El Libro de las Revelaciones - María Fernanda Porfiri - E-Book

El Libro de las Revelaciones E-Book

María Fernanda Porfiri

0,0

Beschreibung

"ATRÉVETE A SER DIFERENTE… SUEÑA; DESPLIEGA LAS ALAS DE TU ESPÍRITU CAUTIVO; Y NO TEMAS; QUE SI TU DESEO PROVIENE DE TU CORAZÓN Y NO DUDAS; EL ÉXITO CORONARÁ TU EXISTENCIA Y CUMPLIRÁS LA MISIÓN QUE MARCA TU DESTINO". MARÍA FERNANDA PORFIRI "CUANDO NOS ENCONTRAMOS CON NUESTRA ALMA, RECUPERAMOS LA FELICIDAD Y EL ENTUSIASMO, NUESTRO YO RECUPERADO NOS DEVUELVE LA PASIÓN PERDIDA Y NOS INFUNDE UN NUEVO SENTIDO DE PROPÓSITO, COMENZAMOS A VIVIR REALMENTE. CESAREO NOS PUEDE GUIAR A ESE MARAVILLOSO VIAJE." Clr. Verónica Dulcich.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 129

Veröffentlichungsjahr: 2021

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



MARÍA FERNANDA PORFIRI

El Libro de las Revelaciones

Porfiri, María Fernanda

El libro de las revelaciones / María Fernanda Porfiri. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2042-5

1. Espiritualidad. I. Título.

CDD 158.125

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723Impreso en Argentina – Printed in Argentina

A mi compañero de vida,mi esposo Diego que me hizo vivir la felicidad plenay conocer el amor incondicional.A mis hijos, Constanza y Nicolásel orgullo de mi vida y las luces que iluminan mis días.A mis ángeles especiales,ellos saben quiénes son;no necesito identificarlos.A la humanidad toda…Quizá un día, todos juntos aprendamos a ser “humanos” de verdady aportemos nuestro granito de arenapara hacer de este un mundo mejor.

Agradezco profundamente

A mi familia, los que están y los que ya han partido, y especialmente a Pichona, mi madre, que me enseñó de pequeña que todo en la vida es posible, no hay sueños que la voluntad no consiga concretar si ponemos lo mejor de nosotros mismos.

A Verónica Dulcich... qué decir... simplemente siempre fue mi faro en las tormentas y cuya luz es fuente de inspiración para mucha gente.

Y en especial a la Vida, que me brindó esa maravillosa segunda oportunidad de vivir, que no todos pueden ver o aprovechar, y en mi caso acercó a mi a seres especiales de luz para que tuviera el coraje de asirme a ella a tiempo para lograr esa plenitud que el alma busca permanentemente para ser parte del todo.

Prólogo

Cuando Fer, que así la llamo desde que somos pequeñas, me pidió que leyera el borrador de este libro, creí ingenuamente que iba a llevar a cabo, como tantas veces una lectura a través de mi intelecto y que le iba a realizar una devolución en el mismo orden, pero no fue así, desde la primera página sentí que estaba junto a Cesáreo en su viaje para descubrir su verdad.

Este sabio que de tanto creer saber cómo debería ser, no sabía quién era en realidad y decidió encontrarse, lejos de sus juicios de valor aprendidos, libre de las restricciones del entorno.

Cuanto más me adentraba en el libro me di cuenta que yo también estaba viajando, en un viaje sensible, profundo, inspirador y revelador y el título del libro se hizo comprensible.

Puedo decirles que en este viaje descubrí verdades que aún no había visto de mi misma, crecí un poco más; estimuló, usando palabras de Carl Rogers, mi tendencia actualizante, descubriendo más potencialidades para vivir el sentido de mi vida, en el camino atravesé emociones fuertes y al llegar al fin, experimente sentimientos de inmensa felicidad y gratitud.

Espero que todos ustedes puedan hacer este viaje a su interior, a su verdad, si lo hacen cada uno descubrirá su sentido de vida, cada uno hará su propio viaje, y en algún lugar después seguro nos encontramos todos.

Gracias Fer por confiar que todos tenemos dentro nuestro todo lo que necesitamos para crecer y para ser feliz, gracias por ser una maravillosa guía en la búsqueda de nuestro verdadero ser, gracias por orientarnos hacia el más alto nivel de nuestra humanidad.

Gracias a quien sea que seas Cesáreo por esta inspiración.

Clr. Verónica Dulcich.

Dadme un antes y un despuésQue no cambien la vida,Lo que ahora soyEs suma del pasadoY lo que sereNo se si es lo que quiero.Antes de nacer yo era la nada,Alma etérea en busca de perpetua morada,Incorporea existencia, vuelo de pluma blanca,Por senderos del aire libremente vagaba,En un tiempo sin tiempo estaba ancladaEn el reino del antes, de la nada.

LAS REVELACIONES

“Atrevete a ser diferente…Sueña; despliega las alas de tuEspiritu cautivo;Y no temas;Que si tu deseo proviene de tu corazónY no dudas;El éxito Coronara tu existenciaY cumpliras la misión Que marca tu destino”

María Fernanda Porfiri

PRIMERA PARTE

EL ANTES

Empieza de una veza ser quien eresen vez de calcularque serás.

Franz Kafka

CAPITULO I

LA DUDAVICTIMAS Y VICTIMARIOS

¿No es en realidad el ser humanoVíctima de sus propios errores ante todo?

Exquisitamente única, irreverente, altiva en su soberbio aislamiento. Imponente y majestuosa, labrada en la roca misma, como si sus cimientos proviniesen del núcleo de magma que late en el centro de la tierra, se erguía la fortaleza; la ciudad de la luz como los sabios la llamaban, con sus altas torres y sus cúpulas exquisitamente talladas, columnas con doseles de líneas delicadas, cubiertas por las más exóticas variedades de enredaderas de pequeñas hojas lanceoladas y flores multicolores de aroma a azahares. Entrar en sus calles era penetrar el laberinto blanco, como decían los extranjeros apabullados ante la armonía y la magnificencia de conjugar lo simple y lo perfecto. Un laberinto que desembocaba en dos sitios diferentes: uno, la plaza del pueblo con su mercado lleno de los frutos de la tierra y pregoneros ansiosos y felices de ofrecer y recibir, de realizar ese trueque necesario y vital para sus vidas; el otro, el palacio real y el ala de los templos, zona sagrada, pura y silenciosa, cuyas paredes del blanco más inmaculado mostraban al sol su aura irradiante de energía pacífica. Sitio de recogimiento, de búsqueda y encuentro de lo más íntimo de los hombres, su propia conciencia, su yo adormecido por cuestiones banales, que a veces desvían el sendero del caminante.

El nombre dado por los habitantes era en realidad la “Ciudad de las Cuatro Puertas” ya que en las cuatro murallas que rodeaban el poblado hallábase un portal, cada uno orientado hacia las cuatro regiones que conformaban el Gran imperio.

Al norte las tierras del hielo eterno y las noches sin fin; al sur las del sol ardiente con desiertos calcinantes; al este la de las altas cumbres y al oeste la de los grandes bosques y vegetación espesa. Todas habitadas por diferentes razas con costumbres propias, habían logrado fusionarse en un solo pueblo bajo la conducción del hombre más sabio que en época alguna haya existido: Cesáreo Augusto Plinio, el Magnífico, el Guerrero de Hierro, el Maestro Estratega, el Magnánimo. Su sabiduría no tenía límites, su fama de justo y benévolo llegaba a los confines de la tierra toda. Cientos de caravanas arribaban a las murallas de su fortaleza para pedir consejo, solucionar pleitos y canjear los frutos exóticos con que natura dotó a sus diversos climas. Pieles del norte, caballos del sur, piedras preciosas de las minas orientales y aves, frutas y flores de los bosques occidentales.

Pacífico por naturaleza el pueblo de Cesáreo regíase por normas simples, trueque para el comercio, politeísmo innato con grandes celebraciones para cada deidad y la ley del ojo por ojo y diente por diente para aplicar una justicia prudente y equitativa.

Cesáreo y su gente, Cesáreo y sus murallas, Cesáreo y su pacífica existencia podrían haber perdurado por siempre. Pero el destino no es simple, o mejor dicho no lo fue para aquel grande, y la súplica de un inocente fue la brújula que alteró el rumbo de su camino.

Era día obligado de descanso, de reposo y familia, los puestos del mercado dormitaban ansiosos a la espera de sus dueños para vivir nuevas jornadas de incansable labor. Mas si bien la gente disfrutaba los paseos por ese sitio en días como éste, para sentarse en los bancos y aprovechar la sombra de los tupidos árboles, escuchando el arrullo de la fuente central que con agua proveniente de un arroyuelo cercano ofrecía música y bebida fresca a los concurrentes; habían preferido optar por la calidez de sus hogares, decisión tomada no al azar pues un acontecimiento inusual desvío de su rutina normal a los moradores del lugar.

Prácticamente desierta, la plaza pública era mudo testigo de la ejecución que habría de llevarse a cabo. Los pobladores no gustaban de asistir a aquellos actos en que fuera necesario aplicar la pena máxima, por lo tanto el silencio de la tarde solo era alterado por la respiración agitada de unos pocos presentes. Ante una leve inclinación del magistrado, el verdugo apretó con sus manos fuertes el mango de su hacha y comenzó a alzarla, pero mientras lo hacía sus ojos se encontraron con los del acusado que en patética postura dijo susurrando:

—Hombre, yo te perdono.

Fueron tan claras sus palabras como profundo el sentimiento que encerraban. Titubeando, el coloso bajo el arma y preguntó:

—¿De qué hablas?

—De lo simple que es mi muerte y lo compleja que es tu vida. Yo jamás he matado, he de morir en paz, tú, en cambio llevarás mi sangre a tu tumba. ¿Crees acaso que yo soy la víctima?, pues te confundes, víctima eres tú de los poderes que se te han otorgado.

El victimario confuso miró al mercader que yacía a sus pies.

—No se te acusa de la muerte de un joven oficial, ¿Qué inocencia pregonas?

—Yo solo fui un instrumento, un eslabón que unió el antes y el después de ese muchacho. Puedes culparme acaso de que al trastabillar en mi puesto de venta, la canasta de frutas haya caído y aquellas que rodaron por el empedrado desbocaran al animal que asustado lanzó a su jinete, sellando así su suerte y también la mía.

El hombre había recibido una orden, mas al conocer los hechos sintióse inseguro y avergonzado. Caminó hacia el juez y haciendo un alegato de sus principios morales, le tendió el hacha, para que aplicara él mismo la pena. El magistrado lanzó un suspiro, no era algo que le agradase hacer, pero cuanto antes resuelto mejor. Más al acercarse al condenado recibió el mismo obsequio que su antecesor.

—Hombre, yo te perdono.

La conversación se repitió casi en idénticas palabras y el juez dejó el arma restregándose las manos como si con ese gesto pudiese limpiar su conciencia.

De uno en uno fueron llegando al lugar las distintas autoridades de rango superior, pero todas al recibir el humilde perdón del mercader, relegaban su decisión ante la culpa punzante que los embargaba. Solo quedaba una cosa por hacer, acudir a Cesáreo, quien por favor de los dioses se hallaba en ese momento, en el ala principal del templo, junto a su sacerdote personal, su entrañable amigo Caleb; el misántropo, como lo llamaban en la ciudad, ya que a excepción del gran Señor nadie había oído su voz.

Un joven portador de estandartes, de andar presuroso y ágil, recorrió el tramo en su busca en escaso tiempo. El guardián de los portales cortó su paso, pues nadie tenía acceso al suelo sacro, pero al escuchar que la presencia del sabio de las Cuatro Regiones del imperio, era imperativa para la resolución de una problemática desconocida y para la cual era requerida la mayor sabiduría, no dudo en batir fuertemente las palmas y golpear el sol de bronce y oro que resplandeciente ocupaba el centro de las grandes puertas de madera.

Los hombres que tras ellas debatían quedaron atónitos. Jamás que se los había interrumpido. Cesáreo preguntó rápidamente que sucedía y al escuchar las palabras del muchacho emergió del atrio; no sin antes requerir a Caleb que lo acompañase. El sacerdote iba a negarse pero algo en su interior le ordenaba lo contrario.

La pequeña procesión partió en silencio. Al llegar al sitio convocado, un grupo de jerarcas protestaron sus evasivas conductas; todos hablaban al mismo tiempo, pero no fue difícil para Cesáreo descubrir la ilación de los hechos.

Se acercó al acusado quien reconoció al instante la figura imponente que ante él se erguía y sin darle tiempo a pronunciar palabra alguna, musitó en un hilo de voz:

—¿No te dicen Cesáreo el magnánimo?

—Sí – respondió el en forma altiva – porque lo soy.

—Pues también eres verdugo.

—Jamás he cegado una vida sin causa que así lo justifique.

—Y dime, ¿Cómo sabes que son tus causas las verdaderas?

—Pues porque se me ha reconocido como el más sabio entre los hombres, no hay Tratado de justicia de los Antiguos padres de la Ley que no haya estudiado y otros han sido fruto de mi puño y letra.

—Triste soberbia la que te embarga mi señor; si estás tan seguro mátame, ahora sé que soy tu víctima y tu mi victimario. Pero pregúntate a ti mismo cuando tu valioso tiempo te regale unos momentos, ¿Quién será tu verdugo?, porque seguro es que existe, de este mundo o de otro. Mi ignorancia es tan grande como tu sapiencia, aun así sé que no eres el primer eslabón de la cadena y por eso siento pena. Tú serás el hacedor de mi pobre destino, pero serás algún día tan víctima como quien ahora te habla.

Cesáreo observó a Caleb, su sacerdote, y su corazón se oprimió de angustia al ver nacaradas lágrimas rodar por sus mejillas.

—Liberen a este hombre – gritó de pronto como si hubiese perdido el control.

Un murmullo de sorpresa brotó de los rostros agitados que presenciaban la escena. Era la primera vez que algo inquietaba a su Señor a punto tal de revertir un veredicto.

El mercader se levantó despacio y antes de partir besó las manos de su salvador, gesto que confundió y angustió aún más al hacedor de leyes, quién prácticamente corrió con Caleb a su lado, en busca del amparo solitario del Gran Templo, para poner en orden sus ideas. En la quietud del santuario permanecieron largo rato en silencio, cavilando, hasta que en cierto momento Cesáreo murmuró:

—He fracasado hermano mío, estuve a punto de ajusticiar a un inocente…

—No te alteres – cortó su amigo – no lo hiciste y eso habla bien de ti. Otros poderosos no habrían dado marcha atrás y tú lo hiciste. Ante la duda prevaleció tu sentido innato de lo justo, eso no lo adquiriste, nació contigo, y por ello eres grande entre los grandes.

—La duda – musitó Cesáreo con miedo – la duda maestro ya no radica en esta decisión; ¿Cuántas veces me habré equivocado sin saberlo?, ¿Cuánto hay de verdad en mi justicia?. No soy un Dios y sin embargo a veces me piden actuar como tal. Desde pequeño he oído la orden de: “no dudes, hazlo”, ya que me fue explicado que en el segundo de vacilación el hombre puede alterar su futuro y que hay que atender los instintos de la mente pura y el corazón con fe. En aquellos tiempos las excusas eran válidas; en la preparación se cometen errores y se aprende de ellos. El niño titubeante se transformó en hombre decidido. Pero y ¿ahora?, he vacilado y en ese segundo incierto fueron tantas las inquietudes que me han embargado. No puedo dejar de pensar en los gestos, las miradas, las pequeñas señales que he dejado pasar delante de mí sin ser vistas y que podrían haber dado un giro en el destino de otro ser.

—Amigo no alimentes tu tristeza con temores del pasado pues no dejan de ser eso, algo que fue y ya no será. El presente llamó a tu puerta y tú la abriste sin vacilar. Distinto sería que hubieses desoído el llamado, pues a veces sucede sólo una vez y créeme que ya son demasiados los que han hecho oídos sordos a los ecos titubeantes del destino.

—Sí, puede ser como tú dices, pero… ahora… ahora necesito respuestas. Y creo… creo que hay un solo sitio donde puedo encontrarlas. Mucho hemos conversado de mis deseos de aventurarme hacia ese rincón del mundo temido por los mortales; pero hoy no me impulsa el placer, sino la necesidad de poder estar en paz conmigo mismo.