El judaísmo - Nicholas de Lange - E-Book

El judaísmo E-Book

Nicholas de Lange

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¿Qué es la religión judía? ¿Qué elementos definen el pueblo judío? ¿Cómo se estructuran la familia y la comunidad? ¿En qué consisten sus ritos y sus tradiciones? ¿Qué es el Talmud? ¿Cómo afronta el futuro El judaísmo? En esta introducción a la religión y la cultura hebrea se muestra El judaísmo contemporáneo en toda su rica diversidad, presentando tanto las teologías, tradicionales y modernas, como las formulaciones laicas de la identidad judía. Si bien el interés principal del libro se concentra en los acontecimientos acaecidos en los últimos doscientos años, los hechos son estudiados a la luz de un trasfondo histórico que se remonta hasta la Biblia. El libro comienza describiendo la vida de los judíos en el mundo actual, para abordar acto seguido el concepto, sin duda excepcional, de un pueblo judío que ha pervivido a través de los siglos y de muchos padecimientos. A continuación se analizan los textos fundamentales y, seguidamente, se desgranan las diferentes interpretaciones de la religión y las maneras en que la existencia es vivida en el seno del hogar y en comunidad. Finalmente, la teología judía es expuesta tanto desde un punto de vista histórico como atendiendo a los intensos debates actuales que, aun hoy, buscan renovar El judaísmo. Esta segunda edición ha sido completamente revisada y actualizada, incluyendo los últimos datos demográficos, políticos y económicos del judaísmo en el mundo.

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Akal / Universitaria / 319

Nicholas de Lange

El judaísmo

(Segunda edición)

Traducción de la primera edición: María Condor y revisión de Pilar Cintora

Revisión y traducción de la segunda edición: Sandra Chaparro Martínez

¿Qué es la religión judía? ¿Qué elementos definen el pueblo judío? ¿Cómo se estructuran la familia y la comunidad? ¿En qué consisten sus ritos y sus tradiciones? ¿Qué es el Talmud? ¿Cómo afronta el futuro el judaísmo?

En esta introducción a la religión y la cultura hebreas se muestra el judaísmo contemporáneo en toda su rica diversidad, presentando tanto las teologías, tradicionales y modernas, como las formulaciones laicas de la identidad judía. Si bien el interés principal del libro se concentra en los acontecimientos acaecidos en los últimos doscientos años, los hechos son estudiados a la luz de un trasfondo histórico que se remonta hasta la Biblia. El libro comienza describiendo la vida de los judíos en el mundo actual, para abordar acto seguido el concepto, sin duda excepcional, de un pueblo judío que ha pervivido a través de los siglos y de muchos padecimientos. A continuación se analizan los textos fundamentales y se desgranan las diferentes interpretaciones de la religión y las maneras en que la existencia es vivida en el seno del hogar y en comunidad. Finalmente, la teología judía es expuesta tanto desde un punto de vista histórico como atendiendo a los intensos debates actuales que, aún hoy, buscan renovar el judaísmo.

Nicholas de Lange es profesor de hebreo y de estudios judíos en la Universidad de Cambridge.

«…de un valor incalculable.»

Times Literary Supplement

«…cumple su objetivo con creces y ofrece una introducción general al judaísmo útil tanto para lectores judíos como no judíos.»

Publishers Weekly

«Una obra de consulta valiosa… y mucho más.»

The Jerusalem Post

Diseño de portada

RAG

Motivo de cubierta: «Rollos de la Torá», sinagoga Signora, en Esmirna (Turquía).

© Neil Folberg (Nueva York, Aperture, 1995)

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

An Introduction to Judaism. Second Edition

© Nicholas de Lange, 2011

© Ediciones Akal, S. A., 2011

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4115-3

Para Alexander

Prefacio

Este libro se dirige tanto a estudiantes de religión como a cualquier otra persona que busque una introducción al judaísmo, de ahí que lo cierre con algunas sugerencias bibliográficas. Espero haber tratado los puntos principales sin haber descendido demasiado al detalle. He incluido cierto número de citas del devocionario y otras fuentes porque, como el judaísmo es una religión escritural, describir creencias o rituales sin citar los textos sería ofrecer una visión muy vaga.

Me he centrado en el judaísmo contemporáneo. Cuando profundizo en la historia lo hago con los ojos del presente. Muchos libros narran la historia del pueblo judío, pero lo que quería reflejar en esta introducción era cómo influye en el judaísmo contemporáneo nuestra forma de percibir el pasado.

Como explico en el libro, actualmente el judaísmo está muy fragmentado. He procurado hacer justicia a las distintas corrientes en proporción a su relevancia cuantitativa. Si he sido menos que justo con el judaísmo laico es porque, por ahora, está menos estructurado que las demás tendencias.

He intentado reflejar la importancia del hecho de que los núcleos del judaísmo actual estén en los Estados Unidos e Israel. Sin embargo, también hago referencia al judaísmo en Europa, antes de la Segunda Guerra Mundial y en la actualidad. No podemos prescindir del judaísmo europeo aunque su apogeo sea cosa del pasado.

He concebido este libro de manera que los capítulos se puedan leer en cualquier orden, de ahí que haya repeticiones y referencias cruzadas. No obstante, creo que el orden que propongo tiene cierta lógica y recomiendo a los lectores que acepten mi consejo y «empiecen por el principio».

Reconozco que mis intentos de evitar el lenguaje sexista pueden parecer poco entusiastas. Me había propuesto mantener el equilibrio entre la exactitud y la elegancia y sé que no siempre lo he conseguido. Cuando se escribe sobre el judaísmo es difícil evitar un sexismo que impregna las fuentes. No obstante, espero no ofender a nadie por referirme a Dios como «Él» o aludir a «los judíos» como si todos fueran «judíos varones».

Dado que este libro es una introducción, no he querido transcribir las palabras en el alfabeto hebreo. Me he permitido utilizar un sistema simplificado de transliteración cuya finalidad es dar una idea aproximada de la pronunciación. Al transliterar nos hallamos con algunos problemas. Por ejemplo, usamos la letra h para representar dos letras hebreas diferentes, una de las cuales expresa un sonido más duro que el de la h inglesa. Los lectores que estén mínimamente familiarizados con el hebreo no tendrán problemas con las palabras transliteradas pero, aun así y para mayor claridad, he incluido una transcripción más exacta de cada palabra en el glosario.

He contraído muchas deudas mientras escribía esta obra. Quiero expresar mi agradecimiento al Weizmann Institute Rehovot, que me ofreció cobijo mientras investigaba los aspectos israelíes, y al Oxford Centre for Hebrew and Jewish Studies de Yarnton, a cuya hospitalidad me acogí mientras redactaba el libro. En ambos lugares mis amigos me proporcionaron alimento terrenal e intelectual. Agradezco a mis alumnos de Cambridge y a aquellos que me escucharon durante una breve estancia en la Universidad Libre de Berlín que me permitieran poner a prueba mis ideas y me confiaran algunas de las suyas. Varios amigos han formulado consejos y sugerencias que agradezco enormemente. Por último, quiero dar las gracias de todo corazón a mi madre y a mis hijos, por no dejar que me apartara demasiado de la realidad y corregirme en innumerables detalles.

Prefacio a la segunda edición

Me alegro mucho de tener la oportunidad de poner mi libro al día y actualizar la bibliografía. Quisiera agradecer a mis colegas George Wilkes y Melanie J. Wright sus útiles comentarios y sugerencias.

Nicholas de Lange

Cambridge, diciembre 2008

Asentamiento judío en 1930 (a).

Asentamiento judío en 1930 (b).

Asentamiento judío en 1930 (c).

Asentamiento judío en la primera década del siglo xxi (a).

Asentamiento judío en la primera década del siglo xxi (b).

Asentamiento judío en la primera década del siglo xxi (c).

Asentamiento judío en la primera década del siglo xxi (d).

I. Los judíos en el mundo

¿Quiénes son los judíos?

Los judíos son un pueblo disperso. Viven en muchos países diferentes, y, con una sola excepción, son una minoría numéricamente insignificante en todos ellos. Pertenecen a muchos grupos étnicos y lingüísticos distintos y a ámbitos culturales diversos. Incluso en un mismo país, estas diferencias dividen a las comunidades judías. Así pues, ¿qué es lo que les une y nos permite hablar en términos generales de «los judíos»?

Decir que lo que les une es la religión que comparten es una respuesta aparentemente atractiva pero en realidad engañosa. Hay una religión común que constituye el núcleo de la vida para muchos judíos y genera fuertes lazos de unión con los demás. Pero sería poco realista mantener que es la religión judía la que une al pueblo judío. De hecho, hoy en día, la religión más que unir divide a los judíos en la misma medida en que los separa de los no judíos. Hasta los judíos más piadosos probablemente admitirían que no es su religión lo que les define. Practican la religión judía porque son judíos y no al revés.

¿Qué es lo que convierte a un judío en un judío? En el mundo actual, hay muchos «judíos por elección», pero una abrumadora mayoría ha nacido en el seno de familias judías. La mayoría respondería a la pregunta: «¿Por qué eres judío?», diciendo: «Porque nací judío».

Este hecho tiene importantes implicaciones. A veces se dice que «el judaísmo no hace proselitismo», en el sentido de que los judíos no intentan convertir a los demás, pero no es del todo verdad. Por lo general, los judíos están orgullosos de su religión, les encanta hablar de ella con no judíos, cuyo interés les gusta e incluso halaga. Pero, dado que la religión no es la base de la identidad judía, no pretenden convertir a nadie. En los casos, casi excepcionales, en que un no judío opta por convertirse al judaísmo, supone más bien entrar a formar parte de un pueblo que suscribir una fe. En realidad, veremos cómo en la religión judía la fe desempeña un papel un tanto secundario.

En segundo lugar, dado que la identidad judía tiene su origen en el nacimiento en lugar de en el compromiso personal, los vínculos con los demás judíos también dependen del nacimiento, al menos tanto como de otros factores. En otras palabras, la familia suele desempeñar un papel importante en la conciencia de los judíos y el concepto de familia es extenso, abarca hasta a los primos más lejanos.

Es este sentimiento el que lleva a los judíos a tener una relación muy estrecha con el pasado de su pueblo. Las máximas religiosas refuerzan el vínculo: todos los judíos consideran que Moisés les liberó de la esclavitud egipcia, que han estado ante Dios en el Sinaí y han recibido el don de la Torá. Se trata de un sentimiento general y espontáneo, en modo alguno limitado a los judíos religiosos, sino compartido por muchos que rechazan la fe.

Nahum Goldmann, uno de los más destacados líderes políticos judíos del siglo xx, que ha tenido poco que ver con el mundo de lo religioso, escribió en sus memorias estas palabras sobre los judíos del shtetl de Lituania donde había nacido:

No vivía solo una íntima relación de familia con sus compañeros judíos, que eran para él mucho más que miembros de la misma raza o religión; se sentía muy próximo al pasado de su pueblo y a su Dios. Cuando de niño le hablaron de Moisés, no lo consideró una figura mítica, sino un tío importante aunque tal vez algo lejano. Cuando, siendo estudiante de la academia rabínica, la yeshiva, analizaba el pensamiento del rabino Akiba o el rabino Judá, no los imaginaba como a anticuarios estudiando historia, sino como a hombres sumergidos en un debate vivo con un pariente mayor y más sabio[1].

El pasado judío (no el de una sola familia o el de una comunidad local) forma parte de la experiencia interior y la identidad de cada uno de los judíos. Los judíos componen una familia enorme y dispersa porque, estén donde estén, comparten este sentido de su historia. Nótese que la expresión «raza judía», que todavía se encuentra de manera ocasional, no es apropiada. Empezó a utilizarse en una época en la que la definición de «raza» era mucho más vaga que hoy pues se hablaba, por ejemplo, de la «raza inglesa». El antisemitismo, un movimiento político europeo que tuvo muchos adeptos a partir de la década de 1880, intentó aislar a los judíos del resto de la sociedad haciendo creer que eran genéticamente diferentes al resto. En algunos países europeos, traumatizados por recientes y dramáticos trastornos políticos y económicos, los antisemitas consiguieron abrir una brecha entre amigos, vecinos y socios. (Los países de habla inglesa han sido en buena medida inmunes a sus esfuerzos.) Pero esta visión de la identidad judía no ha sido nunca realista. Los judíos no comparten ninguna característica racial que los distinga de los que no son judíos; bien pensado sería extraordinario que existiera, porque la identidad judía siempre ha sido porosa. A lo largo de toda la historia de Europa ha habido individuos que se integraban en la comunidad judía o la abandonaban; a veces eran poblaciones enteras las que cambiaban de afiliación. El primer cristianismo tuvo mucha difusión entre los judíos y todas las Iglesias cristianas se han esforzado, a lo largo del tiempo, por convertir a los judíos, por la fuerza de ser necesario. En 1251, el Cuarto Concilio de Letrán, en su deseo de segregar a los judíos de los cristianos, ordenó que los primeros llevaran distintivos especiales cosidos a la ropa para distinguirlos. Al parecer, hace ochocientos años se consideraba que judíos y cristianos no se diferenciaban externamente, idea que los nazis alemanes, a pesar de sus estridentes fanfarronadas racistas, parecían compartir cuando promulgaron sus leyes raciales en 1935. Las leyes nazis definían a un judío como alguien que tuviese al menos un abuelo judío, definición que resultó ser muy arbitraria y poco realista en una Alemania en la que judíos y cristianos llevaban casándose entre sí durante generaciones.

La ley judía da su propia definición de la identidad judía: se llega a ser judío por nacimiento o por elección. En el primer caso la tradición define como judío al hijo de progenitores judíos o solo de madre judía pero, actualmente, las corrientes más liberales del judaísmo consideran judío al hijo de madre no judía si el padre lo es y ha educado al niño en el judaísmo. Un no judío puede convertirse en judío solicitándolo ante un tribunal (hoy en día formado por tres rabinos, aunque tradicionalmente no era necesario que ninguno de los tres fuesen rabinos), estudiando y sometiéndose a los rituales de inmersión en agua y (solo en el caso de los varones) de la circuncisión. Hay quien exige que se pase un periodo de tiempo con una familia o comunidad judías y la promesa de observar siempre los mandamientos. Pero existe otra corriente, basada en una antigua tradición rabínica, que solo exige un mínimo estudio si el compromiso es profundo, pues sus defensores creen que el proceso de aprendizaje será más eficaz si se realiza en el seno de la comunidad tras la aceptación del postulante.

Datos y cifras

Actualmente, según las estimaciones más fiables, hay en el mundo unos trece millones de judíos[2]. El pueblo judío es un pueblo menor disperso y el judaísmo tiene muchos menos adeptos que cualquiera de las otras principales religiones del mundo.

Tabla 1.1Países con mayor población judía, 2007

Orden

País

Población judía

% de población del país

% de población judía del mundo

1

Israel

5.393.400

74,95

41,0

2

EEUU

5.275.000

1,75

40,1

3

Francia

490.000

0,79

3,7

4

Canadá

374.000

1,14

2,8

5

Reino Unido

295.000

0,48

2,2

6

Rusia

221.000

0,16

1,7

7

Argentina

184.000

0,47

1,4

8

Alemania

120.000

0,15

0,9

9

Australia

104.000

0,50

0,8

10

Brasil

96.200

0,05

0,7

Naturalmente, es imposible obtener estadísticas exactas acerca del número de judíos si no nos ponemos de acuerdo sobre cómo definir a un judío. Como ya hemos mencionado, las definiciones abarcan desde la muy estricta y limitada de la ley tradicional, la llamada «definición halájica», a otras mucho más vagas y difusas. Hay estadísticas que se basan en la autodefinición de los encuestados, otras, en la pertenencia a la sinagoga, y algunas en la pura especulación.

Muchos países, incluyendo algunos de los que cuentan con las poblaciones judías más numerosas (sobre todo los Estados Unidos), no disponen de cifras oficiales sobre el número de judíos que forman parte de su población. En las estadísticas de Israel, donde «judío» es una «nacionalidad» oficialmente reconocida, las cifras se basan en la definición halájica, pero las incrementan los no judíos pertenecientes a familias «judías» que, en ocasiones, superan en número a los miembros judíos.

En consecuencia, hay que aceptar todas estas estadísticas con reservas aunque algunos datos generales sean indiscutibles. En primer lugar, si bien los judíos están dispersos por un gran número de países, la inmensa mayoría se concentra en muy pocos de ellos. De los trece millones de judíos del mundo, se cree que 5,27 millones (40,1 por 100) viven en los Estados Unidos y 5,39 millones (41 por 100) en Israel. Ningún otro país se acerca ni remotamente a estas cifras: el siguiente de la lista es Francia, donde viven medio millón de judíos aproximadamente.

Dicho de otro modo, determinadas regiones del mundo son más representativas que otras en un mapa de población judía. Fuera de Israel, la mayoría de los judíos viven en América del Norte o del Sur, Europa, Sudáfrica o Australia; en el resto de África y en Asia, hay pocos y les separan grandes distancias. Incluso en el seno de los países concretos la población judía tiende a concentrarse en determinadas regiones o ciudades.

Tabla 1.2Áreas metropolitanas con mayor población judía, 2007

Orden

Área metropolitana

Población judía

1

Tel Aviv

2.799.000

2

Nueva York

2.051.000

3

Jerusalén

675.000

4

Los Ángeles

668.000

5

Haifa

657.500

6

Sudeste de Florida

527.500

7

Be’er Sheva

350.800

8

París

284.000

9

Chicago

270.000

10

Boston

235.000

También podemos usar las cifras para comparar el porcentaje de judíos en relación a las poblaciones totales. Veríamos que Israel es excepcional, pues allí los judíos constituyen casi el 75 por 100 de la población, mientras que, solo en tres de los demás países (Estados Unidos, Canadá y Gibraltar, una de las comunidades más pequeñas) viven poco más de diez judíos por cada mil habitantes. En el resto de los países la presencia judía es numéricamente insignificante.

La población judía es predominantemente urbana. Es una tendencia mundial general, pero los judíos son más propensos a vivir en ciudades y en conurbaciones especialmente grandes que la población en general. Salvo en el caso de los pocos países en los que se han hecho esfuerzos deliberados por asentarlos en el campo, raras veces viven en pueblos o colonias aisladas. Esto no es un fenómeno nuevo, aunque antes del genocidio nazi era habitual ver a judíos viviendo en aldeas o en zonas rurales e incluso cultivando la tierra en Europa del Este. Actualmente una abrumadora mayoría de los judíos vive en grandes áreas urbanas y, de hecho, más de la mitad de los judíos del mundo viven en las diez mayores áreas metropolitanas de Estados Unidos, Israel y Francia.

Más de la mitad de los judíos del mundo vive en países de habla inglesa y, aunque sería una exageración afirmar que todos los judíos hablan o entienden el inglés, lo cierto es que esta lengua es el principal medio de comunicación entre judíos, y la mayor parte de los libros y publicaciones periódicas destinadas a lectores judíos se escriben en inglés. El hebreo también es una lengua importante, es la primera lengua oficial de Israel y se utiliza, junto a las lenguas vernáculas locales, como lengua litúrgica en las sinagogas de todo el mundo. Las antiguas Escrituras están escritas en hebreo, y de ahí su relevancia para los judíos. También la estudian no judíos, pero solo en raras ocasiones la usan como medio de autoexpresión o comunicación. Una amplia minoría de judíos habla o entiende ruso. En el pasado muchos hablaban lenguas como el árabe, el español, el alemán, el yiddish y el francés; algunos las siguen hablando. Retrocediendo en la historia, vemos que el arameo (lengua semítica estrechamente emparentada con el hebreo) y el griego estuvieron muy difundidos en tiempos, pero muy pocos judíos hablan esas lenguas hoy; de hecho, el arameo casi se ha extinguido como lengua hablada, aunque se sigue estudiando como parte del culto judío.

¿Nativos o inmigrantes?

Resulta paradójico que, aunque los judíos consideren justificadamente que son uno de los pueblos más antiguos del mundo, la mayoría se perciba como recién llegada a los lugares donde vive. Relativamente pocos judíos viven donde nacieron sus abuelos o tatarabuelos. Hasta el siglo pasado, la historia del pueblo judío se ha caracterizado por dramáticas agitaciones y desplazamientos, y el mapa del mundo judío ha ido variando «caleidoscópicamente».

Si volvemos la vista atrás, hasta comienzos del siglo xix, veremos un modelo de asentamiento que, en líneas generales, no había cambiado en siglos. La mayor parte de la población judía se concentraba en los países cristianos de Europa o en las tierras musulmanas que formaban parte de un Imperio otomano que se extendía desde Marruecos en el lejano Occidente hasta Irán y Bujara en Oriente. Había muchos judíos en las ciudades del norte de África y fueron alcanzando progresivamente una densidad de población sin precedentes en el territorio de lo que había sido (hasta las últimas particiones) Polonia. Los judíos del norte de África y de Oriente Medio hablaban principalmente árabe o una forma específica de español, mientras que en Europa central y occidental la mayoría hablaba una forma de alemán peculiar denominada yiddish (que significa «judío»). Fuera de las principales áreas de asentamiento judío había pequeños enclaves avanzados, bastante aislados y muy antiguos en la India y China. También se han ido creando nuevos en las colonias holandesas, los Estados Unidos y Canadá. Los gobernantes de algunas tierras cristianas impidieron deliberadamente el asentamiento de judíos por razones políticas. Es lo que ocurrió sobre todo en España y Portugal, así como en sus importantes colonias de ultramar y en el Imperio ruso fuera de las fronteras del antiguo reino de Polonia. Rusia mantuvo a sus judíos encerrados dentro de esas viejas fronteras, en lo que se vendría a llamar «Área Controlada de Asentamiento Judío», que habría de tener una enorme influencia en la historia y la cultura judías.

La población judía del Área de Asentamiento creció a pasos agigantados durante el siglo xix. En 1800 había poco más de un millón de judíos en los territorios de lo que había sido Polonia, de los que tres cuartas partes vivían bajo gobierno ruso. En algunas zonas los judíos superaban en número a los cristianos. En 1880 había en Europa unos siete millones de judíos, el 90 por 100 de los judíos de todo el mundo. La mayoría vivía en la mitad oriental del continente: unos cuatro millones en el Área de Asentamiento. Solo en Varsovia vivían más judíos que en Gran Bretaña y en Francia juntas. Y aunque nunca cesó la emigración hacia Europa central y occidental, Norteamérica y otras zonas del Nuevo Mundo, la población del Área siguió creciendo espectacularmente. A comienzos de la década de 1880, cuando la violencia antisemita se sumó a las dificultades económicas, el goteo de la emigración se convirtió en un torrente. Entre 1881 y 1914 (año en que el estallido de la guerra dificultó los desplazamientos) unos 2,75 millones de judíos abandonaron Europa del Este, más de un tercio de todos los judíos de la región y más de un cuarto de todos los judíos del mundo. El 85 por 100 se estableció en los Estados Unidos, donde se convirtió en uno de los mayores grupos de inmigrantes. Eran movimientos de población a una escala sin precedentes en la historia judía y tuvieron enormes consecuencias.

Estos judíos de Europa Oriental tenían una sólida cultura, cuyos elementos principales procedían de la Edad Media renana, lugar de origen de los judíos asquenacíes que empezaron a emigrar hacia el este a partir del siglo xiii. Estrictamente segregados de la población cristiana, mantuvieron durante siglos su lengua (el yiddish) y cultura propias y, en tiempos modernos, volvieron a emigrar hacia el oeste llevándose consigo su lengua y su cultura. Aunque hoy el yiddish sea una lengua de importancia decreciente en términos de número de hablantes, muchas personas mayores la siguen hablando en diversas partes del mundo y la característica pronunciación asquenazí del hebreo sigue resonando en las sinagogas, aunque con menor frecuencia que antes.

Cuando los asquenacíes llegaron a las ciudades de Europa occidental se encontraron con los sefardíes, judíos cuyas familias procedían de España y Portugal. Las costumbres religiosas y la cultura de ambos grupos eran tan diferentes, que tendieron a formar comunidades separadas con sus propias sinagogas y los matrimonios mixtos no estaban bien vistos. Actualmente siguen existiendo ambos tipos de sinagoga pero, por lo general, ambos grupos mantienen una relación más abierta y amistosa. El término «sefardí» se refiere a los judíos originarios de la península Ibérica, pero en Israel los asquenacíes lo han aplicado (más bien peyorativamente) a todo judío no asquenazí. Como los asquenacíes, los sefardíes también emigraron en número considerable del Imperio otomano y Marruecos a finales del siglo pasado y comienzos del actual; muchos de ellos se establecieron en alguno de los países de habla hispana del Nuevo Mundo.

Todos estos desplazamientos se mantuvieron a lo largo del siglo xx, pero a ellos se sumaron otros movimientos. Por ejemplo, hubo una emigración masiva desde Alemania, Austria y Checoslovaquia en la década de 1930, los años del ascenso nazi y, tras la Segunda Guerra Mundial, muchos de los escasos supervivientes del genocidio nazi decidieron abandonar Europa. Durante los años cincuenta, a medida que el nacionalismo árabe se extendía por el norte de África, hubo un éxodo de judíos de la región y, siempre que las autoridades lo permitieron, los judíos también abandonaron los países comunistas de Europa central y oriental. Tras la caída del comunismo esta tendencia se acentuó aún más. Entretanto y por diversas razones políticas, en los países de Oriente Medio, a excepción de Israel, no quedaron prácticamente judíos. En la India se observó un fenómeno similar, que allí no parecía responder a causa política alguna. El resultado de todo este movimiento fue la reducción drástica e incluso la desaparición de las comunidades judías más antiguas del mundo y el crecimiento de las más nuevas. Recientemente ha habido nuevos éxodos en algunas de ellas, por ejemplo en África del sur.

Por citar algunos ejemplos: entre 1930 y 1990 la población judía de Canadá, México y Suecia se duplicó y la de Australia y Brasil se triplicó, mientras que en otros países como Chile, Uruguay y Venezuela la presencia de los judíos aumentó significativamente. Por otra parte, durante el mismo periodo, importantes comunidades europeas de Austria, las Repúblicas Bálticas, Bulgaria, Bielorrusia, Checoslovaquia, Grecia, los Países Bajos, Polonia y Ucrania quedaron reducidas a una miserable sombra de lo que habían sido, y las antiguas juderías de Aden, Afganistán, Argelia, Egipto, India, Iraq, Libia, Marruecos, Siria, Túnez y Yemen casi llegaron a desaparecer.

Los principales países de acogida, sobre todo los Estados Unidos e Israel, han dado asilo a gran número de inmigrantes judíos de muchos países diferentes. En muchos casos, la vida comunitaria y cultural de los judíos se ha fortalecido inmensamente. En otros, la inmigración masiva puede alterar el carácter de una comunidad, como ocurriera en Londres tras la enorme oleada de inmigración procedente de Rusia entre 1881 y los primeros años del siglo xx, en Francia tras la llegada de los judíos norteafricanos en los años cincuenta, o en Alemania cuando empezaron a llegar emigrantes judíos rusos en la década de 1990.

Israel ha absorbido un gran número de inmigrantes judíos desde que, en 1948, se convirtiera en un Estado que dio refugio a todos los judíos en un momento de permanentes dificultades económicas y políticas, aunque muchos también han dejado Israel. Se han hecho grandes esfuerzos por enseñar hebreo a los recién llegados y ayudarles, a ellos y a sus hijos, a asimilar la cultura dominante. Pero los judíos tienen una fuerte tendencia a mantener y expresar su identidad distintiva, ya sea aludiendo a su origen étnico o a su país de procedencia. No es tanto un crisol como un cóctel de frutas, sobre todo en el caso de la primera generación de inmigrantes, ya que sus hijos suelen adaptarse a una cultura israelí más homogénea durante el periodo de servicio militar obligatorio.

Israel ocupa un lugar único en los afectos de los judíos de todo el mundo, se considere o no que es Tierra Santa o la tierra natal de los judíos en sentido político. Israel mismo se considera diferente al resto del mundo judío, al que se denomina en hebreo galut o golá, «exilio». (En otras lenguas, los judíos hablan de «diáspora», que viene de un término griego antiguo que significa «dispersión», «diseminación».) Ir a vivir a Israel se denomina en hebreo aliyá, «ascenso», un término antiguamente reservado al viaje a la ciudad santa de Jerusalén. Por el contrario, emigrar de Israel se denomina yeridá, «descenso», una palabra que tiene connotaciones negativas. Israel manda emisarios a las comunidades de la diáspora para inculcar el conocimiento y el amor por Israel y fomentar así la aliyá.

Aunque los judíos suelen compartir un fuerte vínculo con los demás judíos del mundo, es probable que desconozcan las organizaciones internacionales que reúnen, representan y, en cierta medida, protegen y mantienen a los judíos en los diferentes países. Como estas organizaciones han proliferado mucho, solo mencionaremos aquí unas cuantas.

El Congreso Mundial Judío, fundado por Nahum Goldmann, cuyo nombre ya hemos mencionado, se reunió por primera vez en Ginebra en 1936. Se trata de una asociación voluntaria de organismos, comunidades y organizaciones judías de todo el mundo cuya meta es «asegurar la supervivencia y fomentar la unidad del pueblo judío». De las demás organizaciones internacionales, la más poderosa es la Organización Sionista Mundial, fundada por el Primer Congreso Sionista en 1897. Fue su espíritu el que impulsó los acontecimientos que condujeron al establecimiento del Estado de Israel en 1948, continúa trabajando en aras del fortalecimiento de Israel, fomentando la aliyá y promoviendo una cultura judía (no necesariamente religiosa) distintiva. La Organización Agudas Israel World, fundada en 1912, es un organismo ortodoxo tradicional que busca soluciones, que reflejen el espíritu de la Torá, «para los problemas a los que se enfrenta periódicamente el pueblo judío que está en Eretz Yisroel [la Tierra de Israel] o se encuentra en la diáspora». La Unión Mundial para el Judaísmo Progresista impulsa el crecimiento del judaísmo reformista y liberal, mientras que el Consejo Mundial de Sinagogas, mucho más reciente, cumple la misma función en el caso del judaísmo conservador y la Federación Mundial Sefardí se ocupa del bienestar religioso, cultural y social de las congregaciones sefardíes. El Consejo Internacional de Mujeres Judías, cuyo nombre ya lo dice todo, fue fundado en 1912. La Junta Internacional de Servicios Sociales y de Bienestar Judíos, el Comité de Coordinación de Organizaciones Judías y el Consejo Consultivo de Organizaciones Judías son organizaciones paraguas que representan a diferentes organismos nacionales e internacionales. Finalmente, la Unión Mundial Maccabi es una asociación deportiva de aficionados. Hay muchas asociaciones especializadas más, así como organizaciones al servicio de grupos concretos en la Unión Europea o la Commonwealth británica. Esta diversidad de organizaciones refleja las múltiples y variadas corrientes que conviven en el mundo judío, así como el alto valor que tradicionalmente se atribuye al servicio a la comunidad.

Los judíos en el mundo

América del Norte

Conviene situar a los Estados Unidos y Canadá en el mismo grupo, a pesar de que tanto su historia como su tamaño difieran. Sus 5,6 millones de judíos son el centro neurálgico, el centro de gravedad de todo el mundo judío (con Israel haciendo de contrapeso). Ejercen una influencia exagerada para su número, tanto dentro del mundo judío como fuera de él. Numéricamente, apenas representan un 2 por 100 de la población, pero los judíos tienen conciencia de su identidad y confianza en sí mismos, instituciones bien dotadas y mejor organizadas y entre ellos hay individuos influyentes. Ejercen una influencia desproporcionada en lo político, lo religioso, lo cultural y en términos de asistencia social y asuntos sociales, tanto en sus países de residencia como en todo el mundo judío.

La experiencia en los Estados Unidos de los inmigrantes judíos, que muchas veces llegaban de países que les ofrecían oportunidades muy limitadas cuando no les discriminaban directamente, no es muy distinta a la del resto de los inmigrantes. Les dieron enormes oportunidades para salir adelante y para su realización personal, aun cuando inevitablemente hayan tenido que enfrentarse a grandes dificultades y desafíos. Como otros inmigrantes europeos, los judíos tuvieron que adaptarse a circunstancias nuevas y a las exigencias de un «crisol» cultural y social que les ofrecía posibilidades muy claras e incluso ejercía cierta presión para que conservaran su identidad y modo de vida característicos. Los judíos reaccionaron ante estas presiones contradictorias de formas muy distintas: desde la total asimilación y el abandono de la identidad judía, pasando por diversos modos de acomodación social y religiosa, hasta el mantenimiento de una existencia muy tradicional y segregada.

A diferencia de lo que ocurría en los países europeos de los que procedía la mayor parte de los judíos, los Estados Unidos concedieron a sus ciudadanos muchas libertades, entre ellas la libertad religiosa, desde el momento mismo de su fundación. La Constitución de 1787 prohibía explícitamente que las creencias influyeran en la obtención de cargos públicos (aunque algunos Estados ignoraran la prohibición hasta mucho después) y la Declaración de Derechos de 1791 garantizaba una total libertad religiosa. En principio, este cambio trascendental afectó a muy pocos judíos, pero el número se elevó con gran rapidez en el transcurso del siglo xix, pasando de unos pocos miles a más de un cuarto de millón en 1880. La época de inmigración realmente intensa empezó tras esa fecha, con el estallido de los pogromos en Rusia. En 1900 la población judía de los Estados Unidos se había cuadruplicado, alcanzando el millón; en 1910 se la estimaba en más de dos millones; en 1914 en más de tres millones y a mediados de la década de 1920 en cuatro millones. Mientras que los inmigrantes anteriores a 1880 habían llegado sobre todo de Europa central, los recién llegados procedían de Europa oriental y eran en su mayoría muy pobres. A pesar de los bajos salarios, el desempleo y la enfermedad, mejoraron gradualmente su posición gracias a su capacidad de trabajo y al apoyo mutuo y, de todos los grupos de inmigrantes de la época, probablemente fuera el que triunfara más espectacularmente.

Hoy, siguen emigrando judíos a los Estados Unidos a una escala relativamente pequeña. Proceden principalmente de la antigua Unión Soviética y de Israel y ayudan a compensar la bajísima tasa de natalidad de la población judía nativa. Casi la mitad de los judíos de los Estados Unidos viven en el nordeste (y son menos de un quinto de la población total).

Una gran variedad de organizaciones, con objetivos muy diferentes, están al servicio de la comunidad judía norteamericana. Una de las más venerables es el Comité Judío Americano, fundado en 1906, en una época de creciente antisemitismo, por miembros de la elite judía cuyos intereses eran espirituales y culturales además de sociales y políticos. En su distinguida historia de participación en campañas contra la discriminación y el prejuicio se ha encontrado a menudo con la oposición de otros grupos, especialmente los de carácter socialista o sionista, como el Congreso Judío Americano, una organización política un tanto extremista e influyente, de orientación decididamente sionista. A la cabeza de muchas organizaciones sionistas están la Organización Sionista de América (fundada en 1897) y la organización femenina Hadassa (fundada en 1912). El B’nai B’rith, que comenzó su andadura en 1843 como una hermandad de tipo masónico, es actualmente una organización de base amplia, dedicada sobre todo a trabajar con los jóvenes, a aconsejar a los estudiantes y a combatir el antisemitismo. La United Jewish Appeal (fundada en 1939), el Consejo de Federaciones Judías y el United Israel Appeal canalizan los fondos obtenidos en una campaña anual masiva que luego dedican a una amplia variedad de ayudas. Su principal beneficiario es Israel, que ha recibido cuantiosos fondos destinados especialmente a la integración de inmigrantes, pero también colaboran en proyectos humanitarios en muchos otros países. Otras dos importantes organizaciones que continúan la tradición judía norteamericana de ayudar a los menos afortunados son la Sociedad de Ayuda a los Inmigrantes Hebreos (HIAS, fundada en 1880), y el Comité Conjunto de Distribución Judío Americano (JDC, fundado en 1914). HIAS es un organismo mundial dedicado a solucionar problemas de emigración que realiza una tarea práctica inestimable en el ámbito del reasentamiento y la rehabilitación de refugiados, mientras que el JDC alivia penalidades en ultramar, en Israel, el norte de África, el este de Europa y donde quiera que se necesite. Aunque ambas organizaciones centran sus esfuerzos en los judíos, también ayudan a no judíos.

El judaísmo norteamericano es tan dinámico, tan variado y peculiar como el judaísmo internacional. Refleja las diferentes oleadas de inmigración y su adaptación a una sociedad libre y abierta. Las escasas congregaciones de época colonial eran sefardíes; después, durante el siglo xix, llegaron inmigrantes alemanes de Europa Central con sus dirigentes religiosos asquenacíes, educados en las formas hegemónicas del modernismo judío (ya fueran ortodoxas o reformistas). En 1880 había más de doscientas congregaciones, la inmensa mayoría reformistas. Los numerosos inmigrantes rusos, aun siendo explícitamente laicos, estaban acostumbrados a la antigua religión del gueto. En 1890 se habían fundado trescientas nuevas congregaciones de tendencias tradicionalistas. A medida que iban llegando, los inmigrantes se establecían y adoptaban un estilo de vida americano, creando su propia versión de ortodoxia. Quienes procedían de las antiguas tierras otomanas, importaban un estilo de religiosidad sefardí muy diferente al de las sinagogas sefardíes estadounidenses y hubieron de fundar sus propias congregaciones. Entre los refugiados de la Europa nazi había defensores de las formas más evolucionadas del liberalismo europeo y comunidades de Hasidim con una tradición popular altamente desarrollada, muy resistente a nuevas influencias externas. Los inmigrantes más recientes, procedentes de Israel y la antigua Unión Soviética, provienen de sociedades en las que la religión ha dejado de ser una fuerza viva para la mayoría de los judíos.

En un capítulo posterior, examinaremos las diferencias existentes entre estas diversas corrientes de la religión judía. Por lo pronto nos contentamos con decir que, en los Estados Unidos, el pluralismo religioso es un rasgo que la comunidad judía comparte con el resto de la población. Un estudio de 1990 sobre las preferencias confesionales mostró que el número de los judíos atraídos por el judaísmo reformista era similar al de judíos conservadores (39 y 40 por 100 respectivamente), mientras que el 6 por 100 dijo ser ortodoxo. Si omitimos a los que no pertenecen a ninguna sinagoga, las cifras descienden al 35, 51 y 10 por 100, respectivamente[3]. Estos tres movimientos cuentan con asociaciones de feligreses, asambleas rabínicas y seminarios autónomos. El reconstruccionismo es un retoño tardío del judaísmo, que tiene sus propias instituciones. Además, en estos últimos años ha habido una proliferación de grupos religiosos judíos menos formales, casi «alternativos».

La historia política de Canadá difiere mucho de la de los Estados Unidos; hay más probabilidades de que los judíos canadienses se consideren ante todo y principalmente judíos, que de que lo hagan los estadounidenses. El antisionismo, muy intenso en los Estados Unidos en diversas épocas, es algo casi desconocido en Canadá.

Los judíos de Canadá obtuvieron plenos derechos de ciudadanía en 1832 (mucho antes que en Gran Bretaña) pero, al principio, su número era relativamente pequeño. Como en los Estados Unidos, fue la emigración procedente de Rusia tras 1880 la que sentó las bases reales de la amplia comunidad actual[4]. Entre 1881 y 1921 la población judía se elevó de 2.400 a 126.000 habitantes (sobre una población total de casi nueve millones). La mayoría de los inmigrantes se establecieron en Montreal y Toronto, donde tendieron a concentrarse voluntariamente en guetos superpoblados, si bien muchos cruzaron las grandes llanuras hacia las nuevas ciudades del oeste. En 1921, la comunidad de Winnipeg se había convertido en la tercera comunidad judía más grande, con 14.500 habitantes. También se fundaron algunos asentamientos agrícolas en Manitoba, Saskatchewan y Alberta. La reciente incertidumbre acerca del futuro de Quebec ha llevado a pronunciarse a los judíos de habla inglesa desde Montreal hasta Ontario e incluso hasta Vancouver. Un estudio realizado en 1991 indicaba que el 21 por 100 de los judíos de Montreal era sefardí, y el 70 por 100 consideraba que el francés era su lengua materna.

El judaísmo canadiense se ajusta más al modelo británico que al estadounidense, ya que la gran mayoría de las sinagogas son ortodoxas y solo hay pequeñas minorías conservadoras o reformistas. Las asociaciones de sinagogas y los organismos rabínicos siguen el modelo estadounidense y tienden a asociarse con sus homólogas del país vecino.

Como en Gran Bretaña, y al contrario que en los Estados Unidos, solo existe un organismo representativo, el Congreso Judío Canadiense (fundado en 1919), que se ocupa del bienestar de la comunidad y da voz al judaísmo de ese país. Uno de sus rasgos más distintivos es su marcada insistencia en la educación judía. En todas las comunidades, sea cual fuere su dimensión, hay al menos un colegio judío que atrae a muchos alumnos.

Israel

Israel es un lugar único en el mundo judío, no solo porque la gran mayoría de su población es judía, sino porque se define como un «Estado judío». Este concepto es nuevo y en buena medida experimental. La Declaración de Independencia de Israel (1948) comienza destacando el lugar que la tierra de Israel (Eretz Israel) ha ocupado siempre en los corazones y las mentes del pueblo judío:

Eretz Israel ha sido la cuna del pueblo judío. Aquí se ha forjado su personalidad espiritual, religiosa y nacional; aquí ha vivido como pueblo libre y soberano; aquí ha creado una cultura con valores nacionales y universales y ha legado al mundo entero el imperecedero Libro de los Libros.

Tras haber sido desterrado de su patria por la fuerza, el pueblo judío le ha guardado fidelidad en todos los países de su dispersión, y no ha cesado jamás de rogar por el retorno a su país y de confiar en el restablecimiento en él de su independencia nacional.

La Declaración concluye:

Llamamos al pueblo judío en toda la diáspora a congregarse en torno a la población del Estado y a secundarlo en las tareas de inmigración y construcción y en su gran empresa por la cristalización de sus aspiraciones milenarias de redención del país[5].

Haciéndose eco de esta grandiosa visión, la Ley del Retorno (1950) comienza: «Todo judío tendrá derecho a venir a este país como olé [inmigrante]».

Así, aunque Israel sea un Estado laico, el judaísmo ocupa un lugar sólido y fundamental en su seno, y la mayoría judía tiene ciertos derechos y privilegios que otros no comparten.

La cuestión de la libertad religiosa en Israel es compleja y genera muchas tensiones. En principio no pesa prohibición alguna sobre los judíos, estos pueden practicar su religión de la manera que les plazca lo que, de hecho, se supone que es una de las ventajas de vivir en Israel en vez de en la diáspora. Lo cierto es que muchos judíos, sobre todo en el caso de los inmigrantes de países occidentales, entre los que predominan numéricamente los no ortodoxos (conservadores, reformistas y liberales), se sienten frustrados al verse desprovistos de ciertas libertades religiosas básicas, obstaculizados en el libre ejercicio de su religión y privados de acceso a la estructura oficial de la vida religiosa en los consejos religiosos. Esto se debe a la privilegiada posición que se concede a la ortodoxia en Israel por razones políticas. En las elecciones de 1996 los tres partidos políticos religiosos incrementaron su representación de dieciséis a veintitrés escaños y se hicieron con cuatro ministerios, entre ellos el Ministerio del Interior. Los partidos religiosos presentaron una serie de demandas conjuntas, insistiendo en el cumplimiento de la ley ortodoxa en temas como la observancia del Shabbat y la prohibición de consumir ciertos alimentos, la conversión al judaísmo (que, como hemos visto, es la base de los derechos civiles), la homosexualidad, el decoro público e incluso la arqueología. Al mismo tiempo, el importante lugar conferido a la religión en general en la vida pública israelí es una gran carga para los ciudadanos que no son religiosos; en Israel no existen ni el matrimonio ni el entierro civiles. Hay continuos debates públicos sobre todos estos temas.

Decimos que Israel es un país de inmigración judía porque la gran mayoría de los judíos pertenece a familias que han ido llegando al país a lo largo del siglo xx aunque, como hemos visto, se ha ido y se sigue yendo mucha gente de Israel. Los habitantes judíos originarios, anteriores a la primera aliyá sionista de la década de 1880, eran principalmente judíos piadosos que vivían en las ciudades santas de Jerusalén, Hebrón, Tiberíades y Safed. Sus antepasados habían manteniendo viva la vacilante llama del judaísmo durante los siglos oscuros del dominio musulmán y las cruzadas cristianas. Son los del «Viejo Yishuv [asentamiento]» en contraposición a los que vinieron después, los del «Nuevo Yishuv». Su número era muy reducido. La inmigración sionista, antes y después de la Declaración Balfour de 1917 y el reconocimiento del Mandato británico por la Liga de las Naciones en 1922, cambió por completo la naturaleza de la presencia judía en la Tierra de Israel. Según el primer censo realizado en la Palestina británica, en 1922 había 84.000 judíos, el 11 por 100 de la población total, mientras que, en 1955, eran 4.549.500: el 81 por 100 de la población total. Al igual que en otros países de inmigración, las sucesivas oleadas procedían de diferentes países. A principios del siglo xx, los inmigrantes eran sobre todo sionistas ideológicamente comprometidos procedentes de Rusia que venían «a construir el país y a ser construidos por él». Ellos dieron a los asentamientos, denominados kibbutzim, su forma característica de cooperativas agrícolas. Posteriormente se les unieron judíos de Polonia, Alemania y otros países de Europa central, cuya cultura era muy diferente. Tras la proclamación del Estado de Israel en 1948 llegaron los supervivientes del holocausto de los campos de refugiados de Europa y después, en los años cincuenta, hubo una inmigración masiva desde tierras árabes. Más recientemente ha habido un puente aéreo de falashas etíopes y una amplia afluencia de judíos de los países de la antigua Unión Soviética. Naturalmente, toda esta inmigración ha dado origen a grandes problemas sociales, pero lo que es especialmente interesante para el observador es la manera en que en medio de esta «amalgama» los grupos consiguen conservar algo del sabor de los lugares de los que proceden, incluyendo tradiciones religiosas distintivas.

Todas las instituciones religiosas reconocidas en Israel se hallan sometidas a la autoridad del Ministerio de Asuntos Religiosos. La clase dirigente religiosa judía está compuesta por el Gran Rabino, rabinos de Estado, consejos religiosos y tribunales rabínicos. Este sistema heredado de los británicos y en última instancia de los otomanos cuenta con dos grandes rabinos, uno asquenazí y otro sefardí. Las ciudades principales también tienen un gran Rabinato dual. La elección de los grandes rabinos ha causado problemas repetidamente y la dualidad del sistema ha conducido a conflictos graves y aparentemente absurdos. Los rabinos de distrito y otros rabinos locales con cargos oficiales son nombrados, con la aprobación de su Gran Rabinato, por consejos religiosos, que también pagan sus estipendios. Los consejos religiosos, otra herencia de la época del Mandato británico, son de hecho parte de la estructura del gobierno local. Les nombran conjuntamente el Ministerio de Asuntos Religiosos, la autoridad local y el rabinato local, y están totalmente controlados por el Partido Religioso Nacional. Cada tribunal rabínico (Bet Din) se compone de tres jueces (dayyanim) nombrados formalmente por el presidente del Estado con la aprobación de los dos grandes rabinos. Los cargos están bien pagados y son muy codiciados. Los dos grandes rabinos nacionales encabezan el Bet Din Supremo.

Los grandes rabinos, los dayyanim y otros rabinos nombrados oficialmente son funcionarios del Estado, y su autoridad deriva de este y no del consentimiento de la comunidad judía, sus cualidades personales o su liderazgo espiritual. Algunos grandes rabinos han infundido un respeto generalizado, pero constituyen la excepción. Por el contrario, otros detentadores de cargos religiosos han hecho el ridículo en público y han contribuido al evidente desinterés de muchos jóvenes israelíes por la religión. Al contrario de lo que ocurre en la mayoría de las comunidades de la diáspora, en Israel el rabinato tiene muy mala imagen, especialmente entre los judíos laicos. No es una mera cuestión de prejuicio anticlerical. Los rabinos del Estado raras veces participan en la atención pastoral o en la instrucción religiosa como sus homólogos de la diáspora y, por lo tanto, se les trata con menos respeto y afecto que a algunas figuras religiosas que están al margen del sistema oficial. Los grupos ortodoxos más extremos y los movimientos no ortodoxos no reconocen la autoridad de los grandes rabinos.

El Ministerio de Asuntos Religiosos no reconoce a unas congregaciones reformistas y conservadoras que tampoco tienen derecho a recibir fondos estatales. El judaísmo no ortodoxo, en continuo crecimiento, se ha topado con la feroz oposición de la clase dirigente ortodoxa. Se llegó a sugerir, con toda seriedad, que el judaísmo reformista y el conservador aceptasen el rango de religiones no judías para recibir así las mismas ayudas estatales que cristianos y musulmanes. Ambos movimientos crecieron lentamente al principio, pero ahora están bien arraigados y cada vez son más influyentes gracias, sobre todo, a la inmigración procedente de los Estados Unidos.

En el otro extremo están algunas agrupaciones muy tradicionales que también se han mantenido al margen del sistema estatal. La mayoría de los judíos del Viejo Yishuv, tanto sefardíes como asquenacíes, no apoyaban el sionismo y se opusieron a la creación del Estado judío. Sus filas se engrosaron tras la Segunda Guerra Mundial con inmigrantes de Hungría obsesivamente tradicionalistas. Viven segregados voluntariamente en sus comunidades, estrechamente unidas entre sí y concentradas principalmente en el barrio Mea Shearim de Jerusalén. Allí mantienen el estilo de vida del antiguo gueto, con sus propias escuelas y yeshivot (escuelas talmúdicas). Son pocos, y no serían más que una curiosidad pintoresca de no ser por una vena de fanatismo religioso que les ha llevado a enfrentarse muchas veces a las autoridades laicas. Han apedreado ambulancias que responden a llamadas de emergencia en el Shabat, han atacado autobuses en protesta por anuncios obscenos y ha habido violentas manifestaciones contra los centros deportivos, sociales y culturales que admitían a hombres y mujeres. Algunos de estos estallidos son espontáneos, pero los suele organizar el Eda Haredit, una organización paraguas que aglutina a todos los grupos tradicionalistas que tienden a poner a prueba la delicada coexistencia entre las autoridades religiosas con sanción oficial y los organismos laicos del Estado.

La Unión Europea

Se estima que, en 2007, la población judía de los veintisiete países que forman la Unión Europea ascendía a 1.129.800 personas sobre una población total de 495.400.000 habitantes. Por países la mayor concentración de judíos se daba en Francia (490.000), Reino Unido (295.000), Alemania (120.000), Hungría (49.000), Bélgica (30.500) y los Países Bajos (30.000). La mayoría de los judíos europeos están muy traumatizados por los horrores de la época nazi y, tras la Segunda Guerra Mundial, algunos hubieron de padecer la represión de los gobiernos comunistas. Hay pocas organizaciones de cooperación entre judíos en Europa. El Consejo Judío Europeo (con sede en París), fundado en 1986, fue creado por la Sección Europea del Congreso Mundial Judío. Tanto este consejo como el Consejo Europeo de Comunidades judías (con base en Amberes) son débiles y muy poco representativos, de ahí su escaso impacto.

Tras la Revolución francesa, la Asamblea Nacional empezó a debatir la posibilidad de liberar a los judíos de la segregación y sujeción medievales en las que habían vivido. Había muchos en contra y, al final, la votación se perdió en 1789 por un estrecho margen. Pero el anhelo de libertad era demasiado intenso como para que se dejara correr el tema y se les concedió el derecho al voto el 27 de septiembre de 1791[6], lo que dio inicio a una nueva era en la historia de los judíos.

La política de segregar a los judíos y encerrarlos en guetos tras altos muros cuyas puertas permanecían cerradas por las noches, la prohibición de matrimonios mixtos y el grado de autoridad que se les concedía, había ido variando en los reinos y Estados cristianos a lo largo de los siglos. Algunas de estas reglas proceden de los tiempos de los primeros gobernantes cristianos, allá por el siglo iv. La legislación solía ir acompañada de lo que hoy denominaríamos una campaña de opinión pública dirigida a convencer a los cristianos de que los judíos no solo eran de naturaleza inferior a los cristianos sino incluso infrahumanos, diabólicos, seres malvados que solo querían subvertir a la comunidad. A medida que la situación de las comunidades judías se iba degradando a instancias de la Iglesia, los líderes de opinión cristianos intentaban convencerles de que se trataba de un castigo de Dios. Algunos reinos cristianos adoptaron medidas drásticas, como bautizar a la fuerza a todos los judíos (por ejemplo en España en el año 613 d.C.) o expulsarles en masa (como en Inglaterra en 1290). En tiempos de la Revolución francesa el judaísmo seguía estando prohibido en España debido a un edicto que ordenaba el bautismo para todos aquellos que se negaron a abandonar los reinos tras el fin de la Reconquista cristiana en 1492, un suceso que ha dejado una marca indeleble en la psique colectiva de los judíos. Hay supersticiones populares que tienen una base cristiana. En algunas ciudades y ferias francesas se imponía a judíos y ganado el impuesto «de pezuña hendida», debido a la afirmación cristiana de que los judíos eran hijos del diablo. Sin embargo, lo que desató los enfrentamientos populares fueron causas económicas de las que, en último término, era responsable la política de exclusión social. En ciertos aspectos, la política cristiana se parece a la política racial sudafricana (apartheid), pero en otros fue mucho más severa. Su legado perdura hasta hoy, a pesar de que se detecta cierto cambio de actitud por parte de algunas iglesias cristianas y, lo que es más importante, de la pérdida del poder político de estas.

La mayoría de los Estados europeos que se formaron a lo largo del siglo xix reconocieron a las iglesias cristianas y les concedieran cierto poder residual. En general, intentaron domarlas y someterlas al control del Estado por el bien general. Las minorías religiosas, judíos incluidos, recibieron un trato similar. Se protegían los derechos de los ciudadanos en tanto que ciudadanos y el poder del Estado prevalecía sobre el de las autoridades religiosas. Así, por ejemplo, en la Francia de Napoleón I se diseñó para los judíos el mismo modelo de integración en el Estado que para la minoría protestante. Sigue siendo el sistema vigente; los consistorios locales envían sus representantes a un Consistorio Central que, entre otras funciones, cumple la de ocuparse del Gran Rabinato y el seminario rabínico.

Francia empezó a hacer reformas en tiempos de la Revolución y las consolidó durante el Imperio; los Borbones, que se hicieron con el poder tras la restauración, las respetaron. Hubo países vecinos que siguieron su ejemplo, sobre todo aquellos donde se supo de ellas a través de los ejércitos napoleónicos, pero en algunos lugares fueron reformas de corta duración. Sin embargo, tras muchas vicisitudes, a finales del siglo xix las minorías judías gozaban de igualdad de derechos civiles en la mayor parte de los países que conforman la actual Unión.

No fueron los judíos los que iniciaron este proceso de emancipación sino los reformadores políticos que implementaron un abultado paquete de medidas. Como veremos en el capítulo siguiente, los judíos tuvieron que adaptarse y no siempre fue fácil. En definitiva, la emancipación deparó a los judíos grandes ventajas como individuos, pero no así a las comunidades judías (kehillot) que antes disfrutaban de una gran autonomía y perdieron derechos y poder. Las reformas recortaban asimismo los poderes de los rabinos pues los sometía al Estado. Muchos de los conflictos que aún existen en Europa se deben a aquellos cambios, que sacaron a los judíos de la Edad Media introduciéndoles en el mundo moderno.

Hay que decir unas palabras sobre el caso de Gran Bretaña porque allí la emancipación judía tiene, como muchos otros aspectos, una historia propia.

La Iglesia de Inglaterra preveía ciertas cortapisas para el resto de las confesiones cristianas y los judíos. Así, por ejemplo, no podían acceder a cargos públicos, pero tampoco obtener títulos universitarios. A lo largo del siglo xix todas estas prohibiciones fueron desapareciendo, aunque los judíos tuvieron que luchar más que católicos y protestantes por la igualdad de derechos.

Gran Bretaña también difiere de otros países europeos con poblaciones judías significativas por el hecho de que estas no sufrieron el trauma de las leyes nazis y racistas ni fueron objeto de deportaciones. (Algunos judíos fueron deportados de las Islas del Canal ocupadas por los alemanes.) En todos los demás países que disponían de comunidades judías, los judíos fueron segregados, privados de sus derechos de ciudadanía y, eventualmente, enviados como esclavos a los campos de trabajo o de exterminio alemanes. Muchos lograron escapar antes de que se cerraran las fronteras y algunos sobrevivieron escondidos o en los campos pero, en general, la guerra nazi tuvo un efecto devastador para la vida de los judíos que vivían allí. Muchos de los que sobrevivieron o volvieron cuando acabó la guerra, física y psicológicamente destruidos, habían perdido a sus familias, sus hogares y sus pertenencias y tuvieron que encarar a sus antiguos vecinos, que no les ayudaron cuando les necesitaron y, en muchos casos, les habían traicionado a cambio de ventajas materiales, por miedo o por motivos religiosos. Milagrosamente se logró reconstruir algo similar a una vida organizada con ayuda de agencias como el JDC (Joint Distribution Committee). La gran vitalidad de las comunidades judías de algunos de estos países debe mucho a la inmigración de posguerra. La comunidad judía de Francia se benefició enormemente de la llegada de judíos de la nueva Argelia independiente, Túnez, Marruecos y Egipto. Muchos judíos de la Unión Soviética emigraron a Alemania y, aunque en menor número, también se han trasladado judíos a Gran Bretaña, Italia, Bélgica y Holanda, procedentes de sus antiguas colonias. Llegaron a Suecia desde Polonia, a España desde Marruecos y Sudamérica y a todas las regiones anteriores desde Israel.

A lo largo del siglo xix, la religión judía vivió grandes cambios en los países de la Unión Europea, un proceso que era la otra cara de la moneda de la emancipación política y la integración social de los judíos. Actualmente, la forma de judaísmo predominante en la Unión es la ortodoxa moderna, que se ve continuamente puesta en entredicho tanto por los movimientos reformistas como por las formas más tradicionales de judaísmo de ciertos grupos de inmigrantes.

Los países del antiguo bloque soviético

Como sabemos, en la Europa del Este anterior a la Primera Guerra Mundial había una gran densidad de población judía. Fue también uno de los escenarios más activos de aquella guerra, en la que los judíos europeos sufrieron cuantiosos daños como combatientes y como víctimas civiles. El final de la guerra fue un nuevo comienzo para los judíos de aquella atribulada región. Tras la Revolución de febrero de 1917, Rusia concedió por fin los derechos de ciudadanía a los judíos y eliminó muchas de las prohibiciones que les había impuesto la monarquía autocrática. En los demás países de Europa central y del Este, los tratados de paz garantizaron específicamente los derechos de las minorías judías. Sin embargo, la esperanza fue efímera ya que el triunfo del bolchevismo en Rusia y el antisemitismo de Estado en Alemania empeoraron mucho su condición en el período de entreguerras. Aunque los judíos de la Unión Soviética no sufrieron las políticas de exterminio nazis, padecieron terribles privaciones durante y tras la Segunda Guerra Mundial. En los territorios anexionados u ocupados por los alemanes, los judíos fueron objeto de una carnicería tan brutal que aún hoy nos conmociona y espanta. Los que vivieron en regímenes comunistas tras la guerra padecieron mucho, tanto material como espiritualmente, y no queda casi nada en esos países que recuerde a la exultante vida judía y a los gloriosos avances culturales de la región.

La repentina e inesperada caída de los regímenes comunistas de Europa del Este puso fin a un sistema que, si bien era considerado represivo por muchos judíos y en especial por sus dirigentes religiosos, también había respetado su integridad étnica y los había protegido de los peores efectos del antisemitismo popular. El restablecimiento de la libertad de expresión facilitó la vida a los judíos en algunos aspectos, pero también dio mayor libertad a sus enemigos. Muchos judíos habían ido emigrando a esa zona al compás de unas volátiles oportunidades políticas, pero el goteo inicial se convirtió en una avalancha. Según un censo soviético de 1979, basado en una definición nacional de la identidad judía y en las respuestas de los encuestados, había en la Unión Soviética 1,81 millones de judíos: 700.000 en la Federación Rusa y 634.000 en Ucrania. Según unas estimaciones más fiables, de 2007, solo quedaban 221.000 judíos en Rusia y 79.000 en Ucrania.

Vimos cómo durante el siglo xix y principios del xx fue creciendo espectacularmente la población judía del Área de Asentamiento. Su estatus inferior, su pobreza y hacinamiento, así como la falta de oportunidades para mejorar su condición, fueron forjando un sentimiento de frustración y desesperación. En la época reaccionaria que siguió al asesinato del emperador Alejandro II en 1881, el gobierno adoptó una política abiertamente antijudía y hubo salvajes pogroms que obligaron a muchos judíos a emigrar o a unirse a movimientos revolucionarios. La Revolución de febrero de 1917 fue recibida con entusiasmo. El gobierno provisional abolió todas las restricciones legales impuestas a los judíos y los partidos sionistas, socialistas y religiosos atrajeron a una masa de seguidores. El triunfo del bolchevismo llevó, sin embargo, a la abolición de las instituciones judías autónomas y la religión judía era tan sospechosa como el resto. Los judíos tenían la consideración de nación y cuando se introdujeron los pasaportes internos en 1933, los hijos de padres judíos figuraban como de nacionalidad judía. Sin embargo, a diferencia de otras naciones, los judíos no tienen ningún territorio propio en Rusia más que Birobidzahn, un «oblast judío autónomo» fundado en el este en la década de 1920 donde, ni siquiera en su apogeo a mediados de 1930, los judíos fueron más del 23 por 100 de la población. No es este el lugar para documentar las penalidades sufridas por los judíos, como individuos y como grupo, bajo los sucesivos gobiernos soviéticos, pero sí queremos subrayar que no se dedicaba ningún tipo de recurso a fines religiosos y educativos antes de la introducción de las nuevas libertades. Al abolirse las antiguas restricciones se facilitaron las relaciones con organizaciones en el extranjero, lo que a su vez ha dado lugar a un sorprendente resurgimiento de la vida religiosa y cultural judía en estos países. Se han fundado nuevas sinagogas, entre ellas algunas no ortodoxas, y se han implementado muchas iniciativas educativas.

En los antiguos países del bloque soviético europeo ha habido un resurgimiento de la vida judía similar, aunque allí la población judía se ha visto drásticamente reducida por la emigración.

América latina