El precio de una herencia - Amanda Cinelli - E-Book

El precio de una herencia E-Book

Amanda Cinelli

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Beschreibung

Miniserie Bianca 203 La consecuencia de su encuentro en las nubes: «¡Estoy embarazada!». La diseñadora de moda Aria Dane necesita ir de Nueva York a Londres. ¿La solución? El jet privado de Nysio Bacchetti. Aunque ambos parecen polos opuestos a simple vista, durante el vuelo, sienten tal atracción que acaban cediendo al deseo... Semanas después, el multimillonario italiano no puede quitarse a Aria de la cabeza. Para evitar que su mundo perfectamente ordenado se convierta en un caos, la única opción para Nysio es terminar lo que empezaron... Pero cuando Aria llega a su gran palazzo, descubren algo que cambiará su vida: ¡su inesperado embarazo!

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Seitenzahl: 203

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Amanda Cinelli

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El precio de una herencia, n.º 203 - septiembre 2023

Título original: Pregnant in the Italian’s Palazzo

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411800198

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

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Prólogo

 

 

 

 

 

NYSIOBacchetti raravez se sorprendía.

Era el único heredero de una dinastía italiana que se remontaba al Renacimiento, y la mayoría de los hitos de su vida privilegiada habían sido planificados desde el momento en que nació. Desde sus estudios en un internado elitista hasta los títulos empresariales que colgaban de las paredes de su despacho, donde dirigía los negocios y las innumerables propiedades de su familia, su vida siempre había seguido un camino perfectamente marcado.

Hasta ese día.

Nysio se obligó a respirar, con los ojos empañados, mientras releía la primera página del testamento de un hombre al que nunca había conocido. Un hombre que, al parecer, era su padre biológico, según los resultados de las pruebas de ADN que lo acompañaban y que databan de hacía veinte años. Un representante de Mytikas Holdings le había entregado en mano aquel sobre al mediodía. Le había explicado brevemente los detalles que contenía y le había invitado a ir a Nueva York para hablar más a fondo con el hijo mayor de Zeus Mytikas, el nuevo director general.

Su hermano. Porque esa era otra novedad: tenía un hermano.

Y no solo uno, según había leído en aquellos documentos, tenía dos hermanos. Recurrió a Internet de inmediato para obtener más información. Por un lado estaba Xander Mytikas, el hijo mayor y magnate de los negocios a quien, al parecer, Zeus había elegido como protegido. También estaba Eros Theodorou, un playboy rubio y despreocupado de dudosa reputación. Ambos tenían los mismos ojos azules y pómulos afilados que los suyos. Rasgos que los tres habían heredado del padre biológico que compartían.

Los nombres de los tres figuraban en el testamento de Zeus. No les dejaba un legado, sino una competición. El primero de ellos en contraer matrimonio y permanecer casado durante un año heredaría la totalidad de los bienes de Zeus. Las férreas ataduras legales que le habían impuesto a Zeus para que no revelara el secreto de los Bacchetti –que Nysio no era de sangre Bacchetti realmente– habían dejado de surtir su efecto. Parecía que el viejo tirano había decidido dar una última estocada desde el más allá.

A Nysio de repente le faltaba el aire. Se asomó a la terraza y contempló las luces de la ciudad que se extendían bajo el palazzo Bacchetti como un manto brillante, burlándose de él.

El pueblo de Florencia alababa a la familia Bacchetti como si fueran de la realeza. Nysio había sido criado como si de un príncipe se tratara, entrenado para desempeñar su papel a la perfección. Eran más que una simple familia adinerada, algo que su anciano padre le recordaba a menudo cada vez que Nysio se atrevía a quejarse. Eran una institución. Y las instituciones necesitaban mantener su imagen para proyectar estabilidad a la gente que confiaba en ellas.

Pero ahora sabía mejor que nadie que las personas que aparentaban ser perfectas eran las que más secretos guardaban.

No necesitaba ninguna herencia. Había amasado él solo su propia fortuna desde su ordenador negociando con acciones. Ni siquiera le había hecho falta valerse de su apellido para enriquecerse. Todo el mundo sabía que él rara vez salía del recinto palaciego situado en las colinas florentinas donde vivía. Nysio, a diferencia de algunos de sus antepasados, nunca había necesitado ser querido o echar mano a la intimidación para mantener sus negocios a flote. Su paciencia e instinto como operador financiero eran mundialmente conocidos. Incluso en los días de más revolución en los mercados bursátiles mundiales, él siempre había mantenido la calma y el control.

Pero, en esa ocasión, el dominio de su autocontrol parecía fallarle mientras miraba los documentos que aún tenía en las manos.

Arturo Bacchetti era un buen hombre y el único padre que Nysio había conocido. Se había formado durante toda su vida con el propósito de ocupar el lugar de su padre como figura pública cuando él ya no pudiera hacerlo, a pesar de la fobia social que padecía y que le hacía casi insoportables muchas de sus obligaciones. Había tenido que abandonar sus propios planes y asumir ese deber mucho antes de lo previsto. Arturo Bacchetti había enfermado y sus padres habían decidido retirarse a Cerdeña.

Había dedicado toda su vida a esa ciudad, con la certeza de que era su derecho de nacimiento. Que era su deber. Pero sus padres le habían ocultado la verdad todo el tiempo. Sentía la necesidad de pedir explicaciones. Pero prefería calmarse y esperar, analizar la situación y planear sus acciones. Y eso era exactamente lo que iba a hacer, se dijo a sí mismo mientras volvía a su despacho y tomaba el teléfono de la mesa.

Gianluca, el empleado de mayor confianza de su familia, respondió con rapidez. El hombre se quedó estupefacto al oírle pedir que prepararan un jet para salir de inmediato, sin dar más detalles que decir que se trataba de un viaje de negocios. No había necesidad de revelar más, no quería alertar a sus padres. Zeus Mytikas había roto una promesa legal y Nysio tenía la intención de asegurarse de que el actual director general de Mytikas Holdings supiera exactamente cuál era la posición de la familia Bacchetti al respecto. Recuperaría el control de la situación, borraría su nombre de aquel maldito testamento y se marcharía. Un viaje exprés al otro lado del Atlántico y las cosas volverían a ser como antes.

Él se aseguraría de ello.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

QUÉ lugar más triste para una boda. Nysio frunció el ceño cuando su coche se detuvo frente al juzgado de Manhattan haciéndose paso entre la multitud allí congregada. El novio se encontraba en medio de toda aquella gente, con el rostro pétreo y orgulloso, incluso cuando vio a su futura esposa dar media vuelta y salir corriendo por las calles de la ciudad.

Nysio aprovechó la discreción de los cristales tintados para estudiar a Xander Mytikas. No había duda de que físicamente se parecían. Durante el vuelo no paraba de preguntarse qué sentiría al conocer a uno de sus dos hermanastros en persona. Si sentiría algún tipo de conexión especial por el parentesco.

El hecho de que no sintiera nada debería ser un pequeño alivio.

De momento, ninguno de sus hermanos había intentado sabotear sus deseos de mantener su intimidad. Por otro lado, ambos parecían demasiado ocupados peleándose entre ellos como para que su hermano italiano pudiera hacer acto de presencia. Ambos sabían de su existencia, los tres habían recibido el mismo documento. Sin embargo, ninguno de ellos había intentado ponerse en contacto con él.

Antes de que pudiera pensar en su siguiente paso, Nysio no pudo hacer otra cosa que observar cómo su hermano se abría paso entre la multitud y desaparecía en una limusina calle abajo. Estaba claro que Xander Mytikas no pensaba quedarse cruzado de brazos esperando a que su novia regresara. Necesitaba casarse rápido para mantener el control de sus acciones en Mytikas Holdings.

De repente, una mujer de pelo rojo y vestida de rosa que salía del juzgado llamó su atención. La ligera brisa que se había levantado hacía que se le pegara el vestido al cuerpo perfilando su silueta. Tenía un ramo de flores en las manos y bajaba las escaleras del edificio con cara de asombro. Nysio agradeció la privacidad que le ofrecían las ventanas para poder contemplarla sin ser visto.

Le recordaba a una de las antiguas diosas de los cuadros de la galería de su palazzo florentino. Y menudos pechos tenía… Se mordió el labio inferior, atónito por la repentina excitación que le había provocado aquella mujer.

Ella avanzaba por la calle, llamando a la novia que se había dado a la fuga. Entonces se volvió, con una expresión de absoluta confusión, mientras la lluvia caía a cántaros y salpicaba sus piernas desnudas y arruinaba su vestido.

La mayoría de la prensa ya se había dispersado, pero la mujer de rosa seguía allí. Parecía tan agitada que fue incapaz de apartar la mirada de ella.

Se acercó a los guardias de seguridad que quedaban. Movía mucho las manos mientras les hablaba. Notó que tenía un leve acento británico, pero por más que se esforzaba no conseguía descifrar la conversación. Su expresión pasó de suplicante a furiosa cuando los hombres subieron a su coche y se marcharon sin más, dejándola sola bajo la lluvia.

Nysio observó cómo rebuscaba dentro de su pequeño bolso, pero parecía que no había encontrado lo que buscaba, ya que, tras soltar una maldición, se quedó inmóvil y con cara alicaída. Después de unos segundos, miró a su alrededor y dio unos pasos apresurados hasta meterse bajo el pórtico para protegerse de la lluvia.

Sin pensárselo dos veces, Nysio alcanzó un paraguas y salió del coche.

 

 

Aria Dane temblaba de frío mientras se lamentaba por haber arruinado su vestido de dama de honor por culpa de aquella repentina lluvia torrencial.

Volvió a comprobar su teléfono, esperando encontrar una respuesta del equipo de seguridad del recién plantado novio multimillonario. Le dijeron que probablemente Priya se había acobardado, pero ella conocía a su amiga. Sabía que debía de haberle pasado algo.

Había hecho algunas llamadas, pero no había podido averiguar nada. Y ahora estaba atrapada en la escena del crimen, por así decirlo, con menos de cinco dólares en su pequeño bolso de mano y sin forma de volver a casa. La sensación de abandono comenzó a apoderarse de ella, pero se negó a dejar que su mente pensara en otra ocasión en la que la habían abandonado en un lugar extraño.

Seguía lloviendo a cántaros, así que permaneció bajo el pórtico, con la mente dándole vueltas a sus opciones. Su vuelo a Londres salía en unas horas y todas sus pertenencias estaban bajo llave en el apartamento de Priya. Incluidos su pasaporte, el billete de avión y la tablet que utilizaba para trabajar. Se quedó paralizada por el pánico y la preocupación.

¿Qué iba a hacer ahora?

Volvió a mirar el teléfono y sintió que se le revolvía el estómago. Iba a perder su vuelo y eso significaba que también iba a perder la oportunidad de hacer la presentación en la que había estado trabajando durante el último mes. Lo único estable en su vida durante los últimos diez años había sido su trabajo como asesora textil en uno de los más importantes grandes almacenes de Londres. Había empezado a trabajar allí justo al dejar la universidad, y había ido ascendiendo poco a poco hasta llegar a su puesto actual, en donde era la responsable de lo que salía a la venta cada temporada.

En los últimos años le habían puesto todas las facilidades del mundo mientras cursaba estudios online de Diseño Textil y Moda por las noches y los fines de semana, al tiempo que le sugerían ideas para ampliar su minúscula sección de lencería de tallas grandes. Tragó saliva y se le hizo un nudo en la garganta. Con todos los recortes de personal que se habían producido últimamente en los departamentos, necesitaba regresar a casa y volver al trabajo lo antes posible.

Consideró brevemente la posibilidad de pedir ayuda a sus padres. Pero su relación con ellos no era la mejor. Su trayectoria profesional no encajaba mucho con la visión de su familia, donde todos eran contables. Sus hermanas eran organizadas y tenían sueldos de seis cifras. No como ella, que apenas ganaba lo suficiente para pagar el alquiler de su estudio en Richmond.

A ningún miembro de su familia le sorprendería que necesitara ayuda, por supuesto. Había pasado más de una década desde aquel desafortunado incidente que la había dejado marcada, pero sus padres seguían viéndola como la hija tonta que había sido abandonada en una isla griega por su novio rico y mimado.

Era la última persona que podía juzgar a alguien por querer casarse de un día para otro, pero en el momento en que Priya le había dicho que iba a casarse con un desconocido por conveniencia, le saltaron todas las alarmas. Aquel acuerdo le había causado mucha inquietud, sobre todo porque ese matrimonio significaba que Priya tendría que abandonar Londres.

Y aunque en su vida había muchas cosas de las que no estaba segura, estaba convencida de que tanto ella como su mejor amiga compartían la intención de no contraer matrimonio nunca.

De repente, su teléfono móvil comenzó a sonar. Contestó como pudo, debido al temblor de su cuerpo.

–Relájate. Estoy bien. Estoy a salvo. –La voz de Priya parecía todo lo contrario. Jadeaba y hablaba rápido y de manera entrecortada–. He encontrado otra forma de resolver mi problema, pero tengo que irme de la ciudad durante unas semanas.

Aria, incrédula, tuvo que morderse la lengua. Su aparentemente sensata y formal amiga había huido de una boda que habría resuelto todos sus problemas, ¿y ahora le decía que tenía que abandonar la ciudad durante unas semanas? Priya nunca hacía nada de manera improvisada; odiaba cambiar sus rutinas.

–¿Otra forma? ¿Te refieres a otro novio? –indagó Aria, con el corazón latiéndole fuerte mientras intentaba pensar en todo lo que tenía que preguntarle a Priya–. ¿Adónde vas y con quien? ¿Adónde te lleva?

La voz de Priya era vacilante mientras se explicaba, como si no pudiera hablar con libertad, pero insistía en que estaba a salvo. Era obvio que tenía a alguien a su lado escuchando. Y no tenía duda de que se trataba de un hombre. Qué raro le parecía todo a Aria. Ambas desconfiaban mucho del sexo opuesto, precisamente eso fue lo que las unió en un bar de la universidad, cuando se contaron sus desastrosos primeros intentos de pasar por el altar.

–No me gusta esto. No me gusta nada de esto –dijo Aria.

–A mí tampoco me gusta, pero es lo que tengo que hacer. –La voz de Priya se cortó un momento. Cuando volvió a hablar, su voz sonaba más tranquila–: Mira, todo irá bien. Te lo explicaré cuando vuelva.

La sospecha nubló sus sentidos y Aria susurró al teléfono:

–Si no puedes hablar, di sí o no. He oído que los guardias de seguridad de Xander salieron en persecución de su hermano. Había un hombre de pelo oscuro rondando el juzgado. ¿Estás con él?

La línea se cortó.

Aria comenzó a morderse las uñas de manera nerviosa hasta que oyó un carraspeo a su lado y se dio cuenta de que ya no estaba sola.

Era el mismo hombre que había visto antes, observando desde un coche al otro lado de la calle cómo se había desbaratado la boda. Estaba acostumbrada a ver hombres guapos debido a su trabajo, pero ese hombre no solo era guapo…, tenía una presencia magnética y un atractivo de otro mundo que le hacían destacar. Su piel bronceada y el pañuelo de seda que sobresalía del bolsillo de su chaqueta le hacían parecer una estrella de cine de otra época.

¿Era ese el hermano que Xander parecía tan desesperado por encontrar? Encajaba a la perfección con el aire de riqueza que destilaba la familia Mytikas. Los transeúntes lo miraban de reojo, dando por hecho que se trataba de alguien con poder. Y, sin embargo, mirándolo con detenimiento, ella prácticamente podía sentir su incomodidad. Se notaba que no le gustaba ser el centro de atención.

Él se había detenido al final de los escalones y sus miradas se cruzaron durante una fracción de segundo. Aria se quedó hipnotizada por aquellos ojos azul tormenta.

–¿Necesita ayuda? –preguntó él con un acento muy marcado.

–¿Por qué lo dices? –dijo Aria mirando su vestido empapado.

–Vi lo que pasó en la boda. ¿Eres amiga de los novios?

Aria pensó que aquel hombre podría ser un reportero intentando conseguir una primicia. Ella hizo una pausa antes de contestar, pero ambos se sobresaltaron por el repentino destello del flash de una cámara.

Aria contuvo un suspiro, no quería responder a ninguna pregunta. Sobre todo porque Priya seguía desaparecida.

Pero el fotógrafo la ignoró por completo, centrándose únicamente en el misterioso hombre que la acompañaba:

–Nysio Bacchetti, ¿qué haces en Manhattan?

El hombre, claramente sorprendido de que se dirigieran a él por su nombre, empezó a alejarse hacia un lateral del edificio, pero el reportero fue implacable, acorralándolo con preguntas y sacándole una foto tras otra.

–Eh, ¡déjale en paz! –gritó Aria, aunque su petición fue completamente ignorada. La lluvia caía sobre ella mientras salía del pórtico y corría escaleras abajo–. He dicho que lo dejes en paz, por el amor de Dios.

El paparazi frunció el ceño, se detuvo solo para pulsar algunos botones de su cámara y se volvió para continuar con su asalto fotográfico. Entonces, Aria se dio cuenta de que aquel hombre guapísimo había empezado a respirar con dificultad.

–¿Qué le has hecho? –alzó la voz Aria, empujando al paparazi.

–Oye, solo trato de ganarme la vida. No es nada personal. Es un multimillonario italiano. Ya debería estar acostumbrado a esto.

El paparazi se dio la vuelta y se alejó corriendo calle abajo, dejando a Aria sola para que se ocupara de aquel elegante multimillonario.

El italiano se inclinó hacia delante con las manos en las piernas mientras intentaba recomponerse sin éxito. Sus ojos se abrieron de par en par cuando ella se acercó y le agarró la mano.

–¿Estás bien? –preguntó Aria, y al instante se reprendió a sí misma–. Lo siento, es una pregunta estúpida. Es evidente que estás hiperventilando. ¿Eres asmático?

El hombre negó con la cabeza, consiguiendo parecer altivo e irritado incluso mientras luchaba por respirar.

–De acuerdo… ¿Puedes intentar contar tus respiraciones? –lo instó ella, imitando con las manos la acción de inspirar y espirar lentamente. Se sentía impotente, su mente se aferraba a las pocas veces que había ayudado a Priya en momentos de ansiedad.

–Señor… Bacchetti, Nysio, ¿verdad? Deje que le ayude. –Aria le miró fijamente, entonces sus ojos azules se encontraron con los suyos y su mirada suplicante fue el primer signo de vulnerabilidad que le mostró. Se sintió aliviada cuando él le permitió agarrarle la mano, utilizando sus propios dedos como herramientas para contar sus respiraciones.

–Concéntrate en tus sentidos de uno en uno –dijo con calma–. Mira mi mano sobre la tuya, siente mi tacto, escucha mi voz. Respira.

Al cabo de unos minutos, su respiración errática empezó a ralentizarse y Aria dejó escapar el aliento que había estado conteniendo, satisfecha de que no corriera peligro de desmayarse sobre ella. Era increíblemente alto y estaba muy fuerte. A ella no le habría resultado fácil intentar frenar su caída. Ahora que estaba fuera de peligro, debía marcharse. El tiempo corría y aún tenía que encontrar a Priya y averiguar cómo demonios iba a volver a casa.

Pero cuando ella hizo ademán de alejarse, él la sorprendió sujetándola de la mano. El calor de su piel la abrasó, provocándole escalofríos en la muñeca. Quiso apartarse, dejar algo de espacio entre ellos, pero no se movió de su sitio.

–Necesito un poco de privacidad. No quiero hablar más con la prensa neoyorquina por el momento.

Ella frunció el ceño y le miró extrañada.

–¿Te han invitado hoy a la boda?

–No. Estoy aquí por negocios.

–Ese paparazi mencionó que eres alguien importante. Un multimillonario. –Ella entrecerró los ojos–. Pero te vi mirando todo el espectáculo que se formó desde el otro lado de la calle. Y después te quedaste esperando en el coche… ¿Por qué?

Él inhaló bruscamente, aún no recuperado del todo.

–Ya te lo he dicho, estoy aquí por negocios. Me detuve para hacer una llamada. Pero luego vi que todos se iban y tú te quedabas. Mi intención era ir a rescatarte. No que fuera al revés.

En contra de su voluntad, Aria de repente comenzó a reírse.

–Una superheroína con un vestido rosa de dama de honor.

–¿Dama de honor? –El italiano frunció el ceño.

–¿No has visto a la novia que acaba de salir corriendo por la calle? Es mi mejor amiga. Bueno, posiblemente mi ex mejor amiga ahora que me ha abandonado aquí. –Puso los ojos en blanco–. Algo bastante inoportuno cuando se supone que tengo que tomar un vuelo de vuelta a Londres en menos de tres horas y todas mis cosas están en su apartamento.

–Así que tenía razón, necesitabas ayuda.

–Supongo que sí. –Ella se encogió de hombros, tensa por lo incómodo que le resultaba admitir que necesitaba ayuda. Durante mucho tiempo se había esforzado por arreglárselas sola, sin depender de nadie. Así las cosas eran más fáciles. Más seguras.

Él se quedó callado un momento, sus ojos la evaluaron con tal intensidad que ella se sonrojó. Aria sintió que la piel se le erizaba ligeramente y, bueno…, era bastante embarazoso el efecto que aquel hombre estaba teniendo en ella.

–Resulta que voy de camino al aeropuerto. Deja que te ayude.

–¿Te ofreces a ayudar a una desconocida así por las buenas? –dijo ella levantando una ceja. Si era alguien importante, tendría cosas mucho más urgentes que hacer.

–¿Cómo te llamas? –preguntó él, y su postura se enderezó rápidamente, volviendo a la que había lucido veinte minutos antes–. Tú ya sabes el mío, puedes buscarme en Internet si te sirve de ayuda. Una vez que sepa el tuyo, ya podremos decir que somos conocidos.

–Me llamo Aria –respondió ella. Luego respiró profundamente, tratando de no distraerse por el efecto que la proximidad de aquel hombre parecía tener sobre ella. Se sentía desequilibrada y completamente insegura de sí misma. Tal vez por eso permaneció en silencio y consideró su oferta por un momento antes de negar con la cabeza.

–No tengo mi pasaporte ni el billete del vuelo, y mi equipaje está en casa de mi amiga. Aunque pudieras ayudarme a resolver todo eso, no llegaría a Londres a tiempo para ir a trabajar.

–Nunca me he encontrado con un problema que no pudiera resolver.

Sus palabras casi la hicieron reír, pero su expresión le hizo darse cuenta de que hablaba completamente en serio. Seguro que él tenía el poder suficiente como para meterla en un avión incluso sin estar documentada.

–Hoy me has rescatado, Aria. Simplemente te pido una oportunidad para devolverte el favor. No puedo traerte tu equipaje ni a tu amiga, pero puedo llevarte a tu casa en Londres antes del amanecer. Te lo prometo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

DESDE el momento en que decidió