El horizonte democrático - Alessandro Ferrara - E-Book

El horizonte democrático E-Book

Alessandro Ferrara

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La democracia se encuentra ante una encrucijada. Paradójicamente, en la época histórica en la que ha logrado convertirse en el horizonte compartido por la mayoría de la humanidad, se ve amenazada por inquietantes procesos de desdemocratización o reelitización y ha de afrontar el populismo, la desafección y unas condiciones sociales, culturales y económicas mucho más inhóspitas que las del pasado reciente. La historia podría tomar cualquier camino. Podríamos asistir a la confrontación entre dos modelos poco atractivos para cualquier demócrata, entre los regímenes neoliberales, que utilizan los vestigios de la democracia representativa para centrar la atención pública en los mercados financieros, y regímenes como el de China, donde el partido y las élites burocráticas tratan de mantener el consenso asegurando mayores niveles de consumo y silenciando el anhelo democrático. Pero, al mismo tiempo, el mundo global podría ser el escenario de un desarrollo completamente distinto: las democracias maduras de Occidente, tras la dura lección de la presente crisis neoliberal, podrían desarrollar formas de contener el poder neoabsolutista de los mercados financieros e inventar nuevas estrategias para reafirmar la primacía de la política y la participación ilustrada de cada ciudadano. Entre el presente y estas dos perspectivas opuestas se abre un espacio de reflexión a la que este libro pretende contribuir. Partiendo del marco normativo desarrollado por Rawls y recurriendo a las fuentes estéticas de la normatividad investigadas por el propio Ferrara en el pasado -la ejemplaridad, el juicio, la imaginación-, el autor mantiene que el liberalismo político es el marco filosófico más capacitado para abordar y entender la compleja interacción que existe entre la democracia y lo que él denomina la normatividad de la identidad.

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TÍTULOS PUBLICADOS EN ESTA COLECCIÓN

Fina BirulésUna herencia sin testamento: Hannah Arendt

Claude LefortEl arte de escribir y lo político

Helena BéjarIdentidades inciertas: Zygmunt Bauman

Javier EcheverríaCiencia del bien y el mal

Antonio ValdecantosLa moral como anomalía

Antonio CampilloEl concepto de lo político en la sociedad global

Simona FortiEl totalitarismo: trayectoria de una idea límite

Nancy FraserEscalas de justicia

Roberto EspositoComunidad, inmunidad y biopolítica

Fernando BroncanoLa melancolía del ciborg

Carlos PeredaSobre la confianza

Richard BernsteinFilosofía y democracia: John Dewey

Amelia ValcárcelLa memoria y el perdón

Judith ShklarLos rostros de la injusticia

Victoria CampsEl gobierno de las emociones

Manuel Cruz (ed.)Las personas del verbo (filosófico)

Jacques RancièreEl tiempo de la igualdad

Gianni VattimoVocación y responsabilidad del filósofo

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Byung-Chul HanLa sociedad del cansancio

Birulés, A. Gómez Ramos, C. Roldán (eds.)Vivir para pensar

Gianni Vattimo y Santiago ZabalaComunismo hermenéutico

Fernando BroncanoSujetos en la niebla

Gianni VattimoDe la realidad

Byung-Chul HanLa sociedad de la transparencia

Alessandro Ferrara

El horizonte democrático

El hiperpluralismo y la renovación del liberalismo político

Traducción

Título original: The Democratic Horizon. Hyperpluralism and the Renewal of Political Liberalism

Traducción: Antoni Martínez Riu

Diseño de la cubierta: Stefano Vuga

Maquetación electrónica: José Toribio Barba

© 2013, Alessandro Ferrara

© 2014, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN: 978-84-254-3169-2

ÍNDICE

Prefacio

INTRODUCCIÓN

1. RAZONES QUE MUEVEN LA IMAGINACIÓN: LA POLÍTICA DEMOCRÁTICA EN SU MÁXIMA EXPRESIÓN

1.1. Definición de política

1.2. La autonomía de la política en el horizonte global

1.3. Momentos de la política: discurso, juicio, reconocimiento y donación

1.4. Política (normal y en su máxima expresión), razones e imaginación

2. DEMOCRACIA Y APERTURA

2.1. Eléthosde la democracia

2.2. La pasión por la apertura

2.3. Una genealogía de la apertura

2.4. Apertura,agápe,hospitalidad y generosidad: puntos de vista contemporáneos sobre eléthosde la democracia

2.5. La relevancia filosófica de la relación entre democracia y apertura

3.PLURALISMO REFLEXIVO Y GIRO CONJETURAL

3.1. Variedades del secularismo

3.2. Variedades del pluralismo

3.3. Cristianismo y pluralismo: Robert Bellah, sobre «sentirse (no del todo) en casa» en la Iglesia

3.4. Dos tradiciones proféticas en el judaísmo antiguo

3.5. Islam, liberalismo y pluralismo: un enfoque conjetural

3.6. Conclusión

4. EL HIPERPLURALISMO Y EL RÉGIMEN POLÍTICO DEMOCRÁTICO MULTIVARIADO

4.1. ¿Qué es hiperpluralismo?

4.2. Interpretaciones agonistas del hiperpluralismo y sus límites

4.3. Estrategias conjeturalespaspartúy deposición originalpara abordar el hiperpluralismo

4.4. Un supuesto innecesario, la enseñanza deEl derecho de gentesy el régimen político democrático multivariado

5. CUIUS RELIGIO, EIUS RES PUBLICA: SOBRE DEMOCRACIAS MÚLTIPLES

5.1. De laaparición del racionalismo modernoa lasmodernidades múltiplesa través del redescubrimiento de la Era Axial

5.2. La axialidad de la Era Axial y sus dificultades: una reformulación

5.3. Una multiplicidad de culturas democráticas

5.4. Consonancias en la diversidad

5.5. Disonancias persistentes: eléthos de la democracia,en plural

5.6. Conclusión

6. MULTICULTURALISMO: ¿NEGACIÓN O CUMPLIMIENTO DEL LIBERALISMO?

6.1. El problema del multiculturalismo

6.2. Argumentos a favor del multiculturalismo

6.3. La continuidad entre multiculturalismo y liberalismo político

7. MÁS ALLÁ DE LA NACIÓN: GOBERNANZA Y DEMOCRACIA DELIBERATIVA

7.1. La segunda transformación de la democracia

7.2. ¿Qué es democracia deliberativa?

7.3. Gobierno y gobernanza

7.4. Gobernanza democrática: ventajas interpretativas del punto de vista deliberativo

8. VERDAD, JUSTIFICACIÓN Y LIBERALISMO POLÍTICO

8.1. Rawls y el mito de la caverna de Platón: una reformulación

8.2. ¿Es posible una concepciónpolíticade la verdad?

8.3. Verdad y justificación desde la perspectiva de las concepcionescomprehensivasde la verdad

8.4. Unaconcepción política de la verdadintegrada y dual

CONCLUSIÓN

Bibliografía

Prefacio

Este librosurgió dela preocupaciónpor la democracia,la herencia delliberalismo políticoylas fuentesestéticas de lanormatividad.La democraciase enfrenta adesafíos sin precedentesen todo el mundo,algunos de los cualesirónicamentederivandel mismo logro de haberse establecido ella misma comohorizonte:la única forma de gobierno plenamente legitimada.Este libro investiga la contribución que de cara a superar estos retos puede extraerse de la estructura desarrollada por John Rawls enEl liberalismo político,una vez que todo su potencial se libera en la triple dirección de repensar y pluralizar eléthosdemocrático, gestionar el hiperpluralismo que invade nuestros espacios políticos y hallar las formas adecuadas, mediante argumentos conjeturales, de que la justificación del orden político llegue a incluir a los parcialmente razonables.En el desarrollo dela argumentación, recurriré a menudo alas fuentesestéticas delanormatividad quehan sido objeto de mi investigación en el pasado–la ejemplaridad, el juicio,la imaginación– como complemento de los recursosconceptuales deun liberalismopolíticorevisitado. En realidad,por su aperturaal hechodel pluralismo,alas cargas del juicio,alas sociedadesno liberalesdecentes,y por el todavíapoco exploradomomento del juicio ylaejemplaridadinherentes a larazón públicayal criterioconstituido por«lo másrazonable para nosotros», el liberalismo políticoes, de entretodoslos marcosfilosóficos generalesactualmentedisponibles,el máscapaz de abordary entenderla compleja interacciónque existeentre la democracia ylo que yo llamola normatividadde la identidad.

Loscapítulos de este librose basan enmaterialespresentadosen diversas conferenciasy en diversos talleresy seminarios, que se hanrevisado y ampliadoa partirde los valiososcomentariosrecibidosen cada una de esas ocasiones.La Introducción, en la quese presentauna valoración delascondiciones inhóspitasque encuentrala democraciaen las complejas sociedades de la actualidad, se discutió en un tallerpromovido por elCentro de EstudosSociais de la Universidad de CoimbrayelIstitutoItalianodi Cultura, en Lisboa,en enero de 2012,y en la EscuelaInternacional de Verano«ASSET2012» sobre«Representación políticaen unasociedad plural», en otro taller organizado por laFondazioneStudium GeneraleMarcianumdeVenecia,en septiembre de 2012.En ambas ocasionesrecibíun valiosofeedbackpor parte de muchoscolegas,en especial deMathiasThaler,MihaelaMihai, GiuseppeBallacci,SerdarTekinyMassimoLuciani.

El capítulo1–«Razones que mueven la imaginación: la política en su máxima expresión»–se basa en unaponencia presentadaen la conferencia«Checos’èlapolitica?Paradigmidelpensieropoliticocontemporaneoaconfronto», Universidad de Venecia, 24-25 demarzo de 2007,más adelantepresentadocomouna conferencia con el título de «Unareflexiónsobre lapolítica»en la FundaciónJuan March deMadrid,en noviembre de ese mismo año,y luego, en formarevisada, en la conferencia«Philosophy and Social Science»,en Praga en2008. Se discutiótambién posteriormente con el título de «Lapolíticaenformamejor:razonesquemuevenlaimaginación»,en el ciclo de conferencias«Crearcultura,imaxinarpaís»,Conselloda CulturaGalega,Santiago deCompostela,2008,y como «Politics and the Imagination»,en el University College London, en enero de 2009. Quiero dar las gracias aquí, porlas muchassugerencias recibidasen cada una de esas ocasiones, aLucioCortella, StefanoPetrucciani, VirginioMarzocchi, WalterPrivitera, ElenaPulcini, MarinaCalloni, DimitriD’Andrea, MarianoCroce, LeonardoCeppa, PaoloCosta,JavierGomá, ManuelCruz,FinaBirulés, CarlosThiebaut, FernandoVallespín, RamónMaiz,ChiaraBottici, PieterDuvenage,Maria PiaLara,MaeveCooke, ClaudioCorradetti, DarioCastiglioneyRichardBellamy.Una versión de estecapítulose publicó también enBottici, Ch.yChalland, B.(eds.),The Politics of Imagination,Abingdon,BirkbeckLaw Press,2011, págs. 38-54; mis agradecimientosa los editoresy a la editorial.

El capítulo2–«Democracia y apertura»–se desarrolló a partirde undocumento presentado enla conferencia«Affect, Imagination and Democratic Values», Charlottesville,Universidad de Virginia, 2-3 deabril de 2010; sedebatióposteriormenteenel programa de doctoradoen Filosofía yCiencias Sociales de laUniversidad de Roma «TorVergata»,en la FondazioneBassoy en elIstitutoSturzode Roma, así comoen elCentro de EstudosSociaisde la Universidad deCoimbra, Portugal, en 2012.No puedo sino agradecer aStephenK. White, WilliamConnolly, BryanGarsten,ToninoGriffero, MassimoRosati, GiacomoMarramao, GianniDessìy,de nuevo, aMathiasThaler,MihaelaMihai, GiuseppeBallacci, David ÁlvarezySerdarTekin, sus comentariosy su apoyo.

El capítulo3–«Pluralismo reflexivo y giro conjetural»–surgió a partir demi participación enlos seminarios de Estambul,organizados porResetDoc/Dialogues on Civilizations,yse presentó ydebatióen Estambul en2008 y se publicó por primera vezenPhilosophy and Social Criticism(vol.36, n.3-4,2010, págs.353-364).He de agradecer los comentarios de DavidRasmussen, GiancarloBosetti, NinazuFürstenberg,JürgenHabermas,SeylaBenhabib,NiluferGöle,MaeveCooke, Amy Allen–denuevo– y de DrucillaCornell, JeanCohen,RaminJahanbeglooyAbdouFilali-Ansary.

El capítulo 4 –«El hiperpluralismo y el régimen político democrático multivariado»– se presentó inicialmente como una breve intervención de mesa redonda en la conferencia sobre Rawls y la religión, organizada por la Universidad Luiss Guido Carli en Roma; se desarrolló posteriormente como una comunicación presentada en los seminarios de Estambul 2011 y fue también tema de debate en la conferencia «Philosophy and Social Science»,de Pragaen 2012. Se publicó por primera vez (sin las secciones sobre las interpretaciones agonistas del hiperpluralismo y sobre las estrategias alternativas para abordarlo) enPhilosophy and Social Criticism(vol. 38, n. 4-5, 2012, págs. 435-444). En estas ocasiones, recibí sugerencias y objeciones importantes –que ahora me es grato agradecer– sobre las ideas presentadas en este capítulo por parte de Sebastiano Maffettone, Valentina Gentile, Tom Bailey, Mark Rosen, Andrew March, Abdullahi An-Na’im y, de nuevo, Dario Castiglione.

El capítulo5–«Cuius religio, eius res publica:sobre democracias múltiples»– fue presentado enel taller«Multiple Modernities and Global Postsecular Society», organizado por el Center for Religions and Political Institutions in Post-Secular Society, mayo de 2011, en Roma, ytambiénen laFifth International Critical Theory Conference,organizada en elJohn Felice Rome Center of Loyola University Chicago, mayo de 2012, así comoen la mesa redonda«Overcoming Postcolonialism: from the Civilizational Dispute to the Renewal of Dialogue»,en el marcodelReset/Doc Istanbul Seminars 2012.Una versión delcapítulose publicó como«From Multiple Modernities to Multiple Democracies», enRosati, M.yStoeckl, K.(eds.),Multiple Modernities and Postsecular Societies,Farnham,Ashgate,2012, págs.17-40.Me siento en agradecida deuda conMassimoRosati,KristinaStoeckl, PeterWagner,MatteoBortolini, EnzoPace,AlexanderAgadjanian, StefanoGiacchetti,GiulianoAmatoyRobertoToscanopor las muy interesantes y desafiantes cuestiones que me plantearon.

El capítulo6–«Multiculturalismo: ¿Negación o cumplimiento del liberalismo?»–se debatió en laescuela de verano sobre«Human Rights, Minorities and Diversity Management» organizada porla European Academy,Bolzano, en julio de2012,y se beneficióde los comentariosy las sugerencias deClaudioCorradetti –denuevo–,JosephMarkoyotrosparticipantes.

El capítulo7–«Más allá dela nación:gobernanza ydemocraciadeliberativa»–nació comoun documento para laconferencia sobre «Governareillavoroe ilWelfar attraversolademocraziadeliberativa»,CNEL, Roma,octubre de 2006, y se revisó tras las discusionescelebradasen variasocasiones posteriores, incluida una conferenciasobre «Laliberal-democraziatraglobalizzazioneegovernance»en la Universidad dePalermoen 2007,y un taller sobre«Justice and Governance in the International Community»,en el24th IVR World Congress, Pekín,2009.Muestro mi agradecimiento aquíaMarziaBarbera, NinoPalumbo, SalvoVaccaro,FrancescoRiccobono, LuigiFerrajoli, StefanoPetrucciani, denuevo,así como aJacobDahlRendtorffyAsgerSørensen.

El capítulo 8 –«Verdad, justificación y liberalismo político»– se presentó en la conferencia sobre «Filosofia e politica», Università Statale, Milán, 2009, y en una mesa redonda sobre «Verità e democrazia», organizada por laBiennale della Democrazia, Turín, 2009. Más tarde se debatió en la conferencia de Praga «Philosophy and Social Science»en mayo de 2010, en la conferencia «Verità in una società plurale», Università Ca’ Foscari, Venecia, en septiembre de 2011, y como conferencia en la Facultad de Filosofía de la Università Vita-Salute San Raffaele, Milán, 2011. El texto ha sido objeto de varias revisiones, impulsadas, entre otras razones, por las sugerencias ofrecidas por Antonella Besussi, Elisabetta Galeotti, Marco Santambrogio, Diego Marconi, Giacomo Marramao –de nuevo–, Ken Baynes, Maeve Cooke –de nuevo–, Nancy Fraser, Matteo Bianchin, Lucio Cortella –de nuevo–, Mario Ruggenini, Roberta Sala y Roberta de Monticelli.

Son muchos más, que los mencionados, los colegas y los amigosque hancontribuido ala configuración delas ideas presentadas eneste libro enel transcursode conversacionese intercambios,formalese informales,enpresencia directao por correo electrónico.Entre ellos,deseo dar las gracias aCharlesLarmore, BruceAckerman,SeylaBenhabib,FurioCerutti, ClaudiaHassan, VittorioCotesta, MassimoPendenza, IngridSalvatore, LuigiCaranti,MichelangeloBovero, FrancoCrespi, WilliamScheuerman, HartmutRosa yRainerForst.

Debo mencionar también a los dos revisores de la Cambridge University Press que han aportado sugerencias importantes para el enriquecimiento del manuscrito presentado originalmente y el ordenamiento de los materiales. Debo agradecerles verdaderamente las revisiones que han hecho porque han mejorado este libro, mientras que, obviamente, las deficiencias que todavía quedan siguen siendo responsabilidad mía.

Por último, doy las gracias a Manuel Cruz por haber creído desde el principio en el proyecto de este libro, por las importantes sugerencias ofrecidas en conversaciones de gran interés y por proponer con entusiasmo el libro para la colección «Pensamiento Herder», y a Raimund Herder, claro está, por haberlo aceptado rápidamente. Esto me permitirá mantener por mucho tiempo, espero, un diálogo enriquecedor con los lectores de habla española, iniciado ya en 2002 conAutenticidad reflexivay que luego prosiguió conLa fuerza del ejemploen 2008; un diálogo que espero continuar y profundizar en los próximos años. Mi agradecimiento especial también para Antoni Martínez Riu, por su esfuerzo por reflejar con exactitud en la traducción todos los matices de mi inglés al castellano, y por haber compartido conmigo dudas, consultas y pensamientos, que en algunos casos han dado lugar a una modificación del original.

Roma, abril de 2013

Introducción

La democracia es una forma personal de vida individual, [...] significa la posesión y el continuo uso de ciertas actitudes que forman el carácter personal y determinan los deseos y los propósitos en todas las relaciones de la vida. En lugar de pensar que nuestras disposiciones y hábitos se acomodan a ciertas instituciones, debemos aprender a pensar estas últimas como expresiones, proyecciones y extensiones de actitudes personales habitualmente dominantes.

JOHNDEWEY,

«Democracia creativa: la tarea ante nosotros», 1939.

El ideal democrático en política requiere sin más un gobierno por los gobernados.Democraciaen nuestro tiempo significa ciertamente algo que está más allá del gobierno delos muchoso de la multitud en cuanto se opone alos pocos,al mejor, o alúnico. Significa que la práctica política de un país no es correcta –la práctica no es la que debiera ser– a menos que, en definitiva, permita que la gente de un país se gobierne a sí misma.

FRANKMICHELMAN,

«How Can the People Ever Make the Laws».

Es propio de la democracia tender a la innovación, no al mantenimiento de la tradición: en esto reside la afinidad entre democracia yapertura. No hace falta decir que la democracia tiene también una tradición que le es propia, un canon, una constelación de formas, rituales y unéthosespecial propio. Sin embargo, su característica distintiva es la capacidad de emprender transformaciones, de abrirse a lo nuevo. Nacida en Atenas, donde unas decenas de miles de ciudadanos se daban a sí mismos las leyes a las que obedecerían, se convirtió en la forma de gobierno de las sociedades modernas que cuentan con decenas y centenares de millones de ciudadanos, y pasó a ser una democraciarepresentativacon el fin de poner remedio a la evidente imposibilidad de reunir físicamente eldemosen una misma plaza.

Hace ya algunas décadas, prácticamente ayer dada su historia de dos mil años, la democracia se ha convertido en un régimen sin antagonistas, unhorizonteincuestionable compartido por todas las sociedades del mundo occidental.1Paradójicamente, como veremos, esta transformación sucede en un tiempo en el que las condiciones sociales, históricas y culturales en las que funcionan los gobiernos con democracias ampliamente estables se vuelven cada vez másinhóspitasy en una época en la que, para muchos pueblos por todo el mundo, la democracia se ha convertido en una aspiración irrenunciable. Efectivamente, la democracia bien podría seguir la misma trayectoria que el Estado nación: surgido en Europa con la aparición de las monarquías absolutistas a partir de la fragmentación feudal del antiguo imperio romano, exportado a través del colonialismo y superpuesto a las variedades locales de asociación política, al cabo de cuatro siglos esta forma política se convirtió en la aspiración de todo movimiento de liberación anti o poscolonial de los regímenes autocráticos u oligárquicos; el último de esos Estados nación, nacido sin ningún tipo de presión exterior y que inicia ahora su vida política, es Sudán del Sur. Bien podría ser la democracia la próxima forma política que compartiera igual destino. Si llega a ser así, la democracia –aunque se la reduzca a la mínima idea de que votar es mejor que disparar y que son preferibles los votos a las balas– sufrirá ciertamente transformaciones con rasgos muy distintos de los que ahora nos son familiares.

El proceso histórico del que somos testigos puede interpretarse de varias maneras. Algunos lo han equiparado con el «fin de la historia»,2otros, con la democracia que se convierte en «emblema» o en un «significante vacío» que pierde el valor de ser símbolo de emancipación para pasar a ser instrumento de poder.3A decir verdad, el momento en que la democracia se convierte en unhorizonteseñala también el momento en que asoma el fantasma de las tendencias neo-oligárquicas en sociedades que ya son democráticas y el momento en que actitudes populistas antipolíticas ocupan el centro de atención.4Sin embargo, en este libro va a quedar como cuestión abierta decidir hasta qué punto tiene sentido caracterizar la situación de la democracia exclusivamente sobre la base de estos desafíos. La idea básica de este libro es más bien un intento de analizar los recursos internos de que dispone la democracia para enfrentarse a estas presiones no igualitarias y oligárquicas, y reflexionar sobre la manera en que, en el futuro, la democracia será capaz de permanecer fiel a su principio medular de autogobierno mientras va perdiendo de forma creciente ese anclaje en la nación, que tanto ha contribuido a su éxito en la época moderna, y mientras se enfrenta al reto de arraigar en contextos culturales en los que el valor de la autonomía individual no se considera primordial. La democracia tiene la oportunidad de convertirse en una forma política verdaderamente universal solo sidemocratizaciónno ha de continuar siendo sinónimo –como ha sido durante mucho tiempo– deoccidentalizacióny se abre realmente a la diversidad, en lugar de consistir simplemente en la exportación de las instituciones y las formas tradicionales de Occidente.

De este diagnóstico general –un tanto distinto de la frecuentemente proclamada «crisis de la democracia»– se sigue una doble tarea. Por un lado, han de identificarse los nuevos retos a los que se enfrentará la democracia del sigloXXIen los países en donde nació y se desarrolló más precozmente, a la vez que tendrá que explorar formas con las que salir al paso de estos retos. Por otro, es necesario entender el rumbo que irá tomando la democracia en su transformación, permaneciendo, no obstante, fiel a sí misma en estasnuevasáreas de expansión.

La democracia es coetánea del diálogo filosófico sobre política iniciado por Platón enLa república. Su historia es peculiar. Durante veinticuatro siglos y medio de los veinticinco que ha durado su desarrollo, y sobre todo hasta 1945, la democracia ha sido poco más queunade las diversas formas de legitimar el gobierno: el gobierno de «los muchos», en cuanto se opone al gobierno de «los pocos» o al de uno solo. En cambio, desde la Segunda Guerra Mundial –la última de las grandes guerras en las que las potencias occidentales han luchado unas contra otras, precisamente a través de una divisoria que relacionaba democraciaversusdictadura–, la forma democrática ya no se ha puesto en discusión en Occidente (con la excepción del tiempo que duraron los regímenes autoritarios en España y Portugal hasta los años setenta y de la junta militar en Grecia de 1967 a 1974), en la India y en Japón. Luego, a partir de la década de los años noventa, tres grandes oleadas democratizadoras barrieron áreas geográficas en donde antes la democracia nunca había arraigado con fuerza: Europa central y del Este, Latinoamérica, el sudeste asiático, Sudáfrica y recientemente, aunque en un proceso con final todavía abierto, el Norte de África y Oriente Medio.5Actualmente también en estas partes del mundo la democracia ha pasado a ser nounaforma, sinolaforma esencial de gobierno.

Que la democracia se haya transformado en un «emblema», hecho lamentado por los teóricos de la crisis de la democracia, o que se haya convertido en una insignia usada por el poder establecido para su propia legitimación, es, entre otras cosas, también síntoma de un éxito histórico extraordinario y del intrínseco y casi irresistible atractivo de la idea de autogobierno, una idea que puede movilizar a hombres y mujeres de todas las latitudes, aunque, indudablemente, este llamamiento casi universal acarrea de forma inevitable multitud de significados, no siempre congruentes, que hay que referir al significantedemocracia,término de ninguna manera vacío. Controvertido no significavacío,sino lo contrario, un exceso de significado que necesita ser tipificado.

La tarea fundamental de un filósofo político, que vive en un mundo globalizado en el que existen evidentes ventajas para cualquier régimen político con apariencia de régimen democrático –fácil acceso al crédito internacional, exclusión de las listas negras compiladas por organizaciones no gubernamentales (ONG) que luchan por los derechos humanos, intensos flujos de ingresos por turismo, mayor atractivo para la inversión de capital extranjero–, es definir qué significa que un régimen político sea considerado una democracia real.

Algunos optan por una estrategia procedimental. Conscientes de la casi ilimitada plasticidad de los marcos culturales anclados en las grandes religiones mundiales y que constituyen la base de los procesos políticos locales, estos teóricos afinan constantemente su instrumentario conceptual: tienen en cuenta criterios como el pluralismo de partidos, la confidencialidad del voto y la equidad electoral, la frecuencia regular de las elecciones, la formación de mayorías y de coaliciones, y su eficacia en el ámbito ejecutivo.6Otros en cambio, entre los que me sitúo yo mismo, consideran el criterio procedimental constantemente vulnerable al riesgo de unaemulación trivializadora:ningún parámetro es inmune a estar formalmente satisfecho y no por ello está sustancialmente privado de todo significado.

De hecho, incluso el nexo crucial entre elecciones y democracia se ha sometido a un estricto escrutinio crítico. Por un lado, se ha investigado la posibilidad de que pueda haber elecciones sin democracia, recordando las situaciones que han llevado a la Primavera árabe.7Por otro, en lasdemocracias prósperas y seguras,hace ya más de una década que se ha puesto en marcha una reflexión sobre el significado cambiante de la representación electoral, tomada como la coyuntura crucial de la vida democrática, debido a la presencia de oligarquías electivas, al carácterdecisivo de la financiación de las campañas y la promoción delos medios de comunicación, y a la menguante rendición de cuentas de los representantes.8En un tono más positivo, explorar las formas de representaciónno electoralesha llamado nuestra atención hacia el potencial democrático de formas derepresentación discursivay hasta derepresentación informal,basadas estas últimas, entre otros criterios, en la autenticidad o laincontaminacióndelos representantes.9Más en general, la necesidad percibida de repensar profundamente la representación proviene de comprobar que, en el mundo global actual, tiene cada vez menos sentido suponer que la representación política solo es real si es democrática, que solo es democrática si es electoral, y que solo puede ser electoral dentro de un Estado nación.10

Seguimos por ello, en este libro, una estrategia alternativa, a saber, intentamos que la definición de democracia dependa de la idea de unéthos democrático,que constituye la base de los aspectos procedimentales de la democracia y los anima, y al mismo tiempo, siendo como es un producto histórico conectado con contingencias evolutivas singulares, difícilmente puede ser reproducido a voluntad y sertrivialmente imitado.

La democracia es, pues, unéthosen función del cual se adoptan y se siguen ciertos procedimientos, y no simplemente el formato de esos procedimientos. El fragmento de Dewey, citado como exergo junto con la caracterización de la democracia de Frank Michelman, expresa esta idea de un modo contundente y preciso. Entre los intereses principales de este libro está el intento de identificar el perfil de esteéthosdemocrático y poner de relieve un aspecto del mismo, al que hasta ahora se ha prestado poca atención: la intrínseca relación de la democracia con la apertura como valor público. Más se añadirá sobre esto luego, en el capítulo 2, pero, antes de abordar las cuestiones normativas que plantea el hecho de repensar la democracia después de haberse convertido en un horizonte, es preciso tomar en consideración algunas tendencias a menudo expresadas con la frase «crisis de la democracia», y que sin duda delimitan el contexto de esta renovación.

La democracia, entendida como un régimen político, se inserta en el más amplio contexto de la sociedad. Montesquieu captó bien este punto, cuando enEl espíritu de las leyessugirió que la estabilidad de la democracia –en su modelo teórico solo una de las versiones de la «república»– va unida a la difusión de lo que él llamabavertu,y que podía entenderse como la cultura de dar prioridad al bien común por encima de los intereses particulares. Asimismo, Maquiavelo expuso de forma convincente que ninguna «república» podía florecer y conseguir estabilidad en un contexto en el que los ciudadanos no practicaran lo que él llamó elvivere civile. Estas reflexiones apuntan a la connotación equívoca que conlleva el genitivo «de» en la expresión «crisis de la democracia». Recurriendo a una metáfora botánica, podríamos decir que la democraciaen cuantorégimen político es como una planta que, permaneciendo idéntica en su dotación genética, florece y crece en un terreno fértil, pero está fatalmente condenada a marchitarse en un terreno árido. Nuestra atención necesita orientarse más hacia las cualidades del terreno que hacia la intrínseca debilidad genética de la planta democrática.

Hoy día tenemos razones para creer que el terreno –el más amplio contexto social, histórico, cultural y económico en el que han de desarrollarse las democracias del sigloXXI– se ha vuelto másinhóspito.

No empezamos desde cero en este análisis. Existe una abundante bibliografía, que no podemos contemplar en este momento, excepto para recordar la más concisa descripción de las condiciones contemporáneas inhóspitas para la democracia, con referencia al último tercio del sigloXX, presentada por Frank Michelman.11Menciona este autor:

a) la inmensa extensión del electorado, que llega a decenas y a veces a centenares de millones de votantes, que instila o fomenta una percepción de irrelevancia asociada a la propia participación en las elecciones –una percepción severamente puesta en cuestión por los «empates electorales» que han salpicado la primera década del siglo (BushversusGore en Estados Unidos, BerlusconiversusProdi en Italia y CalderónversusObrador en México)– y añade un incentivo de «ignorancia racional» por parte del ciudadano ordinario;12

b) la complejidad institucional de las sociedades contemporáneas –en las que los diferentes estratos de representación, del local al nacional, hacen difícil captar la relación entre el propio voto de uno y sus consecuencias políticas reales–, así como la complejidad técnica de las cuestiones políticas, que descorazona, además, la participación activa del personal profano en la materia y se entromete en la rendición de cuentas de los políticos electos;13

c) el mayor pluralismo cultural de las circunscripciones, típico de las sociedades en que los flujos migratorios se combinan con una cultura pública sensible a la apertura y al valor de la diversidad, que hace que el consenso sobre los valores políticos y loselementos constitucionales esencialessea más inestable y difícil de alcanzar respecto de las sociedades que son más impermeables a las inmigraciones o más inclinadas a aceptar la hegemonía pública de la cultura mayoritaria; una situación dehiperpluralismoqueuna nueva versión del liberalismo político deberá tener en cuenta tal como se expone más delante en el capítulo 4;

d) la cualidad anónima de los procesos de formación de la voluntad política, esto es, el surgimiento de una orientación y una opinión política extraídas cada vez menos de la interacción directa entre ciudadanos congregados en lugares públicos y que se reduce ahora casi exclusivamente a una simultánea, pero aislada, exposición a informaciones de todo tipo que provienen de los medios de comunicación o, en el mejor de los casos, a una exposición a esos mismos mensajes, pero dentro de pequeños grupos de igual mentalidad.14

Algunas de estas condiciones han generado importantes respuestas y corrientes contrarias, la más importante de ellas es la aparición de una «concepción dualista del constitucionalismo democrático». Según este modelo dualista, formulado en el volumenFoundations(1991) del trabajo en dos volúmenes de Bruce AckermanWe the People,en el inhóspito contexto de la sociedad actual tiene sentido aplicar el criterio clásico del «consentimiento de los gobernados», para evaluar la legitimidad de un orden político, solo en el aspecto «más elevado» de la ley y del marco institucional; es decir, en el ámbito que corresponde a loselementos constitucionales esenciales.En cambio, la justificación política de todos los actos legislativos, administrativos y judiciales de nivel «ordinario» o «subconstitucional» se concibe como fundada simplemente en la congruencia de dichos actos con el marco constitucional (obviamente, siempre que haya mecanismosde revisiónjudicial).15

A estas cuatro condiciones mencionadas por Michelman vale la pena añadir una quinta, que arraiga también en el contexto histórico del último tercio del sigloXX. A saber, los mismos flujos migratorios que han aumentado el pluralismo de la sociedad han contribuido, asimismo, a producir una ciudadanía menos inclusiva y más selectiva. Las democracias contemporáneas se alejan cada vez más de la imagen canónica de una comunidad política de libres e iguales que abarca a todos los seres humanos que viven en un mismo espacio político. En lugar de ello, se parecen cada vez más a las antiguas democracias, constituidas por ciudadanos que decidían sobre el destino de habitantes de diferentes clases y el de los esclavos.En el grupo de los que viven dentro de los límites deun Estado nación democrático contemporáneo se incluyen ahora muchos que no son en absoluto ciudadanos: residentes extranjeros, inmigrantes en espera de residencia legal, extranjeros irregulares sin oportunidad alguna de convertirse en residentes, refugiados, gente esclavizada por redes de tráfico de personas...

Esto ya es historia. Han surgido nuevas condiciones, posiblemente incluso más inhóspitas. La lista requiere cierta actualización, y este ejercicio nos ayuda a destacar el elemento de verdad en la equívoca tesis de la «crisis de la democracia».

Entre lasnuevascondiciones inhóspitas, que promueven una desdemocratización de las sociedades democráticas, podemos sin duda incluir el predominio de las finanzas en una economía capitalista (un factor que aumenta aún más la dificultad, por parte del gobierno, de controlar el ciclo económico), la aceleración generalizada del tiempo social, la tendencia inducida por la globalización a la integración supranacional, la transformación de la esfera pública debido a las dificultades económicas de los medios tradicionales de comunicación, el uso generalizado y a gran escalade las encuestas de opinión y su influencia sobre la percepción dela legitimidad de las actuaciones del ejecutivo.

La democracia ha mantenido siempre una relación ambivalente con la economía capitalista, pero es un hecho innegable que la democracia representativa moderna se estabiliza y florece solo en combinación con una economía capitalista. Durante las últimas tres décadas, sin embargo, el capitalismo ha emprendido una significativa transformación que ha revivido los rasgos de la brutalidad típica de las fases primitivas del capitalismo en la irrupción de la revolución industrial. El valor del trabajo ha ido disminuyendo en Occidente en las últimas décadas y este proceso, vinculado a su vez tanto a la racionalización técnica como a la disponibilidad de un mercado de trabajo global, ejerce un impacto social que va mucho más allá de las relaciones industriales o incluso del conjunto de la esfera económica.16Probablemente, estamos siendo testigos del declive terminal del trabajo asalariado en cuanto generador de riqueza y de prestigio social también en el sector terciario, entre los trabajadores de cuello blanco. Y no es solo que disminuya la gran industria manufacturera –Detroit ha recibido los ataques más insidiosos de Wall Street, no de la oposición de los sindicatos–, sino que, en líneas generales, el predominio del capital financiero en la economía inclina la balanza a favor del capital y la renta, y reduce de forma inmisericorde los ingresos, la riqueza relativa, el poder adquisitivo y, en consecuencia, también la influencia política de la clase media asalariada. El trabajo asalariado se hace flexible, precario, mal pagado, subcontratado y externalizado, y pierde también su representación histórica: pierde cada vez más la protección de los sindicatos y pierde, asimismo, la capacidad de alcanzar consenso en sus demandas. El espacio público queda en manos de gerentes de alto nivel, profesionales de primer orden, estrellas de las bellas artes, del mundo del espectáculo y del deporte, cuyos ingresos alcanzan niveles espectaculares sin relación alguna con la realidad cotidiana del resto de los trabajadores comunes.

A partir de la década de los años ochenta, las finanzas parecen ser más capaces de generar riqueza que la producción y la fabricación en general, y sus instrumentos se vuelven cada vez másvirtuales,desconectados de todo punto de referencia conmensurable y material delmundo real.Una empresa vale lo que vale el total de sus acciones, pero el valor de sus acciones es función de la plusvalía esperada que pueden generar a corto plazo. En la bolsa italiana de Milán, en unos pocos meses las acciones deFIAToscilaron entre los cinco y los 14 euros, solo en relación con el potencial percibido de crecimiento a corto plazo, mientras que obviamente el valor total del capital líquido deFIAT, los productos enstock,las plantas de producción y los inmuebles permanecían más o menos constantes. Parafraseando a Charles Horton Cooley, gran teórico social y colega de George Herbert Mead, estaríamos tentados en decir que el valor de una acción en el mercado de la bolsa es la fantasía que desarrolla la gente sobre el crecimiento potencial de su valor. No es casualidad que algunos cambios trascendentes en la bolsa se expliquen por los giros positivos o negativos delsentimiento.También en este sentido es Wall Street y no laeconomía realel que dirige el cotarro: las burbujas y su estallido son totalmente creación suya, primero la burbuja de laspunto.com,luego la crisis de las hipotecassubprime.No es difícil detectar aquí otra condición inhóspita más para la democracia contemporánea, en especial considerando que solo desde la era del New Deal ha habido gobiernos democráticos que han sabido frenar el ciclo clásico de expansión y recesión capitalista, y teniendo en cuenta, además, la diferencia crucial que separa este contexto del nuestro. Roosevelt hizo frente a una crisis económica que nació en casa y que pudo solucionarse en casa, mediante una legislación adecuada del Congreso, apoyado en un amplio consenso popular sobre la protección y las necesidades del trabajo. El presidente Obama se enfrenta a una crisis económica que proviene de las burbujas generadas por Wall Street, pero su solución ya no depende únicamente de la legislación del Congreso, en apoyo de la cual no se prevé ningún consenso predominante y que requiere, además, una cooperación internacional que su gobierno solamente puede suplicar.

En segundo lugar, también la aceleración del tiempo societal contribuye a una verticalización de las relaciones sociales y políticas. En todos los campos de la vida social se dispone cada vez de menos tiempo para la deliberación, el compañerismo, la consulta. Un partido político, una empresa global del sigloXXI,pero también unaONGque quiera mantenerse al día y ser visible en una esfera pública superpoblada, la redacción de un periódico que desea no quedarse atrás en la lucha con la competencia, han de tomar partido, han de manifestarse, vender e invertir, aprovechar al máximo la oportunidad de ser visibles, publicar la noticia antes que los competidores en un mundo en el que el tiempo es el «tiempo real» de Internet.A su vez, este proceso pone el mayor énfasis en la capacidad de reconocimiento, en la discrecionalidad y, básicamente, en la autoridad del líder político, del director gerente, del coordinador, o del redactor jefe, independientemente de los esfuerzos organizativos que determinadas culturas políticas institucionales corporativas puedan realizar en dirección opuesta.17Está más allá de la capacidad de la democracia rebajar eltempode la vida social en la época de Internet y de la conectividad global en tiempo real, pero la democracia deberá enfrentarse al desafío de neutralizar de alguna manera las implicaciones verticalizadoras, quizá incluso autoritarias, de la aceleración.18

En tercer lugar, la globalización de la economía financiera y la creciente incapacidad del Estado naciónpromediode salir al paso de estos retos tan globales como son las oleadas migratorias, el terrorismo y el crimen organizado, el cambio climático y la seguridad internacional alimentan conjuntamente una poderosa tendencia a la integración supranacional de países con historia, cultura, tradiciones y situación geopolítica más o menos parecidas. A menudo se cita a la Unión Europea como líder ejemplar en un proceso que luego se ha reproducido con los nombres deANSA, Mercosur, Ecowas, etcétera. Este proceso, saludado por muchos como un bienvenido comienzo de una tendencia a superar la fragmentación política del «mundo» en 193 entidades estatales, confronta de hecho la democracia con la necesidad de resistir, en formas que todavía han de ser investigadas, a la disolución del nexo existente entre una nación, un aparato estatal, un mercado nacional y la cultura común, la lengua y las memorias del pasado, que han sido la base de su florecimiento en el sistema moderno westfaliano de los Estados nación. Como señaló Habermas, hace ya algo más de una década, hoy los Estados están inmersos en la economía global y ya no son las fronteras estatales las que delimitan las economías nacionales.19Este hecho irreversible de la historia mundial reclama nuevos modelos de coordinación e integración entre los Estados existentes, y estos nuevos modelos a su vez dejan en el foro de la filosofía política palabras clave comogobernanza–en cuanto podemos distinguirla del clásico gobierno–,soft law,mejores prácticas, comparación referencialypresión moral. En este contexto, ha de clarificarse todavía qué forma será asumida por la autoría legislativa de los ciudadanos; es decir, ese ideal de acatar las mismas leyes que uno mismo ha contribuido a hacer, que constituye el rasgo definitorio de la democracia en toda la diversidad de sus manifestaciones, desde la democracia directa de Atenas a la democracia representativa de Westminster.

En cuarto lugar, la esfera pública de las sociedades democráticas está atravesando otra poderosa mutación apenas unas décadas después de aquella «transformación estructural» descrita por Habermas en su obra pionera de 1962, tratada de nuevo posteriormente enFacticidad y validez.20Por un lado, la audiencia atomizada de los grandes medios de comunicación generalistas (radio y televisión) experimenta nuevas formas de incipiente reagrupación bajo el efecto de los nuevosmedios sociales:Facebook, Twitter,blogs,etcétera. Ahora el flujo de la comunicación se dirige a decenas, quizá a unos cuantos centenares de personas englobadas en redes sociales, que a su vez están conectadas una a otras por los medios de comunicación. Estas redes, a su vez, ya no están constituidas por átomos, sino por moléculas sociales formadas por individuos interrelacionados. El rol de loslíderes de opiniónque filtran la comunicación y orientan su descodificación vuelve a ser relevante una vez más. El gran vacío existente entre las poderosas y económicamente carísimas emisoras y una plétora de receptores individuales dispersos y pasivos comienza a mostrar signos de haberse llenado. En la llamada «web 2.0», losblogs,las redes sociales particulares y hasta loswebmastersindividuales disfrutan de un potencial mucho mayor porque sus mensajes llegan a la misma amplia audiencia que antes solo estaba al alcance de las grandes empresas de radiodifusión. Pero, por otro lado, la disponibilidad de información en la web está contribuyendo a una masiva y poderosa crisis de la prensa de calidad. Los periódicos siempre llegan tarde a la hora de vender noticias ya conocidas, que pueden obtenerse con más rapidezy gratis en la red. La respuesta adaptativa, por parte de la prensa de calidad, ya ha sido ampliamente investigada por estudiosos delperiodismo y de los medios de comunicación de masas: los diarios tienden a parecerse a semanarios y a ofrecer comentarios cualificados sobre las noticias que ya circulan por la red. Perola demanda debuenos comentariosse exige bastante menos que lade noticias frescas, y a esto se debe tanto el declive en las ventas de los periódicos de calidad como su menor atractivo en el mercado publicitario. De ahí que la democracia en el futuro tendrá que contar con una esfera pública y con procesos de formación de la opinión pública que estarán influidos por esas nuevas tendencias y transformaciones.

Por último, una dimensión totalmente aparte en esta transformación de la esfera pública la constituye el uso cada vez más extenso de las encuestas de opinión para medir la popularidad y el consenso que bendicen las iniciativas políticas del gobierno. ¿Por qué ha de representar esta tendencia una potencial alteración del orden democrático? Consideremos la percepción de la legitimidad de un jefe del gobierno –un presidente o un primer ministro– antes y después de la invención de las encuestas por muestreo y su uso masivo. Antes, la legitimidadpercibidase vinculaba básicamente a los últimos resultados electorales. Su variación entre dos elecciones generales era objeto de meras suposiciones y polémicas entre bandos opuestos. En cambio, ahora, gracias al uso masivo y regular de las encuestas, la legitimidad percibida de un líder adopta el modelo fluctuante de la bolsa de valores: aumenta o disminuye en función de diversas variables, exhibe diferentes grados de intensidad según el tipo de políticas perseguidas, despliega tendencias ascendentes o menguantes, cae de repente y se recupera. Estas oscilaciones percibidas en tiempo real confieren distintos grados de fuerza y credibilidad a las acciones del ejecutivo y sobre todo hacen que los demás poderes reaccionen de forma distinta –alterando así básicamente el mecanismo delos pesos y contrapesosestablecidos– a las iniciativas del ejecutivo al margen de la legalidad y de los límites jurisdiccionales. Por ejemplo, una actuación decidida en el filo de las prerrogativas jurisdiccionales, así comola respuesta de los demás poderes, es de un tipo si dicha acción laemprende un jefe de gobierno que goza de un 65 por ciento de respaldo, y de otro tipo muy distinto si las encuestas muestran un consenso por debajo del 50 por ciento, aun en la hipótesis de que el último resultado electoral hubiera permanecido manifiestamente invariable. Sobre esta alteración del perfil y del peso de la legitimidad democrática en Estados Unidos, el primer país que experimentó el uso regular y generalizado de las encuestas de opinión, ha escrito ilustradoras páginas Bruce Ackerman enThe Decline and Fall of the American Republic.21Por último, esta situación se vuelve más problemática aún si se la considera en conjuncióncon el fenómeno de la aceleración social: los gobiernos tienden acomprometerse solo con políticas que tiendan a generar buenos resultados en las encuestas de opinión y no pueden permitirse el lujo de sufrir un desgaste pensando en una –en el fondo incierta– recuperación en el más lejano futuro.

Estas tendencias muestran que los sistemas de gobierno democráticos tal como los hemos conocido en las sociedades modernas deberán desarrollar nuevas formas de adaptación a un entorno social bastante más desfavorable. No obstante, aunque en nuestras sociedades puede ser sugerente hablar de «crisis de la democracia», la democracia constituye una esperanza para enormesregiones del mundo. Áreas enteras del mundo –Latinoamérica,cuando desaparecieron sus dictaduras; la Europa postsoviética apartir de 1989; los países de la Primavera árabe de 2011– nopedían sino una transición de los regímenes autoritarios bajo los cuales habían languidecido a nuevos regímenes próximos a una democracia plena. Incluso en aquellas partes del mundo en donde ha prevalecido la democracia y que ahora parecen estar amenazadas por tendencias neoelitistas, también allí el diagnóstico más apropiado se expresa en términos de los desafíos a los que la democracia puede responder confiando en sus propios recursos; el primero y más importante de ellos es su intrínseco potencial para la reflexividad y la autotransformación.

Algunos de estos desafíos, típicos de una democracia que se ha vuelto ahorahorizonte,serán tratados en este libro desde una perspectivanormativa. El objetivo de la filosofía política no es describir la realidad política u ofrecer un relato de la sucesión de las distintas concepciones políticas, tareas mejor tratadas por la ciencia política y por la historia del pensamiento político. El propósito de la filosofía política es más bien aportarpiedras de toque,puntos de referencia o normas, lo más adecuadas posible, con la convicción de que adoptar una mala norma nos condena fatalmente al fracaso, aunque la apliquemos con total discernimiento y prudencia. El proyecto estético de escribir una novela en la que elincipitde cada capítulo coincida con la frase que cierra el capítulo anterior está intrínseca e inevitablemente condenada al fracaso, ya que el primer capítulo no puede satisfacer esa exigencia. De igual manera, si diseñamos un sismógrafo tan sensible que indica un terremoto cuando el ferrocarril suburbanocircula por debajo de nuestra casa, o que, al contrario, registra solouna débil sacudida mientras se desmoronan edificios y se abren enormes grietas, no habremos hecho un buen servicio a quienes han de usar el instrumento. Por ello, el debate sobre los estándares normativos nunca es inútil en filosofía política.

Este planteamiento normativo de la filosofía política se refleja en el capítulo 1, en el que se plantean preguntas que pocas veces surgen en los debates sobre política y sobre democracia, y a las que menudo se les da respuestas estereotipadas y poco imaginativas. ¿Qué es política? ¿Cómo hay que entender suautonomía?La política se diseñará conceptualmenteantes deconvertirse en una actividad rutinaria –la actividad de gestionar instituciones y organizaciones de relevancia pública ya formadas–, y se argumentará que, en general, es la actividad depromocionar, con resultados supuestamente vinculantes, o al menos influyentes en todos, la prioridad de ciertos fines públicamente relevantes por encima de otros que no pueden perseguirse al mismo tiempo.Esta actividad es tan compleja que requiere una combinación de paradigmas filosóficos para poder ser comprendida de forma adecuada: los paradigmas de discurso, juicio, reconocimiento y donación. Partiendo de esa noción de política, ¿qué se entiende por política democrática en su máxima expresión?

Se sostendrá que la política democrática en su máxima expresión es aquella en la que la prioridad de ciertos fines por encima de otros se establece de forma consensuada a partir debuenas razones que mueven la imaginación. Los escenarios de política doméstica e internacional abundan en proyecciones imaginarias que provocan entusiasmo sin apoyarse en ningún tipo de buenas razones o, a la inversa, en anodinas buenas razones que no movilizan a nadie; un contraste en el que a menudo se refleja el choque entre la derecha y la izquierda. Entender el mundo es el primer paso para cambiarlo. Incluso la undécima tesis sobre Feuerbach de Marx no excluye, sino quepresupone,que para cambiar el mundo hay que empezar entendiéndolo de otra manera. No puede haber política alguna democrática, progresista ytransformadoraque no recurra a la capacidad de la imaginación para motivar, dotándola de buenas razones. Si falta esta ejemplar combinación, quedaremos a merced de las anodinas razones de la acción administrativa rutinaria que no movilizan a nadie o a merced del entusiasmo delirante de la imaginación populista.

En el capítulo 2 se habla de la naturaleza deléthosdemocrático o delespíritu de la democracia. En un mundo en el que se describen a sí mismos como democráticos muchos más regímenes de los que lo son realmente, la diferencia entre democracias reales y falsas no se describe quizá tan claramente por la referencia a las normas como por eléthossubyacente en las instituciones, la sociedad civil, los ciudadanos. Tal como aprendimos de Max Weber, el capitalismo en sentido genérico, como disposición a buscar el beneficio mediante la especulación ocasional, se distingue radicalmente de una actividad empresarial inspirada por el «espíritu del capitalismo». Recurriendo a esta idea, ¿cómo podemos caracterizar elespíritu de la democracia?Lacultura de la democraciaha sido ampliamente investigada por el pensamiento político moderno: la tradición aceptada ha puesto la atención en la virtud republicana, o la pasión por el bien común, en la pasión por la igualdad y en la pasión por el individualismo como bases eficientes de una democracia estable y floreciente. Diversas propuestas se discutirán para ampliar esta concepción tradicional deléthosdemocrático con nuevas virtudes, más acordes con la situación del sigloXXI: la idea de Taylor de una disposición para elagápe,la sugerencia de Derrida de unéthosde hospitalidad, la «generosidad presuntiva» de White, enraizadas en la figura ontológicamente débil de la presciencia de la mortalidad. Tras tratar de los elementos problemáticos en todas esas sugerencias, se avanzará una propuesta alternativa para enriquecer nuestra comprensión deléthosdemocrático, que descansa en el nexo entre democracia y pública propensión o pasión por laapertura.Este término entraña una actitud de receptividad ante lo novedoso, de exploración de nuevas posibilidades de formas de vida, de horizonte histórico, de configuración social, una actitud de la que la noción de Popper de «sociedad abierta» representa solamente una versión reducida y hasta cierto punto equívoca.Lo opuesto a esta propensión a la apertura es la tendencia a percibir lo nuevo siempre como potencialmente peligroso, subversivo, inquietante o amenazador, o un anhelo de continuidad a toda costa y el tener la certeza de que nada puede cambiar. También en este caso, nuestra reflexión se refiere implícitamente a la distinción entre derecha e izquierda, progresismo y conservadurismo, y combina estos conceptos con los de apertura y cierre. El éxito del neoliberalismo se relaciona de alguna manera con el nexo entre democracia y apertura: las fuerzas políticas progresistas pueden prevalecer fácilmente sobre el conservadurismo cerrado, pero encuentran grandes dificultades cuando se enfrentan a un conservadurismo que se apropia el poder evocador de la apertura y describe a la izquierda como defensora de la actitud cerrada. No habrá ninguna evolución progresista de la democracia, y quizá tampoco ninguna defensa exitosa contra las actuales y ubicuas tendencias desdemocratizadoras, si las fuerzas progresistas no recuperan su capacidad de aprovechar esa sensación de apertura que resulta crucial para la democracia y que de manera tan eficaz se reflejó en el New Deal de Roosevelt. El debate sobre democracia y apertura se completa con ciertas observaciones sobre la necesaria distinción entre apertura democrática, por un lado, y dispersión destructiva ofalsa apertura,por otro.

Los cuatro capítulos siguientes tratan diversos aspectos del pluralismo y de la renovación del liberalismo político que los teóricos políticos se ven obligados a abordar justamente por la nueva situación de hiperpluralismo. No hay democracia sin pluralismo. Con todo, ¿cuál es la concepción de pluralismo más apropiada a una forma de democracia entendida ahoracomo horizontee intrínsecamente relacionada con la apertura? El capítulo 3 comienza con una breve reconstrucción de tres relatos aceptados sobre el surgimiento de la secularización: el relato político de la expansión de la tolerancia y de la neutralidad religiosa debido a las guerras de religión, el relato sociológico de la privatización de la religión y el relato fenomenológico de la aparición del «marco inmanente» recientemente propuesto por Charles Taylor. Estos relatos, aunque diversos por sus supuestos y sus objetivos, tienen un punto de intersección: vivir en un mundo secular significa aceptar la necesidad de reconocer la legitimidad de por lo menos algunas maneras distintas de entender la vida, la justicia y el bien. La pregunta entonces es ¿sobre qué bases? ¿Por qué hay que aceptar el pluralismo? El pluralismo en cierto aspecto puede compartir en la actualidad el sino de la igualdad: así como nosotros en círculos liberal-democráticos ahora, a diferencia de los primeros tiempos del liberalismo, tendemos frecuentemente a suponer garantizada la obligatoriedad de la igualdad y centramos los debates en lo que estaimplica,de igual manera las razones en que se funda la aceptación del pluralismo pueden a menudo quedar fuera de la discusión pública.

Los liberalismos perfeccionistas han respondido a menudo al desafío de justificar la aceptación del pluralismo, en el pasado, postulando latoleranciao, según otras versiones, laautonomíade la conciencia individual, como valores fundamentales. Esta respuesta genera probablemente un tipo demonopluralismo,que encontramos en el meollo de esas actitudes liberales que nos urgen a abrazar una postura pluralista ante todas las concepciones morales razonables, pero presupone paradójicamente la existencia de solo un conjunto de razones válidas para aceptar el pluralismo. En la parte restante del capítulo 3, se explora un nuevo tipo depluralismo reflexivo,que, al estilo de lo que hace Rawls, se aplica primeramente el punto de vista pluralista a sí mismo, ofreciendo diversas justificaciones para poder aceptarlo. Este tipo reflexivo de pluralismo depende en gran medida de la forma de argumentar que Rawls llama «conjetural».

En consonancia con la propuesta de diversos argumentos para su justificación, el pluralismo reflexivo adopta la justificación inmanente como metodología principal, es decir, argumentos que proceden de las categorías morales centrales inmanentes en una determinada concepción comprehensiva y derivan de ellas una total aceptación de la legitimidad de otra concepción comprehensiva, así como el compromiso de no imponer los aspectos controvertidos de la propia concepción mediante leyes. Llevaremos a cabo una aplicación exploratoria de esta defensa inmanente del pluralismo en relación con las tradiciones cristiana, judía e islámica.

El capítulo 4 comienza donde termina el anterior. ¿Qué sucede cuando los argumentos conjeturales no pueden convencer a las minorías de que reconozcan los «valores políticos», acepten el pluralismo y se unan al consenso constitucional existente? ¿Nos veremos entonces lanzados a la oscura alternativa de decidirnos por un tipo deopresión liberal-democrática,por así decir, sobre las minorías recalcitrantes o ser testigos impotentes del retroceso de todo el régimen político a unmodus vivendi en el mejor de los casos? Se argumenta que esta incómoda alternativa es el producto de una suposición acrítica y carente en realidad de fundamento, que muchos atribuyen aEl liberalismo políticode Rawls, a saber, la suposición de que un régimen político avanza homogéneamente y como hecho de una sola pieza por el conflicto religioso, luego el modus vivendi, luego el consenso constitucional y finalmente el consenso entrecruzado. Esta interpretación errónea está en parte inducida por el sumamente estrecho abanico de concepciones comprehensivas que, enEl liberalismo político,Rawls intentó conciliar con una misma concepción política de la justicia: básicamente, las tradiciones que proceden de Locke y de Rousseau.

Una condición inicial alternativa, llamada «hiperpluralismo», la que mejor refleja las actuales condiciones en las que opera la democracia en la sociedad del conocimiento del sigloXXI,se delinea luego en el capítulo y se postula comoel reto fundamental al que debe dar respuesta un liberalismopolítico renovado. El interés por el hiperpluralismo y la manera adecuada de entender su relación con la democracia es un tema del que tratan también, con un vocabulario distinto, los teóricos de la democracia agonista. Prestaremos atención a los puntos de vista de Chantal Mouffe, William Connolly, James Tully y Ed Wingenbach intentando desembarazarse de la controvertida asimilación entre liberalismo político y la serie de ideologías que tratan de «domesticar la diversidad» y moralizar la exclusión hegemónica de los no razonables –una asimilación que a menudo pierde de vista la distinción entre el ejercicio legítimo del poder y el arbitrario– de los esfuerzos constructivos por ampliar el método del liberalismo político y capacitarlo para enfrentarse al desafío propuesto por divisiones culturales más profundas que las contempladas por Rawls. Se tomará en consideración la un tanto paradójica dimensión no consensual propia del acuerdo, puesta de relieve por Tully, para destacar ciertas zonas problemáticas en la concepción de Rawls del consenso entrecruzado, detectables sobre todo en su análisis del «blindaje estructural» de los derechos fundamentales. La noción agonista de Wingenbach según la cual el conflicto en torno a los principios básicos no puede erradicarse nunca por completo de un régimen político liberal-democrático se examinará como punto de partida para contemplar maneras de capacitar al liberalismo político a responder con mayor efectividad al hiperpluralismo, sin ofrecer flancos a la imputación de inmunización excluyente de los elementos constitucionales esenciales.

La discusión sobre estrategias filosóficas para tratar del hiperpluralismo se completará con el examen de algunas sugerencias no agonistas, propuestas por Lucas Swaine y Mark Rosen. Mientras que el primero intenta desarrollar lo que yo denomino un argumento conjeturalpaspartú(esto es, no específico), bueno para todas las concepciones religiosas, el segundo prefiere una estrategia no conjetural: aborda el hiperpluralismo explorando caminos con los que diseñar de nuevo la posición original para dar cabida dentro de ella también a los perfeccionistaslocales(y, según cabe suponer, parcialmente razonables).

Se argumenta que estos intentos diversamente útiles para renovar el liberalismo político son en última instancia víctimas de un supuesto no examinado que limita en exceso sus opciones. Ni los críticos constructivos agonistas del liberalismo político ni los liberales políticos que sugieren el conjeturalismopaspartúo que rediseñan la posición original manifiestan una clara conciencia de la falta de fundamentación del supuesto de que el régimen político liberal-democrático debe avanzar homogéneo y compacto por secuencias preordenadas de estadios: de la situación conflictiva (por lo general religiosa) almodusvivendi, del modus vivendi al consenso constitucionaly de este finalmente al consenso entrecruzado.

Se introduce luego mi propuesta para renovar el liberalismo político –elrégimen político democrático multivariado–, después de reinterpretar la idea de «estabilidad por las razones correctas» en función de la noción de mundoen cuanto entidad política, contenida enEl derecho de gentes. Así como el punto de vista de Rawls sobre «el mundo» incluye pueblos que se relacionan entre sí basándose en consideraciones de justicia y luego se relacionan conjuntamente con el resto de los pueblos, diversamente clasificados, sobre bases distintas (posiblemente unmodus vivendi), de igual modo podemos contemplar un tipode régimen político nacionalmultivariadoen el que la mayoría delos ciudadanos comparte un consenso entrecruzado sobre laestructura básica y los elementos constitucionales esenciales, y que luego se relacionan conjuntamente a la manera de un modus vivendi con minorías, cuyas concepciones comprehensivas se entrecruzan en un grado menor con las razonables, respaldando solo un subconjunto de los elementos constitucionales esenciales. En elrégimen políticodemocráticomultivariadotanto las relaciones por «consenso entrecruzado» como las de tipo «modus vivendi» coexisten simultáneamente entre los ciudadanos, igual como en el escenario global los pueblos liberales y decentes para formar una «sociedad de pueblos» actúan basándose en una razón pública, pero no agotando la totalidad de las relaciones políticas entre los pueblos del mundo. Se sostiene que en las casi ubicuas condiciones de hiperpluralismo el régimen político democrático multivariado es un recurso conceptual crucial para evitar que públicos liberal-democráticos caigan en la tentación de resignarse conformándose con la «estabilidad por las razones equivocadas» .

En el capítulo 5 se explora la relación entre democracia e hiperpluralismo desde otra perspectiva. La idea de definir la democracia más bien en términos de suéthospúblico subyacente y no en términos de procedimientos emulativos plantea una serie de preguntas: ¿puede haber más de una versión deéthosdemocrático, o el único auténtico es el que tiene raíces en el espíritu del protestantismo radical? ¿Puede haber una forma de democratización que no equivalga a una occidentalización? La respuesta a estas preguntas es crucial para quien desee entender qué perfil podría tomar la democracia si realmente se convierte en un horizonte para el mundo entero y no solo para partes cada vez más extensas del mismo, y cuáles podrían ser los diferentes caminos que puede seguir un régimen político decente para transformarse enliberal-demócrata. Recurriendo al paradigma de las «modernidades múltiples», se desarrolla una tesis paralela sobre «democracias múltiples». Después de investigar los presupuestos del paradigma, mediante la reconstrucción de las tensiones y las dificultades propias de los diferentes planteamientos del fenómeno de la Era Axial, con referencia a los trabajos de Weber, Jaspers, Eisenstadt, Bellah, Arnason, Wittrock y otros, se propone la idea de la modernidad como unasegunda Era Axialjunto con algunas observaciones sobre el estatus de una tardomodernidad o una posmodernidad como posible