nuevo trabajo. Es inevitable que se filtren en sus páginas. De ahí, posiblemente, su carácter desparejo en el acento, el estilo, la forma de argumentar. De manera abrupta pasamos del modo distintivo de un artículo periodístico al de un ensayo; de los matices cercanos a un inventario de las formulaciones cookistas a otros que buscan interpretarlas y problematizarlas; del tono coloquial y de la fluidez de una narración que proviene de la desgrabación apenas retocada de alguna charla o clase a un registro mucho más cercano a la monografía, sin dudas más tedioso pero, tal vez, menos sospechoso desde el punto de vista epistemológico.

• • •

Todos los textos, en mayor o menor medida, han sido reescritos para esta versión con el fin de suministrarles un orden mínimo y alguna coherencia y para evitar las reiteraciones, las metáforas más sobresaltadas, las excesivas rupturas del sentido y para podar el follaje superficial, entre otras irregularidades. También para dotarlos de un soporte heurístico, no por mera erudición, sino por honestidad intelectual y para incentivar lecturas más edificantes e irremplazables, por ejemplo: la de la obra de Cooke. Somos conscientes de que, en muchos pasajes de este trabajo, pasamos por alto algunas de las leyes formales que la retórica convencional suele prescribir. El poeta Paul Valery decía: “La forma cuesta cara”. Y tenía mucha razón.

De todos modos, creemos que hemos logrado conservar la impronta militante y “pedagógica” (y algo axiológica, por cierto) con la que fueron concebidos originalmente los textos que se congregan en este libro. Como se sabe, el ensayismo genera textos susceptibles de reescrituras, propias y ajenas. El ensayismo tolera, y hasta promueve, la confección de palimpsestos literarios.

Intentamos aquí un ensayo político que aspira a servir como una introducción general al pensamiento y a la obra de Cooke. No se trata de una biografía política convencional, más allá de las referencias biográficas que irrumpen en este trabajo a modo de hitos que van hilvanando el relato. Ya existen aportes en esa línea.4 Convocamos a una reflexión sobre una serie de problemáticas axiales de la historia y el pensamiento político argentino, relacionadas principalmente con la nación y el socialismo. Proponemos, además, algunas hipótesis para pensar procesos políticos e ideológicos relevantes del siglo XX, sobre todo los que tienen lugar en la Argentina, entre las décadas del 40 y el 70.

Desde fines de la década del 80 y principios de la del 90 a la actualidad, fueron muchas las personas que contribuyeron a la producción de los materiales que componen este libro. En actividades públicas, en entrevistas y en conversaciones personales más o menos fortuitas, cuyo recuerdo (y registro en algunos casos) atesoro como un bien preciado, compañeros que ya no están, como Sebastián Borro, Fermín Chávez, Envar “Cacho” El Kadri, Avelino Fernández, Aldo Ferraresi, Abel Alexis Lattendorff, José Luis Mangieri, León Rozitchner, Manuel Suárez y Miguel Unamuno me contaron sobre Cooke y su trajinar. (También sobre Alicia Eguren, su compañera de vida y militancia, a quien consagramos un capítulo de este libro).

Fueron igual de valiosas las entrevistas y conversaciones más o menos informales con Roberto Bardini, Gerardo Bavio, Aldo Casas, Isidoro Gilbert, Manuel Gaggero, Eduardo Gurrucharri, Carlos Lafforgue, Jorge Rulli. Todos, en alguna medida, aportaron materiales, recuerdos personales y reflexiones inestimables. El testimonio de Aurora Venturini, fallecida en 2015, fue indispensable para reconstruir la infancia y la adolescencia de Cooke.

Por aquellos años, también supieron colaborar con mis inquisiciones cookistas diversas personas: Daniel Campione, Axel Castellano, Guillermo Caviasca, Juan Carlos “Negro” Cena, Francisco “Pancho” D’ Agostino, Graciela “Vicky” Daleo, Gabriel Fernández, Horacio González, Claudia Korol, Néstor Kohan, María Pía López, Sergio Nicanoff, Juan José Olivera, Celina Rodríguez, Esteban Rodríguez, Gabriel Rot, Diego Sztulwark y Natalia Vinelli. Más recientemente, se sumaron Carlos Castro (director del documental Alicia y John, el peronismoolvidado, un material que consideramos imprescindible)5, Jorge Falcone, Francisco “Pancho” Farina, Nadia Fink, Hernán Ouviña, Mariano Pacheco, Pablo Solana, Fernando Stratta, Marco Teruggi, Mabel Thwaites Rey y mis estudiantes de la UNLa que asistieron en los últimos años al seminario de grado sobre intelectuales y política en Nuestra América. Y aunque no todos y todas hayan estado o estén ahora de acuerdo con mis puntos de vista, no por eso mi gratitud se acorta. Todo lo contrario.

Sin la colaboración de Roberto Baschetti, sin su proverbial generosidad, hubiera sido casi imposible dar con una parte de los trabajos de Cooke y con casi todos los trabajos sobre Cooke. Además, su tarea de recopilación de documentos de la izquierda peronista posee una relevancia historiográfica y política inestimable. Sin sus afanes, hoy careceríamos de los registros de una parte importante de la cultura política popular. De esa parte de la cultura política popular que produce textos “al pie del cañón”, “al aire libre”, y que, justamente por este hábito, suele ser menos sistemática y, por ende, está más expuesta a las prácticas de encubrimiento (o destrucción) del poder y es menos proclive a los archivos.

El historiador Ernesto Salas fue una fuente imprescindible, casi un “oráculo”, sobre temas vinculados a la Resistencia Peronista en general y a Cooke en particular. Aunque haya pasado mucho tiempo, no puedo dejar de reconocer sus orientaciones. No solo me ayudaron sus investigaciones, sino también algunas conversaciones informales y sus clases, las que presencié con fruición siendo alumno de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires hacia fines de la década del 80.

Hace muchos años, H. Guillermo Cieza y Jorge Pérez me sugirieron, a modo de hipótesis política y existencial, posibles líneas de continuidad militante respecto de Cooke. De ese modo tan poco académico pero tan significativo, supieron incentivar mi interés por su figura. Ambos coincidieron en que Raimundo Villaflor fue el primer hito importante en esa línea de continuidad. Sin desmerecer a otros compañeros y otras compañeras, siento que hago justicia si los agrego a ellos dos como hitos ulteriores en esta línea.

Finalmente, mis compañeros y compañeras de militancia, a lo largo de las últimas tres décadas, de modos a veces oblicuos, pero siempre cariñosos y perspicaces, me comprometieron a repensar a Cooke desde unas coordenadas específicas, signadas por un horizonte emancipador y creador de nuevas realidades: “contramoderno” o “transmoderno”, anticolonial, antiimperialista, anticapitalista, desmercantilizador, antipatriarcal, ecológico, no centrado en el Estado y socialista. De ese modo me ayudaron a comprenderlo y, mal que mal, a reinventarlo.

3 Vale decir que buena parte de los textos que componen este libro fueron producidos antes de la publicación de las Obras completas. Para facilitar la lectura de este trabajo y para incentivar la lectura de los trabajos de Cooke, hemos optado por remitir siempre a las Obras completas, salvo en los casos de los trabajos de Cooke que no aparecen allí. Citamos siempre el título original del trabajo y remitimos luego al tomo correspondiente. Las Obras completas, compiladas por Eduardo L. Duhalde, están organizadas del modo que sigue: Tomo I, Acción parlamentaria, Buenos Aires, Colihue, 2007. Tomo II, Correspondencia Perón-Cooke, Buenos Aires, Colihue, 2008. Tomo III, Artículos periodísticos, reportajes, cartas y documentos, Buenos Aires, Colihue, 2009. Tomo IV, Artículos periodísticos, cartas y documentos (1947-1959), Buenos Aires, Colihue, 2010. Tomo V, Peronismo y revolución, Buenos Aires, Colihue, 2011.

4 Entre otros pueden verse: Goldar, Ernesto, John William Cooke y el peronismo revolucionario, Buenos Aires, CEAL, 1985 y “John William Cooke. De Perón al Che Guevara”. En: revista Todo es Historia, Nº 288, junio de 1991; Galasso, Norberto, Cooke: de Perón al Che (Una biografía política), Rosario, Homo Sapiens Ediciones, 1997; Sorín, Daniel, John William Cooke. La mano izquierda de Perón, Buenos Aires, Planeta, 2014; Baschetti, Roberto: “John William Cooke: una historia de vida y lucha”. En: Mazzeo, Miguel (Compilador), Cooke de vuelta (El gran descartado de la historia argentina), Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1999; y también en: Cooke, John William, Obras completas, Tomo I [Acción parlamentaria], Buenos Aires, Colihue, 2007. [Eduardo Luis Duhalde compilador]. Para el caso de Alicia Eguren de Cooke, puede consultarse: Seoane, María, Bravas. Alicia Eguren de Cooke y Susana Pirí Lugones. Dos mujeres para una pasión argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2014.

5Alicia y John, el peronismo olvidado. Año: 2009. Dirección: Carlos Castro. Guion: Graciela Maglie y Carlos Castro. Intérpretes: Carlos Portaluppi (John William Cooke) y Ana Celentano (Alicia Eguren). Duración: 81 minutos. Producida por el Centro Cultural “Caras y Caretas”.

Introducción: 

herramientas detrabajo

No es sin riesgo que nos identificamos con el otro: podemos perdernos enél.

León Rozitchner

La materia prima que nutrió la vida de Cooke fue la acción política. La trama ideológica, rica y profunda, se fue confeccionando al calor de las luchas sociales y políticas, no con materiales teóricos ni académicos. Para ser más exactos, deberíamos decir: no “exclusivamente” con este tipo de materiales porque, como podrá verse, estos estuvieron presentes y fueron insumos muy significativos, para nada desechados.

En el pensamiento (y en la praxis) de Cooke, la gesta de la clase trabajadora y el pueblo argentino adquieren singulares fisonomías a la luz de V. I. Lenin, Georg Lukács, Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, Jean Paul Sartre, Ernesto Guevara, entre otros.

La palabra de Cooke nos trae siempre el eco de estallidos y de profundos desgarramientos. Es una palabra fundacional en un doble sentido. Por un lado, refleja un proceso personal, relativamente individual, de formación de una conciencia revolucionaria y socialista. Esto, en su tiempo, básicamente significaba: anticolonial, antiimperialista, anticapitalista. Por otro lado, da cuenta de unos procesos colectivos que van en el mismo sentido, y de una síntesis que delineó una tradición política controversial, maldita, más que olvidada. Una tradición plebeya y socialista.

Cooke logró sobrepasar las limitaciones de los fundamentos positivistas que subyacían a varias filosofías políticas argentinas, desde el liberalismo al marxismo. Nunca pasó por alto que el plano de lo “objetivo” es un plano histórico: es acción, deseo, sangre, sueños. Cooke captó lo real como síntesis de múltiples determinaciones y de la unidad de contrarios; captó, en fin, el carácter dialéctico de la realidad social. Para Cooke las ideas no eran objetos que se explicaban en forma extrínseca; el pensamiento no era entendido como contemplación, sino definido a partir de su aspiración a la eficacia política y de sus efectos concretos en la producción de acontecimientos. Superó, de este modo, el pensamiento binario de algunos sectores de la izquierda argentina. No analizó apariencias. No se demoró en superficies. Evitó los encapsulamientos. Se detuvo en los claroscuros de la experiencia histórica popular y chapaleó en su lodo.

Que este gesto haya provenido de un hombre que nunca abjuró de la identidad, o mejor, de la “sensibilidad” peronista, sigue siendo para muchos y muchas un misterio sibilino, impenetrable; y algunos y algunas persisten todavía en la búsqueda de ese supuesto punto de ruptura en la cadena semántica. El hecho de reivindicar a Cooke, todavía hoy, sigue siendo motivo para que, desde la vieja izquierda (la izquierda dogmática y unidimensional, signada por el purismo teórico y el iluminismo), se nos tilde de “populistas” o de “bonapartistas”, se nos interpele con barbijo y se desaprueben nuestras credenciales marxistas.

Corresponde hacer aquí algunas aclaraciones impostergables. Este intento de recuperación de la figura de Cooke no parte de la necesidad, que hace un tiempo se puso de manifiesto en algunas organizaciones políticas, de lavar un pasado de desaciertos y dogmatismos y de fundar la política (actual) sobre nuevas bases históricas y nuevos imaginarios. Una actitud que, cabe señalar, puede considerarse positiva y hasta muy respetable. Tampoco parte del folklore típico —y a esta altura, indigerible— de exmilitantes y simpatizantes de lo que fue la izquierda peronista; que hoy se reciclan en el Estado, la academia o, simplemente, en la “vida privada” y lejos de toda praxis radical. Quienes, por otra parte, parecen conocer muy poco a Cooke; o, si lo conocen lo suficiente, tienden a preferirlo prócer, fetiche o mera excusa para sus ejercicios periódicos de nostalgia, dado que no tienen ningún interés en hacerlo partícipe de una nueva identidad gestada al calor de los conflictos y las luchas sociales y políticas actuales.

En la última década, asistimos al resurgimiento de una cultura política que se identifica con la tradición nacional-popular, pero que hasta ahora no ha logrado reactualizarla. Sin dejar de rescatar los núcleos de buen sentido de esa cultura, creemos que sus exponentes, en buena medida, se han quedado varados en la superestructura, han exagerado y deificado lo parcial y lo coyuntural. En lugar de hacer la crítica radical de todo lo que existe, se han dedicado a hacer una crítica de una parte de lo real. La limitación principal es que, consciente o inconscientemente, se basan en conceptos retóricos y burgueses de lo nacional y de lo popular. Conceptos que remiten a correlaciones de fuerza desfasadas y que desde hace ya mucho tiempo fueron integradas por las clases dominantes. Entonces, nos encontramos frente a un modo de decir y actuar anquilosado, que se refleja en producciones, acciones y discursos (castrados y ornamentales) y que deriva en el ensañamiento con espantajos y con enemigos inexistentes. Un modo que reemplaza el pensamiento crítico por los rituales y la iconografía del peronismo y que, en los últimos tiempos, ha desarrollado sus versiones más “setentistas” (que incluyen también a Cooke).

Sus cultores no entienden —o no quieren entender— que ha cambiado el sentido de la rebeldía, la provocación y la transgresión, incluso el sentido de lo obsceno. Y es que, como militantes, muchas personas ya no buscan su materia política, dramática y épica en la clase trabajadora y en el pueblo, sino en el Estado. Rebeldes de antaño son ahora renegados, aunque no se asuman como tales. El peronismo sigue siendo un hecho maldito, pero ya no para el “país burgués”. Hace mucho tiempo que el peronismo es una compuerta. En el mejor de los casos, tal como ocurrió en la última década, podrá constituirse alguna corriente dizque “progresista” en su seno de frente político burgués, pero no mucho más. Una corriente que no excederá las que Rodolfo Walsh caracterizaba hace cincuenta años como prácticas vandoristas: “oponer empresario bueno a terrateniente malo” e identificar “industria con liberación nacional”.6

Es de una enorme candidez suponer que el peronismo se ha “regenerado”, ha retomado “la senda histórica” y ha dejado atrás las mutaciones de las décadas del 80 y del 90 y el “accidente” menemista. Es injustificable sostener que el peronismo se ha recuperado de su “final inglorioso”, como decía Cooke. El peronismo es hoy, de arriba a abajo, una realidad de “elites” autorreferenciales y competitivas centradas en la construcción de poder estatal (que no tienen ningún interés en modificar radicalmente las relaciones de fuerza en la sociedad); una realidad de opresión, desposesión y alienación que padecen las clases subalternas y oprimidas; una realidad caracterizada por la fragmentación, la falta de identidades liberadoras y de proyectos que les asignen protagonismo histórico.

Hace mucho tiempo que el peronismo dejó de ser el ámbito de una identidad colectiva emancipadora, contenedor de franjas que disputaban —muchas veces de manera espontánea— algunos de los modos y los sentidos al capital. Hace mucho tiempo que el peronismo dejó de ser un campo de prácticas de lucha y una cultura (en rigor de verdad: una contracultura) que permitían formas reales de “empoderamiento”.¿Qué “modelo ideal” propone el peronismo en la actualidad? ¿Qué es lo posible y lo potencial en la realidad del peronismo de hoy?

Pensar, hacer una política revolucionaria, una política radicalmente transformadora de la realidad, exige colocarse por fuera del universo peronista actual. Lo máximo que puede dar ese universo es una gestión progresista del ciclo, un modelo de regulación del capitalismo argentino, pero no una praxis orientada al cambio radical. Si los trabajadores sostienen proyectos que no les pertenecen, indefectiblemente perderán capacidad de acción.

En ese sentido, oportunistas políticos de toda laya y cuadros de las clases dominantes que consideran al discurso externo peronista —el “discurso público” del peronismo— como el más viable para establecer mediaciones jerárquicas tienden a predominar en un espacio de mistificación exagerada de lo nacional y popular, y nos mortifican con sus performances bizarras. El verdadero oxímoron de nuestros días es el “peronismo de base”.

El peso del paradigma populista como ideología (a pesar de que sus basamentos materiales y políticos desaparecieron hace mucho tiempo), la impronta de una tradición nacionalista “culturalista”, un nacionalismo retórico, de peña folklórica y, en muchos casos, el cargo público y el afán de ascenso social, funcionan como taras gnoseológicas, producen anomia de los sentidos y hacen imposible una aproximación lúcida a tan versátil y aceitado aparato de poder de las clases dominantes.

En líneas generales, queremos destacar que los intentos de recuperar la figura de Cooke desde un proyecto que no cuestiona los fundamentos que sostienen las formas actuales de dominación y que acepta los consensos naturalizados por el poder y las formas del Estado liberal —un proyecto burgués, pro-capitalista— carecen de fundamentos sólidos. Buscan fagocitar a Cooke y despojarlo de sus anomalías. Intentan adaptarlo a sus sistemas de legitimación del orden neodesarrollista. Al tiempo que proponen unos alcances muy limitados (meramente superficiales) de lo nacional-popular, empequeñecen y tergiversan la figura de Cooke, alterando el sentido de sus palabras y sus acciones. Porque Cooke no fue un político orgánico de la hegemonía burguesa. Cooke optó por la “Gran Política” (que es la antítesis del fetichismo del poder y de la “alienación política”) y quedó radiado del campo de tolerancia del poder dominante. Cooke no buscó darle una salida burguesa a los problemas planteados por la lucha de clases en la Argentina de la década del 60 del siglo pasado. Cooke se diferenció de la política tendiente a la absorción de las contradicciones de clase y optó por la que buscaba suprimirlas a favor de la clase trabajadora. Otorgó preeminencia a la contradicción, no a la identidad.

Cooke fue un antiimperialista apasionado. Esto quiere decir: hasta las últimas consecuencias que la definición acarrea. De hecho, su socialismo está fundado en esa pasión antiimperialista. Porque como le decía a Perón en carta del 18 de octubre de 1962: “O se entiende el problema antiimperialista, o no se entiende” (Obras completas, Tomo II, p. 576). Si se entiende el problema antiimperialista, hay que asumir todas las exigencias. Ir a fondo. No se puede ser antiimperialista a medias, retórico. No se puede ser antiimperialista y pro-capitalista, defensor de modelos neo-desarrollistas, extractivistas, “capitalistas del sur”, etcétera. Creemos que vale la aclaración, en medio de tanta retórica nacionalista que convive impertérrita con los alineamientos con los designios imperiales.

En La lucha por la liberación nacional, un trabajo que Cooke presentó en el Congreso de la Liberación Nacional, realizado en 1959 en Buenos Aires, afirmaba: “En primer plano aparecen indisolublemente unidas, la cuestión nacional y la cuestión social. Una no puede resolverse sin la otra” (Obras completas, Tomo V, p. 177). Y agregaba más adelante: “La verdadera disyuntiva es entre una política reformista y una política revolucionaria, entre una política de grupos y una política de masas” (Obras completas, Tomo V, p. 195). ¿Acaso en este, nuestro tiempo, es posible escindir lo nacional de lo social? ¿Es posible la soberanía nacional sin el despliegue del poder popular? Por otra parte, si cabe hablar de una disyuntiva diferente a la que proponía Cooke, no sería otra que la que opone una política conservadora y reaccionaria a una política reformista. Una disyuntiva que nos coloca un escalón por debajo, nos conmina a una “política de grupos” y nos obliga a resignar cualquier proyecto transformador.

Respecto de lo anterior, en Apuntes para la militancia —que reúne trabajos de 1964 y 1965— y en relación con los peronistas que lo tildaban de comunista o trotskista, decía Cooke: “Yo siempre comienzo por ahorrarle las pesquisas ideológicas: soy enemigo del régimen capitalista y creo que está agotado en el país” (Obras completas, Tomo V, p. 300). Más claro imposible. Y si el régimen capitalista estaba agotado a mediados de la década de 1960, cabe preguntarse: ¿Acaso el proceso histórico del último medio siglo modificó esta situación en sus aspectos sustanciales?

En Peronismo y revolución, de 1966, Cooke afirmaba: “Esta es la gran ausencia que encontramos en todos los ‘desarrollismos’: ignoran el problema imperialista” (Obras completas, Tomo V, p. 71). también, explicaba —en sintonía con los mejores aportes de la Teoría de la Dependencia— que cuando el desarrollismo mencionaba el tema del imperialismo, cuando reconocía el hecho imperial, se refería a las formas antiguas —por ejemplo: “agro-importadoras”— y no a las que revestían actualidad, las formas reales y vigentes. Y más adelante, concluía con una caracterización que sigue resultando válida para nuestro tiempo:

El desarrollismo se apoya en una serie de falacias: la de que toda inversión equivale a desarrollo; la de que toda industria es factor de crecimiento autónomo; la de que las ganancias empresarias se transforman en inversiones; la de que el capital extranjero cumple la función de la “acumulación primitiva” con que contaron las potencias adelantadas.

Las “burguesías nacionales” ya no son contradictorias con el imperialismo (Obras completas, Tomo V, p. 73).

¿Qué decir hoy, desde la Argentina y desde Nuestra América, respecto de las funciones históricas de los neo-desarrollismos y las “burguesías nacionales”? La incompatibilidad estructural entre la soberanía del mercado y el capital, y la soberanía popular es cada vez más explícita.

La militancia dizque “nacional y popular” actual debería estar a la altura de esta definición cookista, debería asumir las consecuencias prácticas de la simbología y el “panteón” que defienden. Porque el saber político de Cooke no es un saber que pueda eludir las consecuencias (y tolerar las imposturas ideológicas).

A diferencia de otras figuras políticas e intelectuales por lo general asociadas al “pensamiento nacional” o al “pensamiento nacional y popular” (por cierto, también valiosas a su modo, como pueden ser Raúl Scalabrini Ortiz o Arturo Jauretche), Cooke no es mito acomodable a las ambiciones de los políticos burgueses del peronismo actual, de quienes conciben al peronismo como una ideología del poder adaptable a cada momento histórico. No lo fue antes, mucho menos ahora. Esta índole también traza un grado de desemejanza con otras figuras que pueden considerarse (con razones de fuste) más cercanas: Juan José Hernández Arregui o Rodolfo Puiggrós, por ejemplo.

Nosotros partimos de otro lugar. Nuestras referencias políticoemocionales son otras. Aspiramos a un sincretismo revolucionario. Retornamos a Cooke en función de nuestras luchas presentes y de nuestras representaciones del cambio radical futuro. Queremos saldar cuentas con el pasado para poder abrir las puertas del futuro. Queremos que las fuerzas del pasado sirvan para instigar futuros distintos. Desde estos emplazamientos lo resignificamos, desde el conflicto social y los sueños colectivos de los de abajo. Entonces, lo sentimos compañero en las luchas populares actuales. Y, como a él, nos gusta la naturalidad de la pelea de las bases y nos perturban los críticos perfeccionistas, que teorizan desde algún pedestal, desde la angustia, el exilio cósmico y las “dachas” de creatividad. Lo sabemos necesario de cara a la elaboración de un proyecto político popular. Aunque, vale aclararlo, somos absolutamente conscientes del fin de la “época universal” de Cooke. El tiempo ha transcurrido y la realidad histórica actual nos plantea situaciones mucho más complejas que las de hace 50 años.

Además, es imposible soslayar el hecho de que Cooke se formó y se consolidó como intelectual orgánico en un momento de lucha y organización popular, en una etapa de constitución de voluntades políticas revolucionarias y en el marco de un movimiento de masas. Esto, por lo menos parcialmente, constituye un elemento que podríamos denominar de “antivigencia” de Cooke. No solo por el carácter irrepetible de su tiempo, sino porque nuestro tiempo es bien distinto al suyo en aspectos fundamentales. No nos brinda las mismas posibilidades vitales. Por ahora.

En su “Prólogo” a la primera edición de la Correspondencia Perón-Cooke, Alicia Eguren decía que los aportes teóricos de Cooke se derivaban de su “praxis apasionada e ininterrumpida” y confiaba en que serían retomados, “no con curiosidad exegética, sino como herramienta de trabajo” (Obras completas, Tomo II, p. 17). Todo lo que aquí pueda designarse como exégesis, ya sea con censura o aprobación, es mero efecto colateral. Cooke nos interesa como herramienta de trabajo.

Por el simple hecho de apilar años de intercambios y debates en torno a su figura, sabemos que miradas de lo más antagónicas podrán considerar a nuestro trabajo una operación de rescate de Cooke desde y para la cultura marxista. Por supuesto, el “desde”, a su vez, no está exento de convertirse en objeto de cuestionamientos y refutaciones. Seguramente algunos y algunas verán una completa arbitrariedad, fruto de un subjetivismo galopante o similares patologías. Otros y otras creerán que existen elementos que justifican dicha operación y, casi misericordiosos, podrán hablar de un intento similar al de la generación cubana del Centenario respecto de José Martí. Esto es: recuperar (que es una forma de redimir) a una figura “nacionalista” y “patriótica” para una cultura de izquierda y marxista. En realidad, estamos convencidos de que Cooke estaba inmerso en esa cultura de izquierda y marxista y no por eso fue menos “nacionalista” o “patriota”, por lo que tal operación de rescate y recuperación resulta absolutamente innecesaria. Tal vez las páginas que siguen contribuyan a demostrarlo.

6 Walsh, Roldolfo, ¿Quién mató a Rosendo?, Buenos Aires, Ediciones de La Flor, 2015, p. 122.

Breve nota sobre

herejes y heterodoxos

Lo más elevado del hombre carece de forma, pero se debe evitar configurarlo de otra manera que no sea mediante acciones nobles.

Goethe

Los herejes están siempre fuera de línea. Descolocados. Deben soportar —y refutar— una y otra vez a fariseos que tratan de mostrarlos en flagrante contradicción con la fe que profesan con el fin de condenarlos y expulsarlos del reino; o con el propósito de eliminarlos de la faz de la tierra. Deben soportar a pontífices retorcidos. A santos fanáticos. A jefes crípticos y crueles. La cruz, la hoguera, el destierro y el olvido han sido los destinos más reiterados para los herejes. También el desierto, en el mejor de los casos. Les fueron reservados los castigos más severos. En la estructura del infierno (o del abismo) descripta en la Divina comedia, Dante Alighieri les reserva el círculo sexto, donde se padecían fuegos de intensidades proporcionales a la gravedad de la herejía perpetrada.

Hubo un tiempo en que la música litúrgica no podía tener más que una línea melódica. Si la composición tenía alguna línea más se la consideraba una herejía. Claro está, cuando se aceptan múltiples líneas se abren las puertas a la riqueza melódica. Eso, precisamente, era lo que querían y quieren evitar a toda costa los que administran un dogma. De algún modo, la herejía siempre se pensó (y se combatió) como una desmesura y una lujuria del pensamiento, de la acción y del método. “Un vicio del pensamiento”, para usar una expresión del propio Cooke.

Norberto Galasso habla de una “vocación sensual” que dominaba a Cooke. Esa vocación se expresaría en una combinación de discusiones en vigilias extenuantes, naipes, poemas, aventuras.7Creemos que corresponde señalar una fuente mucho más determinante de una sensualidad específicamente política: la predisposición herética de Cooke, los oficios heréticos (y no los “santos oficios”) que Cooke asumió a lo largo de su vida militante y que le permitieron captar algunas dimensiones afectivas y no ascéticas de la política. Algo que desde las concepciones pragmáticas y administrativas de la política se suele considerar despectivamente como “bohemia política”. En algún sentido la opción por la sensualidad es siempre una opción política por todo lo que está en juego: el goce, el usufructo real del objeto. Nada más y nada menos. Confundir la sensualidad con recreaciones, ocios y afeites (o adicciones y extravagancias) es una simplificación. Contraponer la sensualidad al “temperamento”, la risa a la lucha, es un ademán reaccionario. En el trajinar político de Cooke se puede percibir el goce, la seguridad que emana de la certeza respecto de su deseo y del coraje de seguirlo, la felicidad proveniente de la lucha por un mundo justo e igualitario.

El término “hereje” proviene del griego hairetikós. El peruano Augusto Salazar Bondy recordaba que, desde el punto de vista etimológico, “hereje”/“herético” quiere decir ‘el que elige’, ‘el que escoge’, “el que opta por una verdad libremente”.8 Es hereje quien decide seguir sus propias opiniones, a pesar de los riesgos. En una de sus últimas cartas a Perón, en enero de 1966, Cooke le expresa: “Por decir la verdad, éramos herejes” (Obras completas, Tomo II, p. 625). Muchas veces —en política, y en el peronismo particularmente— la herejía tiene que ver con hablar claro; con dejarse llevar por la pasión, la combatividad y el entusiasmo; con no disimular los propósitos; con dejar de lado las astucias tácticas; con el rechazo de la obsecuencia, la obediencia ciega y la adoración.

De algún modo, el hereje es siempre un creador (heresiarca) o seguidor de nueva doctrina, por eso, también, está expuesto al dogma. Porque las proposiciones heréticas no se corresponden necesariamente con los sistemas heterodoxos. No existe ninguna incompatibilidad entre herejía y dogmatismo. Si una herejía no se desarrolla dialécticamente corre el riesgo de transformarse en dogma. Pasó con el cristianismo. Pasó con el comunismo.

Existen diccionarios en los que los términos “hereje” y “heterodoxo” son presentados como sinónimos. No es así. Como se sabe, los diccionarios suelen ser colecciones de inexactitudes y falacias. Se puede ser hereje y dogmático. No fue el caso de Cooke, que fue hereje y heterodoxo. Él estuvo en desacuerdo, fue disidente, distinto, irregular y disconforme. Y su herejía también supo ser dialéctica, estuvo siempre abierta a los desarrollos políticos. Por eso también fue una herejía colectiva, nunca ejercida en soledad. A decir verdad, las herejías individuales suelen ser estériles. Dice Fernando Buen Abad Domínguez: “El hereje ha de saber siempre que es imposible reemplazar a las masas; que solo en su seno podrá desarrollarse útilmente porque la importancia histórica de sus herejías se desprenderá de las necesidades internas de la lucha colectiva”.9

Los herejes buscan desbaratar alguna legitimidad, atentan contra el poder instituido, sea grande o pequeño. De este modo, portan una función redentora. Esa es la función que está en el centro de la herejía. La que genera rechazos y adhesiones. Horacio González explicó: