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¡Desterrada! ¡Perseguida! ¡Reclamada! El matrimonio concertado de la princesa Amber con el príncipe Kazim Al-Amed de Barazbin era un sueño hecho realidad… ¡al menos para ella! Pero la noche de bodas resultó ser un absoluto desastre y un furioso Kazim la desterró de su reino y de su vida… Con la convulsa situación de su país, Kazim debía demostrar su capacidad para gobernar y ofrecer un heredero a su pueblo. Pero para hacerlo necesitaba encontrar a su princesa. Amber siempre había tenido el poder de desequilibrar a Kazim, de hacerle perder el control. Pero si debía salvar su nación, y su matrimonio, debía reclamar a su esposa ¡y hacerla suya por fin!
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Seitenzahl: 196
Veröffentlichungsjahr: 2016
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Rachael Thomas
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El perfume del desierto, n.º 5439 - diciembre 2016
Título original: Claimed by the Sheikh
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8975-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
ERA el momento que Amber había estado esperando. Su esposo, el príncipe Kazim al-Amed de Barazbin, era un hombre poderoso y, a pesar de lo nerviosa que estaba, quería que su primera noche juntos fuera perfecta. Aunque había sido su padre quien lo había elegido al concertar el matrimonio, ella le había entregado su corazón desde el momento en que se habían conocido. Su reputación lo precedía y Amber estaba decidida a ocultar su virginal inocencia desempeñando a la perfección el papel de seductora.
En cuanto habían salido del banquete, las cosas habían cambiado, habían ido mal. La cálida sonrisa de él había desaparecido y ahora allí estaba, de pie en su suite, con una expresión de furia nublando su hermoso rostro.
–No deseo este matrimonio –fue evidente que le costó pronunciar la palabra «matrimonio»–. No tienes por qué cambiar tu vida.
–¿Cambiar mi vida? –¿cómo podía decirle algo así, tan tranquilamente? ¡Por supuesto que su vida cambiaría! Sin embargo, alzó la barbilla y se mantuvo firme al no querer mostrarse débil ante un hombre tan fuerte.
–Al igual que tú, me he casado por una cuestión de deber y de respeto hacia mi familia.
Los ojos de Kazim, tan negros como la obsidiana, se clavaron en ella y un cosquilleo le recorrió la espalda.
Él le tomó la mano; la calidez de sus dedos alrededor de los suyos hizo que se le acelerara el corazón, y por un instante vio confusión en su mirada.
–Hemos cumplido con nuestro deber. Ahora volverás con tu familia.
Kazim suspiró aliviado, agradecido de que su esposa fuera una mujer sensata sin tendencia al histerismo. Debía de ser por la influencia occidental que había tenido en la vida. La misma influencia que la había pervertido. Acababan de llegar a sus oídos ciertos rumores sobre sus citas secretas con hombres en habitaciones de hotel mientras había estado estudiando en el extranjero, así que, al parecer, no era la novia inocente que había estado esperando. Él había cumplido con su deber, se había casado con la mujer que su padre había elegido. Pero ya no haría nada más.
–¿Y qué debo hacer entonces? –por un momento pareció aterrorizada y él se preguntó si se habría apresurado a juzgarla.
–Lo que fuera que hacías antes de llegar aquí. Por supuesto, contarás con todo mi apoyo económico –por lo que a él respectaba, después de lo que acababa de descubrir, tenía todo el derecho del mundo a mandar a su esposa a su casa y poner en duda su idoneidad.
–Entonces, ¿vuelvo a mi vida, así, sin más?
–No hay problema –respondió él vacilando–. Aunque esperarán que el matrimonio quede consumado.
–Eso tiene fácil solución –dijo ella tirando de la seda de su abaya–. Podemos hacer que parezca que ha sucedido algo.
Kazim no se podía creer lo que estaba oyendo y viendo. A medida que cada pieza de seda caía al suelo, la lujuria inundaba más sus venas. Esa mujer era su esposa, una virgen inocente, y aun así estaba haciéndole una especie de striptease. ¿Qué había aprendido en Inglaterra?
Con cada movimiento se volvía más atrevida, seduciéndolo con sus curvas y con la sensual pose de sus labios. La furia mezclada con la incredulidad formaron un cóctel embriagador en él. Esa mujer no era una ingenua. Aun así, él siguió mirando mientras la lujuria le retumbaba por las venas.
Cuando sus movimientos se volvieron más rápidos y la seda se rasgó, ella emitió un pequeño grito de sorpresa y después sonrió. Fue la sonrisa de una mujer que sabía cómo provocar a un hombre.
–Así parecerá más real todavía.
Después, el último trozo de seda cayó al suelo dejándola casi desnuda y fue entonces cuando sus miradas se encontraron. Amber, de pie, lo miraba como retándolo a resistirse a ella. Y Kazim apenas podía resistirse, pero tomarla ahora era imposible. Lo invadía una ira tan fuerte que sabía lo que podría pasar, y no podía arriesgarse.
–Ponte algo de ropa encima –bramó, apenas capaz de contener la rabia que sentía. En solo unos minutos ella había demostrado ser absolutamente inapropiada como su esposa.
Poco después, ella salió del baño con su exuberante cuerpo cubierto por un suave albornoz. Se sentó en la cama y sus ojos color café retaron a los suyos.
–La cama tendrá que estar como si nos hubiéramos acostado en ella.
–¿Qué?
Tranquilamente sentada, sus pechos se alzaban y descendían con cada suspiro, haciendo cada vez más complicado poder resistirse a la llamada de la lujuria.
–La cama –repitió con frialdad–. Si quieres que parezca que este matrimonio se ha consumado, tendría que estar revuelta.
Al ver cómo el hombre con el que se había casado revolvía las sábanas, se le despertó el instinto de supervivencia. No la mandarían de vuelta a casa como una novia deshonrada, una que seguía siendo virgen. De ser así, no podría volver a mirar a sus padres a la cara.
Si su marido podía ser tan frío y calculador en lo referente al matrimonio que acababan de contraer por obligación, entonces ella también podía. El trato alcanzado por sus padres sería honrado siempre que pareciera que habían pasado la noche en la misma cama y que el matrimonio se había consumado.
Solo unas horas más y entonces se podría marchar. Tan lejos como pudiera. Tal vez podría ir a lugares y hacer cosas que su posición como hija única y princesa de Quarazmir jamás le había permitido hacer.
Diez meses después
La había encontrado.
El príncipe Kazim al-Amed de Barazbin la había encontrado.
Amber lo vio atravesar el club parisino caminando entre las mesas y fijándose en las bailarinas. Incluso bajo la tenue luz podía apreciar el desdén en su expresión.
Estaba clavada en el sitio, no se podía mover. No quería mirarlo, pero no podía evitarlo. A cada paso que daba irradiaba autoridad, acentuando ese puro poder masculino que no hacía más que resaltar su salvaje naturaleza. Su bronceada tez, su brillante cabello negro y ese traje caro hacían que destacara de entre la clientela habitual del club, y lo cierto era que ella no era la única persona que se había fijado en él.
Un torbellino de nervios, mezclado con la misma atracción que había sentido cuando se habían visto por primera vez, la recorrió. Agarró con más fuerza la bandeja de vasos que estaba recogiendo. Llevaba casi un año soñando con que fuera a buscarla y le declarara su amor, pero a juzgar por su expresión, sabía que esas esperanzas eran en vano.
Jamás la había amado y temía cuál podría ser la razón de que estuviera allí. No estaba segura de poder soportar otro rechazo del hombre al que había adorado. Había sido su sueño hecho realidad. El único hombre al que había amado.
Agradecida de que la tenue luz del lugar le permitiera marcharse prácticamente sin que nadie se diera cuenta, soltó la bandeja y, sin apartar la mirada de su cuerpo, retrocedió entre las sombras. La música retumbaba con tanta fuerza como su corazón cuando lo vio detenerse, tan alto y estirado y con el ceño fruncido. Posó brevemente los ojos en ella y Amber no pudo evitar mirarlo.
Cuando Kazim dio un paso hacia ella, pensó que ahí acababa el juego. Después miró a su alrededor una vez más y se sintió aliviada. No la había reconocido. Debería haberse alegrado por ello, y en cambio, un dardo de dolor la atravesó.
Justo cuando pensó que podía volver a respirar, él volvió la mirada hacia ella una vez más y con inquietante precisión. Kazim avanzó un paso con su penetrante mirada clavada en su rostro, ajeno a los clientes y las camareras que intentaban pasar por delante de él. A juzgar por la fina línea de sus labios y la firmeza de su mandíbula, sabía que era ella.
Amber comprobó que la peluca rubia con mechas rosas que usaba en el trabajo estuviera en su sitio. No podía haberla reconocido así… ¿verdad? De todos modos, tampoco estaba dispuesta a correr ningún riesgo. Aún no estaba preparada para enfrentarse a él, no ahí, no así. Necesitaba tiempo para recomponerse, tiempo para olvidar todos los sueños que él había destrozado.
Kazim miró a las bailarinas una vez más y después volvió a mirarla a ella. La distancia entre los dos de pronto se acortó, incluso a pesar de que ninguno se movió, y Amber captó su recelo y su sorpresa. Tenía que irse. Ya mismo.
Rápidamente, se movió entre los clientes con la mirada puesta en la puerta que conducía a los camerinos. La puerta hacia santuario y, con suerte, hacia la salida. No podía enfrentarse a él aún. Necesitaba tiempo para encontrar fuerzas.
Empujó la pesada puerta y corrió por el pasillo hacia los camerinos, entrecerrando los ojos ante las brillantes luces. El corazón le palpitaba con fuerza; no podía creerse que estuviera allí, no después de las crueles palabras que le había dirigido aquella y única noche que habían pasado juntos.
–¡Amber! –su voz, con ese acento tan marcado, sonó autoritaria dejando claro que la había reconocido.
Se quedó helada. Tras oír su nombre salir de esos despóticos labios no se atrevió a moverse. Ni siquiera se veía capaz de darse la vuelta. Su corazón galopaba más veloz que un caballo de carreras al oír las pisadas tras ella, acercándose, hasta que un escalofrío provocado por algo que se negaba a admitir le recorrió la espalda. ¿Cómo podía seguir produciendo ese efecto en ella?
La puerta que daba al club se cerró, amortiguando el sonido de la música, y lo único que podía oír era el sonido de sus caros zapatos de piel sobre el suelo de baldosas. Después hubo silencio. Sabía que estaba casi justo tras ella. Podía sentirlo, todo su cuerpo lo sentía, pero no se podía girar.
Finalmente, logró mover los pies y corrió hacia los camerinos sin mirar atrás. No se atrevía. Porque una sola mirada desataría todos los recuerdos de sus sueños rotos; unos sueños que él había aplastado.
–Puedes correr, Amber, pero no te puedes esconder.
La dureza de su voz la hizo detenerse justo cuando llegaba a la puerta de los camerinos. Lentamente se giró, sabiendo que había llegado el momento, le gustara o no… Ese era el momento que llevaba temiendo casi un año.
Ya era hora de hacerle frente a su pasado.
–No estoy corriendo –dijo apresurada y enérgicamente, mirándolo a la cara. Se sorprendió con el valor con que pronunció esas palabras.
Mientras miraba a Kazim, alzó la barbilla y echó los hombros atrás. Lo encontró cambiado. Seguía siendo innegablemente guapo, pero estaba distinto. Lo vio dar unos cuantos pasos más hacia ella. La intensa luz fluorescente del angosto pasillo destacaba los ángulos de su rostro, el filo de sus mejillas y el firme gesto de sus labios. Ahora tenía que ser fuerte. No podía dejar que viera lo desconcertada que se sentía.
–Ni tampoco me estoy intentando esconder, Kazim.
–No creo que te puedas esconder mucho bajo esa cosa tan ridícula –contestó él con furia.
Sin poder evitarlo, ella tocó la peluca.
–Es parte del trabajo –dijo Amber con indiferencia mientras él se situaba directamente frente a ella, y demasiado cerca. Su enfado por la peluca la complació y fue el combustible necesario para resistirse a él.
Kazim la miraba con frialdad, bañándola con su desdén, tal como había sucedido la última vez que lo había visto. Esas imágenes se reproducían frenéticamente en su cabeza, tan claras como si todo hubiera sucedido la noche anterior en lugar de meses atrás.
Aquella noche la había desairado, había rechazado sus torpes intentos de acercamiento y había despreciado su amor. La había rechazado sin pararse a pensar qué significaría para ella, sin importarle cuánto la afectaría. Por eso, ahora era una mujer distinta a la que había sido aquella noche. Tenía que ser más fuerte. Era más fuerte. Y él no le volvería a hacer daño.
–¿Y esto? –Kazim alargó la mano y arrancó las plumas que adornaban la parte baja de su atuendo tipo corsé, devolviéndola al presente–. ¿Esto también es parte del trabajo?
–Sí –le respondió secamente y apartándole la mano con brusquedad. Jamás le permitiría saber cuánto daño le había hecho, cómo le había destrozado la vida–. Lo que haga para ganarme la vida ya no es asunto tuyo. Te aseguraste de que así fuera.
Bullendo de indignación, recordó cómo la había alejado de su lado, cómo le había dado la espalda.
–¿La vida? ¿A esto llamas «ganarse la vida»? –unos ojos oscuros, brillantes por una rabia apenas camuflada, la atravesaron como intentando extraer cada secreto de su alma.
–No te preocupes –ella posó las manos en las caderas y lo miró, exasperada ante tan obvio menosprecio–. Nadie sabe quién soy en realidad.
Ni ella sabía ya quién era después de estar intentando convencerse a sí misma, y a su compañera de piso, de que era simplemente una chica corriente más intentando ganarse la vida y superar un mal de amores.
–Eso explica por qué ha sido tan difícil encontrarte –dijo él irritado.
–Yo nunca he tenido intención de encontrarte –le contestó ella mientras la rabia anulaba esos inútiles atisbos de esperanza–. He seguido adelante con mi vida.
–¿Y has llegado a este estilo de vida?
El tono de burla quedó dolorosamente claro en la pregunta, pero ella no le permitiría que aplastara sus sueños. No por segunda vez.
–Tengo planes, Kazim. Me he apuntado a un curso de arte –en cuanto pronunció esas palabras, deseó poder retirarlas.
Él respiró hondo, como intentando no perder la paciencia.
–¿Y qué hay de tu deber?
–¿Deber? –preguntó prácticamente escupiéndole la palabra–. ¿Qué fue aquello que dijiste en nuestra noche de bodas? Ah, sí… «Hemos cumplido con nuestro deber. Ahora volverás con tu familia».
Se levantó y lo miró mientras esas palabras resonaban por su cabeza. Por un momento, una estúpida esperanza reavivó en su corazón, la esperanza de que él se hubiera dado cuenta de que la amaba, pero rápidamente la apartó y la guardó bajo llave. Kazim no estaba allí porque la amara. Pero entonces, ¿por qué estaba allí cuando había dejado descaradamente claro que no quería saber nada de ella? ¿Que se trataba de un matrimonio que tendría que soportar y del que, sospechaba, le gustaría liberarse?
La dura expresión de su rostro la hizo quedar en silencio. Los mismos ojos intensamente negros de los que se había enamorado ahora poseían un implacable brillo dorado.
–No me puedo creer que te hayas escondido en París, y menos en esta parte de la ciudad.
–Entonces, ¿preferirías que le hubiera contado al mundo entero que estaba aquí? –esas desafiantes palabras dieron en la diana y la llenó de satisfacción ver a Kazim apretar la mandíbula. Una expresión de furia acentuó el tono dorado de sus ojos. Si pensaba que podía volver a su vida y juzgar lo que hacía o dejaba de hacer, estaba muy equivocado.
–No he querido decir eso.
Kazim se acercó todavía más, cerniéndose sobre ella, y Amber lo miró fijamente, desafiándolo. Su aroma almizclado con toques de lugares exóticos atormentaron sus sentidos y ella tuvo que forzarse a permanecer calmada y no perder el control.
–¿Y qué has querido decir, Kazim? –en un intento de distraerse por un instante, se quitó la peluca y sacudió su resplandeciente melena negra, agradecida de poder librarse de los rizos rubios falsos.
Al verla, los ojos de Kazim se oscurecieron aún más y los destellos de ira dorados se encendieron hasta tornarse en un color bronce y pasar a derretirse en las profundidades del negro medianoche. Cuando tragó saliva, Amber se fijó en la bronceada piel de su cuello. Kazim apretó la mandíbula y posó en ella su penetrante mirada.
Estaba atrapada, absolutamente paralizada por esa pura masculinidad. Ese salvaje vigor, que le había atrapado el corazón la primera vez que se habían visto, la dejaba incapaz de apartar la mirada de él. Ni siquiera podía retroceder del fuego que se había originado entre los dos amenazando con quemarla si se acercaba un poco más. Pero, como una polilla atraída por la llama de una vela, ella se sentía obligada a acercarse, incluso aun sabiendo que eso la destruiría.
Parpadeó rápidamente y respiró hondo. No se podía permitir dejarse debilitar, no se podía permitir que la atracción que siempre había sentido por él la gobernara.
Kazim la miró entrecerrando los ojos.
–No puedes haber olvidado la última vez que te vi. En aquel momento también estabas ocupada quitándote la ropa –esas palabras salieron de su boca como balas, con dureza y precisión–. Así que el hecho de que trabajes aquí, en este agujero de bajos fondos, no me sorprende.
Ella quería cerrar los ojos de vergüenza ante el recuerdo. En su inocencia, había pensado que estaba haciendo lo correcto en su noche de bodas al actuar como lo que no era: una mujer atrevida y seductora. Su reputación de mujeriego era de sobra conocida y ella no había querido que la viera como una esposa poco experimentada e inútil.
–No tengo tiempo para discutir ni contigo ni con tu ego –más furiosa aún que antes, resistió la tentación de lanzarle la peluca–. Dime qué quieres, Kazim, y después lárgate… para siempre –esas últimas dos palabras salieron de ella precipitadamente y se posaron alrededor de ambos con determinación.
–¿Que qué quiero? –preguntó furioso.
–Dilo –contestó ella dándose la vuelta. Tenía que ponerse algo de ropa encima, cubrirse el cuerpo con algo que la protegiera de su escrutinio–. Quieres el divorcio.
Pronunció esas palabras de espaldas a él mientras abría la puerta del camerino, segura de que no la seguiría hasta ahí. A continuación, tiró la peluca sobre una abarrotada mesa volcando un pintalabios. Suspiró sin ser consciente de que había estado conteniendo el aliento, desesperada por controlar sus emociones.
Oyó la llave girar y, cuando se dio la vuelta, vio a Kazim allí, de pie en el camerino, con la espalda pegada a la puerta, los brazos cruzados sobre el pecho y ese constante aire de superioridad que emanaba de él como un tsunami.
–El divorcio no es una opción.
Sus ásperas palabras le arrebataron la habilidad de pensar y de hablar. Si no quería el divorcio, entonces, ¿qué quería de ella? ¿Qué era tan importante como para haberla seguido hasta allí y personarse en ese… cómo lo había llamado… «agujero de bajos fondos»?
Kazim vio el rostro de Amber palidecer. Por ser hijo único y heredero del jeque de Barazbin, había sido su deber tomar como esposa a la mujer elegida por su padre. Su padre, el mismo que ahora lo había obligado a ir a buscarla. Sin embargo, jamás se habría esperado encontrarla en un lugar así.
Intentando obviar el impacto que le había generado ver lo bajo que había caído la princesa Amber de Barazbin, se forzó a centrar la atención en eso para lo que había ido hasta allí.
Su esposa.
Amber se giró y Kazim observó su perfil mientras se recogía la melena, ahora más corta que antes, en una cola de caballo. Ella tenía la mirada clavada en el espejo y él se sintió hipnotizado por sus carnosos y apetecibles labios.
De pronto lo miró desafiante, removiendo algo dentro de él, pero ceder ante esos pensamientos carnales no lo ayudaría en nada. Tenía que llevarla de vuelta a Barazbin para que viviera allí como su esposa, y estaba dispuesto a lograrlo.
–El divorcio es la única opción. El modo en que me rechazaste me lo dejó bien claro, Kazim. No me quedó ninguna duda de que nuestro matrimonio había terminado antes de siquiera haber empezado.
Se desmaquilló como si él no estuviera allí y, cuando volvió a mirarlo, le pareció más joven de los veintitrés años que tenía pero, a la vez, toda una mujer. Una mujer preciosa que casi lo estaba distrayendo de su propósito. Y eso no lo podía permitir.
–Imagino que estás al corriente de la deteriorada salud de mi padre –descruzó los brazos y apretó los puños, invadido por una rabia más intensa que nunca al mencionar a su padre. Un fuerte pesar cayó sobre él como una tormenta de arena.
–Me he encargado de no estar al corriente de nada de lo que sucede en Barazbin –la brusquedad y brevedad de su respuesta aumentó la ira de Kazim–. No hace falta. No voy a volver jamás.
Él no se había esperado algo así, una mujer desafiante que encendía su cólera y le removía la sangre a partes iguales. Ya no era la esposa sumisa a la que le había dado la espalda sino una mujer que poseía todo el encanto necesario para hechizar a un hombre. Pero era su esposa de cualquier modo. Una esposa con la que tenía intención de volver a Barazbin.
–Si no te importa, Kazim, me gustaría cambiarme –le lanzó una altanera mirada y sus delicadas cejas se alzaron con gesto de desafío.
–No tengo ninguna objeción en que te pongas algo de ropa encima, no –si se cubría, tal vez él podría pensar con más claridad. Tal vez cesaría ese salvaje calor que le recorría la sangre y que se volvía más complicado de ignorar a cada segundo que pasaba.
Tal como le había sucedido momentos antes, se quedó hipnotizado por sus largas piernas expuestas de forma espectacular gracias a ese traje tipo corsé. Su estrecha cintura quedaba resaltada por esas ridículas plumas rosas.
–Lo que he querido decir con eso es que deberías marcharte –un tono de irritación resonó en su voz mientras lo miraba.
–O me marcho contigo o no me marcho, y ya que no tengo el más mínimo deseo de que me vean por las calles de París con una stripper, te sugiero que te vistas –le dijo dando un paso adelante hasta que la brusca respuesta de Amber lo detuvo.
–¡Yo no soy una stripper! –impactada, retrocedió como si esas palabras la hubieran quemado.
–Por lo que recuerdo, tienes mucha… ¿cómo lo diría?… práctica para quitarte la ropa –volvió a recordar su noche de bodas, la provocación con la que ella se había desprendido de la seda que le había cubierto el cuerpo y la había ido lanzando sin miramiento por la suite–. ¿No fue eso lo que hiciste en nuestra noche de bodas?
Ella apretó los labios y respiró hondo.
–Puede que sí, pero he visto lo que estaba pasando ahí fuera cuando he llegado.
–Lo que has visto, Kazim, eran bailes –contestó con rabia y las manos apoyadas fuertemente en las caderas.
Él frunció el ceño y contuvo una sonrisa triunfante al ver su gesto de irritación. No dijo nada más, simplemente enarcó las cejas.
–Como quieras –Amber se encogió de hombros y se puso de espaldas a él–. Pero si quieres que me cambie de ropa para que no parezca una stripper, al menos sé útil y desabróchame.