El huésped - Isaac Bashevis Singer - E-Book

El huésped E-Book

Isaac Bashevis Singer

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Descubierto en 2018 por The New Yorker, este relato maravilloso describe sin complejos el destino, los traumas y las actitudes de los supervivientes del Holocausto. Reb Berish experimentó las dificultades de un inmigrante con una carretilla en el Lower East Side. Sobrevivió e incluso se retiró con una pequeña pensión, pero no "triunfó" en Estados Unidos como otros judíos de su generación. Morris Melnik, por otro lado, vivió una trayectoria histórica completamente diferente. Llegó a Estados Unidos en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, roto, sin esperanzas ni sueños, habiendo perdido a todos los que estaban cerca de él y experimentado las expresiones más bajas de la vida humana en la Tierra.

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Seitenzahl: 31

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Isaac Bashevis Singer

El huésped

Desde fuera llegaba el estruendo de un camión que no conseguía arrancar. Traqueteaba y jadeaba como si su alma metálica estuviera a punto de expirar. Los niños jugaban al béisbol y gritaban como locos. El aire que entraba por la ventana abierta olía a gasolina, a cebolletas y a los primeros días del verano. En torno a la luz del techo se arremolinaba un enjambre de moscas con un zumbido monótono. Por la ventana, adornada de cortinas holandesas, entró una mariposa y se posó en la mesa. Se quedó inmóvil, las alas plegadas, esperando con la calma fantástica de las criaturas cuya vida no dura más que un breve instante. Reb Berish Zhichliner, vestido con un manto de oración y unas filacterias, había ya terminado las plegarias de rigor, pero continuó entonando otras súplicas, aquellas que solo repiten los muy piadosos y los que disponen de mucho tiempo.

La barba de Reb Berish era blanca y la cara roja. Tenía cejas pobladas y bolsas dobles bajo los ojos. Habían pasado solamente dos años desde que se había jubilado de su negocio de retales. Durante cuarenta años llevó una carretilla por el Lower East Side y también por aquí, en Williamsburg. Había perdido a su esposa, a su hijo y a una hija mientras tanto. Otra hija vivía con un marido gentil en alguna parte de California. Nada le quedaba a Reb Berish salvo la pensión, una tumba en el cementerio que pertenecía a la Sociedad Sochaczew y un apartamento en la calle Clymer. Para no vivir solo, había acogido como huésped a un refugiado, un hombre que había sobrevivido a los campos, pasado una temporada en la Rusia soviética y después deambulado por medio mundo. Su nombre era Morris Melnik. Le pagaba quince dólares de alquiler todos los meses. En aquel instante todavía dormía en su habitación, que tenía una ventana que daba a la escalera de incendios.

Reb Berish lo había acogido movido más por la lástima que por los quince dólares. Morris Melnik lo había perdido todo: a sus padres, a sus hermanas y hermanos, a su esposa y a su hijo. Aun así, Reb Berish se arrepentía de haberle abierto su casa. Melnik era un insolente y un descreído, un libertino, una criatura obstinada. Hacía el payaso con las mujeres del vecindario. Mezclaba carne y leche en la misma comida. Volvía a casa a las dos de la madrugada y dormía hasta casi el mediodía. No rezaba, no respetaba el sabbat. En el instante en que Reb Berish empezó a entonar los Trece Principios de la Fe, Melnik entró en la habitación: un hombrecillo de rostro cetrino, como afectado de ictericia, y con unos pocos mechones aislados de pelo negro y gris que le coronaban la cabeza. Llevaba puestos un pijama rojo y unas zapatillas raídas. Aún no se había afeitado y en las mejillas hundidas tenía unas sombras negras. El mentón era puntiagudo, la nariz delgada y huesuda. Sus ojillos se ocultaban tras unas largas pestañas afiladas como agujas. A Reb Berish le recordaba a un erizo. Cuando abría la boca, exhibía una hilera de dientes repleta de empastes de oro.

—¿Todavía rezando, Reb Berish? —preguntó.

—Pues…

—¿A quién le reza? ¿Al Dios que hizo a Hitler y le otorgó la capacidad de asesinar a seis millones de judíos? ¿O quizás al Dios que creó a Stalin y le permitió liquidar a otros diez millones de víctimas? En serio, Reb Berish, no va a conseguir engatusar al Señor del Universo con un par de filacterias. Es un hijo de puta de primera categoría y un terrible antisemita.

—Pfui —contestó Reb Berish con una mueca—. Márchese.

—¿Hasta cuando vamos a seguir llorándole y cantando salmos? —prosiguió Melnik—. He visto con mis propios ojos cómo arrojaban a un judío con un manto de oración y unas filacterias a una zanja llena de mierda. Literalmente.