El IUSAM de APdeBA - Héctor A. Ferrari - E-Book

El IUSAM de APdeBA E-Book

Héctor A. Ferrari

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El día 9 de noviembre del 2005 las máximas autoridades nacionales de la Argentina aprobaron la creación y funcionamiento del Instituto Universitario de Salud Mental de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (IUSAM de APdeBA). ¿Cuál era la novedad? Que por primera vez en el mundo, una asociación psicoanalítica perteneciente a la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA en sus siglas en inglés) había no solo creado una universidad para alojar al psicoanálisis en su propia casa, sino que la formación analítica plena que brindaba iba a tener, también por primera vez, certificación universitaria. La noticia de la aprobación constituía en sí todo un acontecimiento. Tenía que ver con la larga historia transcurrida durante el siglo XX entre el psicoanálisis y la universidad, pero más específicamente, con la formación analítica y la universidad. Desde que Freud escribió sobre el tema, se sucedieron innumerables discusiones y debates para tratar de entender una relación que daba lugar a debates tan apasionantes como conflictivos. Este acontecimiento, que generó una misión inconmensurable de trabajo y un efecto de intensa movilización institucional, no podía caer en el olvido. Merecía ser memorizado, relatado y compartido. Este libro relata la historia de la gestión que llevó a cabo la creación y puesta en marcha del IUSAM de APdeBA. Tanto la institución psicoanalítica como su brazo académico siguen sólidamente funcionando en la tercera década del siglo XXI, como la nueva casa universitaria del psicoanálisis.

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Héctor Ferrari

El IUSAM de APdeBA

Una casa universitaria para el psicoanálisis

Colaboradoras

Dra. Clelia Manfredi

Lic. Elsa Grillo

PRIMERA EDICIÓN

Agradecimiento

Este libro relata la historia de la creación, aprobación y puesta en marcha del Instituto Universitario de Salud Mental de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, proceso que exigió más de doce años de trabajo y que se inauguró en el año 2005. Por el considerable trabajo que demandó y la movilización emocional que provoco en toda la institución, este acontecimiento no podía quedar en el olvido.

La idea de reconstruir la historia de este suceso nació en el año 2018 como un proyecto que presenté como su Director en el Departamento de Investigación del IUSAM, con el título de: “Universidad y formación psicoanalítica: historia y experiencia del Instituto Universitario de Salud Mental (IUSAM)”. El objetivo general era “reconstruir la historia de IUSAM, sus fundamentos, sus prácticas y experiencias como primer espacio universitario de formación psicoanalítica perteneciente a la Asociación Psicoanalítica Internacional”.

Con este propósito inicial convoqué a dos distinguidas colegas amigas, integrantes del equipo original de gestión, para que colaboraran conmigo en la ardua tarea de rescatar la historia del acontecimiento que en su momento vivimos, disfrutamos y sufrimos mientras la gestión de acreditación se llevaba a cabo. Ahora nos tocaba rememorarlo y reconstruirlo. Me refiero a la Dra. Clelia Manfredi, quien fuera Secretaria General del Rectorado (1997-2009) y más tarde Directora del Departamento de Investigación (2009-2013) y a la Lic. Elsa Grillo, Pro-Secretaria del Rectorado (1997-2009) y luego Vicerrectora Administrativa (2009-2013). Ambas hicieron aportes sustanciales al trabajo de recuperar la historia de un momento trascendente para nuestra institución y colaboraron conmigo todo el tiempo para verlo transformado en un relato lo más fiel posible al recuerdo de los hechos surgidos a medida que se iban revisando innumerables documentos. Por su valiosa contribución, les estoy sumamente agradecido.

Este grupo también tuvo la fortuna de contar con la apreciable colaboración de la Lic. Lee Chia Lan (Orquídea), Magister egresada del IUSAM, que tuvo una presencia esencial en el equipo de trabajo. Nos ayudó con su capacidad de ordenamiento, búsqueda de material, registro de reuniones, contactos, etc. Su aporte fue sustancial para sistematizar una tarea por demás engorrosa y amerita el más sincero reconocimiento.

Por todo lo expuesto, expreso mi más profunda gratitud y agradecimiento a este grupo que contribuyó significativamente a que el ineludible deseo de contar con una historia del IUSAM de APdeBA se pudiera llegar a realizar en tiempo y forma.

 

 

Héctor Ferrari

Introducción

El día 9 de noviembre del 2005 las máximas autoridades nacionales de la Argentina aprobaron la creación y funcionamiento del Instituto Universitario de Salud Mental de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (IUSAM de APdeBA). Era la culminación de un largo proceso de acreditación académica que la institución había comenzado en el año 1996 ante la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU).

¿Cuál era la novedad? Que por primera vez en el mundo, una asociación psicoanalítica perteneciente a la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) había no solo creado una universidad para alojar al psicoanálisis en su propia casa, sino que la formación analítica plena que brindaba iba a tener, también por primera vez, certificación universitaria.

La noticia de la aprobación constituía en sí todo un acontecimiento. Tenía que ver con la larga historia transcurrida durante el siglo XX entre el psicoanálisis y la universidad, pero más específicamente, con la formación analítica y la universidad. Desde que Freud escribió sobre el tema, se sucedieron innumerables discusiones y debates para tratar de entender una relación que había dado lugar a debates tan apasionantes como conflictivos. En simultáneo, era sorprendente constatar que, durante casi un siglo, el psicoanálisis fue logrando tener en la academia un lugar muy respetado y distinguido. Figuras prestigiosas del ámbito de la cultura conocían y comentaban sus trabajos y lo incorporaban a sus propias producciones…Pero, curiosamente durante ese período la formación psicoanalítica plena, la que requiere una integralidad basada en un análisis didáctico, supervisiones didácticas y seminarios teóricos, administrados bajo la responsabilidad de una institución, nunca había logrado ingresar en el campo académico.

Habrá que remontarse a finales del siglo XX, a la década de los noventa para reconectarse con aquellos momentos y situaciones que hicieron posible que APdeBA tomara una decisión tan inédita como polémica para una institución psicoanalítica y, lo más extraño, haberla sostenido tantos años hasta concretarla: crear un Instituto Universitario ¿Qué cosas ocurrían por entonces? El psicoanálisis, que en décadas previas había logrado una aceptación y predominio casi único en todos los ámbitos de la ciencia y la cultura, había empezado a tener que compartir su misión con otros actores: otras teorías que ofrecían supuestamente métodos rápidos y más resolutivos, la utilización indiscriminada de psicofármacos, la aparición en el escenario de las neurociencias y el surgimiento de otros paradigmas culturales. Se hizo popular pronosticar que el psicoanálisis estaba por desaparecer y que sería reemplazado por técnicas más modernas. Se empezaba a notar una declinación de vocaciones analíticas así como la dificultad de implementar análisis largos e intensivos. Muchos médicos y psicólogos empezaron a frecuentar los posgrados universitarios que se ofrecían en psicoanálisis, aunque solo brindaban las herramientas teóricas del psicoanálisis.

La APdeBA de los noventa presentía estas dificultades, pero no estaba excluida de sufrir sus efectos. Pero se venían tomando una pluralidad de medidas para contrarrestarlas. Había ganado en pluralismo teórico, había lanzado un vasto programa asistencial y de extensión a la comunidad, seguía instalada sólidamente en la comunidad psicoanalítica y contaba con un plantel de analistas muy involucrados en la universidad. Pero las amenazas persistían. En el horizonte, se presagiaba la tormenta económica y social que iba a estallar poco después en el 2001.

En medio de este contexto surgió en 1995 la Ley de Educación Superior, que estaba destinada a evaluar y acreditar a las instituciones académicas, las que estaban en funciones y a las por crearse. En ese momento la opción para APdeBA era: instalar el psicoanálisis en una universidad ya establecida o crear una casa universitaria propia para el psicoanálisis. Esta última era la más compleja y la más riesgosa. Pero también la propuesta más ambiciosa, la que podía ser más cercana con la que Freud había soñado para la formación analítica en el año 1926. Otras instituciones del psicoanálisis lo intentaron pero quedaron en el camino y se conformaron con aliarse a universidades establecidas con Doctorados o Maestrías de psicoanálisis meramente teóricos.

APdeBA siguió adelante con su decisión y logró con el IUSAM concretar una experiencia que pronto va a cumplir un cuarto de siglo. Permite al psicoanálisis convivir con y entre las Ciencias Humanas. Y su formación integral, avalada por la Asociación Psicoanalítica Internacional, logró por primera vez ser aprobada por la letra académica.

Este acontecimiento, que generó una misión inconmensurable de trabajo y un efecto de intensa movilización institucional, no podía caer en el olvido. Merecía ser memorizado, relatado y compartido. Se presentó como un proyecto en el Departamento de Investigación del IUSAM en el año 2018, con la idea de concebir paralelamente un libro. El autor convocó a dos distinguidas colegas para la función: la Dra. Clelia Manfredi y la Lic. Elsa Grillo, quienes junto a la Magister Orquídea Lee colaboraron en la concreción del libro.

Como todo intento de recuperar un largo fragmento de historia, es de imaginar la magnitud del trabajo que requería: recorrer y revisar miles de documentos, informes, cartas, mails, disposiciones, notas que se intercambiaron, desde 1997 hasta 2009, entre el equipo de gestión a cargo del proyecto y las autoridades oficiales que debían evaluarlo. Incluían miles de horas de trabajo en equipo, discusiones. Pero además, había que recuperar recuerdos, anécdotas, leyendas, memorias, éxitos y fracasos vividos durante esos largos años…

Este libro relata la historia de la gestión que llevó a cabo la creación y puesta en marcha del IUSAM de APdeBA. Tanto la institución psicoanalítica, como su brazo académico, siguen sólidamente funcionando en la tercera década del siglo XXI, como la nueva casa universitaria del psicoanálisis.

I En los inicios de la formación psicoanalítica

1. De la creación de la Asociación Psicoanalítica Internacional (1910) al establecimiento del modelo de la formación psicoanalítica (1925)

La formación analítica llegó tarde al movimiento psicoanalítico, más de 20 años después de La Interpretación de los Sueños (Freud, 1900). Cuando finalmente se instaló, el Psicoanálisis empezaba a alcanzar en Europa y Norteamérica la plenitud de su prestigio. Las decisiones que se tomaron en esos días le dieron a la formación la dirección profesional y científica que, aunque con modificaciones, conserva plena vigencia actual. Otras propuestas fueron omitidas o quedaron en el camino. Sobre el final del capítulo se mencionará una de ellas.

La construcción de los requisitos y fundamentos de lo que hoy conocemos como formación psicoanalítica fueron surgiendo durante las primeras dos o tres décadas del siglo XX. Hay muchas y complejas circunstancias que contribuyeron a su instalación pero hay hitos fundamentales de esta historia estrechamente ligados a su aparición: en primer lugar, las discusiones en la Sociedad Psicológica de los Miércoles en Viena, luego la institucionalización del Psicoanálisis con la creación de la Asociación Psicoanalítica Internacional en 1910 en el Congreso Psicoanalítico Internacional de Núremberg y finalmente la Policlínica de Berlín y la propuesta de Eitingon en la segunda década del siglo XX, de lo que se llegaría a conocer como el “trípode” de la formación psicoanalítica.

En los primeros años del Siglo XX Freud fue saliendo lentamente de lo que él denominó su “esplendido aislamiento”. A instancias de Stekel formó en 1902 la Sociedad Psicológica de los Miércoles1. Inicialmente la componían A. Adler, W. Stekel, M. Kahane y R. Reitler, médicos clínicos formados en la Universidad de Viena, la elite de la medicina europea y en la más rancia tradición académica. Todos ellos tenían intereses en la Psicología y la Psicopatología y estaban muy entusiasmados en los trabajos que venía publicando Freud. Lo que además los unía era que, mientras circulaban muchas terapias médicas en Psiquiatría (como el uso de calor, aires, electricidad, baños, hipnosis, etc.) ninguna estaba tan finamente teorizada como la de Freud. Tenía una explicación detallada y determinista de la histeria y otras psiconeurosis y un abordaje terapéutico psicológico de avanzada para su tiempo. Freud ofrecía a sus seguidores médicos no solo efectividad clínica en su campo sino también una identidad científica con fines terapéuticos. En 1903 se incluyó P. Federn, más tarde E. Hirschman, A. Bass, A. Deustsch. En 1906 el grupo llegó a tener 22 miembros.

Los años iniciales del movimiento estaban acompañados de una profunda convulsión social, política y económica de los países europeos centrales, que se sentía fuertemente en Viena. El colapso de la monarquía había generado una amplia revuelta contra la moral tradicional. Florecían ideales políticos democráticos junto a corrientes reformistas, movimientos feministas, ideologías anarquistas, marxistas y fascistas. En los primeros años, Freud daba la bienvenida al grupo a todo aquel que se le acercaba. No se negaba la admisión a ninguno que la solicitaba: médicos, filósofos, escritores, publicistas, sexólogos, reformadores sociales, integraban un grupo de origen heterogéneo y conflictivo. Discutían apasionadamente trabajos de Freud y aportes del grupo sobre Psicoanálisis, como método terapéutico y como aplicación a las Ciencias Sociales. Cada tanto emergían preguntas que cuestionaban que tipo de trabajo estaban realizando ¿Estaba el grupo dedicado a las ciencias de la naturaleza o del espíritu? ¿Qué tipo de saberes estaban buscando? ¿Qué clase de prácticas terapéuticas debían apoyar y cuáles cuestionar?

¿Qué se había decidido en ese período previo, en cuanto a requisitos para ser psicoanalista? Formalmente casi nada. Tampoco había consenso en el rol de Freud: ¿venían a aprender del Profesor? ¿Eran sus alumnos o sus pares? ¿Qué cosa era el Psicoanálisis y qué grado de adhesión a las teorías freudianas tenía cada uno de ellos? Algunas serias divergencias terminaron en enfrentamientos y en las tan conocidas escisiones de Adler y Stekel. Para Freud y sus más fieles discípulos, la adhesión al inconsciente y a la psicosexualidad comenzó a ser un límite no negociable. Inicialmente, en Viena sobre todo, se sucedieron discusiones interminables sobre el tema en la Sociedad de los Miércoles.

Paralelamente, los trabajos de Freud, inicialmente ignorados o desmerecidos públicamente, empezaban a alcanzar notoriedad, a ser del dominio público ilustrado, convocando otros personajes relevantes que provenían de distintos intereses y disciplinas. En especial los Tres Ensayos y todo lo referente a la teoría de la psicosexualidad, la represión, los sueños, los mitos, la cultura lo empezó a ubicar en el centro de atención de un conglomerado de artistas, escritores, feministas, reformadores, que creían que la decadencia del Imperio Austro-Húngaro no se debía a algún tipo de degeneración hereditaria (que Freud también rechazaba), como circulaba en ciertos círculos científicos, sino a regulaciones culturales insalubres. Así se incluyeron en la reunión de los miércoles, además de colegas médicos, educadores, reformadores sociales, interesados en los sueños, en los mitos y las leyendas, y algunos con alguna disposición a una metodología científica terapéutica. En sus trabajos ampliamente difundidos, Freud daba entender que las excesivas restricciones sexuales en la cultura eran dañinas. Por lo tanto encontró compañía en un variado grupo de reformistas sociales que se le acercaban deslumbrados por sus trabajos. Los debates sobre la “moral” sexual (Sittlichkeit) cultural se unían a las discusiones sobre la cuestión del lugar de la mujer en la cultura, liderado por la acción de fuertes grupos feministas. Se compartían discusiones públicas sobre la homosexualidad, el adulterio, la prostitución, la abstinencia y las relaciones extramaritales. La publicación de los Tres Ensayos fue un descubrimiento para estos grupos, Freud se hizo héroe de artistas, periodistas, reformistas, que no creían en la decadencia de la cultura por la degeneración hereditaria sino el resultado de siglos de regulaciones hipócritas.

Las reuniones de los miércoles escuchaban una presentación científica seguida por discusiones informales en las cuales cada miembro se esperaba que participara. La última palabra la tenía Freud, pero estos encuentros no estaban centrados en él, ni necesariamente él tenía la última opinión.

Las Actas de las reuniones fueron llevadas por O. Rank y recogen el clima polémico y conflictivo de un conjunto creciente, pero heterogéneo de participantes que discutían apasionadamente las más recientes ideas del Profesor. Los debates tenían que ver con definir la identidad del grupo: quienes eran ellos, que buscaban lograr y como cada uno iba a su modo aceptando o rechazando la creciente construcción de aquella parte de la teoría y clínica psicoanalítica que hoy se designa como la primera tópica. Las interpretaciones ad hominem entre Freud y sus discípulos estaban a la orden del día. Pero en un clima de abierto intercambio entre ellos, los participantes cambiaban experiencias clínicas de sus pacientes con los otros, y contribuían a la construcción de la naciente teoría. A veces se analizaban entre ellos, contaban sus sueños, interpretaban sus resistencias. La mirada actual diría que faltaban los beneficiosos efectos del encuadre analítico. Las hostilidades se inflamaban por la confusión acerca de los métodos del grupo y su propósito. La necesidad de encontrar un fondo común se acentuaba con la excitación que brindaban los nuevos descubrimientos.

Para Freud y su grupo íntimo, la importancia de la psicosexualidad, el matrimonio entre Eros y Psyche y el descubrimiento del inconsciente eran conceptos inamovibles. Con esta integración, la Psicología podía ser rescatada de una pobreza lamentable y las humanidades podían ser entendidas de acuerdo a leyes universales. El psicoanálisis podía ubicarse dentro de las ciencias de la naturaleza (Naturwissenschatf). La psicosexualidad fundaba un amplio campo de estudios de la vida humana y de la mente, de manera que podían tener sentido en el universo newtoniano, en la biología darwiniana y en un mundo donde la verdad era decidida por las demandas epistemológicas de la ciencia.

En enero de 1907 el grupo fue visitado por Max Eitingon2, un emisario de la renombrada Clínica Burghölzli de Zúrich. Encontró que el grupo era una confederación de “heréticos”, mucho de los cuales ni siquiera aceptaban las ideas acerca de la psicosexualidad. Registró que los miembros no siempre compartían las mismas teorías ni tenían los mismos métodos que Freud había descubierto, y todavía se estaba modificando un marco novedoso para estudiar los fenómenos mentales. La de Freud era la parte más original de su contribución a la fecha, pero los miembros de su Sociedad tenían sus propias ideas sobre metodología. En ese clima, se empezó a pensar algo en relación a institucionalizar el movimiento y formalizar las condiciones por las cuales alguien podía ser considerado un psicoanalista. Max Graf llegó a proponer que las reuniones de los miércoles dejaran de hacerse en el consultorio de Freud y pasaran a realizarse en la Universidad, propuesta que no prosperó.

En 1907, Freud disolvió la Sociedad de los Miércoles, despidió alguno de los miembros que no lo satisfacían y creó la Sociedad Psicoanalítica de Viena, la primera en el mundo. En 1908 se acentuaron los debates sobre las diferencias entre los miembros y cómo debían ser resueltas. Se empezó a cuestionar la admisión al grupo y cual debía ser el procedimiento de ingreso. Habiendo nacido el psicoanálisis como un dispositivo terapéutico, se postulaba que el solicitante debía ser médico, posición resistida por quienes no lo eran. Esta condición siguió siendo muy debatida en los años por venir, También se planteó el controvertido ingreso de la mujer en la naciente sociedad, a partir de la solicitud que realizó la Dra. Margarette Hilferding-Ho. Esta médica austriaca fue la primera mujer admitida en la Asociación Psicoanalítica de Viena con el apoyo explícito de Freud3 frente al de otros que no querían presencia femenina. Había que esperar más de una década para registrar el crecimiento exponencial de la presencia femenina en las asociaciones psicoanalíticas y que continúo después de la guerra. Muchas de ellas llegaron a liderar el movimiento psicoanalítico con sus contribuciones al psicoanálisis.

Alrededor de 1909, Freud con el auxilio de sus más íntimos colaboradores empezó a reconsiderar los débiles límites de su comunidad y de los riesgos que corría. Se dejó de preocupar por atraer nuevos seguidores y más a controlar las cosas que se hacían en su nombre. Con el auxilio de Ferenzci y de Jung, el grupo dio el primer paso hacia la institucionalización del psicoanálisis. Fue la creación en 1910 de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) en el Congreso de Núremberg, donde Freud leyó su trabajo Las Perspectivas Futuras de la Terapia Psicoanalítica4 y donde anuncia un tratado sobre técnica analítica (que había comenzado pero nunca publicó) y llama a sus seguidores a unificar el campo, porque el psicoanálisis debía aspirar a cierta uniformidad científica. Incluyó un párrafo definitorio sobre lo que sería la “contratransferencia” que se instala “en el médico por el influjo de su paciente ejerce sobre su sentir inconsciente, y no estamos lejos de exigirle que la discierna dentro de sí y la domine… por eso exigimos que inicie su actividad con un autoanálisis…” (p. 136). Pero no siempre se sintió conforme con los resultados del autoanálisis, en especial con el propio. Más adelante insistió en la necesidad de un análisis personal conducido por otra persona. El valor formativo del análisis personal se reconoce más claramente en los Consejos al médico en el tratamiento analítico5 (Freud, 1912). Sobre el final recomendaba a los analistas retomar su análisis cada cinco años.

Su preocupación por los daños que podían provocar aquellos que invocaban el actuar en nombre del psicoanálisis sin tener los conocimientos que demandaba su ejercicio lo llevaron a publicar un trabajo sobre el análisis “silvestre”, donde además recomendaba consultar a un analista, de la lista oficial publicada por la reciente inaugurada IPA (Freud, 1911)6 Durante ese tiempo se hacía notoria la falta de un texto de Freud sobre técnica analítica que marcara líneas a seguir en los tratamientos psicoanalíticos, tema del que se iba a ocupar años después7.

En el Congreso de Núremberg, Freud cede la Presidencia de la IPA a los suizos en un intento de ampliar las bases del movimiento. Son del todo conocidas las continuas divergencias que a poco de andar fueron surgiendo entre Freud y sus más íntimos seguidores en la defensa de los aspectos no negociables del psicoanálisis y Jung, Breuler y Adler que eran freudianos pero que no compartían el tema de la psicosexualidad. Entre las muchas otras divergencias que surgieron entre Freud y los suizos hubo una fundamental para nuestro tema: ¿qué requisitos profesionales debía tener un candidato para ser miembro de la escuela freudiana? Jung y su grupo exigían que debieran ser exclusivamente médicos. Pero Freud se oponía: “En Viena tenemos tan solo la tácita determinación de no permitir el ingreso a pacientes activos8. La limitación proyectada por usted no sería aceptada jamás en Viena y a mí, personalmente, no me resulta nada simpática” (De Freud a Jung en 31-X-1910).

Hacia el año 1914, el grupo se había aliviado de incrédulos, competidores y potenciales sucesores. Afuera Breuler, Jung, Stekel, Adler y los revolucionarios sexuales como Wittels, sexologistas como Magnus Jirschfeld e Iván Bloch. Pero además, no más Burghölzli en Zúrich como Clínica para la formación de analistas. Los tiempos en que se admitía en el grupo a cualquiera quedaron atrás. Después de la experiencia con Zúrich, la IPA volvió a estar en control de Freud y sus fieles seguidores y poco después las decisiones las tomaba en secreto el llamado Comité de los Anillos. Por entonces, para ser miembro de la Sociedad de Viena bastaba con presentar un trabajo y ser aceptado (la aprobación de Freud era importante). Como fue dicho, ya en 1910 Freud había reconocido el problema que planteaba la contratransferencia en los análisis pero no fue hasta el Congreso de Bucarest (1918) que se impuso la necesidad del análisis personal para ser reconocido como analista. Por entonces era un clamor compartido por todos.

 

2. La relación de Freud con la Universidad

Freud no era ajeno a la docencia en la Universidad. Desde fines de del año 1885 había estado dando clases los sábados a pequeños grupos de colegas y estudiantes como Docente Adscrito. En los años siguientes tuvo un largo peregrinaje para conseguir el título de Profesor de la Universidad de Viena pero en un clima político y universitario extremadamente antisemita, solo lo obtuvo en 1902 como Profesor Asociado con la ayuda de un paciente rico que intervino con oficiales del gobierno para que se lo otorgaran. Además, en aquellos tiempos predominaban en la academia las ideas de Augusto Comte, para quien los estudios psicológicos se basaban en la auto-observación y en la introspección y por lo tanto la Psicología, y por ende el psicoanálisis, nunca podría llegar a ser una ciencia y por lo tanto, no podría ingresar en la universidad.

En el invierno de 1915 y en el de 1916, en plena guerra mundial Freud presentó su propia versión unificada del Psicoanálisis en la Universidad de Viena: aún se recuerdan y se estudian sus veintiocho memorables Conferencias de Introducción al Psicoanálisis (Freud, 1915-1916)9.

Casi al finalizar la primera guerra mundial en 1918 se organizó el Congreso Internacional de Psicoanálisis en la ciudad de Budapest. Se debatió intensamente la experiencia clínica que muchos analistas habían tenido tratando a soldados con los traumas de la guerra. La comprensión psicoanalítica de las neurosis de guerra llegó a las autoridades. De hecho, en marzo de 1919, cuando los bolcheviques asumieron temporariamente el gobierno de Hungría, Ferenczi fue nombrado profesor de Psicoanálisis en la Universidad de Budapest, pero fue destituido poco después cuando cambio el clima político. Los estudiantes de medicina de la Universidad solicitaron con más de mil firmas al Ministro de Educación Pública Zsigmund Kunfi que el Psicoanálisis se enseñara en la universidad, pero sin éxito. A punto se estuvo de abrir una clínica de Psicoanálisis, a poco que la guerra terminara, cambiaron los signos políticos y toda la experiencia se frustró.

Durante el congreso Herman Numberg propuso por primera vez que, para ser psicoanalista, se impusiera como condición haber hecho un análisis. Rank y Ferenczi se opusieron a la votación de una moción en ese sentido. De todas maneras, la idea del análisis de los analistas se impondría con el curso de los años próximos a partir de la experiencia berlinesa.

 

3. La formación psicoanalítica se institucionaliza (1925)

A partir de 1920 los requisitos para la formación analítica iban a cambiar dramáticamente. Desde 1920 al 1925 la vieja comunidad freudiana se transformó en una manera que llamo a nuevas identidades, nuevas instituciones y nuevas maneras de racionalizar el ejercicio de la autoridad en relación a la formación analítica. El Comité secreto se disolvió en 1924. Por entonces el movimiento se veía amenazado por la enfermedad de Freud y la posibilidad de su desaparición. Lo que reemplazó al Männerbund del Comité de los anillos fue el movimiento psicoanalítico, una colección de sociedades nacionales buscando la cercanía de Freud para transformarse en una disciplina científica o una profesión.

No es relevante contar toda la historia del establecimiento de la formación psicoanalítica pero sí utilizar datos selectos de esa historia para comprender la instalación progresiva en esos años de la formación analítica que tuvo en 1923 su fecha de nacimiento y en Berlín, a la ciudad que la vio nacer. Merece mención el contexto cultural de aquel entonces: después de la devastadora primera guerra mundial, los años de la República de Weimar eran los de una profunda agitación social, política y económica. El colapso de la monarquía había generado una amplia revuelta contra la moral tradicional. Florecían ideales políticos democráticos junto a corrientes reformistas, grupos feministas, ideologías marxistas y fascistas. Pero también era el momento de los movimientos artísticos de avanzada, el expresionismo de Die Brücke, el diseño de la Bauhaus, el Dadaísmo, el teatro de Brecht, la música de A. Berg y A. Schönberg, el cine de F. Lang y J. Sternberg. En el centro de Europa, se decía que Berlín daba para todo. K. Abrahán le escribe a Freud: “Berlín clama por el psicoanálisis”.

Y en Berlín estaban Karl Abrahán, Max Eitingon y Ernst Simmel, quienes en febrero de 1920 habían abierto la Poliklinik en 29 Potsdamer Strasse, la primera clínica psicoanalítica del mundo. Tuvo un éxito inmediato, los pacientes empezaron a llegar en cantidad, hubo 193 consultas el primer año y siguieron llegando en masa, los tratamientos eran de 4 o 5 sesiones semanales de una hora, algunos gratuitos, todos a cargo de analistas de la influyente Sociedad Psicoanalítica de Berlín, creada poco después en 1923. Muy pronto advirtieron que no era el flujo de pacientes el problema, sino tener suficientes analistas para responder a la demanda. Con la combinación de las facilidades de una clínica y de recibir cursos formales de psicoanálisis, un grupo numeroso de estudiantes de medicina y de jóvenes médicos se incorporaron a la institución. Después de perder la Burghölzli en Zúrich, el psicoanálisis no había tenido instituciones que brindaran clínica para la formación analítica. En 1930, se informó que en los últimos diez años, se habían realizado 1955 consultas y 721 psicoanálisis.

En 1927, E. Simmel abrió una clínica de internación, la Psychoanalytische Klinik en Berlin-Tegel. La llamó Clínica y no Sanatorio porque los pacientes iban a ser tratados con métodos “clínicos psicoanalíticos” (Tögel, 2006). De pronto Berlín se transformó, en palabras de Freud, en los “cuarteles generales del psicoanálisis”.

Con la Policlínica de Berlín en funciones, Abraham decidió nombrar un analista de formación (Lehranalytiker), dedicado exclusivamente al análisis didáctico de los candidatos y designo a Hans Sachs, para asumir la nueva posición. “Reverencialmente, toda la literatura analítica señaló y todavía señala las caminatas de Freud con Max Eitingon en 1909 como el primer análisis didáctico” (Zaretsky, p. 105). Para 1922, Sachs ya había tenido en análisis a 25 estudiantes en Berlín. Se agregaron cursos de teoría y técnica, introductorios y avanzados. Como novedad exclusiva, Eitingon introdujo el análisis de control del analista y dispuso con buen criterio, que el analista supervisor (a diferencia de lo que Freud hacía en Viena) fuera distinto del que se ocupaba del análisis personal. Eitingon necesitaba cuidar la calidad de los análisis que se ofrecían en la Poliklinik, porque estaba bajo la mirada vigilante de las autoridades que amenazaban con el cierre (Schröter, 2002). A su vez, su decisión es una muestra de cómo la formación en Berlín se basaba en la clínica y restringía el psicoanálisis al tratamiento. En 1922, un año en que explotó el número de solicitudes para la formación analítica, Abraham se quejaba de haber sido sobrepasado por la demanda. Por entonces, la Policlínica de Berlín ofrecía la más organizada y rigurosa formación analítica del mundo. Venían candidatos de todas partes, inclusive de Viena, alguno de los cuales ya habían sido analizados por el mismo Freud. Todo esto mientras las autoridades alemanas amenazaban con poner al ejercicio del psicoanálisis fuera de la ley…

En 1923 se establece, sobre esta estructura clínica, el Instituto de Psicoanálisis de Berlín y Eitingon fue encargado de formalizar un programa de formación. Se publicaron las “Directivas para la Educación de Terapeutas Psicoanalíticos” y se establecieron los tres componentes ya conocidos del trípode: análisis personal, supervisión de casos clínicos y seminarios teóricos. A partir de entonces los candidatos serían admitidos por un Comité de Entrenamiento y su formación duraría al menos 3 años.

De este modo, Berlín generó una profunda transformación. La anterior ´cultura informal´ de los freudianos en cuanto a entrenamiento fue reemplazada por un proceso institucionalizado de formación en el cual los fuertes debates ideológicos del pasado se diluían y apaciguaban, sin silenciarse, en estructuras colectivas más amplias. El plan de M. Eitingon fue presentado en 1925 en el Congreso de la IPA en Bad Homburg y aprobado para su implementación en todos los Institutos de Psicoanálisis, creados o por crear. Vale la pena repasar algunos de los conceptos vertidos por Eitingon (Int J. Psych., 1925):

 

…La formación analítica no debe quedar más en la iniciativa privada de los individuos…La Sociedad Psicoanalítica de cada país se debe hacer colectivamente responsable por su formación…Los diferentes Institutos de cada país deben cumplir los mismos lineamientos…Para nosotros lo mejor es que la IPA autoritativamente (sic) establezca las regulaciones para la formación…Solo aquellos que han completado esta formación pueden ser miembros de la IPA…Los planes para la formación solo puede emprenderse colectivamente…Cada Instituto debe nombrar Comités de Formación integrados solo por analistas didactas, e investidos de plena autoridad…La IPA deberá, en la medida de lo posible, establecer estándares de principios uniformes y determinar las mismas cualificaciones para la formación de candidatos, respetando peculiaridades locales…El análisis de formación es simplemente psicoanálisis y hay solamente una técnica psicoanalítica, es decir la correcta.

 

Eitingon era partidario de una formación analítica plena y profunda. Y “había solamente una técnica analítica”. Como Director de la ITC estableció que en cada región o país los analistas se agruparan en Sociedades Psicoanalíticas, que crearan Institutos a cargo de la formación, que las condiciones de admisión debían ser universales y que la culminación de la formación era el requisito para ser miembro de la IPA: El modelo Eitingon fue bienvenido y se difundió en todas las Asociaciones Psicoanalíticas que existían en ese momento y en las que rápidamente fueron apareciendo (Wallerstein, 1998). El propio Freud lo felicitó por la Clínica y por el Instituto de Formación y deseo “que pronto se instalaran en otros sitios, hombres o asociaciones que, siguiendo el ejemplo de Eitingon, creen Institutos parecidos”10.

Por supuesto brotaron resistencias: cuando se quiso en 1927 proponer que la IPA estableciera las condiciones de admisión por sobre las sociedades locales. Se generaron fuertes polémicas: es que el trasfondo de la discusión era el llamado “análisis profano” y la vuelta de una pregunta recurrente: ¿Cuáles serían las credenciales que acreditarían para aspirar a la carrera analítica? El numeroso contingente norteamericano amenazó con retirarse de la IPA porque no aceptaban analistas “profanos” (no médicos). Freud publicó un trabajo clave sobre el Análisis profano donde se declaró partidario del ingreso de no-médicos a la formación. Pero en aquel tiempo y por muchos años, el ingreso a la formación analítica bajo el patrocinio de la IPA estuvo exclusivamente abierto a los médicos 11.

Con la aprobación final del trípode de formación, se agregó una sugerencia: incluir programas de investigación en Psicoanálisis pero se fue diluyendo en el tiempo, salvo en algunos lugares como el Instituto Psicoanalítico de Chicago.

Finalmente, en 1938 se hizo la noche en Europa. Berlín, que había liderado una época gloriosa del Psicoanálisis vio como todo se derrumbaba mientras sus líderes se expatriaban. El propio Freud debió abandonar Viena con su familia e instalarse en Londres. Sus miembros en el exilio ayudaron a fundar nuevas asociaciones psicoanalíticas en otros países de Europa y América. Un grupo de ellos llegó al Rio de la Plata.

Con todo, la segunda guerra mundial pasó y el trípode de Eitingon mantuvo su presencia hasta nuestros días. Su prolongada vigencia es una señal de que su eficacia, como modelo formativo, no ha sido superada. Los Comités Didácticos de cada Asociación Psicoanalítica y la IPA conservaron el poder de vigilar sus requisitos. Inicialmente cuestionados de autoritarismo, los Comités Didácticos llevaron a cabo en las últimas décadas una profunda democratización de sus funcionamientos.

Mirado a la distancia, Berlín comenzó y llevo a cabo una necesaria profesionalización de la formación analítica. Por medio del prestigio del grupo y de los cargos que tenían en la IPA, impusieron las reformas con ese grado de “coerción externa” que según Freud, necesita un grupo para instalarse como institución. Dialogaban con Freud para discutir sus proyectos pero como generación más joven (de hermanos) se creó un dispositivo donde el poder de decisión iba a ser asumido colectivamente por una parte institucional llamada Comité Didáctico. Se dieron a la tarea de universalizar la formación para identificarla con el saber científico. A esta altura de la historia, a Freud lo consultaban pero no siempre lo seguían. Se le oyó decir: “Soy un comandante en Jefe sin ejércitos”. Es interesante mirar esos momentos en el espejo de Tótem y Tabú.

 

4. Freud opina sobre la formación analítica

En 1918 Freud escribió un breve y bello trabajo leído en Budapest y publicado al año siguiente en idioma húngaro: en el título se preguntaba, “¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la universidad?”12 (Freud 1919). En él propuso un programa de formación en psicoanálisis donde debería enseñarse mucho de lo que se aprende en medicina, junto a la psicología de lo profundo, para asociarlo al resto de las ciencias humanas, como filosofía, arte, mitología, historia de las religiones, etc. Lamentablemente, esta propuesta de Freud, de una formación analítica definida como universitas literarum, nunca llegó a implementarse ni en Budapest ni en Viena ni en ninguna universidad del mundo. En realidad, comenta E. Roudinesco:13

 

…en las altas esferas de la enseñanza universitaria [el psicoanálisis] solo pudo implantarse como vector de otras disciplinas: psiquiatría y psicología por un lado, humanidades por el otro. Por eso quedo escindido en dos ramas: una clínica, asociada al ideal médico de la asistencia, y otra cultural, vinculada a la filosofía, la historia, la literatura, la antropología.

 

El proceso de formación analítica que se estaba gestando en Berlín supuso elegir algunas metas sobre otras. “El lazo entre la formación y la membrecía fue más o menos transformada y pasó de ser una organización científica a un cuerpo profesional de terapeutas psicoanalíticos” (Schröter, 2002). El programa, tal como salió de Berlín, puso el psicoanálisis más en la línea de la clínica, la terapéutica y de la ciencia y menos en las Humanidades, desde siempre un área de disciplinas consideradas por Freud como esenciales para la formación.

Curiosamente, en 1926, momento culminante cuando Berlín organizaba la formación analítica, Freud en el trabajo sobre Análisis Profano14 reconoce y valoriza los intentos realizados por los Institutos de Berlín, Viena y Londres, pero en otra parte manifiesta sus temores que el psicoanálisis quede reducido solamente a una terapéutica (p. 232). Más adelante expone sus preferencias:

 

Si algún día se fundara una escuela superior psicoanalítica —cosa que hoy puede sonar fantástica— debería enseñarse en ella mucho de lo que se aprende en la facultad de medicina: junto a la psicología de lo profundo, siempre lo esencial, una introducción a la biología, los conocimientos de la vida sexual con la máxima extensión posible, una familiarización con los cuadros de la psiquiatría. Pero, por otro lado, la enseñanza analítica abarcaría disciplinas ajenas al médico y con las que él no tiene trato en su actividad: historia de la cultura, mitología, psicología de la religión y ciencia de la literatura. Sin una buena orientación en estos campos el analista quedaría inerme frente a gran parte de su material.

 

¿Por qué Freud recuerda no descuidar el estudio de la cultura y la relación con las humanidades? Se basa en su convicción de que el psicoanálisis es en sí mismo un instrumento de investigación que exige probar su empleo fructífero en otros campos y en otros objetos que en principio eran ajenos a su experiencia. Que tiene algo que decir sobre los síntomas, sobre el funcionamiento psíquico normal y más allá todavía sobre la cultura. En su Autobiografía señala:15

 

…fue una tentación irresistible, un imperativo científico, aplicar los métodos de indagación muy lejos de su suelo materno (Mutterboden) a las más diversas ciencias del espíritu. Y hasta el trabajo psicoanalítico en los mismos enfermos recordaba sin cesar esta nueva tarea pues era inequívoco que las formas singulares de la neurosis dejaban oír los más intensos ecos de las creaciones más valiosas de nuestra cultura. (Freud, 1919, XVII, 257)

 

Entonces, lejos de ser el anexo de la teoría de la neurosis, la teoría de la cultura es en cierto sentido su desenlace. Y con ella debemos familiarizarnos “para no quedar inerme frente al material [clínico]”. Según R. Wallerstein, “sin referencia explícita a la universidad, esta declaración de Freud de 1926 es claramente una solicitud para considerar a la universidad el lugar óptimo para esta nueva disciplina”16.

Hay que destacar que realizó sus profundas reflexiones sobre la cultura desde la intimidad de su gabinete de analista. Y desde ese lugar polemizó con los más prestigiosos investigadores, incluso con aquellos que tenían experiencias de campo. Las contribuciones de Freud son casi las únicas que de manera integral fueron propuestas por un analista para la Cultura. El lazo que propone Freud con otras disciplinas no puede ser superficial o efímero: no basta con asistir cada tanto a un curso o conferencia sobre filosofía, historia o lingüística. Sugiere “interpretar” la cultura con los presupuestos teóricos psicoanalíticos que él formuló en los llamados Escritos Sociales. Debe ser un diálogo integrador que solo puede llevarse a cabo de manera permanente en un contexto institucional, …una escuela superior psicoanalítica… Parafraseando a Freud, ojalá su recomendación de 1926 encuentre su lugar y su destino cien años después, en una institución a crear que tiene ahora todas las condiciones para cumplimentarla.

He aquí algunas de las preguntas pendientes: 1. ¿Por qué Freud pensaba, como lo consigna en varios de sus escritos, que el estudio de las humanidades es esencial en la formación analítica y en el trabajo clínico del analista? 2. ¿Por qué se dejó de lado su propuesta? 3. ¿Por qué se omitieron sus Escritos Sociales de los planes de estudio de los Institutos de Formación y qué efecto puede haber tenido esa omisión en nuestra práctica? 4. ¿Qué es lo que un analista debería saber acerca de las temáticas actuales planteadas por las humanidades?

Por su importancia y trascendencia, el trabajo de Freud sobre Universidad y Psicoanálisis se seguirá comentando con más detenimiento en el Capítulo IV.

 

Referencias

Ferrari, H. (2013). Los orígenes de la formación analítica y las razones de una omisión. En Las realidades del psicoanálisis: teoría, clínica y transmisión (pp. 307-313). Buenos Aires: APdeBA.

Freud, S. & Jung, C. (1978). Correspondencia. Madrid: Taurus.

Makaris, J. (2008). Revolution in mind. The creation of psychoanalysis. New York: Harper.

Schröter, M. (2002). Max Eitingon and the Struggle to Establish an International Standard for Psychoanalytic Training (1925-1929). Int. J. Psych, 83: 875-893.

Tögel, C. (2006). Freud und Berlin. Berlin: Ausbau Verlag.

Wallerstein, R. (1998). Lay Analysis: life inside the controversy. New Jersey: A. Press.

Zaretsky, E. (2005). Secrets of the soul. A social and cultural history of psychoanalysis. New York: Alfred A. Knopf.

1 En 1902, probablemente por iniciativa de Stekel, que había sido su paciente, Freud invitó a cuatro colegas (Stekel, Adler, Kahane y Reitler) a reunirse con él para discutir su trabajo. Formaron lo que llamaron la Psychological Wednesday Society, (Sociedad Psicológica del Miércoles) ya que se reunían todas las semanas en ese día.

2 Max Eitingon era médico psiquiatra en Zúrich y fue quien promovió el acercamiento de Carl Jung con Freud. Fue analizado brevemente por Freud, antes de establecerse en Berlín en 1910. En 1923 impulsó el “novedoso” trípode de formación en psicoanálisis.

3 Hacía pocos años que se había autorizado el ingreso de mujeres a la Facultad de Medicina de Berlín.

4 Freud, S. (1910). Las perspectivas futuras de la terapia analítica, AE XI, p. 136.

5 Freud, S. (1912). Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico, AE XII, pág. 107.

6 Freud, S. (1910). Sobre el psicoanálisis ‘silvestre´, AE XI, pág. 226: “Ni a mí mismo, ni a mis amigos y colaboradores, nos resulta grato monopolizar de ese modo el título para ejercer una técnica médica. Pero no nos queda otro camino en vista de los peligros que para los enfermos y para la causa del psicoanálisis conlleva el previsible ejercicio de un psicoanálisis «silvestre”. En la primavera de 1910 fundamos una Asociación Psicoanalítica Internacional, cuyos miembros se dan a conocer mediante la publicación de sus nombres a fin de poder declinar toda responsabilidad por los actos de quienes no pertenecen a ella y llaman «psicoanálisis» a su proceder médico. En verdad, tales analistas silvestres dañan más a la causa que a los enfermos mismos”.

7 En el Congreso de Núremberg, el trabajo de Ferenzci (1909) “Introyección y transferencia”, ofrecía lo más avanzado en técnica analítica para esa época.

8Pacientes activos quiere decir mentalmente enfermos.

9 Freud, S. (1915/16). Conferencias de Introducción al Psicoanálisis, AE XV y XVI.

10 Freud, Prólogo a un trabajo de Max Eitingon, AE XIX, p. 290.

11 La condición de ser médico para ingresar a la formación analítica se modificó en la IPA en los años ochenta, como resultado de un juicio que le entablaron los psicólogos en Estados Unidos.

12 Freud, “¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la universidad?”, AE XVII, (1919 [1918]).

13 Roudinesco E. (2014). Freud en su tiempo y en el nuestro, Randon House, p. 206.

14 Freud S. (1926) ¿Pueden los legos ejercer el análisis? Diálogos con un juez imparcial, AE XX.

15 Freud, Presentación autobiográfica, (1925 [1924]), AE XX.

16 Wallerstein R. Psychoanalysis: A Full Time Visión. Participación en Panel Psicoanalysis and the University, the Clinical Dimention, Emory University, Atlanta, Ga. USA Nov. 12 y 13, 2007. Publicado en International Journal Psychoanalysis, 2009, 90(5).

II Acerca de la formación psicoanalítica

En el capítulo anterior se hizo referencia al surgimiento de los parámetros requeridos para la formación analítica y como la presión para universalizar sus requisitos se instaló lentamente en Viena hasta hacer rápida eclosión en el Berlín en los años veinte. Las condiciones del momento y las características del medio le dieron al “trípode” una fuerte orientación hacia la clínica y el tratamiento. El dispositivo fue avalado por la IPA en 1925, sostenido con firmeza en todas sus exigencias y desde entonces, con algunas diferencias, cumplido por la totalidad de sus asociaciones componentes.

Es imprescindible señalar que este modelo de formación no ha sido aceptado por otras organizaciones ajenas a la IPA y que no participan estrictamente de sus requisitos. Desde los inicios, pero más claramente en la segunda mitad del siglo XX nuevas Asociaciones, algunas de ellas provenientes de escisiones del tronco común IPA generaron modalidades distintas de formación. Surgieron instituciones o grupos con condiciones menos rigurosas en cuanto a la duración, la frecuencia de los análisis didácticos y la no intervención en la selección del analista.

La historia de casi un siglo revela que los requisitos exigidos por el trípode de Eitingon para la formación analítica se han mantenido, en lo fundamental, inalterables. Esta larga y significativa tradición es una muestra de su eficacia. El trípode reconoció de entrada que la formación analítica debía ser un complejo dispositivo que reflejara que las elaboraciones teóricas psicoanalíticas surgieran de la experiencia con el método, tanto en el imprescindible análisis personal como en el llevado a cabo con pacientes bajo supervisión. La formación no podía ni debía ser un mero proceso de aprendizaje cognitivo. Quizá este haya sido una de las mayores dificultades para integrar este modelo de formación dentro de la estructura clásica de la academia.

La aparente sencillez del procedimiento (Verfahren) encubre la trabajosa dificultad que genera su implementación. Por eso la formación analítica, de todas las formaciones postgrado es una de las más estudiadas e investigadas por sus propios protagonistas. La infinita lista de jornadas, trabajos y congresos dedicados al tema es enorme. Los propios Institutos de Formación de la IPA analizan y estudian permanentemente los temas referidos a la dinámica de la formación.

Cuando la formación analítica se institucionalizó, surgieron preguntas inevitables que dieron y siguen dando lugar a largas discusiones: ¿Qué condiciones previas personales y profesionales se requieren para ingresar a la formación? ¿Qué lugar debía darse a las condiciones de salud mental del candidato y en ese caso, quien y como deberían definirse? ¿La formación, debería tener una meta, un perfil, un final específico definible como se lo plantean las carreras académicas? ¿Cuáles son los instrumentos o metodologías del trípode y cómo se genera un proceso cuyos componentes se realimentan recíprocamente? ¿El análisis de formación es diferente de un análisis terapéutico o no? Y una última ¿Cuán necesario es que todo este proceso tenga lugar en una institución que, en última instancia, se asume responsable de su implementación como de su destino?

 

Los propósitos y finalidades de la formación analítica

En el universo académico, los perfiles de formación docente exigen definir el llamado perfil del egresado, pensado como la meta, el resultado del proceso de aprendizaje, aquel que se debe alcanzar. Para la formación analítica no se dispone de un molde previo, solo tentativas y aproximaciones porque las trasformaciones a las que se aspira tienen que tolerar en sus resultados una altísima variabilidad personal. Es la vida mental del analista en formación la que está en juego, sus valores y limitaciones. En realidad, la formación más exitosa supone cambios y modificaciones personales profundas que implican desalojar con gran esfuerzo saberes presupuestos, creencias infundadas, teorías no sustentables, ideas sobre valoradas, falsos enlaces. Implica cuestionar la ilusión de un saber totalizador sostenido desde el discurso autocrático de querer saber siempre más, con la ilusión de saberlo todo. Significa, por lo menos, poner en cuestión la estabilidad de toda una estructura mental, a sabiendas que su movilización puede tener un costo emocional muy profundo.

La formación analítica inevitablemente marcha, lenta pero inevitablemente, a contracorriente de la evolución del llamado Yo ‘oficial’ y de la cultura dominante. Analizar es descomponer, desarmar, desmontar estructuras mentales establecidas y esperar que se restauren por si mismas pero en transferencia. Se diría que buena parte del proceso de la formación analítica va a transitar entre la estabilidad y el cambio de las organizaciones mentales. ¿Es posible decir que el propósito o la finalidad de la formación analítica es la normalidad, la salud mental o el cambio? No hay un molde previo, solo aproximaciones porque las trasformaciones a las que se aspira en la formación tienen que tolerar en sus resultados una altísima variabilidad personal. No hay una meta preestablecida, solo hay una mera posibilidad brindada por un proceso largo y complejo.

Una vez que, como vimos, la formación se profesionalizó, la institución se hizo cargo de las condiciones de admisión y responsable de sus resultados. Superada la discusión traumática sobre el ‘análisis profano’ la exigencia de poseer requisitos académicos previos prácticamente se limitó a médicos, aunque siempre había minoritariamente otros profesionales ejerciendo el psicoanálisis. En la segunda mitad del siglo XX, se abrió el ingreso en algunos Institutos de Formación a psicólogos y a universitarios provenientes de otras ciencias.

Una polémica de difícil solución se entablo en relación con las condiciones de salud mental de quien deseaba ser analista. La discusión de la admisión en estos términos, o peor, en la consideración de la posible psicopatología del aspirante, quedó superada. Hoy en día es un dato más a tener en cuenta, entre otros muchos que se consideran y evalúan en una admisión. La cuestión de orientación de género también fue motivo de polémica, ya resuelta en los mismos términos.

¿Y cuándo debe terminar la formación analítica? Por supuesto como toda otra formación, existen parámetros formales y temporales que establecen claramente cuando la formación está finalizada, como en cuanto a los seminarios y la supervisión didáctica. ¿Y el análisis didáctico? Concierne exclusivamente al analista y al analizando, fuera de cualquier estipulación institucional. La decisión pertenece a ambos y luego de establecida de común acuerdo, se comunica a la institución. Pero ¿cuándo debe terminar? Es una pregunta que se remonta a Freud1 y sigue siendo discutida hasta la actualidad.2 Llevaría mucho espacio ocuparse de ella.

 

Los objetos de la experiencia analítica en el dispositivo de la formación

El tránsito por el proceso de la formación pone al futuro analista en contacto con objetos de un altísimo nivel de conflictividad y que darán lugar a un trasfondo de intenso apasionamiento pero también una inquietud que implica malestar y sufrimiento. Se genera en el carácter altamente conflictivo que genera la íntima exposición con ciertos elementos de la experiencia psicoanalítica. Para mencionar solo algunos de los más relevantes:

1. El inconsciente reprimido: ese reservorio irracional, bastión de una potente organización psíquica que existe como una suerte de reserva, que no se aísla por completo de la actividad psíquica consciente ni permanece absolutamente inmodificable. El asombro del descubrimiento de la psicosexualidad y la amnesia infantil concomitante. Reconocerse en un Yo del desconocimiento que lejos del cogito cartesiano, es asiento de fuertes resistencias a la ‘novedad’ del análisis. Afrontar la ubicuidad del complejo de Edipo y descubrir la castración como operador privilegiado y motor para las transformaciones exitosas o deficitarias de las estructuras mentales. Apreciar la trascendencia de los duelos para enfrentar la finitud y la inermidad. Soportar y sostener el encuentro con la destructividad, propia y ajena y sus manifestaciones, la culpa inconsciente, el masoquismo, la reacción terapéutica negativa y la dañina compulsión repetitiva.

2. Descubrir que el deseo no aparece sino sobre el trasfondo del conflicto, de lucha de fuerzas, cuyo soporte es la pulsión sexual y la angustia su contracara. Lo sexual devendrá el concepto desde el cual la actividad psíquica se organiza, se diferencia, se especifica y funda las relaciones entre la actividad consciente e inconsciente. No solo reconocer los efectos de la represión sino el clivaje (escisión) de la mente, que tiene una derivación paralizante sobre el juicio, que mina la confianza en el intelecto y coloca lado a lado con la psicosis. Percibir la dinámica del amor y el odio, el poderío del deseo, del dolor por encima del placer.

3. De cómo el narcisismo, que nutre las instancias ideales de la mente se erige como bastión y obstáculo frente al conocimiento. Que alimenta un Yo que es todo, lo sabe todo, lo puede todo, que conduce a la elección idealizada de un objeto de amor tanto como a una institución idealizada, maestros endiosados, teorías sobrevaloradas. Luego, la decepción y a la desilusión que hace estragos en los procesos fundados en la idealización. Los valores, arraigados por estructura al pasado, obstaculizan en la formación la incorporación de lo nuevo. De cómo la mezcla de desamparo y omnipotencia infantil es explosiva para la vida mental.

4. Tolerar y tolerarse modos irracionales de pensamiento. Freud decía en 1938:

 

El pensamiento psicoanalítico se vuelve de aceptación difícil no solo porque afrenta nuestras concepciones morales, sino también porque los modos de pensamiento que descubre en quienes hacen su experiencia y de los que él mismo se vale para exponer lo que ha descubierto, se apartan demasiado del sentido común y, como tales, representan una amenaza para la razón.

 

El proceso primario, ese reservorio irracional del funcionamiento de la mente, esa potente organización psíquica que existe como una suerte de reserva psíquica para la creación o la locura, no se aísla por completo de la actividad psíquica, ni permanece absolutamente inmodificable. Constituye una fuente inagotable de irracionalidad como de curiosidad intelectual, de procesos creativos, de la sublimación, de la vocación psicoanalítica…

5. Los fenómenos transferenciales son parte esencial de la formación del analista. Sentir el análisis como proceso y vivir las experiencias cruciales de la transferencia y la contratransferencia. Entender que cuando alguien habla, siempre está presente un Otro. Que no solo importa lo que se dicen, sino quien es históricamente uno para el otro. También en la relación de aprendizaje, la transferencia instituye. La teoría, el saber viene después, aparte, son datos que tal vez queden cuando la transferencia se disuelva.

6. La idea de la abstinencia y la neutralidad no se menciona solo como una regla técnica sino como una posición inédita de diálogo en el mundo, a contracorriente de la posición social habitual. Centrar el interés del diálogo en el otro, tratando de poner límite a la participación personal en lo que se dice. Para intervenir como analista, no se puede eliminar los deseos pero para el trabajo analítico es crucial que el analista en lo posible los reconozca y los mantenga en suspenso. Esta regla técnica está sujeta a permanente tensión y problematiza la contratransferencia. Requiere contener sugerencias, indicaciones, propuestas fuera de lo estrictamente analizable.

7. La formación puede lograr cambios en la subjetividad en el contacto con los objetos del análisis pero, los cambios deben ir en dirección de una creciente autonomía personal y en la transformación de los restos transferenciales generados en su tránsito. Cuando termine la formación, lo esencial del desasimiento no será el duelo sino la irreparable constatación de que la palabra del otro, del difunto, quedará inconclusa para siempre. Un inacabamiento que corresponde cada uno transportar a otra parte. Y esa inspiración es inagotable, por suerte seguirá alimentando la vocación. La identidad analítica requiere alcanzar un funcionamiento más allá de una égida, parental o de cualquiera de sus representantes. Las voces del pasado, de la tradición, de lo establecido, deben generar respeto pero en algún momento deben atenuarse (o llamarse a silencio) en el interior del analista para dar lugar a la originalidad y singularidad propias.

8. Es imprescindible que la formación analítica tenga lugar en un espacio institucional. La institución ofrece una especie de moratoria, de noviciado, para ejercitar un aprendizaje, lanzado primero al amparo de colegas con más experiencia y gradualmente con mayor independencia y autonomía. Permite la participación en pequeños grupos, tolerar las ansiedades del aprendizaje y el apoyo mutuo, el conllevar éxitos y fracasos. Compartir un dialogo con otros que pueden entender los términos de un lenguaje que el sentido común no comprende. Los límites reaseguradores de la institución permiten un grado de procesamiento de las ansiedades ligadas al aprendizaje.

La experiencia con dichos objetos de la experiencia analítica, en el entretejido que se arma tanto en el análisis personal, como el que lleva a cabo con los pacientes, como con los textos teóricos que lo complementan, apunta al inconsciente, un inconsciente que no se puede domesticar ni educar. Hay que establecer contacto personal con ellos, tal como se revelan en uno y en los otros. Se los debe escuchar y eso para el analista en formación tiene un costo. La formación impulsa y sostiene el contacto con los objetos de la experiencia analítica que son fuente de inquietud pero también del bienestar febril que generan como objetos de la vocación. La vocación analítica no solo la del destino personal del analista sino también la que lo convoca a ocuparse de los enigmas originarios: las preguntas por el ser humano: sexualidad, vida, muerte, alteridad, locura, etc.

Por todo lo cual es fundamental la exigencia de una experiencia de análisis personal suficientemente larga y profunda: La frecuencia y la regularidad de los contactos en el análisis favorece el desarrollo de un vínculo emocional intenso con el analista que estimula el trabajo en la transferencia y permite al analizando experimentar personalmente la importancia de su análisis en su vida cotidiana y profesional, le da la continuidad necesaria para la instalación de asociación libre, sueños, actos fallidos, elaboración, disminuye la fortaleza de sus defensas y brinda una base sólida para las interpretaciones. Difícilmente se establezca un proceso analítico si por lo menos un analizando no experimentó por un tiempo una alta frecuencia de sesiones y el uso del diván. El vínculo derivado de una alta frecuencia de sesiones también supone una sobrecarga emocional muy intensa, no solo al analizante, sino también para el analista didacta. Como le dijera Freud a Pfister “Ciertamente la transferencia es una cruz”.

En conclusión, el psicoanálisis plantea, que el sujeto no emerge solamente por vía de la razón, es decir por un Yo que solo “aprende”, reflexiona o cuestiona de manera impecable. El saber analítico no opera por vía ‘académica’, es resultado de una compleja y singular relación entre la experiencia individual del análisis, las supervisiones y el trabajo de los textos en los seminarios. Las resistencias con las que el Yo se defiende pueden perturbar y distorsionar la construcción y asimilación de aspectos cuestionados en las teorías psicoanalíticas.

 

Código de Procedimientos en Educación de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA). El trípode de formación3

Desde que se aprobaron en 1925, la IPA mantuvo las condiciones de formación de analistas hasta el presente. Se introdujeron algunas enmiendas y modificaciones, pero en lo fundamental se mantuvieron los requisitos básicos. En el tiempo en que APdeBA estaba solicitando su acreditación universitaria, la IPA volvió a revisar y definir el listado de normas generales para la formación de psicoanalistas de todas las Sociedades constituyentes en el mundo así como los estándares y criterios para calificar y autorizar el ingreso como miembro. Por su valor testimonial, se cita a continuación algunos párrafos del mismo:

 

El título de miembro de la IPA representa el reconocimiento pleno de la IPA de la responsabilidad otorgada a la Sociedad Componente que autoriza la formación a sus integrantes. Esto implica que las Sociedades Componentes han aceptado un conjunto de normas basadas en experiencias y criterios fundamentados clínicamente.

 

Históricamente, el psicoanálisis como una práctica clínica, fue considerado por Freud que debía ser realizado diariamente. Esta concepción y otras del encuadre analítico han evolucionado después de Freud. Sin embargo, la práctica y la teoría psicoanalítica están basadas sin dudas en una frecuencia de sesiones que deben ser realizadas regularmente y en no menos de tres sesiones por semana de 45 a 50 minutos.

 

Ingreso a la Formación Analítica

Es aceptado y reconocido que cada Sociedad Componente de la IPA puede tener variaciones en cuanto a las condiciones de admisión de sus candidatos. Sin embargo, los procedimientos siguientes se sostienen:

 

1. Tener un título universitario y algún grado de experiencia clínica 2. Para ingresar a la formación el aspirante debe por lo menos dos entrevistas dos analistas didactas reconocidos por la institución 3. La decisión final de ingreso queda a cargo de un grupo oficialmente responsable de esa función, que incluye a los dos analistas que llevaron a cabo la entrevista y varios otros 4. Los colegas aceptados deben considerarse analistas en formación.

 

Análisis personal

1. De acuerdo con el modelo utilizado por la Sociedad, un psicoanalista oficialmente reconocido por la misma por tener la ‘función didáctica’ debe conducir el análisis personal 2. El análisis del candidato debe ser cumplido con una frecuencia regular de 3 a 5 sesiones por semana, de 45 a 50 minutos cada una.

 

Cursos y Seminarios teóricos

1. Los cursos y seminarios deben incluir la lectura y discusión en pequeños grupos de la obra de S. Freud y de autores posteriores, cubriendo conceptos teóricos, problemas clínicos y técnicos del psicoanálisis. Los debates deben priorizar las discusiones basadas en experiencias clínicas. 2. Los Cursos y Seminarios deben ser planeados por un grupo especialmente por designado y responsable ante la Sociedad.

 

Supervisiones clínicas