El junco de Dios - Caryll Houselander - E-Book

El junco de Dios E-Book

Caryll Houselander

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Beschreibung

"Houselander nos enseña a unir nuestra voluntad a la de Dios, a ejemplo de la Santísima Virgen María" (Scott Hahn). "Trata sobre el viaje espiritual de todo cristiano en su búsqueda de la santidad" (John Wauck, New Oxford Review). En estas meditaciones inspiradoras, la autora muestra el lado más humano de la Madre de Dios, como un junco que espera el soplo divino para que suene a través de ella la música de Dios y comunique al mundo la belleza de su amor. La autora nos presenta varios momentos clave de la vida de María, de oración permanente para todo cristiano.

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CARYLL HOUSELANDER

EL JUNCO DE DIOS

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: The reed of God

© 2023 de la edición española traducida por Enrique Naval

by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6462-0

ISBN (edición digital): 978-84-321-6463-7

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6464-4

Para David y Archie

ÍNDICE

Introducción

PRIMERA PARTE

Vacío

Fiat

Adviento

Pastoral

SEGUNDA PARTE

Et homo factus est

La fuga

Bambino de madera

Y el Verbo se hizo carne

TERCERA PARTE

El Niño perdido

Ídolos

La última confesión

CUARTA PARTE

La búsqueda de la Virgen

Nuestra búsqueda

El camino

En 1940

La Asunción

Breve semblanza de la autora

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Dedicatoria

Índice

Epígrafe

Comenzar a leer

Notas

Cuando se trata de hablar de Ti, vemos a los elocuentes oradores enmudecidos como peces. Pues, perplejos, no se atrevieron a explicar: ¿Cómo pudiste dar a luz permaneciendo aún Virgen? Pero nosotros, maravillados por el Misterio, con fe exclamamos diciendo:

¡Salve, Oh Vaso de la Sabiduría de Dios! ¡Salve, Oh Tesoro de su Eterna Providencia! ¡Salve, Tú, que dejaste a los filósofos privados de filosofía! ¡Salve, Tú, que dejaste a los maestros de la elocuencia sin palabras!

¡Salve, Tú, por Quien los sabios en la oratoria quedaron como necios! ¡Salve, pues, por intermedio Tuyo se marchitaron los inventores de las leyendas!

¡Salve, Tú, que deshiciste las sutilezas de los atenienses! ¡Salve, Tú, que llenaste las redes de los pescadores!

¡Salve, Tú, que nos rescataste del abismo de la ignorancia! ¡Salve, Tú, que alumbras a muchos con la Divina Ciencia!

¡Salve, Oh Nave de socorro, para quienes desean la salvación! ¡Salve, Oh Puerto para los nadadores, que luchan contra las olas de esta vida!

¡Salve, Oh Virgen, Novia aún por desposar!

Himno Akathistos

INTRODUCCIÓN

Cuando era una niña pequeña, alguien a quien tenía una especial veneración me dijo que nunca hiciera algo que la Virgen no haría porque —me dijo— los ángeles en el cielo se sonrojarían.

Por un periodo breve de tiempo, este consejo se «instaló» en mí, como si de una inoculación se tratara, causando una parálisis positiva en mi piedad.

Tenía muy claro que todas aquellas cosas que me generaban alegría, a partir de entonces eran algo tabú. Así, por ejemplo, cosas como pintarme la cara de negro con corcho quemado, o dar volteretas entre los postes de la valla del jardín, o meterme dos madalenas en la boca a la vez, eran cosas que se habían terminado. Pero cuando me enfrenté a un blanco futuro sujeto a la respetabilidad, me seguía resultando imposible imaginar a la Virgen haciendo algo de lo que yo hacía, por la simple razón de que no me la podía imaginar haciendo cualquier cosa.

La inoculación de aquella idea desapareció con rapidez y por completo cuando el sol se puso sobre nuestro enmarañado jardín dejando un brillo rosáceo. Pensé que debía responder al vago reflejo del sonrojo que cubriría el cielo entero.

Esto no merecería la pena recordarlo sino por una cosa y es que la errónea idea de la Virgen que yo tenía es la misma que tiene mucha gente. Muchos aún piensan en la Virgen como alguien que no haría nunca nada de lo que hacemos nosotros.

Para muchos, ella es la Madonna de la tarjeta navideña, inmóvil, sentada siempre en el inmaculadamente limpio establo hecho de pajas de oro y nieve brillante. No es alguien real. Nada de lo que le rodea es real. Tampoco el establo en el que el Amor fue dado a luz.

Hoy en día hay dos cosas que hacen que a la gente le resulte difícil amar a María.

La primera es que ella es pura y virginal. No hay nada menos apreciado en el mundo de hoy que la pureza y nada tan incomprendido como la virginidad.

En muchas cabezas, la virginidad viene asociada solo a cualidades negativas. A impotencia: impotencia de cuerpo y de mente, impotencia emocional y espiritual.

Lamentablemente, en este mundo no solo hay vírgenes sabias sino también necias y las vírgenes necias hacen más ruido en el mundo que las sensatas, dando una falsa impresión de la virginidad por su actitud vital triste y sin amor alguno. Nos la genera el pasar la página de un misal con un suspiro de alivio cuando se anuncia la espléndida fiesta de una mujer santa que no era ni virgen ni mártir.

Estas vírgenes necias, como sus prototipos, no tienen aceite en sus lámparas. Y nadie les puede dar de ese aceite porque es la esencia de la vida, la voluntad y la capacidad de amar.

Nosotros ya no pensamos en la virginidad como los primeros frutos colocados sobre el fuego del sacrificio, sino más bien como manzanas verdes caídas del árbol que están duras y ácidas porque el sol nunca ha penetrado en ellas ni les ha calentado el corazón.

La virginidad, en realidad, es la entrega total de alma y cuerpo para ser consumidos en el fuego del amor y ser transformados en la llama de su gloria.

La virginidad de María es la plenitud del amor a través del cual nuestra humanidad se ha convertido en esposa del Espíritu de vida.

Todo esto conduce a la otra idea errónea sobre la Virgen: que no es humana.

Cuando nos sentimos atraídos por un santo particular, normalmente es por pequeños detalles humanos que nos resultan atractivos. Eso es así por la gran diferencia que vemos entre la virtud heroica y nuestra propia debilidad. Amamos más a aquellos santos que antes de serlo fueron grandes pecadores.

Pero incluso aquellos santos que lo fueron desde su cuna se nos hacen más cercanos al recordar pequeñeces de su humanidad. Cómo nos atrae santa Catalina de Siena por su amor hacia su jardín, o por sus versos o sus naranjas doradas para seguir la corriente a un papa difícil. Qué cercana se nos hace por sus amistades: su variado trato con poetas, políticos, soldados, sacerdotes y forajidos, hombres que la idolatraban. Y no solo hombres, pues santa Catalina no era solo la mujer más dinámica del momento, sino también la mejor amiga del mundo para otras tantas mujeres. Esas cosas quizá nos hacen olvidar que vivía un ascetismo feroz, que durante años se alimentó solo del Santo Sacramento, así como sus éxtasis y su agonía por el pecado del mundo que se escondía bajo la bonita capa de su amor por los pecadores.

De Nuestra Señora no se recuerdan estas cosas. Nos quejamos de conocer pocas cosas de su personalidad, tan pocas palabras suyas, tan pocos hechos, que no podemos hacernos una imagen de ella y no hay nada que nosotros los laicos podamos imitar.

Sin embargo, es a la Virgen María y no a ningún otro santo a quien nosotros podemos realmente imitar.

Cada santo tiene su misión propia, la que a él le corresponde. Pero la Virgen incluye en su vocación, en su vida, lo esencial que se oculta en cualquier otra vocación, en cualquier otra vida.

Ella no solo es humana, sino que es la humanidad.

Lo que ella hizo y hace es lo único que todos nosotros hemos de hacer, esto es, dar a luz a Cristo en el mundo.

Cristo ha de nacer en cada alma, formarse en cada vida. Si tuviéramos un retrato de la personalidad de nuestra Madre, podríamos cegarnos con el pensamiento de que solo un tipo de persona podría formar a Cristo en sí y de esa forma perderíamos el significado de nuestro propio ser.

Sobre la Madre de Dios nada nos ha sido revelado salvo lo que es esencial para nosotros: el hecho de que fue desposada por el Espíritu Santo y dio a luz a Cristo en el mundo.

Nuestra inmensa alegría es que ella hizo esto siendo una persona corriente y a través de la vida ordinaria que todos vivimos. A través del amor hecho sobrenatural, al igual que las aguas de Caná, por su súplica, se convirtieron en vino.

En el mundo tal y como es, lleno de sufrimiento y discordias, necesitamos una dirección para nuestras almas que no está nunca lejos de nosotros, sin esclavizarnos o empequeñecer nuestra mirada y que abarca cada uno de sus detalles. Todos anhelan una regla interior, una regla universal tan grande como la ley inabarcable del amor y tan pequeña como la estrechez de nuestra rutina diaria. Ha de formar parte tan de nosotros que nos unifique y sea para cada uno el secreto de su propia vida con Dios.

Para esto, la respuesta es imitar a la Virgen. Contemplándola encontramos intimidad con Dios, encontramos la ley que es el yugo amable del único amor irresistible.

PRIMERA PARTE

«¡Salve, Oh Campo no cultivado, que produjo la Divina Espiga! ¡Salve, Oh Mesada Viva, que tuviste espacio para el Pan de la Vida! ¡Salve, Oh Inagotable Fuente de Agua Viva!».

Himno Akathistos

VACÍO

La cualidad virginal para hacer un mundo mejor, a la que llamo vacío, es el comienzo de esta contemplación.

No es un vacío informe, un vacío de significado. Por el contrario, tiene una forma, una forma dada por la finalidad para la que fue concebido.

Es un vacío como el hueco de un junco, el estrecho vacío sin fisuras que solo puede tener un propósito: recibir el aliento del flautista para producir un sonido que está en su corazón.

Es el vacío del hueco de una taza, diseñada para recibir agua o vino.

Es el vacío del nido de pájaro, construido en forma de anillo suave para recibir a la cría.

El vacío pre-adviento de la deliberada virginidad de María era ciertamente como esas tres cosas.

Ella era como una flauta de junco a través de la cual el amor eterno había de sonar como la canción de un pastor.

Ella era el cáliz en forma de flor en el que el agua más pura de la humanidad iba a ser derramada, mezclada con vino, transformada en la sangre carmesí del amor y alzada como ofrenda en sacrificio.

Ella era el nido cálido y redondo para dar forma a la humanidad que recibiría el pequeño pájaro divino.

La vacuidad es una queja común en nuestros días, no el vacío intencional del corazón y la mente virginal, sino el vacío del sinsentido y de la condición insatisfecha.

Sorprendentemente, aquellos que se quejan con más ahínco del vacío de sus vidas son por lo general personas cuyas vidas están atiborradas de cosas, llenas de detalles triviales, planes, deseos, ambiciones, antojos insatisfechos de placeres pasajeros, dudas, ansiedades y miedos. Gente con vidas tantas veces recubiertas de placeres agotadores que son solo un intento y siempre un intento inútil, de olvidar que sus vidas están vacías. Los que en esas circunstancias se quejan de lo vacío de sus vidas están normalmente preocupados por darles más espacio o silencio o pausa. Tienen miedo al espacio porque quieren cosas materiales para tener algo en lo que apoyarse. Temen el silencio porque no quieren oír sus propios latidos, que van descontando los segundos de sus vidas. Les recuerda que cada latido es otro golpe en la puerta de la muerte. La muerte les parece que es solo el vacío final, la oscura soledad vacía.

No tienen la sensación de estar emparentados con ninguna belleza permanente, con ninguna vida indestructible. Temen quedarse a solas con sus corazones descomprometidos.

Este vacío es muy distinto de ese tranquilo anillo de luz sin sombras que rodea nuestro ser, dándole una forma que en sí misma es una promesa de plenitud absoluta.

La mayoría de la gente se hace la siguiente pregunta: ¿Puede alguien cuya vida está abarrotada de cosas vanas volver a este vacío virginal?

Por supuesto que puede. Si el nido de un pájaro ha sido llenado de cristales rotos y basura, puede ser vaciado.

Pero no son solo las banalidades las que destruyen este vacío. Con frecuencia, gente seria con un propósito concreto en la vida, la destruye por centrarse demasiado en ese propósito. El corazón de las personas vacías no se llena entonces de frivolidades sino de duras piedras metidas a presión. Tienen por ejemplo un plan para reconstruir Europa, para reformar la educación, un plan para convertir el mundo y este plan, ese entusiasmo se ha hecho tan central en sus mentes que no hay ni espacio para recibir a Dios ni silencio para escuchar su voz, aunque Él venga tan pequeño y ligero como una oblea eucarística y hable tan suave como una brisa que golpea la ventana con una flor.

Los fanáticos, los frívolos y todos aquellos que han llenado el vacío de sus mentes y el silencio de sus almas pueden restaurarlo. Al menos, pueden pedírselo a Dios y dejar que Él lo haga.

Todo el proceso de contemplación a ejemplo de la Virgen se inicia en primer lugar con el simple propósito de recuperar la mente virginal y según se avanza en esa tarea, veremos que una y otra vez hay un nuevo proceso de vaciado. Es algo que ha de hacerse en contemplación, al igual que la tierra ha de ser cribada y el campo arado para la siembra.

Al principio, es necesario que cada uno se deshaga voluntariamente de todo aquello que es superfluo en la vida, de todas esas piedras duras y de lo que taponan. No se trata de deshacerse para siempre de los intereses que uno tiene, pero al menos sí de dejarlos por un tiempo de lado y habiendo pedido valentía en la oración, verse a sí mismo sin todos aquellos extras, distracciones e intereses que están más allá del amor: vernos a nosotros mismos como creados en ese momento por las manos de Dios y sin haber recogido aún nada para nosotros mismos y descubrir la forma de ese vacío virginal de nuestro propio ser así como de la materia de la que hemos sido hechos.

Necesitamos recordar que en cada segundo de nuestra existencia somos hechos nuevos por las manos de Dios, de forma que no se necesita nada más que el milagro tantas veces inadvertido de restaurar en nosotros nuestro corazón virginal siempre que queramos.

Nuestro esfuerzo ha de centrarse en evitar todo aquello que no es esencial y que satura el espacio y el silencio y en descubrir la forma que tiene ese espacio. Así descubriremos el propósito que tiene Dios para nosotros. ¿Cómo hemos de hacer para dar vida a Cristo en nosotros?

¿Somos flautas de junco? ¿Espera Él vivir poéticamente a través de nosotros?

¿Somos cálices? ¿Desea Dios ser sacrificado en nosotros?

¿Somos nidos? ¿Desea de nosotros una suave cálida y constante entrega en nuestra vida ordinaria?

Estas son solo algunas de las formas posibles de virginidad, pero cada uno puede encontrar otra, cada uno puede encontrar su secreto particular.

Menciono estas tres porque se cumplen en plenitud en María y de forma tan clara que podemos estar seguros de verlas en ella y aprender lo que nos revela a través de ellas.

La finalidad para la que algo está hecho determina el material con el que ha sido hecho.

El cáliz está hecho de oro puro porque ha de contener la sangre de Cristo.

El nido está hecho con fragmentos de hojas plumas y ramas, porque ha de ser un lugar fuerte para las crías.

Cuando los hombres fabrican cosas, utilizan no solo el material más apropiado para hacerlas desde el punto de vista de su utilidad, sino también la materia que mejor expresa para qué están hechas.

Es posible, por ejemplo, hacer una vela usando poca cera y mucha grasa, pero una vela hecha solo de cera es más adecuada. La Iglesia señala que las velas del altar sean de cera pura, cera de abeja. Es una sustancia natural y bella que nos recuerda los días de cálido sol, el zumbido de las abejas y la primavera en flor. Su suave color marfil tiene una belleza particular y una cierta afinidad con la blancura del lino y el pan sin levadura. Por muchos motivos es una sustancia apropiada para soportar una llama y esta la hace más bella.

La finalidad para la que han sido hechos los hombres se recoge sucintamente en el Catecismo. Estamos hechos para conocer, amar y servir a Dios en este mundo y eternamente en el futuro.

Este conocimiento, amor y servicio, es más profundo de lo que expresa esa fría frase.

La sustancia que Dios ha encontrado apropiada para el hombre es la naturaleza humana: sangre, carne, huesos, sal, voluntad e inteligencia.

Nunca se insistirá lo suficiente en que la materia querida por Dios para nosotros es la naturaleza humana, cuerpo y alma unidos.

Hay muchas personas en el mundo que cultivan algo curioso a lo que llaman «vida espiritual» y se quejan con frecuencia de que tienen poco tiempo para dedicarlo a la «vida espiritual». El único tiempo que no consideran perdido es el que pueden dedicar a ejercicios piadosos: a rezar, leer, meditar o visitar una iglesia.

Todo el tiempo que dedican a ganarse la vida, a limpiar la casa, a cuidar a los niños, a coser o cocinar y a todas las demás obligaciones y responsabilidades, lo consideran tiempo perdido.

Sin embargo, en realidad es a través de la vida ordinaria y a través de las cosas de cada día donde tiene lugar nuestra unión con Dios.

Aunque la naturaleza humana es la materia hecha por Dios para que se cumpla su voluntad en nosotros y aunque es algo que todos compartimos y todos tenemos ese deseo de conocer y amar a Dios, no todos alcanzamos ese objetivo de la misma forma o a través de las mismas experiencias. De hecho, no hay dos personas que tengan exactamente la misma experiencia personal de Dios. Parece que hay reglas en el amor como las hay en la música, pero dentro de ellas cada alma tiene su propio secreto con Dios.

Cualquier persona viva, además de pertenecer a la raza humana, es ella misma y para hacer del vasto material de sí mismo lo que es, se requieren innumerables experiencias e influencias diversas.

Veamos algunas de las cosas que hacen de cada persona humana lo que es: herencia, entorno, experiencias en la niñez y la infancia, educación o falta de esta, amigos o ausencia de estos y las múltiples e impredecibles cosas que llamamos accidentes o casualidades.

Con frecuencia se nos recuerda que hemos sido elegidos por Dios de entre innumerables personas potenciales que Él no ha creado. Pero raramente pensamos en el misterio del tiempo, la gente y el conjunto de experiencias tanto colectivas como individuales que nos han hecho tal como somos.

Nuestra vida se nos ha transmitido de generación en generación siendo custodiada en cada época por otros seres humanos, siendo cuidada por las manos del Creador como una pequeña llama conducida a través de oscuridades y tormentas, alumbrando pálidamente bajo la luz del sol y brillando como una estrella en la oscuridad, viviendo en la audaz custodia de amor que se da en un beso a lo largo del tiempo.

Para algunos, esas experiencias han legado regalos de salud, coraje y una actitud optimista ante la vida. Para otros, regalos de inteligencia, talentos y sensibilidad. Algunos han recibido un ambiente cristiano, otros heredan oscuros y terribles impulsos, flaquezas, miedos y neurosis.

Sería un grave error suponer que aquellos que han heredado la sustancia para su vida de generaciones que han sufrido y tienen mala salud o un enfoque negativo o algún vicio o flaqueza, no han sido previstos y pensados por Dios al igual que otros que parecen más afortunados a los ojos del mundo.

Cristo dijo: «Yo soy el camino»1 y ha estado presente en cada generación insuflando el soplo del espíritu divino sobre esa pequeña llama de vida. Él es el camino, pero no está limitado como lo estamos nosotros. Él puede manifestarse a sí mismo de innumerables formas que ni siquiera imaginamos. Él puede querer vivir en vidas llenas de sufrimiento y oscuridad que nosotros no concebimos. Él puede elegir lo que a nosotros nos parece la materia más inverosímil en el mundo para hacer de ella un milagro de su amor.

La tendencia de nuestra generación es adorar la felicidad material y establecer modelos para que los imiten las multitudes. Modelos sanos, impasibles y cordiales, que por regla general son siempre jóvenes y dinámicos.

Estos modelos son símbolo del materialismo de nuestra época. Sugieren una inferioridad cuidadosamente camuflada entre la gente mayor pues es esta amilanada gente adulta la que los ha establecido. Son ellos los que, posponiendo las propias responsabilidades, su obligación de nacer de nuevo, son engañosamente jóvenes.

Cristo no está limitado por ningún modelo. La gloria de Dios no se manifiesta mejor en un fornido muchacho o muchacha que marcha tras la pancarta del cristianismo, que en uno de los niños inocentes asesinados en Belén o en el ladrón arrepentido que muere en la cruz.

El ejemplo más llamativo de la materia que Dios puede y de hecho usa para manifestar su gloria es Lázaro.

Lázaro no estaba siquiera vivo, estaba muerto y según los que le lloraban, hedía. Pero Cristo le usó como materia para mostrar la gloria de Dios de una forma solo superada por su propia resurrección. El momento de su propia resurrección no fue público, fue un secreto entre su Padre del cielo y Él mismo, pero la resurrección de Lázaro deslumbró al mundo.

Cada uno de nosotros —tal y como somos en el momento en el que por primera vez nos preguntamos ¿yo para qué existo?— somos la materia que Cristo mismo a través de generaciones ha fabricado para su propósito.

Aquello que nos parece una razón que se derrumba, una falta, una espina clavada en la carne, está destinado a dar gloria a Dios al igual que los huesos podridos de Lázaro o el resplandor de María de Nazaret.

Nuestra propia experiencia, la experiencia de nuestros antepasados y la de todos los hombres, ha hecho de nosotros la materia que somos. Esta materia marca la silueta de nuestra vida, la forma de nuestro destino.

Pensemos de nuevo en los tres símbolos que he utilizado para el vacío virginal de María. Los tres están hechos de materia que ha de sufrir alguna transformación para cumplir su función.

El junco con el que se hace una flauta crece en las corrientes. Es la más simple de las cosas, pero ha de ser cortado por un afilado machete, vaciado y perforado. Se ha de agujerear y darle forma antes de que pueda emitir la canción del pastor. Es el vacío más simple del mundo, pero el pobre junco puede emitir música infinita.

El cáliz no crece como la flor que representa. Está hecho de oro y el oro ha de ser separado del agua y del barro o extraído de las montañas y después ha de ser moldeado por innumerables golpes que den al cáliz del sacrificio la belleza que le es propia.

Las ramas y hojas del nido son traídas de diversos lugares, de allí a donde desciende la valiente madre a recogerlos con un palpitante y atrevido corazón, de lugares que solo las alas extendidas del amor conocen. Es su pecho el que moldea el nido en su solicita redondez.

Así ocurre con nosotros. Hemos de ser formados por el cuchillo, recortados hasta en lo mínimo de nuestro ser, hemos de ser marcados indeleblemente por una sucesión de golpes, martillazos del artista, o formados para nuestro destino por el amor y el cariño de una familia fiel.

Son solo tres ejemplos. Cada uno puede, una vez se ha deshecho de los escombros, mirar con honestidad la materia de la que está hecho y pedirle al Espíritu Santo que le enseñe el camino querido por Cristo para ser su reflejo en su propia vida.

¿Nos pide ser entonados o proclamados como la Palabra?

¿Nos pide ser sacrificados, alzados y atraer a todos hacia Él?

¿Nos pide ser alimentado, envuelto y amado como el inexperto pajarillo en el corazón humano?

¿Qué más podemos hacer nosotros en esta etapa de contemplación? No mucho, por ahora. Como siempre, la mayor parte la hace Dios.

Hay sin embargo una cosa importante que podemos hacer con la gracia de Dios y es confiar en su plan, dejando aparte la pequeñez de nosotros mismos y lo que somos.

Podemos aceptar y aprovechar el hecho de lo que somos en este momento: jóvenes o viejos, fuertes o débiles, tranquilos o apasionados, listos o tontos. Está previsto que sea así. Lo que somos da forma a ese vacío en nosotros, que solo puede ser llenado por Dios y que Él espera llenar, aun ahora.

FIAT

La Iglesia celebra la fiesta de la Anunciación el 25 de marzo. Aún queda un toque de austeridad sobre la tierra, todavía hay un vacío plateado en los cielos, pero la expectación de la primavera estimula ya el corazón humano, los brotes empiezan a romper en los árboles y la promesa del florecer aviva el espíritu del hombre.

Es la estación en la que celebramos el desposorio del Espíritu Santo con la humanidad, las nupcias del Espíritu de la Sabiduría y el Amor con el polvo de la tierra.

Considero que el hecho más emocionante de toda la historia de la humanidad es, que dondequiera que el Espíritu Santo ha deseado renovar el rostro de la tierra, ha elegido hacerlo a través de la comunión con alguna pequeña y humilde criatura humana.