Amado y aborrecido - Calderón De La Barca - E-Book

Amado y aborrecido E-Book

Calderón De La Barca

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Beschreibung

Pedro Calderon de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España. Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educo en el colegio imperial de los jesuitas y mas tarde entro en las universidades de Alcala y Salamanca, aunque no se sabe si llego a graduarse. Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos.

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Veröffentlichungsjahr: 2017

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AMADO Y ABORRECIDO

Pedro Calderón de la Barca

Personas que hablan en ella:

• DANTE, galán

• AURELIO, galán

• LIDORO, galán

• REY de Chipre

• MALANDRÍN, gracioso

• AMINTA, dama, hermana del rey

• IRENE, dama, infanta de Egnido

• FLORA, dama

• NISE, dama

• LAURA, dama

• CLORI, dama

• DIANA, diosa

• VENUS, diosa

• CRIADO

• MÚSICA

• Acompañamiento

JORNADA PRIMERA

 

Salen por una parte DANTE, y por otra AURELIO

AURELIO: ¿Dónde queda el rey?

DANTE: Detrás

de esos ribazos le dejo,

en el alcance empeñado

de un jabalí, cuyo riesgo

veloz Aminta su hermana

sigue también.

AURELIO: Según eso,

ocasión será de que

concluyamos nuestro duelo,

con la novedad que está

citado.

DANTE: Para ese efecto

esperando estaba a vista

de este edificio soberbio.

AURELIO: Pues llegad; solos estamos.

DANTE: ¡Ah del soberano centro

donde aprisionada vive

toda la región del fuego!

AURELIO: ¡Ah de la divina esfera

del sol más hermoso y bello

que, a pesar de opuestas nubes,

abrasa con sus reflejos!

DANTE: ¡Ah del alcázar de amor!

AURELIO: ¡Ah del abismo de celos!

DANTE: ¡Patria de la ingratitud!

AURELIO: ¡Monarquía del desprecio!

AURELIO y DANTE: ¡Ah de la torre!

 

En lo alto salen NISE y FLORA

 

FLORA y NISE: ¿Quién llama...

NISE: ...tan sin temor...

FLORA: ...tan sin miedo

a estos umbrales?

DANTE: Decid

a vuestro divino dueño...

AURELIO: Decid a la soberana

deidad de ese humano templo...

DANTE: ...que a ese mirador se ponga.

AURELIO: ...que salga a esa almena.

IRENE: ¡Cielos!

¿Quién para tanta osadía

ha tenido atrevimiento?

¿Quién aquí da voces?

AURELIO y DANTE: Yo.

IRENE: Ya con dos causas, no menos

que antes extrañé el oíros,

habré de extrañar el veros,

no tanto porque del rey

atropelléis los decretos,

no tanto porque de mí

aventuréis el respeto,

rompiendo el coto a la línea

de mi espíritu soberbio,

cuanto porque acrisoléis

la ingratitud de mi pecho,

que a par de los dioses juzga

lograr mármoles eternos.

Si de por sí cada uno,

aun en callados afectos

que apenas a estos umbrales

llegaron, cuando volvieron

castigados y no oídos,

examinó mis desprecios,

¿qué hará, unido de los dos,

ahora el atrevimiento?

¿Qué pretendéis? ¿Qué intentáis?

Y ¿con qué efecto, en efecto,

llegáis aquí? ¿Para qué

me dais voces?

 

 

AURELIO y DANTE: Para esto.

Sacan las espadas

AURELIO: Que si de ambos ofendida

estás, ambos pretendemos,

con librarte de una ofensa,

ganar un merecimiento.

DANTE: Y porque de su valor

quede el otro satisfecho,

queremos que seas testigo

tú misma de nuestro esfuerzo.

AURELIO: Ya partido el sol está,

pues el sol nos está viendo.

DANTE: Yo, porque no esté partido,

lidiaré por verle entero.

 

Riñen

IRENE: Tened, tened las espadas;

templad los rayos de acero;

mirad que aun el vencedor

la esgrime contra sí mesmo,

pues no es menor el peligro

de vivir que quedar muerto.

 

Siguen riñendo

 

AURELIO: ¡Qué valor!

DANTE: ¡Qué bizarría!

IRENE: Llamad quien de tanto empeño

el riesgo excuse.

NISE: ¡Ah del monte!

FLORA: ¡Cazadores y monteros

del rey!

Dentro

VOZ: De la torre llaman.

Acudid, acudid presto.

AURELIO: ¡Que no acabe con tu vida!

DANTE: ¡Que dures tanto!

 

Salen el REY y gente

 

 

REY: ¿Qué es esto?

AURELIO y DANTE: Nada, señor.

IRENE: (Las almenas Aparte

dejaré. Y pues al rey tengo

tan cerca de mí, han de hablarle

claros hoy mis sentimientos.)

 

Vase

 

 

REY: ¿Qué es esto?, digo otra vez;

y no ya porque pretendo

que afectado el disimulo

desvelar quiera el intento,

sino porque ya empeñado

estoy en que he de saberlo.

¿Qué es esto, Dante?

DANTE: Señor,

no lo sé.

REY: ¿Qué es esto, Aurelio?

AURELIO: Tampoco sabré decirlo.

REY: ¡Oh, qué recato tan necio

y tan fuera de que llegue

a conseguirse! Y, supuesto

que lo he de saber, mirad

que casi toca el silencio

en especie de traición.

DANTE: A esa fuerza...

AURELIO: A ese precepto...

DANTE: ...la causa, señor...

AURELIO: ...la causa...

REY: Decid.

DANTE: ...es amor.

AURELIO: ...son celos.

REY: Aunque celos y amor sea

respuesta bastante, puesto

que ellos son de acciones tales

culpa disculpada, quiero

más por extenso informarme

de la causa porque, siendo,

como sois, en paz y en guerra

los dos polos de mi imperio,

con quien igual he partido

la gravedad de su peso,

 

A DANTE

 

 

valeroso tú en las armas,

 

A AURELIO

 

 

político tú al gobierno,

no es justo, habiendo llegado

yo, dejar pendiente el duelo

para otra ocasión; y así

he de informarme, primero

que le ajuste, de la causa

que tenéis.

DANTE: Yo fío de Aurelio

tanto, señor --porque al fin,

sobre ser quien es, le tengo

por competidor y mal,

sin ser noble, podía serlo--,

que lo que él diga será

la verdad; y así te ruego

la oigas dél, pues cuando no

estuviera satisfecho

de su valor y su sangre,

por no decirla yo, pienso

que me dejara vencer,

aun en lo dudoso, a precio

de que mi voz no rompiera

las cárceles del silencio.

AURELIO: Cuando no me diera Dante

licencia de hablar primero,

la pidiera yo, porqué

tan obediente al precepto

de tu voz estoy que, al ver

que tú gustas de saberlo,

aunque es mi afecto tan noble

como el suyo, hiciera menos

en callarlo que en decirlo.

Y es fácil el argumento,

pues en materias de amor

siempre calla un caballero

y no siempre un rey pregunta.

DANTE: Dices bien, y yo me alegro

que en callar y hablar los dos

tan de un parecer estemos

que, hablando tú y yo callando,

quedemos los dos bien puestos.

AURELIO: Un día, señor...

 

Salen AMINTA y damas

 

 

AMINTA: Hermano,

¿qué es la causa que te ha hecho

dejar la caza y venir

otra novedad siguiendo?

REY: De Aurelio, Aminta, lo oirás,

pues que llegas a buen tiempo.

DANTE: (No llega sino a bien malo.) Aparte

REY: Prosigue, pues.

AURELIO: Oye atento.

Un día, señor, que a caza

saliste a este sitio ameno,

y yo contigo, llamado

de la ladra de sabuesos

y ventores, que lidiaban

con un jabalí en lo espeso

del monte, di de los pies

a un veloz caballo, a tiempo

que impacientes dos lebreles,

por llegar a socorrerlos,

antes que de la traílla

les diese suelta el montero,

le arrastraban por las breñas,

de suerte libres y presos

que, con cadena y sin tino,

iban atados y sueltos.

Pasaron por donde estaba

y, enredándose ligeros

entre los pies del caballo,

desatentado y soberbio

con ellos lidió, hasta que,

mal desenlazado de ellos,

el eslabón a un collar

rompió, y la obediencia al freno,

tal que de una en otra peña,

sin darse a partido al tiento

de la rienda, disparó,

hasta que, chocando ciego

con lo espeso de unas jaras,

perdió, con el contratiempo,

tierra tan dichosamente

que, él embazado y yo atento,

desamparamos iguales

yo la silla y él el dueño.

Aquí, al cobrarle la rienda,

se enarboló en dos pies puesto

y, llevándome tras sí,

partimos los elementos,

pues el mar de mi sudor

y de su cólera el fuego,

dejándome con la tierra,

le vieron ir con el viento.

Solo y a pie en la espesura,

ni bien vivo ni bien muerto,

sin saber dónde, quedé.

Preguntarásme a qué efecto,

hablándome tú en mi amor,

te respondo yo en mi riesgo.

Pues escucha; que no acaso

te he contado todo esto;

porque, hallándome, según

dirá después el suceso,

dentro del vedado coto

que tienes, gran señor, puesto

a la libertad de Irene,

fue justo decir primero

la disculpa con que yo

romperle pude, supuesto

que fue por culpa de un bruto;

que no pudieran con menos

violento acaso quebrar

mis lealtades tus preceptos.

Solo y a pie, como he dicho,

sin norte, sin guía, sin tiento,

me hallé en la inculta maleza,

las vagas huellas siguiendo

de las fieras que, perdidas

tal vez, tal cobradas, dieron

conmigo en la verde margen

de un cristalino arroyuelo

que, del monte despeñado,

descansaba en un pequeño

remanso, y para correr

paraba a tomar esfuerzo.

¡Oh cómo sin elección

del humano entendimiento

sabe mostrarse el peligro,

sabe sucederse el riesgo!

Dígalo yo; pues llevado

de mí sin mí, discurriendo

al arbitrio del destino

--que homicida de sí mesmo,

sin saber dónde guía, sabe

dónde está el peligro, haciendo

de las señas del escollo

seguridades del puerto--,

me vi, cuando juzgué a vista

de los descansos, oyendo

de no sé qué humana voz

los mal distintos acentos,

y tan lejos del alivio

que, áspid engañoso el eco,

en las lisonjas del aire

escondía su veneno.

Estaba en la verde esfera

del más intrincado seno,

tejido coro de ninfas

como guardándole el sueño

a una deidad, recostada

en el apacible lecho

que de flores, yerba y rosa

estaba el aura mullendo.

No te quiero encarecer

su perfección; sólo quiero,

para disculpa, que sepas

que vi y amé tan a un tiempo

que, entre dos cosas no pude

distinguir cuál fue primero,

pues juzgo que volví amando

aun antes de llegar viendo.

Apenas entre las ramas

el templado ruido oyeron

de las hojas que movía

la inquietud de mi silencio

cuando todas asustadas

por las malezas huyeron

del monte. Quise seguirlas,

mas no pude; que, resuelto

delante un guarda me puso

el arcabuz en el pecho,

diciéndome que me diese

a prisión, por haber hecho

contra las órdenes tuyas

tan notable atrevimiento

como haber roto la línea

de aquese vedado cerco.

Dije quién era y la causa,

a cuya disculpa atento,

disimulando conmigo,

guïó mis pasos, diciendo

lo que yo le dije a Dante

después, de cuyo secreto

vino a originarse en ambos

la ocasión de nuestro duelo,

que fue que aquel bello asombro,

aquel hermoso portento,

era Irene.

REY: Calla, calla,

no prosigas; que no quiero

saber que traidor tu engaño

adora lo que aborrezco.

Mujer, enemiga mía,

sangre aleve de quien... (Pero Aparte

¿a mí puede destemplarme

tanto ningún sentimiento?)

¿Es ella, Dante, también

la que tú adoras?

DANTE: Supuesto

que yo el secreto no he dicho,

poco importa del secreto

que diga la circunstancia.

Sí, señor, pero advirtiendo...

(Perdone Aminta.) Aparte

AMINTA: (¡Ay de mí! Aparte

¿Qué escucho?)

DANTE: ...que fue primero...

AMINTA: (¡Ah, ingrato amante!) Aparte

DANTE: ...mi amor...

REY: ¿Qué?

DANTE: ...que tu aborrecimiento.

REY: ¿Primero tu amor? Prosigue.

¿De qué suerte?

DANTE: Escucha atento.

Lo que por mayor supiste

sabrás por menor; que temo,

por obligar lo que adoro,

enojar lo que aborrezco.

AMINTA: (¡Oh, quiera Amor que yo pueda Aparte

reprimir mis sentimientos!)

 

 

DANTE: Lidógenes, rey de Egnido,

tributario del imperio

de Chipre, que largos años

te deje gozar el cielo,

en campaña contra ti

puso sus armas, diciendo

que no había de pagarte

aquel heredado feudo

que a tu corona tributan

los avasallados reinos

que el Archipiélago baña,

porque el de Egnido era esento

a causa de no sé qué

mal honestados pretextos,

que no me toca argüirlos,

aunque me tocó vencerlos.

Tú indignado preveniste

tus armadas huestes, siendo

yo su general, a quien

honraron con este puesto

siempre, señor, tus favores

más que mis merecimientos.

Con ellas, pues, salí en busca

de tu enemigo; y, supuesto

que sabes que le vencí,

sólo en esta parte quiero,

por lo que al suceso toca,

eslabonar el suceso.

Y así diré solamente

que aquel día en que vi puesto

de la fortuna al arbitrio

todo el poder de tu imperio,

fauto para mí e infausto

fue, pues me vi a un mismo tiempo

ser vencedor y vencido,

cuando, en fuga el campo puesto

de Lidógenes, que iba

desbaratado y deshecho,

entre el bélico aparato

de tanto marcial estruendo,

tanto militar asombro

reconocí un caballero

que a todos sobresalía

por ser su arnés un espejo

en quien se miraba el sol,

que, blandiendo herrado el fresno,

la sobrevista calada,

en un bruto tan ligero

que pareció que volaba

con las plumas de su dueño,

de las desmandadas tropas

que iban por el campo huyendo

el desorden reducía,