El Referí no tiene quién le escriba - Carlos Alvarez de Toledo - E-Book

El Referí no tiene quién le escriba E-Book

Carlos Alvarez de Toledo

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Beschreibung

Las historias de este libro van pintando un cuadro poco descripto y analizado: el del arbitraje en el fútbol. ¿Cómo es la carrera de un árbitro? ¿Qué diferencias hay entre el referato de ayer y el de hoy? Y, sobre todo, ¿qué cosas le pasan a un juez de fútbol? ¿Y qué siente? En el Prólogo, Gustavo Alfaro nos cuenta acerca de cómo se conocieron con Carlos en un partido especial para ambos y relata, en primera persona, cómo vive un jugador un partido decisivo. Y qué cuestiones, que van más allá de lo futbolístico, también les preocupan a técnicos y jugadores.    Los relatos de Carlos arrancan en un ayer lejano, cuando cursaba el secundario y soñaba ser árbitro. Y llegan hasta hoy, donde desde su condición de Ex analiza el arbitraje y todo lo que lo rodea. Fue agredido al terminar una final por un ascenso al Nacional B. Se escapó de una provincia para no ser detenido. Tuvo un encuentro desopilante con Julio Grondona. Se ilusionó con dirigir en Primera. Disfrutó. Y, de a ratos, también la pasó mal. "El Referí no tiene quien le escriba" nos aporta un testimonio, en primera persona, sobre el arbitraje de ayer. Pero no solo eso. Las historias describen la Argentina autoritaria de comienzos de los 80. Y la democrática. Y como Carlos algo tuvo que ver con eso, los saqueos del 89 también están presentes.

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Carlos Alvarez de Toledo

El Referí no tiene quien le escriba

Memorias de un exárbitro

Alvarez de Toledo, CarlosEl Referí no tiene quien le escriba : memorias de un exárbitro / Carlos Alvarez de Toledo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4036-2

1. Relatos. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

Agradecimientos

Prólogo

Cómo (y por qué) llegué a ser árbitro de AFA

Cómo era la carrera arbitral y cómo fue la mía

En la Escuela de Árbitros

La final de Subterráneos

Las ceremonias de los viernes

¿Cortázar inspirado por un balneario entrerriano?

Me olvidé de los amonestados

¿Reglamento o sentido común?

José Luis Chilavert o cómo aprendí que a un jugador de un club grande no se lo suspende por una cuestión menor

El día que me alegré de no dirigir

El partido se me fue de las manos

El día que me escapé de Catamarca

El nacimiento del SADRA

La final de 1ª C

El día que me pegaron en Ledesma

Cuatro historias del post Ledesma

De la roja directa a la prevención

El día que mi vieja fue a la cancha de Chacarita a verme dirigir

Mi carrera (sigue)

Mis últimos partidos

Le llevo la renuncia a Don Julio

Me fui

¿Más fácil dirigir ahora o antes?

El arbitraje en el tiempo: de los árbitros como líneas al Team Building

VAR o no VAR, ya no es la cuestión

Los autohomenajes hay que hacerlos en vida

¿Lo va a parar?

El tano Pasini no me reconoció

Cierre

Agradecimientos

A María, mi compañera

A mis amigos Osvaldito Spinosa, Cosme Cascio y Quintín

A Gustavo Alfaro, por su generosidad al escribir el Prólogo

A Luis Pasturenzi, por lo que aportó desde su conocimiento del Reglamento del Fútbol y su contribución a algunos de los artículos

A Cosme Cascio, por fotos que enriquecen este libro

A Jorge Fernández, por la información vinculada al mundo sindical

A todos los compañeros de AFA de esa linda época

A todo el equipo de AFA de esos años

A los jugadores, cuerpos técnicos y médicos y dirigentes de esa etapa

Al periodismo del Ascenso

A los hinchas

A Benito de Miguel, por sus ideas, siempre valiosas

A Víctor Tujschinaider, por la buena onda y las recomendaciones para este proyecto

A Juan Scoufalos, por su aporte en la búsqueda del título

A mis amigos de la Camada XV del ITBA, especialmente a Ale Conti y Martín Olivera, que me impulsaron a escribir este libro

A la Prof. Silvia Destuet, por la revisión minuciosa y fundamentada que hizo de la redacción, más allá de mis licencias gramaticales no autorizadas

A Nahuel Estévez, gran fotógrafo

A Karina Wainschenker, por su acompañamiento durante el proceso creativo

Prólogo

Ese 4 de junio de 1989 no será una fecha más en mi vida. Ese día Atlético de Rafaela, equipo que integraba, conseguía su primer ascenso a la Primera B Nacional, y por ende al fútbol profesional. Esto sucedía en la lejana Ledesma, Jujuy, tierra de los ingenios. La primera final en Rafaela, la habíamos ganado 3 a 1, y nos disponíamos a disputar la segunda final. Había sido un camino tan largo como difícil, pero como en todas las etapas o desafíos de la vida, lo complejo era el final. Cerrarlo, y cerrarlo bien, como toda Rafaela anhelaba.

Hacia allá nos fuimos, viajamos 4 días antes de jugar una final. Algo inédito en esos tiempos. Los mitos del clima caluroso y seco de Jujuy, por más que estábamos recorriendo la parte final de aquel otoño, se hacía sentir. El objetivo era llegar, y tener todo preparado para librar la batalla final. Muchas anécdotas guardamos de aquella lejana excursión por Jujuy. Y en la preparación del partido tratábamos de no dejar nada librado al azar. Intentábamos, con nuestros medios, estar en todos los detalles.

Aníbal Carlucci, nuestro Presidente de Fútbol, viajaba a Bs.As. todas las semanas a las reuniones de AFA. Allí, cada martes, se reunía con gente del Consejo Federal, que era el ente dentro de AFA que regulaba la organización de los Torneos del Interior del país, que otorgaban los ascensos a la categoría superior del fútbol. En esas etapas finales se cruzaba el fútbol del interior del país con el fútbol de la B Metropolitana. Era, para nosotros, un gran filtro y un enorme desafío, atravesar esas experiencias. Después de eliminar a Estudiantes de Río Cuarto y a Laferrere posteriormente, estábamos en la instancia definitiva contra Atlético Ledesma de Jujuy, en Jujuy.

Los martes eran, también, los sorteos correspondientes de los árbitros que iban a conducir los partidos del fin de semana. Ese fin de semana no era un fin de semana más, ya que se definían las dos finales del Ascenso del Torneo del Interior, que otorgaban dos ascensos a la Primera B Nacional.

Después de la ventaja obtenida en el partido de ida, necesitábamos hacer nuestro trabajo de visitantes. No teníamos la potestad de poder pedir ningún arbitro en particular, porque sólo llegábamos a ciertos niveles de contactos con la dirigencia de AFA, y mucho menos con la AAA.

La Liga Rafaelina de Fútbol, algunos años atrás, había hecho un convenio con los árbitros de AFA, que luego de dirigir a los equipos de Primera del fútbol argentino que jugaran en la provincia de Santa Fe, venían a Rafaela, a dirigir los partidos de nuestra Liga local. Todo un acontecimiento en aquellos tiempos. Así fuimos dirigidos por Ithurralde, Gnecco, Hay, Loustau, Lamolina, Vigliano, Crespi, Mastrángelo, Biscay, entre tantos. Teníamos la tranquilidad de que cuando los partidos eran conducidos por ellos, las cosas estaban en buenas manos, tenían una clara demostración de autoridad y de personalidad.

El tema entonces, era ver el perfil de quien sería el árbitro que nos iba a dirigir en aquella final. A partir que entrábamos a jugar la instancia del Octogonal final, comenzaban a arbitrar los árbitros de AFA. Todavía no eran los tiempos de la irrupción de Guillermo Marconi con la creación del sindicato de árbitros de SADRA. Lo concreto es que, para esa final, salió sorteado Carlos Alvarez de Toledo, un árbitro del Ascenso Argentino, a quien no conocíamos, y del que no teníamos la experiencia de habernos cruzado en el camino.

Horacio Bongiovanni, nuestro DT, por sus relaciones dentro del fútbol, hacía las averiguaciones del caso. Entre tantos amigos que el futbol le había dado, encontraba el modo de tener información de cómo eran las formas de cada uno, y cómo uno se debía conducir en consecuencia. Cuando tenía la información, la compartía conmigo. Como Capitán del equipo, me encargaba, con otros compañeros, de trasladar sus ideas al campo de juego, ya sea desde las cuestiones tácticas o estratégicas hasta de hablar con los árbitros, si era necesario durante el desarrollo del partido. En ese sentido, nos alternábamos para no ser siempre los mismos los que reclamábamos, con la finalidad de no fastidiar la acción del árbitro con nuestras demandas o quejas, que a menudo solían ser desmedidas.

El día previo fuimos a Ledesma a hacer el reconocimiento de la cancha. El otoño jujeño, por aquellos momentos rondaba los 30 grados. La cancha tenía el césped sorprendentemente alto, y cuando pisábamos ese copioso césped, el agua brotaba desde abajo, de manera notable. Rara esa “inundación” en el clima seco de Jujuy. Me arrimo a un costado de la cancha y había unos chiquitos jugando a la pelota, entonces les pregunto, ¿llueve mucho por acá? Los chicos me dicen, no, hace como tres meses que no llueve.

Me arrimo a Horacio y le digo, va a estar picante el partido mañana. Va a ser una final, Lechu, olvidate, lo van a tratar de ganar de cualquier modo, con la cancha inundada, el calor, de prepo, como sea, me dice Horacio. Entonces le pregunto, ¿qué averiguaste del pito? Buena gente me dice, me dieron buenas referencias, un tipo con personalidad, tranquilo, no hay que joderlo ni fastidiarlo, pero estamos en buenas manos. Bárbaro me dije, mejor.

Ese domingo todo era tensión y expectativas. Era la final, vamos a la cancha, calentamos al lado del vestuario, charla técnica, saltar a la cancha, a buscar la gloria. Más de cinco mil rafaelinos nos habían acompañado en esa tarde histórica. El estadio estaba repleto, calor que sofocaba, césped alto, la humedad brotaba del piso, por la supuesta lluvia.

Vamos al sorteo de rigor, llego primero que el capital rival, lo miro a Carlos a los ojos como siempre lo hacía, y le digo: “Hola Carlos, mucho gusto, es un placer para mí, que tenga un buen partido”. Allí vino mi primera sorpresa, me apretó la mano con firmeza, y mirándome me dijo, “el placer es mío, ojalá tengan una buena tarde también”. Eso me dio la pauta de que el hombre estaba en tema, si no tienen los saludos de rigor y de compromiso, pero eso ya me indicó, que más allá de una final, que el hombre había venido a dirigir, estaba al tanto de todo y fundamentalmente, de lo que se trataba. Lo más importante era que conocía a los protagonistas. Eso puede no indicar nada, pero a mí me dio tranquilidad. Cada vez que terminaba el sorteo y nos disponíamos en la cancha se acercaban mis laderos, Hugo Querini y Pichi Bernasconi y me decían, “y, ¿cómo lo viste?”. Está bien le dije, vamos bien.

Comenzó el partido y en un marco de mucha tensión, emoción y pierna fuerte se jugaron los primeros minutos del partido. El clima era típico de una final, todos exigían, todos pedían, todos reclamaban. En las acostumbradas jugadas donde el local se aproxima al área y mete la pelota adentro, se buscaba cualquier ocasión para crear una posibilidad de que se sancione un penal. Reclamos de la gente local, el árbitro da continuidad a la jugada, estaba claro que no se iba a dejar impresionar. Mi primer diálogo con Carlos se da cuando a nuestra figura, nuestro jugador más habilidoso, Marcelo López, le hacen un foul, después obviamente de todo tumulto de jugadores que reclaman y demuestran su hombría. Me arrimo y le digo, “Carlos, lo salieron a cazar, no lo pudieron parar la semana pasada, y lo van a querer parar como sea”. “Quedate tranquilo, me dice, ustedes hagan lo que tienen que hacer, y déjenme a mí que yo haga lo mío”. Clara demostración que nadie iba a influir en los comportamientos, y menos en el suyo.

Termina el primer tiempo 0 a 0, nos vamos al vestuario. Quedaban solo 45 minutos para el ascenso, faltaba poco, pero faltaba lo más difícil. Sabíamos que había que aguantar los primeros 15 minutos del segundo tiempo, y que a partir de allí se jugaría otro partido. A los 20, con el rival jugado en ataque, convertimos el primer gol.

A partir de ese momento el partido se transformó en una cuestión de hombría personal, ellos con la prepotencia de querernos llevar por delante, nosotros resistiendo. Reclamos sobre el árbitro, Carlos, que no se deja amedrentar por los jugadores, tarjeta amarilla, rienda corta en el partido. Viene el segundo gol, luego el tercero, todo era color y emoción, a un paso del ascenso, me arrimo a Carlos y le pregunto cuánto falta. Ya está, me dice, falta poco, y adiciona tres minutos más.

Eternos, interminables. Yo cual 10 habilidoso, le empiezo a hacer marca al árbitro. Quiero que termine, que toque el silbato y le ponga fin a aquella historia. Se para en el círculo central, marca el centro de la cancha, y decreta el final, me arrimo, antes de que la algarabía gobierne la escena y le doy la mano, lo felicito por el partido, y le digo que fue un placer haber compartido esos 90 minutos inolvidables para mí, con él. Me dice que el placer fue suyo, que nos felicita, que somos un gran Campeón y que vaya a festejar.

Ese es Carlos, ese era Carlos, a quien tuve el privilegio de conocer en momentos tan determinantes de mi vida profesional.

Recuerdo que luego al año siguiente ya despuntando el campeonato de la Primera B Nacional, jugábamos con Huracán, en el Palacio Ducó. Huracán volvía a primera, regreso al vestuario, y al lado del vestuario visitante estaba él, parado, esperando para saludar. No saben la alegría que me dio verlo ahí. Porque no tenía ninguna necesidad ni obligación, pero allí estaba, con su corrección y con su porte. Con su hombría de bien.

Son esa clase de hombres que le hacían muy bien al futbol, que eran íntegros, que defendían sus convicciones. Que no negociaban los valores. Gente que privilegia una Profesión, que la dignifica. Gente que da placer encontrase en los costados del recorrido.

Después, la vida hizo que cada uno siguiera su camino, buscara su norte, y luchara por sus desafíos y sus utopías.

Cuando me pidió si podía compartir el este espacio en este libro, no dudé un instante, más allá que confieso que tardé más de la cuenta en escribirlo. Pero me dio una alegría inmensa. Me hizo volver a aquella puerta del vestuario de la cancha de Huracán, a aquel inolvidable 4 de junio de 1989. Donde empezó mi historia en el futbol. Y puedo decir, después de un largo camino recorrido dentro del futbol, que Carlos fue uno de esos regalos que sólo este deporte te puede otorgar.

Estos son los verdaderos triunfos en la vida, muchas veces nos quedamos detenidos en los logros, y le otorgamos demasiado valor a lo conseguido y nos olvidamos de darle la importancia justa al camino recorrido. Esto siempre se lo digo a los jugadores: no se olviden del camino recorrido, allí están las verdaderas enseñanzas y lo que de verdad cuenta.

Miro para atrás, observo mi camino, y en aquel punto tan trascendente de mi vida, lo veo a Carlos, y allí siempre va a estar.

Felicitaciones por el libro. Por el desafío que implica poner en palabras un cúmulo de vivencias, de emociones, de sensaciones y de pensamientos. El privilegio que me otorga, en algún punto, ser parte de este desafío.

¡Felicitaciones Carlos! Por la carrera, por el libro, por tus luchas. Qué lindo es reconocernos con el paso del tiempo, saber que la esencia no se modifica, ni se negocia, más allá de las vueltas y los viajes, los rincones y los desafíos por donde nos llevó la vida.

Mucha salud y buena vida. Orgulloso por participar. Gracias por siempre.

Gustavo Alfaro

Cómo (y por qué) llegué a ser árbitro de AFA

Haciendo de juez de línea en un partido del ITBA

¿Qué vas a ser cuando seas grande? A esa pregunta, nada original, cada chico o chica elabora una respuesta, sincera o para sacarse al adulto de turno de encima. Yo siempre dije “ingeniero”. Pero mi respuesta debió ser otra. Árbitro. Que fue mi vocación inicial más clara.

En estas páginas te voy a contar todo. O, por lo menos, lo más importante. De un Alvarez de Toledo González (para usar también el apellido de abuelos a los que amo) que soñó con dirigir un Boca – River. Y un día decidió hacer el curso en AFA para referí. Y se recibió. Fue juez de línea en todas las categorías (lo que hoy llamamos árbitro asistente). Dirigió hasta Nacional B. Y le pasó de todo (o casi). Disfrutó, pero también fue agredido dentro de una cancha. Y hasta se tuvo que escapar de alguna provincia para no ir preso. Y, en algún momento, decidió renunciar. Y un día, hace poco, dijo: “voy a escribir sobre mi paso por AFA”.

Pero, a esa historia, la mía, hay que contarla despacito. Te propongo que me acompañes en este recorrido. Y arranquemos desde un punto de partida nada arbitrario.

El secundario lo hice en el Instituto San Martín de Tours (ISMT) de CABA (en esos momentos, Capital Federal). Empecé en el 69 (no se distraigan con este dato) y me recibí en 1973. Es curioso eso de que al recibirte te vas del lugar, pero no parece el momento de discutirlo.

El ISMT de Figueroa Alcorta y San Martín de Tours era, por esos tiempos, un colegio solo para varones. Toda una pintura de la época. Había otro San Martín de Tours, el de las chicas, situado a pocas cuadras. El instituto, el nuestro, estaba manejado por el querido Profe Andrés Reale y en esos momentos no tenía educación primaria. El cuerpo de profesores era una especie de dream team, con apellidos (para mí) ilustres como Tapia, Peralta, Amasino y Cociña.

Antes de continuar, vaya mi recuerdo a los compañeros y amigos de esos tiempos como Pablo Vivequin, Daniel Chichizola, Armando Peña y Eduardo Maniglia. Fue en esas aulas donde conocí a Horacio García Mansilla, un hermano de la vida desde entonces.

Éramos pocos. O muy pocos. Una sola división por año. Y no más de quince o dieciséis estudiantes en la nuestra. Todo un mérito el mío que, con tan escasos aspirantes a participar del equipo del curso, era suplente. ¿Una injusticia? De ninguna manera. Un acto de justicia legítima; por favor, no lo interpreten en clave política. ¿Cómo podía resumirse mi comportamiento como player? Con términos tan contundentes como patadura o tronco.

Ya hacía terapia. No lo recuerdo con precisión, pero esa inconsistencia de que me gustara mucho jugar al fútbol y, al mismo tiempo, no tuviera aptitudes naturales para cumplir ese rol debe haber estado en la agenda de las cuestiones a resolver.

Por esos días yo tenía platea en San Lorenzo (sí, en el Viejo Gasómetro). El amor por el CASLA seguramente es (esto creo que lo tomé en terapia) una forma de seguir unido a mi viejo, que se fue de este mundo cuando yo tenía ocho años.

Dejo a mi padre y vuelvo al Carlos hijo, o sea, a mi historia. ¿Cuándo se produjo el clic? No lo sé con precisión. Pero, por vocación o para resolver la inconsistencia apuntada, empecé a prestar atención al hombre de negro que conducía las acciones en los partidos. Me empecé a interesar más por lo que hacían (y en qué forma) Arturo Ithurralde o Ángel Coerezza, que por los jugadores del Ciclón. Y me imaginé dirigiendo un clásico.

Creo que lo decidí en el secundario. Que, en cuanto pudiera, me anotaría en la carrera de árbitro. Y en AFA. Que no iba a llegar a los sesenta preguntándome “¿y si lo hubiera intentado?”.

¿Y entonces? Empecé a dirigir partidos intercolegiales siendo estudiante secundario y, más tarde, arbitré encuentros de los torneos internos de la universidad donde estudiaba (el ITBA). Aún hoy, mis compañeros de facultad me recuerdan situaciones con frases como “Rafa no se olvida del día que lo echaste” o “no fue penal el que nos cobraste contra los de legajo 1400”. ¿Recuerdo yo haberlo expulsado a Rafa? No. ¿Fue penal aquella jugada? Ni idea.

Nadie sabe, aunque crea conocerlo, cómo llegó a un determinado lugar. Es imposible tener certeza de la (infinita) cadena causal que nos lleva adonde estamos en un cierto momento. Lo dijo hace tiempo, con esas palabras u otras parecidas, el filósofo Baruch Spinoza. Decir que coincido puede sonar presuntuoso, pero en mi libro me lo puedo permitir. Coincido.