El patio rojo - Héctor Omar Jacobo - E-Book

El patio rojo E-Book

Héctor Omar Jacobo

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Beschreibung

Un niño mira el patio de su casa de pueblo y desde ahí aprende a mirar el mundo. "El patio rojo" es la novela que cuenta la infancia de su autor, mediante escenas intensas que nos resultan extrañamente cercanas. Este chico jugando a las carreras de autos con chapitas. O la imagen tenebrosa de un gallinero que se recorta sobre la noche. O el horno de barro al fondo de un galpón gigante, donde la madre lograba hacer las mejores empanadas árabes. Marcos va creciendo y a partir de las figuras que visitan la casa comienza a prestar atención a otras cosas importantes que ocurren a su alrededor…

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Seitenzahl: 104

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Ähnliche


Héctor Omar Jacobo

El patio rojo

 

Saga

El patio rojo

 

Copyright © 2022 Héctor Omar Jacobo and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728011577

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

A mis hijas, Florencia y Agustina.

A mis padres, Julio y Julia.

A mis nueve hermanos.

“Cada vez sospecho más que estar de acuerdo es la peor de las ilusiones”.

Julio Cortázar, Rayuela

“Ahora no hay nada, salvo el aroma de las casas cuando están vacías durante mucho tiempo: un olor al fondo de la vida, el olor seco que dejaría el mar si se retirara del mundo…”

Leila Guerriero

“No tenemos una idea política del futuro”.

Martín Caparrós

Uno

Marcos está sentado en un sillón aferrado al libro, un extenso ensayo político de cerca de mil páginas, que ahora descansa sobre sus piernas. Comienza a recordar. Amontona caprichosamente imágenes de hace medio siglo, de cuando el mundo se mostraba partido en dos mitades definidas, tensas. Marcos piensa que en su infancia cabían algunas certidumbres: por ejemplo, él había sido un niño feliz. Tiempos en los que eso llamado “utopía” parecía estar al alcance de la mano. Cuando sucedía justamente aquello que resultaba inalcanzable pero servía para caminar, para estar en continuo movimiento y no rendirse, como bien decía un autor uruguayo.

La añoranza y la necesidad del regreso a la niñez, intentar un recorrido, quizás son el anclaje que Marcos necesita para poder pensar su mundo –tal vez lo que él anhela–. El primer ladrillo de una construcción futura, sólida, que permita cierto resguardo hacia la vejez.

Mira las nubes con figuras vagas: son como ángeles sin alas; y, otras, las más cercanas, olas de un mar en tensión. De nuevo ese término. Recuerda que, de niño, su país era un volcán. Toda América Latina estaba en ebullición, agitada por cuestionamientos e insatisfacciones. Sea porque existió sobrevaloración de los deseos políticos, o una estimación acertada, lo cierto es que fue un tiempo donde los anhelos reales de cambio parecían posibles. Algo, no se sabía qué, parecía estar gestándose. Similar a otra certidumbre: la parte del mundo que habitaba, que aún habita, debía cambiar, tenía que cambiar. No podía seguir sosteniéndose en la injusticia y en la desigualdad.

Las nubes han tomado formas abiertamente irregulares, deshechas por el sol implacable del verano. Marcos, debajo del limonero del pequeño pero acogedor patio de su amigo Diego, retoma la lectura del ensayo político escrito por un filósofo argentino.

Está solo. Hace pocos meses que se fue de su casa, la que habitaba con sus hijas y con la que ahora es su exesposa.

 

A Marcos le encanta leer en soledad, sentir la inclinación a la literatura como un recurso generoso e inconsciente que le permite explorar el propio mundo interior, y reconocer que, sin imaginación, se dificulta el reto de liberar nuestras ataduras y prejuicios; también lo siente como una forma de aproximarse al mundo que le ha tocado vivir, para descubrir y gozar de la libertad, porque la lectura es una excusa necesaria para no rendirse, una pasión que hace más llevadera la propia vida. Esa vida que le ha tocado enfrentar con no pocos duelos, con pérdidas que de la mano del tiempo le van arrebatando los seres queridos, sus afectos inmediatos. Hace apenas un año atrás, se desayunó durante una Feria del Libro con la tristísima noticia de la muerte de Osvaldo, un amigo de siempre. Porque una mañana cualquiera, en tiempos de inmediatez desmesurada, donde absolutamente a todo lo que ocurre en el mundo se accede apretando una tecla de celular, él, Marcos, despertó en una cucheta de un hostel porteño rodeado de gente extraña, sin atinar a mucho o a nada, puteando por lo bajo al aparato que confirmaba la desgracia terrible mientras unos lagrimones manchaban la funda de la almohada. ¿Cómo fue posible que estando a cientos de kilómetros ni siquiera había pensado en Osvaldo y que, de repente, necesitado de tenerlo consigo, de abrazarlo y despedirlo, no se lo podía quitar de encima?

Y Marcos especula que, quizás, el pobre, jamás pudo con el inesperado final de su madre; que su mundo empezó a derrumbarse desde esa llamada fatal que recibió en el trabajo. Con el viaje urgente y desesperado para ganarle tiempo a un corazón que acababa de estallar, el arribo a las corridas al puesto del mercado con ella en el suelo todavía respirando, quizás esperándolo para despedirlo, y esa última mirada como en un epílogo de novela trágica disculpándose por irse así, tan de repente, sin avisar, ni poder pronunciar palabra alguna. Solo esa última imagen de su hijo aturdido y partido en dos, sin entender qué diablos había ocurrido.

También, Marcos necesita a la literatura para balbucear hipótesis, conjeturas, sobre qué está pasando en el mundo. Hacia dónde se dirige su país, la tierra donde le tocó nacer. Un país repleto de contradicciones, disputas sin fin, a veces xenófobo, intolerante, históricamente unitario, transgresor de normas y leyes, con dificultades para ejercer controles, que parece mirar siempre la inmediatez de su ombligo desdeñando sueños a mediano y largo plazo, haciendo ahora y deshaciendo mañana, recostándose fuertemente en líderes carismáticos, con instituciones frágiles, acomodaticias, corporativas y presas del poder político de turno. Pero, también, un país con enormes riquezas y oportunidades, con muchísima gente, argentinos, que sueñan torcer ese destino, que no toleran decir: “Las cosas son así y punto”. En este aspecto, se muestran transgresores, también inconformistas, acogedores, irreverentes y luchadores, talentosos, soñadores, generosos. En fin, hombres y mujeres de buena voluntad.

Se recuesta en la literatura para buscar en las raíces de la política argentina contemporánea qué tipo de país fuimos, por lo menos en las décadas que pregonan el arribo del peronismo al poder. Y no es que se defina de ese color político. Le interesa como punto de largada por tratarse de un partido con –¿enorme?– arraigo social y que, guste o no, ha dominado la geografía política y simbólica de los últimos setenta años.

Leer es una forma de resistencia, de superar lo banal con las propias armas, aquellas que supo cultivar desde la adolescencia, y de encontrar sentido a lo que verdaderamente importa: en este caso preciso, el bienestar de la gente, de las personas, de lo que se conoce como las mayorías. Con el tiempo, la lectura y los hechos le proporcionaron a Marcos las herramientas para adentrarse en las complejidades del mundo y de la política. Hoy, en su rol de profesional, intenta respuestas y solo obtiene más interrogantes. A veces teme pecar de relativismo. O será que hace demasiado tiempo, años quizás, que la realidad le ha demostrado la terquedad sólida y dolorosa de los hechos.

Marcos se interroga. Vuelve a rememorar su infancia. Y es en ella donde halla reposo. Y se queda dormido en el sillón bajo el limonero, añorando el encuentro tierno con la niñez. Lo único que lo hacía sentir completamente seguro.

Dos

El patio rojo de la casa paterna –llamado así por las baldosas que dispusieron los anteriores dueños o quizás sus padres–, se ha convertido en una pista cuadrada por donde giran las chapitas de gaseosa y de cerveza en una carrera a todo o nada. Tiene que existir precisión, exactitud, para que los autos no se salgan del camino, o sea, del mosaico rojo. Marcos juega solo, y mientras mueve las chapitas a tincazos, con sus dedos largos y flacos, va relatando, hace de locutor automovilístico de Turismo Carretera. Le llama la atención el nombre de un coche: Trueno Naranja. Le gusta, tiene fuerza. No parece tener el mismo carácter, ni en nombre ni en reacción, el presidente de la Nación: le dicen Tortuga, escuchó a un tío puntano que viene seguido a visitar a sus padres: “Este tipo no tiene carácter, los milicos se lo van a llevar puesto como a Frondizi”. Su mujer asiente, fumando un largo cigarrillo. Uno tras otro. La tía de Marcos parece esas viejas locomotoras a vapor regando de humo la cocina.

Marcos no tiene idea de quién es Frondizi, solo que es un nombre que se le pega como otro cualquiera. El que no recuerda es el del presidente. Y eso que estuvo hace poco visitando la ciudad: lo supo porque su hermano Rodolfo le hizo unas preguntas en la radio. Lo acompañó su padre.

“Qué genio mi hermano, tiene solo siete años y parece que sabe sobre eso que en casa llaman política”.

Marcos duerme enfrente del dormitorio de sus padres. En una pieza tan enorme que hasta podría caber una contradicción: la que tiene su madre con el tío puntano. Le susurra a su esposo: “No estoy de acuerdo con sus críticas a Illia. La tienda va muy bien, se nota que la gente tiene con qué. Hay libertades, hay trabajo. Es un hombre muy honesto y le hacen la vida imposible. Es injusto…”.

 

Marcos rememora, esta vez leyendo el libro acompañado de un café humeante, y al recordar, no deja de sorprenderlo el análisis de su madre. No solo por no ser habitual en esa mujer acorralada por el trabajo doméstico y la atención de sus diez hijos. También, por su rigor y seguridad. El tono marcado con que lo hizo. Aunque cauta y respetuosa, muchas veces le oyó deslizar opiniones de la realidad con cierta soltura. Tampoco es casual: su madre era curiosa, sabía encontrar espacios para leer el diario o escuchar noticieros. Hábitos que prolongaría como una letanía hasta su vejez.

Marcos disfruta el momento: se levanta, pone la cafetera en la hornalla y lleva el ensayo político a la cama. La mañana está fresca, viene bien para descansar de tanto calor y humedad. Piensa que Córdoba no es la misma que hace treinta años atrás. Han talado miles de árboles, cientos de bosques nativos. El agua, cada vez más escasa, no tiene dónde escurrir. Acaban de sacar una ley que sigue avalando el desmonte, la tala indiscriminada, protegiendo a los productores de soja, la nueva vedete argentina. Entran muchos dólares al país porque los chinos, un mercado impresionante, compran a mansalva. El precio está por las nubes. Qué pasará cuando Asia se canse de la soja. Somos soja-dependientes. Marcos añora aquel país de perfil fuertemente industrial impulsado en los años cuarenta. Casualmente relee esa época: el ensayista sostiene que Perón, por las razones que sean, supo visualizar al nuevo sujeto social que migraba del campo a la ciudad. No solo eso: una vez en el gobierno, el líder lo va a dignificar con una enorme cantidad de beneficios sociales: buenos salarios, aguinaldo, vacaciones pagas, indemnizaciones, obra social y jubilaciones. Los marxistas argentinos lo criticarán diciendo que el Estado peronista se apropió de los obreros, conquistándolos con prebendas, creando la central de trabajadores, burocratizándolos, en lugar de que sean estos, los obreros, quienes se apropien del Estado a través de una revolución. Socialistas y anarquistas, a su vez, reivindicarán ser autores de las primeras leyes laborales en favor del asalariado argentino. Marcos deduce que, aunque institucionalmente esos beneficios comenzaron a aplicarse desde la segunda mitad de los años cuarenta, la discusión política sobre su origen permanece hasta nuestros días.

El ensayo sostiene que, por primera vez, el obrero se le plantará al patrón: “Mire, es hora del almuerzo. La carretilla no se toca, la dejo a mitad de camino, ¿eh?”. Este nuevo cuadro de situación –añade el filósofo–, provocará una enorme transferencia en la riqueza nacional a favor de los nuevos proletarios. No será gratuito: la oligarquía lo facturará tarde o temprano.

Tres