Una boda de papel - Amanda Cinelli - E-Book

Una boda de papel E-Book

Amanda Cinelli

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Beschreibung

Miniserie Bianca 202 De asistente personal... ¡a novia suplente! Para heredar lo que ya le correspondería por derecho tras dos décadas de duro trabajo, Xander Mytikas debe casarse antes que sus hermanastros. Tras ser plantado por su novia el día de la boda, necesita una sustituta, ¡y rápido! Su asistente ejecutiva, Pandora Quinn, se ve obligada a aceptar la propuesta a cambio de que Xander pase página con los graves errores cometidos por la joven. Deberá permanecer casada con su jefe durante un año y fingir que su matrimonio es real de cara a la galería. Hasta que, en su luna de miel en Japón, las caricias de Xander desatan un nivel de deseo para el que ninguno de los dos está preparado.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Amanda Cinelli

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una boda de papel, n.º 202 - agosto 2023

Título original: The Billionaire’s Last-Minute Marriage

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411800181

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

XANDER Mytikas se quedó helado en la escalinata del juzgado de Manhattan, con su elegante esmoquin negro, y sintió cómo la rabia le hervía en las venas.

Los invitados y los paparazzi se arremolinaban desconcertados y con expresión divertida al darse cuenta de que acababan de presenciar cómo el director general de una poderosa empresa financiera mundial era plantado públicamente por su prometida.

–Nunca había visto a una novia correr tan rápido –se oyó una voz entre la multitud de curiosos.

–Estoy seguro de que esta noche llorará hasta quedarse dormido sobre sus montañas de dinero –gritó otra voz, sin un ápice de compasión.

Xander sabía que no era muy querido por los medios de comunicación en ese momento. Hacía dos semanas que su padre, Zeus Mytikas, había muerto, y una serie de terribles acusaciones habían salido a relucir, dejándole como blanco de todos los ataques, habidas cuentas de que era el actual director general en funciones de la empresa.

La escena no paraba de repetirse en su mente: Priya Davidson-Kahn paralizada al pie de la escalinata con su enorme vestido blanco; su propia preocupación y sus infructuosos intentos de llegar hasta ella a través de la multitud de paparazzi; y luego la expresión de disculpa en el rostro de ella, justo antes de que echara a correr bajo la lluvia.

En los pocos minutos transcurridos desde entonces, había hecho que su equipo de seguridad despejara el perímetro y reuniera a sus invitados en el interior hasta que se controlara la situación. Se suponía que los detalles de la ceremonia eran estrictamente confidenciales, que todos los asistentes habían firmado un acuerdo de confidencialidad y, sin embargo, a juzgar por la cantidad de fotógrafos que se agolpaban en la calle, parecía que alguien había filtrado su ubicación a la prensa.

¿Por eso había huido?

Su jefe de seguridad apareció a su lado.

–He enviado a un equipo detrás de la señorita Davidson-Khan, pero parece que ya tenía un coche esperándola.

El hombre activó la pantalla de su teléfono y le mostró un breve vídeo en el que se podía ver cómo su novia iba caminando bajo la lluvia de la mano de un hombre por un callejón. Xander soltó un improperio cuando pudo ver la cara del hombre misterioso.

Eros.

Por supuesto, su hermanastro había tenido algo que ver en todo eso. Desde la muerte de su padre y la revelación de los términos de su testamento, Xander había estado atento a los movimientos de los otros dos hijos de Zeus. El primero de los tres hermanos en casarse y permanecer casado durante un año tomaría el control de todo el legado familiar.

–Maldita sea –dijo Xander, resistiendo el impulso de estrellar contra el suelo el teléfono al ver la cara engreída de Eros. El matrimonio que él había acordado con Priya había sido estrictamente por negocios, no había nada sentimental en el pacto de unión, pero ver que ella lo había traicionado le hería el orgullo.

–Tenemos un coche siguiéndolos –le aseguró el jefe de seguridad.

–Ordena que no lo haga –dijo Xander pellizcándose el puente de la nariz mientras intentaba aclarar las ideas–. Lo último que quiero es que mi equipo de seguridad se vea envuelto en una persecución por las calles de Manhattan a plena luz del día. La prensa ya está haciendo su agosto.

–¿Quieres que la dejemos ir?

El alboroto a su alrededor aumentaba por momentos. Los periodistas, calle abajo, lanzaban sus preguntas al aire y los invitados, a las puertas del juzgado, también. Todos querían la confirmación de lo que acababan de presenciar. Él, que siempre lo controlaba todo, acababa de tropezar con sus planes.

Había preparado a todo su equipo para estar en alerta máxima y así asegurarse de que aquella boda permaneciera en secreto para sus dos hermanastros. Pero algo había fallado. El olor del fracaso bastó para que se abriera paso entre la multitud seguido de sus guardias.

Xander se introdujo en el todoterreno negro y cerró la puerta de un portazo. Llevaba veinte años metido en aquel mundo de tiburones donde el dolor era rentable y el escándalo era moneda de cambio. Por mucho tiempo que su padre hubiera dedicado a imponerle clases de elocución y estilistas privados, los mismos periodistas que habían perseguido sus puntos débiles cuando era un ingenuo de diecinueve años seguían encontrando la forma de sacar dinero de él. Era la historia de siempre.

–Qué pronto habéis acabado –dijo una voz alegre en el interior del coche mientras que el cristal que separaba las plazas delanteras de las traseras se bajaba con un lento zumbido, revelando el rostro sonriente de Mina, su chófer de toda la vida–. Por fin voy a conocer a tu…

La sonrisa de la empleada se desvaneció de repente, convirtiéndose en una de confusión cuando vio que Xander estaba sentado solo y sin novia en el asiento trasero.

–La boda se ha cancelado. Parece que la novia tenía otros planes. –Xander se desabrochó la pajarita y se abrió el botón superior de la camisa. Necesitaba un baño y un postre de chocolate gigante, en ese orden.

Justo cuando un reportero sin escrúpulos apretó su cara contra el cristal tintado de la ventanilla del coche, Mina aceleró el motor y tocó el claxon con tal vehemencia que la multitud se dispersó. Finalmente consiguieron alejarse, perdiéndose entre el tráfico de la tarde, y el cristal volvió a elevarse. Xander podía sentir la compasión que desprendía su fiel conductora. Y no quería su compasión. Ni la suya ni la de nadie. Sin embargo, ahora era inevitable, ¿no? Las habladurías eran una cosa, pero el escándalo… El escándalo sería el último clavo en el ataúd de sus planes de hacerse con Mytikas Holdings.

Cuando las calles empapadas por la lluvia empezaron a desdibujarse tras los cristales tintados, Xander sintió que el palpitar de su frente se convertía en una migraña en toda regla. Se recostó en los asientos de cuero, sintiendo cómo la frustración y la indignación luchaban contra el profundo agotamiento que lo había atormentado durante los últimos quince días.

¿Habían pasado solo dos semanas desde la muerte de su padre? Parecía que hubieran pasado siglos, teniendo en cuenta el caos que se había producido inmediatamente después.

Tras la muerte de Zeus, se había dado por sentado que Xander sería el elegido para suceder a su padre en caso de fallecimiento. De hecho, había trabajado durante dos décadas leal a su servicio con ese objetivo en mente. Pero, al parecer, el anciano había cambiado de opinión en el último momento.

Hacía tiempo que había dejado de intentar ganarse el afecto o la aprobación de aquel hombre que había ignorado su existencia durante diecinueve años. Pero lo que no había esperado era que Zeus ofreciera todo el contenido de su patrimonio al primero de sus hijos que se casara y permaneciera casado durante un año.

Xander soltó un exabrupto y se dispuso a comprobar su agenda. Nunca exigía a sus empleados que trabajaran los fines de semana, pero para él últimamente era algo habitual debido a la inminente expansión en Japón.

La única razón por la que había elegido casarse en domingo era porque así tendría un menor impacto en su agenda. A diferencia de su padre, que solo parecía disfrutar del estatus que le proporcionaba su título de director general, Xander siempre había encontrado consuelo en su trabajo. Desde muy joven, siempre se había fijado en detalles que otros pasaban por alto y veía soluciones sencillas para lo que la mayoría consideraba problemas complejos. De niño, en Atenas, donde creció en la pobreza, era un oponente formidable tanto en el equipo de ajedrez como en el campo de fútbol. No había nada que le gustara más en la vida que aprender a jugar y ganar.

Pero en los últimos tiempos su talento se había convertido más en un lastre que en un don. Sus enemigos le acusaban de tratos turbios y comparaban su éxito con el de su corrupto padre.

Cuando se enteró del obstáculo para reclamar la herencia de su difunto padre, en lugar de ponerse nervioso, se mantuvo frío y buscó rápidamente una solución fácil y sencilla.

Priya Davidson-Khan necesitaba un marido para acceder a su propia herencia, así que se había reunido con ella en varias ocasiones y habían llegado a un acuerdo para contraer matrimonio. De ese modo se mataban dos pájaros de un solo tiro. Además, ella era una mujer muy bien posicionada en la alta sociedad y eso también le traería beneficios. Había preparado minuciosamente un plan para el año de felicidad conyugal de cara a la galería, el tiempo exacto que figuraba en el testamento de su padre y ni un minuto más, y luego se divorciarían.

Había estado a pocos minutos de la victoria…

Su mente no paraba de dar vueltas. Tantas cosas estaban en peligro, había tantas posibilidades de que cualquiera de sus hermanos se adelantara y le arrebatara todo por lo que había trabajado tan duro durante las dos últimas décadas.

Había cambiado todo de sí mismo para encajar en el molde que Zeus le había exigido. Y ahora, incluso después de haber luchado con uñas y dientes contra sus humildes orígenes para demostrar su valía, aún tenía que seguir luchando.

No era lo bastante bueno. Nunca lo había sido.

Cuando llegó a la reluciente torre de Lexington Avenue que albergaba la sede de su empresa, la lluvia había empezado a amainar un poco. Se detuvo en la entrada para sacudir las últimas gotas de su esmoquin, luego levantó la vista y se encontró con el imponente retrato de su padre mirándolo desde arriba. Una fría sensación le recorrió el cuerpo al instante. No se rendiría ante el primer obstáculo, no cuando había tanto en juego.

Subió en su ascensor privado a la suite del último piso, donde tenía un equipo de asistentes ejecutivos que se ocupaban de sus asuntos cotidianos. Como era de esperar, todavía había algunas personas deambulando por los pasillos entre despacho y despacho. Hacía cuatro meses que le habían llamado de los holdings europeos para que tomara las riendas mientras Zeus se recuperaba de su repentina enfermedad. Los accionistas y los miembros del consejo de administración ya estaban furiosos después de que salieran a la luz algunos negocios turbios de su padre.

Pero incluso cuando Zeus ya estaba a las puertas de la muerte, su influencia seguía vigente. Los empleados de la planta superior eran de la peor calaña, imponían un modus operandi arcaico y se resistían a todos los cambios que Xander había intentado introducir alegando que a Zeus no le gustarían. Una asistente en particular le había causado más dolores de cabeza que la mayoría.

Pulsó el primer botón de marcación rápida de su teléfono y esperó a que Quinn contestara con su peculiar acento irlandés.

Sintió que la presión de las dos últimas semanas volvía a cernirse sobre él con cada tono de llamada no contestada. Al saltar el buzón de voz, miró la pantalla con incredulidad. Quinn nunca perdía una llamada, ni siquiera en fin de semana.

Cuando al segundo intento tampoco obtuvo respuesta, su mandíbula se tensó y su mente repasó las conversaciones que habían mantenido en las últimas semanas. Ella parecía distraída desde la muerte de Zeus. Apretó los dientes y volvió a marcar.

Pandora Quinn había sido la asistente ejecutiva de su padre durante un par de meses antes de que el anciano enfermara y él insistiera en pasársela a Xander.

Zeus nunca había vuelto a su sillón de poder. Su enfermedad se había prolongado durante meses y había muerto después tras una parada cardiaca durante una operación.

Xander había asumido el cargo de director general en funciones, gestionando la mayor adquisición de su historia, y también encargándose del personal de la planta superior, incluida la joven Pandora. Aquella chica era un desastre.

Decidió llamar a la recepcionista de fin de semana, y se sintió aliviado cuando enseguida oyó el ruido de pasos. Al menos aquel día había alguien trabajando.

La mujer entró temerosa, con el nerviosismo de quien ha trabajado durante años bajo la tiranía de Zeus. Xander permaneció sentado, mostrándole un rostro serio pero educado.

–No puedo comunicarme con Pandora Quinn. ¿Ha estado aquí este fin de semana?

–¿Pandora…? Ha presentado su dimisión –respondió la recepcionista, y su voz se quebró un poco cuando Xander la fulminó con una mirada incrédula–. Supuse que ya lo sabías.

–¿Desde cuándo? –preguntó Xander, dando golpecitos a la pantalla de su teléfono–. ¿Y por qué no se me informó?

–Desde el viernes por la tarde. Me enteré porque pasé por la oficina de Recursos Humanos de camino a mi despacho –explicó todavía con un ligero temblor en la voz–. Creo que esperó a propósito a que la mayoría de la oficina se hubiese marchado. No esperaba menos de esa chica. Siempre me pareció que había algo raro en ella.

–Está bien… Eso es todo –le cortó él mientras se dirigía a la zona privada de las oficinas dedicada a la dirección general.

Enfrente de su despacho se encontraba la mesa de su secretaria, siempre pulcra y ordenada. Era una mujer mayor que atendía las llamadas durante la semana con implacable eficacia. En la zona opuesta había otra mesa, habitualmente cubierta de tazas de café, pósits con recordatorios por todas partes y coloridas labores de punto a medio hacer. Ahora el habitáculo se encontraba completamente yermo, salvo por una solitaria silla de escritorio y un teléfono rojo. Todo lo que había sugerido la presencia de su ocupante había desaparecido.

Xander frunció el ceño ante el espacio vacío y notó cómo la furia aumentaba en su interior. ¿Qué clase de asistente ejecutiva dimitía sin avisar?

Quinn había sido la única encargada de elaborar la corta lista de invitados a la boda y de los acuerdos de confidencialidad. Necesitaba asegurarse de que no proporcionara a la prensa nada que le resultara perjudicial. Necesitaba a Pandora de vuelta ya.

Agarró el teléfono de su mesa y marcó la línea directa con su equipo de seguridad para informarles de la situación:

–Necesito que localicéis a Pandora Quinn. Ahora.

 

 

Pandora Quinn había estado en el despacho del difunto Zeus Mytikas muchas veces en los últimos seis meses de trabajo en Mytikas Holdings, pero no desde su muerte. Ahora le parecía espeluznante caminar por los pasillos de la casa de un hombre muerto. Pero tenía una última misión que cumplir antes de desaparecer.

Nunca había infringido la ley en su vida, ni siquiera cuando Zeus la había obligado a actuar como su espía durante los últimos cuatro meses. Había hecho todo lo posible para que su traición a Xander fuera la menor posible, o al menos eso era lo que ella se decía a sí misma. Pero irrumpir en la mansión de los Mytikas… era sin duda cruzar una línea que le costaría mucho explicar si la atrapaban.

Solo tenía una última cosa que hacer y luego podría volver a casa.

Las escaleras de mármol que conducían al despacho privado de la mansión brillaban de tal manera que parecían resbaladizas. Las paredes eran de color azul empolvado y estaban adornadas con columnas ostentosas. Un par de ojos del mismo color que las paredes acudieron a su mente y se le hizo un nudo en el estómago. No pudo evitar mirar por encima del hombro hacia el vestíbulo, como si temiera haber conjurado la presencia de Xander con la fuerza de sus pensamientos.

Sintió que perdía el equilibrio. Sus frecuentes tropiezos y caídas se habían convertido en una especie de broma en la oficina, junto con su acento y su peculiar sentido del humor. Al principio se había reído con los demás, pero llegó un momento en que ya le resultaba ofensivo y dejó de tener gracia.

Podría haberles explicado que esas peculiaridades suyas eran parte inevitable de su neurología, pero no le apetecía hablar sobre su espectro autista con personas que ni siquiera solían recordar su nombre.

Como trabajaba para una empresa que operaba en casi todos los mercados financieros mundiales, no era raro que tuviera que hacer recados el fin de semana. Pero ese día no era un domingo cualquiera. Su jefe, el poderoso financiero griego Xander Mytikas, se casaba con una de las mujeres más ricas de la alta sociedad neoyorquina.

Su antiguo jefe, se recordó a sí misma.

Eran casi las cuatro de la tarde. Probablemente la boda ya habría terminado hacía tiempo y la feliz pareja ya estaría de camino al aeropuerto para disfrutar de su lujosa luna de miel en Asia. Se le hizo un nudo en el estómago.

Nunca se le pasó por la cabeza revelar los detalles de los planes de boda secretos de Xander ni los negocios relacionados. Y menos aún a Arista Theodorou, la amante de Zeus. En la empresa se sabía que ella y Xander habían estado en guerra desde el momento en que Zeus enfermó.

Se sentía culpable, pero sabía que ese último paso era necesario. Ya había comunicado formalmente su dimisión al departamento de Recursos Humanos. Y había esperado hasta el último momento, sabiendo que Xander no se enteraría hasta que regresara de su luna de miel.

Tras tragarse el nudo que tenía en la garganta, Pandora exhaló el aliento que había estado conteniendo y empezó a buscar la gran caja fuerte que Arista había mencionado que había en el despacho. Se había sorprendido al ver que la casa estaba completamente desierta al entrar, así que no se preocupó de no hacer ruido mientras daba golpes en la pared para encontrar lo que buscaba. Emitió un grito de victoria cuando por fin encontró un panel en la pared que ocultaba una gran puerta de acero reforzado.

Le temblaron las manos al girar el mecanismo y colocar la oreja junto al frío metal. Por fin, una situación útil para su oído supersensible. Tras varios intentos desafortunados, probó con la combinación de emergencia del ascensor privado del director general, que nunca había tenido ocasión de utilizar. Para su sorpresa, oyó cómo las clavijas encajaban y la pesada puerta se abrió, dejando al descubierto una pequeña sala rectangular sin luz.

La casa era de la época de la ley seca y estaba llena de túneles y salidas ocultas, perfectas para un viejo paranoico y escurridizo como Zeus.

Se le erizó la piel ante la idea de entrar en aquel espacio cerrado, pero aun así dio el primer paso y luego otro. No encontró luz en el interior, así que utilizó la linterna de su teléfono para echar un vistazo rápido a las estanterías. Todos los archivos antiguos de Zeus se alineaban en las paredes y en algún lugar de ellos se encontraban las pruebas condenatorias de lo que fuera que Zeus tenía sobre su madre y que Pandora había pasado los últimos seis meses intentando recuperar.

Una prueba de la que la estimada senadora irlandesa Rosaline Quinn seguía negándose a revelar los detalles exactos a su querida hija, aparte de asegurarle que podía poner fin a su larga carrera. Lo cual no era del todo sorprendente, pensó Pandora con el ceño fruncido, teniendo en cuenta que Zeus era más que conocido por sus negocios turbios y sus aventuras amorosas.

Hacía seis meses, su familia había recibido una invitación para asistir a una gala en Nueva York. En aquel momento le había parecido una oportunidad glamurosa, y no había comprendido la reticencia de su madre a asistir.

A pesar de eso acudieron al evento, y allí Pandora pudo escuchar una conversación privada entre el magnate griego y su madre. Zeus le había pedido un favor a Rosaline. Un favor que su madre había sido incapaz de cumplir. El anciano se había percatado de la presencia de Pandora y la había llamado para que entrara en la habitación. Ella había intentado hacerse la heroína por primera vez en su vida…, pero había acabado en deuda con el mismísimo diablo.

Con ese pensamiento, recorrió la sala y se detuvo en otra hilera de maletines a lo largo de la pared del fondo. Las pruebas tenían que estar allí.

El sonido de su teléfono móvil la hizo saltar y una de las cajas llenas de archivos se cayó al suelo. El nombre que apareció en la pantalla la hizo detenerse y fruncir el ceño. Arista Theodorou. ¿Qué demonios quería ahora?

Pandora se estremeció al oír su tono de voz:

–Solo quería darte las gracias por la información, cariño, y devolverte el favor. Yo que tú me alejaría de Xander todo lo que pudiera. Que lo hayan dejado plantado en plena boda no mejorará su temperamento, y cuando se entere de que tú has estado implicada, las cosas no irán nada bien para ti.

¿Plantado? ¿Qué demonios quería decir Arista?

–No tengo ni idea de lo que estás hablando, y yo no estoy involucrada en nada como estás insinuando. Fuiste tú quien me engañó para que revelara información confidencial. Conseguiste lo que querías cuando te enteraste del trato de Xander con su novia.

Cortó la llamada con furia y se quedó mirando el teléfono durante un largo rato mientras las palabras de Arista resonaban en sus oídos. Otra vez el sentimiento de culpa. Seguro que estaba mintiendo…

Volvió a lo que estaba haciendo y trasladó una caja especialmente grande al despacho. Al levantar la tapa se encontró con varias cajas más pequeñas con los nombres de conocidas marcas de joyería de lujo. Un vistazo al interior reveló un reloj de diamantes de aspecto asombrosamente caro. Se sentó sobre los talones y se preguntó si no debería darse por vencida. Si no era capaz de encontrar las pruebas de Zeus, tal vez era mejor cortar por lo sano y volver a Irlanda. Pero si Xander la perseguía con acciones legales por haber hablado con Arista a pesar de su acuerdo de confidencialidad, podría perjudicar a su madre con más escándalos…

Estaba tan absorta en sus cavilaciones que tardó en percibir el leve sonido de un movimiento en la habitación a su espalda. Casi como si una parte de su cerebro supiera lo que iba a encontrarse, giró la cabeza lentamente y sintió que la respiración se le congelaba al encontrarse con una mirada azul que le resultaba familiar.

–Hola, Quinn. –Xander acababa de entrar en el despacho y sus ojos recorrían la habitación, deteniéndose en la puerta de la caja fuerte, abierta de par en par–. ¿Interrumpo algo?

Pandora se dio cuenta de tres cosas a la vez. Una, Xander Mytikas estaba absolutamente devastador en esmoquin. Dos, estaba mirando fijamente el desorden de archivos que había detrás de ella en el suelo de la caja fuerte y probablemente iba a hacer que la detuvieran por allanamiento de morada. Y tres, ahora mismo debería estar de luna de miel, pero ni siquiera llevaba anillo de casado.

–¿Es esta la razón por la que has dimitido? –La voz de Xander sonaba sospechosamente tranquila mientras entraba lentamente en la habitación–. ¿Porque planeabas llevarte el premio gordo y huir?

Pandora sacudió la cabeza. Su boca fue incapaz de decir nada mientras daba un paso hacia atrás, miraba hacia la caja fuerte y, casi como si el tiempo se fuera deteniendo, sus ojos se fijaban en una etiqueta en particular, sintiendo que se le desencajaba la mandíbula. Allí estaba: el nombre de soltera de su madre en letras negras en medio del desorden de una pila de carpetas. Se quedó paralizada.