El secreto del silencio - Roxana Dorigo - E-Book

El secreto del silencio E-Book

Roxana Dorigo

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Beschreibung

Gabriel, Rocío y Martín fueron secuestrados dos años atrás. Continuaron sus vidas pero no lograron superar lo ocurrido. Para poder comenzar a sanar necesitan que la identidad de su secuestrador salga a la luz. El único que llegó a ver el rostro de su captor fue Gabriel, el problema es que él sufre de amnesia.

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Seitenzahl: 128

Veröffentlichungsjahr: 2018

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roxana marion dorigo

El secreto del silencio

Editorial Autores de Argentina

 Dorigo, Roxana Marion

   El secreto del silencio / Roxana Marion  Dorigo. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2017.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga

   ISBN 978-987-761-197-7

   1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. Título.

   CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: [email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Índice

Capítulo I:Vida normal

Capítulo II:El quiebre

Capítulo III: Locura

Capítulo IV: Conversaciones

Capítulo V:El Secuestro

Capítulo I: Vida normal

–Ya te dije que no puedo, tengo que hacer guardia este fin de semana– suspiró un hombre mientras caminaba por la calle, sosteniendo bajo su brazo izquierdo una carpeta negra –. Rocío no puede dejar la florería, vos sabes cómo está todo, no puede darse el lujo de cerrar para irse de vacaciones– alejó el celular de su oreja por unos segundos mientras la otra persona continuaba hablando a través de él. Miró a ambos lado antes de cruzar la calle y continuo su camino –. Sí, sigo yendo a terapia pero no me sirve de nada si no me acuerdo que pasó– colocó el teléfono sobre su hombro para buscar sus llaves dentro del bolsillo del pantalón gris. La otra persona elevó la voz –. No es culpa mía si no te quieren decir nada. Nunca intentaste tener una relación con tu sobrino, y a Rocío no le gusta hablar, ¿no podes respetarlo? Ya pasó, no soy yo el traumado –. Una vez que pasó el umbral de la entrada, se cercioró de que la puerta hubiese quedado bien cerrada antes de caminar hacia el ascensor para llegar hasta su propiedad –Ya estoy en casa, tengo cosas que hacer. Hablamos otro día, Luz– Sin esperar respuesta, el hombre colgó su abrigo y tiró su celular sobre uno de los sillones que allí había.

Fabián Gabriel Flores Medina nunca tuvo la mejor relación con su madre. Pero eso no era nada nuevo, especialmente para su hermana Rocío quien, durante toda su vida, tuvo que presenciar las múltiples discusiones que se daban entre madre e hijo. No importaba cuántos años pasaran, su relación jamás mejoró y parecía que con el paso del tiempo sólo empeoraba más y más.

Él siempre sintió y supo la gran preferencia que su madre, Luz, sentía hacía su hermana. Rocío siempre fue la consentida de la familia, la princesa. Esto no sería tan molesto sino fuera por el hecho de que él siempre era ignorado, tratado como un adulto cuando apenas era un adolescente.

Cuando decidió estudiar medicina, para luego elegir la especialidad de pediatría, Luz casi lo había tratado como un pedófilo. Y esto era tan sólo una pequeña parte de la clase de trato que siempre recibió por parte de su madre.

Fue por esto, y la repentina insistencia por parte de Luz para que se casara con una mujer que el apenas conocía, no es que fuera una mala persona pero él ni siquiera se sentía atraído por ella, lo que lo llevó a tomar la decisión de mudarse a Capital después de haber vivido toda su vida en Mar Del Plata.

Lo que si le había sorprendido un poco fue que su hermana decidiera mudarse con él. Rocío no tenía motivos por irse, ella estaba bastante cómoda en la casa de su mamá. Pero Gabriel nunca había podido negar la dulzura y la sensibilidad que siempre la habían caracterizado. Lo siguió hasta otra ciudad, porque no soportaba la clase de injusticia que vivía en su casa.

Allí, Gabriel consiguió trabajo en un hospital y Rocío se terminó poniendo un vivero junto con su amigo de la infancia.

–¿Tu mamá?– preguntó una mujer joven desde la cocina

– La tuya también ¿No?– cuestionó él mientras se quitaba el blazer para dejarlo colgado en una percha cercana –. ¿Ya vas para la florería?

–Sí, ya salgo– respondió ella mientras se servía una taza de café –¿Pudiste hacer los trámites?

–Milagrosamente, sí ¿Hablaste con Martín?

–Sí, cuando cierre hoy le voy a llevar el pasto para gatos que me pidió ayer– comentó mientras bebía de la taza blanca.

–Ese pendejo– suspiró él mientras se quitaba al corbata –Deja, hoy tengo el día libre, paso a buscarlo, vos llevate el auto.

–Pero es mucho quilombo, deja que voy yo que estoy más cerca. Por lo menos llevate el auto vos.

–No tardo nada en subte, deja, vos salís tarde además. Yo puedo pasar después del mediodía–. Era bastante obvio, pero él no lo iba a decir. Nunca le gustó que su hermana saliera de noche sola.

–Bueno, si insistis.

–Insisto.

Ella sonrío mientras depositaba la taza en la pileta –¿Podes lavar vos los platos hoy?– volteó a verlo.

–Sí, dejalo ahí. Anda que llegas tarde–. Le respondió a la par que se dirigía a la cocina para comenzar a lavar la taza. Ella lo miró con un brillo en los ojos. Quizás era su profesión de médico lo que le impedía dejar cosas sucias por más de un minuto.

–Gracias– entró a su cuarto para cambiarse rápidamente de ropa mientras él terminaba de lavar.

Tomó el control y encendió el televisor. Sus ojos verdes se clavaron en el aparato mientras secaba sus manos minuciosamente.

Era un noticiero y no hablaban más que de la boda de un par de famosos que a él no le interesaba demasiado. Los chismes nunca fueron lo suyo, y si bien su madre los adoraba, él siempre prefirió centrarse en cualquier otra cosa. Pero cuando se dispuso a cambiar de canal, de repente el típico cartel de “urgente” se desplegó en toda la pantalla, haciendo que su dedo se detuviera justo antes de poder presionar el botón.

–Noticia urgente: otro secuestro extorsivo ocurrió esta madrugada, esta vez en la localidad de Berazategui. Una adolescente de dieciséis años fue secuestrada esta madrugada cuando volvía de una salida con amigas. Los secuestradores pidieron una recompensa por su libertad la cual fue pagada a las dos horas. Afortunadamente ella fue devuelta a su familia rápidamente y no sufrió her...

De repente, alguien le quitó el control de la mano y el televisor fue apagado. Él se dio vuelta para mirar a su hermana, quien tenía una mirada peligrosa en sus ojos.

–¿Por qué apagaste?

–Sabes que no te hace bien ver esas cosas.

–Ni siquiera me acuerdo de lo que pasó, Rocío. Si no fuese por las cicatrices que tengo no les creería que de verdad pasó.

–Pasó– afirmó ella mientras se colocaba una chaqueta rosa pálido y tomaba unas llaves que se encontraban sobre una mesa justo al lado de la puerta principal –. Pero tenes la fortuna de no acordarte. Miralo a Martín como esta. Se vino abajo después de todo lo que pasó. – Ella miró a un costado mientras abría la puerta–. Y sabes cómo estoy yo. Todas las pesadillas y ataques de pánico. – Él asintió con la cabeza–. Cuidate, Gabi. Te espero después del mediodía. Cuando llegue preparo el pasto. –Ella sonrió para luego abrir la puerta y retirarse del lugar.

Gabriel sólo pudo sentarse por un momento, observando el control remoto fijamente. Sabía que no tenía mucho sentido hacerlo y quizás era solamente su poco espíritu rebelde el que lo impulsó a tomar de nuevo el pequeño aparato entre sus dedos para prender nuevamente el televisor.

–En otras noticias, se cierra otra fábrica producto de la infl...

Volvió a apagar el televisor y dejó el control sobre la mesada de la cocina.

Llegado el mediodía y cargando la bolsa con suficiente pasto para gato como para alimentar un ejército felino, Gabriel subió al subte y suspiró cuando finalmente pudo sentarse. Dejó las bolsas en el suelo entre sus pies y observó a su alrededor. El vagón en el cual él se encontraba estaba casi vacío. Apenas se encontraban allí una madre con su bebé, un par de adolescentes y un grupo de ancianos leyendo libros. Supuso que quizás se dirigían a alguna especie de club de lectura. Él sacó el celular de su bolsillo y comenzó recorrerlo para pasar el tiempo.

Pasados un par de minutos, el subte paró en la siguiente estación, los adolescentes se bajaron y se subió una pareja, un grupo de amigos y un pre–adolescente. Éste último clavó su vista sobre Gabriel, quien observó fijamente como el menor caminaba hasta él para sentarse justo a su lado. Era bastante extraño considerando que había lugares de sobra. Pero el hombre no le dio mayor importancia y desvió su mirada a su celular.

Por un pequeño lapso de tiempo, sólo se podía oír el tren avanzando rápidamente para llegar a la siguiente estación, un par de personas charlando en una voz bastante alta y el sonido que el juego de su celular hacía cada vez que ganaba o perdía.

En general perdía.

–¿A qué juega? –Repentinamente le cuestionó el chico mientras sonreía. Gabriel se sorprendió por el hecho de haber podido oír la voz infantil con tanta claridad considerando el sonido de la formación en movimiento.

–A nada –respondió secamente. No es que a Gabriel le disgustasen los niños, al contrario, era pediatra porque le provocaban una especie de ternura y necesidad de protegerlos. Pero también era una persona desconfiada y la inseguridad era algo que lo tenía actuando con precaución. Aun así, si es que el chico quería robarle, Gabriel sabía que no sería capaz de detenerlo si es que ello implicaba lastimar al menor.

–¡Qué aburrido! A mí me gusta jugar a las cartas. Papá dice que no puedo tener un celular porque soy muy chico, pero ya tengo nueve años. Puedo tener responsabilidades. –A el chico no parecía importarle la actitud de Gabriel.

Esas palabras lograron sacarle una pequeña sonrisa al hombre.

–¿A sí? ¿Y qué responsabilidades tenes? –volvió a guardar el celular en su bolsillo para fijar la vista en el otro.

El otro hizo un gesto de pensamiento, lo cual le hizo acordar a Gabriel a cierta famosa estatua.

–Voy solo a la escuela y ayudo a papá en su trabajo. –De repente la sonrisa abandonó el rostro del niño y su mirada se tornó opaca –Pero no me gusta lo que hace.

–¿Qué hace? –cuestionó con curiosidad. El chico negó con la cabeza y volvió a sonreír.

–¿Se tiñe el pelo, no? –preguntó él, Gabriel llevó una mano a su cabeza como si con la yema de sus dedos pudiese saber si sus raíces ya habían crecido y tenía que teñirse de rubio nuevamente.

–Sí, pero es un secreto.

–¡Yo sé guardar secretos!

Eso a Gabriel no le importaba demasiado.

–¿Dónde está tu papá?

–Lejos. Se tuvo que ir de viaje por trabajo. Mamá está en casa. –Gabriel frunció el ceño ante esta respuesta.

–¿Y qué haces solo? ¿A dónde vas?

–A un quiosco a comprar figuritas. Ese es el único que vende las que quiero.

Gabriel iba a hacerle otra pregunta, pero al levantar la vista se dio cuenta que estaba llegando a la estación en la cual se debía bajar. Rápidamente tomó las bolsas y se levantó del asiento. Pero antes de bajar le sonrió al chico.

–Cuidate mucho, y volvé rápido que tu mamá se va a preocupar.

–Ya no se preocupa– respondió el niño suavemente mientras Gabriel salía del vagón, sabiendo que no lo escucharía.

Quizás era un niño proveniente de una familia pobre, o por lo menos eso pensaba Gabriel mientras caminaba el par de cuadras que lo distanciaban desde la estación de subte hasta la casa de su primo.

El chico era demasiado pequeño para andar solo por la calle, y si Gabriel tuviese algo que decir sobre el tema le prohibiría salir solo antes de la adolescencia. Pero quizás sólo era demasiado sobreprotector y anticuado.

¿Pero quién lo podía culpar? ¡Con la inseguridad que había! Las cosas habían cambiado demasiado y la infancia de los chicos y chicas de ahora era bastante más peligrosa que en su época.

Jugar en la calle ya no era una posibilidad. Por lo menos no en la gran ciudad.

Casi sin darse cuenta, había llegado a su destino. Camino hacía la puerta de madera, tocó timbre y aguardo a ser atendido. La casa estaba tan pulcra como siempre, por lo menos por fuera. Era de un buen tamaño y se veía cómoda. Su costo en dólares era obviamente alto, demasiado para que solo un joven de veinte años viviese solo allí.

–Pasa– dijo calladamente dicho joven luego de abrir la puerta. Al entrar, y tal como Gabriel esperaba, la magia de la fachada de la casa se esfumo y en su lugar se encontró con un comedor con botellas de diversas bebidas alcohólicas tiradas por el piso y sobre los sofás, los cuales tenían varias manchas–. Ponete cómodo –bostezó mientras señalaba un sillón, el único vacío. El rubio dejó las bolsas sobre el mismo para luego quitarse el saco y depositarlo sobre las mismas.

–¿Qué hiciste hoy, Tincho? –preguntó él al voltear cabeza para mirar al otro.

–Nada, me acabo de despertar. –El más joven se dirigió a la cocina–. ¿Querés café?

–¿Resaca? –asintió Gabriel mientras comenzaba a levantar las botellas del suelo–. Te vas a morir joven.

–Ojala –respondió Martín encendiendo la cafetera.

–Sos un pelotudo –masculló Gabriel entre dientes.

Él continuó ordenando por unos minutos más hasta que el comedor estaba totalmente libre de alguna señal de alcohol. No iría al cuarto de su primo, sabía que allí se volvería loco. Ese lugar siempre fue un desastre. El único que soportaba estar ahí, quitando a Martín, era Miharu, el gato del más joven, el cual era bastante curioso, por lo menos durante los momentos que estaba despierto.

–Gabi.

–¿Qué pasa? –El rubio se sentó en uno de los sofás, el que por lo menos se veía un poco más limpio. Atinó a tomar el control remoto para encender el televisor, pero el recuerdo de las palabras de su hermana lo detuvo.

Martín lo miró fijamente, pero no dijo nada por unos segundos. Habían días en los que odiaba a su primo, pero en el fondo sabía que esos sentimientos eran pasajeros y que verdaderamente Gabriel era alguien muy importante para él. Inteligente y callado, con un corazón enorme pero que nadie podía ver a simple vista que tan grande era. Su primo siempre fue bastante frío al tratar a los demás, pero todo aquel que lo conociera un poco, sabía que tenía una debilidad por los niños.

Pero no podía evitar odiarlo un poco. Martín sabía que era estúpido, sabía que no era culpa de Gabriel el no poder recordar nada. El joven tan solo se preguntaba porque era que él y su prima tenían que vivir con los recuerdos de aquel infierno mientras el rubio podía vivir su vida como si nada hubiese pasado.

Y es que nada ocurrió para él.

–¿Querés comer algo? –Ofreció. Su primo negó con la cabeza. Martín entonces se acercó y colocó ambas tazas sobre una pequeña mesa de café–. ¿Cómo esta Rochy?

–Bien, trabajando. Tratando de sacar adelante la florería.

–Sería una lástima que la tuviese que vender. Le quedó re copada. –Ambos tomaron un sorbo al mismo tiempo.

–¿Y tus estudios?– Preguntó Gabriel mientras miraba a Miharu entrar a la habitación. El felino comenzó a restregarse por entre las piernas del mayor.

–Me quedan por dar matemática y biología y con eso ya termino.

–Por fin. Te voy a ayudar a estudiar. –El rubio impuso mientras giraba la taza en sus manos. Luego de unos segundos levantó la mirada y la fijó en el otro–. Venite a vivir con nosotros.

–No, Gabi. Mi viejo quiere que este acá.