Acuerdo de matrimonio - Amanda Cinelli - E-Book

Acuerdo de matrimonio E-Book

Amanda Cinelli

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Beschreibung

Miniserie Bianca 201 Cuando lo «prestado»... ¡es la novia! Cuando Priya está a punto de casarse con Xander en Manhattan, Eros, el hermano del prometido, le desvela una información que le impide seguir adelante con de matrimonio. Acorralada, la única salida que encuentra para salvar el negocio de su padre y salir de esa situación es aceptar la ayuda de Eros casándose con él y así ayudarle a vengarse de Xander. Deberán permanecer casados durante un año para que Eros pueda quedarse con la herencia familiar que los hermanos se disputan. Mientras el recién estrenado matrimonio se esconde durante unas semanas en una isla remota de Grecia, ambos descubrirán sus secretos más profundos... y un ardiente deseo mutuo.

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Seitenzahl: 203

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Dani Collins

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor inesperado, n.º 200 - junio 2023

Título original: A Baby to Make Her His Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411417815

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EROS Theodoroulevantóel vaso de ouzo y brindó al cielo nocturno en su ático de Atenas. Su madre estaba de pie a su lado, con cara atormentada y la mirada perdida.

–No esperaba que te hicieras la viuda afligida –le dijo a su madre dejando el vaso en la mesita con fuerza, sin molestarse en disimular su irritación.

–Puede que legalmente no sea su viuda…, pero le quería. –Arista suspiró y se volvió hacia Eros–. Estuve con él hasta el final.

Pensar en su madre haciendo de niñera y arrodillándose ante los caprichos de ese hombre… era demasiado para Eros. Arista Theodorou era conocida por dos cosas: su exitosa carrera como asesora jurídica y su desastrosa relación intermitente con Zeus Mytikas.

–El muy malnacido siempre supo cómo manipularte. –Eros maldijo en voz baja y apretó los puños intentando controlar el resentimiento y el odio que sentía por aquel hombre.

–No viniste al funeral –le dijo Arista con un tono de desaprobación.

Incluso desde el más allá seguía moviendo los hilos de todo y había dispuesto que su cuerpo regresara a su país natal. Durante la última semana, parecía que toda la capital se había puesto de luto por su exciudadano más poderoso. Eros sentía repulsión.

–Si quisiera asistir a un espectáculo público, iría al circo.

–Era tu padre.

Eros notó la mano fría de su madre posarse en su antebrazo, una pequeña muestra de afecto poco habitual en ella. Se permitió saborear aquel gesto de cariño unos segundos antes de retirársela con cuidado.

–No. No lo era –contestó Eros de inmediato mirando fijamente a su madre. Como era de esperar, ella desvió la mirada. Hacía tiempo que Eros había aprendido que el título de padre había que ganárselo, no era solo cuestión de sangre. Aunque, por mucho que le pesara, su vínculo genético con él no podía borrarse, independientemente del dinero o poder que tuviera.

–¿Por qué estás aquí, madre?

–Parece que nuestras agendas nunca coinciden… –se apresuró a decir, evitando sus ojos mientras tocaba el pequeño maletín que tenía a los pies–. Pensé que podríamos cenar juntos y… charlar un rato.

–De verdad… –Eros puso los ojos en blanco. Las visitas de su madre nunca eran de cortesía; con ella siempre había un motivo oculto.

–Bien –continuó hablando Arista, ahora sin ningún atisbo de amabilidad en su rostro–. Hay algunos asuntos urgentes que debemos discutir.

–Que sea rápido; tengo una cita en media hora.

–Claro que sí, hijo. –La expresión de su madre se tensó–. No parabas de decir que él era un mujeriego, pero tú…

–Si terminas esa frase, ya puedes ir saliendo por esa puerta –le advirtió Eros.

–No pretendía provocarte. –Arista se encogió de hombros.

–Por si te interesa saberlo, a diferencia de tu querido Zeus, yo respeto a las mujeres con las que salgo. Ellas saben que no quiero una relación a largo plazo, así que nunca hay malentendidos. A eso se le llama tener comunicación, madre, deberías intentarlo alguna vez.

–¿De verdad eres tan arrogante como para creer que no le has roto el corazón a ninguna mujer simplemente por decirles que no querías tener nada serio? –se burló Arista, sacando una carpeta negra del fondo de su bolso de diseño.

–¿Qué es eso?

–Las últimas voluntades y el testamento de Zeus.

–Será una broma, ¿no? –Eros se apoyó en la barandilla del balcón, dejando escapar una leve risa nerviosa–. Después de que intentara arruinar mis negocios, después de las amenazas y los recordatorios de que me olvidara de dirigir su imperio…

La incredulidad luchaba con la rabia en su interior mientras intentaba concentrarse en la amplia vista de la ciudad que se extendía hasta la Acrópolis. Entonces volvió a ser consciente de la presencia de su madre, que suspiró y se sentó a su lado. Tenían el mismo pelo rubio oscuro, algo que él siempre había agradecido, ya que lo diferenciaba de los característicos rasgos oscuros de la poderosa familia Mytikas. No era fácil reconocerlo como uno de ellos, aunque sus ojos azules eran idénticos a los del hombre que le había dado la vida.

Eros se sentó de nuevo, subiendo los pies a la mesa que tenía delante.

–Déjame adivinar: ha cambiado de opinión y ha decidido dejármelo todo a mí y nada a los demás.

Arista se puso rígida al recordar que no era la única mujer que había tenido un hijo ilegítimo de uno de los hombres más ricos del mundo.

–No es tan sencillo. –Su madre sacudió la cabeza–. Hay algunas condiciones…

–Mira a tu alrededor. –Eros hizo un gesto con ambas manos señalando el ático que poseía en el centro del distrito financiero de Atenas–. ¿Por qué querría su imperio envenenado cuando he construido uno propio? No necesito pasar por su aro.

Eros era el segundo de los tres hijos bastardos que Zeus había decidido reconocer en vida. La imagen del rostro de Xander acudió a su mente. Su medio hermano traidor había dejado claro de qué lado estaba desde el momento en que tomó el nombre de Zeus y asumió el papel de hijo pródigo.

En cuanto al tercero y más joven de los tres, Nysio Bacchetti, miembro de una de las dinastías más antiguas de Italia, había conseguido que nadie lo relacionara con su padre.

–Y esas estipulaciones… ¿son para los tres? ¿Qué han dicho los demás?

Arista negó con la cabeza.

–El italiano ni siquiera ha respondido a mis llamadas. No se arriesgará a que lo vinculen públicamente. Pero Xander es consciente de lo que puede perder si Zeus ha cambiado de opinión. Corre el peligro de dejar de ser el accionista mayoritario y perder su puesto de director general en funciones.

Al oír eso, Eros le quitó los documentos de las manos a Arista y leyó el texto que aparecía resaltado:

 

El primero que contraiga matrimonio, y consiga mantenerlo durante un año, será el heredero de todo cuanto tengo.

 

¿Matrimonio? Siempre había rechazado el control y los estrictos valores tradicionales de Zeus, pero tenía que admitir que la idea de querer imponerle el matrimonio desde la tumba era una hazaña impresionante.

–¿Y dices que Xander ya está enterado?

–Lo sabe. Y además ya se ha comprometido con una mujer. No ha hecho ningún tipo de anuncio oficial ni ninguna fiesta de compromiso, lo ha mantenido completamente en secreto.

–Muy propio de él –murmuró Eros, mientras seguía hojeando las páginas que tenía delante. El documento dejaba claro que cualquiera de los tres hijos que se casara primero y cumpliera las condiciones se quedaría con todo.

–Eros, ¿es que no lo ves? Él ya está actuando como si hubiera ganado la partida. En la última reunión del consejo habló de eliminar los gastos excesivos de la empresa. –La voz de Arista se volvió fría–. Y dejó claro que mi puesto en la empresa entraba en esa categoría.

Él se volvió hacia su madre, con fuego en las venas y olvidándose ya de su cita por completo.

–Esta conversación es inútil. Nunca me casaré.

–¿Ni siquiera para fastidiar a Xander? –Su voz subió una octava al continuar–: Necesito mantener el control en Mytikas y la única forma que se me ocurre de poder lograrlo es que mi propio hijo lleve el timón. Por favor, Eros.

Ella había suavizado su expresión. Arista siempre actuaba así, era parte de su actuación.

Pasó su infancia viendo cómo manipulaba al único hombre que la había amado para irse con el que nunca lo haría. Su padrastro, un hombre orgulloso que anhelaba una vida familiar sencilla, había muerto con la esperanza de que ella cambiara.

–¿Y qué esperas que haga? ¿Que irrumpa en la iglesia en medio de la ceremonia? Seguro que eso puedes hacerlo tú misma.

–Sabes que no puedo arriesgar mi posición. Además…, si queremos asegurarnos de que ese matrimonio no siga adelante, no es solo la ceremonia lo que hay que arruinar.

–Ya entiendo… –Forzó su tono para mantener la calma, sin ocultar el destello de ira que bullía en sus venas–. No solo necesitas mi ayuda, madre. Necesitas mi reputación.

–Necesito que esa novia siga siendo soltera. Al menos el tiempo necesario para que pueda impugnar el testamento, ya que tú no estás dispuesto a cumplirlo.

–Debo admitir que la idea de arruinarle los planes a Xander es bastante tentadora.

–¿Lo harás sí o no? –le espetó Arista, perdiendo la paciencia–. No quiero que tu hermano gane, quiero que pague por haberte traicionado.

Sintió rabia al oírla. Ella nunca le había defendido ante Zeus, siempre había permanecido a las órdenes de él. Eros había tenido que forjar su camino solo.

Contuvo los recuerdos que trataban de salir a borbotones de su cabeza y decidió pensar en la situación fríamente.

–Puedes estar tranquila. Detendré esa boda.

–¿Lo harás? –dijo ella esperanzada–. ¿Y la novia?

–Me encargaré de ella. Tú concéntrate solo en impugnar el testamento. Yo haré el resto.

–Que todo esto quede entre nosotros –dijo ella muy seria–. Si todo sale bien, quiero la casa de Los Hamptons y un puesto en el consejo. Todo lo demás será tuyo.

–Tienes mi palabra –dijo con expresión más calmada en el rostro–. ¿Alguna vez te he dado razones para no confiar en mí?

La expresión de ella también se suavizó y, tras beberse de un trago su ouzo, se marchó. Entonces Eros volvió a estar a solas con las estrellas y buscó en su teléfono el nombre de la mujer que su madre le había dado antes de irse. La novia de su hermano.

Hacía tiempo que soñaba con poder vengarse de aquellos que le habían hecho daño, pero nunca había pensado en que podría haber daños colaterales. Iría a Nueva York y haría añicos los planes de su hermano. Y se aseguraría de que en cuestión de semanas no hubiera Mytikas Holdings por los que pelearse.

Lo destruiría todo. Lo dividiría y lo vendería pieza por pieza.

Volvió a mirar la foto de aquella mujer en su teléfono. Su hermano mayor había elegido una novia muy guapa. Se preguntó si aquella belleza sabría en qué mundo se estaba adentrando. Pero aunque no lo supiera no podía sentirse culpable. Era su hermano quien la había arrastrado a la línea de fuego.

***

–¿Qué estás haciendo?

Priya Davidson Khan se sobresaltó en su asiento al oír la voz de su mejor amiga en la puerta del despacho, y la sorpresa le hizo volcar la pila de documentos que había estado estudiando.

–Tenía que comprobar unas cosas.

–¿Un domingo? –Aria entró en la habitación y la miró con desdén–. ¿No tienes que estar en algún sitio importante?

–El dinero nunca duerme –refunfuñó Priya, recogiendo las páginas desperdigadas. Después de otra noche en vela, había entrado en la oficina desierta para tranquilizarse comprobando las cifras más recientes de la empresa de la que pronto sería propietaria. Había puesto en marcha su plan, alineando todas las piezas necesarias para que su herencia fuera finalmente suya. Solo tenía que sobrevivir unas horas más…

–Aléjate de esas hojas de cálculo. –Los pies de su amiga aparecieron en su visión periférica mientras recogía más papeles de debajo del escritorio.

Priya levantó la vista y se fijó en el extravagante vestido de dama de honor rosa empolvado que llevaba Aria y en el abultado portatrajes que tenía en las manos. Se le revolvió el estómago al ver la inscripción que ponía en aquel envoltorio: Novia.

–Cariño…, si pensabas volver a huir de una boda otra vez, podías haber elegido un sitio un poco más glamuroso. –Aria sonrió de buen humor.

«Otra vez». Priya tragó saliva al oír esas palabras.

Su mejor amiga no pretendía ser cruel. A menudo bromeaban sobre su desastroso primer compromiso y el escándalo que había supuesto su repentina huida pocas horas antes de la ceremonia. Dejó de pensar en el pasado y se levantó, limpiándose las palmas de las manos en el pantalón de traje.

–¿Qué hora es?

–Las dos y poco. –La expresión de Aria se suavizó cuando entró en el despacho y cerró las puertas tras de sí–. ¿Estás segura de que quieres seguir con esto? ¿Con… él?

Priya pensó en el hombre al que se refería su amiga y sintió el impulso de gruñirle que por supuesto que no estaba segura. Xander Mytikas había sido una elección de última hora, un trato que había negociado su tío en un intento desesperado de que su familia no acabara en la ruina. ¿Dónde si no iba a encontrar un marido temporalmente y que además estuviera dispuesto a abandonarla sin aprovecharse de ella pidiéndole una fortuna como indemnización? Una mujer de su posición debía saber muy bien con quién hacía tratos.

Había quedado con el poderoso financiero para cenar un par de veces la semana anterior. Él tenía sus propios motivos para aceptar el acuerdo y eso a ella le venía muy bien. No había atracción entre ellos, ni riesgo de complicaciones. Entonces, ¿por qué seguía sintiendo esa sofocante sensación de ahogo cada vez que pensaba en su acuerdo?

Una vocecita le susurró que tal vez se debiera a las dos páginas que habían encargado para hacer pública su unión en los medios de comunicación.

–Ayúdame a vestirme, por favor. –Priya exhaló un largo suspiro y agarró el portatrajes de las manos de su amiga, evitando su mirada inquisitiva mientras abría la cremallera y dejaba al descubierto el extravagante vestido blanco que había seleccionado la estilista encargada del evento.

El cierre de pequeños ganchos y botones amenazaba con cortarle la circulación y se sentía cada vez más nerviosa.

–¿Podrías adelantarte y decirles que llegaré un poco tarde a la ceremonia? –Priya evitó los ojos de su amiga–. Solo necesito un momento.

Aria la abrazó, abrió la boca para hablar, pero no dijo nada y, con el ceño fruncido, se fue cerrando las puertas tras de sí y Priya dejó escapar un suspiro tembloroso. Miró a su alrededor, a lo que una vez habían sido los dominios de Arun Davidson Khan. La última pieza que quedaba del legado de su padre.

La sede neoyorquina de Davidson Khan Financial era lo único que quedaba de lo que había sido un imperio internacional. El edificio era un pedazo de historia y siempre había sido uno de sus lugares favoritos, con sus grandes techos abovedados y sus incomparables vistas del Hudson a lo lejos.

Como si fuera de camino al cadalso, trató de prepararse mentalmente para la ejecución de la que se había estado librando durante los últimos siete años.

Había crecido entre la élite de Long Island. Priya recordaba haber planeado con sus amigas cuando tan solo era una niña el día de su boda como si fuera un cuento de hadas. Con un pañuelo de seda como velo y un ramo de flores arrancadas del jardín de su madre, se imaginaba como una bonita novia de la alta sociedad, igual que lo había sido su madre.

Pero resultó que su madre no era tan perfecta como creía, y el amor que ella le daba estaba condicionado a que Priya hiciera lo que le decían y siguiera las reglas que se esperaban de una heredera de clase alta. Durante siete años, se había tomado tiempo para ser ella misma. Pero en cuanto se casara… sería multimillonaria.

Cerró los ojos con fuerza e inhaló tratando de calmarse.

Cuando se disponía a darle al botón del ascensor, las puertas se abrieron de repente y su camino quedó bloqueado por la figura de un hombre vestido con un elegante traje negro. Se quedó momentáneamente fascinada por sus ojos azules tan llamativos y aquellos labios carnosos. Llevaba el pelo, de un rubio oscuro, recogido hacia atrás. Y la miraba con una sonrisa que en ese momento le pareció tan peligrosa como arrebatadora.

–Tú debes de ser la novia. –Su voz era grave y se le notaba un ligero acento extranjero.

A Priya le retumbó el corazón en el esternón y tragó saliva. Era la novia y llegaba tarde a su propia boda.

–¿Lo dices por el vestido? –preguntó con sarcasmo.

Él le ofreció una sonrisa como respuesta que dejó a la vista un hoyuelo en una de sus mejillas. Ella trató de ignorar ese detalle y se centró en la tarjeta de acceso blanca que tenía en las manos, una tarjeta que solo se entregaba a los guardias de seguridad o a los chóferes.

–No he pedido ningún coche. –Ella frunció el ceño, ni siquiera lo había pensado–. Se ve que Xander está en todo, no como yo.

Algo se oscureció brevemente en la mirada de él, pero la sonrisa de su rostro permaneció intacta mientras abría las puertas que daban a la parte trasera del edificio. Luego se giró hacia ella:

–¿Necesitas ayuda con el vestido?

–Me las arreglaré sola, gracias –dijo Priya con sequedad, sin estar segura de por qué sus atenciones le resultaban incómodas y no del todo apropiadas. Era muy guapo, pero ella estaba acostumbrada a tratar con hombres atractivos en su trabajo. Y nunca se había sentido atraída por ninguno de ellos. Pero con aquel hombre era distinto.

Estaba a punto de casarse con una de las personas más poderosas de Nueva York y ahora se distraía con pensamientos con su chófer como protagonista.

Priya entró en la limusina exhalando un suspiro. El chófer, sin hacer ningún comentario, se inclinó y le colocó cuidadosamente el vestido dentro del coche. Ella sintió un hormigueo inesperado en el cuerpo al tenerle tan cerca. Cuando, por fin, él se enderezó y cerró la puerta, ella pudo volver a respirar. ¿Qué demonios había sido eso?

No tenía una relación amorosa con su futuro marido, pero había prometido interpretar el papel de novia perfecta y de pareja felizmente casada durante un año. Ella no necesitaba mantenerlo durante un plazo tan largo, pero Xander había insistido. No podía haber escándalos, ni acusaciones de una unión fingida. Tenía que parecer real.

Doce meses eran el precio a pagar para desbloquear su herencia.

Cerrando los ojos con fuerza, Priya se concentró en su respiración y en el sonido del motor que se ponía en marcha, tanto que no llegó a oír el sonido de la puerta opuesta abriéndose y cerrándose rápidamente antes de que el coche empezara a moverse.

–¿Champán?

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por aquella voz de suave acento, abriendo los ojos de golpe y sobresaltándose en su asiento.

–¿Quién conduce el coche? –Notó que el vehículo empezaba a moverse.

–El chófer, por supuesto.

A Priya se le desencajó la mandíbula al ver cómo sacaba de un compartimento dos copas frías y una botella de champán.

–Pero… ¡Me ha engañado! –Se sentó más erguida en su asiento, dándose cuenta de repente de que se había ido sin avisar al guardia de seguridad que le habían asignado.

–Nunca dije que fuera tu chófer. –Parecía que él se estaba divirtiendo.

–¿Quién eres y por qué estás aquí?

–Estoy aquí para hablar contigo, por supuesto. –Descorchó la botella con cuidado y sirvió el champán en las copas–. Me han dicho muchas veces que parezco un ángel caído. Quizá hoy sea el tuyo.

Priya rechazó la copa que él le ofrecía.

–Eso no es una respuesta. –Sacó el teléfono del bolso–. Tienes diez segundos para decirme qué haces aquí antes de que llame a la policía.

–¿Y qué les vas a decir, Priya? ¿Qué clase de cosas terribles imaginas que podría hacerte? Tengo curiosidad.

La piel se le puso de gallina al instante. ¿Quién demonios era aquel hombre y por qué todo lo que decía sonaba como los susurros de un amante en la alcoba? Apretó los puños y trató de disimular el repentino temblor de su cuerpo.

–Relájate. No corres ningún peligro conmigo. –Sin romper el contacto visual con ella, extendió la mano para pulsar un pequeño botón del panel lateral–. Reconoces a Ennio, ¿verdad?

La mampara que dividía los espacios se bajó y Priya sintió alivio al ver el rostro del chófer que la había llevado por la ciudad multitud de veces en las últimas semanas. Le sonrió con una pizca de culpabilidad cuando la saludó con la mano y luego volvió a subir la mampara, dejándola de nuevo a solas con aquel misterioso hombre.

–¿Has sobornado a mi chófer? –preguntó ella.

–«Sobornar» es una palabra muy fea, ¿no crees? –Deslizó un brazo por el respaldo del asiento, observándola por encima de su copa–. Yo prefiero llamarlo… «incentivo».

–¿Quién eres? –repitió con firmeza.

–¿No te ha hablado nada de mí? –Fingió sentirse indignado–. Parece que mi hermano te oculta algo más que sus verdaderos motivos para casarse. Tienes suerte de que esté aquí para equilibrar la balanza antes de que llegues al altar.

Su «hermano». Era imposible no conocer al poderoso padre de su novio y sus infames indiscreciones, pero el hombre que tenía delante no se parecía en nada a su prometido. Xander era moreno y delgado, mientras que este hombre tenía la piel dorada y unos hombros que parecían ocupar todo el asiento. Llevaba el cuello de la camisa abierto y el pelo largo y dorado peinado hacia atrás con estilo desenfadado.

Sabía que Xander tenía motivos ocultos que no le había revelado, pero se había asegurado de que su acuerdo prenupcial fuera férreo. Ella misma había leído los papeles, su acuerdo era claro como el agua. Todo estaba bajo control.

–Está claro que has venido a decirme algo, así que hazlo rápido. Ya voy con retraso. –Priya se puso las manos sobre el regazo, con expresión fría.

–¿Le quieres?

–¿Cómo? Eso… no es asunto tuyo –respondió con irritación. Como si no hubiera obtenido la respuesta que buscaba, él se limitó a fruncir el ceño y a beber otro sorbo de champán.

–He visto el acuerdo prenupcial… Lo tenéis todo muy bien planificado. Cenas en público, eventos sociales… Pareces bastante ansiosa por reforzar tu reputación ahora que has vuelto a la sociedad.

–No me conoces. –Priya habló con los dientes apretados.

–Sé lo suficiente. –Se bebió lo que le quedaba de champán–. Sé que una fotografía comprometida conmigo bastaría para que mi hermano rompiera el acuerdo contigo.

Priya apenas era capaz de procesar su amenaza.

–¿Y en qué te beneficiaría arruinar la boda?

–En muchas cosas, princesa. –Él se inclinó hacia ella–. Para empezar, me permitirá darte a ti un trato especial.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TÚ eres la mayor preocupación de Xander –dijo Priya de repente al recordar una conversación que había oído mientras preparaban los términos de su acuerdo prenupcial.

«Hay miembros de mi familia que pueden suponer un problema».