El precio de amar a un monstruo - Miguel Alejandro Rodríguez - E-Book

El precio de amar a un monstruo E-Book

Miguel Alejandro Rodríguez

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Beschreibung

¿Hasta dónde puede llegar una mujer por amor? ¿Cuánto puede perder antes de decidir salvarse a sí misma? Diana lo tenía todo —inteligencia, éxito, un corazón generoso y un deseo profundo de amar y ser amada—, pero cuando Carlos, un hombre brillante y seductor, entra en su vida, comienza una historia que, al principio, parece un cuento de hadas y, poco a poco, se transforma en una pesadilla. Entre viajes, congresos, promesas y silencios, Diana va cediendo espacio, cuerpo y voz. Lo que empezó como un proyecto de amor mutuo se convierte en una prisión invisible, marcada por el control, la manipulación, la traición y el dolor. Basada en hechos profundamente humanos, esta novela, narrada en primera persona, recorre el trayecto de una mujer que sobrevive a un hombre roto y que, en ese proceso, se rompe ella también, pero no se queda rota. El precio de amar a un monstruo es una historia de despertar, de reconstrucción y de poder femenino. Un viaje íntimo hacia el amor propio, el perdón y la libertad.

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Seitenzahl: 61

Veröffentlichungsjahr: 2025

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MIGUEL ALEJANDRO RODRÍGUEZ

El precio de amar a un monstruo

Rodríguez, Miguel Alejandro El precio de amar a un monstruo / Miguel Alejandro Rodríguez. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-6751-2

1. Novelas. I. Título. CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenidos

Prólogo

Capítulo 1: El comienzo de algo que parecía mágico

Capítulo 2: Cuando el amor se vuelve una estrategia

Capítulo 3: Cuando el amor empieza a desbordarse

Capítulo 4: La boda sin testigos

Capítulo 5: Cuando trabajar por amor se vuelve explotación

Capítulo 6: El precio de verlo volar sin mí

Capítulo 7: Manipulación tras bambalinas

Capítulo 8: El precio de sostenerlo todo

Capítulo 9: La ausencia disfrazada de viajes

Capítulo 10: Diagnóstico: Desamor

Capítulo 11: El día que me dejó sin despedirse

Capítulo 12: Morir en vida sin que nadie lo note

Capítulo 13: La que se fue fui yo

Capítulo 14: El regreso que no fue

Capítulo 15: El precio de la dignidad

Capítulo 16: La paz no tiene precio

Capítulo 17: Diez años después: El precio de su vacío

Epílogo

Agradecimientos

Miguel Alejandro Rodríguez

Este libro es la voz de quienes no tienen voz.

De las que callan para sobrevivir.

De las que aman en silencio mientras se desangran por dentro.

De las que fueron señaladas, juzgadas o invisibilizadas.

De las que aún no se atreven a contar su historia,

pero que merecen ser escuchadas, entendidas y abrazadas.

Prólogo

Es la historia de Diana Mendizábal, una mujer que amó más de lo que debía, perdonó más de lo que podía, y sobrevivió a una relación marcada por la manipulación, la violencia emocional, física y el dolor disfrazado de amor.

A lo largo de estas páginas, Diana narra en primera persona el viaje más difícil de todos: el regreso a sí misma.

Un matrimonio que parecía un sueño, se convirtió en una prisión emocional.

Un amor que prometía futuro, terminó por arrebatarle su presente.

Pero no todo se perdió.

Este relato está escrito para todas esas mujeres que hoy se encuentran atrapadas en vínculos tóxicos, que se han olvidado de su valor, que sienten que ya no pueden más.

También para aquellas que ya salieron, pero todavía no comprenden del todo lo que vivieron.

Y sobre todo, para quienes están listas para despertar.

Diana no cuenta su historia desde la víctima, sino desde la cicatriz.

No pretende dar lecciones, pero sí abrir los ojos.

Porque todo lo que vivió –la oscuridad, la entrega ciega, el abandono de sí– tuvo un propósito: el de volver a encontrarse y entender que nada, ni el amor, vale más que la paz interior.

Este libro no es una denuncia, aunque podría serlo.

No es una autobiografía, aunque está escrito con la fuerza emocional de quien ha vivido cada palabra.

Es una historia de transformación.

Y como toda transformación profunda… duele.

Pero también libera.

Capítulo 1

El comienzo de algo que parecía mágico

El 31 de octubre regresé a Medellín, luego de seis años de vivir en España. Estaba reencontrándome con mi tierra, con mi ritmo, con todo lo que fui antes de irme. A principios de noviembre, me vi con Lucía, una amiga entrañable. Entre risas y cafés, me contó que había conocido a un odontólogo llamado Carlos. Me lo describió como un hombre inteligente, interesante y físicamente muy atractivo. Me dijo:

—Como tú estás soltera, cuando él vuelva al país quiero presentártelo. Vive en Santiago de Chile.

En las fotos me pareció atractivo, así que decidí seguirlo en Instagram.

Dos semanas después, Lucía y yo fuimos a la playa. Regresando, recibió una videollamada de Carlos. Yo, sin mucha vergüenza, me acerqué a la pantalla y le dije:

—Hola, ¿cómo estás? Soy Diana.

Él respondió con un tímido “Hola”, algo sorprendido. Me retiré y los dejé conversar.

Pero algo en mí quedó encendido. Su mirada, su timidez, algo me atrapó. Cuando nos sentamos a comer, Lucía me mostró su celular: Carlos le estaba haciendo preguntas sobre mí. ¿Quién era yo? ¿Qué edad tenía? ¿Estaba soltera? ¿Dónde vivía? ¿A qué me dedicaba? Su intensidad me tomó por sorpresa… y me intrigó. Nunca subestimo la intuición femenina, pero en ese momento, me dejé llevar. Me sentí enganchada.

Un mes después, el 25 de diciembre, me animé a escribirle por Instagram. Comenté una de sus fotos con un simple “¡Feliz Navidad!”. En la imagen, él le entregaba un chocolate a un paciente –irónicamente, uno de mis favoritos.

Le dije:

—Encantada. Soy Diana.

No respondió. Así que, con mi toque espontáneo, agregué:

—¿Eres Leo? Porque yo lo soy, y los Leo a veces nos creemos más interesantes de la cuenta.

Eso lo hizo reír. Me respondió que sí, que era Leo, nacido el 14 de agosto. Yo, el 4. Y ahí comenzó todo.

Conversamos mucho. Teníamos conexión. Me pidió que lo agregara a WhatsApp porque, según él, su Instagram también lo manejaba su secretario. Me pareció extraño, pero no cuestioné. Pronto nuestras charlas se volvieron constantes, profundas, livianas a veces y otras tan íntimas que parecía que nos conocíamos de otra vida.

Un día me dijo:

—En tres semanas viajo a Medellín. Quiero visitar a una amiga… y conocerte.

Yo respondí:

—Perfecto.

Su vuelo fue cancelado por un problema con su pasaporte, y por suerte para mí, justo esos días me contagié de COVID–19. El retraso fue una protección invisible. Poco después me dio nueva fecha de llegada. Decidí organizar su visita con entusiasmo. Pensé en llevarlo a Cartagena, mi lugar favorito. En principio iba a ir también Lucía, pero una semana antes le dije:

—Amiga, no quiero que te sientas mal, pero este viaje ya no se siente como de tres amigos. Siento que va a pasar algo más entre él y yo.

Lucía lo entendió.

El día que llegó, fui al aeropuerto con Natalia, su amiga y médica que yo ya conocía. Mientras lo esperábamos, no podía dejar de pensar: “Seguro es diferente a sus fotos. Tal vez más grande, tal vez más serio”. Pero cuando lo vi, lo primero que me llamó la atención fueron sus piernas. Me encantaron. Me miró, y me abrazó. Estaba nervioso, con el rostro enrojecido.

Pensé que tendría unos 36 años; yo tenía 32. Nunca habíamos hablado de edad. Nos conocíamos más por ideas y emociones que por detalles técnicos. No había intercambio de fotos íntimas. Había química.

En el parqueadero, lo ayudé con las maletas. Le elogié las piernas. Intenté besarlo, pero se contuvo. Luego, en el carro, no aguantamos más: lo besé. Y fue intenso. Perfecto. Para mí, saber besar bien no es un lujo: es una necesidad.

Fuimos a cenar con Lucía y Natalia. Lo invité para celebrar su llegada. La comida deliciosa. La bebida, un problema. Carlos bebía ron, yo también. Natalia pidió ron con maracuyá, algo que detesto. Yo prefiero ron con 7up. Carlos, quizás por nervios, comenzó a beber descontroladamente. Terminó borracho.

Nos besamos más de la cuenta. Algunos conocidos me advirtieron:

—No te expongas así con alguien que acabas de conocer.

Y yo respondí, medio en broma, medio en serio:

—Es que él va a ser mi esposo.

Llevábamos tres horas conociéndonos.

Al final de la noche, Carlos se fue a dormir a casa de Natalia. Camino allá, vomitó. Varias veces. Al día siguiente, fui por él. Avergonzado, me dijo:

—Vomité todo… la vida entera.