El humor de mi vida - Paz Padilla - E-Book
SONDERANGEBOT

El humor de mi vida E-Book

Paz Padilla

0,0
10,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 10,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

«En El humor de mi vida no esperéis encontrar una morbosa tragedia romántica de sufrimiento y dolor. Si era justo lo deseado, Shakespeare está al fondo del tercer pasillo, en el segundo estante a mano derecha. Aquí encontraréis un viaje en el que he aprendido sobre la vida, la muerte y sobre mí misma. Espero que lo disfrutéis y que, llegado el caso, os sirva de ayuda». PAZ PADILLA «Un libro maravilloso: he reído, he llorado y, sobre todo, he aprendido con él». RAFAEL SANTANDREU Nadie nace preparado para morir y muy pocas son las personas que finalmente realizan una adecuada preparación. Somos una sociedad que vive de espaldas a la muerte por puro terror. Rehuimos hablar de ella, nos prohibimos reflexionar sobre ella y negamos por sistema su existencia, por si, de esta manera, logramos evitarla. Asumámoslo, nacemos, crecemos, asistimos a un sinfín de sitios por compromiso a los que no queremos ir, algunos insensatos nos reproducimos y nos morimos. Esta concepción de la muerte como un proceso natural es algo que tiene muy presente Paz Padilla, quien ha tenido que afrontar en cuestión de meses la pérdida de dos personas irremplazables: su madre y el amor de su vida, Antonio. A través de la narración de su singular historia de amor, la humorista y presentadora comparte el trabajo personal de aceptación realizado para acompañar a su marido en sus últimos días. El amor se entremezcla con el humor descarado que la caracteriza para hablar de la muerte sin tabúes, sin pelos en la lengua y sin miedo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 243

Veröffentlichungsjahr: 2021

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorizaciónde sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

Citas en las páginas 176, 177, 178, 184, 188, 189, 190, 191, 193, 207, 208, 209 y 212 de la edición en papel, correspondientes a los capítulos 12 y 13, extraídas de: EL LIBRO TIBETANO DE LA VIDA Y DE LA MUERTE

©2002 by Rigpa Fellowship

©2021, Ediciones Urano, SAU

Traducción de Jorge Luis Mustieles.

 

Las citas de la AECC (Asociación Española Contra el Cáncer) han sido extraídas de www.aecc.es

 

Las menciones a Rafael Santandreu han sido autorizadas por el propio autor.

 

Las menciones a Enric Benito y a www.alfinaldelavida.org han sido autorizadas por el propio autor.

 

El humor de mi vida

© 2021, Paz Padilla Díaz

© 2021, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

 

 

© 2021del prólogo «Vivir, reír y aprender a morir», Enric Benito

© 2021del prólogo «Convertir nuestra mente en un Ferrari», Rafael Santandreu

© 2021del prólogo «Caminar desde el corazón», Verónica Cantero

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

 

 

ISBN: 978-84-9139-623-9

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

 

Créditos

Dedicatoria

Prólogo: Vivir, reír y aprender a morir por Enric Benito

Prólogo: Convertir nuestra mente en un Ferrari por Rafael Santandreu

Prólogo: Caminar desde el corazón por Verónica Cantero

El humor de mi vida

Introducción. Amor, muerte y humor

1. El largo y la larga

2. Veinte años no es nada

3. Sodoma y Maldivas

4. Con papeles

5. ¿Has oído lo mismo que yo?

6. No estamos preparados para morir

7. Primeros contactos

8. Solo sé que no sé nada

9. Mzungu

10. Tarzán

11. Negacionismo

12. El arte del buen morir

13. La nueva percepción

14. Doña Lola

15. ¡Qué lástima de ella!

16. Tes quiero may lof

Agradecimientos

Paz Padilla

 

 

 

 

 

 

A mi Antonio,

por su generosidad, su bondad,

su honestidad, su integridad,

su fuerza, su luz,

por hacerme sentir única,

por amarme tanto.

Contigo no le faltaba ninguna pieza al puzle,

eras perfecto.

 

 

 

 

La vida es una caja de sorpresas. En julio de 2020 me llamaron de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos pidiendo permiso para dar mi teléfono a alguien que insistía en querer hablar conmigo. Se trataba de una actriz que hacía pocos días acababa de perder a su marido, y conocía mis vídeos en YouTube. La intermediaria añadió de su cosecha que la pobre debía de estar muy afectada y suponía que pedía apoyo para su desconsuelo.

 

Se trataba de Paz, que me llamó al cabo de unas horas, y desde el primer instante desmontó la falsa alarma de «posible viuda desconsolada pidiendo apoyo para un duelo complicado». Con su voz cantarina, llena de energía y entusiasmo, lo primero que me dijo —acentuando y alargando la i— fue:

 

—¡ENRÍÍÍÍC!, cuántas ganas tenía de darte las gracias por lo muxo que m’has ayudado con tus vídeos pa podé acompañá a mi Antonio.

 

Me sorprendió su madurez, su vitalidad y coraje, y me alegré del cambio de perspectiva de «ayudar a alguien que estaba sufriendo» por la de poder compartir la experiencia que se da en estos momentos y que pocos llegan a descubrir.

 

Tuvimos una larga conversación en la que comprobé que Paz, acompañando a su amor hasta el borde del misterio que es el morir, había hecho un proceso personal que había cambiado su mirada sobre la vida. Estaba conmovida por ello e interesada en hablarlo con alguien que pudiera entenderlo.

 

Tras años viviendo estas experiencias a pie de cama, algunos hemos comprobado que el amor es más fuerte que la muerte, y que quien se acerca sin miedo y con amor a acompañar el proceso de alguien querido, a menudo se encuentra con el regalo de aprender directamente que la muerte no existe y sale transformado. Sufre lo que se ha llamado una metanoia, un cambio de perspectiva.

 

Cuando el que se va lo hace en paz, en la medida que estás conectado con él, puedes recibir esta herencia de sentir la continuidad de lo importante, la solidez de lo sutil y la inefabilidad de lo trascendente, y esta experiencia te cambia la vida.

 

Me pareció una maravilla que alguien con la energía, sensibilidad y potencial impacto social de Paz pudiera haber vivido este proceso. Y me alegré de haber podido ser de alguna ayuda.

 

Desde el principio, Paz ha tenido claro que lo que ha vivido y aprendido con esta experiencia no es algo que quiera quedarse solo para ella, y que lo quiere compartir, quizás por darse cuenta del sufrimiento que se asocia a la ignorancia tan extendida de algo tan importante como que la vida no tiene final.

 

Después de esta primera conversación tuvimos otras y en una de ellas me pidió algo que me volvió a sacar de mi zona de confort: me invitó a acompañarla en un programa de televisión que nunca veo, y traté de escabullirme diciéndole que mi hija no me lo perdonaría, ya que en casa somos más bien del ámbito académico y los programas de telerrealidad no tienen ningún prestigio. Su perseverancia me hizo ver que había algo en lo que ambos, Paz y yo, coincidíamos: en la necesidad de mostrar a la gente una nueva perspectiva del morir que nos llevará a una mayor comprensión del vivir. Y pasando por encima de mis reservas, acabé apareciendo en Sálvame Deluxe para apoyar a esta mujer —ya amiga—, cuyo coraje la llevó a mostrar públicamente, a los pocos meses de haber fallecido su marido, una manera sana, realista, constructiva y sin titubeos —a pesar del entorno en que se movía— de cómo afrontar una pérdida y salir con mayor sabiduría.

 

En otra de nuestras charlas, Paz me dijo:

 

—Quiero escribir un libro sobre mi experiencia.

 

Y supe —la intuición es la forma en la que me llega la verdad— enseguida que sería algo que valdría la pena y me aboné a hacerle el prólogo, y aquí me tenéis.

 

Vamos al libro. En primer lugar, gracias, Paz, por tu generosidad y tu coraje para mostrar al mundo tus recuerdos, reflexiones y experiencias, frecuentemente íntimas y siempre cercanas, auténticas y a menudo conmovedoras. Lo he leído casi de un tirón y me he conmovido, he sentido ternura —¡cómo me hubiera gustado conocer a tu madre!— y a veces se me ha puesto un nudo en la garganta, pero sobre todo he reído muchísimo.

 

Dicho esto, que es lo importante, pasando de lector a prologuista se supone que debo decir algo menos personal o más profesional sobre el libro y añadiré un par de cosas en este sentido.

 

Mari Paz: el relato es una de las formas de liberación de la tensión, y la descripción elaborada de una experiencia como esta, además de dar sentido a lo vivido, también muestra un camino —el que has transitado a través del dolor, el amor y el humor— que puede servir de guía para que otros aprovechen tu vivencia y que les va a llegar fácil y hondamente.

 

En el morir, como en otras situaciones graves de la vida, hay dos cosas que resultan útiles: el sentido común y el sentido del humor. El humor ayuda a aliviar la atmósfera, a situar el proceso de morir en su auténtica perspectiva y a desmontar la intensa seriedad de la situación.

 

Creo que el humor en la medida que es sabio y surge del amor nos transporta a un nivel de conciencia que relativiza la realidad, y supone una forma de inteligencia amorosa que nos conecta rápidamente con lo más íntimo de nosotros y nos abre para, suavemente, integrar el dolor, aceptar la pérdida y mantener la perspectiva de que somos más que nuestro sufrimiento. A través del humor, en los momentos difíciles, este nos ayuda a percibir que la vida que nos sostiene no se cierra con lo que ahora parece que nos arrastra o nos golpea, hay otra forma de ver y esta mirada se abre con la puerta de la risa, de la alegría, que no es incompatible, como bien dice Paz, con la tristeza propia del duelo.

 

Entre risas, bromas y cachondeo, Paz va colando pistas de cómo mantener el coraje y la confianza en mitad del aparente caos. Muestra cómo el sentido común y el sentido del humor son importantes, pero no son los únicos, y nos explica su atracción e interés por la meditación o nos deja perlas de sabiduría como: «La tristeza no es un antónimo de felicidad. No son incompatibles, no por estar triste no puede una ser feliz. La tristeza es parte natural del proceso del duelo y, como parte natural, debemos aceptarla, dejar de resistirnos».

 

Hay capítulos que me han parecido sublimes, no os perdáis el maravilloso discurso de Paz en el funeral de Antonio, ¡no me extraña que desde el otro barrio le mande su perfume! —¡Ya lo entenderéis cuando lo leáis!—.

 

Y nos comparte cosas que, desde una perspectiva estándar, es decir, de la de alguien que no ha sufrido o que no ha sabido integrar y trascender el sufrimiento, pueden parecer afirmaciones insólitas, como cuando dice: «Y este año he aprendido a celebrar la muerte. A no tenerle el más mínimo miedo. A aceptar el inevitable curso de la vida. A acompañar en su viaje a los seres queridos con amor. Un amor puro, blanco, inagotable. A quererme y cuidarme. A disfrutar del mínimo detalle de belleza y de bondad del presente inmediato. Y lo que la experiencia me ha enseñado es que, para aprender tanto, lo único que no puedes olvidar es reír».

 

Esto lo tenéis garantizado si empezáis el libro, espero, como desea Paz, que también os sirva para «reflexionar sobre la importancia de vivir, de lo efímero de nuestro paso por este mundo»; aceptar «que debemos prepararnos para nuestras venideras muertes».

 

A menudo me piden algún libro para alguien que ha sufrido una pérdida reciente sobre cómo elaborar el duelo, y lo que conozco y solía recomendar son del estilo de autoayuda, que estando bien no acaban de cumplir mis expectativas. Ahora sé qué libro les voy a recomendar: ¡¡ESTE!!

 

¡GRACIAS, PAZ, en nombre de todos los que vamos a disfrutar y aprender de esta experiencia que nos regalas!

 

DR. ENRIC BENITO

 

 

 

 

Desde niño he querido ser científico. Por lo menos desde que leí El origen de las especies, de Charles Darwin, a los catorce años de edad. Y nunca he creído en supersticiones, fantasmas ni milagros. Solo en lo que mis ojos pueden ver y mis sentidos, comprobar. Sin embargo, he tenido en mi vida la increíble oportunidad de saber que la magia existe. O algo muy parecido a la magia: el poder del pensamiento para modelar nuestra mente, nuestra vida emocional, nuestra felicidad.

 

El filósofo Epicteto, en el siglo I de esta era, nació esclavo. Sus padres eran esclavos y él fue vendido, siendo un bebé, a un nuevo amo que se lo llevó lejos, a la capital del imperio, Roma.

Enseguida se constató que el pequeño era superdotado. Aprendió a leer y escribir, solo, antes de los cuatro años y no dejó de dar muestras de genialidad nunca. Pero su mayor hazaña fue que, aunque esclavo, él estaba decidido a ser feliz.

 

Y así el pequeño Epicteto descubrió que la felicidad está en la mente y no en los hechos que nos acaecen. Suya es la frase: «No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede». Yo me dedico desde hace más de veinte años a ayudar a la gente a hacer ese mismo descubrimiento. A darse cuenta de que si le deja su esposa y se deprime no es porque le haya dejado, sino por lo que se dice después: «¡Dios, nunca volveré a ser feliz! ¡Qué horror, estoy solo!», etc.

 

Aunque parezca mentira, he visto, una y otra vez, que todo depende de nuestro diálogo interno, de nuestra valoración de lo que nos pasa. Y las personas más fuertes y felices, como Epicteto, saben que suceda lo que suceda, ellos podrán hacer cosas valiosas por sí mismos y por los demás. Su filosofía les hace inmensamente fuertes; muy armónicos; supercapaces de amar.

 

Cuando era joven, yo también —como muchos— me agobiaba por pequeñeces, tenía miedos irracionales y me quejaba sin parar. Pero tuve la fortuna de descubrir la psicología cognitiva —o del pensamiento— y desde entonces mi vida emocional no ha dejado de mejorar.

 

El año pasado, como Paz, tuve una pérdida importante. Falleció mi padre después de una larga enfermedad. Y durante tres días sentí una enorme pena: la mayor tristeza que he experimentado nunca. Pero al mismo tiempo fue una experiencia hermosa. Mis cuatro hermanos y mi madre estuvimos especialmente unidos. Mis amigos y familiares estuvieron allí. Y, dentro de mi corazón, sabía que a mi padre no le había sucedido nada malo. Juntos honramos su memoria y nos emplazamos para amarnos con el mismo amor que aprendimos de él. Y le dijimos un «hasta pronto» porque sabíamos que la vida pasa tan rápido que, en nada, estaríamos todos juntos otra vez.

 

Pasaron esos días y mi corazón estuvo de nuevo en forma y plenamente feliz. Pienso en mi padre muchas veces y hablo con él, y no siento pena ninguna. Al revés, alegría por haberlo tenido cerca tanto tiempo. Sé que de no haber sido por mi autoeducación emocional con psicología cognitiva no hubiese llevado tan bien su pérdida. Y esa es solo una de las maravillas que se consigue con esta magia llamada inteligencia emocional.

Y no solo es algo que me ha sucedido a mí. He recibido cientos de cartas de lectores de mis libros que me han relatado experiencias similares; personas que, tras educarse mentalmente, han visto un poco asombradas cómo enfrentaban la vida —y la muerte— de otra forma.

 

Con la filosofía personal correcta, la vida es muy fácil. Con los pensamientos adecuados, solo vemos abundancia y oportunidades. Con la actitud propia de los más fuertes y felices, todo es un juego apasionante. Pero antes hay que estudiar, conocer bien la mente y entrenarse para que funcione como un Ferrari.

 

Paz es una de esas personas que tiene un motor Ferrari en la cabeza. Tuvo una gran maestra, su madre, que le dio su primera licenciatura en inteligencia emocional. Pero luego supo inscribirse en todos los másteres que le ofreció la vida.

 

Ahora, en esta nueva etapa que le ha tocado vivir, Paz no se ha quedado atrás. Y ha aprovechado lo que el universo le ha enviado para aprender a amar todavía más.

 

Paz me encanta. Es inteligente, divertida, positiva, amorosa, bella y, encima, generosa. Tanto que no puede aguantarse de querer transmitir su alegría de vivir a los cuatro vientos. Y desde hace un tiempo, no deja de repartir el mejor regalo que podemos dar a los demás: una visión pletórica y radiante de la vida, una maravillosa filosofía del buen vivir.

 

Brindo por ella.

 

RAFAEL SANTANDREU Psicólogo y autor de Nada es tan terrible

 

 

 

 

Mari Paz Padilla nos está regalando un maravilloso tesoro, su experiencia de conexión profunda con el amor desde uno de los grados más elevados, el humor y la compasión.

 

Cuando conocí a Antonio en mi consulta era un hombre incrédulo y lleno de dudas con respecto a lo que le ocurría; eso sí, sabía perfectamente que a pesar de no estar muy convencido de lo que esas sesiones podrían influir en él, estaba dispuesto a hacer lo que Mari Paz le había dicho que hiciera, y por ese amor que sentían el uno hacia el otro aceptó comenzar conmigo un viaje que no sabíamos dónde iba a llegar y hasta cuándo sería.

 

Después de llevar un tiempo conmigo tratando su experiencia de vida, me dijo:

 

—Verónica, yo no sé muy bien cómo va esto, pero sé que me siento en paz, me siento tranquilo. —Ese fue un hermoso regalo, eso y la sonrisa que lo acompañaba.

 

Mari Paz Padilla ha conocido el dolor de ver cómo «el amor de su vida» se iba sin previo aviso, y también ha conocido el dolor de despedir a una madre, ha respetado ese dolor y lo ha aceptado de la forma más hermosa: abrazando el momento sin juicios, ni temores, sin comparaciones, ni deseos de que termine, simplemente ha permitido que ese dolor, al ser aceptado y escuchado, tomara la forma más elevada, AMOR, un amor que no se puede explicar, pero que te invita a celebrar la vida, te invita a reír, te invita a entender, te invita a compartir con otros para poder ayudarlos con su experiencia, te invita a la calma, pero, sobre todo, te invita a transformarte y continuar la vida desde una visión diferente, una visión más amorosa y plena, una visión de gratitud y paz.

 

Es para mí un honor y un regalo haber estado en la vida de Antonio, es para mí una bendición estar compartiendo camino con Mari Paz y haber sido testigo en palco principal de todo el proceso que ha vivido.

 

Lo que vais a encontrar aquí son lágrimas de amor, humor y valentía, así que preparaos el mejor sillón de casa para disfrutar de cada página de este libro.

 

VERÓNICA CANTERO

 

 

 

 

Isabel Allende nos dejó para la posteridad una entrevista realizada en la primavera de 2020, al inicio de la vorágine pandémica. En ella reconocía que uno venía al mundo a perderlo todo, y que cuanto más se vivía, más se perdía. Se perdía el miedo a ver morir a los padres y a la gente querida. También aseguraba que era un error vivir con temor por algo que aún no había ocurrido y que lo que debíamos hacer era gozar de lo que tenemos y vivir el presente.

 

La escritora chilena afirmó que cuando falleció su hija Paula, hace veintisiete años, le perdió el miedo a la muerte para siempre. Al verla morir en sus brazos se dio cuenta de que era como el nacimiento, una transición.

Algo tan obvio como difícil de aceptar. Dice la letra del famoso bolero que veinte años no es nada; sin embargo, dos mil veinte años —después de ver cómo fue 2020— algo sí que es.

 

El 2020 fue un año de pérdidas. Sin previo aviso, perdimos contacto físico, sufrimos pérdidas económicas, perdimos libertades de algún modo, perdimos trabajos, sin darnos cuenta, perdimos derechos, perdimos el tiempo, perdimos vidas humanas y estuvimos a punto de perder los papeles. Todo menos el miedo. Este no solo no se perdió, sino que parece haberse convertido en una epidemia paralela con una curva en pleno crecimiento exponencial, para la que no existe una vacuna antimiedo ni se la espera.

 

En cualquier medio de comunicación o reunión hemos oído cómo se catalogó el 2020, como un «año bisagra». Un año de profundos cambios en nuestras vidas. En mi caso, si hay que apodarlo como año bisagra, la bisagra es del tamaño de las que articulan la puerta de la catedral de Santiago de Compostela. Se hace constante referencia a la importancia de este «punto de inflexión» en nuestras vidas. Sin embargo, no nos hemos parado a pensar en la nula utilidad de un punto de inflexión si no va acompañado de un punto de reflexión. De una pausa, de un análisis, de una introspección.

 

Al principio no dejaba de oír «de esta saldremos mejores». La pandemia ha puesto de manifiesto el deseo latente generalizado de modificar un modelo socioeconómico injusto e insostenible, al que se le han visto las vergüenzas a las primeras de cambio. Si salir mejores como sociedad implica desarrollar una mayor consciencia colectiva y solidaridad con el prójimo, de momento vamos de culo. Una cosa es el deseo de cambio y otra la voluntad de cambio. Para que se produzca un cambio debe existir una voluntad de cambio real. Aparte del intento de anulación que el sistema convenientemente ejerce sobre nosotros por sistema —valga la redundancia—, el principal impedimento para el cambio individual sigue siendo el miedo. Vivimos con miedo.

 

Como algunas y algunos sabréis, en un breve espacio de tiempo de ese maldito año me tocó asumir dos enormes pérdidas imposibles de reemplazar: mi madre y el amor de mi vida, Antonio. No sé si por azar del destino o por la gracia de Dios —que está sembrao— tuve que enfrentarme al miedo más ancestral del ser humano: el miedo a la muerte.

En la conmovedora novela Paula, donde Isabel Allende relata su vivencia acompañando a su hija en su enfermedad hasta la muerte en sus brazos, escribió que lo que no dejaba para la eternidad escrito en el papel se diluía en sus recuerdos. Comparto con ella una idéntica desconfianza en la memoria. Han bastado solo más de cuarenta años de constantes despistes. Así que, debido al deseo, o mejor dicho, a la necesidad de salvaguardar este fragmento de mi vida, he decidido aplicarme su misma terapia y protegerlo del paso del tiempo sobre el papel. Para siempre, para mí y para quien lo requiera.

 

Amor, muerte y humor. De eso trata este libro. Tres palabras que escapan a las alambradas que los seres humanos nos empeñamos en construir en torno a ellas. Tres palabras destinadas a coexistir. Uno no se muere de amor, como se suele decir, se muere si no ama, y para poder morir sin miedo, es necesario amar la vida.

 

Tampoco puede negar nadie que el arma de seducción masiva más potente es la comedia. Nada genera un vínculo tan fuerte entre dos personas como reírse juntas de cualquier cosa, por estúpida que sea. De la misma manera que no se hace humor sin amar al ser humano, sin querer hacer feliz a otras personas, ni es posible hacerlo con miedo. No se puede reír con miedo. La manifestación del humor es una consecuencia directa de la inteligencia. Parte de una idea u ocurrencia del cerebro que provoca placer al mismo. Un sofisticado mecanismo evolutivo que el hombre ha desarrollado para esquivar los miedos instintivos. Cuando logramos racionalmente reírnos de nuestros miedos, estos desaparecen. Por tanto, amor y humor son los dos únicos mecanismos que conozco para perder el miedo a la muerte, y, sin la muerte, quién sabe si merecería la pena todo lo demás. Para crecer necesitamos conocer, investigar, profundizar y hablar sin tabúes con más frecuencia en nuestra vida diaria sobre estas tres palabras.

 

En las siguientes páginas, que en el momento de escribir esto no sé cuántas serán al final, no esperéis encontrar, queridas y queridos lectores, una morbosa tragedia romántica de sufrimiento y dolor. Si era justo lo deseado, soltadlo de inmediato. Shakespeare está al fondo del tercer pasillo, en el segundo estante a mano derecha. Aquí encontraréis una historia de amor contada con humor, sin pelos en la lengua, sin tapujos y, lo más importante, sin miedo. Un viaje en el que he aprendido sobre la vida, el amor, el acompañamiento a un paciente moribundo, la muerte y sobre mí misma más de lo que nunca imaginé. Espero que lo disfrutéis y que, llegado el caso, os sirva de ayuda.

 

 

 

 

Tenía catorce años, la edad en la que las niñas contemplamos cómo se producen una serie de cambios en nuestros pueriles cuerpos para convertirnos en las bonitas, finas, correctas y complacientes mujeres que seremos el día de mañana. La edad en la que solo pensamos en encontrar un príncipe azul que nos haga felices y nos complete; porque las mujeres venimos de fábrica como un puzle del mercadillo al que le falta una pieza cuando lo compras. O eso era lo que, para mi asombro, me inculcaban que debíamos ser. Digo para mi asombro porque yo era totalmente lo contrario al anticuado estereotipo de adolescente. Era una niña en proceso de colonización por una legión de hormonas, sin piedad ni oposición, que disfrutaba riéndose a carcajada limpia con palmas incluidas y jugando al escondite, al matar o a cualquier otro juego que implicase cierta probabilidad de acabar lesionada o con las gafas rotas. Era lo que en mi Cádiz natal se conoce como un manojo de nervios o un culo inquieto: me escapé de casa con una barra de pan y otra de mortadela y casi mato a mi madre del susto, prendí fuego a mi casa jugando con una caja de cerillas bajo la cama. Cosas de críos.

 

Con respecto a mi apariencia física, solo comentar que a pesar de las enormes gafas redondas que reposaban sobre mi pronunciada nariz, me decían la Larga. Así sería de desgarbada para que primara ese apodo sobre las demás peculiaridades aspirantes al trono.

 

Eran los años ochenta. Una década que se recuerda por sus importantes avances y cambios, tanto sociales como culturales, pero también por la llegada al país de nuevas drogas que se acompañaron de un repunte en el índice de delincuencia. Mi hermano mayor, Luis, viendo que me pasaba las horas jugando en la calle y mi propensión a meterme en líos, me intentaba proteger.

 

—Paz, tienes que apuntarte con nosotros a los scouts que si no te vas a perder. Que allí la gente es sana, no fuma y en la calle no hay nada bueno…

 

Luis era igual de bullanguero que yo, o peor. Era yo con dos años más de experiencia. No obstante, sentía cierta obligación de protegerme como hermano mayor y se repetía como un mantra budista «tengo que salvar a mi hermana, tengo que salvar a mi hermana…». Y como dice un dicho, que si no es budista, da el pego: «La gota de agua perfora la roca, no por su fuerza, sino por su constancia». Me apunté en los scouts por no escucharlo.

 

El primer día que lo acompañé a la sede de su grupo Cruz del Sur nos pusieron en corro para iniciar una ronda de presentaciones al más puro estilo Alcohólicos Anónimos. Me sorprendió ver algunas caras conocidas que no sabía que estaban allí —como en Alcohólicos Anónimos— y decidí colocarme junto a una amiga del colegio. Inspeccioné de reojo a todas y todos, pero mi mirada se detuvo en él. Un chaval moreno con vaquero ajustado y camisa de cuadros metida por dentro del pantalón. «Qué guapo. Qué alto. Qué fuerte», me dije. Si no era mi alma gemela, era melliza por lo menos, porque hasta se parecía un poco a mí con las gafas y la cara afilada. Pero qué guapo. Y qué alto. Y qué fuerte. El Largo y la Larga. ¡Pegábamos un montón!

 

—Ese pa mí —le dije a mi amiga.

 

Con el paso de los años Antonio me confesó un día que recordaba perfectamente ese momento porque al verme pensó: «¡Hostia! ¿Quién es esa loca?».

 

Durante los meses de verano los grupos scouts suelen hacer un campamento en el bosque donde se realizan rutas de senderismo, juegos, talleres y todo tipo de actividades colectivas. Una de las noches de mi primer campamento los monitores programaron un juego que simulaba el programa de televisión de la época Lo que necesitas es amor. En él, una concursante con los ojos vendados tenía que realizar varias pruebas a ciegas a cinco candidatos y escoger a uno al final. ¿A que no adivináis quién fue elegida concursante de todo el campamento? Mejor dicho, ¿a que no adivináis quién dio la tabarra al monitor hasta que la eligieron concursante por pesada? Y a que no adivináis quién presionó insistentemente al monitor hasta que consiguió que uno de los candidatos fuera Antonio, diciéndole:

 

—Por favor, que esté él. El resto me da igual, pero que esté él.

 

Correcto. Sobra decir el nombre de la azarosa elegida. Mientras me colocaban la venda yo le preguntaba al monitor:

 

—¿Qué número es? —susurraba casi sin mover los labios.

—¿Quién? —respondió en el mismo tono.

—Antonio, ¿quién va a ser?

—Ah, el tres.

—Muchas gracias, muchas gracias, de verdad.

 

Y empezó el juego. Tiré de dotes interpretativas fingiendo no saber las identidades durante las pruebas, aunque aprovechaba la información para hacer coincidir mis gustos con los del número tres o para palparle más de la cuenta.

 

—Finalmente, ¿a qué candidato vas a escoger, Paz? —preguntó el monitor que hacía las veces de presentador.

—¡El tercero!

—¡Has elegido a Antonio!

—¡Anda, no me lo esperaba! ¡Qué bien!