El poder de los talismanes - Jordi Tárrega - E-Book

El poder de los talismanes E-Book

Jordi Tárrega

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Beschreibung

Jordi Tárrega nos dice que incluso este libro que tienes entre tus manos puede ser un poderoso talismán de la fortuna, el amuleto que te abrirá todas las puertas y todos los caminos hacia el éxito en el amor, el dinero y la salud. En el mundo todo es un amuleto o un talismán de la buena suerte, desde una pata de conejo hasta un trébol de cuatro hojas, y desde una humilde piedra de montaña hasta el más elaborado dije de oro y diamantes, pasando por esa persona que te trae tan buena suerte y a quien no quieres dejar escapar de tu lado. Alejar las tentaciones, los demonios, los vicios, la mala suerte y protegernos contra males, enfermedades, robos, ataques y accidentes son funciones de los amuletos y los talismanes, y en este libro podrás encontrar cientos de ellos, para que escojas el que mejor te cuide y te represente, porque incluso tú, como este libro, ya eres un poderoso talismán para mucha gente.

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© Plutón Ediciones X, s. l., 2023

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

E-mail: [email protected]

http://www.plutonediciones.com

Impreso en España / Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

I.S.B.N: 978-84-19651-31-0

Para ti,

talismán de mi amor,

mi salud

y mi fortuna.

Prólogo: Los verdaderos talismanes

Hace ya algunos años, cuando presenté este texto a la editorial que lo publicó, nunca imaginé que volvería a él para revisarlo, corregirlo y aumentarlo gracias a la oportunidad que me da ahora Plutón Ediciones.

Como dice una canción, la vida es triste si no la vivimos con una ilusión, y esa ilusión se hace realidad, en parte, cuando una humilde obra como la presente llega a los lectores y su contenido sirve para algo, como también sirven los talismanes, porque la magia de las musas y los númenes operan en ambos, con lo que un libro puede ser un talismán, y un talismán puede ser un libro.

Muchos autores somos, en cierto modo, un talismán de esperanza o de simple curiosidad para miles de personas, y con este libro espero mostrarles cómo casi todo puede convertirse en un talismán para nuestra buena fortuna y nuestras intenciones, sus diversas aplicaciones y las creencias que nos han llevado a sacralizar variados objetos, materiales e incluso colores.

En esta enriquecida edición de El poder de los talismanes el lector podrá descubrir cómo pueden ayudarnos los talismanes en nuestra vida cotidiana, cuáles son los más adecuados y propicios para cada uno de nosotros, cómo utilizarlos y sacralizarlos para sacarles el mayor provecho en función de nuestros deseos o cómo meditar con nuestros talismanes, todo esto acompañado de indicaciones claras y sugerencias. Además, encontrará información que le permitirá adentrarse en este fascinante mundo desde las nociones más básicas hasta los talismanes más simbólicamente cargados de nuestra historia.

Sin nada más que añadir, solo queda el deseo de que esta obra llegue a la mayor cantidad de hogares posible y brinde a más lectores el conocimiento para empezar a utilizar talismanes y amuletos en su día a día.

Jordi Tárrega

I: Amuletos y talismanes

Mi talismán es el brillo

de tus ojos

y la amplitud

de tu sonrisa.

Historia, análisis y utilidad

Por mucho que la ciencia avance, por mucho que la tecnología se instale en nuestras vidas y por mucho que nos rodeemos de modernismo y comodidades, seguimos siendo los mismos de siempre: seres humanos comunes y corrientes, con virtudes y defectos, tan repletos de soberbia y orgullo como de angustias y miedos; y es que, a pesar de todo, nadie puede decir que tenga todas las respuestas ni que haya conseguido la felicidad completa.

¿Quién está a salvo de los caprichos del destino?

La mayoría sufre por conseguir lo que no tiene, y quien lo tiene casi todo sufre por temor a perderlo.

Buda dijo que no era más feliz quien más tenía, sino quien menos necesitaba, pero ¿quién está verdaderamente a salvo de las necesidades? ¿A quién no le hace falta algo, por grande o pequeño que sea este algo? ¿Quién está completamente satisfecho con su vida?

La vida misma es un cúmulo de necesidades, aunque casi todas se pueden resumir en tres:

— Necesidad de alimento.

— Necesidad de amor.

— Necesidad de creer.

Y ante estas necesidades el ser humano se siente a menudo desprotegido, dejado de la mano de los dioses; entonces es cuando busca la manera de protegerse, de atraerse ayuda.

Desear, rezar, pensar; pedir a las fuerzas ocultas o superiores una ayuda.

Desde el principio de los tiempos el ser humano reconoció a estas fuerzas ocultas o superiores en la misma naturaleza, y a ellas se dirigió: flores de belleza extraordinaria y plantas venenosas; el rayo y el relámpago; el fuego de los incendios; la tormenta, el mar y el río; montañas inaccesibles y profundidades inabordables; nubes y vientos; sol, luna y estrellas; día y noche, días, horas o años concretos; piedras de colores y minerales brillantes; volcanes y temblores; animales feroces e insectos de curioso comportamiento; sueños e ilusiones; sensaciones y estados especiales de conciencia; muertos y vivos; luces y sombras: todo era mágico, a todo se le rezaba, a todo se le imploraba fortuna, salud y protección, porque todo lo que rodeaba al hombre era una manifestación de los dioses, una visita de las inteligencias etéreas, una obra de seres intangibles y sobrenaturales.

Hay que tener en cuenta que el ser humano se encontró al mundo (y al universo entero) tal cual es, ya formado, sin que él tuviera nada que ver con la construcción y creación de todo cuanto le rodeaba. Cuando el ser humano tuvo conciencia de sí mismo y de su entorno, ya estaba todo hecho, listo y preparado para la vida y para su propia existencia y supervivencia. Y si no lo había hecho él mismo, alguien o algo antes que él se tuvo que ocupar de tan ardua tarea: una fuerza superior y oculta, capaz de crear otros mundos y de marcar el destino de los hombres; ese algo eran, sin duda, los dioses.

Y si los dioses habían construido todo aquello, era a ellos a quienes se les podía pedir protección y ayuda, y qué mejor ayuda que un trozo de la creación de esos mismos dioses.

Ante la incapacidad de poseer un rayo, el ser humano cogió el carbón producido por el relámpago y lo convirtió en amuleto protector, y ante la imposibilidad de poseer un volcán o el mar, el hombre cogió una roca o una concha para que los poderes de estos dioses naturales le transmitieran el poder de la lava y de las aguas.

Talismanes y amuletos son una misma cosa y tienen un mismo sentido para quien los ostenta: gozar de una protección extra y oculta.

En un principio no se cogía una flor o una piedra para tener poder y riqueza, fama y gloria, fortuna y reconocimiento, sino simplemente para sobrevivir. Sí, los primeros pasos de la superstición estaban destinados simplemente a sobrevivir en este mundo, a no ser mordido por una serpiente, atacado por un lobo o a morir de hambre o de frío.

En los primeros tiempos los seres humanos no pedían a sus dioses que les tocara la lotería, sino que hubiera animales que cazar y frutos que recolectar.

No se pedía tener una casa gigantesca ni un coche deportivo, sino que los desastres naturales no acabaran con la choza o los hijos. No se pedía encontrar a un príncipe azul o a una dama encantada, sino a un grupo con el que se pudiera contar. En suma, que antes se pedía por necesidad, por sobrevivir, sin ataduras de codicia ni vanidades.

Con el tiempo los hombres se fueron haciendo fuertes y orgullosos, y dejaron de pedir lo elemental para aspirar a lo superfluo, poniendo como pretexto la espiritualidad o las necesidades del momento, coaccionando más que solicitando, como si los dioses o las fuerzas ocultas nos necesitaran tanto o más de lo que los necesitamos nosotros.

«Dios mío, si no me ayudas dejaré de creer en ti», «si este amuleto no me sirve lo destruiré y me compraré otro», decimos más a menudo de lo que nos damos cuenta y esperamos que las fuerzas del más allá nos premien y nos mimen por nuestra osadía.

Sí, ahora nos atrevemos a retar a los dioses como si fueran nuestros padres avejentados o nuestros sirvientes, lo venimos haciendo desde que fundamos la primera ciudad y la ambición se apoderó de nosotros, y solo volvemos a ser humildes para pedir cuando aparece una necesidad real, una tragedia o cualquier otra cosa ante la que nos sintamos impotentes, apocados o amedrentados. Nuestra fe se incrementa increíblemente cuando creemos que no podemos resolver las cosas por nuestros propios medios.

En efecto, los seres humanos no somos más que niños malcriados y, como tales, requerimos de más protección física, psíquica, mental, emocional y espiritual de lo que habitualmente estamos dispuestos a admitir, y qué mejor piedra de apoyo psicológico y emocional que un talismán, un amuleto.

¿Qué es un talismán?

Según Israel Regardie, un talismán es cualquier objeto, sagrado o profano, con o sin las inscripciones o símbolos apropiados, y consagrado o sin sacralizar mediante los medios adecuados que marcan los rituales mágicos o la meditación.

Para otros, como es el caso de los seguidores de la Golden Dawn, un talismán es un diseño mágico cargado con la fuerza que intenta representar.

Para Francis Barrett, autor de El mago, un amuleto es la forma arcaica y rudimentaria del talismán, es decir, un talismán sin consagrar por los rituales mágicos adscritos por analogía a las religiones judeocristianas.

Cruz de Caravaca

El padre Benito Feijoo dijo, simplemente, que un talismán o amuleto no es otra cosa que idolatría barata.

Cualquier psicólogo nos puede decir que un talismán no es más que una muleta en la que nos apoyamos para no andar tropezando sobre nuestros miedos e inseguridades.

Pero, para el público en general, un amuleto y un talismán son más o menos la misma cosa: algo mágico que atraerá salud, dinero y amor, desde un trébol de cuatro hojas hasta una Cruz de Caravaca de oro; desde una hora determinada del día hasta el color de una corbata; y desde una persona que nos hace compañía hasta el diente de un tiburón. Y es que cualquier cosa, prácticamente, puede funcionar como agente mágico que atrae los bienes y aleja los males, y si es común, fácil de hacer o de conseguir, y barato, mejor que mejor.

Hay quien se sumerge en las profundidades de los símbolos y las analogías en busca del talismán total, aquel que resuelva todas las cosas y encima eleve el espíritu a nuevos y más altos estados de conciencia, y para ello invierte tiempo, dinero y esfuerzo, buscando cosas casi imposibles de encontrar y diagramando sellos y figuras de gran poder mágico, religioso y oculto, y realizando rituales en los que pone toda su entrega mental y toda su fe en lo intangible; pero la mayoría solo quiere que alguien le venda o le regale el talismán que va a ser la solución inmediata y milagrosa a todos sus males.

¿Quién utiliza talismanes?

Todos nos creemos únicos y especiales, merecedores de la ayuda de los dioses y la fortuna, como si nuestra realidad no intercediera en la realidad de los demás, y como si fuéramos los únicos merecedores de la gracia divina. También hay quien no se siente especial, cree que la vida es una estafa, y prefiere destacar por sus males y desgracias que por sus virtudes y sus triunfos, por lo que busca en los talismanes la solución a sus problemas anteriores, siempre que no le priven de los problemas venideros.

El abanico humano es tan amplio como complejo, y entre la mayoría optimista y ventajista, y la minoría pesimista y victimista, hay para todos los gustos, desde quien prefiere que sean otros los que se hagan cargo de sus responsabilidades físicas, mentales y espirituales, hasta los que se creen que están más allá del bien y del mal.

Pero no hay que enfrascarse en discusiones sociológicas, porque independientemente de quién más y quién menos, todos y cada uno de nosotros recurrimos a las supersticiones, a la magia, a la religión o a cualquier forma de apoyo «sobrenatural» o poco racional que nos ayude a ir hacia adelante. Todos creemos que hay algo que nos da buena o mala suerte, todos, un día u otro, ponemos nuestra fe en un trozo de mineral o en cualquier otro objeto, símbolo, ser o cosa.

Incluso una idea o una actitud ante la vida puede ser un talismán, de la misma manera que lo es un colgante con el Sello de Salomón o el famoso Caduceo, porque al cambiar de rumbo o de actitud pretendemos cambiar nuestra realidad, de la misma manera que esperamos que la cambie o mejore el colgante; porque lo que intentamos en ambos casos es el amparo de una fuerza superior u oculta que nos impulse más allá de nuestras posibilidades naturales, algo intangible que tenga un poder ulterior y que funcione a nuestro favor sin tener que hacer un verdadero esfuerzo, o sin tener que hacer más esfuerzo que el de creer, el de tener fe.

Por supuesto que en la vida existe un sentido lógico y racional de causa y efecto, y que la voluntad y el esfuerzo personales son la mejor magia que existe para transformar nuestra realidad, pero no es menos cierto que el azar y lo imprevisto pueden cambiar el peso de la balanza y destruir en un segundo aquello por lo que luchamos tan ordenada y racionalmente. Y es que la vida no es una ecuación matemática en la que el resultado esperado es constante y repetible hasta el infinito. La vida no es una ciencia exacta, y siempre tendrá la capacidad de sorprendernos.

¿Cómo es posible que un artista sin gracia ni talento triunfe y guste, mientras que un verdadero talento pase inadvertido y muera de hambre? Pueden haber mil respuestas sociológicas y antropológicas a esta pregunta, pero ninguna de estas es capaz de transformar la aplastante realidad de la incongruencia humana, ni de saber cómo ni por qué se consigue un éxito o un fracaso. De saberlo, todo iría sobre ruedas, y todo aquello en lo que se invierte propaganda, promoción, repetición y dinero triunfaría y se consumiría, pero no es así.

El pueblo y la masa siempre serán imprevisibles por más que sociólogos, políticos, industriales o publicistas intenten manipularlos. La sorpresa siempre salta, a pesar de que los ciclos se repitan hasta el hartazgo. No hay fórmula, ni comercial ni política, que nos permita saber hacia dónde se mueve la gente.

El azar, la suerte, lo inesperado o el accidente inexplicable siguen funcionando, y lo seguirán haciendo mientras que dentro del ser humano haya un pensamiento mágico, una emocionalidad y una espiritualidad que lo impulsen a aspirar el contacto con los dioses.

Los primeros talismanes

Los primeros talismanes fueron, sin duda, las prendas que se conseguían de los enemigos: dientes, pieles y garras pasaron a formar parte del rudimentario atuendo de los hombres y mujeres de las cavernas. Aún hoy en día se habla de ponerse la piel del oso encima solo cuando estemos seguros de que está muerto y bien muerto, y es que la piel del oso no sirve solo de abrigo, sino que además nos da una sensación de poder y bienestar.

Entre los aztecas era habitual vestir a los guerreros con pieles de animales, representando las cualidades del soldado con dichas pieles.

Llevar encima una piel y unos dientes de jaguar, por ejemplo, no solo transmitía al guerrero la fuerza y la destreza de dicho animal, sino que además servía de protección y argumento intimidatorio contra los posibles enemigos.

Pintura rupestre

Cuando el hombre aprendió a pintar y dibujar, llevó hasta las paredes de las cavernas los amuletos que le atraerían una buena caza, es decir, pintó y dibujó búfalos y ciervos, creyendo quizá que de esta manera atrapaba el espíritu de dichos animales.

Entre los egipcios se creía que devorar al enemigo vencido era como posesionarse de su espíritu y de sus cualidades. En este caso, la carne ingerida era el amuleto o talismán apetecido.

A medida que el hombre fue dejando las cavernas, sus rituales mágicos se fueron sofisticando y, poco a poco, construyó ídolos de barro y piedra, así como dijes y colgantes de oro y plata. La ornamentación de la casa y de la persona no nació como un punto de vanidad, sino como un sentido de protección. Los muebles, las ropas y hasta los ladrillos de un hogar tenían un sentido mágico que pretendía alejar el mal y atraer el bien. Nada se hacía al azar, todo tenía un sentido simbólico.

Enterrar a los muertos pudo nacer de una necesidad de salubridad, pero enterrarlos siguiendo una ceremonia en la que se acompañaba al cadáver con sus armas, joyas y amuletos preferidos responde ya a una aspiración ulterior.

La mayoría de las culturas que han poblado la Tierra enterraban a sus muertos preparándolos para el más allá, y en esta preparación utilizaban todo tipo de adminículos donde los talismanes y amuletos estaban siempre presentes.

En la selva del Amazonas podemos encontrar en forma primitiva una amplia diversidad de ritos funerarios y creencias casi prehistóricas, desde reducir una cabeza para llevarla como trofeo de guerra hasta pintarse el pelo de rojo para protegerse de los enemigos y los malos espíritus, pasando por machacar los huesos de los antepasados y comérselos con el fin de mantener a los antecesores dentro de uno mismo.

Las religiones actuales no son más que supersticiones refinadas, y desde el nombre prohibido de Dios escrito en hebreo hasta las cruces e imágenes de Buda, el caballo de Mahoma o la estampita de la Virgen, siguen siendo y funcionando como los talismanes de los primeros seres humanos.

Uno de los ganchos de las religiones es la recompensa que supuestamente se tendrá por creer en tal o cual dios, ya sea en vida o después de la muerte.

Los lacandones de las selvas chiapaneca y maya de México construyen sus ídolos y amuletos con toda la fe del mundo, pero si estos afiches de fortuna no funcionan o no dan lo que se espera de ellos, son destruidos inmediatamente para que otros nuevos ídolos y amuletos ocupen su lugar. Los lacandones son tan creyentes como pragmáticos, y solo le rinden devoción a aquellos ídolos y amuletos que demuestran su eficacia día a día. Las religiones oficiales no permiten esta clase de regeneración mágica, e imponen a sus dioses aunque no sean funcionales.

El ser humano siempre ha adolecido de algo, siempre ha estado a expensas de fuerzas superiores, y eso le ha llevado a buscar apoyos psicológicos como los ídolos, los dioses, los talismanes y los amuletos.

II: El aspecto espiritual de los talismanes

Tengo de amuleto

a tu recuerdo

inmerso en el alma

de mis sentimientos.

Los talismanes, como hemos visto hasta ahora, sirven básicamente para atraer salud, dinero y amor, y para alejar enfermedades, pobreza y soledad; así como para atraer el favor de los dioses y para alejar la inquina de los demonios.

Sin embargo, los talismanes no solo sirven para eso, ya que de entre los hombres siempre han surgido personas que buscan o quieren algo más de la vida y de la existencia.

Cuando los sacerdotes de la Antigüedad descubrieron que el cuerpo humano tenía más cosas de las que se perciben a simple vista, como los chakras o centros energéticos, se dieron cuenta de que los talismanes podían servir para potenciar estos centros.

La mayoría de los amuletos se llevan colgados al cuello, y dependiendo de la longitud del lazo o la cadena penden sobre el corazón o sobre el esternón, potenciando principalmente las fuerzas física y egoica, y los chakras del timo y el plexo solar.

De esta manera, los talismanes potencian el aquí estoy y el yo soy, moviendo al ser a hacer uso de lo que la naturaleza pone a su abasto y a triunfar sobre los obstáculos cotidianos.

En el plano exotérico o material, estos centros energéticos nos hacen ser más orgullosos y materialistas, pero en el campo esotérico nos inclinan precisamente a todo lo contrario, es decir, a romper con los lazos de orgullo y materia que nos atan al mundo, elevándonos a otras aspiraciones donde las posesiones materiales y el poder sobre el mundo que nos rodea no tienen sentido.

En la India y en el antiguo Perú se incrustaban piedras preciosas en la frente para abrir capacidades psíquicas como la telepatía y la proyección mental, ya que dichas piedras actúan como amplificador al tercer ojo, lo que permitía una mejor comunicación con este y el otro mundo.

Actualmente ya casi nadie se hace incrustaciones de este tipo, aunque en la India hay pegatinas de plástico de varios colores que imitan a las piedras preciosas y que muchas mujeres lucen en la frente. Estas pegatinas de plástico no son muy buenas transmisoras que digamos, pero sí excitan un poco al tercer ojo, dando sensación de amplitud y serenidad, o de molestia y dolor de cabeza.

En Oriente Medio es habitual que las mujeres se pinten un punto marrón o rojo sobre la frente, con lo que se obtiene más o menos el mismo resultado que con la bisutería utilizada en la India.

¿Y qué son las coronas reales utilizadas durante milenios por monarcas de todas las latitudes? Pues no son más que talismanes que pretendían, en su aspecto materialista, otorgarles el poder sobre los demás seres, y en el aspecto espiritual, abrir su centro energético del áureo florecer y ponerlos en vía directa con las jerarquías celestiales.

Los gorros de plumas o ropa de papas, sacerdotes y hechiceros de todos los tiempos tienen el mismo sentido y funcionalidad que las coronas. El gorro puntiagudo de magos y brujas no es otra cosa que una punta de incisión en las alturas, una forma de conectarse con los cielos y las estrellas.

Cualquier persona sensible percibe que hay algo más allá de lo que se puede ver con la vista y escuchar con los oídos, y la humanidad en bloque, desde el principio de los tiempos, siente y presiente que la existencia no se ciñe solo al mundo tangible y material.

Hay algo más a nuestro alrededor, por encima y por debajo de nosotros, pero nadie —o casi nadie— sabe exactamente lo que es. Algunos le llaman dioses, otros jerarquías o inteligencias celestiales, y otros, simplemente, otras realidades. Sean lo que sean, están ahí, y desde el principio de los tiempos ha habido seres humanos que han podido contactar con ellos, descubriendo un sinfín de posibilidades que rebasaban la capacidad común y corriente de los hombres.

Estos contactos se han utilizado para bien y para mal, para conseguir riquezas o para ayudar al prójimo, para atarse más al mundo o para liberar el espíritu, y tanto los ritos mágicos como religiosos apelan a su influencia.

Las drogas y los alucinógenos nos ayudan a entrar en contacto con dichas realidades alternativas, de la misma manera que lo hacen la meditación y la proyección mental y/o astral.

También podemos contactarlas cuando estamos al borde de la muerte, sufriendo una fiebre muy alta o cuando nos falta el aire.

A veces hay cambios o momentos críticos en la vida que nos abren por un instante las puertas de esas otras realidades, pero se cierran inmediatamente. Y no son pocas las veces en que un amigo recién fallecido nos visita en la vigilia o durante el sueño y se despide de nosotros, permitiéndonos atisbar los pliegues del más allá.

Pues bien, los talismanes tienen el defecto o la virtud de servir de llaves para dichas puertas y de acercarnos, por lo tanto, a la percepción de otras realidades.

Lo más común, como nuestros intereses están centrados en el hoy y en esta Tierra, es que no prestemos atención a las puertas que se abren cuando nos colgamos o colocamos tal o cual talismán encima, pero eso no quiere decir que no se hayan abierto.