El poder de una mujer - Gina Wilkins - E-Book
SONDERANGEBOT

El poder de una mujer E-Book

GINA WILKINS

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Aquella mujer parecía adivinar sus pensamientos… Y de hecho lo hacía. El guapo aunque cínico Ethan Brannon no creía en los poderes especiales de Aislinn Flaherty. A pesar de la atracción que sentía hacia él, la repostera y adivina prometió mantenerse alejada de Ethan. Hasta que empezó a tener visiones sobre un hermano de él que había desaparecido hacía tiempo. Aislinn sabía que podía reunirlo con el hermano al que Ethan creía haber perdido para siempre. Sólo deseaba poder estar tan segura de sus sentimientos hacia él…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 214

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Gina Wilkins

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El poder de una mujer, n.º 1707- junio 2018

Título original: The Bridesmaid’s Gifts

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-174-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Así que tú eres la vidente.

Aislinn Flaherty tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener una expresión amigable. Se recordó a sí misma que lo estaba haciendo por Nic, su mejor amiga. Iba a hacer todo lo que estuviera en sus manos para llevarse bien con él, aunque sospechaba que no iba a ser fácil.

—Alguien debe de haberte tomado el pelo —replicó ella—. Yo nunca he dicho que fuera vidente.

—Hmm —murmuró Ethan Brannon, nada convencido.

Debían de haberle contado algo, pues era obvio que parecía creer que ella aseguraba tener poderes extrasensoriales.

Aislinn había conocido a Ethan hacía sólo diez minutos en la casa de Nic Sawyer, donde había ido para asistir a una pequeña cena informal. Después de presentarlos, Nic y su prometido, el hermano de Ethan, Joel, se habían retirado a la cocina a terminar con los preparativos, dejando a Ethan y a Aislinn solos en el salón.

Intentando ignorar la molesta sensación que le había producido el comentario, Aislinn caminó hacia una mesa que Nic había preparado con bebidas.

—¿Quieres que te sirva algo?

—Sí, lo mismo que tomes tú.

Aislinn sirvió un vaso de vino blanco para ella y un Chivas para él. Cruzó la habitación y le tendió su vaso a Ethan.

—¿Trucos de magia? —preguntó él, frunciendo el ceño con desconfianza.

Mientras daba un trago a su vaso de vino, Aislinn levantó una ceja:

—¿Cómo dices?

—Te pedí que me trajeras lo mismo que tú tomaras y me has servido mi bebida preferida. Supongo que Nic te contó que es lo que suelo tomar.

—Nic y yo no hemos hablado sobre lo que te gusta o no beber —respondió ella con brusquedad—. Sólo pensé que no eres el tipo de persona que bebe vino blanco.

Sin dejar de mirarla, Ethan se llevó el vaso a los labios.

A pesar del antagonismo que había sentido hacia él desde el principio, Aislinn no pudo evitar darse cuenta de que su interlocutor tenía una boca muy atractiva. Ethan se parecía a su hermano pequeño. Ambos tenían cabello moreno, ondulado, ojos claros color avellana y mandíbulas fuertes. Ambos eran altos y de estructura sólida. Pero había una… una especie de dureza en Ethan que no existía en Joel.

Ethan tenía tres años más que su hermano. Era asesor de negocios y trabajaba por su cuenta. Vivía en Alabama, en una casa que, según Nic le había contado a su amiga, estaba bastante aislada. Aquélla era su primera visita a Arkansas, aunque su hermano Joel había vivido allí durante casi dos años. Nic había conocido a su futuro cuñado hacía ocho meses y había admitido que no era un hombre de trato fácil.

—Joel dice que Ethan está malhumorado desde que nació. Pero la verdad es que tiene mucho encanto—le había confesado a Aislinn, entre risas

—Fue muy generoso por tu parte ayudar a Joel y a su socio a que su hospital funcionara de forma más eficiente —comenzó a hablar Aislinn, volviendo al presente, mientras seguían ambos solos en el salón—. Son dos pediatras muy buenos, pero los negocios son un reto para ellos.

—Aconsejé a Joel que estudiara algunos cursos de empresariales pero él sólo quiso estudiar Ciencias —replicó Ethan—. Invirtió tanto tiempo en la Facultad de Medicina que olvidó prepararse para ejercer el negocio de ser médico.

—Y ése es tu trabajo, ayudar a los pequeños empresarios a que sus negocios sean más rentables.

Ethan asintió y tomó otro trago de whisky.

—Joel me contó que eres muy bueno en tu profesión. Dice que has ayudado a mucha gente a salvar empresas que, de otra manera, hubieran caído en la bancarrota. Dice que algunos de ellos han conseguido hacer mucho dinero.

Ethan se encogió de hombros.

Aislinn se esforzó para no suspirar. Había pasado todo el día decorando una tarta de bodas de cuatro pisos con diminutas rosas, perlas y hiedra de azúcar. Había sido una labor aburrida e interminable, pero esforzarse en entablar conversación con Ethan le estaba resultando mucho peor.

Por eso fue un alivio cuando Joel entró en el salón para anunciar que la cena estaba lista. Tanto Aislinn como Ethan saltaron de su asiento para seguir a su anfitrión al comedor.

Nic estaba encendiendo las velas en el centro de mesa. Llevaba más de dos años viviendo en la casa de su madre viuda, desde que Susan Sawyer se había mudado a París a vivir con su hijo Paul, empleado de la embajada de Estados Unidos. Nic había conocido a Joel cuando él compró la casa de al lado. Lo que había comenzado siendo una amistad, había crecido. Estaban a punto de contraer matrimonio en unos pocos días.

Tras tomar asiento a la mesa, hermosamente dispuesta, Aislinn observó la felicidad que relucía en los ojos azules de su amiga. Desde la primera vez que los había visto juntos, había sabido que estaban hechos el uno para el otro.

Comenzaron a hablar de los preparativos de la boda y Nic comentó algunas anécdotas sobre lo difícil que había sido elegir los colores y las flores, los menús y la música:

—No tenía ni idea de que había tanto que preparar —añadió—. Pensé que sólo hacía falta un vestido de novia y un cura, pero la gente no dejaba de añadir quehaceres a mi lista.

—¿Qué gente? —preguntó Ethan.

—Sobre todo mi madre. Llegará mañana, pero ha estado haciendo planes de boda a distancia y me llama al menos tres o cuatro veces al día. A veces, se le olvida la diferencia horaria y me llama en medio de la noche para sugerirme alguna brillante idea que se le acaba de ocurrir. Y también están mis compañeros de trabajo, que no dejan de hacerme sugerencias. Y mi amiga Carole…

—Deberías haberlos mandado a todos a freír espárragos —opinó Ethan, encogiéndose de hombros—. Si tú sólo querías un vestido y un cura, deberías haberte limitado a eso.

Nic arrugó la nariz en gesto amistoso:

—La verdad es que no me molestan tanto. Todo el mundo sabe que no se me da bien planificar este tipo de cosas, sólo quieren ayudarme. Lo que pasa es que hay demasiadas decisiones que tomar. Ha sido difícil, pero creo que todo saldrá bien. He tratado de hacerlo de la forma más sencilla que he podido.

—Parece un lío enorme. Estarías igual de casados si os fugarais juntos a un juzgado de paz —comentó Ethan con cinismo.

—Es verdad. Pero a mucha gente le gusta celebrar la ocasión con sus amigos y su familia. La madre de Nic se hubiera sentido muy decepcionada si no hubiéramos preparado una ceremonia a lo grande. Y la nuestra también, sabes que le encanta.

Aislinn se alegraba, por su amiga, de que la madre de Joel estuviera de acuerdo con la boda. Elaine Brannon no había ocultado sus reservas hacia Nic cuando la había conocido ocho meses atrás.

Elaine había dejado claro que no era por nada personal contra Nic. Le había preocupado que la novia de su hijo fuera tan diferente a su primera esposa, una bella modelo y gran relaciones públicas, que había muerto en un accidente de tráfico menos de un año después de casarse. Su madre se preguntaba si Joel podría ser feliz con una impulsiva oficial de policía de pueblo, nada interesada en pertenecer a la alta sociedad.

Una vez que Joel hubo convencido a su madre de que no podía imaginar un futuro sin Nic a su lado, Elaine había dado su aprobación. Les había asegurado que todo lo que quería era que su hijo fuera feliz. Si con Nic lo era, sería un placer darle la bienvenida a la familia Brannon.

Ethan farfulló algo sobre lo poco que iba con él el argumento de complacer a las madres.

—¿Así que estás diciendo que, cuando te cases, no vas a celebrarlo? —le preguntó Nic.

—El matrimonio no está en mi agenda. Ya os he dicho que no creo que exista nadie que pueda aguantarme por mucho tiempo o viceversa —repuso Ethan.

De forma inmediata, Aislinn tuvo el vago presentimiento de que Ethan estaba equivocado y de que iba a encontrar a alguien con quien formar una pareja para toda la vida.

No podría haber explicado por qué lo sabía pero lo aceptó como un hecho, ya que durante sus veinticinco años de vida podía contar con los dedos de la mano las veces que se había equivocado en sus predicciones. Aseguraba que no se trataba de poderes extrasensoriales, sino de que tenía una intuición más desarrollada que la mayoría de las personas.

Tal vez prestaba más atención a lo que sentía o quizá se le daba bien interpretarlo. O igual era buena para adivinar cosas. Pero no era «diferente».

Cuando terminaron con el guiso de pollo, Nic se levantó para servir el postre. Aislinn se ofreció a ayudar, llevando los platos.

—¿Y? —preguntó Nic cuando estaban las dos a solas en la cocina—. ¿Qué te parece Ethan?

—Está bien, supongo —respondió Aislinn, encogiéndose de hombros—. Un poco frío.

—Es cierto que es reservado, pero bajo la superficie es un tipo encantador. Siempre me ha aceptado, incluso cuando su madre estuvo tratando de convencer a Joel de que yo no era buen partido. Además, quiere mucho a Joel, lo ayuda y lo apoya, lo que es muy importante para mí.

—Parece sospechar algo de mí, como si creyera que voy estafar a alguien.

—Supongo que se muestra precavido con la gente que no conoce. También actuó conmigo así al principio. No es que fuera grosero o desagradable, sólo un poco reservado. Esperó a conocer mis motivaciones antes de emitir un juicio sobre mí. Tal vez, algunas personas lo hayan decepcionado en el pasado.

—Unas cuantas —aseguró Aislinn, pues de alguna manera sabía que Ethan había sido lastimado.

Aislinn se dijo que intentaría tener paciencia con él. Por Nic. Y si resultaba que Ethan y ella seguían sin llevarse bien después de la boda, no importaba. Él regresaría a Alabama y no volverían a verse.

Al pensar aquello, Aislinn notó una extraña sensación. Tan rara, que no tuvo ni idea de qué significaba. Fue como… como un escalofrío mental. Lo más probable era que no significara nada, pensó.

Entonces, se dio cuenta de que Nic estaba adornando con nata batida el primero de cuatro platos que contenían tarta de chocolate.

—No pongas nata en uno de los platos —aconsejó Aislinn con aire ausente.

Sin preguntar nada, Nic colocó sobre la bandeja los cuatro postres, uno sin nata.

—¿Puedes llevar tú la cafetera? —le pidió a su amiga mientras salía hacia el comedor.

Los hermanos Brannon estaban discutiendo sobre las diferentes formas de hacer las facturas a los clientes de un negocio cuando las dos mujeres se unieron a ellos. Aislinn sirvió el café mientras que Nic fue colocando el postre sobre la mesa.

—¿Alguien lo quiere sin nata?

—Seguro que Ethan —respondió Joel—. Odia la nata.

Nic sonrió a Aislinn y le tendió el plato a Ethan.

—Entonces me alegro de que dejáramos uno sin nata.

Ethan lanzó a Aislinn una mirada severa, pero no dijo nada y se sumergió en su tarta de chocolate. Ella deseó que la velada terminara lo antes posible.

 

 

Ethan tenía muchas ganas de que terminara la reunión. No le gustaban mucho las cenas en casa en general, prefería las barbacoas. Tampoco le gustaba discutir sobre planes de boda. Y en cuanto a la vidente…

Nadie la había llamado así. Nic y Joel habían evitado emplear el término al hablar con Ethan, señalando que a Aislinn no le gustaba. Le habían asegurado que, sencillamente, «sentía» cosas. Tenía el don de la intuición y, por eso, era inteligente prestar atención a sus predicciones.

Como muestra, Joel le había hablado de un accidente que Nic había tenido al ir a Alabama para acompañarlo a una reunión de antiguos alumnos de su instituto. Había ocurrido hacía ocho meses, la primera vez que Ethan conoció a Nic. Aislinn había estado llamado a su amiga aquellos días al móvil, dejándole mensajes de que tuviera cuidado.

Según Ethan lo veía, había sido pura coincidencia que Nic tuviera un accidente aquel fin de semana. No había manera posible de que Aislinn hubiera sabido que un balcón iba a desplomarse frente a los pies de su amiga, haciendo que saltara por los aires.

Ethan pensaba que, si Aislinn fuera vidente, habría sido mucho más específica respecto a qué era lo que iba a pasarle a Nic. Además, ¿de qué servían sus poderes si no podía evitar que su amiga fuera lastimada? Por lo que sabía, lo único que había adivinado sobre él aquella noche era que odiaba la nata y que le gustaba el Chivas. Menuda cosa.

Las supuestas habilidades sobrenaturales de Aislinn Flaherty no era lo único que le hacía sentir incómodo. Joel le había dicho que era una mujer bonita, pero Aislinn era impresionante.

Ethan se preguntó por qué sentiría la necesidad de fingir que tenía un don extrasensorial. No creía que fuera una estrategia para atraer la atención, pues una mujer tan bella como ella no necesitaba hacer trucos para eso. Además, su atuendo no pretendía llamar la atención. Llevaba una sencilla blusa beige y pantalones marrones lisos.

Que él supiera, Aislinn no había pedido dinero a Nic ni a Joel por sus «servicios», lo que no significaba que no timara a otras personas. O, tal vez, se trataba sólo de que le gustaba comprobar lo crédula que era la gente. O igual ella misma lo creía, lo que sería aún más patético. Tomando su taza de café, esperó poder irse lo antes posible. Había sido todo lo sociable que había podido.

 

 

—Buenos días, bella.

La mujer que se hacía llamar Cassandra levantó la vista de su labor de punto con una sonrisa y un gesto instintivo de coquetería. No podía evitar reaccionar así ante el joven doctor Thomas, un hombre de cálidos ojos verdes y pícara sonrisa. Aunque, por su edad, podría ser su madre, era natural en ella responder así ante un hombre tan atractivo. Y, además, aquél era especial.

—Hola, guapo.

Caminando despacio a través de la habitación, el hombre llegó a su lado. A ella le gustaba sentarse en su silla frente a la ventana por las tardes, para poder admirar los floridos campos y observar cómo los pájaros anidaban en los árboles. Siempre había amado la primavera, con sus promesas de nuevos comienzos. Aunque esas promesas fueran a morir de forma inevitable en el frío invierno.

—Me han dicho que has pasado una mala noche.

La sonrisa de la mujer flaqueó en respuesta a sus amables palabras. Bajó la mirada hacia su costura y asintió:

—Pesadillas.

—¿Son peores de nuevo?

—No siempre. Sólo de vez en cuando.

—¿Quieres contármelas?

—No las recuerdo —contestó ella, tras unos instantes de silencio.

—Cassandra —dijo él, dejándola ver que no lo creía.

Ella lo sentía, pero no quería hablar de sus sueños ni de los rostros que la perseguían día y noche. Su recuerdo era demasiado doloroso como para hablar de ello o para compartirlo.

—Tienes una cita esta noche —señaló ella, cambiando de tema—. Es hermosa pero no es la mujer para ti. Estás perdiendo el tiempo.

A pesar de que él hubiera deseado centrar la conversación en las pesadillas, sonrió:

—Has estado escuchando los cotilleos de las enfermeras de nuevo, ¿verdad? Parece que es imposible estornudar en este lugar sin que todo el mundo se de cuenta.

La mujer sonrió y continuó haciendo punto.

—Es lo que me merezco por salir con alguien del personal, supongo —prosiguió él—. Es difícil guardarlo es secreto. ¿Estás segura de que no quieres hablarme de tus sueños? Podría ayudarte.

Ella levantó la vista de nuevo y lo observó con tristeza. Él era tan joven y estaba tan seguro de tener todas las respuestas… Pobre dulce muchacho.

—No me ayudaría. Pero gracias por preocuparte, doctor Thomas. Tienes un buen corazón.

—Gracias —murmuró él, sin saber bien qué decir—. Te recetaré otras pastillas para esta noche. Tal vez te ayuden a dormir plácidamente.

—Lo que digas, doctor.

—Te veré dentro de unos días. Si necesitas algo, pídelo. Uno de los otros doctores o yo nos ocuparemos.

—Lo sé —replicó ella y, antes de que él saliera, añadió—: Intenta pasarlo bien esta noche, doctor. A pesar de todo.

—Eres especial —comentó él, sonriendo.

—No tienes ni idea de cuánto —murmuró ella cuando el doctor se hubo ido y siguió tejiendo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Cuatro días después de la cena en casa de Nic, Aislinn estaba de pie ante el altar de una pequeña iglesia, con un ramo de flores en sus manos. Observó al testigo del novio y una extraña sensación la recorrió al percatarse de que él la estudiaba a ella también.

Entonces, Aislinn volvió la mirada, tratando de concentrarse en el cura, que hablaba sobre las alegrías y los deberes del matrimonio. Pero no lo consiguió. Sus ojos se clavaron de nuevo en Ethan, que estaba muy atractivo y serio con su esmoquin negro.

No la miraba en ese momento, pero Aislinn supo que se daba cuenta de la atención que despertaba en ella. Se estaría preguntando por qué lo seguía observando.

Ella no podía explicarlo. Simplemente, era incapaz de mirar hacia otro lado.

—¿Quieres a este hombre…? —comenzó a decir el cura.

Aislinn se obligó a concentrarse.

—Sí, quiero —dijo Nic, con voz fuerte y firme, mientras miraba a los ojos de su novio.

—Sí, quiero —dijo Joel, con orgullo y confianza, sin ocultar sus grandes deseos de comenzar una nueva vida junto a Nic.

Era hora de intercambiar los anillos. Como dama de honor, Aislinn era la encargada de portar la alianza del novio. Se la entregó a Nic y las dos amigas se miraron sonriendo. Sus largos años de amistad les permitía decirse mucho sin necesidad de hablar.

Era el comienzo de una nueva era. Aislinn sabía que Nic siempre sería su amiga, pero también era cierto que ya nunca sería lo mismo. Nic y Joel compartirían una vida larga y feliz. Y tendrían un hijo. Un niño que sería igual que Joel.

Aunque lo sabía desde hacía unas semanas, Aislinn no quiso contárselo a su amiga. Después de todo, no era más que un presentimiento. Y, aunque solía acertar, había veces que prefería no compartirlos con nadie.

De nuevo, volvió los ojos hacia Ethan, que estaba mirando a los novios. Era extraño que no hubiera tenido ningún presentimiento acerca de él. Solía saber cosas sobre las personas que conocía, pero no había tenido ninguna «visión» sobre Ethan. Sólo sabía que desconfiaba de ella y se preguntó qué le habrían contado.

 

 

Ethan estaba orgulloso de ser un escéptico. No creía en videntes, mediums, fenómenos paranormales, ovnis, vampiros, Papá Noel ni en el amor a primera vista. Si no podía ver algo, sentirlo, tocarlo o probarlo, no existía para él.

A pesar de ello, cada vez que miraba a Aislinn a sus ojos oscuros, sentía algo extraño. No podía explicar qué era.

Lujuria, se dijo. Sólo eso. ¿Y quién podía culparlo? En una escala de uno a diez, esa mujer se merecía un doce. Tenía un rostro perfecto, enmarcado en una larga cabellera rizada negra. Sus ojos eran oscuros como el agua en una noche despejada. Y tenía una boca suave y carnosa que podía hacer que un hombre creyera cualquiera cosa que saliera de sus labios.

Y su cuerpo… Ethan tuvo que recordarse a sí mismo que estaba dentro de una iglesia para no perderse demasiado en observar sus curvas.

Al darse cuenta de la dirección que estaban tomando sus pensamientos, se forzó a no hacer una mueca. No podía seguir ahí parado, babeando durante toda la ceremonia.

La verdad es que era una pena. En otras circunstancias, le hubiera gustado pasar tiempo con una mujer hermosa como Aislinn durante su visita.

El color del vestido de la dama de honor, rojo brillante, le pareció una señal de advertencia. El color del peligro.

—… yo os declaro marido y mujer.

Aquellas palabras solemnes volvieron la atención de Ethan hacia la ceremonia. Sonrió mientras Joel besaba a su esposa con entusiasmo, ante la emocionada mirada de los invitados.

Se alegraba por su hermano. A pesar de sus dudas iniciales sobre si la oficial de policía Nic Sawyer era apropiada para Joel, enseguida se había convencido de que hacían muy buena pareja. Aunque no podía ser más diferente de Heather, Nic era lo que su hermano necesitaba entonces, seis años después de la tragedia que había cambiado su vida. Joel era feliz de nuevo y eso era todo lo que a él le importaba.

Radiantes, los novios se giraron de frente a los invitados por primera vez como el señor y la señora Brannon. Nic bajó para salir de la iglesia del brazo de su marido. Siguiendo las instrucciones que le habían dado, Ethan se colocó detrás de la pareja, ofreciendo su brazo a Aislinn.

Ella titubeó un momento antes de agarrarse a él. Fue una pausa tan pequeña que nadie se dio cuenta, excepto Ethan.

A pesar de su escepticismo acerca de las premoniciones, él tuvo una sensación muy extraña al caminar con ella, siguiendo a su hermano y a su nueva cuñada. Debía de ser hambre, se dijo.

 

 

Aislinn ya había caminado del brazo de Ethan en el ensayo de la tarde anterior. Le había sorprendido notar sus fuertes músculos y, al final de la ceremonia del día siguiente, se sintió conmocionada de nuevo al sentir lo fuerte y sólido que era el brazo de él.

Era curioso lo nerviosa que se había puesto por tener que tocarlo, pensó, mientras sonreía a las caras conocidas que veía en su camino. Nunca se había sentido tan influida por el contacto físico con otra persona. Era como si al tocar a Ethan fuera a dejar salir alguna habilidad desconocida y oculta dentro de sí misma. Qué tontería, se dijo.

O, quizá, la razón por la que había dudado agarrarse a él era mucho más básica. Igual tenía que ver con el hecho de que encontraba a Ethan Brannon demasiado atractivo.

Soltando su brazo de inmediato al salir de la iglesia, Aislinn se recordó que no parecía estar muy interesado en ella. Tampoco a ella le gustaba él, con sus comentarios cortantes y sus obvios recelos.

—Oh, cielos —exclamó Nic, girándose hacia Aislinn—. Creo que acabo de casarme.

—Eso has hecho, tesoro —respondió su amiga, riendo.

—Demasiado tarde para echarse atrás —comentó Joel.

 

 

La fiesta se celebró en un local de música country. Era un espacio lo suficientemente grande para el pequeño grupo que Nic y Joel habían invitado. La música corría a cargo de una banda local formada por cuatro talentosos adolescentes que comenzaban a ser conocidos en todo el estado por sus canciones.

La comida, poco pretenciosa pero deliciosa, se sirvió en un bufé, con café, ponche de frutas y zumo de uva espumoso para beber. La ausencia de bebidas alcohólicas se debía a la campaña que Nic había emprendido contra el exceso de alcohol al volante. En su trabajo, había visto demasiados accidentes trágicos y no tenía ninguna intención de contribuir a las estadísticas con la gente que había llegado en coche a su fiesta. El transporte público escaseaba en aquel pequeño pueblo en el centro de Arkansas. Cuando la gente quería desplazarse, tenía que conducir.

Aislinn echó un vistazo a la tarta nupcial para comprobar que estuviera en buenas condiciones para las fotografías y para el corte ceremonial por los novios. Aunque Nic le había pedido una tarta sencilla, ella había pasado horas preparando una tarta de bodas perfecta para su mejor amiga. Se había inspirado en el vestido de novia de Nic, que había sido llevado por primera vez por su abuela, a mediados de los años cuarenta, y luego por su madre, Susan, en los setenta.

Era un vestido de satén, con una capa de encaje, salpicado de perlas. Había sido cosido a mano por la bisabuela de Nic, por lo que era un tesoro de valor incalculable. Sólo habían sido necesarios unos mínimos arreglos para que Nic lo llevara y Aislinn estaba segura de que el traje serviría para una o dos generaciones más.