El Nunca Más de las locas - Matías Máximo - E-Book

El Nunca Más de las locas E-Book

Matías Máximo

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Beschreibung

Este es el Nunca Más de quienes quedaron afuera de la historia oficial. La persecución, secuestro, tortura y asesinato de homosexuales, lesbianas, travestis y trans fue sistemática tanto en gobiernos militares como civiles. A cuarenta años del regreso de la democracia llegó el momento de pensar si la emblemática cifra de los 30.000 está completa sin los desaparecidos de la comunidad LGTB+ invisibilizados.   ¿Por qué en el informe de la CONADEP no aparecen palabras como "travesti", "homosexual", "puto", "gay", "lesbiana", "tortillera", "invertido"? ¿Cómo iba a acercarse a denunciar una travesti la desaparición de su compañera, si por su identidad también la podían dejar detenida? ¿Cómo podía un militante marica reclamar por un secuestro si las propias organizaciones revolucionarias lo discriminaban? Matías Máximo, especialista en periodismo cultural comprometido con la causa LGTB+, construye a través de testimonios, documentos y archivos desclasificados lo ocurrido durante la dictadura militar –donde reinaba el juzgamiento moral– y demuestra que la represión contra este colectivo continuó durante la democracia.  En un devenir cotidiano de represión y horror, los protagonistas de este libro apelan al deseo y la liberación sexual como método de resistencia. La Chicho es el centro de las fiestas y carnavales en el Delta del Tigre, la tierra prometida. Valeria del Mar Ramírez sufre persecuciones y secuestros en el Pozo de Banfield y luego declara en el primer juicio de lesa humanidad por las repetidas violaciones por parte de sus secuestradores. La Trachyn denuncia los maltratos y las violaciones en grupo de soldados, por el solo hecho de ser trans, incluso en democracia. Fernando Noy se exilia en Brasil para no ser encarcelado en el pabellón de amorales de Devoto. Las primeras organizaciones gays, como el Frente de Liberación Homosexual (FLH), que tenía entre sus miembros principales a Néstor Perlongher, luchan para que la revolución incluya a lo sexual. El Nunca Más de las locas es una invitación a volver sobre la historia aplicando perspectiva LGTB+ para escuchar aquellas voces que fueron desestimadas.

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Contenidos

Prólogo

Introducción

Otro Nunca Más

Capítulo 1

Camuflarse en la tierra prometida

Capítulo 2

Corre y no mires para atrás

Capítulo 3

Dar cuerpo al escándalo

Capítulo 4

Las locas se organizan

Capítulo 5

Betters intelectualosas y artistas troskas

Capítulo 6

dippba: inteligencia de Estado al servicio de la moral

Capítulo 7

Malvinas, entre el militar machismo y los antihéroes

Capítulo 8

La vida era un exilio

Capítulo 9

Asesinatos promiscuos

Agradecimientos

Bibliografía

Anexo

Fotos y documentos

Puntos de interés

Portada

Máximo, Matías

El Nunca más de las locas : resistencia y deseo en la última dictadura / Matías Máximo ; prólogo de Marta Dillon. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Marea, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-823-008-5

1. Diversidad Sexual. 2. Dictadura Militar. 3. Derechos Humanos. I. Dillon, Marta, prolog. II. Título.

CDD 323.3264

Dirección editorial: Constanza Brunet

Edición y coordinación: Víctor Sabanes

Corrección: Brenda Wainer

Diseño de tapa e interiores: Hugo Pérez

Foto de tapa: Sandra y compañeras en la murga

Los Caprichosos de Villa Martelli, Fondo Sandra Castillo.

Archivo de la Memoria Trans.

Foto de contratapa: Carlos Jáuregui y César Cigliutti, el 21 de marzo de 1986. Mesa de la Comunidad Homosexual Argentina en las Jornadas de Madres de Plaza de Mayo a diez años del golpe militar.

© 2023 Matías Máximo

© 2023 Editorial Marea S.R.L.

Pasaje Rivarola 115 – Ciudad de Buenos Aires – Argentina

Tel.: (54 11) 4371-1511

[email protected]

www.editorialmarea.com.ar

ISBN 978-987-823-004-7

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Depositado de acuerdo con la Ley 11.723.

Todos los derechos reservados.

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin permiso escrito de la editorial.

El sexo de las locas, que hemos usado de señuelo

para este delirio, sería entonces la sexualidad loca,

la sexualidad que es una fuga de la

normalidad, que la desafía y la subvierte.

Locas bailando en las plazas,

locas yirando en puertas de fábrica,

locas haciendo cola en los bañitos.

El sexo de las locas,

Néstor Perlongher

And I’ll survive, I will survive…

Gloria Gaynor

Prólogo

Cuando era niña, incluso antes de entrar al jardín de infantes, yo creía que tenía un novio. Era rubio y de ojos celestes, tenía rulos largos que le caían en la cara, me alzaba y me hacía volar como a una mariposa para después posarme en su abrazo lleno de cosquillas de colores. Se llamaba Carlitos y era mi tío, un tío político como se decía entonces a la parentela que se sumaba con cada matrimonio.

A Carlitos lo veía solo en las reuniones familiares que se daban en la casa de mis abuelos maternos. Me llevaba un poco más diez años, era un adolescente cuando yo tenía cuatro. Lo dejé de ver cuando pasé a segundo grado, nadie me respondió las dos o tres veces que pregunté por él.

Su apellido era Laham, era fotógrafo y fue asesinado el 13 de octubre de 1974 por la Triple A (Alianza Argentina Anticomunista) junto a su pareja, Pedro Barraza, periodista que había trabajado en Clarín y La Opinión, además de publicar un libro sobre el asesinato de Felipe Vallese. Carlitos y Pedro vivían juntos abiertamente, fue para ellos una apuesta política tanto como la militancia de Pedro en el erp (Ejército Revolucionario del Pueblo). Ninguna de las dos cosas se habló jamás en la familia. Ni antes ni después que mi madre fuera desaparecida. Carlitos Laham fue, además de asesinado, desaparecido para “los suyos”.

La historia de estos dos trabajadores de prensa que se reivindicaban putos peronistas –mucho antes de soñar con que esa definición se convertiría en un grupo de activismo descastado, cuando en 2010 se discutió y aprobó el matrimonio igualitario–, no está en este libro que pone el foco en la última dictadura. O mejor, este libro que inicia con los cuarenta años de una democracia que empezó a escribirse desde el fin de la dictadura más sangrienta que dominó a la Argentina, la que desató un genocidio para aniquilar a un grupo específico de personas: todas aquellas que desafiaran las imposiciones del “imperialismo yanqui”, como decían los militantes de la época, todas aquellas que podrían poner en riesgo un plan económico liberal bien ajustado con los mentados “valores occidentales y cristianos”, como decían los usurpadores del poder en esa época.

Sumar este recuerdo antes de dar paso a El Nunca Más de las locas es un acto de justicia personal y colectivo que está amparado por el hilo narrativo de Matías Máximo. Es dejar que la memoria deshilachada de ese chico hermoso que me enamoró cuando era una niña se cobije entre otras historias de desacato, esas que podrían anotarse sin comillas como las suyas. Carlitos Laham, aquí tu corta vida encuentra su propia genealogía. Por fuera de las matemáticas, por fuera de los números de los campos de concentración. Dentro de la resistencia.

Más de una vez en este libro se formula la pregunta sobre por qué se persiguió, se torturó y se reprimió a quienes se escapaban de la norma heterosexual. En algunas oportunidades la respuesta es que, si bien no se puede saber, lo cierto es que la crueldad aumentaba sobre los cuerpos y las vidas disidentes. En otras, frente a la sistemática persecución sobre las travestis, la respuesta cae como una plomada y estalla desparramando esquirlas sobre los años que siguieron a la dictadura: lo que hubo fue un intento sistemático de moralizar cuerpos y experiencias a fuerza de golpear y golpear. Pero no hubo herida que consiguiera acabar con la resistencia de quienes son quienes son y abren con su empecinada existencia el estrecho margen de lo que se supone que se debe ser.

Y queda también en las páginas que siguen un Nunca Más necesario que todavía no se pronuncia del todo, porque son compañeros y compañeras quienes tienen que enunciarlo: la condena moral sobre las locas, su expulsión del “nosotros” que quería cambiar el mundo, el desprecio por lo que se consideraban desviaciones burguesas. Ese dogma patriarcal no cuestionado del todo abandonó a muchos y muchas, no les permitió nombrarse ni nombrar la protesta sexual como parte de una lucha común. Para algunes, incluso significó la muerte y el olvido.

Pero la protesta sexual, como los feminismos, han tallado estos cuarenta años de democracia y lo no dicho se ha rebelado y revelado de múltiples formas. Ahora las travestis declaran como víctimas y testigxs en los juicios de lesa humanidad, las mujeres han conseguido que la violencia sexual en el marco del terrorismo de Estado sea reconocida también como un delito de lesa humanidad. La reparación de lo que puede decirse y ser escuchado, lo que se testimonia y queda anotado en la Historia, eso se ha construido colectivamente en estas décadas. Y sus primeros hilos se pueden rastrear en este libro.

Muchas veces me han preguntado, en tanto activista, sobre todo fuera del país, cómo es que Argentina, un país sudamericano y machista –y queda anotada aquí la estigmatización de un continente entero– logró leyes de vanguardia en torno al reconocimiento de las identidades sexo disidentes, sus modos de hacer comunidad, de hacer familia. La respuesta no es lineal pero seguro tiene que ver con las fiestas en el Delta del Tigre, con las alianzas insólitas entre lesbianas y travestis, con la lucha común antirrepresiva entre el movimiento de Derechos Humanos y el movimiento lgbtiq+. ¿Cómo olvidar ese momento histórico en el que h.i.j.o.s. (Hijxs por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) y travestis organizadas marcharon juntes contra el levantamiento por ley de las fronteras sexuales en la Ciudad de Buenos Aires?

El Nunca Más de las locas no es un recuento histórico de hechos y vínculos que se dieron en el pasado, es una interpelación directa a seguir abriendo espacios de libertad, a entender que no hay derechos de segunda categoría o de primera, sino que no hay unos sin los otros. Por eso ahora, a cuatro décadas de terminada la última dictadura militar las Marchas del Orgullo, esa respuesta política a la vergüenza que quisieron imponernos, suceden en el centro de las ciudades y también en los barrios conocidos como villas porque su precariedad les quita la nominación urbana. Es la mejor respuesta a esa creencia de que ser puto, torta, travesti o no binarie no tiene que ver con la burguesía sino con la protesta vital al extractivismo capitalista que necesita de la norma heterosexual para seguir alimentado la idea de que la vida es de la casa al trabajo y del trabajo a casa, donde siempre hay quienes trabajan sin ser reconocidas como trabajadorxs.

Entonces, a pesar del dolor por quienes vieron sus vidas quebradas por la represión y la persecución, en dictadura y democracia, este libro también es una celebración de la memoria, las luchas, la resistencia, las alianzas. Y una apuesta a seguir construyéndolas hasta que el mundo sea como lo soñamos, hasta que valga la pena vivir.

Marta Dillon

Introducción

Otro Nunca Más

La dictadura había terminado y la promesa de felicidad que traía la democracia avivó la esperanza de maricas, travestis y lesbianas de caminar libres finalmente. Apenas asumido, el gobierno democrático de Raúl Ricardo Alfonsín anunció un plan para juzgar a los militares que habían tomado el poder entre 1976 y 1983. Pero para juzgar, primero había que tener una lista de los crímenes, y así nació la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (conadep).La Comisión se creó cinco días después de la asunción de Alfonsín, el 15 de diciembre de 1983, y tuvo a su cargo entrevistar a quien quisiera denunciar las vejaciones, torturas y desapariciones de los años anteriores.

Alfonsín derogó la “ley de autoamnistía” y ordenó, con los decretos 157 y 158/83, enjuiciar a las tres primeras Juntas Militares de la dictadura a la par que a siete jefes guerrilleros, lo que equiparaba responsabilidades en una supuesta guerra donde no se reconocía el poder de las maquinarias del Estado. Esta posición fue conocida como la “teoría de los dos demonios” y tuvo su eco en el prólogo a la primera edición del Nunca Más que comienza diciendo “Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda”.1

Para trascender las grietas del momento, Alfonsín llamó un grupo de personalidades para integrar la conadep. En ese entonces, se presentaban fuertes tensiones entre el peronismo y el antiperonismo. Estaban aquellos que señalaban a la Triple A como iniciadora de la dictadura y denunciaban la complicidad civil, frente a otros grupos que denunciaban al gobierno de Jorge Rafael Videla como autor intelectual de las violaciones a los derechos humanos y preferían juzgar primero a los militares. A excepción de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (apdh), “los organismos rechazaron la conadep sosteniendo que el parlamento era el ámbito ‘natural’ de investigación y que solo una comisión bicameral tendría atributos coercitivos para citar a los militares a declarar, realizar inspecciones sin aviso y condenar políticamente al terrorismo de Estado”.2 Alfonsín no quería una bicameral para esquivar tensiones entre los flamantes legisladores y las Fuerzas Armadas, pero como demostración de voluntad incluyó a tres representantes de cada Cámara a participar del Informe.

Por parte de Madres de Plaza de Mayo había rechazo a la forma en que se avanzaba en los juicios. Repudiaban la creación de la conadep en vez de una bicameral y desconfiaban sobre el hecho de dejar una lista que pudiera volverse en contra si caía en manos vengativas. La presidenta de Madres, Hebe de Bonafini, criticaba en particular la postura de Alfonsín, ya que la consideraba funcional a los intereses de los genocidas: “Nosotras le dijimos que no se olvidara que él es presidente por voluntad del pueblo, no de los militares, y que será el pueblo, del que nosotras las madres somos parte, quien tendrá que defenderlo a él y a la democracia si es que los militares nuevamente, tal como es su costumbre, se deciden a violentar las instituciones”.3 El 20 de septiembre de 1984, cuando se organizó una marcha para acompañar la entrega del Nunca Más al presidente, las Madres se movilizaron al Parque Lezama manifestando su repudio.

Si se lee con perspectiva de género, la Comisión era muy despareja: de diez personas había una sola mujer, la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú. Otro de los miembros era el rabino Marshall Meyer, fundador del Movimiento Judío por los Derechos Humanos y reconocido por ayudar dentro de su comunidad a quienes sufrían persecución por la dictadura.

Meyer fue el único dentro de la CONADEP que habló de una violencia específica a las personas LGBT+ durante esos años. Según publicó Carlos Jáuregui en su libro La homosexualidad en la Argentina, de 1987, había unos cuatrocientos homosexuales que no figuraban en la lista oficial. Eso mismo repitió en una entrevista publicada por la revista NX, en marzo de 1996: “La Comisión había detectado en su nómina de diez mil personas desaparecidas a cuatrocientos homosexuales. No habían desaparecido por esa condición, pero el tratamiento recibido, afirmaba el rabino, había sido especialmente sádico y violento, como el de los detenidos judíos”.

En nueve meses la Comisión recibió 7000 testimonios, documentó 8961 desapariciones y reunió pruebas de 365 centros clandestinos de detención y tortura. Hicieron un documental4 que se transmitió por Canal 13 y tuvo un récord para la época: lo vieron 1 600 000 personas. Al comienzo del programa habló el entonces ministro del Interior Antonio Tróccoli, que argumentó con la teoría de los dos demonios. “Una orgía de sangre y muerte donde el único lenguaje era el del fuego y de la muerte”, fueron las palabras del ministro, en referencia a los enfrentamientos y secuestros previos a la dictadura.

Para la comunidad lgbt+ todo lo que podía ser primavera quedó marchito con Tróccoli, que representaba a la facción más conservadora del gobierno alfonsinista. Su idea de la democracia estaba asociada al orden moral y fomentaba las razias a la comunidad lgbt+, dando el visto bueno para la aplicación de los edictos 2F y 2H (escándalo público: incitación al acto carnal y vestir prendas contrarias al género). Incluso hay quienes dicen que durante los primeros años de democracia la persecución por parte de la policía y las “brigadas de moralidad” empeoró, ya que según el ministro todo era válido para terminar con la desviación de los valores naturales. “La homosexualidad es una enfermedad y nosotros pensamos tratarla como tal”, diagnosticó en una entrevista.5

En septiembre de 1984 la conadep presentó el informe de las denuncias y de sus inspecciones a los centros clandestinos. Por sugerencia del rabino Meyer lo llamaron Nunca Más,6 un lema que ya había usado el Gueto de Varsovia para repudiar al genocidio nazi. El acto fue en Casa Rosada y al lado de Alfonsín, en primera plana, estaba Tróccoli. Algo llamativo del informe es que en todos los casos relevados no aparecían ni una sola vez las palabras “travesti”, “homosexual”, “manfloro”, “puto”, “gay”, “lesbiana”, “tortillera”, “invertido” o cualquiera de los sinónimos que se usaban por entonces. ¿Qué pasó con estas identidades y orientaciones sexuales? Es probable que muchas de las desapariciones y arrestos no tuvieran un solo motivo y por eso se haya invisibilizado. Por ejemplo, el periodista Enrique Raab figura en la lista de desaparecidos que armó la conadep con el número de legajo 276, pero al ser militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores - Ejército Revolucionario del Pueblo (prt-erp), ¿cómo saber cuál fue el motor de su secuestro?

Raab era un periodista todo terreno: escribió igual de puntilloso la temporada teatral de Mar del Plata para el diario La Opinión y los artículos de la revista Nuevo Hombre, que era parte del prt-erp.7 El Nunca Más lo pone en el apartado de periodistas desaparecidos y cuenta que el 16 de abril de 1977 rodearon su casa del bajo porteño, ametrallaron la puerta y “encapucharon a ambos residentes, Raab y Daniel Girón”. El dato que falta es que Raab y Girón vivían juntos porque eran orgullosamente pareja, y todo su entorno (y muy probablemente la Comisión que redactó el informe) lo sabía. A la semana del secuestro, Girón fue liberado de la Escuela de Mecánica de la Armada (esma) y Raab permaneció desaparecido. El 21 de abril una publicación del diario El País de España difundió en solitario otra versión: “El cadáver del periodista argentino Enrique Raab apareció ayer en los suburbios de Buenos Aires”.8

Para algunos militantes de la época, como Héctor Anabitarte –uno de los fundadores del Frente de Liberación Homosexual (flh)–, la persecución no se iniciaba por motivos relacionados al género o la sexualidad, aunque no ser heterosexual podía empeorar las cosas. “Yo no estoy seguro de que haya habido una persecución específica contra los homosexuales. Enrique Raab desapareció… estaba en el erp. Yo creo que desapareció porque estaba en el erp, no porque fuese homosexual. De todas maneras, me parece que es un agravante ser homosexual”, dijo Anabitarte en una entrevista.9

En la misma línea el escritor y militante peronista Flavio Rapisardi discute con el número de los 30 400: “Cifras reales de los desaparecidos por su elección sexo genérica no existen. Y transferir el porcentaje de población lgbt a los desaparecidos es una operación ridícula. Básicamente porque muchos de los desaparecidos que fueron torturados y asesinados en los campos de concentración, y pertenecían a la militancia del Frente de Liberación Homosexual, eran además militantes de izquierda, de Montoneros, de la jup o del erp. Tenían doble o triple militancia, por lo tanto ¿por qué desaparecieron? Son preguntas contrafácticas”.10

En el modelo de ciudadanía de la dictadura lo que a simple vista no sumaba, debía borrarse. No había espacio para el deseo, y ahí es donde entró la persecución a las personas que con sus prácticas cuestionaban la norma heterosexual. Desde los primeros meses del gobierno militar los centros de detención específicos para presos políticos empezaron a mezclarse con personas que llegaban por otras razones. Las travestis y trans que denunciaron persecución durante la dictadura son una prueba: en el centro de Rosario, por ejemplo, donde hoy está la casa de gobierno, existió un piso reservado para personas “amorales”.

“Había una policía especial que nos perseguía, la división de Moralidad Pública. Era una constante, se paraban con los Falcon verdes en la puerta de la pensión y hacían guardia hasta que saliéramos. Nosotras íbamos a comprar el pan y si nos agarraban no volvíamos más: nos daban hasta 120 días de arresto”, contó Carolina Boetti el día que le entregaron la pensión por haber sido detenida durante la última dictadura.11 Al momento, solo en Santa Fe, hay más de veinte casos registrados similares al de ella. Y a nivel nacional, en 2022, se dieron las primeras pensiones que reconocen el terrorismo sexogenérico.

El de Valeria del Mar Ramírez fue el primer relato travesti incluido en un juicio de lesa humanidad. Valeria estuvo detenida en el Pozo de Banfield en 1976 y 1977, a donde la llevaban después de levantarla en la ruta donde hacía parada. “En ambas detenciones en el Pozo de Banfield el aislamiento fue total, ni siquiera pude ver a mis compañeras, estaba incomunicada. Las únicas personas que vi eran policías, vestían uniformes y el trato con ellos era solo para violarme”, dice su declaración.12

Historias de exilio hay muchas. A fines de la década de los setenta, Brigitte Gambini escapó primero a Uruguay y después estuvo radicada en París. En 1989 el diario Clarín le hizo una entrevista,13 donde denunció diecisiete compañeras trans desaparecidas por la dictadura, entre ellas, su amiga Jeannette Derganz: “Todo ello a causa del travestismo y nada más, pues nosotras podíamos probar el ser artistas auténticas, no ejercer la prostitución ni provocar escándalos públicos y, lo más importante, jamás habíamos tenido ideas ni vinculaciones políticas”.

Si bien el circuito contravencional y el de las desapariciones no se cruzaba todo el tiempo, los archivos de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (dippba) son un documento que prueba persecución específica por motivos sexogenéricos. En las fichas de la dippba se marcaba si las personas eran “homosexuales”, “invertidos”, de “comportamientos amanerados”, “afeminados”, “lesbianas” o “marimachos”, entre otras clasificaciones. Los archivos de la dippba no se limitan a la dictadura –de hecho, muestran que la persecución se inició con anterioridad y, luego, se mantuvo–, pero sientan una prueba de que entre 1976 y 1983 los motivos sexuales convivían con los argumentos políticos para encarcelar.

Mientras travestis y maricas eran detenidas con la aplicación de edictos, el pensamiento falocéntrico asignaba otro rol a las lesbianas, tanto desde las organizaciones revolucionarias como dentro del aparato represor. Si de un lado estaba la perversión incurable, que veía en homosexuales a enfermos o sádicos, del lado lésbico había esperanza: se decía que “podían ser curadas, seguramente no habían probado un buen hombre”. Pocos pronunciaban el término “lesbiana”, como si fuera una palabra prohibida, y aunque estuviera claro que dos mujeres juntas eran una pareja, por lo general, se forzaba la interpretación para percibir que se trataba de “amigas íntimas”, borrando todo potencial sexual.

Las islas del Tigre, con sus dificultades de acceso y la potestad jurisdiccional de Prefectura, fueron un espacio elegido por muchos para camuflarse. Y no solo eso: varios testimonios le imprimen un tono de leyenda a las fiestas y carnavales que se hacían en plena dictadura, cuando algunas ramas del Delta del Paraná se habían poblado de parejas y comunidades que resistían lejos del horror a tan solo una hora de viaje.

Para la Junta Militar la guerra por la soberanía de las Islas Malvinas fue un último intento para quedarse ocupando un poder que en la práctica ya no estaba legitimado por la sociedad. La revuelta nacionalista que generó el anuncio de la recuperación del territorio ocupado, y el acompañamiento mediático que convirtió a la guerra en una gesta heroica, nada tenía que ver con las condiciones a las que fueron expuestos los combatientes. Violaciones y torturas hechas por sus propios jefes de mando quedaron silenciados por la naturalización de las “leyes de la guerra”, y tampoco fueron un capítulo del Nunca Más.