El oro y el altar - Edir Macedo - E-Book

El oro y el altar E-Book

Edir Macedo

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Beschreibung

¿Sabes lo que es tener el Espíritu infinito del Dios Altísimo viviendo dentro de tu ser? Y tiene ciencia de que este Espíritu no vino a medida, sino de forma plena, exactamente como el Señor Jesús disfrutó de Él en este mundo? "Esto es algo grandioso para quedarnos limitados y servir en Su Obra de manera mediocre". Esta declaración es sólo una pequeña muestra de la profundidad de las revelaciones compartidas en este libro con los siervos del Altísimo. Su mensaje es urgente y llama a la Iglesia contemporánea a rescatar los valores Divinos -entre los cuales la sinceridad y la consideración con el Altar.Cada capítulo es una alerta para que hombres y mujeres no se pierdan espiritualmente, por desconsiderar el llamado del Alto. Aquellos que reconozcan el privilegio y la responsabilidad de servir al Todo- Poderoso por cierto oirán el llamamiento Divino y fortalecerán su fe. Le recomiendo leer este libro para encontrar en Dios la fuerza que necesita para levantarse y recomenzar en su vida espiritual, o, si ya está bien, crecer aún más en su vida que no es el mismo después de esta lectura.

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Seitenzahl: 254

Veröffentlichungsjahr: 2018

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M141e

Macedo, Edir, 1945

El oro y el Altar : Una revelación que va a abrir los ojos

de los siervos de Dios (e-pub) / Edir Macedo – 1a ed.

Traducción: Marta Angélica Corvino

Rio de Janeiro / Unipro Editora, 2018.

208.p; il.; cm

Traducción de: O ouro e o Altar

ISBN 978-85-7140-890-6 e-pub

1. Avivamiento - fe. 2. Altísimo – celo. 3. Angélica, Marta Traducción

I. Título

CDD 231

Copyright© 2018

COORDINACIÓNGENERAL: A. Lobato

EDITOR: Mauro Rocha

COORDINACIÓN DECREACIÓN: Paulo S. Rocha Jr.

EDICIÓN DE COPIA Y REVISIÓN: Marta Angélica Corvino

TAPA: Paulo S. Rocha Jr.

PROYECTO GRÁFICO Y DIAGRAMACIÓN: Luiz Felipe Kessler

COAUTORA:Núbia Siqueira

PREPARACIÓN DE TEXTO:Jaqueline Corrêa

FOTOS DE LA TAPA: Demétrio Koch

TRADUCCIÓN:Marta Angélica Corvino

CONVERSIÓN A EPUB:Cumbuca Studio

____________________________

  

1ª edición

Año 2018

 

Está prohibida la reproducción total o parcial sin el expreso consentimiento de la editorial. Están permitidas solo breves citas, siempre y cuando sea mencionada la fuente bibliográfica.

Este libro fue revisado según la Real Academia Española.

Los textos bíblicos citados están en la versión La Biblia de las Américas (LBLA), salvo expresa mención y tienen como objetivo incentivar la lectura de las Sagradas Escrituras.

Estrada Adhemar Bebiano, 3610

Inhaúma - CEP 20766-720 Rio de Janeiro - RJ

tel (21) 3296-9300

Site: www.unipro.com.br

Índice

Portada

Hoja de rostro

Créditos

Introducción

Capítulo 1 - Los enemigos de Dios

Los llamados “maestros de la Ley”

La cátedra de Moisés

¿A quién honra Dios?

Capítulo 2 - Dicen, pero no hacen

Las Escrituras transformadas en un peso

La armonía entre lo que Jesús hacía y decía

La carga de la religión versus la carga de Jesús

Aprendiendo de Jesús, que es manso y humilde de corazón

Capítulo 3 - El deseo del hombre de ser admirado y de ser señor

¿Cómo nació el orgullo?

Cómo trabaja satanás

La diferencia entre el cristiano religioso y el cristiano genuino

Capítulo 4 - ¡Ay de vosotros!

Jurar por el Templo, ¡eso no es nada!

Jurar por el Altar, ¡eso no es nada!

Necios y ciegos enseñan y defienden el error

La mayor revelación de los últimos tiempos

La prueba del alma

Capítulo 5 - Caín y Abel

La ofrenda de Abel y la ofrenda de Caín

La marca de injusticia versus el legado de justicia

La ira de Caín y la ira de los “hermalos”

Actitudes semejantes, pero intenciones distintas

Dios deseó levantar el semblante de Caín

La respuesta de Caín revela su condición espiritual

El pecado está a la puerta de todos

Capítulo 6 - La relación con Dios

“Si Yo Soy Padre, ¿dónde está Mi honor?”

Autoexamen espiritual

En el Altar, no es aceptada ofrenda defectuosa

La generación que se burla de Dios

Cuando la deshonra viene del púlpito

El origen del desprecio por el Altar

El aviso antes de las maldiciones

“Bendiciones maldecidas”

Una ofensa a Dios

El siervo bueno y fiel

Capítulo 7 - La santidad del Altar y de la ofrenda

Cómo llegar al Altar

Cómo un pastor hace crecer suministerio

Capítulo 8 - Un trabajo que no produce nada

La prioridad de Dios: salvar almas

Siervo pirata

Las consecuencias del engaño dentro de la Obra de Dios

Capítulo 9 - Dos veces hijo del infierno

¿Qué es, de hecho, ganar almas?

La sinfonía perfecta

Compasión por las almas perdidas

Capítulo 10 - Obediencia parcial y obediencia total

Diezmo de la menta, del eneldo y del comino

La justicia, la misericordia y la fe

Las bienaventuranzas

El carácter justo de Dios

La justicia y la libertad del hombre

Parecidos a Dios

El mosquito y el camello

Capítulo 11 - El Altar puede ser el lugar más peligroso del mundo

La hipocresía en la Iglesia Primitiva

Enséñate a ti mismo

¿Alguna semejanza con nuestros días?

La más grave acusación contra los hipócritas

Cuando todo es inútil

Capítulo 12 - Corrija el engaño mientras hay tiem

¿Hijos del Altísimo o criaturas terrenales?

El Principio Divino de dar

La buena medida de Dios

¿Qué tiene de misterioso el acto de dar?

¿Cuál es el valor del oro para Dios?

Develando los secretos del alma humana

Comprenda lo que usted está haciendo

¿Cuál es su elección ahora?

Capítulo 13 - Cómo ocurre la caída de un pastor

Las estrategias del diablo para derribar a un pastor

El pastor y sus tentaciones

El peligro del adulterio

Cómo entró el adulterio en la mente de David

Consecuencias del pecado de David

Los ojos pueden ser los mayores agentes del pecado

Como animales irracionales

La perniciosa vanidad

Ganancia deshonesta

La comparación, el primer paso para el enfriamiento espiritual

Reconozca su orgullo

¡Esté alerta!

Conclusión

Introducción

Una carta abierta a los siervos del Altísimo

Antes que nada, me gustaría aclarar que considero a los pastores, obreros/as, esposas de pastores, evangelistas y misioneros los mayores instrumentos para el avivamiento de la Obra de Dios en este mundo.

Cuando estos siervos mantienen su vida en el Altar del Señor, imbuidos del deseo de llevar con fidelidad Su Palabra, logran inflamar la fe en las personas que están bajo sus cuidados.

Sin embargo, al perder la visión espiritual, esos hombres y mujeres se tornan el mayor impedimento para la Salvación de las personas.

Exactamente así eran los escribas y fariseos: les cerraban la puerta del Reino de Dios a los hombres que por ellos eran enseñados (Mateo 23:13). Por eso, el Señor Jesús los llamó “hijos del diablo” (Juan 8:44), hijos del infierno. A fin de cuentas, mientras el Señor Jesús estaba dando Su Vida para abrirles las puertas del Cielo a las personas, los religiosos, con su mala conducta, las cerraban, declarándose, así, enemigos del Altísimo.

Cuando meditamos sobre lo que está escrito en el capítulo 23 del Evangelio de Mateo, podemos ver que el motivo de la fuerte reprensión del Salvador a los maestros judíos reverbera en nuestros días, sobre todo, en lo que atañe a la hipocresía y a su falta de consideración con el Altar de Dios.

Aquellos hombres se deslumbraban demasiado con posiciones, títulos y honras humanas. De manera semejante, muchos “siervos de Dios” de la actualidad han sucumbido a ese mal. Se tornan cada vez más llenos de sí, dominados por el orgullo y por el brillo que este mundo ofrece. Y aunque incluso presenten algún tipo de servicio en la Obra, esa ofrenda es inútil, pues no procede de un corazón que teme y tiembla delante de los Principios Sagrados.

Lamentablemente, hemos visto pastores que son verdaderos “fenómenos en el púlpito”, porque predican bien, llenan iglesias, sus nombres son respetados, pero son ínfimos en lo que respecta a la práctica de sus propias enseñanzas y al cultivo de una comunión diaria con Dios. Llevan a otros a temer al Todopoderoso, mientras que ellos mismos no Lo honran. Y la prueba de eso es la ofrenda de vida inservible que, día tras día, han puesto sobre el Altar.

Lo que confirmaba la ceguera de los religiosos en la época del Señor Jesús y también revela la falta de visión de muchos siervos en nuestros días es el menosprecio por la justicia, por la misericordia y por la fe.

Esas personas que se perdieron pusieron en el oro y en la ofrenda el motivo de su empeño en la Obra. Al elegir lo que es perecible como la razón de su esperanza dejaron de promover la gloria de Dios para promoverse a sí mismos.

Así, no son los incrédulos los que más se han burlado y jugado con las cosas de Dios, ¡sino los que declaran ser “de Casa”!

Muchos de ellos saben que están procediendo con el carácter engañador de Jacob (cuando fingió ser Esaú), aun así, no se arrepienten ni cambian de actitud; en lugar de eso, continúan actuando de modo fraudulento.

Tales “siervos” conocen los Preceptos Divinos, pero fingen y se disfrazan para pasar por personas fieles, espirituales y fervorosas, cuando, en realidad, sus ojos anhelan solo la alabanza y los beneficios humanos.

Frente a eso, que estas palabras suenen como una alerta de lo Alto para despertar a los que duermen y vivificar a los que están a punto de morir o, incluso, a los que ya están muertos espiritualmente, ¡antes de que su ruina sea irreversible!

Este libro, por lo tanto, tiene como finalidad avivar la fe, el primer amor y las primeras obras de los cristianos, para que su candelabro no les sea quitado (Apocalipsis 2:5).

Es necesario que cada uno cele por sí, antes de que pierda el privilegio de ser un siervo del Altísimo, porque la Obra de Dios no debe ser hecha con malestar y mucho menos por imposición de otro, sino con alegría y fidelidad, pues el servicio sagrado es un presente del Todopoderoso a Sus escogidos (Números 18:7).

Cuando el Dios Eterno nos favorece con la dádiva de servirlo, Él nos prueba una vez más Su amor, dándonos una honra que no merecemos.

Entonces, hagamos uso de este privilegio con sinceridad y temor, recordando que hay una maldición reservada para aquellos que sirven de manera engañosa, indiferente y/o relajada.

No se aventure en la Obra de Dios si no está dispuesto a dar toda su vida en Su Altar, después de todo: ¡“Maldito el que hiciere indolentemente la obra del SEÑOR...” (Jeremías 48:10)!

Capítulo 1

Los enemigos de Dios

El capítulo 23 del Evangelio de Mateo, cuenta que, pocos días antes de Su crucifixión, el Señor Jesús rechazó de forma severa y pública a los escribas y a los fariseos de Su época delante de una multitud atenta a lo que Él hablaba. Durante todo Su ministerio, el Salvador los había confrontado, pero ese día en especial, ocurrió la más dura de todas Sus reprensiones.

El Señor Jesús hizo eso porque ya había advertido a los maestros judíos en varias ocasiones, pero no había habido arrepentimiento de parte de ellos. Entonces ahora, al hablar en su contra, el Salvador quería que las personas se resguardasen de la hipocresía y de las instrucciones distorsionadas que aquellos maestros enseñaban. Para eso, usó la práctica de los religiosos como ejemplo de lo que jamás podemos ser o hacer en la conducción de nuestra vida espiritual.

Pero, a fin de cuentas, ¿quiénes eran los escribas y los fariseos?

Los llamados “maestros de la Ley”

Los escribas eran copistas de los Textos Sagrados y los únicos autorizados oficialmente en Israel a copiar la Ley escrita. A causa de ese oficio, tenían la Palabra de Dios bien memorizada y en la punta de la lengua, de manera que se jactaban de ser los más capacitados para instruir al pueblo.

Ellos presumían diciendo que su objetivo de vida era preservar las Escrituras; en la intimidad, sin embargo, no respetaban al Todopoderoso y, mucho menos, a Su Palabra, pues no la practicaban. Esos hombres dejaban a las Escrituras de lado para observar con rigor las tradiciones religiosas, como las muchas restricciones alimenticias, las adiciones innecesarias de reglas en cuanto a guardar el sábado, entre otras tradiciones que desagradaban a Dios.

Semejantes a los escribas eran los fariseos – un grupo de hombres que había decidido separarse de los demás judíos, en el siglo II a. C. Al principio, la intención de ellos parecía buena, pues aspiraban a vivir de manera más dedicada al Altísimo y a los valores de la fe. Pero, con el tiempo, formaron una secta impregnada de falsedad y ambición, cuya finalidad era solo imponerles a los otros su propia doctrina y las tradiciones de sus antepasados.

Los fariseos eran conocidos en la sociedad como los hombres más fieles y correctos de su época; interiormente, sin embargo, la mayoría de ellos no poseía misericordia y era injusta, codiciosa y envidiosa.

En aquel tiempo, pertenecer a un grupo religioso era una noble distinción en la sociedad judaica y una marca de espiritualidad. Los escribas y los fariseos eran conocidos como hombres que vivían en perfecta comunión con el Altísimo. No obstante, por la apariencia, esos religiosos podían engañar a los hombres, pero no al Señor Jesús, que sabía bien que el corazón de ellos estaba sumergido en profundas tinieblas.

Por eso, la urgencia de ese mensaje del Señor Jesús, que tenía el propósito de prevenir a los discípulos y al pueblo para que no se contaminaran con los principios distorsionados y con las malas prácticas de los maestros judíos, pues ellos, en realidad, eran los enemigos de la fe.

En toda la Biblia, vemos que las reprensiones Divinas no fueron dirigidas a los afligidos, a los perdidos o a los que desconocían la Verdad, sino que fueron dirigidas a los fingidos, rebeldes y conscientes de sus pecados, los cuales no manifestaban ningún deseo de cambiar.

Aunque el Hijo de Dios amase y desease salvar a todos, Él sabía que los hipócritas no estaban dispuestos a arrepentirse. En la mente cauterizada y en el corazón endurecido de ellos, no había espacio para la corrección de Dios. Así, es fácil percibir el contraste entre la manera afectuosa con la que el Señor Jesús Se dirigía a los desesperados y rechazados y la forma severa con la que reprendía a los fingidos y orgullosos.

Veamos, a continuación, algunos ejemplos de cómo el Señor Jesús lidió con los afligidos, los enfermos y los despreciados.

• El paralítico conducido por sus cuatro amigos oyó palabras de ternura del Salvador: “Y Le trajeron un paralítico echado en una camilla; y Jesús, viendo la fe de ellos, dijo al paralítico: Anímate, hijo, tus pecados te son perdonados” (Mateo 9:2).

• La mujer adúltera recibió protección contra sus acusadores: “…Mujer, ¿dónde están ellos? ¿Ninguno te ha condenado? Y ella respondió: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Yo tampoco te condeno. Vete; desde ahora no peques más” (Juan 8:10-11).

• La viuda, delante del cortejo fúnebre del único hijo, fue acogida con bondad y misericordia: “Al verla, el Señor tuvo compasión de ella, y le dijo: No llores” (Lucas 7:13).

• La suegra de Pedro, en el lecho de enfermedad, recibió Su gentil asistencia: “E inclinándose sobre ella, reprendió la fiebre, y la fiebre la dejó; y al instante ella se levantó y les servía” (Lucas 4:39).

Vemos que, durante todo Su ministerio, el Salvador socorrió, animó y bendijo a los humildes. Incluso en Su momento de mayor dolor en la cruz, Él fue capaz de hablar con gentileza y atender el pedido del malhechor crucificado a Su lado. “Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en Tu Reino. Entonces Él le dijo: En verdad te digo: hoy estarás Conmigo en el Paraíso” (Lucas 23:42-43).

Sin embargo, la blandura desaparecía cuando Jesús hablaba con ciertos religiosos. Entre los términos y expresiones dispensados a ellos, estaban: insensatos y ciegos, guías ciegos, serpientes, camada de víboras, hipócritas y sepulcros blanqueados (vea Mateo 23:16,17,27,33).

La arrogancia de aquellos hombres era tan grande que el Señor prefirió revelarles Su sabiduría a los pecadores, a los publicanos y a las meretrices, en vez de a los “respetados” maestros de la Ley.

Las enseñanzas del Señor Jesús eran dadas delante de tales religiosos, sin embargo, ellos no conseguían discernir nada; al contrario, continuaban perdidos, caminando hacia el infierno, incluso ante la revelación más extraordinaria del Dios Padre: Su Hijo Unigénito en carne (Hebreos 1:1-4).

La cátedra de Moisés

“Entonces Jesús habló a la muchedumbre y a Sus discípulos, diciendo: Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés.”

– Mateo 23:1-2

La acusación Divina contra los escribas y fariseos era gravísima. Ellos se creían tan santos y justos que se posicionaron como sucesores de Moisés, subiendo por cuenta propia a la “cátedra” de este.

Para que usted pueda entender la cita bíblica anterior, es necesario comprender qué era una sinagoga y su importancia en la cultura judaica.

Con la destrucción del Templo y con el cautiverio babilónico, pasó a ser común que los judíos participaran de reuniones públicas en las cuales regularmente leían las Escrituras y oraban.

Las sinagogas, tan mencionadas en el Nuevo Testamento, podían ser fundadas en ciudades o pueblos, siempre que allí fuese confirmada la presencia de por lo menos diez hombres judíos respetados en su comunidad, para que pudieran presidir la enseñanza de la Ley.

En el interior de las sinagogas, había un asiento reservado para el líder más importante, indicando que él era el responsable por conducir la liturgia del culto. Había también algunos otros asientos destacados al frente, próximos al sagrario donde estaban los rollos de la Torá.

Los ocupantes de esos lugares eran reconocidos como los más notables y sabios de la región. Entonces, grande era la disputa para ostentar más obras y más “santidad” exterior, a fin de alcanzar la honra humana para sentarse allí.

Es necesario destacar que los religiosos buscaban esa posición no porque consideraban a Moisés, sino a causa del prestigio propio, de la elevación social y de todos los favores que podían obtener con eso.

Moisés fue un hombre fiel y temeroso a Dios, escogido para liderar a los hebreos en la salida de Egipto rumbo a la Tierra Prometida. Su lealtad lo hizo celoso para transmitirle al pueblo solamente los Preceptos que el Altísimo le había dado.

Durante todo su ministerio, Moisés nunca se valió de su función de juez y legislador para obtener ventajas personales o recibir alabanza. Todo Israel lo respetaba y seguía sus instrucciones, pues lo reconocían como a una autoridad constituida por el Propio Dios, para guiarlos a la Verdad.

Por su parte, los religiosos usurparon la autoridad sobre el rebaño de Dios y se levantaron, por sí mismos, como guías de la nación. En vez de limitarse a enseñar las Escrituras, como Moisés había hecho, ellos defendían de manera férrea las tradiciones orales y las costumbres humanas que nada tenían que ver con los Preceptos Divinos. ELlegaban, inclusive, a invalidar algunos Mandamientos Sagrados para imponer el cumplimiento de reglas o para obtener beneficios propios.

Al apoderarse de la posición más destacada en la sinagoga, los maestros de la Ley anhelaban ávidamente tener la reputación de hombres espirituales, es decir, de hombres íntimos de Dios, solo para alimentar sus vanidades y desfilar con aire de superioridad frente a los demás.

¡Note la gran diferencia entre ellos y Moisés!

Moisés poseía la autoridad Divina no porque simplemente le enseñaba al pueblo a obedecer las Leyes del Altísimo, sino, sobre todo, porque era un modelo de obediencia y respeto a los Mandamientos del Señor.

Por su parte los escribas y fariseos estaban muy lejos de eso. No pasaban de hombres deshonestos y aprovechadores, que no tenían ningún respeto y consideración para con lo Sagrado. Además de eso, mientras estuviesen bien y nada les faltara, poco o nada les interesaban los problemas del pueblo. De ese modo, era imposible que hombres de esa naturaleza, con intenciones tan mezquinas y egoístas, tuviesen la aprobación de Dios.

Lamentablemente, eso no quedó en el pasado. ¡Cuánta semejanza con esas personas vemos en nuestra generación!

El número de los que viven obsesionados con la “cátedra de Moisés” crece cada día de forma más intensa. Si antes esa obsesión se limitaba a los círculos del judaísmo, hoy está insertada en todas las esferas de la sociedad, principalmente en el medio evangélico.

De ese modo, satanás ha usado los “tronos religiosos”, que son posiciones de honra dentro de las iglesias, para inflar egos y promover una apariencia de santidad entre el pueblo. Así, muchos son engañados por el diablo.

En aquella época, el Señor Jesús no solo denunció tal farsa, sino que también alertó a Sus discípulos en cuanto a los objetivos perniciosos y ocultos de los religiosos y a la pesada condenación de quien mantiene dentro de sí un comportamiento farisaico.

Hoy, Él hace lo mismo. No son pocos los pastores, obispos, obreros, evangelistas, diáconos y presbíteros obsesionados por sentarse en la “catedra de Moisés”, a fin de enriquecerse.

Muchos de ellos ocupan funciones en la Obra de Dios indignamente, ya que no poseen testimonio de fe, temor y fidelidad a los principios eternos, pero desean recibir la honra de sentarse “en los primeros lugares”. No les preocupa el sufrimiento ajeno, pero usan su cargo o su título para recibir adulaciones y beneficiarse. Esas actitudes, por lo tanto, revelan que ellos no nacieron de Dios, pues no desean servir, sino ser servidos.

En contrapartida, los verdaderos siervos del Señor Jesús están donde Él está: entre los afligidos, desesperados, rechazados, adictos, enfermos, deprimidos, víctimas de injusticia y humillados.

¿A quién honra Dios?

Jesús renunció a Su Trono junto al Padre para venir a este mundo y vivir entre los perdidos. Él dio todo de Sí para proporcionarnos la Salvación, por eso el Padre Lo honró (vea Filipenses 2:5-11).

De la misma forma, el Padre honra a aquellos que sirven a Su Hijo amado, los que no están preocupados por la propia vida ni por su familia, porque creen que ella está bajo los cuidados del Altísimo; y que, además de eso, no tienen la pretensión de ser vistos y elogiados por las personas, pues su único deseo es que almas sean salvas para el Reino de Dios. ¡Ese es su mayor placer!

Esos hombres y mujeres, que son sinceros en su trabajo, están imbuidos de la autoridad del Nombre de Jesús, de Su Palabra y de Su Espíritu para ejecutar una misión semejante a la de Moisés en este mundo: guiar a las personas a los Principios de Dios. Ellos deben usar ese derecho para servir a los “menores”, según la instrucción del Señor Jesús:

“…el mayor entre vosotros hágase como el menor, y el que dirige como el que sirve (…) Sin embargo, entre vosotros Yo Soy como el que sirve.”

– Lucas 22:26-27

En general, encontramos pastores, misioneros y sus respectivas esposas alegando que dejaron todo para servir a Dios. No obstante, el Único que realmente puede decir que sacrificó de verdad todo fue el Señor Jesús, pues Él cambió Su gloria en el Cielo por la aparente “nada” en este mundo. Y nosotros Sus siervos, cambiamos nuestra nada, que era un alma angustiada y una vida vacía de sentido, para recibir el todo de Dios: Su Propio Espíritu.

Ante eso, ¿quién logra cumplir los Principios establecidos por Dios para servirlo?

Es muy difícil que alguien tenga una conducta cristiana humilde, desprovista de aspiraciones personales y deseos de reconocimiento, si no es bautizado con el Espíritu Santo y no posee la Naturaleza Divina, pues, normalmente, el ser humano es egoísta.

Vemos eso de forma clara entre algunos políticos, los cuales deberían usar sus cargos para servir a las personas, pero solo piensan en ellos mismos. Incluso los “de la izquierda”, que levantan la bandera de la “igualdad” y mantienen ese discurso en los medios, piden “caviar” una vez que llegan al poder.

Para cumplir el propósito de Dios de vivir la genuina fe, ayudar a los afligidos y llevar Su Palabra, es necesario contrariarse a sí mismo todos los días e ir a contramano de este mundo. Es necesario ser capaz de renunciar a los intereses personales (que los hipócritas tanto aprecian) para recibir la honra que viene solamente de lo Alto. Caso contrario, la vida cristiana se torna imposible. Por eso, leemos:

“¿Cómo podéis creer, cuando recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?”

– Juan 5:44

Los religiosos de la época del Señor Jesús estaban teniendo, en el discurso en Mateo 23, la última oportunidad de oírlo y de ser transformados por la Verdad. Sin embargo, continuaron preocupados por sus asientos destacados en las sinagogas, por los extensos saludos que los engrandecían en las calles y por tantas otras exaltaciones que solo aumentaban su condenación.

¡La advertencia del Todopoderoso resuena por toda Su Obra para que Sus trabajadores sepan que el privilegio de servirlo es grande! Pero es un privilegio que trae consigo mucha responsabilidad y temor.

El conocimiento de las Escrituras es necesario y extremadamente provechoso. Sin embargo, no sirve de nada si no es acompañado de obediencia sincera.

La persona puede tener la mejor formación teológica o el doctorado más respetado en la actualidad, pero, si no practica aquello que aprendió sobre los Preceptos Divinos, ¡su conocimiento no la librará de la muerte espiritual y no disminuirá su condenación en la eternidad!

Capítulo 2

Dicen, pero no hacen

Moisés recibió la Ley de Dios y fielmente se la transmitió a los sacerdotes, a los ancianos y a Josué, su sucesor, el cual, de igual manera, se la transmitió a aquellos que lo sustituirían. Así, el legado espiritual fue siendo pasado a los profetas, jueces y reyes, hasta que, de modo ilegítimo, llegó al dominio de los escribas y de los fariseos.

Es perceptible, por medio de la historia de Israel registrada en las Escrituras, que, cuando la nación era guiada por líderes espirituales reverentes a Dios, había consideración para con los principios y valores eternos. Pero, cuando aquellos que gobernaban y orientaban al pueblo eran infieles y malos, el pueblo se distanciaba del Altísimo y sufría las consecuencias de eso.

A lo largo del tiempo, algunos grupos religiosos, como los fariseos, los saduceos y los escribas, pasaron a “monopolizar” la fe. Es decir, fundaron escuelas rabínicas, comandaron los servicios en el Templo, se tornaron miembros del Concilio (Suprema Corte religiosa de la nación israelita) y asumieron el cargo de intérpretes de la Ley, como si todo eso fuera exclusividad de ellos. Entonces, a las personas les restaba seguir sus determinaciones y orientaciones, cuando los consultaban para resolver sus cuestiones.

El Señor Jesús, sin embargo, le aconsejó a la multitud que Lo oía, que guardara solamente las enseñanzas, dadas por ellos, que tuvieran respaldo en las Escrituras, porque las demás instrucciones eran nocivas para la fe; ya que procedían de hipócritas.

“...En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen.”

– Mateo 23:2-3

Por no conocer al Señor, los religiosos de la época de Jesús no comprendían la esencia de Su Palabra, de forma que lograron transformar algo tan bueno para el ser humano en una carga pesada y difícil de ser llevada.

Las Escrituras transformadas en un peso

Los innumerables rituales y las muchas obligaciones religiosas – como las ceremonias de purificación, las largas oraciones públicas y los ayunos exagerados – se tornaron una carga insoportable para las personas. Tales exigencias hacían que el pueblo tuviera una percepción equivocada de Dios, es decir, que no Lo viera como a un Dios justo, sino como a un tirano.

Vale destacar que el Altísimo nos dio Sus Mandamientos no por capricho, y mucho menos para oprimirnos, sino para hacernos libres. Distante de Sus Preceptos, el hombre se hace esclavo del diablo y de su propia carne. Pero, sobre todo, no posee la verdadera Vida, porque es la Palabra de Dios la que le da sustento a nuestra alma. Al obedecerle, el ser humano recibe el vigor y las virtudes necesarias para vivir feliz en este mundo y en la eternidad.

El problema es que, con el tiempo, los grupos religiosos judaicos fueron añadiendo a los Preceptos Divinos normas y reglas humanas. Así, lo que había sido ideado para ser fuente de protección, seguridad y alegría para las personas se tornó opresivo y tedioso.

“Porque (los escribas y fariseos) atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas.”

– Mateo 23:4

El Salvador dijo eso porque, además de que los religiosos distorsionaban las instrucciones Divinas, no vivían nada de lo que les enseñaban a las personas. Aunque aparentaran pureza, por medio de un vocabulario piadoso y de “ropas sagradas”, la vida de ellos no servía de referencia para la fe bíblica.

“Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos...”

– Mateo 23:5

Para convencer a los demás de su devoción a Dios, los fariseos adoptaban una vestimenta diferenciada. Para que usted entienda eso, es necesario saber cómo los judíos comúnmente se vestían.

Junto a las vestimentas tradicionales, con franjas – que servían para recordarles a los israelitas el favor de Dios y Sus buenas promesas al liberarlos de Egipto –, los religiosos usaban una pequeña cajita de cuero sujeta a la frente, con una tira de cuero entrelazada en el brazo derecho. Esa cajita, llamada filacteria, contenía fragmentos de las Escrituras.

Todas esas especificidades en la ropa fueron comprendidas por los judíos de manera literal, a partir de pasajes como estos:

“Te será como una señal en tu mano, y como un recordatorio en tu frente, para que la Ley del Señor esté en tu boca; porque con mano fuerte te sacó el Señor de Egipto.”

– Éxodo 13:9

“Y las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos.”

– Deuteronomio 6:8

Cuando el Señor dio esas instrucciones, Él deseaba que el ser humano tuviera todo el cuidado para mantener Su Palabra en la mente y en el corazón, y no simplemente atar en su cuerpo fragmentos de las Escrituras. A fin de cuentas, de nada les serviría a los israelitas sujetar Sus enseñanzas en la frente y en las manos si estas no estaban arraigadas en lo más íntimo de cada uno de ellos.

Cuando la Palabra de Dios es interpretada al pie de la letra, y no de manera espiritual, se pierde la esencia que está en ella. Pero fue exactamente eso lo que los fariseos hicieron al alterar el sentido de las Escrituras.

En general, la filacteria y el talit [manto o chal con las franjas] eran usadas en el momento de la oración. Sin embargo, los religiosos comenzaron a usar cajas y tiras mayores y comenzaron a ostentarlas en las calles, como señal de “santidad”. Además, alargaban las franjas por pura vanidad.

Vale decir que ningún mandamiento Divino tiene la finalidad de llamar la atención de los demás hacia aquel que lo practica. Pero, según lo que el Señor Jesús dijo, los maestros judíos anhelaban solo visibilidad. Al colocar franjas enormes en sus vestimentas y filacterias agrandadas, ellos no querían honrar a Dios, sino atraer miradas de admiración y vanagloriarse de una espiritualidad que no tenían.

La armonía entre lo que Jesús hacía y decía

Los religiosos actuaban de forma totalmente opuesta a la de Jesús. Mientras ellos distorsionaban las Escrituras y aparentaban ser los santos que no eran, el Señor mostraba una perfecta e inseparable armonía entre Su conducta y Su discurso.