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El mágico prodigioso es un drama de Pedro Calderón de la Barca compuesto en 1637 y estrenado en las fiestas del corpus en la villa de Yepes (Toledo). La obra se enmarca en el género de las comedias de santos y el final, pese a suponer la muerte de los dos protagonistas, no llega a caracterizarla de tragedia, pues afrontan sus últimos instantes vitales como mártires cristianos yendo al encuentro con su fin con serena felicidad.
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Veröffentlichungsjahr: 2017
EL MÁGICO PRODIGIOSO
Pedro Calderón de la Barca
Personas que hablan en ella:
• CIPRIANO
• DEMONIO
• FLORO
• LELIO
• MOSCÓN, criado
• CLARÍN, criado
• El GOBERNADOR de Antioquía
• LISANDRO, viejo
• JUSTINA
• LIVIA, criada
• FABIO
Salen CIPRIANO, vestido de estudiante, y
CLARÍN y MOSCÓN, de gorrones, con unos libros.
CIPRIANO: En la amena soledad
de aquesta apacible estancia,
bellísimo laberinto
de flores, rosas y plantas,
podéis dejarme, dejando
conmigo--que ellos me bastan
por compañía--los libros
que os mandé sacar de casa;
que yo, en tanto que Antioquía
celebra con fiestas tantas
la fábrica de ese templo
que hoy a Júpiter consagra,
y su traslación, llevando
públicamente su estatua
adonde con más decoro
y honor esté colocada,
huyendo del gran bullicio
que hay en sus calles y plazas,
pasar estudiando quiero
la edad que al día le falta.
Idos los dos a Antioquía,
gozad de sus fiestas varias,
y volved por mí a este sitio
cuando el sol cayendo vaya
a sepultarse en las ondas,
que entre oscuras nubes pardas
al gran cadáver de oro
son monumentos de plata.
Aquí me hallaréis.
MOSCÓN: No, puedo,
aunque tengo mucha gana
de ver las fiestas, dejar
de decir, antes que vaya
a verlas, señor, siquiera
cuatro o cinco mil palabras.
¿Es posible que en un día
de tanto gusto, de tanta
festividad y contento,
con cuatro libros te salgas
al campo solo, volviendo
a su aplauso las espaldas?
CLARÍN: Hace mi señor muy bien;
que no hay cosa más cansada
que un día de procesión
entre cofadres y danzas.
MOSCÓN: En fin, Clarín, y en principio,
viviendo con arte y maña,
eres un temporalazo
lisonjero, pues alabas
lo que hace, y nunca dices
lo que sientes.
CLARÍN: Tú te engañas,
que es el mentís más cortés
que se dice cara a cara;
que yo digo lo que siento.
CIPRIANO: Ya basta, Moscón; ya basta,
Clarín. Que siempre los dos
habéis con vuestra ignorancia
de estar porfiando, y tomando
uno de otro la contraria.
Idos de aquí, y, como digo,
volved aquí cuando caiga
la noche, envolviendo en sombras
esta fábrica gallarda
del universo.
MOSCÓN: ¿Qué va,
que, aunque defendido hayas
que es bueno no ver las fiestas,
que vas a verlas?
CLARÍN: Es clara
consecuencia. Nadie hace
lo que aconseja que hagan
los otros.
MOSCÓN: (Por ver a Livia, Aparte
vestirme quisiera de alas.)
Vase MOSCÓN
CLARÍN: (Aunque, si digo verdad, Aparte
Livia es la que me arrebata
los sentidos. Pues ya tienes
más de la mitad andada
del camino, llega, Livia,
al "na," y sé, Livia, liviana.)
Vase CLARÍN
CIPRIANO: Ya estoy solo, ya podré,
si tanto mi ingenio alcanza,
estudiar esta cuestión
que me trae suspensa el alma
desde que en Plinio leí
con misteriosas palabras
la difinición de Dios.
Porque mi ingenio no halla
este Dios en quien convengan
misterios ni señas tantas,
esta verdad escondida
he de apurar.
Pónese a leer. Sale el DEMONIO, de
galán, y lee CIPRIANO
DEMONIO: (Aunque hagas Aparte
más discursos, Ciprïano,
no has de llegar a alcanzarla,
que yo te la esconderé.)
CIPRIANO: Ruido siento en estas ramas.
¿Quién va? ¿Quién es?
DEMONIO: Caballero,
un forastero es, que anda
en este monte perdido
desde toda esta mañana,
tanto que, rendido ya
el caballo, en la esmeralda
que es tapete de estos montes
a un tiempo pace y descansa.
A Antioquía es el camino
a negocios de importancia;
y apartándome de toda
la gente que me acompaña,
divertido en mis cuidados,
caudal que a ninguno falta,
perdí el camino y perdí
crïados y camaradas.
CIPRIANO: Mucho me espanto de que
tan a vista de las altas
torres de Antioquía, así
perdido andéis. No hay, de cuantas
veredas a aqueste monte
o le línean o le pautan,
una que a dar en sus muros,
como en su centro, no vaya.
por cualquiera que toméis
vais bien.
DEMONIO: Ésa es la ignorancia:
a la vista de las ciencias,
no saber aprovecharlas.
Y supuesto que no es bien
que entre yo en ciudad extraña,
donde no soy conocido,
solo y preguntando, hasta
que la noche venza al día,
aquí estaré lo que falta;
que en el traje y en los libros
que os divierten y acompañan
juzgo que debéis de ser
grande estudiante, y el alma
esta inclinación me lleva
de los que en estudios tratan.
Siéntase
CIPRIANO: ¿Habéis estudiado?
DEMONIO: No;
pero sé lo que me basta
para no ser ignorante.
CIPRIANO: Pues ¿qué ciencia sabéis?
DEMONIO: Hartas.
CIPRIANO: Aun estudiándose una
mucho tiempo no se alcanza,
¿y vos--¡grande vanidad!--
sin estudiar sabéis tantas?
DEMONIO: Sí, que de una patria
soy donde las ciencias más altas
sin estudiarse se saben.
CIPRIANO: ¡Oh, quién fuera de esa patria!
Que acá mientras más se estudia,
más se ignora.
DEMONIO: Verdad tanta
es ésta que sin estudios
tuve tan grande arrogancia
que a la cátedra de prima
me opuse, y pensé llevarla,
porque tuve muchos votos;
y, aunque la perdí, me basta
haberlo intentado; que hay
pérdidas con alabanza.
Si no lo queréis creer,
decid qué estudiáis, y vaya
de argumento; que aunque no
sé la opinión que os agrada,
y ella sea la segura,
yo tomaré la contraria.
CIPRIANO: Mucho me huelgo de que
a eso vuestro ingenio salga.
Un lugar de Plinio es
el que me trae con mil ansias
de entenderle, por saber quién
es el dios de quien habla.
DEMONIO: Ése es un lugar que dice
--bien me acuerdo--estas palabras,
"Díos es una bondad suma,
una esencia, una sustancia;
todo vista y todo manos."
CIPRIANO: Es verdad.
DEMONIO: ¿Qué repugnancia
halláis en esto?
CIPRIANO: No hallar
el dios de quien Plinio trata;
que si ha de ser bondad suma,
aun a Júpiter le falta
suma bondad, pues le vemos
que es pecaminoso en tantas
ocasiones: Dánae hable
rendida, Europa robada.
Pues ¿cómo en suma bondad,
cuyas acciones sagradas
habían de ser divinas,
caben pasiones humanas?
DEMONIO: Ésas son falsas historias
en que las letras profanas
con los nombres de los dioses
entendieron disfrazada
la moral filosofía.
CIPRIANO: Esa respuesta no basta,
pues el decoro de Dios
debiera ser tal, que osadas
no llegaran a su nombre
las culpas, aun siendo falsas;
y apurando más el caso,
si suma bondad se llaman
los dioses, siempre es forzoso
que a querer lo mejor vayan;
pues ¿cómo unos quieren uno,
y otros otro? Esto se halla
en las dudosas respuestas
que suelen dar sus estatuas.
Porque no digáis después
que alegué letras profanas...
A dos ejércitos, dos
ídolos una batalla
aseguraron, y el uno
la perdió: ¿no es cosa clara
la consecuencia de que
dos voluntades contrarias
no pueden a un mismo fin ir?
Luego, yendo encontradas,
es fuerza, si la una es buena,
que la otra ha de ser mala.
Mala voluntad en Dios
implica el imaginarla;
luego no hay suma bondad
en ellos, si unión les falta.
DEMONIO: Niego la mayor porqué
aquesas respuestas, dadas
así, convienen a fines
que nuestro ingenio no alcanza,
que es la providencia;
y más debió importar la batalla
al que la perdió el perderla,
que al que la ganó el ganarla.
CIPRIANO: Concedo; pero debiera
aquel dios, pues que no engañan
los dioses, no asegurar
la victoria; que bastaba
la pérdida permitirla
allí, sin asegurarla.
Luego, si Dios todo es vista,
cualquiera dios viera clara
y distintamente el fin;
y al verle, no asegurara
el que no había de ser;
luego, aunque sea deidad tanta,
distinta en personas, debe
en la menor circunstancia
ser una sola en esencia.
DEMONIO: Importó para esa causa
mover así los afectos
con su voz.
CIPRIANO: Cuando importara
el moverlos, genios hay,
que buenos y malos llaman
todos los doctos, que son
unos espíritus que andan
entre nosotros, dictando
las obras buenas y malas,
argumento que asegura
la inmortalidad del alma;
y bien pudiera ese dios,
con ellos, sin que llegara
a mostrar que mentir sabe,
mover afectos.
DEMONIO: Repara
en que esas contrariedades
no implican al ser las sacras
deidades una, supuesto
que en las cosas de importancia
nunca disonaron. Bien
en la fábrica gallarda
del hombre se ve, pues fue
sólo un concepto al obrarla.
CIPRIANO: Luego, si ése fue uno solo,
ése tiene más ventaja
a los otros; y si son
iguales, puesto que hallas
que se pueden oponer
--ésta no puedes negarla--
en algo, al hacer el hombre,
cuando el uno lo intentara,
pudiera decir el otro,
"No quiero yo que se haga."
Luego, si Dios todo es manos,
cuando el uno le crïara,
el otro le deshiciera,
pues eran manos entrambas
iguales en el poder,
desiguales en la instancia.
¿Quién venciera de estos dos?
DEMONIO: Sobre imposibles y falsas
proposiciones no hay
argumento. Di, ¿qué sacas
de eso?
CIPRIANO: Pensar que hay un Dios,
suma bondad, suma gracia,
todo vista, todo manos,
infalible, que no engaña,
superior, que no compite,
Dios a quien ninguno iguala,
un principio sin principio,
una esencia, una sustancia,
un poder y un querer solo;
y cuando como éste haya
una, dos o más personas,
una deidad soberana
ha de ser sola en esencia,
causa de todas las causas.
DEMONIO: ¿Cómo te puedo negar
una evidencia tan clara?
Levántase
CIPRIANO: ¿Tanto lo sentís?
DEMONIO: ¿Quién deja
de sentir que otro le haga
competencia en el ingenio?
Y aunque responder no falta,
dejo de hacerlo, porqué
gente en este monte anda,
y es hora de que prosiga
a la ciudad mi jornada.
CIPRIANO: Id en paz.
DEMONIO: Quedad en paz.
(Pues tanto tu estudio alcanza, Aparte
yo haré que el estudio olvides,
suspendido en una rara
beldad. Pues tengo licencia
de perseguir con mi rabia
a Justina, sacaré
de un efeto dos venganzas.)
Vase el DEMONIO
CIPRIANO: No vi hombre tan notable.
Mas pues mis crïados tardan,
volver a repasar quiero
de tanta duda la causa.
Salen LELIO y FLORO
LELIO: No pasemos adelante;
que estas peñas, estas ramas
tan intrincadas que al mismo
sol le defienden la entrada,
sólo pueden ser testigos
de nuestro duelo.
FLORO: La espada
sacad; que aquí son las obras,