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A través de la lectura de 650 cartas personales, el autor nos invita en este curioso libro a conocer la vida íntima de los emigrantes españoles en América. Estas misivas ("cartas de llamada", como se les conocen), integran expedientes oficiales ya que la ley les obligaba a traer al Nuevo Mundo a sus familias, y la correspondencia se incluía para demostrar la intención de cumplir con el mandato. Siempre presente el deseo de hacer fortuna, los ya avecindados hablaban de que, trabajando, era posible ganar riqueza y nombre. Una parte especial son las emotivas cartas dirigidas a las esposas; los maridos prometen regalos y privilegios que no tendrían ni en sueños en su tierra.
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Seitenzahl: 129
Veröffentlichungsjahr: 2013
Fotografía de portada: FLOR GARDUÑO,Cacao, México, 2001
BIBLIOTECA UNIVERSITARIA DE BOLSILLO
Primera edición, 1992 Segunda edición (Biblioteca Universitaria de Bolsillo), 2007 Primera edición electrónica, 2013
D. R. © 2007, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008
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ISBN 978-607-16-1677-7
Hecho en México - Made in Mexico
El proceso de una investigación
Las “Cartas privadas”
Panorama de la emigración
1. El descubrimiento colectivo de las cartas
2. Antecedentes y circunstancias: los casados y sus problemas
3. Evolución del emigrante
4. Insensibilidad para la nueva tierra
5. Curiosidades y acontecimientos
6. El cultivo de la coca
7. Pobreza de España y riqueza de la nueva tierra
8. Mundo abierto para los trabajadores
9. La vida dura
10. Lo que pedían de España los emigrantes
11. El emigrante solo, rico, viejo y enfermo
12. Poca devoción y mucho interés
13. Algunos personajes
14. Viajes y envíos azarosos
15. Los correos internos
16. El mundo de los sentimientos
17. Algunas notas de lengua y estilo
18. Resumen
Cronología
Después de dos siglos de búsquedas en los archivos, podemos pensar que lo más sustancial de nuestra historia ha sido ya encontrado y estudiado y sólo cabe indagar circunstancias y personajes menores de marcos generales bien conocidos. Que aún es posible el descubrimiento significativo lo ha mostrado Enrique Otte con la revelación de un filón original e importante. Las Cartas privadas de emigrantes a Indias. 1540-1616 (Sevilla, 1988), en efecto, abren una ancha ventana hacia el conocimiento de la vida privada y la mentalidad de los españoles que, durante la segunda mitad del siglo XVI, colonizaron las Indias.
Las Cartas de Indias (Madrid, 1877) recopiladas por Justo Zaragoza, de carácter general; el Epistolario de Nueva España, 1505-1818 (México, 1939-1942, 16 volúmenes), formado por Francisco del Paso y Troncoso, y las Cartas del Perú (1524-1543) (Lima, 1959), reunidas por Raúl Porras Barrenechea, entre los epistolarios más importantes, tienen la particularidad de concentrarse en documentos de carácter oficial, esto es, en negocios públicos de índole política, religiosa, social, administrativa o cultural. En los escasos epistolarios particulares de personajes de la época, solo es posible encontrar rasgos de conducta e indicios de las intimidades de sus autores. Por otra parte, se había prestado atención preferente al conquistador, descuidando el estudio del poblador que, como dice Otte, fue “el organizador económico y social de Latinoamérica en la época colonial”.1
El descubrimiento que hizo Otte de un fondo de documentos de carácter privado, en el que predominan los pobladores, le ha permitido revelarnos la cara que ignorábamos, el mundo privado de los emigrantes a Indias. Ésta ha sido una larga tarea de investigación iniciada hace un cuarto de siglo. El primer trabajo de esta índole no encajaba en el esquema que luego seguiría Otte, pues fue la publicación de nueve cartas que, desde España, en 1529 y 1530, cuando preparaba su conquista del río Marañón, escribe Diego de Ordaz a su sobrino Francisco Verdugo, quien se encontraba en México.2 Se trata, pues, de un antiguo conquistador que escribe desde España a México para referir los problemas de sus negocios, hacer encargos respecto a su encomienda e intereses y dar noticias y opiniones acerca de Hernán Cortés, su antiguo jefe, quien por entonces visitaba su primera tierra.
Los demás trabajos de Otte, dentro de este grupo, se concentran en las cartas de emigrantes pobladores en Indias. En 1966 publicó “Cartas privadas de Puebla del siglo XVI”,3 muy interesante conjunto de 41 cartas, escritas entre 1558 y 1616, que recogerá en el gran volumen de Cartas privadas. En 1968 apareció “Mercaderes burgaleses en los inicios del comercio con México”,4 14 cartas procedentes de Santo Domingo y Cuba, en 1520 y 1521, que no se incluyen en las Cartas privadas. La carta número 3, de Hernando de Castro para Alonso de Nebreda, escrita en Santiago de Cuba el 31 de agosto de 1520, recoge algunas de las primeras noticias que llegaban a la isla acerca de los descubrimientos de Hernán Cortés en una tierra que entonces llamaban Venecia:
Hernando Cortés, el que allá estaba, antes supo que iba armada desta isla, alzó velas e fuese a la tierra adentro de aquella ciudad muy grande que hoy llama Venecia. Que dicen que hoy tiene ochenta mil vecinos, y llámanla Venecia por su grandeza y porque está cercada de agua con sus puentes levadizos…
Este Cortés está como digo en aquella cibdad, que hay de la mar allá sesenta o sesenta e cinco leguas. Dicen que está muy requísimo de oro e plata, e todos los que con él están lo mesmo, e con mucho amor con los indios, y espera, como digo, respuesta de allá de Castilla.
y luego refiere noticias de la expedición de Narváez enviada a “procurar venganza del Cortés”.5
El año siguiente, 1969, Otte publica su estudio sobre los pobladores, “Die Europäischen Siedler”, ya citado, con diez cartas, de 1570-1574, que recogerá en Cartas privadas. En 1970 aparece “La Nueva España en 1529”,6 con tres cartas de esta fecha del oidor Diego Delgadillo y de su hermano Juan Peláez de Berrio, dirigidas a Juan de la Torre; y de Juan de la Zarza, dirigida a Francisco de las Casas, el primo de Cortés enviado a las Hibueras para hacer justicia a Cristóbal de Olid. Estas cartas no se incluyen en las Cartas privadas. En Letters and People of the Spanish Indias. SixteenthCentury, editado por James Lockhart y Enrique Otte7 en 1976, se reúnen 38 cartas, traducidas al inglés y comentadas. Diez de ellas, publicadas previamente por Otte, se incluyen en las Cartas privadas.
Además de estos trabajos, que son los que conocía previamente y me habían revelado tan rico filón histórico, Otte ha publicado otros estudios sobre los mismos temas: cartas de mercaderes vascos en el Perú y en Tierra Firme, y una “Semblanza espiritual del poblador de Indias (siglos XVI y XVII)” (1971), que no conozco. Es autor, asimismo, de una exhaustiva monografía sobre Las perlas del Caribe: Nueva Cádiz de Cubagua (Fundación John Boulton, Caracas, 1977).
Tales fueron los pasos previos que dio Enrique Otte antes de culminar su investigación con la publicación, fechada en 1988, de las copiosas Cartas privadas de emigrantes a Indias.8 Esta monumental obra recoge un total de 650 cartas, escritas por 529 personas (51 mujeres), entre 1540 y 1616, enviadas por emigrantes españoles, residentes en Indias, a sus familiares o personas allegadas en España, para invitarlos, como asunto principal, a las nuevas tierras. Los destinatarios debían presentar estas “cartas de llamada” como piezas de prueba en sus solicitudes al Consejo de Indias para obtener permisos de viaje. Tal exigencia explica que dichas cartas privadas se hallen concentradas en el Archivo General de Indias, en Sevilla, donde las encontró Otte.9
Las cartas proceden, 240 de la Nueva España (146 de México y el resto de otros lugares entre los que destaca Puebla, con 38 cartas); 192 del Perú (94 de Lima), entre las más numerosas; y el resto provienen de ciudades y pueblos de Centro y Sudamérica y las Antillas; de Cartagena hay 33 cartas; de Potosí y Panamá, 29 de cada una, y una sola, al final del libro, de Manila, en las Filipinas.
Como señala Otte, “Los años de máxima frecuencia son 1571 a 1594, con cumbres en 1574 (32 cartas), 1580 (28 cartas) y 1577 (27 cartas), lo que confirma que en 1580 comenzó la ‘madurez’ de la colonización española de América”.10
Los destinatarios más frecuentes eran las esposas, seguidas por los sobrinos; muchas otras se dirigían a hermanos, primos, suegros y enamoradas de los emigrantes.
Los lugares de destino eran muy variados: 189 ciudades, villas y aldeas españolas, abundando los pequeños poblados. De 474 cartas con destino identificado, el 36.16% van a la región de Andalucía; el 32.35% a Castilla la Nueva; el 16.28% a Extremadura; el 9.73% a Castilla la Vieja; el 2.54% a León, y el resto a las demás regiones peninsulares. Otte hace notar que esta distribución coincide, en términos generales, con las cifras encontradas por Peter Boyd-Bowman en sus estudios sobre la emigración española hacia las Indias.
Del cúmulo de noticias interesantes que hay en estas cartas, Enrique Otte hace una buena selección en el “Estudio preliminar”, además de la descripción general que antes se ha resumido. Entre los temas que señala se encuentran los siguientes. Bajo el rubro “Los grupos profesionales” se refiere sucintamente a los soldados, encomenderos y empresarios, la actividad de agricultores y ganaderos, las chácaras de coca, los mineros y sus riquezas y esclavos, los mercaderes, los comerciantes proveedores de minas, los centros comerciales y portuarios, los tenderos, la fortuna de los grandes empresarios, los matrimonios de conveniencia, los industriales de paños en Puebla y sus obrajes, los transportistas en recuas y carretas, los artesanos: sastres, sederos, barberos, carniceros, curtidores, bordadores, cerrajeros, pintores, doradores, plateros, gorreros, calceteros, canteros, maestros de obras y cantores de iglesia; los profesionales: clérigos, abogados, médicos, catedráticos, escribanos, administradores y mayordomos; y los funcionarios: un virrey de Nueva España, un gobernador de Cartagena, un corregidor y otros de menor rango.
En el rubro siguiente, “Los motivos de la emigración”, expone que la verdadera meta de los emigrantes, cualquiera que fuese su oficio o profesión, era la “explotación de la riqueza de América” (p. 21). Por ello, ponderan con exageración las riquezas del Nuevo Mundo, sus ganancias personales y la facilidad con que, con trabajo y maña, se han enriquecido. El tema de la fertilidad de algunas de las tierras americanas es frecuente; en consecuencia, los precios de cereales y carnes eran bajos y los salarios altos. Esto los lleva a considerar con desprecio la miseria de España, donde “no se pueden sustentar los hombres” y a jactarse de la opulencia en que viven los emigrantes en contraste con las pobrezas españolas. Sin embargo, algunos son pesimistas y otros hablan de las pestes sufridas sobre todo por los indios.
Otro tema importante que aparece en las cartas de los pobladores es el de la dignidad del trabajo, “nuevo concepto de la honra”, dice Otte. Dejando a un lado prejuicios y orgullos, los emigrantes hacen toda clase de trabajos, se hacen mercaderes y comerciantes, porque lo importante es tener y no la manera de conseguirlo.
Bajo el rubro “Las remesas y las llamadas”, refiere los envíos de oro y plata, en pedazos quintados, que hacían los emigrantes a sus familiares para gastos de viaje y para auxiliarlos. Las remesas, siempre azarosas, se confiaban a conocidos que volvían a España, y cuando se iniciaron los secuestros forzosos de bienes que hacía la Corona, muchos renunciaron a hacerlas. Otros enviaban productos americanos: cueros en abundancia, añil, cochinilla, joyas, muchas perlas, papagayos y periquitos. En ocasiones, los envíos metálicos eran para dotes de casamientos, porque se decía que era preferible que las muchachas se casaran en España, donde las dotes eran más bajas. En cambio, a los hombres les convenía casarse en América, aunque no abundaban las mujeres españolas.
Algunos de los emigrantes se preocupaban porque sus hijos o sobrinos, en la vieja España, se educaran antes de venir a las Indias, para mejorar sus posibilidades de ascenso social.
Las quejas por la falta de cartas es constante en los emigrantes solitarios. Quieren saber de sus familiares y cosas de la tierra, y muchos se enfadan porque no reciben respuesta o porque los llamados demoran su viaje. Las esposas son esperadas, no solo para evitar multas y deportaciones, sino también por amor, expresado a menudo con efusión y desesperación. Uno de ellos dedica a su mujer toscos versos, mezclados con amenazas (174);11 y otro niega que esté amancebado y dice: “quiero más vuestro pie muy sucio que a la más pintada de todas las indias” (86). A sus mujeres les prometen que en las Indias no trabajarán más y pasarán su vida “sentadas en los estrados” conversando con amigas (437). Tan vivo como el amor de los casados se muestra el amor a los padres cuyos trabajos se lamentan. Y cuando no tienen ni mujer ni hijos ni hermanos, insisten en la venida de los sobrinos para ayudar a los solitarios y para que la fortuna de estos quede en familia.
En el rubro “El viaje”, Enrique Otte señala que, para los futuros emigrantes, “más difícil que conseguir la licencia era vencer el miedo al cambio” (p. 28). El miedo al mar, a sus tormentas y naufragios; a la amenaza de piratas y corsarios, a las incomodidades extremas y larga duración de los viajes, y sobre todo esto, la dura decisión de abandonar la tierra propia y conocida para aventurarse en lo desconocido e incierto, pesaba mucho en los invitados a viajar al Nuevo Mundo.
Los ya emigrantes más pudientes aconsejaban a sus parientes que tomaran cámara en las naos, y muchos daban instrucciones para el avituallamiento o matalotaje de que debían proveerse, y recomendaban que las mujeres no viajaran solas sino en compañía “de otras mujeres honradas… porque es muy bellaca la gente de la mar”.
Dábanse también indicaciones precisas sobre los vestidos que las mujeres debían usar en el viaje, los que eran adecuados y eran moda en las nuevas tierras. Algunos aconsejaban que se compraran esclavos negros para que los sirvieran en el viaje, y porque en España valían menos que en Indias. Y hacían múltiples encargos de productos que les faltaban o que tenían mercado seguro, como telas y confecciones, así como instrumentos y materiales para los variados oficios de los emigrantes.
En fin, como para desalentarlos del viaje, se prevenía a los invitados contra los peligros de las pestilencias en los barcos, lo malsano de los puertos de Veracruz y de Nombre de Dios, y se les recomendaba comer poca fruta en este último puerto y guardarse de mujeres y de andar por el pueblo de noche o a mediodía, “por los calores que hacen y aguaceros”.
“La vuelta a la patria”, rubro siguiente, recoge la nostalgia de muchos de los emigrantes, sobre todo los que habían pasado en Indias mucho tiempo, por volver a su tierra. Querían ir a morir entre los suyos, pero con fortuna. “No pueden ir a Castilla sin plata, porque les afrentará todo el mundo” (483). Sin embargo, algunos prefieren quedarse en la nueva tierra, que ha sido generosa con ellos, el resto de su vida. “Si volviera a España —dice un residente de Potosí— fuera pisaterrones como antes” (590).
En “Indios y negros” señala Otte la actitud “despectiva, o en el mejor de los casos patriarcal” de los emigrantes españoles hacia aquéllos. Pero hubo excepciones, como la de un residente en México que casó con india, “muy a mi voluntad”, y el mismo añade que le salvó la vida una mujer morena: “La debo más que a mi misma madre” (27).
En “La religiosidad” hace notar el profundo sentimiento de esta índole que tiene el emigrante. La propia salvación es lo más importante. Un encomendero de Casma, buen cristiano, tras de explicar que cobra pocos tributos a sus indios, dice: “Paréceme que dirán allá que eso que doy a los indios que fuera mejor darlo a mis parientes. A estos hijos debo que me han servido treinta y tantos años, y es deuda de vida, y si no se lo diese irme ya al infierno” (528).
Adversidades y muertes, así como la pérdida de bienes, son vistos por ellos con estoicismo cristiano, y las aceptan como el cumplimiento de la voluntad divina. Algunos hacen envíos para misas de difuntos y obras pías en sus pueblos.