El millonario y la bailarina - Maya Blake - E-Book

El millonario y la bailarina E-Book

Maya Blake

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Beschreibung

El implacable Alexandros Christofides no estaba dispuesto a detenerse ante nada para recuperar un valioso recuerdo de familia, aunque para ello tuviera que utilizar como cebo a la encantadora bailarina Sage Woods. Sin embargo, su plan para chantajearla y conseguir que hiciera lo que él quería se tambaleó cuando las chispas empezaron a saltar entre ellos. Además, pronto se encontraría con que corría el riesgo de olvidar sus propias reglas, porque en el juego de la seducción solo podía haber un ganador...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Maya Blake

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El millonario y la bailarina, n.º 2645 - agosto 2018

Título original: His Mistress by Blackmail

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-676-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ALEXANDROS Christofides se quedó mirando el espacio vacío que solía ocupar la caja de terciopelo marrón donde guardaba su posesión más preciada. De algún modo, a pesar de las costosas medidas de seguridad que se habían instalado, se la habían arrebatado.

También faltaban otras cosas: varios fajos de billetes de cien dólares y unas cuantas joyas muy caras. Sin embargo, era la pérdida de aquella caja y lo que albergaba lo que más lo enfurecía.

Aquel collar que había dictado la historia de la familia había sido la piedra angular de su vida. Era más que una simple joya para él, y siempre lo sería. Y aunque, hasta donde alcanzaban sus recuerdos, el collar había sido para su familia un símbolo del deshonor y la desgracia que lo había acompañado desde el principio, había acabado representando algo muy distinto para él. Y ahora alguien lo había sustraído; alguien de su confianza había entrado en su despacho y se había llevado lo que le pertenecía.

Unos pasos pesados se detuvieron cerca de su escritorio, pero Xandro no se volvió. Sospechaba lo que iba a oír a continuación.

–Se ha ido, señor –le informó Archie Preston, el jefe de seguridad.

A pesar de las luces de neón que se encendían y apagaban en Las Vegas Strip, al otro lado del ventanal de su despacho, de pronto su mundo se tornó oscuro y gris, como el cielo antes de una tormenta. Se giró con los puños apretados.

–¿Quién es y dónde ha ido? –preguntó.

–Un vigilante jefe, señor. Benjamin Woods. Había pasado las pruebas para el puesto y, siguiendo las normas de la empresa, le proporcionamos un pase para esta planta.

–¿Cuándo fue eso?

–Hace un mes, señor.

Xandro se clavó las uñas en las palmas de las manos.

–¿Ha tenido un mes para planear esto?

–A-así es, señor –fue la vacilante respuesta que recibió.

–¿Y cómo lo hizo?

–En las grabaciones de las cámaras de seguridad se le ve escoltando a su suite al último de los invitados VIP a las cuatro de la madrugada –le explicó Archie–. Luego tomó el ascensor y subió a esta planta. Quince minutos después se le ve saliendo de este despacho con una mochila. Abandonó inmediatamente el hotel y tomó un taxi justo delante de la entrada. Hemos localizado al taxista. Woods le pidió que lo dejara a tres manzanas de aquí, y según el taxista se alejó por una calle secundaria.

–O sea que sabía que seguiríamos la pista al taxi, y solo lo utilizó durante un trecho para despistarnos.

Preston asintió.

–He mandado a algunos de mis hombres a los aeropuertos y las estaciones de autobuses para…

–Dígame de qué servirá eso cuando nos lleva trece horas de ventaja, señor Preston –lo cortó él con aspereza.

–Solo puedo ofrecerle mis más sinceras disculpas, señor Christofides. Y darle mi palabra de que, esté donde esté, lo encontraremos.

Xandro se obligó a aflojar los puños.

–Sabemos cómo consiguió entrar en mi despacho, pero no cómo averiguó la combinación de la caja fuerte. Aunque la pregunta más importante es cómo vamos a encontrarlo antes de que venda lo que ha robado.

Archie frunció el ceño y se rascó la nuca.

–Si da su permiso, contrataré a una docena de detectives para empezar la búsqueda.

–Lo tiene. Y también quiero que recabe toda la información posible sobre ese hombre y cada uno de sus familiares.

–¿Sus familiares? Si no le importa que lo pregunte, ¿de qué podría servirnos eso? –inquirió Archie vacilante.

Xandro esbozó una media sonrisa.

–Porque la familia es y siempre será la principal debilidad de cualquier hombre.

Haría pagar a Benjamin Woods por lo que había hecho, y se valdría de cualquier medio a su alcance.

Tras reiterarle las promesas que le había hecho, Archie se retiró y Xandro se volvió de nuevo hacia el ventanal. Era el dueño de la cadena de hoteles y casinos más exitosa del mundo; no había llegado tan alto, ni había escapado de las garras de la violencia y la pobreza, para acabar perdiendo aquello que lo había ayudado a superarse y lo había convertido en el hombre que era.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LAS RÍTMICAS pisadas iban perfectamente acompasadas con la música. O casi. Pocas personas se habrían dado cuenta de que iban ligeramente por detrás, pero Xandro se percató de ello tras unos pocos segundos.

De niño le había faltado casi de todo, pero siempre había tenido la música. Cuando su abuela, que padecía del corazón, había fallecido en el cuchitril del Bronx en el que habían vivido, su madre había tomado el relevo de la tradición musical que tan enraizada estaba en su familia. Desde entonces cada día había comenzado con su madre interpretando temas de su cantante favorita, María Callas, y había terminado con las evocadoras operetas de compositores de otros tiempos.

Había crecido viendo óperas en la tele, y las grabaciones de su madre bailando ballet. Sus abuelos habían metido esas cintas de vídeo en la maleta antes de subir al barco que los llevaría a Nueva York con su hija embarazada de dieciocho años, la joven cuyos sueños de convertirse en bailarina habían sido cruelmente desbaratados.

Un único foco iluminaba al bailarín sobre el escenario, y el auditorio de la Escuela de Artes Escénicas de Washington D.C. estaba desierto salvo por un puñado de personas sentadas entre las dos primeras filas. Xandro se había fijado en las caras de las mujeres una por una cuando habían entrado, y lo había desanimado ver que ninguna de ellas era la que estaba buscando.

Había volado miles de kilómetros para encontrar a Sage Woods, la hermana del ladrón que había robado su posesión más preciada. Archie no había tenido tiempo de conseguirle una fotografía actual de la joven. La única de la que disponía había sido tomada hacía más de una década, cuando solo tenía catorce años.

Pero sus facciones perfectas y su melena pelirroja, tan llena de vida, la harían destacar aun en medio de un gentío, así que, a menos que hubiera cambiado muchísimo, no debería costarle reconocerla.

Esperó a que el auditorio se hubiera quedado vacío antes de sacar el móvil del bolsillo de la chaqueta. Archie se había redimido al haber rastreado a Sage Woods hasta Washington D.C. en un tiempo récord, pero no se sentía con ánimos de perdonarle. Claro que tampoco ayudaba que le hubiese informado de que Woods había conseguido la combinación de la caja fuerte pirateando su ordenador.

En vez de hacer una «visita» a los padres de Woods en Virginia, Xandro había optado por volar directamente a Washington D.C. desde Las Vegas. Aparte de que, por lo que sabía, creía que conseguiría presionar más a Woods a través de su hermana, los compañeros de trabajo de Woods a los que Archie había interrogado le habían dicho que mencionaba con frecuencia a su hermana, la bailarina.

Estaba a punto de llamar a Archie para asegurarse de que era allí donde se suponía que podría encontrarla, y que no se había equivocado, cuando una figura vestida con un maillot y medias negras salió al escenario de entre bastidores.

A pesar de que lo llevaba recogido en un moño deslavazado, su cabello, rojo como el fuego, la delató de inmediato. La chica flacucha de la foto que tenía en su móvil se había convertido en una mujer escultural, capaz de parar el tráfico. Él desde luego se había quedado paralizado al verla; lo había dejado sin aliento.

En su mundo la belleza femenina venía en un envoltorio llamativo, como un objeto decorativo de plata, perfectamente pulido y bien presentado. La mujer que estaba ante sus ojos, en cambio, y que creía que estaba a solas, no llevaba ni pizca de maquillaje, ni tampoco joyas. Por no llevar, no llevaba ni zapatos. Y, sin embargo, no podía apartar los ojos de ella. Recorrió con la mirada su fina cintura, las femeninas curvas de sus caderas, sus muslos bien torneados, sus largas piernas y sus delicados tobillos.

Mientras la observaba, la joven se sacó un MP4 de la cinturilla elástica que llevaba encima del maillot. Con la cabeza agachada, desenrolló el cable de los auriculares y se metió uno en cada oreja.

Xandro se cruzó de brazos mientras la veía enganchar el aparato a la cinturilla y frunció el ceño, molesto por no poder escuchar la música que iba a utilizar. Sin embargo, cuando vio cómo pasaba de estar completamente quieta a una cautivadora explosión de movimiento, dejó caer los brazos y observó hipnotizado la energía y el control que exhibía, y que solo podían conseguirse tras años de dedicación y muchas horas de ensayo.

–Disculpe. ¿Puedo ayudarlo en algo?

Xandro se sintió molesto consigo mismo. Tan absorto había estado en sus pensamientos, que no se había dado cuenta de que había abandonado la penumbra, delatando su presencia. Su irritación se tornó en enfado. No había ido allí para quedarse embelesado viendo a una extraña bailar.

–¿Es usted Sage Woods? –le preguntó con aspereza.

La vio tensarse y mirarlo nerviosa mientras se quitaba los auriculares y se los colgaba del cuello, como haciendo tiempo para dilucidar si era amigo o enemigo.

–Eso depende –contestó finalmente.

–¿De qué?

–De quién quiere saberlo. Y de que me diga primero qué está haciendo aquí –respondió ella.

–Estamos en un auditorio público. No necesito un permiso especial para estar aquí.

La joven frunció los carnosos labios.

–Sí, pero he reservado y pagado esta sesión privada, y hay un cartel fuera, sobre la puerta, que dice «no se admite público».

Xandro se encogió de hombros.

–Pues malas medidas de seguridad tienen cuando yo he entrado.

Ella se puso aún más tensa, y Xandro vio como sus ojos iban de él a la puerta antes de posarse en él de nuevo.

–Con lo trajeado que va, y esa expresión tan ceñuda, a menos que haya venido a una audición para interpretar a un director gruñón en una producción de Broadway, se ha equivocado de sitio. Márchese antes de que avise a seguridad.

En otras circunstancias, a Xandro lo habrían admirado sus agallas.

–¿Siempre se muestra tan suspicaz con los extraños, señorita Woods?

La joven lo miró de arriba abajo antes de alzar la barbilla desafiante.

–Es usted un poco presuntuoso. No he dicho que sea quien cree que soy.

–Niéguelo y me marcharé –la retó Xandro.

–Dudo que sea de los que aceptan un no por respuesta.

Xandro se acercó sin prisa hasta la primera fila.

–Me llamo Xandro Christofides. Deme las respuestas que necesito y dejaré que siga con su ensayo.

–¿Ha dicho que me… «dejará»? ¿Quién diablos se cree que es?

–Acabo de presentarme. Ahora le toca a usted.

–Yo… ¿qué es lo que quiere de… de Sage?

–Se trata de un asunto confidencial del que estoy seguro que ella no querría que hablase con nadie más. ¿O cree que querría que fuese por ahí, aireando sus trapos sucios? –la picó.

Esa vez no hubo una réplica ingeniosa y los ojos verdes de la joven lo escrutaron con recelo.

–Está bien, sí, yo soy Sage Woods. Y ahora, ¿le importaría decirme de qué va esto?

Xandro se subió de un salto al escenario y la joven, aturdida, retrocedió varios pasos.

–¿Qué… qué hace? Dígame ahora mismo por qué está aquí, o… –se calló y apretó los puños.

–¿O qué? –la instó Xandro.

–Dé un paso más y lo averiguará.

A pesar de su irritación, a Xandro le entraron ganas de reírse, pero entonces notó vibrar el móvil en su bolsillo, un recordatorio de que el hombre que le había robado el collar andaba suelto por ahí. Y la clave para encontrarlo era la joven que estaba ante él, preparada para defenderse con un rodillazo si hiciera falta.

–Hasta hace cuarenta y ocho horas su hermano, Benjamin, trabajaba como vigilante jefe en uno de mis casinos en Las Vegas. Robó una importante suma de dinero y varios objetos de valor, y luego desapareció. Quiero que me diga cuándo fue la última vez que hablaron y dónde puedo encontrarlo.

La joven palideció, pero recobró pronto la compostura y levantó la barbilla, desafiante.

–Disculpe, señor…

–Christofides. Xandro Christofides –repitió él con la mirada fijada en su rostro, pendiente de cualquier cambio en su expresión–. Soy el dueño de la cadena de hoteles y casinos Xei. Su hermano empezó a trabajar en mi casino de Las Vegas como crupier hace dieciocho meses y fue ascendiendo hasta ser nombrado vigilante jefe. Pero estoy seguro de que todo eso ya lo sabía.

–Pues se equivoca. No tengo la menor idea de dónde está mi hermano –le espetó ella, y le sostuvo la mirada un segundo antes de dar un paso atrás–. Si no se va usted, me voy yo.

Xandro la siguió con la mirada mientras se alejaba para recoger del suelo una pequeña mochila que se colgó del hombro. Luego giró la cabeza y añadió:

–Y aunque lo supiera, tampoco se lo diría.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

SAGE sabía que no debería haber dicho eso. Había sido innecesario, y una provocación estúpida, una reacción visceral, cuando debería haberse mostrado indiferente y calmada. Lo que buscaban los abusones era precisamente eso: provocar esas reacciones viscerales. ¿Acaso no lo había aprendido por las malas siendo una adolescente?

Entonces, ¿por qué le había respondido de ese modo? Probablemente porque quería fastidiar a aquel hombre prepotente, igual que él la había fastidiado a ella interrumpiendo sus ensayos, la sesión que había pagado con el dinero que tanto le costaba ganar. Su objetivo era pasar una audición para ser admitida en la Compañía de Danza Hunter, por supuesto, pero para ella bailar siempre sería mucho más que una aspiración profesional. ¡Había sacrificado tanto para llegar hasta allí…!

Apretó el paso por el corredor que llevaba a los vestuarios. Era cierto que no tenía ni idea de dónde estaba su hermano. Aunque la llamaba una vez al mes, no esperaba saber de él hasta dentro de un par de semanas. «Por amor de Dios, Ben… ¿Qué has hecho?».

Lo cierto era que en el último año había visto a su hermano cada vez más resentido. Cuando habían hablado por teléfono no había hecho más que lamentarse sobre el que parecía haberse convertido en su tema favorito de un tiempo a esa parte: la desigualdad económica entre clases.

Para empezar no debería haberse ido a vivir y trabajar a un sitio como Las Vegas. No cuando en los últimos seis meses se había hecho tan dolorosamente evidente que estaba empezando a tener problemas con el juego. Cuando lo había instado a que buscase ayuda, él había negado que tuviera ningún problema, aunque le había prometido a regañadientes que la llamaría una vez al mes para contarle cómo estaba y que no se preocupara.

Xandro Christofides no había respaldado con pruebas la acusación de que su hermano le había robado, pero en lo más hondo de su ser sabía que era muy probable que fuese cierto.

¿Debería haberse quedado a hablar con Christofides? ¿Haberle suplicado el perdón para su hermano aun no estando segura de que hubiera hecho nada malo?

No. No le debía nada a aquel tipo, y Ben había sido el único que la había apoyado, el único que había creído en ella, se recordó cerrando de un golpe la puerta de la taquilla, antes de colgarse de nuevo la mochila del hombro.

Cuando salió del edificio por la puerta lateral, que daba a una bocacalle, se encontró a Xandro Christofides esperándola allí. Su mano apretó el tirante de la mochila.

–Parece que no me equivocaba en que es de los que no aceptan un no por respuesta. ¿Qué va a hacer ahora, raptarme?

Él la miró pensativo.

–No tengo intención de hacerle ningún daño, señorita Woods. Y, aunque no es habitual en mí, sí que he aceptado una negativa en alguna ocasión. Lo que considero inaceptable, eso sí, son las mentiras, y sé que me ha mentido cuando dice que no sabe dónde está su hermano –le dijo en un tono impaciente.

–¿Y cómo pretende demostrarlo? –le preguntó Sage con desdén.

Christofides apretó la mandíbula.

–Le daré un consejo: no juegue conmigo; tengo muy poca paciencia. Su hermano se ha llevado algo muy valioso para mí, y cuanto antes se muestre dispuesta a colaborar conmigo para que pueda recuperarlo, más indulgente me mostraré con él.

Sage tragó saliva.

–¿Quiere decir que aún no lo ha denunciado?

–Me temo que su hermano no tendrá tanta suerte. La policía ya está al tanto del robo, y su hermano se enfrentará a las consecuencias de sus actos cuando lo encuentre, aunque usted puede mitigar el castigo que recibirá si me dice dónde está.

A Sage se le cortó el aliento.

–¿Quiere que lo ayude a meter a mi hermano entre rejas?

–Ha cometido un delito. ¿Es tan ingenua como para creer que sus actos no tendrán consecuencias? –le espetó él.

–¿Tiene alguna prueba de que le ha robado… lo que sea que dice que le ha robado?

–Se llevó cien mil dólares en efectivo, varias joyas por un valor total de otros cien mil dólares, y un recuerdo familiar que para mí no tiene precio.

A Sage no le pasó desapercibida la emoción en su voz al referirse a ese recuerdo familiar, y supo de inmediato que era eso lo que lo había llevado a cruzar el país para encontrarla.

–Lo siento, pero no puedo ayudarlo –respondió.

Pretendía alejarse calle abajo tras esas palabras, girar a la izquierda y entrar en la estación de metro para volver a Georgetown, el barrio donde compartía una vivienda de alquiler con otros bailarines, pero el modo amenazante en que la miró Christofides, como advirtiéndola de que reconsiderara su proceder, la mantuvo allí de pie, paralizada. No, se dijo, jamás traicionaría a Ben; jamás.

–Adiós, señor Christofides –le dijo con firmeza.

Durante unos segundos muy tensos, él permaneció en silencio.

–Buenas noches, señorita Woods –dijo finalmente.

No había inflexión alguna en su respuesta, nada que sugiriera que volverían a verse, pero, mientras se alejaba, sintió un cosquilleo en la nuca y tuvo el presentimiento de que no se daría tan fácilmente por vencido…

 

 

Ese presentimiento hizo que le costara conciliar el sueño durante las seis noches siguientes por más que tratara de tranquilizarse, repitiéndose que Christofides no tenía ningún poder sobre ella.

Y, sin embargo, había llamado a su hermano al móvil una y otra vez, dejándole un mensaje de voz tras otro hasta que el buzón se llenó, y tuvo que darse por vencida, al borde de las lágrimas de pura frustración.

Apenas conseguía dormir unas cuantas horas seguidas antes de tener que levantarse y prepararse para acudir a su trabajo de camarera en una cafetería. No había conseguido pasar la última audición de la compañía de danza, pero desde entonces había estado ensayando cinco horas extra a la semana, y estaría lista para volver a presentarse a las audiciones del mes siguiente. Tenía que estarlo, porque sus ahorros, de por sí escasos, se le iban en pagarse las comidas y su parte del desorbitado alquiler. Necesitaba esa plaza en la compañía.

No quería ni pensar qué haría si no lo conseguía. Volver a casa de sus padres no era una opción. Había cerrado esa puerta, y hasta que sus padres aceptaran sus decisiones, no retrocedería ni un paso.

Si se hubiese quedado en Virginia para ayudar a sus padres con el hotelito Bed&Breakfast que su familia había regentado durante generaciones, habría sido como rendirse y dejar que su espíritu se marchitara poco a poco.

En ese momento apareció Michael, su compañero de trabajo, que también era bailarín.

–Buenos días, preciosa. ¿Cómo hemos amanecido? –la saludó alegremente, colocándose tras la barra junto a ella–. Uf, vaya cara… –se quedó mirándola con el ceño fruncido–. ¿Estás bien?

Sage guardó su móvil en el bolsillo del delantal y esbozó una sonrisa.

–Claro –contestó ella–. Estoy perfectamente –añadió al ver que Michael la miraba con escepticismo.