La ilusión de su vida - Gina Wilkins - E-Book

La ilusión de su vida E-Book

GINA WILKINS

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Era alto, guapo... ¿sería realmente el padre perfecto? Nada más conocerse, saltaron chispas entre Cecilia Mendoza y el joven Geoff Bingham, el soltero más solicitado del condado de Merlyn. Pero lo que más sorprendió a Cecilia fue que su primera cita acabara convirtiéndose en una noche de pasión desenfrenada que ninguno de los dos podría olvidar. Pero Cecilia era una mujer práctica a la que no le bastaba con una sola noche. Sin embargo necesitaba la ayuda de Geoff para convertir en realidad La ilusión de su vida... tener un hijo. Pero pronto ambos comenzarían a dudar si lo que los unía era sólo el deseo de engendrar un hijo... o había algo más.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 217

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

LA ILUSIÓN DE SU VIDA, Nº 1514 - noviembre 2012

Título original: Countdown to Baby

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1176-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

El niño de tres kilos y medio se revolvió en los brazos de Cecilia Mendoza. El pataleo de las piernas rosadas, los chillidos y la cara roja como una remolacha demostraban su indignación por haber sido obligado a abandonar un entorno líquido y cálido para enfrentarse a la luz y amplitud del paritorio.

Cecilia pensó que era una belleza. Ocultando su reticencia, entregó el niño a la exhausta y emocionada madre. El padre estaba a su lado exhibiendo una amplia sonrisa de orgullo.

Enterrando sus emociones en el fondo de su mente, Cecilia se concentró en sus tareas de comadrona, agradeciendo que hubiera sido un parto sin complicaciones. Su jornada de trabajo estaba a punto de terminar. Desafortunadamente, no podía irse a casa debido a la recepción que se ofrecía para Lillith Cunningham, la nueva directora de relaciones públicas de la Clínica de Obstetricia Foster y la Escuela para Comadronas Bingham, ambas afiliadas al hospital regional de Merlyn County, Kentucky. La recepción empezaba a las seis y, aunque a Cecilia no le apetecía ir, se sentía obligada a hacerlo.

Reflexionaría sobre su anhelo, envidia y frustración más tarde, cuando estuviera a solas con sus deseos de tener un hijo. La proximidad de su trigésimo octavo cumpleaños hacía que dudase de llegar a sentir el júbilo de tener en brazos a su propio bebé.

Mientras se anudaba un costosa corbata de seda roja sobre la camisa blanca, Geoff Bingham inspiró el aroma a aceite de naranja para muebles y ambientador de pino de su dormitorio. Su eficiente ama de llaves se aseguraba de que su piso estuviera limpio y cuidado cuando regresaba de uno de sus múltiples viajes de negocios, pero a veces le parecía un lugar ajeno a él, como si no fuera más que otra habitación de hotel.

Se puso automáticamente la chaqueta a medida que había sobre la cama. Para Geoff, el traje de mil quinientos dólares no era más que un uniforme de trabajo, que no decía nada sobre su auténtica personalidad. La recepción a la que tenía que asistir no era sino otra reunión de negocios para él, en la que sonreiría, saludaría y charlaría con la destreza adquirida en los últimos diez años de su vida.

Deseó que la recepción de la nueva directora de relaciones públicas del hospital no durase mucho. Anhelaba regresar a su apartamento y tirarse en el sofá con una cerveza, patatas fritas y su preciada guitarra. Soñaba con una tarde de tranquilidad solitaria; pero antes cumpliría con su obligación, siempre lo hacía.

—Hola, Geoff —un hombre de cara sonriente con una chaqueta que a duras penas se cerraba sobre su estómago, le dio una fuerte palmada en la espalda—. ¿Cuánto tiempo te quedarás esta vez?

—Es posible que esté por aquí bastante tiempo —dijo Geoff, manteniendo su agradable sonrisa, que consideraba una herramienta de trabajo equiparable a un martillo para un carpintero.

—Me alegra oírlo —Bob Howard volvió a golpearle la espalda—. A ver si podemos jugar al golf. No podrá ser este fin de semana, porque mi cuñada viene de visita y se supone que debo entretener al pesado de su marido.

—Ya lo haremos en otro momento —Geoff se identificaba muy bien con los compromisos familiares. Su vida giraba alrededor de ellos.

—Te llamaré.

—Buena idea —aceptó Geoff con entusiasmo. Se le ocurrían un par de docenas de cosas preferibles a jugar al golf con Bob Howard, pero su banco era un importante financiero de Empresas Bingham y eso lo comprometía.

Geoff aprovechó la marcha de Howard para tomar un sorbo de limonada. Su padre, abuela, hermana y primos pululaban entre la gente, ejerciendo su función de anfitriones de la recepción para la nueva directora de relaciones públicas del Hospital Regional de Merlyn County.

El hospital, fundado por los abuelos de Geoff, seguía bajo el control familiar, junto con otras empresas locales e internacionales. Los Bingham se tomaban muy en serio sus responsabilidades con la corporación y la comunidad. Y también con el resto de la familia.

Incluso los hijos ilegítimos de su desvergonzado y ya fallecido tío Billy, los que había reconocido, tenían que asumir responsabilidades quisieran o no. Dos de ellos, el doctor Kyle Bingham y Hannah Bingham, estaban allí, colaborando en promocionar el hospital.

Geoff miró a Hannah, en un estado de gestación avanzado, que había anunciado recientemente su compromiso con Eric Mendoza, un joven ejecutivo en alza de Empresas Bingham. La pareja irradiaba felicidad y el padre y la abuela de Geoff aprobaban el enlace.

En opinión de ambos, Hannah necesitaba a alguien que la ayudase a criar al bebé que había concebido en una relación fallida varios meses antes, y el joven Eric necesitaba una esposa que lo apoyara en su carrera profesional. Ese matrimonio era la solución ideal.

Geoff se temía que no tardarían mucho tiempo en volver la atención hacia él. Desde que había cumplido los treinta, dos años antes, lo habían estado presionando para que encontrara una esposa adecuada y empezase a producir más Bingham.

Aunque Geoff no tenía ningún problema con la idea de la paternidad, el prospecto del matrimonio no lo atraía en absoluto. De hecho, apenas disponía de tiempo y oportunidades para hacer lo que quería sin tener en cuenta las necesidades y deseos de otras personas. En su opinión, una esposa sólo sería alguien más con derecho a reclamar parte de su tiempo y atención.

Se planteó si podría redirigir sutilmente los esfuerzos casamenteros de su familia hacia su hermana Mari. Al fin y al cabo, ella tenía treinta y cuatro años, era doctora y dirigía la clínica y la escuela de obstetricia. Aunque estaba ocupada con su trabajo y su proyecto de crear un centro de investigación biomédica, no lo estaba más que Geoff, cuyo trabajo era conseguir financiación para esos planes y para el resto de las Empresas Bingham, en un mercado internacional cada vez más duro.

Alguien pasó a su lado mordisqueando una jugosa fresa recubierta de chocolate, recordándole que hacía tiempo que no comía. Miró la mesa con refrigerios, donde se habían reunido varios invitados. Recorrió con la mirada a una bella morena con un vestido rojo.

Cecilia Mendoza. La hermana de Eric, una destacada comadrona de la clínica, era una mujer muy atractiva a la que Geoff había admirado a distancia varias veces. Decidió que quizá comería algo antes de escapar de esa aburrida fiesta.

La recepción se celebraba en el atrio del edificio de administración y formación del recinto del hospital. De cuatro plantas de altura, el atrio era un remanso de cristal, verdor, estatuas y fuentes. Había mesas, sillas y bancos de hierro forjado artísticamente distribuidos sobre el suelo de piedra, y las verdes plantas que colgaban de los balcones dirigían la vista al techo de cristal.

Cecilia llegó al atrio desde el pasillo trasero, que llevaba a la clínica. Cuando Mari Bingham organizaba un acontecimiento oficial, todos sus empleados y los miembros de las empresas locales asistían.

Había cambiado la ropa de trabajo por una túnica rojo brillante, elegida para contrarrestar el cansancio de un largo día de trabajo. Era un vestido sin mangas y de cuello caído, que se ajustaba a las caderas y caía con un poco de vuelo hasta las rodillas. Había sustituido sus cómodos zapatos por unas sandalias negras de tacón alto, y sus pies ya empezaban a protestar. Se le habían escapado varios mechones del recogido informal que se había hecho, que cosquilleaban su nuca y sus mejillas.

Era una calurosa tarde de julio y por ello los refrigerios se componían de limonada helada, té de frambuesa frío y tentempiés ligeros: gambas, vegetales crujientes, canapés diminutos, hojaldres y fruta fresca. Cecilia miró la comida con anhelo. Se había tenido que saltar el almuerzo por razones de trabajo y tenía hambre. Pero nunca había dominado el arte de comer, alternar y charlar al mismo tiempo; se conformó con un vaso de limonada y una fresa recubierta de chocolate, que comía cuando oyó una voz masculina a su espalda.

—No sé qué opinarás tú, pero ojalá hubieran servido pizza y hamburguesas. Necesitaría una bandeja entera de estas cositas para llenar el estómago.

Sin saber si hablaban con ella, giró la cabeza. Se encontró con los ojos avellana claro de Geoff Bingham, un alto ejecutivo de Empresas Bingham, hermano de la directora de la clínica en la que Cecilia trabajaba como comadrona diplomada.

Lo reconoció de inmediato, toda la ciudad lo conocía, aunque nunca había hablado con él.

—Sería difícil comer pizza y hamburguesas con elegancia entre tanta gente vestida de gala —sonrió ella—. Pero suena muy bien.

—Todo tiene muy buen aspecto, pero no hay comida de verdad —comentó Geoff, estudiando la selección de bocaditos y moviendo la cabeza—. Tengo que hablar con Mari para que sirva pollo frito y enchiladas o algo así en la próxima celebración oficial.

Cecilia no pudo evitar reír al imaginarse a esa gente tan elegante comiendo alitas de pollo. Él clavó los ojos en su boca.

—¿Alguna recomendación para un hombre medio muerto de hambre?

No había duda de que estaba flirteando con ella, y Cecilia podía apreciar las atenciones de un hombre tan guapo y encantador. Hacía demasiado tiempo que no la miraban con franca aprobación masculina que, además, no era insultante, sino halagadora. El breve intercambio le daría algo que recordar después, cuando estuviera sola en casa tomando una taza de café.

—No te llenarán, pero te recomiendo las fresas. La que he tomado estaba deliciosa.

Él estiró el brazo para tomar una fresa recubierta de chocolate. Ella no pudo evitar observarlo mientras mordía la fruta, y reaccionó pasándose la punta de la lengua por los labios. Era un hombre guapísimo.

—Tienes razón —afirmó él, con voz baja e íntima, como si fueran los únicos presentes en la sala—. Está muy buena. ¿Te apetece un mordisco?

—Gracias, pero ya he tomado una —le dirigió una mirada de reproche por el doble sentido de su pregunta, pero después sonrió.

—Geoff. Eh, Geoff, me alegro de verte —saludó un hombre delgado y con una incipiente calvicie, sin parecer percatarse de la presencia de Cecilia.

Cecilia reconoció en el recién llegado a un prominente empresario de la comunidad. Adivinando que Geoff estaba allí para relacionarse con los potenciales inversores en el proyecto del centro de investigación de Mari, se retiró discretamente.

—¿Ese con el que flirteabas era Geoff Bingham? —preguntó Vanessa Harris, enfermera diplomada e instructora, y la mejor amiga de Cecilia en la clínica.

—¿Conoces a algún otro hombre rico con aspecto de estrella de cine que esté aquí hoy? —replicó ella.

—Bueno, ¿le diste tu número de teléfono por lo bajo?

—Hey, se lo habría dado, pero ya conoces mi política. Nunca salgo con hombres más guapos que yo.

Vanessa soltó una risita y Cecilia se unió a ella un momento después. Aunque no le había apetecido nada la reunión, lo estaba pasando bien. Era increíble el poder que tenían unos minutos de flirteo con un hombre guapo y unas risas con una buena amiga.

—¿Has conocido ya a la nueva directora de Relaciones Públicas? —preguntó Vanessa en voz baja.

—No. ¿Y tú?

—Esta tarde —asintió Vanessa. Sus enormes pendientes de aro rozaron sus mejillas.

Vanessa era una mujer alta y exuberante, que llamaría la atención en cualquier grupo, incluso si no utilizara siempre ropa de colores brillantes. Llevaba el pelo negro muy corto, sus ojos negros brillaban con inteligencia e interés y su piel color chocolate era tersa y suave. Cecilia deseó tener tan buen aspecto a los cuarenta y cinco.

Pero Cecilia no sólo envidiaba la belleza de Vanessa. Su amiga era madre de cuatro encantadoras criaturas, dos niños y gemelas, todos menores de doce años. Además, había tenido la suerte de encontrar a un hombre profundamente comprometido con su familia.

—¿Qué te pareció Lillith Cunnigham? —preguntó, intentando dejar de lado su creciente obsesión con la maternidad, al menos hasta que estuviera en casa.

—Es interesante —replicó Vanessa—. Con aspecto de artista. Ropa suelta de colores brillantes, bisutería larga y tintineante... No hay duda de que proviene de familia rica, pero tiene una sonrisa agradable, así que no creo que el dinero se le haya subido a la cabeza.

—Mari no contrataría a una snob para promocionar la clínica —dijo Cecilia con convencimiento. La doctora Mari Bingham había crecido rodeada de riqueza y privilegios, pero trabajaba con ahínco y sabía relacionarse con gente de todo tipo. La persona que representara a la Clínica de Obstetricia Foster tendría que poseer las mismas cualidades.

—Probablemente tengas razón. Mari sabe juzgar el carácter de las personas, la mayoría de las veces —dijo Vanessa en voz baja.

Milla Johnson, una joven estudiante, las saludó quedamente. Bonita y competente, tenía muchas posibilidades de convertirse en una excelente comadrona y Cecilia la apreciaba mucho. Notó que Milla tenía aspecto de cansancio, a pesar de estar recién maquillada. Sin duda, era consecuencia de la tensión del trabajo y de tener que enfrentarse a una injusta demanda por negligencia médica que le había puesto una pareja.

—¿Has comido algo últimamente? —preguntó Cecilia con voz maternal—. Estás algo pálida.

—Estoy bien —Milla se esforzó por sonreír—. Ha sido un día muy largo.

—Y tú que lo digas —corroboró Cecilia, poniéndose la mano en la espalda para indicar su propio cansancio—. Estamos en plena explosión demográfica, ¿verdad?

—Creo que la población de la ciudad se ha duplicado en la última semana —bromeó Milla con voz cansina.

—Chicas, hoy tenemos aquí todo un cargamento de Bingham —murmuró Vanessa, mirando la habitación—. La señorita Myrtle y el señor Ron. Mari y Geoff. También Hannah, por supuesto, supongo que también cuenta como Bingham. Tu hermano y ella parecen muy felices, ¿verdad Cecilia?

Cecilia, sonriente, miró a su guapo y adorado hermano menor, Eric, que estaba junto a una bonita mujer embarazada. Parecían muy enamorados y emocionados por el bebé que pronto formaría parte de su vida.

Eric era otra excepción a la teoría de Cecilia de que la mayoría de los hombres no estaban interesados en obligaciones familiares a largo plazo. Aunque se alegraba por su hermano, no podía evitar cierta envidia...

—¡Uy! Casi se me olvida un Bingham —añadió Vanessa alegremente—. El doctor Kyle está al otro lado del atrio, como si acabara de bajarse de una portada de revista. Es muy atractivo, ¿no?

—Si te gustan el pelo rubio, los ojos azules, los rasgos bonitos y un cuerpo perfecto... —comentó Cecilia—. Y a quién no, ¿verdad, Milla?

Milla murmuró una respuesta, su palidez se transformó en rubor y, tras dar una excusa, se marchó.

Cecilia la observó alejarse. Al igual que otras compañeras, había captado las chispas entre la joven enfermera y el doctor Kyle Bingham. Pero tenía la impresión de que Milla estaba preocupada por algo más que las dificultades que podría implicar esa atracción.

—¿No te parece que Milla está un poco rara últimamente, Van?

—¿Quién no lo estaría con la amenaza de esa estúpida demanda? No te preocupes, todo irá bien. Mari y el equipo de abogados se ocuparán de todo.

—Supongo que tienes razón —Cecilia echó una ojeada a su reloj—. Me pregunto cuánto más esperar antes de escaparme. Estoy deseando derrumbarme en el sofá.

—Yo también estoy casi lista para irme. George iba a dar la cena a los niños y a supervisar sus deberes, pero ya sabes cómo van las cosas. Seguramente tendré que comprobar que todo ha ido bien; y quiero leerle a Damien su cuento de buenas noches.

Vanessa no imaginaba que sus palabras eran como un dardo en el corazón de Cecilia. Aunque sabía que quería ser madre, no tenía ni idea de hasta qué punto.

—Creo que alguien quiere hablar contigo —Cecilia cambió de tema con alivio y señaló con la cabeza a una joven estudiante de enfermería que intentaba captar la atención de Vanessa—. Parece que están discutiendo.

—Seguro que sí —suspiró Vanessa—. Ese grupo siempre está debatiendo un tema u otro; y siempre me utilizan como árbitro.

—Mamá Vanessa —se burló Cecilia—. Ve a cuidar de tus polluelos. Yo voy a comerme otra fresa.

—Vale. Te veré después —dijo Vanessa. Fue hacia el grupo de estudiantes y se unió a la animada discusión.

Cecilia cruzó lentamente el atrio atestado, deteniéndose varias veces para charlar con compañeros de trabajo. No quería que cupiese duda de que había asistido a la celebración; era política de trabajo. Intercambió sonrisas y saludos con su hermano y su prometida desde lejos, pero no se unió a ellos. Como ejecutivo de la corporación Bingham, Eric también tenía que desarrollar su propia política de empresa.

—¿Sigue buscando una hamburguesa, señor Bingham? —preguntó con una sonrisa, cuando Geoff se plantó delante de ella.

—La verdad es que tengo suficiente hambre para un filetón y una enorme patata asada.

—Lo entiendo perfectamente. Yo no he tenido tiempo de comer nada desde el desayuno.

—Entonces, ¿qué te parece? ¿Quieres acompañarme en busca de un filete?

—Hum... ¿ahora? —Cecilia parpadeó.

—Claro. Los dos tenemos hambre y hemos cumplido apareciendo en esta recepción oficial. Si no tienes planes, sería un honor que me acompañaras a cenar.

Ella no se podía creer que Geoff Bingham la estuviera invitando pocos minutos después de conocerla. Ni siquiera le había dicho su nombre.

—No nos han presentado.

—Tienes razón —él sonrió ampliamente—. Tú ya sabes que soy Geoff Bingham y yo sé que eres Cecilia, la hermana de Eric Mendoza. Eres una comadrona muy respetada en la clínica. Me gustaría tener la oportunidad de conocerte.

Ella justificó la invitación diciéndose que quizás no le gustaba comer solo; o la estaba utilizando como excusa para huir de la recepción; o cumplía su función de anfitrión relacionándose con una subordinada, en concreto la hermana del hombre que iba a casarse con su prima. La pregunta era si ella deseaba aceptar y la sorprendió que la respuesta fuese afirmativa.

Supuso que quería posponer su regreso a casa, sola, para pensar en su vida y su futuro. Tal vez la recepción había incrementado su conciencia de que su vida social era casi inexistente. O simplemente le gustaba la idea de pasar un par de horas con un hombre atractivo, agradable e interesante.

—¿Podría pedir pollo en vez de filete? —preguntó, diciéndose que no había razón para rechazarlo.

—Eso no será problema —los ojos avellana claro chispearon de satisfacción.

Capítulo 2

Geoff, mientras estudiaba a Cecilia Mendoza, sentada frente a él, se dijo que de haber sabido que acabaría cenando con una belleza morena, no le habría costado tanto ir a la recepción. El restaurante Melinda’s estaba bastante lleno, pero la inteligente distribución de las mesas y la iluminación creaban un ambiente íntimo.

Siguiendo la sugerencia de Cecilia, habían abandonado la recepción y conducido al restaurante por separado. Había supuesto que era en parte por discreción, dado que el cotilleo en la clínica estaba a la orden del día.

Geoff había llamado antes de salir del hospital, y su mesa estaba lista cuando llegaron. No solía utilizar su influencia como miembro de una de las familias más ricas y prominentes de la comunidad, pero esa había sido una de las raras ocasiones en las que la opción le había parecido irresistible. Si había impresionado a Cecilia, ella no lo había demostrado, lo que agradecía.

—Creo que tomaré trucha —dijo ella, dejando la carta sobre la mesa.

—¿Has cambiado de opinión sobre el pollo?

—La verdad es que todo suena tan bien que es difícil decidirse —su sonrisa hizo que se formaran unos pequeños hoyuelos junto a las esquinas de su boca; Geoff los miró admirado—. Hace mucho que no ceno aquí.

—Entonces me alegro de que estuvieras libre para acompañarme hoy.

Melinda’s era un restaurante de carnes y mariscos, instalado en el viejo parque de bomberos, y contaba con una fantástica carta de vinos. Las paredes de ladrillo rojo estaban decoradas con antiguas fotos en blanco y negro de Merlyn County, se conservaba la barra de descenso de bronce y había una enorme barra de bar de roble en la parte trasera del salón de la planta baja.

La familia de Geoff siempre había celebrado allí las ocasiones especiales, como cumpleaños y aniversarios, y la dirección siempre les había otorgado trato preferente. Aunque en los últimos años, Geoff había conocido los restaurantes de más renombre del mundo, Melinda’s era muy especial para él.

—He oído que la clínica ha tenido mucho ajetreo últimamente —dijo Geoff, una vez que el camarero tomó nota de lo que querían.

—Has oído bien. Están naciendo muchos bebés en Merlyn County. Y cada vez hay más demanda de comadronas, en parte debido a la escasez de obstetras en el condado.

—¿Cómo van las nuevas estudiantes? ¿La escuela cumple bien su función?

—Desde luego que sí. Me atrevería a considerarla una de las mejores del país.

—Basta de hablar de trabajo —Geoff asintió con la cabeza, complacido por su lealtad con la institución—. Hablemos de ti.

Ella le lanzó una mirada de advertencia, indicando que no se dejaría engatusar por frases manidas. Pero él estaba realmente interesado en conocerla mejor. El contraste entre su comportamiento cortés y reservado y el sexy vestido rojo fuego, lo intrigaba tanto como lo atraían su bonito rostro y voluptuosa figura.

Concluyó que hacía demasiado tiempo que no pasaba la tarde con una mujer interesante. Durante los últimos diez años había estado tan inmerso en su papel de hijo y empleado responsable que casi había olvidado cómo ser espontáneo e impulsivo. Se esforzaba tanto en actuar como su respetado padre, y no como su irresponsable tío, que casi había olvidado ser él mismo.

—¿Qué te gusta hacer cuando no estás trayendo bebés al mundo? —preguntó, inclinándose hacia ella.

—Soy una ávida lectora y jardinera. Me gusta ir de excursión a la montaña y observar a los pájaros.

—¿Qué te parece el fútbol americano?

—El fútbol americano me apasiona —se llevó la copa de vino a los labios y lo observó por encima del borde—. Sobre todo el equipo de la Universidad de Kentucky.

—Una mujer digna de poseer mi corazón —comentó él, aún más interesado.

—No pretendo poseer el corazón de nadie, señor Bingham —replicó ella, dejando la copa sobre la mesa—. Los corazones son órganos que requieren mucho mantenimiento, y apenas tengo tiempo de ocuparme de mí.

Él soltó una carcajada. Era un sentimiento que entendía muy bien. Cada segundo que pasaba, se alegraba más de haber invitado a cenar a Cecilia Mendoza.

Cecilia siempre había pensado que los placeres más agradables eran los inesperados. Cenar con Geoff Bingham encajaba en esa categoría. Era muy buena compañía: expresivo, divertido y atento cuando ella hablaba. Seguramente había adquirido esas destrezas para su trabajo, y eso lo convertía en el acompañante ideal.

No pudo evitar sonreírse al comparar esa cena con su última cita. Presionada por Vanessa, había accedido a una cita a ciegas, concertada por Internet. Cecilia pasaba tantas horas en la clínica que no tenía muchas oportunidades de conocer a solteros de su edad

La cita había sido un fracaso total. Una pérdida de tiempo por ambas partes. Él no se había interesado por su trabajo, de hecho confesó que la idea de un parto lo enfermaba; a ella tampoco le interesó en absoluto su deporte favorito: ir a cazar ranas a medianoche.

—¿Qué te ha hecho tanta gracia? —preguntó Geoff, alzando la cabeza de su casi acabado filetón.

—Nada —dijo ella, comprendiendo que se había reído—. Estoy disfrutando de la comida.

—Quizá debería haber pedido trucha —dijo él, mirando su plato—. Mi filete esta bueno, pero no me da risa.

—Digamos que hacía demasiado tiempo que no salía a cenar con un acompañante agradable —explicó ella—. Últimamente como sola con demasiada frecuencia.

—Ojalá pudiera decir lo mismo —Geoff frunció el ceño—. Tengo muy pocas oportunidades de pasar tiempo a solas. Siempre estoy corriendo de una reunión, o recepción o cena a la siguiente. Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que pasé la tarde delante del televisor con una pizza.

—¿No te gusta tu trabajo?

—Sí, en general sí. Pero creo que en el futuro intentaré planificar más tiempo libre para mí.

—Buena idea —asintió ella—. Si dedicas demasiadas horas al trabajo y no las suficientes al ocio acabarás quemado y con problemas de salud debidos al estrés.

—Quizás debas seguir tu propio consejo. Por lo que oigo, eres una de las que más trabajan en la clínica.

Cecilia, ligeramente incómoda se preguntó quién le había hablado de ella. Quizá había sido su hermana.

—Sí, bueno. Igual que tú, últimamente he estado pensando bastante en mi vida personal.

—No estarás pensando en dejar la clínica, ¿verdad? Mari tendría una apoplejía si lo sugirieses.

—No voy a dejar la clínica. Me encanta mi trabajo. Pero necesito algo más —antes de que él pudiera preguntar a qué se refería, cambió de tema—. Háblame de tu último viaje, oí decir que estabas en Italia.

—En Milán —asintió él, sin que pareciera molestarle que se rumoreara sobre su vida—. Me reuní con científicos y empresarios capitalistas de ámbito internacional para hablar sobre inversión de fondos y colaboración experta en nuestro centro de investigación biomédica.

—¿Fueron bien las reuniones... o es secreto?

—En realidad no puedo dar detalles de momento, pero la familia está satisfecha con los progresos realizados.

—Tu familia parece más que satisfecha con tu trabajo. Siempre hablan de ti con orgullo —apuntó ella pinchando un trozo de trucha.