El negocio de la grieta - Roberto S. Vassolo - E-Book

El negocio de la grieta E-Book

Roberto S. Vassolo

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Beschreibung

En los países que progresan existen intereses, posturas, clivajes ideológicos, paradigmas y opiniones diferentes. Incluso, cuando esas diferencias se manifiestan políticamente en estructuras bipartidistas, las naciones encuentran mecanismos de diálogo y formas de resolución de los conflictos, de tal manera de no erosionar el progreso social de largo plazo ni el bien común. Pensar distinto no anula la posibilidad de construir proyectos compartidos. En Argentina también existen opiniones y posturas diversas, que se manifiestan en un bicoalicionismo que se viene alternando el poder durante la última década. Sin embargo, la diferencia en las opiniones y las posturas inhibe la capacidad de lograr consensos para generar condiciones de desarrollo sostenible. Resolver los problemas más importantes de una nación es una tarea larga, ardua, inclusiva y que requiere incorporar las diferentes perspectivas en el diagnóstico y en la articulación de acuerdos. Pero, cuando no se quiere o no se sabe implementar estos procesos, la primera tentación es acudir a la grieta. ¿En qué consiste? En correr el problema que debe ser resuelto del centro del debate y, en su lugar, colocar un culpable, un chivo expiatorio. De este modo, la grieta es la excusa perfecta para no hacer nada y mantener un statu quo donde algunos pocos referentes políticos, sociales, sindicales, periodísticos, académicos y empresariales ganan en perjuicio del empobrecimiento colectivo.El negocio de la grieta, una respuesta a este constate mecanismo del ejercicio del poder, propone comenzar a construir acuerdos que hasta hoy parecían imposibles.

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El negocio de la grieta

Santiago A. Sena Roberto S. Vassolo

El negocio

de la grieta

Cuando los acuerdos parecen imposibles

ÍNDICE
Prefacio
Introducción
El desafío del cambio
La grieta, garantía del statu quo
Fijar nuestro destino duele
Expertos del statu quo
La hoja de ruta
Parte I - La única verdad es la realidad
Capítulo 1: Una decadencia de todos
Dato no mata relato, pero hiere
¿Yo no fui?
Capítulo 2: Un diseño económico sin igual a nivel global
Campeones del mundo en impuestos sobre las empresas
Campeones del mundo en inflación
Campeones del mundo en regulaciones
Consecuencia 1: Pocas empresas
Consecuencia 2: La salida es Ezeiza
Campeones en (des)protección del trabajo
Consecuencia 3: El sistema se adaptó sin empresas, sin crecimiento y con pobreza creciente
Capítulo 3: Manual de la grieta exitosa
Las (al menos) dos Argentinas
Cambiar duele, pero no cambiar duele más
No hablar con datos
Evasión de tareas: el caso del tamaño del Estado
El error de buscar toda la solución en la autoridad
Personificar al culpable: el chivo expiatorio
Capítulo 4: Los grandes ganadores del statu quo
El confort de la dirigencia política
El sector empresarial ineficiente
La dirigencia sindical eterna
Un nuevo protagonista: los representantes de la economía popular
Periodistas desde la trinchera de la grieta
Los perdedores de siempre
Parte II - La agenda del futuro, ¿hacia dónde vamos (o podríamos ir)?
Capítulo 5: El ambiente competitivo de las próximas décadas
Un mundo más predecible de lo que parece
La revolución que cambió el mundo
Argentina es parte del mundo
¿Cambiamos para bien?
El consumidor global
El gran ganador: la economía del compartir
Un mundo donde los gigantes ya no son países
Las nuevas grandes empresas argentinas
No todo es consecuencia del cambio tecnológico: show me the money
Capítulo 6: Los desafíos de Argentina en el mundo competitivo futuro
Límites difusos entre gigantes empresarios y naciones
El futuro del trabajo y cómo nos estamos preparando
El crecimiento de las desigualdades globales y nacionales, y las nuevas definiciones de pobreza
El desafío de la casa común: ¿se puede generar desarrollo económico sustentable?
Cobrar impuestos en un mundo digital
Cuando el problema solo era Rockefeller
Parte III - Aquí y ahora. La necesidad de construir acuerdos duraderos.
Capítulo 7: El camino del consenso hacia un diseño de país inclusivo y en crecimiento
Despersonalizar el problema
Definir los problemas
Construir niveles mínimos de confianza
Capítulo 8: Prioridades y pérdidas, las “P” espejadas
Poner la mira en el propósito
Elegir las batallas o el arte de priorizar
¿Por qué no podemos fijar prioridades?
El caso de la urbanización de villas porteñas
Nadie quiere cambiar
Cerca, pero no encandilados
Capítulo 9: Aplicando el modelo: la simplificación tributaria
Motivos detrás de la prioridad
El mapa de actores
No todos pierden en la misma medida
Y ahora, ¿qué?
Capítulo 10: Caja de herramientas para el diálogo social
El modo Twitter, enemigo n.°1 del diálogo social constructivo
Autoevaluación: microdiagnóstico sobre mi capacidad de escucha
Ejercicios prácticos para empatizar con quien piensa diferente
Con ellos no se puede
¿Es posible construir acuerdos entre personas tan distintas?
Conclusión
La grieta, aquella vieja excusa, ¿empezamos?

Sena, Santiago A.

El negocio de la grieta / Santiago A. Sena ; Roberto S. Vassolo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Galerna, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-950-556-883-3

1. Política Argentina. I. Vassolo, Roberto S. II. Título.

CDD 320.82

© 2022, Santiago A. Sena

© 2022, Roberto S. Vassolo

©2022, RCP S.A.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna, ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopias, sin permiso previo del editor y/o autor.

ISBN 978-950-556-883-3

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Diseño de tapa e interior: Pablo Alarcón | Cerúleo

Primera edición en formato digital: junio de 2022

Versión: 1.0

Digitalización: Proyecto 451

A los niños y jóvenes de Argentina, con la esperanza (y el compromiso)

de que este libro colabore en la construcción de un país más justo y más humano,

que les permita florecer en libertad. El futuro es para ustedes.

A Guadalupe, compañera incondicional. Mi roca.

A mis hijas, por revelarme que la vida viene de muchas maneras,

pero que la intensidad del amor es siempre la misma.

Las celebro, mujeres de mi vida. Gracias.

SANTIAGO A. SENA

En memoria de todos nuestros antepasados que forjaron

el destino de esta tierra.

Para nuestros hijas e hijos, con la ilusión de que puedan construir

una tierra próspera e inclusiva, que reciba abiertamente

todas las voces al caminar hacia el futuro.

ROBERTO S. VASSOLO

PREFACIO

En mayo del año 2020, el mundo debatía alternativas para abordar la pandemia del COVID-19. En Argentina, a pesar de algunos signos que mostraban una novedosa disposición a cooperar y una incipiente capacidad de diálogo (tales como la tapa compartida por todos los medios de prensa escrita de alcance nacional o las reuniones entre los gobiernos nacional, de la Ciudad y de la provincia de Buenos Aires), nos llamaba profundamente la atención la dificultad que teníamos para hablar de los desafíos de siempre. Los problemas profundos de Argentina seguían siendo ignorados.

Más grave aún, en poco tiempo el COVID se convirtió en otro atajo improductivo para no hablar de los temas de fondo y seguir atacándonos unos a otros. ¿Por qué en Argentina no debatimos productivamente de nuestros desafíos más profundos, que llevan décadas sin resolverse? ¿Por qué optamos por atacarnos y anular la opinión de los demás en eso que llamamos grieta, en vez de sostener la tensión de un debate constructivo? ¿Por qué las diferencias nos parecen amenazantes y no las percibimos como complementarias o enriquecedoras? Y, pensando en el futuro, ¿cómo cambiamos este modo tóxico de construir nuestra sociedad? ¿Qué necesitamos mejorar para lograr debates diferentes y, finalmente, construir los cambios que nos lleven a ser una nación próspera e inclusiva? Estas preguntas, formuladas en reuniones por Zoom durante la fase 1 de la cuarentena, son el disparador para abordar este proyecto.

Inicialmente, se nos ocurrieron dos modos diferentes de enmarcar el problema y sus posibles soluciones. El primero consistía en proponer soluciones desde la confianza en los liderazgos extraordinarios. Siempre hemos sido profundos admiradores de la lucha de Nelson Mandela por unir Sudáfrica, de Mahatma Gandhi por independizar la India, y de Martin Luther King Jr. por igualar los derechos en Estados Unidos. Si bien el espejo de las grandes personalidades siempre nos hace mejores, esperar un liderazgo de estas características nos pone a todos en una posición pasiva hasta que llegue un líder así.

El segundo camino, que fue el que tomamos, no espera una solución “desde arriba”, sino que se enfoca en el (mal) funcionamiento del sistema social. Entendemos las sociedades como sistemas y las posiciones individuales como espejos donde se reflejan los dolores de distintos grupos sociales. Este camino, que no anula el anterior, sino que lo complementa, supone que el cambio se puede resolver a través de la gestión y la superación de las tensiones entre diferentes grupos, en procura de bienes colectivos. Está claro que en la dinámica social no todo se puede consensuar. Pero la lógica política vigente en la que un grupo político impone una agenda que luego es desarmada por el siguiente grupo político (y así sucesivamente sobre una amplia variedad de temas) no hizo más que generar inestabilidad, volatilidad, inseguridad jurídica y crisis. Los resultados de los liderazgos mesiánicos y caudillescos están a la vista. Como sociedad, necesitamos aprender a gestionar nuestras tensiones de manera productiva. No renunciamos a esperar que los liderazgos nacionales emulen a los de Mandela, Gandhi o Luther King Jr., pero este libro es una contribución para que podamos aprender una manera más efectiva de resolver nuestros problemas.

Escribimos estas páginas desde lugares diferentes. Santiago trae su formación de filósofo y coach, su experiencia en la función pública (con foco en la educación y en el desarrollo económico y social), y su más reciente incursión en el mundo académico de la empresa. Roberto viene de la economía, para luego haberse desplazado académicamente al gerenciamiento estratégico, pero comparte con Santiago los intereses humanistas. Y a ambos nos une una profunda pasión por nuestro país.

En este camino somos deudores de muchísimas personas. Tenemos una especial gratitud hacia la escuela de liderazgo del IAE Business School, sobre todo a los profesores Rodolfo Rivarola y Raúl Medina Fernández, quienes iniciaron el camino del liderazgo adaptativo en el país. También estamos en deuda con los profesores Ronald Heifetz y Marty Linsky, de la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard. Nuestro especial reconocimiento a todos los colegas de la Universidad Austral y del IEEM, Escuela de Negocios de la Universidad de Montevideo. Y, especialmente, queremos agradecer a Carolina Di Bella por haber confiado en este proyecto desde Editorial Galerna.

Finalmente, agradecemos a nuestras cónyuges, hijas e hijos, colegas y amigos, muchos de los cuales fueron parte de los debates que presentaremos en estas páginas.

INTRODUCCIÓN

¿Para qué leer otro libro sobre Argentina? La pregunta se puede interpretar de dos maneras, convertidas en nuevos interrogantes. El primero apunta a la redundancia: ¿no está, acaso, todo dicho? ¿No hay cientos de libros plagados de recetas sobre todo lo que el país tiene que llevar a cabo en materia institucional, impositiva, regulatoria, etc.? ¿Qué hay de nuevo bajo el sol? ¿Para qué perder tiempo, entonces, leyendo otro libro sobre Argentina? El segundo, desde el dolor de una frustración profunda o desde el cinismo, cuestiona el sentido: ¿para qué leer un libro de Argentina si este país no puede cambiar? Es gastar pólvora en chimangos. ¿Por qué perder tiempo leyendo un libro sobre las transformaciones que podría hacer un país que parece no aprender ni cambiar para bien hace décadas?

Recogemos el guante: desafío aceptado. Empezamos por remarcar que este libro no es un libro de recetas ni de magia. Tenemos algunas ideas y ofrecemos lineamientos generales, pero el foco no está puesto en qué hay que hacer, sino en el cómo. El que busque un listado de objetivos que el país tiene que cumplir para salir de la decadencia y desarrollarse puede encontrarlo en otros libros (y, por cierto, los hay muy buenos). ¿Qué ofrecemos? Un camino. Obviamente, como decía Séneca, “ningún viento es favorable para quien no sabe a qué puerto navega”. Los caminos suponen perspectivas, orientaciones y direcciones, y nosotros insinuaremos algunas. Pero el foco no está puesto ahí, sino en cómo lograr los acuerdos que el país necesita. Y creemos que no es poco. En una Argentina partida al medio, con grietas verticales y horizontales, estamos convencidos de que podemos recomponer la capacidad de consensuar y de acordar pautas para estar mejor y, por lo tanto, para cambiar. ¿Se puede cambiar? Lo hemos visto en personas y en organizaciones, incluso en países… Cambiar, se puede.

EL DESAFÍO DEL CAMBIO

Sí, se puede cambiar, pero la experiencia universal nos habla de la dificultad para hacerlo. Nos pasa a todos. Qué difícil que es mantener una dieta y, más aún, cambiar un hábito alimenticio. Qué difícil es dejar un mal hábito, como fumar. Qué difícil es recomponer una relación en la que se rompió la confianza o relacionarse de una manera sana y abierta con quien antes la comunicación era tóxica. Querer cambiar y no poder: ¿quién no estuvo ahí en algún momento? Cambiar es difícil incluso para quienes buscan soluciones extremas, como una operación de bypass gástrico: muchos pacientes vuelven a ganar peso al cabo de unos años (1). Cambiar hábitos individuales o dinámicas interpersonales demanda energía y compromiso, y duele. Hasta cambiar de opinión es difícil: los últimos descubrimientos en el campo de la psicología social muestran que el fenómeno ni siquiera depende exclusivamente de la voluntad. Las neurociencias lo confirman. Sin embargo, cambiar es posible. Todos conocemos historias de personas relativamente cercanas que cambiaron radicalmente sus hábitos, su forma de alimentarse, sus relaciones de pareja o sus opiniones sobre temas ideológica o moralmente cargados.

A las organizaciones también les cuesta cambiar, incluso cuando saben que deben hacerlo. No pueden retener el talento, fallan los procesos de fusión porque las culturas parecen incompatibles o no pueden implementar procesos de digitalización porque la gente no utiliza un software. A nuestro país le pasa algo similar: pareciera que el país que describían nuestros abuelos ya no es el de ahora. Argentina cambió para mal. Pasó de ser uno de los países con mejores perspectivas de desarrollo hace tan solo un siglo a estar en una situación de decadencia y empobrecimiento relativo. ¿Seremos capaces de revertir esta tendencia y de volver a un sendero de desarrollo sostenible e inclusivo? En esa esperanza reside uno de los objetivos de este libro.

El problema no pasa por la conciencia: la persona obesa y la empresa que quiere digitalizarse saben perfectamente lo que deben hacer. No quieren leer un libro que les vuelva a explicar los beneficios de la vida sana, la buena alimentación o el futuro digital. Simplemente, no pueden. Ya no se trata de qué, sino de cómo. Porque bajar de peso no es solo comer menos, sino que implica pérdidas y duelos por cosas inesperadas que tienen que ver con cada persona y su red de relaciones: la familia, los amigos, la pareja, el trabajo, etc. Para que un cambio sea sostenible y duradero, por lo tanto, tiene que abarcar todo el sistema y abordar esas pérdidas y duelos. Si no, es muy difícil de mantener.

Argentina necesita cambiar, pero no puede. Todos los estudios de rutina le dan mal. En la región, somos de los países que menos empresas tienen por cada mil habitantes: cada vez hay menos pymes. Al mismo tiempo, cada vez hay más pobreza, en un contexto global y regional que viene disminuyendo la pobreza sostenidamente hace décadas. Baja la calidad educativa, disminuye la movilidad social, empeoran los indicadores de equidad, emigran los jóvenes (y los mayores se quejan de no haberlo hecho antes), entre otras muchas alarmas que muestran que venimos mal y vamos peor.

Estamos convencidos de que se puede cambiar. Existen casos de países que dejaron atrás una historia de desencuentro y dolor, de guerra, división y empobrecimiento, para embarcarse hacia caminos de progreso y desarrollo. Más aún, existen múltiples ejemplos de países que tuvieron su esplendor, decayeron fuertemente, y luego resurgieron de manera vigorosa. Si ellos pudieron, ¿por qué nosotros no?

LA GRIETA, GARANTÍA DEL STATU QUO

Si cambiar cuesta y demanda un conjunto de comportamientos sobre los que hablaremos a medida que avance el libro, la grieta es la garantía de no cambiar nada, de solo conseguir avances breves que serán rápidamente revertidos. Nada es más conservador ni menos revolucionario que la grieta.

¿Pero qué es la grieta?

La grieta es maniquea: nos divide en buenos y malos, nosotros y ellos.La grieta es un obstáculo: si ellos son tan malos, no pueden tener razón en nada. Esa lógica excluyente impide que podamos resolver los problemas de largo plazo del país.La grieta es cómoda: me rodea de iguales —me contiene— y prefija una forma de pensar y de ver el mundo.

El asunto es que la grieta, en realidad, no existe. Es una excusa que usamos para evitar resolver los problemas del país, porque pensamos que es imposible lograr consensos con ellos. Nos queda la única opción de imponer nuestra verdad. Y cuando no tenemos poder, la verdad la imponen ellos. Bienvenidos a la Argentina pendular.

La grieta es un mito: una ficción que usa el país hace décadas para darle sentido a su decadencia.La grieta es útil: como no se pueden resolver los problemas, se mantiene el statu quo y nada cambia. Por eso, la grieta es un gran negocio para algunos.

La pregunta es, ¿a quién le sirve que nada cambie? Porque está claro que en la decadencia la mayoría pierde. Sin embargo, algunos ganan. La grieta es una manera de ocultar un sistema monumental de privilegios de algunos sectores de la dirigencia política, empresarial, sindical, social y periodística. Mientras el país se empobrece, ellos se benefician y, por eso, se resisten a los cambios estructurales que el país reclama. No hay victimarios ni víctimas; perpetradores ni mártires. Hay responsabilidades y están bien repartidas entre los diferentes sectores, unidos por el miedo a perder los privilegios que tienen en la actualidad. Políticos que no se bajaron un peso del sueldo ni siquiera en el momento de cuarentena más estricta, empresarios que se sienten moralmente justificados para pagar coimas y obtener beneficios fiscales o contratos para obras públicas, sindicalistas más enfocados en la caja que controlan a través de sus obras sociales que en el bienestar de los trabajadores, movimientos sociales dirigidos por funcionarios públicos que se encargan, a la vez, de otorgar y de recibir la administración de cajas multimillonarias de paquetes sociales, periodistas cuyas audiencias se agrandan a medida que toman postura partidaria y pierden objetividad.

Definitivamente hay ganadores y perdedores. Los más humildes, que son un grupo en crecimiento, forman parte de estos últimos. Cuando ellos pierden, pierde el país.

Vale preguntarse, entonces, ¿por qué las naciones caen en las trampas de la grieta? ¿Por qué unos pocos ganadores logran convencer a toda una nación de derrapar en esa pendiente decadente?

FIJAR NUESTRO DESTINO DUELE

Las respuestas a las preguntas anteriores están en el corazón de nuestra propuesta. La grieta tiene un origen legítimo, que es el dolor que produce el camino a recorrer luego de fijar un norte. Es fácil estar de acuerdo en algunos temas: nadie discute la necesidad de bajar la pobreza ni de sacar a millones de argentinos de la indigencia. Los movimientos sociales, los partidos de izquierda, los libertarios, los empresarios y todo el espectro político van a coincidir en ese objetivo. Pero cuando se comienzan a discutir caminos para lograrlo, que implican políticas concretas y abordajes particulares, se acaban las coincidencias, porque cualquier solución implica la necesidad de elaborar un dolor. Y ese dolor será absolutamente distinto para cada grupo de interés.

Pagar los impuestos necesarios para mejorar la educación será doloroso para los contribuyentes. Dejar la garantía de un plan asistencial será doloroso para quien lo tiene y también para quienes pueden pedir un voto o el apoyo en una marcha a cambio de ese plan. Lo mismo ocurrirá con un régimen de promoción industrial o con una barrera arancelaria extremadamente prolongada. A todos nos duele dejar de percibir beneficios (o privilegios). Competir limpiamente en una licitación estatal implica entrar en la incertidumbre de la competencia transparente, algo ciertamente doloroso para muchos “empresarios”. Hablar de calidad educativa para potenciar las capacidades de los más vulnerables será doloroso para algunos sindicatos y para los maestros que trabajan en los barrios más carenciados mientras lidian con los desafíos de la malnutrición y la falta de atención de sus estudiantes. Avanzar conlleva dolor. Y, para colmo, el dolor no está distribuido de manera homogénea. En todo proceso de cambio algunos grupos sufren más que otros.

Si esas pérdidas no se gestionan, el sistema social no avanza. Este es uno de los motivos por los cuales Argentina tiene los mismos problemas hace tanto tiempo. Una de las propuestas de este libro consiste en profundizar en este fenómeno, también conocido como “la P espejada”: detrás de cada prioridad que establece un sistema, se generan un conjunto de pérdidas para diferentes sectores y grupos en su interior. Definir prioridades implica asumir pérdidas. Alcanzar las prioridades fijadas supone aceptar (y abrazar) las pérdidas (2).

Abordar los problemas sociales más profundos es un ejercicio que requerirá dejar de apuntar con el dedo buscando culpables y sostener un debate complejo alrededor de lo que debemos solucionar. Implicará salir del “modo Twitter” entre anónimos y pasar al diálogo personal, mirándonos a los ojos y poniendo la cara. Significará aceptar que quien tenemos enfrente proyecta una perspectiva alternativa tan genuina como la propia, ya que representa un conjunto de dolores diferentes que deben ser elaborados para conseguir progreso social en el tema en discusión. Todo un cambio de paradigma, sin dudas.

EXPERTOS DEL STATU QUO

Solucionar los problemas de una sociedad no es simple. De hecho, es un trabajo arduo, que a veces parece utópico. Cambiar es lento. El declive del país no se dio de la noche a la mañana, sino que tardó varias décadas. Nada indica que volver a ser prósperos y a la abundancia vaya a ser un trámite de unos pocos años, sino más bien de algunas otras décadas.

Algunos dirigentes políticos o empresarios del país nos creen ingenuos, piensan que es invendible hablar de décadas o que no entendemos cómo funciona el sistema político. El cortoplacismo y la imposición de una agenda propia —percibida como la única alternativa buena para el país— parecen ser la regla común. Estamos de acuerdo en el diagnóstico: las cosas se vienen haciendo de ese modo en el país hace rato. Y, justamente, por los resultados que estamos teniendo, deberíamos plantearnos qué tan efectivo y útil es ese sistema para Argentina y su gente. Sin adelantar los indicadores que serán descriptos en la primera parte del libro, algunos de estos resultados son: que prácticamente tres cuartos de los chicos de la provincia de Buenos Aires son pobres; que no se crea empleo privado hace años; que en 2020 tuvimos el mismo PBI per cápita que en 1974; que poco menos de la mitad de la población económicamente activa está en negro y, en vez de trabajar por su formalización, creamos un sindicato de trabajadores informales; o que, si las empresas medianas pagaran todos los impuestos, no ganarían plata. Este salpicado de datos alcanza para afirmar que vamos mal. No somos ingenuos por plantear una manera diferente de hacer las cosas. Hay expertos en política que, casi siempre sin quererlo, se especializaron en mantener el statu quo.

Los datos podrán disgustarnos, pero son lo que muestra el espejo: un país debilitado institucionalmente, corrupto y económicamente decadente, donde el sueño de la movilidad social ascendente es un mito. Pagamos un precio muy alto por la política de los extremos y la imposición, especialmente los más humildes, que son, a la vez, los que menos posibilidades tienen de escaparse de un sistema roto.

Estamos profundamente convencidos de que cambiar es posible. Otros pudieron hacerlo. Organizaciones, colectivos y países que estaban en situaciones tanto o más dramáticas que la de la Argentina actual pudieron hacerse cargo de sus problemas y resolverlos, generando consensos de largo plazo y con una mirada en común sobre lo mejor para ellos. Los resultados de la ausencia de acuerdos nacionales que orienten estrategias de largo plazo están a la vista: el país es cada vez más pobre y menos inclusivo. Con estas reglas de juego, estamos perdiendo por goleada a pesar de que pasaron por el poder todo tipo de partidos y dirigentes. ¿Y si probamos algo diferente? Lo verdaderamente ingenuo es pensar que haciendo lo mismo vamos a tener resultados distintos. Así definía Einstein la locura.

LA HOJA DE RUTA

El libro está estructurado en tres partes sobre las que se va construyendo nuestra propuesta. En la primera, analizamos datos estadísticos que muestran la magnitud de una decadencia que lleva décadas y cruza a todos los partidos políticos que han sido gobierno y oposición. Los datos muestran que el diseño económico nacional no tiene comparación a nivel global. Argentina diseñó un sistema que inhibe la creación de valor: no existe algo equivalente en ningún lugar del mundo.

Luego, detallamos algunos atajos del debate público para no hacernos cargo del sistema que diseñamos. Son chicanas continuas y lugares comunes que inventamos para evitar el diálogo social. Ante lo inexplicable del diseño institucional, lo incomprensible del desequilibrio económico y la tragedia de los resultados que generan, inventamos un conjunto de mecanismos sociales para evadirnos y neutralizar toda posibilidad de aprendizaje social.

La primera sección cierra detallando algunas de las causas más profundas por las que no podemos cambiar. Nuestro foco está en la resistencia de algunos sectores políticos, empresariales, sindicales y sociales, que son los ganadores del statu quo y quienes inhiben el cambio al atacar a todo aquel que piensa diferente, camuflándose bajo un supuesto manto de superioridad moral. En el desprecio al otro dinamitan todos los puentes del debate. Y la muerte del debate, que está en la raíz de la grieta, es alimentada por un periodismo de barricada para su propio beneficio.

En la segunda parte prospectamos el futuro del mundo. Mientras Argentina discute soluciones viejas para problemas viejos, la agenda global debate el futuro del planeta y su organización social. En esta segunda sección, describimos algunas de las tendencias más acuciantes que se están observando y presentamos algunos de los desafíos del capitalismo moderno, que necesita ser revisado. El impacto de estos cambios mundiales está empezando a producir un temblor en Argentina. A riesgo de sonar cliché, afirmamos que la agenda del futuro es una enorme amenaza y, a la vez, una tremenda oportunidad. Los capítulos 6 y 7 nos ponen ante la disyuntiva de seguir en la línea directa hacia el empobrecimiento del país o de empezar a poner los problemas en el medio del debate nacional y sentar las bases para el desarrollo del futuro.

Un eje de esta segunda parte es poner en evidencia que algunos cambios duelen menos que otros porque imponen menores trade-offs, o dilemas, al tener menores valores en tensión. Hay que saber elegir las batallas y reconocer dónde es más fácil crecer y por qué camino será mucho más doloroso. Por ejemplo, es muy probable que capacitar a algunos sectores de la población en tareas de programación, al modo del proyecto de Arbusta, tenga un impacto muchísimo mayor en la disminución de la pobreza y en el aumento de la actividad económica que utilizar los escasos recursos presupuestarios para subsidiar la industria de ensamblaje fueguina o para formar mejores costureros para la industria textil. Este libro muestra el cómo a partir de ejemplos concretos que grafican el proceso y sugieren maneras más productivas de debatir a nivel nacional.

La tercera parte propone un camino para superar la grieta y abordar efectivamente los problemas del país. Probablemente, nuestro mayor aporte está allí. Hay muchos libros de diagnóstico (parte I de este libro) y otros tantos que prospectan el futuro (parte II de este libro). Sin embargo, hay pocos que propongan maneras concretas de construir un país entre personas que piensan (sinceramente) diferente. Queremos contribuir a cerrar esa brecha. Esta última parte muestra ejemplos del modelo de cambio en acción. No se trata de desarrollar el qué (describir el mundo ideal que Argentina no es), sino de mostrar cómo abordar problemas reales del país con ejemplos concretos. El método es práctico y es útil. Nos hacemos eco de Arthur Brooks y afirmamos que no se trata de debatir menos, sino de hacerlo mejor (3).

Para cambiar hace falta salir de la comodidad de la grieta y tener la valentía de aceptar al que piensa distinto.

1. Un estudio del 2008 daba cuenta de que la mitad de los pacientes que se someten a un bypass gástrico vuelven a ganar peso (no tanto como antes de la operación, vale aclarar) al cabo de 5 años. Oliveira Magro y otros. (2008). Long-term weight regain after gastric bypass: a 5-year prospective study, Obesity Surgery, 18, 648-651.

2. Hemos tomado las ideas centrales de este enfoque principalmente de dos fuentes. Por un lado, del trabajo de Roberto Vassolo y Natalia Weisz, titulado Strategy as Leadership, recientemente publicado por Stanford University Press. Por otro, nos apalancamos ampliamente en el enfoque de liderazgo adaptativo desarrollado por los profesores de la Kennedy School of Government, Ronald Heifetz y Marty Linsky.

3. Arthur Brooks, en su libro Love your enemies, publicado por HarperCollins en el 2019, hace un exhaustivo análisis de la grieta en Estados Unidos. Nuestro enfoque es complementario, con un énfasis más sistémico que el de Brooks.

PARTE I

LA ÚNICA VERDAD ES LA REALIDAD

“No juzgue nada por su aspecto, sino por la evidencia.

No hay mejor regla”.

CHARLES DICKENS

Como explicamos más arriba, esta primera sección es un diagnóstico. Y no es novedoso, ya que comenzamos por repetir lo que ya han dicho muchos y que, a esta altura, resulta obvio: la decadencia argentina es brutal. El país no genera crecimiento económico ni baja la pobreza, y el largo estancamiento empeora dramáticamente el tejido social. Es una decadencia que, por su extensión, cruza a todos los partidos políticos que nos han gobernado y toca a grandes actores del sector empresarial, del ámbito sindical y, desde hace unas décadas, de los movimientos sociales. Para peor, todo esto se da en un continente que crece económicamente y baja sostenidamente su pobreza, a pesar de que todavía falte mucho camino por recorrer. Es tarea del capítulo 2 mostrar la decadencia a través de la brutalidad de los datos.

El capítulo 3 profundiza en el diseño económico nacional mostrando que Argentina es un perro verde, un experimento muy particular y solitario. El diseño económico de Argentina no se parece al de países socialistas como China ni al de autocracias como Rusia, no imita a las socialdemocracias del norte de Europa ni al capitalismo Latinoamericano, ni mucho menos a los países más marcadamente capitalistas. La presión impositiva sobre la empresa y el marco laboral hacen que el trabajo en blanco sea, en algunas industrias, matemáticamente imposible. Al corromper la generación de valor social, se empuja al sistema hacia la informalidad, lo que produce bajísimo crecimiento económico y creciente pobreza, hija de esta informalidad.

Este capítulo propone un diagnóstico abierto a ser debatido, siempre y cuando las críticas se sostengan con datos que favorezcan el diálogo, y no la grieta. El capítulo 4 describe algunos de los mecanismos de la grieta. Hay muchos más, pero todos tienen un aspecto en común: son formas de evadir la tarea de discutir los problemas.

Terminamos la primera sección con un detalle de los beneficios y los privilegios que se sostienen gracias a la grieta. El capítulo 5 muestra que esta división es funcional a muchos de los actores políticos, empresariales, sindicales y sociales, así como al periodismo y a la academia, de la que nosotros (los autores de este libro) somos parte.

CAPÍTULO 1

UNA DECADENCIA DE TODOS

DATO NO MATA RELATO, PERO HIERE

Los seres humanos necesitamos contarnos historias. A través de la palabra, compartimos significados y le damos sentido a las cosas. La escritora y ensayista Joan Didion lo llevó incluso un paso más allá cuando escribió que “nos contamos historias para poder vivir”.

Nos reunimos alrededor del fuego con amigos y rememoramos las mismas aventuras de la juventud. Les contamos anécdotas a nuestros hijos de cuando eran más chicos o de nuestra niñez. Construimos épica futbolística narrando las glorias de nuestro equipo o las miserias del rival. A medida que pasa el tiempo, estos relatos, en los vaivenes del capricho de la memoria, adquieren notas, colores, detalles e ingredientes. Los enriquecemos continuamente. Y cuando los repetimos, los internalizamos y los creemos con mayor vigor. Se refuerzan a sí mismos. Nos hacen reír, les dan sentido a nuestros vínculos, nos ayudan a revivir eventos importantes y son parte del proceso de la construcción de la identidad, tanto propia como grupal.

Las sociedades también se cuentan historias. Lo hicieron siempre y de muchas maneras: a través de refranes populares, de proverbios, de parábolas y de fábulas. Al principio, solo de forma oral, y con el tiempo, mediante el arte y la palabra escrita. En la Antigüedad, por ejemplo, los poetas recorrían las ciudades y polis, cantando y contando relatos míticos llenos de enseñanzas, que le daban sentido a muchos acontecimientos que las personas no podían explicar. A veces, porque hablaban de las cuestiones más profundas de la naturaleza humana, siempre inasibles incluso para los más sabios. Otras, porque la ciencia no estaba suficientemente desarrollada como para brindar un marco conceptual explicativo que pudiera comprender las causas de las cosas.

Pero la ciencia ha avanzado mucho desde entonces, con la misma vocación que algunas historias: explicar la realidad. Y cuando lo logra, el relato pierde utilidad. Llevado al absurdo, nos llamaría la atención que un adulto espere a Papá Noel el 24 de diciembre por la noche, mirando ilusionado por la ventana. ¿Por qué? Si nosotros mismos, en nuestros primeros años de vida, hicimos lo mismo. Fundamentalmente, porque ese mito, esa historia, caducó en la tierna infancia. Y, como tal, no tiene más sentido. No explica la realidad. Sin embargo, contra toda evidencia, hay quienes aún en el siglo XXI afirman que la tierra es plana o que hay grupos de seres humanos superiores a otros, no son pocos los que se niegan a vacunar a sus hijos (y no nos referimos a las dudas razonables que pudieron haber generado algunas vacunas nuevas como las del COVID-19 durante el año 2021), y otros tantos consideran que no existe el calentamiento global antropogénico. No debemos subestimar el poder de los relatos. Su poder explicativo, su capacidad de dar sentido y cohesión a la identidad de un grupo es inmensa. Es por eso que, incluso cuando pierden utilidad, nos cuesta dejar atrás ciertos mitos. Implican un duelo.

A los países les pasa lo mismo. Construyen relatos que integran colectivamente a los miembros de un país en la prosecución de objetivos compartidos y otorgan una identidad colectiva y nacional. ¿Pero qué pasa si esas historias, que son parte del ADN cultural de un país, pierden el contacto con la realidad y ya no explican las cosas? Cuando eso sucede, confunden. Estas creencias se convierten en un grave problema que puede paralizarnos u orientarnos en una dirección equivocada. Nadie las cuestiona por su carácter axiomático y porque están internalizadas en lo más profundo del inconsciente colectivo. ¿Qué pasa cuando conviven mitos contradictorios y se construyen modelos de país antagónicos y aparentemente opuestos?

“Dato no mata relato”. El poder de autoconvencimiento de las personas es capaz de obnubilar y de hacer ver lo que no es. Por ejemplo, desde pequeños los argentinos de todas las generaciones han escuchado que son un país inmensamente rico. Sin embargo, si para evitar polemizar sobre el impacto de la pandemia (o de la cuarentena) tomamos el año anterior al COVID, el 2019, observamos que Argentina ocupó el puesto 73 en el ranking internacional que mide riqueza como PBI per cápita (4). Es cierto que el puesto 73 lo ubica por arriba de la media de la riqueza producida per cápita a nivel global, pero lo pone en un lugar comparable a Libia, Irán, Bulgaria y México, y por debajo de sus vecinos del Cono Sur, Uruguay y Chile. Con estos datos a mano, quizás valga la pena preguntarse si Argentina es un país tan rico como los argentinos a veces creemos. Ya no suena tan seductor afirmar que “somos un país inmensamente rico, tanto como Bulgaria y Libia y un poco menos que Chile y Uruguay”. Efectivamente, los pingos se ven en la cancha y Argentina parece más un cordero que un león.

Los relatos están tan metidos dentro de nuestra psique que, a veces, preferimos negar los datos antes que aceptar la realidad. Los sistemas sociales que no aprenden se resisten a discutir con datos. A veces esa resistencia llega a los extremos de atacar tanto a los datos como a su fuente. Ningún indicador “habla por sí solo”. La selección de los datos es una tarea intencionada, arbitraria y, parafraseando a Nietzsche, “humana, demasiado humana”. Hace muchos años dejamos atrás la ingenuidad del positivismo, que afirmaba sin más que “solo hay hechos”. La información sesgada, incluso si se origina en el análisis de la realidad, puede ser una forma de propaganda. Sin embargo, es aún más peligroso hablar sin ningún respaldo. Los datos son un aspecto importante para garantizar la razonabilidad de los argumentos.

Thomas Piketty, en su monumental obra sobre la desigualdad, insiste correctamente en la necesidad de tener magnitudes al enfrentar las realidades sociales. Quienes debatan deberán velar por encontrar y reportar datos adecuados que provengan de fuentes fidedignas, ya que la alternativa de no usarlos es prácticamente suicida a nivel sistémico. Sin datos todas las discusiones son ideológicas y, por tanto, irresolubles. Y esto es, en cierta medida, lo que pasa en Argentina. Hay poca información veraz y prácticamente no se ponen los datos en la mesa. Como solía decir William Edwards Deming, fundador del movimiento de calidad total: “confiamos en Dios, todos los demás traigan datos”.

Muchas veces, los argentinos nos enojamos con los datos. O tendemos a matizarlos o a interpretarlos de manera sesgada “para tener razón”. Pero seleccionar datos adecuados es crítico cuando abordamos un sistema estancado en el statu quo, como en nuestro caso. Pongamos un ejemplo polémico: todos los datos muestran que “en los últimos 60 años, Chile incrementó su producto por habitante más que Argentina”. Sin dudas, Chile produjo mucha riqueza. Claro, el dato molesta. Hiere. Quizás estemos tentados de añadir inmediatamente “pero Argentina tiene una distribución del ingreso menos desigual”, como si eso invalidara el hecho de que los chilenos, efectivamente, crearon mucho más valor que nosotros. En cambio, si decimos que entre 1960 y 2020 Chile incrementó su producto por habitante en casi un 300% mientras que Argentina lo hizo algo más que un 50%, la discusión y la actitud de aprendizaje en el debate nacional serán totalmente distintas (5). Si a esto le agregamos que el indicador de distribución del ingreso Gini, que mide la desigualdad social, bajó para Argentina de un valor de 42.8 a 41.2 entre 1986 y 2017, mientras que para Chile dicho indicador bajó en el mismo período de 56.2 a 44.4, la posición respecto a lo que se puede aprender de Chile, incluso a pesar de las enormes limitaciones que sigue enfrentando, será diferente. Un poco más cerca en el tiempo, el INDEC publicó el estudio “Distribución del Ingreso”, en el que se reportó un coeficiente de Gini de 44.4 para el primer trimestre del año 2020, igualando el indicador en Chile para el 2017.

Señalamos el caso chileno intencionadamente. Las masivas protestas callejeras del 2019 de las clases bajas y medias de ese país que reclamaban mayor igualdad y la Convención Constituyente del 2021 pueden confundirnos, dándole fuerza al relato de que el desarrollo chileno fue a costa de la marginación de grandes sectores de la sociedad. Los datos muestran otra cosa: en los últimos 50 años, Chile produjo más riqueza y la distribuyó mejor que Argentina. Más que enmarañarnos con discusiones sociológicas sobre las causas del malestar social en Chile, deberíamos preguntarnos por qué Argentina tiene el un PBI per cápita en 2020 solo 10% superior al del 1980 (40 años sin crecimiento), mientras que la población en situación de pobreza e indigencia se cuadruplicó (de alrededor del 10% a más del 40%). Al respecto, de este lado de la Cordillera, no se dice nada.

No intentamos afirmar que Chile sea un país equitativo ni que no deba enfrentar reformas estructurales que garanticen la igualdad de oportunidades para todos sus ciudadanos. Le falta un montón, sin dudas. No son el espejo donde queremos vernos reflejados. Pero muchos datos objetivos parecen indicar que están yendo en una dirección mejor que Argentina. El desafío es mirar el desarrollo chileno con curiosidad y entender qué podemos aprender de esa experiencia histórica, con todas sus luces y sombras. Las mediciones de producto bruto por habitante o el indicador Gini se pueden objetar (6). Son limitadas y expresan solo una parte de la realidad social y económica de un país. Pero la respuesta no puede ser nunca matar los datos. La honestidad intelectual requiere presentar indicadores objetivos alternativos para construir un discurso racional. Cuando Thomas Piketty tuvo la grandeza de publicar sus bases de datos, distintos investigadores dijeron encontrar algunos errores. Y eso no hará más que enriquecer el debate. Desmerecer la obra de Piketty, que analiza la distribución del ingreso durante siglos, por haber encontrado algunos errores cuando el autor pone a disposición toda la información, sería negarnos a la búsqueda honesta de soluciones para el creciente problema de la desigualdad global.

Si las creencias y las historias nacionales pierden conexión con la realidad, guían la acción en direcciones equivocadas. Romper el statu quo implica contrastar los relatos inefectivos con datos. Hay que mirarse al espejo y hacerse cargo de lo que refleja. ¿Qué implicancias tienen los mitos que guían a Argentina? ¿Cuáles fueron las políticas públicas de los últimos 50 años que encarnaron esas construcciones míticas? ¿Cómo son sus resultados? ¿Sirven o no sirven para construir el país que queremos? Para destrabar el cambio hay que poner los temas centrales sobre la mesa y aprender de los propios errores.

¿YO NO FUI?

Ampliemos la película del crecimiento económico comparado, yendo más allá del caso chileno. Para hacer esta comparación a nivel producto bruto interno proponemos dos comparaciones. Primero, veremos la evolución del producto bruto por habitante de Argentina con países similares en tamaño y población. Segundo, veremos los mismos datos, pero para países con cercanía geográfica y cultural.

Para la primera aproximación utilizaremos una comparación ampliamente usada en el pasado, que es ver Argentina en relación a Australia y Canadá. Estas comparaciones eran más comunes hace medio siglo, cuando aún aspirábamos a revertir lo que parecía un pequeño desvío de una trayectoria de grandeza. Consideraremos el PBI por habitante desde el año 1960 a dólares constantes del año 2010, tomando como fuente el Banco Mundial. En ese año, Australia y Canadá eran países más desarrollados que Argentina. Por ese motivo, se encontraban más cerca de lo que se denomina “la frontera mundial de producción” y, por ende, su potencial de crecimiento era teóricamente menor. Esto significa que Argentina debería haber achicado la brecha con ambos. Nos deberíamos haber acercado. Si los tres países fueran jóvenes en edad de crecimiento, es como si Australia y Canadá fueran adolescentes de 17 años con potencial para seguir creciendo, pero Argentina tuviera todavía la posibilidad de pegar el estirón de la pubertad. Quizás no llegaríamos a la misma altura al final de la muestra, pero deberíamos estar más cerca del producto de ambos países. Además, dado que es más fácil copiar que crear de cero, los países con menor desarrollo relativo suelen tener mejores oportunidades de acortar la distancia de modo más simple. Tenemos el diario del lunes y sabemos qué cosas funcionan mejor que otras.

Cuando vamos a los datos, podemos observar que desde el año 1960 al año 2020 el producto bruto de Australia creció casi un 200%, igual que el de Canadá. El de Argentina, como vimos anteriormente, apenas un 50%. La brecha no solo no se achicó, sino que se agrandó notablemente. Este es un dato que duele por la enorme diferencia pero, al mismo tiempo, es tan solo un primer dato. Quizás podamos alegar que estos países, por condiciones excepcionales, tuvieron un mayor crecimiento al esperado y que el crecimiento de Argentina, entonces, no sería tan malo. Quien lo viera así, no debería alarmarse por la creciente diferencia en la capacidad de producir valor entre Argentina y esos dos países que, en algún momento, eran comparables a nosotros. De hecho, muchos estudios lo han reportado en el pasado, y no parece que el argumento tenga la fuerza necesaria para romper el statu quo. ¿Quién es el responsable de tremenda decadencia? ¿A qué partido político le asignamos el fracaso?

Algunos podrán argumentar que no nos sirve esta comparación porque la distancia cultural es muy grande. Australia y Canadá son países muy diferentes al nuestro, con una fuerte impronta sajona. Para evitar entrar en este debate inconducente, sería mejor compararnos con nuestros vecinos de Latinoamérica. Veamos, por ejemplo, un país relativamente pequeño como Uruguay, uno algo más grande, como Chile, y otro con población similar al nuestro, como Colombia. Dado que en 1960 Argentina tenía el producto por habitante más alto de la región, era esperable que la distancia se acortara. En efecto, la distancia no solo se acortó, sino que varios de estos países superaron a Argentina. Ya hablamos de Chile, pero podemos incluir también a Uruguay, cuyo crecimiento desde 1960 a 2020 fue del casi 170%. El producto por habitante de Colombia aún no supera al de Argentina, pero el crecimiento entre los años 1960 y 2020 fue del 200%.

En los últimos 60 años, tanto Uruguay como Chile han logrado alcanzar la riqueza por habitante de Argentina y la han superado marcadamente. Hace 40 años el país todavía estaba a la cabeza de la región, pero hace aproximadamente tres décadas que la historia empezó a cambiar, aunque en su momento no dijimos nada. Hoy en día, hay cada vez más países de la región que nos alcanzan y nos superan. Y mientras ellos disminuyen la pobreza, nosotros la aumentamos.

Argentina tiene períodos cortos de crecimiento. Pasó durante el gobierno de Carlos Menem, y fue más fuerte durante el de Néstor Kirchner. Los dos procesos se abortaron, uno pasando a un partido de diferente signo, el otro aún dentro de la continuidad del mismo partido y de, incluso, la misma familia (en las manos de su esposa). Cuando vemos la foto de largo plazo, el fracaso nacional se convierte en decadencia, y la decadencia nos atraviesa a todos. ¿Es culpa del peronismo o de los radicales? ¿Fue el menemismo o el kirchnerismo? ¿Y Cambiemos? ¿Fue el albertismo, si es que existe? Es muy difícil tirar la primera piedra. Pero a diferencia de la historia evangélica, acá todos, absolutamente todos, tiran la primera piedra y “se sienten libres de pecado” y de toda responsabilidad histórica.

4. Senlle, S. (04/02/2019). El debate de la semana: ¿Argentina es un país rico?. El Economista. https://www.eleconomista.com.ar/2019-02-el-debate-de-la-semana-argentina-es-un-pais-rico/

5. Estos datos salen de comparar el producto por habitante medido en dólares constantes del año 2010. Van a cambiar si tomamos dólares corrientes, si ajustamos los años, etc. Todo dato puede ser cuestionado, pero en su objetividad, los cuestionamientos desde otro dato complementario permiten la acumulación de conocimiento social.

6. El indicador Gini desde 1960 nos daría una mejora aún más marcada en Chile y un empeoramiento más grave en Argentina.

CAPÍTULO 2

UN DISEÑO ECONÓMICO SIN IGUAL A NIVEL GLOBAL

¿Por qué el país se apaga lenta y casi irremediablemente? Hay muchas explicaciones y probablemente varias sean parcialmente correctas. Cuando un país entra en una profunda decadencia, todo empieza a estar mal. Y, en estas situaciones, el mayor riesgo es la desesperanza: cuando todo está mal es muy difícil armar la agenda de trabajo y priorizar el esfuerzo de una tarea que será muy amplia. ¿Es posible simplificar un poco la tarea de reconstrucción nacional? Para dar una respuesta a esta pregunta, es necesario identificar algunas causas de la situación actual. En este punto empezamos a hablar del qué, no tanto por nuestro interés en agregar otro diagnóstico, sino porque nos sirve para poner en perspectiva los desafíos del cómo.

Detrás de la decadencia nacional existe un intento casi obsesivo por apagar la energía creadora —y, en particular, por asfixiar a las empresas, motor del crecimiento de cualquier país—. Argentina empujó los impuestos sobre la empresa y las regulaciones a parámetros inimaginables, frente a los cuáles muy pocos países del mundo están peor. Como advertencia, vamos a hacer foco en los impuestos esperables sobre la empresa y no en aquellos que afectan también a los individuos o al marco impositivo en general.

La tarea empresarial en Argentina es casi un milagro. Ser un empresario honesto y sin poder de lobby en Argentina es un desafío tremendamente complejo. Eso muestran los datos, que nos sirven de plataforma para compararnos con otros países, sobre todo de Latinoamérica. Al apagar esta energía, todo un sector de la población se desarrolla fuera del sistema económico formal. El objetivo de este capítulo es recorrer algunos datos del diseño económico absolutamente anormal de Argentina, que no tiene modelos con los que compararse. No somos socialistas, como China, ni somos socialdemócratas. Es discutible que podamos ser considerados, incluso, capitalistas. Somos “campeones del mundo” en muchos aspectos del diseño económico, y los resultados fueron descriptos en el capítulo anterior.

¿Cuál es el diseño que tenemos? Veamos algunos datos y sus consecuencias.

CAMPEONES DEL MUNDO EN IMPUESTOS SOBRE LAS EMPRESAS

Visualicemos la siguiente escena: una persona joven tiene que caminar 25 kilómetros. Se siente físicamente bien y está equipada. Además, es un día con una temperatura relativamente agradable. Está motivada y lista para emprender su trayecto. El único problema es que tiene que cargar una mochila y nadie sabe decirle con exactitud cuánto pesa. Es absolutamente necesario llevar la mochila, ese no es el problema. La cuestión es cuánto pesa, porque eso va a determinar, inevitablemente, si es posible hacer la caminata o no. Si la mochila pesa tres kilos, no hay inconvenientes, y tampoco si pesa diez. Pero, ¿qué pasa si pesa 30? ¿Y 50? ¿100? A mayor peso, menor posibilidad de poder completar el recorrido. Tenemos a una persona capaz, motivada, hábil, preparada y lista para emprender su camino, pero que no lo hace por temor al peso que tenga que acarrear. La carga impositiva es esa mochila. Nadie niega su necesidad y utilidad, pero su peso tiene que ser razonable, con el fin de que no desmotive la creación de valor. Los impuestos funcionan como un incentivo para que las personas se animen a desarrollar su inventiva y canalizar su potencia creadora de muchas formas, como la formación de empresas.

Imaginemos otra situación. Un día suena el teléfono. Es un número que no está agendado entre los contactos. Quien atiende se encuentra con la voz de un viejo amigo de la infancia con quien, en los zigzagueos de la vida, había perdido contacto. Después de una puesta al día veloz y de comentar las novedades familiares y laborales, coordinan una reunión para reencontrarse. A los pocos días, se juntan para tomar un café y el antiguo compañero hace una propuesta de negocios. El diálogo transcurre de la siguiente manera:

—Tengo un negocio. Es una oportunidad, en función de cierta información a la que tuve acceso.

—Contame un poco más.

—Empecemos por lo importante: hay que hacer una inversión de capital. Yo no tengo la plata, no puedo ayudar mucho desde ese lado. Tampoco tengo tiempo para administrar el emprendimiento. Así que el riesgo lo tomarías vos.

—Hasta ahora no lo veo muy atractivo, pero si hay mucho riesgo, calculo que la zanahoria deben ser las ganancias.

—La cosa es así, en los años que se vienen, yo, que sería tu socio, me llevaría la totalidad de las ganancias.

—Pero… eso es una locura.

—No termina ahí. Además de todas las ganancias, debería también llevarme un promedio del 6% del capital inicial, vaciando lentamente el valor del emprendimiento.

No hay remate. Parece un diálogo dadaísta. No lo es. Es el acuerdo que el Estado argentino le propone al promedio de las empresas medianas del país. De acuerdo al informe anual Doing Business del Banco Mundial (7), en Argentina el índice de tributación total como porcentaje de la rentabilidad empresarial oscila entre el 106% y el 140% desde el año 2005 (el reporte recoge información a partir de ese año) (8). Este indicador toma como referencia una empresa tipo; hay algunas excepciones y también, casos peores.

El estado es ese socio, viejo amigo de la infancia, que propone un acuerdo imposible: los impuestos se llevan el total de las ganancias y un porcentaje del capital. Este esquema tributario literalmente empobrece. Riñe contra el sentido común, al punto que amerita ser repetido: las empresas medianas pagan más impuestos que lo que ganan. ¿Quién quiere ser empresario con esas condiciones? Es una mochila que pesa toneladas y es imposible de cargar.

No es una sorpresa que el país figure muy cerca del último lugar del mundo en el ranking de imposición total, que mide los impuestos pagados sobre la rentabilidad de una organización. Con una mochila tributaria que significa una imposición total del 106% es innecesario hacer comparaciones. El país es, por diseño y por definición, antiempresa. Nadie en su sano juicio aceptaría el trato del viejo amigo de la infancia. Sin embargo, para terminar de generar inquietud (y ojalá, favorecer la reflexión y el cambio), preguntemos: ¿qué pasa cuando se compara a Argentina con otros países de Latinoamérica? Desde este punto de vista, Chile es el país más proempresa, con impuestos empresariales menores al 40%, mientras que Colombia, el de mayor presión relativa, está por debajo del 80%.

FIGURA 1

TASA TRIBUTARIA TOTAL (% DE UTILIDADES COMERCIALES). ARGENTINA, CHILE, COLOMBIA, URUGUAY (2005-2019).

Fuente: Banco Mundial.

https://datos.bancomundial.org/indicador/IC.TAX.TOTL.CP.ZS?locations=AR-CL-CO-UY

(ingresado el 09/03/2022).