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¿Es la vida cristiana que se inicia en el bautismo la mejor opción para ser feliz? Tras el primer discurso de san Pedro en Jerusalén, su auditorio le formula una pregunta crucial y de enorme actualidad: ¿Qué tenemos que hacer después de recibir el bautismo? ¿Cómo vivir conforme a esa vocación bautismal? Para responder a estas preguntas, el autor acude al Catecismo de la Iglesia católica y a los textos de los últimos papas para precisar las enseñanzas del Concilio Vaticano II y su doctrina sobre la llamada universal a la santidad. Quienes desean profundizar en su fe y dar a su vida un sentido plenamente cristiano, y quienes acompañan a otras personas en su vida espiritual, podrán encontrar luz y respuestas en este libro.
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Seitenzahl: 187
Veröffentlichungsjahr: 2022
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DIDIER VAN HAVRE
EL PODER DEL BAUTISMO CRISTIANO
EDICIONES RIALP
MADRID
© 2022 by Didier van Havre
© 2022 de la versión española de MIGUEL MARTIN
by EDICIONES RIALP, S. A.,
Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid
(www.rialp.com)
Preimpresión y realización eBook: produccioneditorial.com
ISBN (versión impresa): 978-84-321-6212-1
ISBN (versión digital): 978-84-321-6213-8
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
PRÓLOGO
UN FUNDAMENTO SÓLIDO
DAR UN SENTIDO A TU EXISTENCIA
LA ELECCIÓN DE UNA VIDA CRISTIANA
LA NECESIDAD DE UN FUNDAMENTO
CRISTO, FUNDAMENTO DE LA VIDA CRISTIANA
LAS PRÁCTICAS RELIGIOSAS HABITUALES
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
FE Y BAUTISMO
EL BAUTISMO
LA CELEBRACIÓN BAUTISMAL
EL SIGNIFICADO DEL RITO ESENCIAL
LA INICIACIÓN CRISTIANA
LOS PRINCIPALES EFECTOS DEL BAUTISMO
EL DESIGNIO DE DIOS
EL BAUTISMO COMO PUNTO DE PARTIDA
LA VOCACIÓN BAUTISMAL
LA ADHESIÓN A LA VOCACIÓN BAUTISMAL
LA UNIÓN CON JESUCRISTO
IR A JESÚS
ENCONTRAR A JESÚS
TRATAR A JESÚS
UNIRSE A JESÚS
VIVIR EN AMISTAD CON JESÚS
LA UNIÓN Y LA IDENTIFICACIÓN CON JESÚS
LA FILIACIÓN DIVINA
LLEGAR A SER HIJO DE DIOS
NUESTRA FILIACIÓN ADOPTIVA
EL EJEMPLO DE JESUCRISTO
ALGUNAS INDICACIONES DEL NUEVO TESTAMENTO
LOS EJEMPLOS DE LA VIDA CORRIENTE
LA SANTIFICACIÓN
LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN EL BAUTISMO
LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO DESPUÉS DEL BAUTISMO
LA LLAMADA A LA SANTIDAD
NUESTRA RESPUESTA A LA LLAMADA DE DIOS
LA INFLUENCIA DE LOS SANTOS
LA INCORPORACIÓN A LA IGLESIA
DOS REPERCUSIONES DE LA VOCACIÓN BAUTISMAL
LA TAREA DE LOS LAICOS
EL SACERDOCIO COMÚN DE LOS FIELES
EL APOSTOLADO DE LOS LAICOS
EL SERVICIO AL REINO DE DIOS
QUÉ CAMINO SEGUIR…
ANEXO ALGUNAS PREGUNTAS SOBRE EL BAUTISMO
¿Es necesario el Bautismo para la salvación?
¿Puede bautizarse uno mismo?
¿Por qué Cristo quiso ser bautizado?
¿Es posible hacerse “desbautizar”?
¿Es verdad que todo el mundo puede administrar válidamente el Bautismo?
¿Por qué hay un padrino y una madrina de Bautismo?
¿Por qué la Iglesia siempre recomendó el Bautismo de los niños?
¿Qué dice la Iglesia sobre la salvación de los recién nacidos que mueren sin Bautismo?
¿Por qué no dejar que sean los niños quienes elijan bautizarse, cuando sean mayores?
ABREVIATURAS DE LOS DOCUMENTOS CITADOS
AUTOR
PRÓLOGO
ES PENTECOSTÉS. EN JERUSALÉN, Pedro termina su discurso sobre la vida y la muerte de Jesús. Y ya su auditorio le plantea una misma pregunta: «“¿Qué tenemos que hacer, hermanos?”Pedro les dijo: “Convertíos, y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo”» (Hch 2, 37). En unas palabras, el príncipe de los apóstoles revela a quienes le oyen el fundamento de la vida cristiana.
Al instituir el sacramento del Bautismo, Cristo nos ha abierto la posibilidad de sumergirnos (tal es el sentido de la palabra bautizar, en griego baptizo) en la vida divina, que es una vida de amor: el amor del Padre por el Hijo y el amor del Hijo por el Padre, en este mismo amor que es el Espíritu Santo. La respuesta de Pedro toma así todo su sentido: se trata, haciéndose bautizar en el nombre de Jesús, de dejarse injertar en la vida trinitaria.
La Iglesia perpetúa la respuesta de Pedro: pide a quienes se acercan a ella creer en Jesucristo y pedir el sacramento del Bautismo. Cristo instituyó este sacramento para hacernos entrar en la vida divina que nos ofrece dándose al Padre en el Espíritu Santo. Las palabras sacramentales designan la acción propia de cada persona divina. Cuando el celebrante dice: «N., yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo», se refiere en efecto a cada persona divina, cuya acción se prolongará en la vida del bautizado. Estas palabras nos llevan así al corazón de la vida cristiana.
Las líneas que siguen se proponen entrar más en concreto en la pregunta que harían a Pedro: «¿Qué debemos hacer después de recibir el Bautismo?». ¿Cómo vivir cada día conforme a la vocación bautismal del cristiano? En el respeto al rito de la celebración bautismal, la respuesta a estas preguntas consiste en vivir la unión con Cristo, en comportarse como un hijo del mismo Padre, en cooperar a la acción santificadora del Espíritu Santo y hacer propia la misión de la Iglesia. Siguiendo un camino, finalmente, que permite vivir según el designio de Dios. Se trata de tomar conciencia de la grandeza de los dones que nos concede Dios en el Bautismo: el don de la gracia santificante, la inhabitación del Espíritu Santo en nuestra alma, la adopción filial por el Padre, la identificación con Cristo, la participación en su vida divina.
Todos los que desean profundizar en su fe y dar a su vida un sentido plenamente cristiano, o que tienen el cargo de acompañar a otras personas en su vida espiritual, podrán sacar provecho de la lectura de este libro. Ese es el deseo del autor.
Hay un buen número de obras teóricas sobre el Bautismo, pero no todas tratan necesariamente sobre la puesta en práctica de la vocación bautismal. Aquí queremos poner el acento en esa pregunta: «¿Qué debo hacer?».
En esta perspectiva, recurrimos a las ricas enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre el sacramento del Bautismo, sobre la llamada universal a la santidad, sobre el rol de los laicos en la Iglesia, sobre el sacerdocio común de los fieles. Las frecuentes remisiones al Catecismo de la Iglesia Católica, al magisterio de san Juan Pablo II, al de Benedicto XVI y del papa Francisco darán una imagen precisa y detallada de estas enseñanzas conciliares.
Solo deseo que el lector pueda encontrar en estas páginas una respuesta práctica a la pregunta: «¿Qué debo hacer de mi Bautismo?».
UN FUNDAMENTO SÓLIDO
ANTES O DESPUÉS TODOS NOS enfrentamos a la cuestión del sentido de nuestra vida: «¿Qué vale realmente la pena?», «¿qué debo hacer para ser feliz?», «¿es la vida cristiana la mejor opción?». Estas preguntas son fundamentales, pues todos tenemos una sed insaciable de felicidad y de plenitud en lo más profundo de nuestro ser, y queremos satisfacerla a toda costa. Mientras no encontremos respuestas convincentes, sentiremos un cierto vacío y viviremos insatisfechos. Todos tenemos la misma sed, pero la respuesta no es la misma para cada uno.
La búsqueda del sentido de la vida está estrechamente ligada a la felicidad. No abandones nunca tu búsqueda y no te contentes a medias; eso no resolverá nada. Para construir una vida que valga de verdad la pena... busca hasta que encuentres.
DAR UN SENTIDO A TU EXISTENCIA
Encontrar el verdadero sentido de nuestra existencia no es un asunto de poca monta. Esa búsqueda implica a menudo un largo camino entre los escollos de la vida, comparable al discurrir de las aguas de un río.
Para algunos, la vida transcurre serenamente, a imagen de un curso fácil, sin choques ni remolinos. Desde su juventud, han construido su vida sobre fundamentos sólidos, que han profundizado y reforzado a lo largo de los años, sin tropiezos particulares. Su felicidad se apoya en las elecciones iniciales, siempre actualizadas.
Otros recorren un cauce inestable, por razón de alguna debilidad o de una profunda ignorancia. Su vida se parece a esos cursos de agua fluctuantes que se ramifican y terminan por perderse en llanuras pantanosas. Es el caso de las personas que se contentan con un bienestar inmediato a la medida de las circunstancias. Sin convicciones firmes, se dejan llevar por los vientos dominantes, las modas y los ambientes del momento. Les importa demasiado el poder, el prestigio, el dinero o el placer, y se olvidan de darle un sentido más profundo a su vida. Su principal ambición es sentirse bien, evitando los contratiempos desagradables.
Otras personas encuentran la calma en los valles hasta que aparecen, casi sin avisar, las aguas bravas que les hacen saltar por las pendientes. Son las personas que suelen vivir tranquilamente sin fuertes convicciones, con una vida aparentemente estable y ordenada hasta que se enfrentan a una gran dificultad: una enfermedad grave, una pérdida de empleo, una crisis familiar mayor, una depresión repentina. Comienzan entonces a preguntarse sobre el sentido de su vida y ponen en cuestión su pasado; toman conciencia de que les falta un proyecto de vida adecuado que les satisfaga. Estos periodos de turbulencia interior son evidentemente penosos. Con el paso del tiempo, se suelen dar cuenta de que estas crisis pueden ser saludables, pues nos hacen madurar y nos ayudan a encontrar un asidero sólido, un apoyo para construir una vida nueva que responda a nuestras verdaderas aspiraciones.
Estas crisis, ligadas al sentido de la vida, suscitan invariablemente una pregunta vital: «Y ahora, ¿qué debo hacer?». La situación nos obliga a tomar posición y a elegir entre las numerosas salidas posibles, una de ellas, vivir una vida realmente cristiana. Será esa la elección la que consideraremos aquí.
Intenta ser verdadero; sin eso nunca te encontrarás bien dentro de ti. Esfuérzate en vivir de acuerdo con tu conciencia y con tus aspiraciones más profundas. Así encontrarás tu verdad interior y una alegría de vivir que brota de lo más profundo de ti.
No compliques las cosas. Entrégate: esa es la única fuente de la verdadera felicidad. Cristo muestra el camino: él se dio por amor a su Padre. Da un primer paso, luego otro y otro. Verás que así serás tú mismo.
LA ELECCIÓN DE UNA VIDA CRISTIANA
Una elección válida, entre tantas otras, es optar por una vida cristiana. Esta elección aporta una verdadera respuesta a las preguntas sobre el sentido de la vida, y sobre qué camino seguir en la práctica. En efecto, desde hace dos mil años, millones de personas han hecho esa opción para responder a sus aspiraciones más profundas y han sabido concretarla en un modo de vida. Aunque algunos se empeñen en rechazarla, esta opción sigue gozando de enorme actualidad.
El interés por la vida cristiana se nutre generalmente de ejemplos o testimonios que nos interpelan. Este interés naciente es como una puerta que se abre a la fe católica, y nos sugiere que ella podría saciar nuestra sed de amor y de plenitud. San Pablo nos dice que la fe procede de lo que se oye. Una vez abierta esta puerta, es la persona de Cristo lo que nos atrae. El descubrimiento o el encuentro con él, de una forma u otra, nos hace tomar conciencia de que está vivo, que actúa en la Iglesia, que nos ama personalmente, que es infinitamente misericordioso, que es fuente de verdad y que puede saciar nuestra sed de felicidad conduciéndonos al cielo. Esta toma de conciencia intuitiva es fruto de la gracia y de un corazón bien dispuesto, como la buena tierra de la que habla Jesús en la parábola del sembrador. Esto es el comienzo del camino que lleva a acoger la Buena Nueva, la conversión y la adhesión a la fe cristiana.
Las Escrituras hablan de muchas personas que han encontrado a Jesús y le han preguntado explícitamente, a él o a sus apóstoles, «¿qué debo hacer?». Los más conocidos son san Pablo en el camino de Damasco, los judíos a quienes san Pedro habló en Jerusalén el mismo día de Pentecostés y el joven rico, que fue a encontrar a Jesús para preguntarle qué hacer para alcanzar la vida eterna. Además, los Evangelios nos señalan continuamente la actitud de distintas personas después de haber encontrado a Cristo: los apóstoles lo dejaron todo para seguirle; la Samaritana fue inmediatamente a invitar a sus vecinos después de su encuentro con Jesús; Zaqueo declara dar la mitad de sus bienes a los pobres cuando Jesús se invitó a su casa, etc. Y tantos otros que hicieron enseguida lo que Jesús les inspiró.
Un auténtico encuentro con Jesús no deja a nadie indiferente.
Esto sigue sucediendo actualmente. El interés por la vida cristiana y la atracción hacia Cristo no indica con precisión lo que conviene hacer, pero muestra el camino para seguirle: para quienes han recibido una formación cristiana, se tratará de tomarse más en serio su fe; para los que no conocen la vida cristiana, la respuesta consistirá en descubrir el contenido de la fe católica y apreciar su valor. Pero ¿cómo entrar en ese camino?
Jesús preguntó a sus discípulos: «para vosotros, ¿quién soy yo?». Él te hace también a ti esa pregunta. Para ti, ¿quién es Jesús? Anda, díselo claramente: «Jesús, para mí, tú eres…». Sin eso, él sigue siendo para ti un ser abstracto y lejano.
LA NECESIDAD DE UN FUNDAMENTO
La respuesta a la pregunta «qué debo hacer» no se improvisa. Para comenzar la vida cristiana o para tomarla más en serio, hay que disponer de un fundamento sólido y estable que proporcione una base permanente a nuestra existencia. Ese fundamento debe también orientar nuestra vida según el designio de Dios, ofrecer un punto de partida concreto y práctico para saber cómo actuar en la vida cotidiana y corresponder a nuestras aspiraciones más profundas, para saciar nuestra sed de felicidad. Sin eso, la pregunta queda sin respuesta.
Lo mismo sucede en otros muchos campos. Los estudios y la formación que adquirimos determinan nuestra vida profesional. Esa elección da una base permanente a nuestra existencia; orienta nuestra vida según nuestros gustos y aptitudes; puede así abrirse a un trabajo que responda a nuestros deseos y satisfaga nuestras ambiciones.
En lo que se refiere a la vida matrimonial, la existencia familiar se apoya en el proyecto de vida de la pareja. Ese proyecto supone una orientación para las restantes decisiones; es el punto de partida de su vida común, reflejo de sus aspiraciones y sus esperanzas.
Cristo mismo insiste en la necesidad de construir nuestra existencia sobre una base sólida. Termina el sermón de la montaña diciendo: «Todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos; irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca». Pero el que no las pone en práctica «es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: se precipitaron contra aquella casa, y se derrumbó y fue tremenda su ruina» (Mt 7, 24-27). La base sólida a la que se refiere Cristo aquí es su propia Palabra. Nos invita así a acudir a él, que es el verdadero fundamento de toda la vida cristiana.
Dime: ¿Cuáles son las realidades o verdades fundamentales sobre las que construyes tu vida? ¿Cómo esperas alcanzar la felicidad eterna en el más allá? Si no edificas sobre roca, eres un insensato.
CRISTO, FUNDAMENTO DE LA VIDA CRISTIANA
La vida cristiana se apoya enteramente sobre la Persona y la revelación de Cristo. Él es la primera y última referencia para la forma de actuar y pensar de los cristianos. Desde el principio, la fe cristiana se transmitió por el anuncio de Jesucristo, que es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Para vivir cristianamente hay que partir de Cristo.
Benedicto XVI lo recuerda claramente al escribir que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (DCE, 1).
Juan Pablo II propone un programa de vida cristiana basado en Cristo Jesús para entrar en el nuevo milenio. «No se trata de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz» (NMI, 29).
Jesucristo es el Hijo de Dios. Ha asumido la naturaleza humana, sin perder su naturaleza divina, para realizar en ella nuestra salvación. Es el Verbo, que nos aporta la plenitud de la verdad que él encarna; nos reconcilia con Dios y revela su amor incondicional por cada uno de nosotros; es nuestro modelo de santidad y nos diviniza haciéndonos participar de la naturaleza divina. Es nuestro Redentor y Salvador; por su muerte en la cruz nos ha liberado del pecado y por su resurrección nos ha dado acceso a la vida divina; solo él nos trae la salvación. Aceptando sus enseñanzas y siguiendo sus ejemplos, podemos unirnos a él, en quien «habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad» (Col 2, 9). Él ha fundado su Iglesia, que transmite la Buena Nueva y nos ofrece todo lo necesario para ser salvado.
Cristo es también el hombre perfecto, que nos invita a ser sus discípulos. Nos invita a caminar en su seguimiento y a vivir según sus enseñanzas para encontrar la realización a la que aspiramos. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios: solo él, el hombre-Dios, es capaz de satisfacer, desde aquí abajo, la sed de plenitud que Dios mismo ha puesto en nuestro corazón.
Cristo Jesús es pues el verdadero fundamento de la vida cristiana. Puede colmar nuestras aspiraciones más profundas, en la medida en que nos unimos a él y ponemos sus enseñanzas en práctica. Su obra y sus enseñanzas son sin embargo tan extensas que es difícil deducir directamente orientaciones prácticas, válidas para todos, sobre el modo de actuar en la vida cotidiana. No olvidemos que para comenzar a vivir en cristiano necesitamos un punto de partida que indique claramente lo que conviene hacer.
¿Por qué razón el Hijo único de Dios se hizo hombre? ¿Por qué quiso morir en una cruz después de ser rechazado por su propio pueblo? Todo esto no es casual. ¡Hasta dónde ha llegado para salvarte! Medítalo despacio.
LAS PRÁCTICAS RELIGIOSAS HABITUALES
¿Cómo encontrar una base sólida para vivir cristianamente? El consejo que se suele dar a los principiantes es comenzar por las prácticas religiosas clásicas. Las más frecuentes son: la participación en la Misa dominical y, si es posible, la confesión en las grandes fiestas religiosas; una breve oración por la mañana y por la tarde, así como antes y después de las comidas. Algunos añaden a esto el rosario, una actividad caritativa y eventualmente oraciones particulares. A eso se añade, en el mejor de los casos, el empeño en vivir las principales virtudes cristianas y en cumplir los mandamientos del Decálogo.
Esos consejos son evidentemente excelentes: proceden de la tradición cristiana y son como un punto de partida concreto y realista adaptado a la vida de todos los días. Este enfoque presenta sin embargo el grave peligro de reducir inconscientemente la vida cristiana a un conjunto de prácticas religiosas y actos de piedad. No se pone el acento en aspectos fundamentales de la vida cristiana, tales como la relación personal de amistad con Jesucristo, la conciencia de nuestra filiación divina, el amor a la Iglesia y la participación en su misión, la necesidad de una buena formación para ser capaz de pensar y actuar como cristiano, etc. Sin un anclaje firme en la Buena Nueva, los grandes tesoros de la vida cristiana quedan en la sombra y son descuidados. La vida cristiana pierde así su fuerza y su atractivo, pues no aporta respuestas convincentes a las cuestiones ligadas al sentido de nuestra vida y no satisface realmente nuestra sed de felicidad.
Eso es lo que precisamente subrayan los que han pasado de una vida cristiana basada en prácticas religiosas habituales a una fe viva: «Mi fe se ha hecho viva —escribe uno de ellos, que prefiere quedar anónimo—, lo que creo se ha convertido en algo más que un simple conocimiento. De improviso, lo sobrenatural lo veo más real que lo natural. Jesús es para mí ahora una persona real. La oración y los sacramentos son para mí el pan cotidiano y no ya piadosas prácticas. Un amor por la Escritura que no hubiese creído posible, una transformación de las relaciones con los demás; una necesidad y una fuerza para dar testimonio mayor de lo que esperaba; todo eso forma parte ahora de mi vida. Esta experiencia no me ha dado una emoción exterior particular, pero mi vida se ha llenado de tranquilidad, de confianza, de alegría y paz». La gran mayoría de los que han recuperado una fe vivida cuentan experiencias parecidas.
El elemento central de una conversión interior es la relación personal con Jesucristo. Al descubrir que está vivo y que nos ama personalmente tal como somos, llegamos a enamorarnos de él. De ahí brota el impulso y la alegría de vivir que produce una fe viva, vivida con entusiasmo y convicción.
Mira a tu alrededor. ¿Quiénes te parecen más contentos de vivir, que irradian y que les hace mostrarse verdaderamente amables? ¿No son personas de fe? Sigue su ejemplo; nunca lo lamentarás.
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
Para entrar en una relación personal con Jesús y adherirse plenamente a todo lo que nos ha revelado, el camino más seguro es partir del Bautismo.La Iglesia afirma explícitamente que el Bautismo «es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo […] llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión» (CCE 1213). Atestigua que Jesucristo ha instituido este sacramento para unirnos a él en su muerte y su resurrección y darnos la vida nueva de la gracia que nos hace participar en la vida trinitaria de Dios; así pues, «todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo» (CCE 1266).
En la Escritura encontramos muchas referencias al Bautismo como punto de partida de la vida cristiana. El mismo Jesús lo presenta como un nuevo nacimiento, indispensable para entrar en el Reino de Dios. Declara a Nicodemo que «si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, carne es; y lo nacido del Espíritu, espíritu es. No te sorprendas de que te haya dicho que debéis nacer de nuevo» (Jn 3, 5-7). En el momento de subir al Padre, lo confirma ordenando solemnemente a sus apóstoles: «Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado