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Ella estaba convencida de que en este mundo todos tenemos un verdadero amor. Corinne Weatherby había elegido a un mujeriego desconsiderado creyendo que sería su verdadero amor. Pero todo podía arreglarse con una ruptura. Corinne procedía de una familia legendaria en el mundo de la interpretación y dentro de ella siempre había habido una buena actriz. Así que terminó la escena del abandono y decidió tomarse unas vacaciones... Pero su amigo Matthew Relic fue tras ella para demostrarle que él era su verdadero amor. Así fue como un modesto contable se convirtió en un superseductor...
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Seitenzahl: 184
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Stephanie Doyle. Todos los derechos reservados.
EL MEJOR AMOR, Nº 1515 - octubre 2012
Título original: One True Love?
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1138-6
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Me voy —anunció Corinne Weatherby, dando un portazo.
Entonces, se dio cuenta de que no había reparado en la segunda puerta, la que comunicaba con el archivo. Cruzó el despacho y dio otro portazo por si acaso.
—Me voy, Brendan. Esta vez, lo digo en serio —repitió por si el hombre que estaba sentado tras la mesa no la había oído.
—Te vas de vacaciones, Corinne, pero volverás dentro de dos semanas —contestó Brendan jugando con un péndulo.
Corinne se apartó un rizo pelirrojo de la cara y procedió a explicarle la situación.
—No son dos semanas de vacaciones sino una vida entera. Me voy simbólicamente —afirmó dramáticamente.
En aquella ocasión, Brendan la miró con sus ojos azules y vacíos. Corinne estuvo a punto de emocionarse, pero se dio cuenta de que era confusión y no angustia lo que había en sus ojos ante su partida.
—¿Eso quiere decir que, en realidad, no te vas a ningún sitio? ¿Es como un retiro para meditar o algo así?
Corinne cerró los ojos en busca de paciencia. Tal vez el amor de su vida no fuera el hombre más inteligente del mundo, pero qué se le iba hacer.
Al menos, era suyo o lo sería después de haber interpretado bien su parte del guión.
Corinne se había escrito mentalmente la obra entera y se la sabía de memoria, con coreografía incluida.
De momento, todo iba según lo establecido... excepto lo de la segunda puerta abierta, pero es que no podía estar en todo.
Corinne tiró hacia abajo de la inusual minifalda que llevaba para que Brendan se fijara en sus maravillosas piernas y se diera cuenta de lo que se iba a perder.
Jamás llevaba prendas así de cortas, pero en el cine había que cuidar mucho el vestuario y aquella minifalda resultaba perfecta para aquella escena.
—Lo que quiero decir es que, aunque voy a estar fuera sólo dos semanas, cuando vuelva estaré muerta para ti, figurativamente hablando por supuesto —le aclaró.
Por lo visto, sus palabras motivaron lo suficiente a Brendan como para que se pusiera en pie. A continuación, fue hacia ella y Corinne vio que estaba compungido.
Aquel hombre era como un camaleón y para la escena que les ocupaba había decidido poner cara de bueno.
Desde luego, sabía actuar y Corinne se dijo que tenía que ser fuerte porque, al fin y al cabo, estaba luchando por su futuro.
Brendan, con su pelo rubio perfectamente cortado y sus enormes ojos azules, iba hacia ella dispuesto a desarmarla. ,Sí, aquél era el hombre de su vida, era su destino, era su amor de verdad. Ojalá él también pensara lo mismo.
—¿Qué es eso de que vas a estar muerta para mí? Cuando vuelvas, quiero seguir viéndote.
Qué sinceridad, qué cariño, qué mentira.
Corinne lo conocía demasiado bien como para creer sus palabras. Lo que tenía que conseguir ahora era hacerle comprender lo espantosa que resultaría su vida sin ella.
—Brendan, a ver si te enteras. Cuando vuelva, serás tú el que estará muerto para mí, lo que quiere decir que sólo me verás en el comedor.
—¿Por qué? Lo nuestro va bien y, además, tenemos ciertos asuntos pendientes.
Por supuesto, se refería a lo que había sucedido en su casa unas noches antes cuando Corinne lo había echado a patadas antes de que pasaran al dormitorio.
Era una mujer moderna y estaba perfectamente dispuesta a acostarse con el hombre que sabía que era su media naranja, pero quería que fuera perfecto.
Perfecto quería decir que, cuando se acostara con Brendan, quería que él dejara de acostarse con otras mujeres.
Hasta que no estuviera dispuesto a comprometerse en aquel aspecto, la puerta de su dormitorio seguiría cerrada a cal y canto.
—¿Me estás diciendo que estás dispuesto a no volver a ver a las otras?
—¿A las otras? —contestó Brendan con inocencia.
Corinne suspiró.
—Sí, a las otras, Brendan. A las otras mujeres.
—Si eso es lo que tú quieres...
Por un momento, Corinne albergó esperanzas, pero entonces se acordó de cierto nombre y lo acusó con el dedo índice.
—Me dijiste la otra noche que estabas dispuesto a dejar de salir con otras mujeres, que querías comprometerte conmigo y luego me viene Sally, la de Administración, y me cuenta lo de Marjorie, la de Recursos Humanos. De verdad, Brendan, Marjorie, por favor...
Brendan intentó mantener la cara de inocencia, pero a Corinne no la engañaba. Como buena estudiante de teatro que era, se dedicaba a observarlo concienzudamente y se sabía todas sus caras, así que era imposible que la engañara.
Ésa era una de las cosas por las que eran tan perfectos el uno para el otro. Era imposible que le montara el numerito para salir airoso de situaciones embarazosas.
En cuanto hubiera entendido que, a pesar de que conocía todos sus defectos, lo seguía amando seguro que estaba de acuerdo con ella en que estaban hechos el uno para el otro.
—Cariño, Marjorie y yo sólo somos amigos. Hemos salido en un par de ocasiones a tomar una copa, pero siempre ha sido con más gente del trabajo.
—¿Ah, sí? ¿Quién más estaba?
Aquél era uno de sus peores defectos. Brendan mentía constantemente, pero era incapaz de hacerlo bien.
«Oh, Brendan, me pregunto si habrá alguien en este mundo capaz de enamorarse de ti aparte de mí», pensó Corinne.
—Bueno... estaban... eh... ¡Relic estaba, sí!
Aquello hizo reír a Corinne. A pesar de que sabía que tendría que haber mantenido cara de malas pulgas durante toda la escena, aquello era demasiado divertido.
—¿Me estás diciendo que Relic se fue a tomar una copa con Marjorie y contigo? No me lo creo.
—Te aseguro que es verdad. Pregúntaselo.
—Brendan, Matthew y yo somos amigos. Si se lo pregunto, me va a decir la verdad.
—Ah —dijo Brendan desinflándose momentáneamente—. Cariño, muñeca, tú sabes muy bien que eres la única para mí —añadió acaramelado.
—Quiero más, Brendan.
—Y yo estoy dispuesto a darte más —sonrió Brendan poniéndole las manos en los hombros—. Te mereces lo mejor, preciosa. Ya lo sé. ¿Crees que soy tonto?
—No, pero quiero que entiendas que no estoy dispuesta a seguir así. Nuestros compañeros de trabajo se ríen de mí.
—Pero si te encanta ser el centro de atención.
—Me encanta ser el centro de atención cuando a mí me apetece serlo, pero no me gusta que la gente hable de mí a mis espaldas. Te lo pregunto por última vez. ¿Estás dispuesto a dejar de salir con otras mujeres?
Había llegado el momento álgido de la escena.
Brendan se metió las manos en los bolsillos y miró al techo en lo que Corinne supuso que era búsqueda de la inspiración divina.
—Ya sabes cómo soy, cariño. No me puedo resistir si otras mujeres me necesitan. Se supone que hay menos hombres que mujeres. Si yo me retiro, contribuiría a que esa situación se prolongara en el tiempo en lugar de a solventarla y yo no soy así.
Encima se creía que lo estaba haciendo bien. Corinne sintió una punzada en el corazón. Se temía aquel desenlace y no le costó más que unos momentos fingir que le brillaban los ojos por las lágrimas.
—Muy bien Brendan, pero te advierto que soy la única mujer que conociéndote realmente sigue enamorada de ti. Jamás tendrás con ellas lo que podrías haber tenido conmigo. Cuando vuelva de mis vacaciones, sabrás lo que es estar solo de verdad.
«¡Bravo! ¡Bravo!», festejó en silencio Matthew Relic desde su escondite, un armario del archivo que estaba situado al lado del despacho de Brendan.
Obviamente, Corinne no lo había visto cuando había dado un portazo y Ricitos de Oro no se debía de acordar de que había entrado a buscar el expediente de un cliente pocos minutos antes.
Lo correcto habría sido decirles que estaba allí en lugar de quedarse escuchando su conversación, pero no le había dado tiempo porque Corinne había metido la directa.
No, lo mejor que podía hacer era esperar a que se fuera. Además, había cosas mucho peores que escuchar desde el archivo cómo Corinne le echaba la bronca a Ricitos de Oro.
La verdad es que se alegraba inconmensurablemente de haber presenciado la escena porque llevaba ya algún tiempo esperándola.
En cuanto Brendan hubiera desaparecido del mapa, tendría una oportunidad y en aquella ocasión pensaba aprovecharla.
En los últimos meses, mientras se recuperaba del tiro que le habían dado en un pulmón, Matthew Relic había aprendido dos cosas importantes de sí mismo: estaba enamorado de Corinne Weatherby y jamás dejaría para mañana lo que pudiera hacer hoy.
La vida era preciosa. Desde luego, si había una cosa que le había enseñado el ladrón que le disparó había sido, sin duda, ésa.
La verdad es que todo estaba saliendo a pedir de boca y, en cuanto Corinne saliera del despacho de su novio, iba a necesitar un hombro sobre el que llorar.
Matthew se tocó el pecho. Sí, cuatro pañuelos de papel. Perfecto porque Corinne era muy llorona.
Así que Matthew esperó a que se desarrollara el resto de la escena. Corinne ya le había cantado las cuarenta, sólo le quedaba limpiarse una lagrimita y salir del despacho con la cabeza muy alta y en actitud muy digna.
Una, dos y tres.
Nada.
Maldición. Corinne debía de estar aguantando la pausa dramática demasiado.
Matthew volvió a contar.
Una, dos y tres.
Nada.
Algo iba mal.
—Tengo que ir al baño —anunció Brendan antes de que a Corinne le diera tiempo de abandonar su despacho.
Maldición.
Había tardado demasiado tiempo en secarse las lágrimas. Mientras Brendan salía del despacho, se miró las manos y comprobó que se había manchado de máscara.
—Maldita sea, esto no estaba en el guión —se lamentó.
Ni siquiera le había dado tiempo de lanzarle una última y provocadora mirada desde la puerta.
¿Cómo demonios la iba a echar tremendamente de menos durante las dos semanas que iba a estar fuera sin esa mirada?
En fin, tendría que confiar en que el ultimátum y la declaración llorosa de amor hubieran sido suficientes para que Brendan comprendiera.
¿Qué otra opción tenía?
Se había enamorado de aquel hombre y desde que era pequeña siempre había creído que sólo había un amor de verdad en la vida.
Ella lo había encontrado y no debía dejarlo marchar porque, de lo contrario, estaría condenada a vagar por el mundo en trágica soledad.
Toc, toc, toc.
Qué extraño. Estaban llamando a la puerta, pero la puerta del despacho de Brendan estaba abierta. Además, el ruido venía de detrás. Corinne se dio la vuelta y se dio cuenta de que era en la puerta del archivo.
—¡Ahh! —gritó mientras la abría humillada por haber tenido público—. ¡Matthew! ¿Qué haces ahí?
—Trabajar —contestó Matthew mirando el expediente que llevaba en las manos.
—¡Asqueroso! Lo has oído todo, ¿verdad?
Matthew no sabía mentir, así que se encogió de hombros.
—Sí —admitió.
—¡Ahh! ¡Y ni siquiera tienes la cortesía de mentir!
—¿Por qué quieres que mienta? Has cortado con Ricitos de Oro y me alegro por ti. Deberías haberlo hecho hace mucho tiempo.
—¿Y tú qué sabes? Si lo has oído todo, podrás contestar a esa pregunta.
—Efectivamente. La respuesta es no, no salí con Brendan y Marjorie a tomar una copa el otro día. Ya sabes que soy Relic el seta.
Sí, efectivamente, así era cómo lo llamaban en la oficina. Lo cierto era que se acostaba antes de las diez entre semana y salía a trabajar los fines de semana y, en la raras ocasiones en las que Corinne conseguía sacarlo a dar una vuelta, sólo se tomaba una cerveza y siempre Heineken.
En resumen, era un aburrido contable que siempre llevaba pañuelos de papel en el bolsillo. Todo lo contrario a la diversión y, quizás, un poco mayor para los treinta y tres años que tenía.
—¡Ese canalla!
—Exacto.
—¡Rata asquerosa!
—Sin duda.
—¡Pobrecito, qué solo está!
—¿Cómo?
Corinne se acercó a él y le tocó el brazo. Aquella mujer era muy sobona y ésa era una de las cosas que más le gustaban a Matthew de ella.
—¿No lo comprendes? Se esconde detrás de las mentiras porque cree que no tiene otra opción. Es como un adolescente inseguro que necesita la presencia de muchas mujeres en su vida para sentirse un hombre. ¿Entiendes?
Matthew suspiró con resignación.
—¿Y dónde está?
—Ha ido al... baño.
Pobre Rinny. Las cosas no estaban saliendo como ella las tenía planeadas.
—¿Te ha dado tiempo de lo de la miradita provocativa?
—¿Cómo dices? —contestó Corinne ofendida.
—Venga, Rinny, que estás hablando conmigo. Cuando venías a verme al hospital, antes de irte, siempre me lanzabas una de esas miradas desde la puerta y me acompañaba en mis sueños. Es un clásico.
—No sé de qué me hablas —mintió Corinne.
Matthew se encogió de hombros y decidió cambiar de tema.
—¿Dónde te vas de vacaciones?
—A Las Bahamas —contestó Corinne encantada—. Sol, mar y... soledad —añadió pensando en todas las parejas que iba a haber en viaje de luna de miel—. En cualquier caso, va a ser tope guay.
—Sí, tope guay... ¿qué quiere decir eso exactamente?
«Pobre Matthew», pensó Corinne.
Estaba más perdido que ella, que ya era decir. Lo miró y se dio cuenta de que llevaba la corbata torcida, así que se acercó a él y le puso bien el nudo.
—Desde luego, Matthew, esta corbata no lo es. Tienes que cuidar un poco más tu manera de vestir.
—Es mi corbata preferida.
—Deberías cortarte el pelo —añadió Corinne acariciándole los mechones que le caían por el cuello.
Brendan, sin embargo, iba a una vez a la semana a la peluquería. La peluquera de Brendan se llamaba Sherry y, casualidades de la vida, era bailarina de desnudo el fin de semana.
Corinne no pudo evitar fruncir el ceño. Odiaba fruncir el ceño porque le salían arrugas.
En ese momento, llamaron a la puerta.
—¿Vía libre? —preguntó Darla, la ayudante y buena amiga de Corinne—. ¿Qué tal ha ido todo?
—No exactamente como estaba previsto —contestó Corinne.
—No le ha dado tiempo a lanzarle la mirada provocativa —añadió Matthew.
—Vaya —se lamentó Darla—. Es una de tus mejores armas, como cuando haces pucheros.
—Yo no hago pucheros ni lanzo miradas provocativas. Todo eso os lo estáis inventando vosotros dos.
Darla y Matthew se miraron y enarcaron las cejas.
—Deja de pensar en Brendan —le aconsejó Matthew—. ¿Quién sabe? Quizás conozcas a un hombre fabuloso en Las Bahamas y tengas una aventura con él.
—No digas tonterías, Matthew. Ya sabes que soy mujer de un solo hombre.
Aunque, por otra parte, la idea no estaba mal. Tal vez, si mandara fotografías a Darla de ella con algún surfista y a Darla se le cayeran accidentalmente justo delante de Brendan, sintiera celos y las cosas fueran a mejores.
—¿Y si le doy celos? —les propuso a sus amigos—. Aunque no sé porque queriéndolo como lo quiero... no sé si voy a ser capaz de ligar con otro hombre...
—¿Te refieres a hacer lo que está él haciendo en estos momentos con Marjorie? —apuntó Matthew señalando hacia el pasillo.
Allí, Brendan estaba recogiendo un lápiz que Marjorie había dejado caer accidentalmente a su paso y, mientras lo hacía, no dejaba de mirarle los pechos.
Matthew estaba alucinado.
—¿Cómo conseguirá hablar sin dejar de mirarle...?
Corinne le dedicó una mirada amenazadora y Matthew se calló.
El muy asqueroso. El pobrecito. No, a veces Matthew podía ser realmente asqueroso. Corinne apretó los dientes y echó los hombros hacia atrás dispuesta a dejar muy claro que allí mandaba ella.
—Ve por ellos —la animó Matthew.
—Cómetelos —añadió Darla.
Animada por sus amigos, Corinne salió al pasillo, donde se alineaban los diferentes cubículos en los que trabajaban los comerciales de ventas.
Sin embargo, en aquellos momentos no era que estuvieran trabajando mucho. Estaban, más bien, entregados a lo que estaba sucediendo en el pasillo entre Marjorie y Brendan y ahora que Corinne se había unido a la pareja aquello prometía.
¿Qué hacer? ¿Cómo debía actuar? Los cincuenta empleados de la pequeña empresa sabían que Matthew y ella tenían una relación intermitente y en su práctica mayoría creían que le tomaba el pelo, pero eso era porque no lo conocían bien.
Tenía ante sí a su nueva competidora, quien llevaba una minifalda todavía más corta que la suya.
¿Debía comportarse como una gata celosa? ¿Explosiva? ¿Apenada y traicionada? No, lo mejor era hacerse la mujer madura.
Al aproximarse a la pareja, que estaba demasiado cerca para estar en un lugar de trabajo, hizo un movimiento de cabeza.
—Marjorie, Brendan, nos vemos cuando vuelva —se despidió.
Suficiente.
Mientras avanzaba por el pasillo en dirección a la puerta, le pareció que Matthew y Darla le aplaudían en silencio.
Era demasiado pronto para que hiciera calor porque estaban en abril, pero en Nueva Jersey cuando la humedad se disparaba no había nada que hacer.
«Bueno, así me voy acostumbrando al tiempo de Las Bahamas», pensó Corinne mirando por enésima vez las maletas que tenía abiertas sobre la cama.
Vestidos, faldas largas de flores, pareos, bañadores, crema solar. Sí, la crema solar era muy importante porque, siendo pelirroja, tostarse al sol tenía sus inconvenientes: a saber, las pecas.
En ese momento, sonó el teléfono y Corinne corrió en dirección a la cocina para llegar a contestar antes de que saltara el contestador.
Como de costumbre, no le dio tiempo y, como de costumbre, pensó que tenía que comprar otro teléfono para su dormitorio.
—Maldita sea, odio estas máquinas. Contesta, cariño. Soy tu madre —dijo el contestador.
Corinne se planteó hacerse la sueca.
—Maldita sea, Corinne, sé que estás ahí. Oigo tu respiración desde aquí. Contesta el maldito teléfono.
Maldición, maldita sea y todos sus derivados eran las palabras preferidas de su madre. Según ella, porque en la década de los cincuenta era la única palabra malsonante que les dejaban decir a las actrices en las películas.
Así que se había convertido en uno de sus sellos de identidad. Las miradas provocativas, la voz ronca y el «maldita sea». Al principio, quedaba muy bien, pero cuando lo oías cien veces seguidas, la verdad, hartaba.
Corinne sabía que no había escapatoria, así que decidió contestar.
—Hola, mamá.
—Sabía que estabas en casa —dijo Grace Weatherby.
—Estaba en mi habitación —le explicó Corinne.
—Tengo malas noticias —anunció su madre.
Corinne esperó.
—Tu hermana se niega a ir al maldito Festival de Cine de Cannes. Increíble, ¿verdad? Ya le he dicho que la única manera de ganar un Oscar es que los críticos empiecen a verla como a una actriz seria, pero no me hace ni caso.
¿Una actriz seria? ¿Myra? No, la verdad es que no lo era. Por lo menos, no para Corinne. Teniendo en cuenta que en su última película había hecho de extraterrestre y en la anterior de orangután...
—Myra es la actriz de Hollywood que más películas taquilleras interpreta. Tal vez, le baste con eso.
Su hermana, pelirroja como su madre, de piernas interminables, ojos verdes y pómulos altos, estaba teniendo un gran éxito en Hollywood y su apellido la había ayudado, pero a Myra aquello de interpretar no le llegaba al alma.
—El dinero no es lo más importante, maldita sea —protestó su madre—. ¿Cuántas veces os he dicho que en la familia Weatherby hemos ganado todos un premio importante en cada generación? Vuestro padre un Oscar al mejor actor, yo otro Oscar a la mejor actriz secundaria y tu hermano tiene un Tony.
—Y no te olvides de que a mí me dieron un diploma por ser la mejor empleada del mes —intervino Corinne.
Al instante, se dio cuenta de que su madre se debía de estar preguntando en qué trabajaba.
—Corinne...
Corinne sabía lo que le iba a preguntar.
—¿Sí, mamá?
—¿A qué te dedicas tú exactamente?
Corinne tenía veintisiete años y llevaba seis trabajando de consultora financiera en la misma empresa, pero a su madre todos los temas mundanos, como la economía, no le interesaban lo más mínimo.
—Soy consultora, mamá —le recordó como se veía obligada a hacer siempre que hablaban.
—Ah, sí —dijo su madre sin tener ni idea de lo que era aquello—. ¿Y sigues viviendo en... ese estado?
—Puesto que te he contestado yo el teléfono, creo que sí.
—No te pongas en plan chulito con tu madre.
—Haddonfield es un sitio estupendo para vivir y Nueva Jersey es un estado maravilloso que tiene montañas, playas...
—Nueva Jersey no es más que el maldito estado que te encuentras al salir de Nueva York en dirección a Hollywood, pero en cualquier caso yo te llamaba para que hables con tu hermana y la hagas entrar en razón.
—Mamá, ahora no tengo tiempo. Me voy de vacaciones.
—¿De vacaciones? ¡Los Weatherby jamás nos vamos de vacaciones!
Aquella conversación ya la habían tenido muchas veces.
—Sí, mamá, pero vosotros tenéis tres meses entre película y película y yo voy a la oficina todos los días y necesito descansar.
—¿Y dónde vas? —suspiró su madre.
—A Las Bahamas.
—¿A Las Bahamas? Qué horror. ¿No podías haber sido un poco más original?
—Sí, pero me tengo que ajustar a un presupuesto —contestó Corinne sabiendo que la palabra «presupuesto» hacía sudar a su madre.
—Bueno, supongo que por lo menos te irás con ese chico tan encantador... ¿Cómo se llamaba? ¿Brendan?
Otra razón por la que Brendan y ella estaban destinados a casarse, a su madre le encantaba.
La única vez que Grace se había dignado a poner un pie en Nueva Jersey, Brendan y Matthew la estaban ayudando a hacer la mudanza.
A su madre, Matthew le había parecido un horror porque estaba todo sudado, pero Brendan la había derretido porque le había dicho que parecía la hermana de Corinne y que había visto todas sus películas.
—No, no viene. Tiene trabajo.
«Tiene que trabajarse a sí mismo para no volver a engañarme», pensó Corinne.
—Bueno, pues pásatelo bien y llámame cuando vuelvas.
—Muy bien, mamá.
—Maldita sea, odio las despedidas.
—Hablamos dentro de dos semanas —dijo Corinne colgando el teléfono—. O en dos años, mejor —añadió para sí misma.