El Petrus y nosotras - Pilar Calveiro - E-Book

El Petrus y nosotras E-Book

Pilar Calveiro

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Beschreibung

"No sé si no sentíamos el miedo o ya se me olvidó, pero el recuerdo de esos primeros meses en Tucumán, cerquita de mi hija, viéndola crecer y empezar a jugar, hablando cada vez más, comiendo juntos y acostándonos después, felices como si de verdad fuéramos una familia 'normal', fue inolvidable". Horacio Campiglia, el Petrus, nació en 1949. Empezó a militar en una agrupación estudiantil antiimperialista en 1967, mientras terminaba el Colegio Nacional de Buenos Aires. Ese año, cuando el Che Guevara todavía luchaba en el monte boliviano, conoció a Pilar Calveiro en una conferencia sobre petróleo y soberanía. Integró las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y, cuando se produjo la fusión con Montoneros en 1973, pasó a dirigir la estructura de Inteligencia de esta organización. Ya fuera del país, fue parte de la Conducción Nacional y del operativo de la contraofensiva. El 12 de marzo de 1980, cuando volvía a la Argentina, fue detenido en el aeropuerto de Río de Janeiro y entregado al Batallón 601. Continúa desaparecido. En este libro íntimo y luminoso, Pilar Calveiro, compañera de vida y militancia de Horacio Campiglia, y las hijas de ambos, Mercedes y María Campiglia, cuentan –a partir de recuerdos personales y entrevistas a quienes lo conocieron bien– quién fue el Petrus, qué cosas le gustaban, qué lo empujó a militar hasta el final. No pretenden enunciar la verdad de la historia, sino acercarse a la vida de alguien muy querido, y a una época violenta que también tenía lugar para la alegría y los afectos. ¿Por qué este libro hoy, cuando recuperan poder las voces que justifican o relativizan el terrorismo de Estado? Porque es un testimonio honesto, sin idealizaciones, sin nostalgia. Un testimonio –no una exaltación– del compromiso militante y la decisión de formar una familia en tiempos de riesgo y clandestinidad, como una apuesta por la vida y el futuro.

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Índice

Cubierta

Índice

Portada

Copyright

Prólogo. Algo vivo que ha crecido de tu muerte (Ana Longoni)

Horacio Campiglia, el Petrus (Pilar Calveiro)

Una historia rota (Mercedes Campiglia)

Cuando el río vuelva al mar (María Campiglia)

La palabra grabada de Horacio Campiglia

Pilar CalveiroMaría CampigliaMercedes Campiglia

EL PETRUS Y NOSOTRAS

Una familia atravesada por la militancia

Calveiro, Pilar

El Petrus y nosotroas / Pilar Calveiro; María Campiglia; Mercedes Campiglia.- 1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2024.

Libro digital, EPUB.- (Vidas para Leerlas)

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-801-317-6

1. Historia. 2. Historia Argentina. 3. Biografías. I. Campiglia, María. II. Campiglia, Mercedes. III. Título.

CDD 306.0982

© 2024, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

<www.sigloxxieditores.com.ar>

Fotografías de cubierta e interiores: María Campiglia

Diseño de cubierta: Emmanuel Prado / <manuprado.com>

Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina

Primera edición en formato digital: marzo de 2024

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-317-6

Prólogo

Algo vivo que ha crecido de tu muerte

Ana Longoni[1]

1.

Este libro nace del pacto amoroso entre una madre, Pilar Calveiro, y sus dos hijas, Mercedes y María Campiglia, dispuestas a poner en común, en delicada filigrana, sus ejercicios de memoria en homenaje a su compañero de vida y papá Horacio Campiglia, detenido-desaparecido en 1980 cuando intentaba retornar a la Argentina.

Pilar es una reconocida intelectual, Mercedes es doula (acompaña en el parir) y María es artista visual, tres distintas conexiones sensibles con el mundo y sus transformaciones. Sus voces se entretejen preservando su propia textura, dispuestas a ensamblarse como movimientos de una sonata. Componen la historia singular de Horacio (y en alguna medida también la de su hermana Alcira, secuestrada en 1977) desde la cercanía que da la intimidad, el afecto y, en el caso de Pilar, la responsabilidad de ser la única sobreviviente de ese trío querido que siempre echará en falta.

Lejos de una entonación monocorde o al unísono, encuentran distintos modos de aproximarse a esa vida y a cómo les duele su ausencia. Pilar sitúa la historia militante, Mercedes se remonta a los pormenores de la biografía de la familia Campiglia, incluso antes de que nacieran Alcira y Horacio, y María explora el álbum fotográfico y lo enhebra en su ensayo a través del agua y su fluir, su magnetismo y su amenaza.

2.

Hace un año, Pilar, Dani Zelko[2] y yo tomábamos un café en el microcentro porteño, luego de asistir a una conversación académica sobre la contraofensiva montonera. Pilar estaba estremecida. Había recibido ese mismo día un llamado telefónico del hijo de un represor de Campo de Mayo, preguntándole si un maletín de médico que su padre guardaba como trofeo de guerra podría haber pertenecido a Horacio. Él fue estudiante de medicina, y ella cree que sí, que es verosímil que algo de ese mundo fuese parte de su cobertura legal al arriesgarse a entrar al país con un pasaporte falso. Entiendo que, más que la fidelidad a una reconstrucción histórica, lo que la conmueve es la chance de rozar un resto material, algún indicio que traiga al presente lo que le sucedió a su pareja desde que fue detenido.

Rozar un resto material o atender a un registro sensible, como acercarse este libro al oído y escuchar su banda sonora vibrando bajito, casi inaudible: la canción de Serrat “La montonera”, una transmisión distante y entrecortada de Radio Liberación emitiendo la marcha peronista en medio de la dictadura, risas descontroladas el día del casamiento, susurros amorosos y conversaciones tensas, nanas para dormir a las crías, silencios, silencio… Porque para lograr escuchar, hay que guardar silencio.

3.

Hemos leído a Pilar con admiración desde Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina (1998), un parteaguas –para mí y para muchísimxs otrxs– a la hora de pensar las condiciones que hicieron posible el terrorismo de Estado en la Argentina. En aquel libro clave, abordó la operatoria clandestina e ilegal de la desaparición sistemática de personas y la diseminación del terror dentro y fuera de los campos de concentración, que logró paralizar a la sociedad entera; señaló las tácticas de fuga y resistencia que horadaron incluso ese poder absoluto; reconoció la variada gama de grises en las posiciones que asumió cada quien, poniendo en jaque cualquier binarismo y cuestionando tanto el argumento de la inocencia como el de la complicidad de la mayoría de la población ante la dictadura; y se preguntó por las secuelas del poder concentracionario y desaparecedor que siguen reverberando hasta el presente.

Siempre me impactó que Pilar, habiendo estado desaparecida durante un infinito año y medio en sucesivos campos de concentración, eligiese no relatar su secuestro y lo incluyera discretamente en un plural de testimonios. No es que Pilar niegue o minimice su propia experiencia (ha atestiguado ante la justicia cada vez que fue convocada) sino que opta por desplazarse del relato autobiográfico para postular, a partir de las experiencias de sobrevivientes –incluida la suya–, una transmisión e interpretación colectivas. Un ejercicio que elude la victimización y no escabulle una toma de posición (auto)crítica para arriesgarse a pensar lo impensable, lo deliberadamente oculto, lo más atroz.

En este nuevo libro, Pilar vuelve a ser concisa y reservada al situar su secuestro. En ese punto del relato, abre un paréntesis hermético que cierra cuando logra escabullirse viva del poder concentracionario y consigue partir con sus dos pequeñas al exilio. Apenas desliza que lleva grabado en el cuerpo el dolor y el olor de la derrota. Un olor que ella presiente que Horacio alcanzó a percibir cuando se reencontraron furtivamente, primero en España y por último en México.

La discreción se extiende a Mercedes, que sintetiza con una preciosa doble imagen sensorial el apego de su madre a la vida: “Contra todo pronóstico, Pilar salió del pozo; volvió a sentir el sol en la piel y el placer de un chocolate derritiéndose en la boca”.

4.

Aquella Pilar que leímos con ahínco deja ahora lugar a otra voz. Brota una primera persona del singular capaz de adentrarse (y adentrarnos) en su historia de amor, marcada desde el inicio por la militancia revolucionaria y la creciente clandestinidad.

En su libro Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los años setenta (2013), Pilar sostiene un ejercicio crítico (y autocrítico) respecto del curso militarista de Montoneros y su alejamiento de la política de masas. En este nuevo libro, su señalamiento insiste en cuestionar a la conducción por no tomar medidas de seguridad cuando fue evidente que la compartimentación de la organización no evitaba las cada vez más numerosas desapariciones de militantes, que se sucedían sin ton ni son. En lugar de dar cabida a la suposición de una nueva y eficaz modalidad represiva consistente en “pasear” secuestradxs por lugares públicos para que reconocieran a otros militantes, la respuesta de Montoneros fue repartir pastillas de cianuro a sus cuadros políticos para evitar que fueran detenidxs con vida y pudiesen llegar a dar información a sus captores al ser sometidxs a torturas interminables. “Una política derrotada”, califica Pilar a esta instrucción de suicidio.

Aunque en este libro reflexiona sin ambages sobre la opción por la lucha armada, el asesinato de Rucci y otras dramáticas definiciones, también juega con el uso del término “subversión”, y disputa el epíteto que empleó la dictadura para justificar el terrorismo de Estado en nombre de la “guerra contra la subversión”. Aquí, se alude a pequeños actos desafiantes en la militancia estudiantil, como cambiar en el colegio el disco de himnos patrios por la marcha peronista o provocar un sistemático murmullo colectivo en clase como desafío a lxs profesorxs.

Elegir un nombre de guerra no solo aparece como táctica de autoprotección, sino también como economía de los afectos: Alcira se nombra Pili en homenaje a su cuñada, y llama con ese mismo nombre a su hija. Pilar se nombra Mercedes, que termina siendo el nombre de su primera hija.

Del profuso recorrido por la historia política de Horacio (que es también la de Pilar), me queda grabado el pasaje de la patrulla de llano en Tucumán, cuando él y sus compañeros idean un modo seguro de circulación a través del cañaveral, en conexión estrecha con el entorno y la población.

Horacio llegó a integrar la Conducción Nacional de la diezmada Montoneros, ya en el exilio, y como tal, acompañó la contraofensiva. Con la hipótesis de que la resistencia popular a la dictadura estaba en franco ascenso, se organizó en 1979-1980 el retorno a la Argentina de un numeroso contingente de militantes que habían logrado escapar del país, decisión que dejó la triste saga de muchísimas nuevas desapariciones. En el número 23 de Evita Montonera, titulado “Organizarse para vencer” (fechado en enero de 1979, “año de la contraofensiva popular”), se anuncia la reformulación de la Conducción Nacional de la organización, acompañada por un conjunto de fotos de sus seis miembros –todos hombres, ataviados con uniforme y postura militar, posando rígidos–: Firmenich, Mendizábal, Perdía, Yäger, Vaca Narvaja… y Campiglia. Son esas las fotos a las que aluden críticamente tanto Pilar (“esas fotos ridículas, con uniforme, publicadas en el Evita Montonera”) como Mercedes (“Se colgó insignias, se calzó un uniforme y se armó de la fuerza que le faltaba”).

5.

El texto de Mercedes prueba, titubea, muta. Asume inicialmente el tono de una biografía clásica en tercera persona. Reconstruido a partir de muchos testimonios, el relato va tomando la forma de un rompecabezas trabajosamente armado y forzosamente incompleto. Restos y fragmentos deshilvanados (como este mismo prólogo): quizá sea esa la forma en la que logramos articular alguna palabra. En algún punto, confiesa que no consigue seguir. De golpe, irrumpe la segunda persona y el texto deviene en una carta al padre. La transcripción de la correspondencia y la desgrabación de un casete que Horacio les envió introducen la palabra del propio biografiado, interpelado por la hija que toma distancia de ciertas optimistas caracterizaciones políticas.

Mercedes concibe el libro como un ritual de despedida,[3] un acto a destiempo muy a tiempo: sus hijos ya son lo suficientemente grandes como para leer acerca del abuelo, cuando tenía la edad de los nietos que no pudo conocer.

Este libro es una criatura que respira, cubierta de piel, uñas, pestañas arrancadas. “Algo vivo que ha crecido de tu muerte”: esa imagen esperanzada (a pesar de todo) que tomé prestada para titular este prólogo. Son sorprendentes las menciones a animales. Las anguilas le permiten hablar de la difícil travesía de su madre hasta recuperar la libertad. Pilar llega a México con “una promesa y un par de niñas prendidas como garrapatas a su cuerpo”. “[Horacio] Desprendió suavemente la pequeña sanguijuela de su cuerpo y partió” (se refiere a la propia Mercedes niña, que le pide que no se vuelva a ir). Anguila, garrapata, sanguijuela: metamorfosearse en seres que en general provocan escarnio y que aquí nombran inesperadas tácticas para sobrevivir.

6.

La participación de María en el libro se condensa en un breve texto y una secuencia de fotos en blanco y negro que seguramente provienen del álbum familiar, ese arcón de recuerdos de instantes felices o memorables.

La protagonista es el agua. El agua y, con ella, Horacio en distintos momentos de su vida. Imagino que el niño de las fotos es él junto a su hermana, que ríen y reman juntxs en el Tigre. Es él adolescente de viaje, contemplando un lago patagónico. Es él ya joven adulto (esa edad que tendrá para siempre), en el muelle de la casa en el Tigre. Un tiempo espiralado que retorna al sitio inicial: el lugar de disfrute de la infancia, el refugio de la familia Campiglia, a la que tanto le gustaba el delta.

Pero en el ensayo de María, el agua también se percibe como algo sombrío y amenazante. Una masa movediza, turbulenta, incontenible.

El agua aparece como vínculo entre padre e hija, una “sensación de agua fría sobre la piel”. Las palabras se vuelven líquidas como llanto o inundación: “tristeza anegada”, “derramada”, “arrasadora”.

El agua es lo que ahoga. El destino de tantxs desaparecidxs arrojadxs vivxs desde los vuelos de la muerte, el agua como una inmensa y anónima tumba. El agua es lo que nutre. La forma del amor. Ella escribe “Cuando el río vuelva al mar”. La corriente de agua se cuela y abre camino hasta perderse en el océano. “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”, escribió hace siglos Jorge Manrique, en sus Coplas a la muerte de su padre. Y ese viejo poema resuena ahora cuando María habla de lazos entre vivxs y muertxs, entre padre e hija. Bucea en la persistencia: “Te estaré siempre buscando”. El agua como llamado al futuro, un futuro que se remonta al escondido nacimiento del manantial.

7.

Este libro encara tangencialmente una cuestión sobre la que muchas producciones artísticas de hijos y sobre todo hijas de militantes de los años setenta han indagado: la relación entre maternidad/paternidad y militancia clandestina. Hemos conversado largamente con Pilar sobre la decisión de tener hijxs en condiciones de vida tan riesgosas, debiendo cambiar de casa e identidad, sabiendo que estaban en creciente riesgo. Parecerían circunstancias completamente adversas para embarazos y crianzas. Y sin embargo, muchas militantes fueron madres muy jóvenes. Una pulsión vital por la vida en medio de tanta muerte alrededor, y quizá por ello tantas niñas nacidas en cautiverio se llaman Victoria.

Pilar y Horacio se casaron muy jóvenes, para poder independizarse y abocarse sin disimulos a la militancia. Querían tener hijos, nunca pensaron que fuera incompatible con su actividad política. Luego nació Mercedes y, a pesar de las mudanzas precipitadas y el creciente peligro, el relato de Pilar de la primera crianza no trasunta vértigo sino calma y disfrute. Decidieron buscar su segunda hija poco después del golpe de Estado de 1976: “Siempre la vida”. La esperaron “no sin angustia”, pero también con certeza y deseo.

Al lograr salir del país, Pilar, Mercedes y María “no tenían nada pero tenían la vida”. Esa apuesta vital por seguir respirando, por criar y por reinventarse no solo confronta el arrasamiento de la humanidad que produce el campo de concentración, también se aleja de la épica sacrificial de la militancia setentista (“¡Ha muerto un revolucionario, viva la revolución!”), reivindicando la politicidad de un “vivir sin gloria”.[4]

Pilar se pregunta “cómo hicimos para soportarlo” cuando lxs compañerxs alrededor, lxs más queridxs amigxs empezaron a caer. Y quizá la respuesta no esté tanto en el convencimiento político, sino en el apego a la vida en común. En el níspero cargado de fruta, en las cortinas floridas de la casita tucumana, en una noche estrellada en la terraza, en el juego de hacer resonar sus voces en el primer departamento al que se mudaron cuando todavía estaba completamente vacío…

Atravesadas como estamos por el movimiento transfeminista, su deconstrucción del amor romántico y su crítica radical a la familia como célula patriarcal, resulta impertinente leer este libro como un elogio a la familia en tanto lugar de amparo, legado ético y razón vital. Al mismo tiempo, la familia aparece como cobertura legal y simulacro de normalidad para pasar desapercibidxs en la clandestinidad. Pilar da cuenta de tareas militantes que encaraba como si fueran paseos con su hija, porque también eran eso: momentos disfrutados. Esa ambigüedad entre simulacro y deseo no es confusión sino dialéctica: es una cosa y es la otra a la vez.

8.

¿Por qué escribir este libro ahora? Fue el tiempo suspendido, replegado e introspectivo que supuso el confinamiento por la pandemia de covid-19 el que abrió la brecha para encararlo.

Pilar nos contó del proyecto durante una larga y preciosa tarde en que compartimos un asado junto a Dani y luego salimos a caminar por el barrio de Flores. Atardecía cuando cruzamos las vías del tren. Cuando retomamos la avenida Rivadavia, ella decidió seguir caminando sola. Quería llegar hasta otra casa en la que vivió con Horacio, en la aireada avenida Honorio Pueyrredón. Ya estaba siendo tiempo de volver a pisar esos sitios. Acababa de llegar de Tucumán, la primera vez que regresaba a la puerta de aquella casita de cortinas floridas que tuvieron que abandonar de golpe. Había temido encontrar un lugar abandonado después de tantos años, pero la había hecho feliz notar que el balcón estaba lleno de plantas bien cuidadas. “Lo contrario a la propiedad privada, ¿no? La casa siente y algo de la vida de Pilar todavía permanece ahí a través de otrxs”, apunta Dani Zelko.

Escribo este texto atontada y sin lograr que entre mucho aire al pecho, a poco del triunfo de Javier Milei. No alcanzo a imaginar de qué modos se reconfigurará nuestro mundo alrededor, ni cómo será leído este libro en esa nueva escena, por quiénes y en qué claves.

Muchas veces me preguntaron (y me pregunté) hasta cuándo íbamos a seguir insistiendo en pensarnos desde la última dictadura. Intuyo que ahora es demasiado evidente lo insondable de esa herida, todo lo que en ella sigue supurando y también latiendo.

Buenos Aires, noviembre-diciembre de 2023

[1] Es escritora, doctora en Artes por la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicet). Sus trabajos abordan los cruces entre arte y política en América Latina. Es docente de grado y posgrado en la UBA y en otras universidades. Impulsa, desde su fundación en 2007, la Red Conceptualismos del Sur (<www.redcsur.net>), una “plataforma de investigación, discusión y toma de posición colectiva desde América Latina”. Curó diversas exposiciones, la última “Giro Gráfico. Como en el muro la hiedra”, en el Museo Reina Sofía de Madrid (2022), institución de la que fue directora de Actividades Públicas entre 2018 y 2021. Su último libro es Parir/Partir (Tren en Movimiento, 2022).

[2] Agradezco mucho a Dani su incisivo y amoroso segundeo en la escritura de este texto.

[3] Otrxs hijxs han inventado libros-rituales para duelar a su padre o madre desaparecidx, hayan sido identificados los restos óseos, como en el caso de Marta Taboada (Marta Dillon, Aparecida, Buenos Aires, Sudamericana, 2018) o no, como en el caso de Manuel, padre de Mariana Corral, quien lleva adelante una ceremonia funeraria sin cuerpo en el Cementerio de Flores el Día de Todos los Muertos (Sebastián Hacher, Cómo enterrar a un padre desaparecido, Buenos Aires, Marea, 2013).

[4] Ana Longoni, Traiciones, Buenos Aires, Norma, 2007.

Horacio Campiglia, el Petrus

Pilar Calveiro

Este texto no es una reconstrucción histórica, ni un trabajo analítico ni, mucho menos, académico. Es, simplemente, un ejercicio de memoria de mi relación con Horacio Campiglia, el Petrus, tan querido, y un homenaje a su enorme dignidad y entereza.

Como toda memoria, se construyó con los recuerdos de muchas personas que compartieron una parte de su vida, en especial de su vida militante. Los entrecomillados siempre suponen una de esas voces, aunque no se explicite de quién se trata y, cuando menciono a alguien, lo hago con los nombres de la cercanía. Como memoria que es, se trata de un relato fragmentario, que reúne la palabra de otros; en ocasiones, no se sabe quién está hablando, es decir, quién habla con nosotros o a través de nosotros. Por último, no pretende ser la enunciación de verdad alguna, aunque ciertamente filtra mis propias interpretaciones de una historia de gran dificultad, de numerosas aristas y, también, de alegrías y apuestas por la vida y la esperanza.

1. Conocí a Horacio en 1967, año de la muerte del Che. Pero eso ocurrió más adelante, en octubre. En julio, cuando nos conocimos, el Che todavía luchaba en el monte boliviano y nosotros éramos estudiantes de sexto año del Nacional Buenos Aires, a punto de egresar. Teníamos dieciocho años.

La militancia ya estaba a full; era una práctica cotidiana, apasionada, radicalizada, pero estudiantil. No nos habíamos inaugurado aún en “la pesada”, aunque esos vientos ya soplaban cerca.

Un grupo de amigos (Isabel, María Angélica, Andrés y otros) habíamos creado, a principios de año, una agrupación a la que llamamos nada menos que Movimiento Antiimperialista del Colegio Buenos Aires (Macba). Algunos de nosotros habíamos tenido ya nuestras primeras experiencias en la Fede,[5] paso casi obligado de muchas militancias de la época. Éramos “gente de izquierda”, habíamos hecho nuestras primeras lecturas marxistas y creíamos en la necesidad y en la posibilidad de una revolución social. Teníamos razón en realidad, aunque la historia posterior nos desmintiera. Ciertamente, era más sensato pensar en la posibilidad de acabar con el capitalismo que asumirlo como una suerte de fatalidad inexorable. No lo fue ni lo es; pero también es verdad que no alcanza con la voluntad para terminar con él. Por otra parte, no teníamos entonces ni la más pálida idea de los desafíos que significaría emprender ese camino.

Lo cierto es que el Macba nos acercó a una realidad diferente de la que transitaba entonces la “izquierda clásica” de nuestro medio; nos aproximó a lo nacional y, desde ahí, al peronismo. El vínculo con el FEN,[6] del “Pajarito” Grabois, que se movía en el ámbito de la Universidad de Buenos Aires, nos abría a otras miradas de la política. Así, en medio de nuestra militancia específicamente estudiantil (de largas asambleas, sesudas conferencias y muy divertidos campamentos), incorporamos algunas “subversiones” significativas para nosotros. Cómo olvidar aquel 16 de septiembre, aniversario del golpe de Estado de 1955, cuando hicimos nuestra primera “acción comando”, en la que logramos reemplazar el disco con la música para hacer honores a la bandera –que se escuchaba todos los días en el colegio– por otro con la “marchita” peronista, que irrumpió en el espacio básicamente “gorila” del Nacional. Escucharla así, a todo volumen por los altoparlantes, fue un éxito y una conmoción, incluso para nosotros.