1,99 €
En esta historia de fantasía, un joven descubre por accidente a su nueva compañera, que sin darse cuenta sería el comienzo de una gran historia de aventura y poderes sobrenaturales. Un hombre los atormenta, pero solo es el cerebro de todas sus máquinas humanas. Son "los signos", y su historia comienza en esta primera parte. Conocé el tuyo y cómo forma parte de esta aventura. Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario, Piscis.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 192
Veröffentlichungsjahr: 2022
ANALÍA ESQUIVEL
Esquivel, Analía El signo bajo tu piel / Analía Esquivel. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3130-8
1. Narrativa Argentina. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Capítulo 1: El libro desconocido
Capítulo 2: Encuentro y revelación
Capítulo 3: Pequeños cambios
Capítulo 4: Humillación
Capítulo 5: Los sentimientos
Capítulo 6: Un lugar desagradable
Capítulo 7: El antiguo nuevo
Capítulo 8: La partida
Capítulo 9: Un nuevo equipo
Capítulo 10: La emboscada
Capítulo 11: Sufrimiento y reencuentros
Capítulo 12: Preparación y ataque
Capítulo 13: Final
Me encantaría dedicarle esta hoja, a quienes siempre me apoyaron, o me empaparon de buenas energías. Al comienzo fue una idea voladora, que logré atrapar y desarrollar aún sin mucha esperanza. Y así, de ser solo una idea plasmada en un cuaderno para niños, pasó a ser un sueño hecho realidad.
Gracias a mi madre, una gran ayuda para la realización de esta publicación, y una gran consejera. Gracias a mis hermanas, que siempre estuvieron para creer en mí, o escuchar como hablaba emocionada de algo que pasó al escribir. Gracias a mi mejor amiga, quien estuvo para alegrarse por mí y por todos mis avances.
Y más que a nadie, gracias a mi compañero de vida, mi “signo compañero”, y la persona que elijo para siempre, la mejor compañía que imaginarían. Quien me hizo creer que realmente el amor vale la pena, la espera y todo. Es la persona que sin importar lo locas que eran mis ideas, estuvo ahí, queriendo escuchar como seguía esta historia. Si no fuera por toda la inspiración que solo su sonrisa y su mirada me hacían sentir, no estarían leyendo esto. Así que este libro y esta historia que recién comienza, se la dedico a él.
Recuerden que todos tenemos a alguien especial. Y cuando dejan la etapa de enamoramiento, se dan cuenta que realmente es amor.
Todo inició hace un tiempo, ninguna persona posee el conocimiento de cuánto en realidad. El único saber que les puedo revelar es que eran principios de un otoño diferente a todos los demás en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Se asomaba el anochecer de un domingo, la temperatura de aquel entonces la llamaríamos templada. Había transcurrido un día largo, arrancaba la semana. Fue un día habitual para la mayoría de los seres. Aquí contaremos el inicio de una historia diferente, contaré lo que ocurrió en uno de los tantos casos en los cuales no todo fue normal en dicha fecha.
Una muchacha, una muchacha aún sin nombre. Cuyo iris dejaba dibujado en su mirada un oscuro café. La silueta de su sonrisa no era perfecta. No obstante, su dentadura sí, cuando gesticulaba se dejaba admirar como en sus mejillas se creaban hoyuelos. Su cabello no era más largo que sus hombros, y este permanecía la mayor parte del tiempo sujeto. La figura de su cuerpo era delgada. Aquel anochecer la joven vestía una remera gris, una calza azul opaco, y unas hermosas zapatillas blancas. Sería el comienzo de su nueva historia.
Caminando por la vereda de una calle estrecha y rodeada de árboles, camino a su casa. Los pasos de la joven fueron interrumpidos, dos manos interrumpieron su calma. La llevaron a un callejón que se hallaba a solo un metro de allí. Se encontraba en las manos de un desconocido, ella sentía pánico, paso a paso iban alejándose del rumbo a donde ella se dirigía. El sujeto anónimo portaba un arito en la fosa escafoidea de la oreja. Un pequeño tatuaje en su cuello que representaba una herida, cuyos puntos se utilizaron. Su cabellera se parecía a un oscuro mar en una luminosa noche. Vestía un jean negro, una campera azul oscuro, y un calzado gris. No dejaba que lo observara, solo detuvo sus pasos, llevándola a escondidas, posando una mano en su boca para que no pudiese formular ninguna palabra. Sin verle la cara aún. Se trasladaron tres metros de su punto de partida, a lo que él la va soltando con suavidad, e intentando esquivar disturbios. La joven en aquellos momentos por dentro se sentía tranquila. Después del susto, el desconocido logró que la paz coexista en ambos. No obstante, sentía intriga, nervios por voltearse.
—No quise asustarte. —Dice aquel muchacho con apariencia de veintitantos años. —Deberías ir a tu casa, pero no por aquel camino.
—Está bien. Solo hay un tema, yo vivo por allá. —Contesta ella medio asustada, sin reconocerlo.
—Igual… (se detiene por lo que observó).
En todo aquel movimiento, la remera de ella se desplazó y dejó admirar que ella poseía una marca sobre la clavícula, una como si fuera un tatuaje. Era un símbolo, que en el instante el joven reconoció. Sus ojos se tornaron de un lila brilloso, y al sentirlo desvió la mirada, evitando mirarla a los ojos.…
—Lo siento, me tengo que ir. —Agregó.
Una señora sacó a pasear a su perro, el cual ladró justo en el momento que pasaban por el callejón, a lo que la joven se da vuelta unos instantes. Cuando volvió a mirar al muchacho, ya no estaba, había desaparecido, como si el viento se lo hubiese llevado. No comprendía que sucedía. Sin embargo, obedeció lo que él le comentó, y evitó el camino que ella tenía como trayecto, regresando por donde vino y dando la vuelta a la esquina.
Llegó a su hogar por otra dirección, sin preocupaciones, abrió la puerta de su casa, luego de volver del partido con sus compañeras, fue a bañarse. Oyó llegar a sus padres. Bajó las escaleras, y con cuidado fue y les abrió la puerta para que ingresen a la casa. Aquella noche durmió tranquila, sin problema alguno de lo que sucedió, después de todo no había pasado nada malo pensó. Pero no tenía idea que esa noche sería el comienzo de algo muy grande.
A la mañana siguiente, se despierta, tacha un día más en su calendario, y se viste. Al bajar las escaleras lee una noticia en la televisión “mujer desaparece tras sacar a pasear a su perro”, reconoce la foto de la señora, por lo cual le sube el volumen, “la familia la busca desesperadamente si alguien la encuentra o sabe algo de ella comuníquese al número uno, uno, siete”, (es interrumpido por la madre).
—¿Qué haces levantada tan temprano Izzi?
—Nada, pensaba ir a la biblioteca que se inauguró en la esquina de la escuela.
—Bueno, pero no te olvides que hoy es tu primer día de clases, y sé que va a ser difícil adaptarse a una nueva escuela. Sabes que a mí y a tu padre nos conviene que vayas a una escuela más cerca, y dicen que es la mejor, pero trata de venir temprano. Ahora si ve, te ves emocionada…
—Gracias má, nos vemos en un rato, te amo. —Dice mientras agarra su mochila.
Ella entra por primera vez a esa esperada y enorme biblioteca que se había inaugurado recientemente, tenía tres estancias, varios estantes, y más de cien mil libros. Al ver tanta maravilla decide buscar su libro favorito. Se detuvo frente a un estante en la fila D, a lo que aparece un libro desconocido deteniendo su siguiente paso, este tenía una apariencia antigua, y poseía un extraño candado en su corte delantero. No era lo que ella buscaba en ese preciso momento, pero algo en su interior la impulsó a que lo recogiera del suelo y se lo guardase en la mochila. Luego pudo seguir con su búsqueda, sin tener éxito, porque el libro que buscaba no estaba.
Al retirarse del establecimiento, volvió a su casa por el mismo camino, lleno de árboles y animales caminando de acá para allá, por donde pasó la noche anterior, lo que ver el callejón le trajo miles de dudas a la mente, ¿por qué el joven le avisó?, ¿salvó su vida?, ¿él sabía que le pasaría algo a la mujer de la televisión?, ¿por qué no evitó que la señora desapareciera?, ¿quién será? Estaba convencida de que era la misma señora de anoche. En un parpadeo de sus pensamientos se dio cuenta que había llegado a su destino. Ingresa a la casa, sube a su cuarto, y se sienta al lado de su cama, sola en el suelo, sacando el libro nuevo de su mochila. Suavemente le pasa la mano por encima del título, para poder admirarlo mejor. Logra apreciar que decía “Los signos”. Lo volteó para ver la contratapa y observó que había símbolos extraños, los cuales eran de color bordó, menos cinco que eran completamente negros. Pero reconoció uno, que era exactamente igual al que ella tenía en su piel. Pensando en toda su vida y lo que pasó por esa marca, intuitivamente por la nostalgia y recuerdos, lo acaricia suavemente con el pulgar. El iris de sus ojos cambia de color a celeste, pero solo por un momento, sin que ella se diera cuenta. De lo que si se percató es que aquel signo cuyo color era negro, se volvió bordó como el resto. Asustada por lo que sucedió lo arroja al suelo, no muy lejos de donde ella se encontraba. Sintió el sonido del candado abrirse, así que lo volvió a recoger cuidadosamente, ya que fue solo un susto, y sentía demasiada curiosidad, ¿y si era la respuesta a todo? En el momento en el que decidió abrir el libro, tocan la puerta de su cuarto.
—A desayunar Izzi. —Dice su padre sin ingresar.
—Ya voy pá. —Contesta mientras esconde el libro bajo la cama.
Cuando estaba sentada en la mesa desayunando la voz de su subconsciente se preguntaba: “¿Por qué al tocar el signo se volvió bordó?”, “¿qué acaba de pasar?”. En solo un segundo sus dudas fueron interrumpidas. Sonaba su alarma para ir a la escuela. A lo que corre a su habitación, en busca de su mochila. Al tenerla en sus brazos, por solo unos segundos miró su cama, pensando en si llevarse el libro consigo, o no. Se arrodilló, lo recogió y lo guardó. Bajó a la cocina donde estaban sus padres, los saludo con un beso en la frente y siguió su rumbo a la escuela.
Atravesando por el camino, se escuchaba a los pájaros cantar, tan solo una cuadra antes de llegar al instituto. Ve, que de frente viene un chico encapuchado mirando el suelo, por un momento, él levanta la mirada, a lo que sus miradas se entrelazan. Pero la aparta, al igual que ella, y siguen sus diferentes caminos, sin reconocer que era aquel muchacho sin nombre.
Llegó a la escuela, subió las escaleras para llegar a su salón, e ingresa. En frente de toda la clase había una mesa, con dos lugares sin ocupar, ella decide sentarse en uno y al sacar todas sus cosas para la clase, esta comienza ingresando la profesora, la cual presenta a Izzi como nueva compañera.
Había llegado el final de la clase, y en el pasillo de la escuela las chicas populares le preguntaron si practicaba algún deporte, y respondió que fútbol, las chicas la miraron denigrantemente e Izzi sin darle importancia a la arrogancia de sus compañeras, se retira pacientemente. En un banco sentado, bajo un árbol fuera de la escuela. Estaba él nuevamente, el muchacho de la otra noche. Pero esta vez ella no le prestó atención y siguió caminando.
Llegó a su casa, entró a su habitación, y no pudo aguantar la emoción e intriga por averiguar cuál era el contenido del libro, así que lo sacó de su mochila, apoyándolo en su escritorio. Nuevamente observó que el candado se cerró, lo agarró, le dio una vuelta para ver como abrirlo, y este abrió. Ella dio vuelta la portada y en la parte superior de la primera hoja decía: “los signos”. Mientras que en la parte inferior: “lo que necesitas saber”. Siguió con la siguiente página, contemplo que todo estaba escrito a mano y comenzó a leer:
“Soy el primer signo de toda la tierra, o eso creo, todos mis cambios comenzaron cuando era adolescente. Desde que tengo memoria, poseo un signo entre mi hombro y cuello, sobre la clavícula. Que según la constelación de estrellas es Leo.
Siempre me consideré diferente a los demás. Vivía en un orfanato… Sin embargo, tenía las mejores notas de toda la escuela, era el mejor atleta de la clase, pero cuando alguien decidía adoptarme, se enteraban de mi secreto y me regresaban a aquel lugar, no querían tener a alguien como yo. Decían que mi marca era mala, que representaba oscuridad, aunque en mi opinión es el mejor regalo.
Por eso pasé toda mi niñez en ese horrible lugar, solo, juzgado, porque ni siquiera los niños querían integrarme en sus juegos. Todos estaban juntos, se divertían, mientras que a mí me dejaban aislado. Yo miraba como ellos eran felices, me comparaba a ver qué tenía de malo ser yo. Según ellos era una amenaza para todos. Y aquel niño no tenía culpa, era tan inocente como cualquier otro, pero no les interesaba lo que yo piense o exprese. Me pasaban de alto, y aquellos actos afectaban mi autoestima que recién comenzaba a florecer. Me hacían sentir transparente, inútil, pero siempre traté de convencerme de que no lo era, comencé a preguntarme si en realidad era verdad lo que decían, las dudas dentro de mí crecían cada día. No obstante, supe superar el pensamiento “si nadie me amaba, por qué me tendría que amar yo”. Así mismo de pequeño, comencé a ser autosuficiente, aunque no le encontraba gracia si no pertenecía a una familia, podía cuidarme solo, después de todo siempre iba a estar para mí. Cuando había una pareja dispuesta a llevarme me emocionaba, era mágico el momento en el que subía a un auto, y me imaginaba mi nuevo hogar. Y ha pasado cuantas veces no se imaginan.
Una noche vi que le estaban pegando a una mujer, no me había dado cuenta, pero eran los gritos de mi última mamá, llevábamos juntos tres años. No tuve otra que pararlo, me acerqué a él, lo di vuelta bruscamente por el hombro, para que me mirase. Al hacerlo sacó una navaja de bolsillo sin que me diera cuenta y me la clavó en el pecho. En el inicio me dolió, pero al sacármela sentí como me curaba y el dolor pasaba, a lo que del enojo no pude evitar convertirme. Sentía como mi vista se intensificaba, y como nacían por mis laterales faciales unos cuernos de cabra gruesos, que tenían la dureza del hierro y una forma tan característica, es una de las cosas que más me gusta de la transformación. La piel de los brazos y la espalda tenía la apariencia a las fisuras de un volcán. En fin, sigamos…
En ese instante no controlé el impulso de agarrarlo del cuello y tirar al hombre por el aire, hasta que chocó contra una pared y quedó inconsciente. En ese momento escuché un “Gabi” de mi mamá muy débil y dijo “¿Qué has hecho?” mientras le caían lagrimas del dolor. Al ver su mirada desgarradora, mi vista volvió a la normalidad, mis cuernos regresaron a mi interior, mi ira ya se había ido y mi piel normalizó. “MAMÁ” grité. Así, logré abrazarla con el intento de tranquilizar su llanto. “¿Qué eres?” Fue lo último que exclamó. Cada milisegundo que pasaba sentía como su respirar era más lento. La cargué en mis brazos y a una alta velocidad llegué al hospital más cercano. La frase “ya es muy tarde” llegó partiendo mi alma, dejando caer lágrimas por mis mejillas.
Después de una de las pérdidas más grandes de mi vida, perder a mi madre adoptiva, a la única mujer que no me juzgó por solo tener una marca en la piel, me destruyó. En mitad de la madrugada sentí tanta tristeza, culpa, ira, que decidí terminar con mi vida, con la bestia que llevaba dentro. A solo unos pasos de la orilla del edificio más alto de Mendoza. No lo logré, me lastimé, quedé inconsciente, “morí” para la ciencia, pero, luego me desperté y supe que no podía acabar con mi vida.
Al día siguiente de despertar, le conté a mi papá el suceso con mi madre (claramente omitiendo la parte en la cual me transformé). En ese momento tuve que guardar todas mis cosas y me regresó al orfanato. Ya harto de todo lo que me andaba sucediendo, empecé a controlar mis fuerzas y debilidades, salía de noche, aunque no me dejaran, solo bastaba con decirles a los guardias que tenían que olvidar que estaba ahí.
Lo más importante de todo esto es que, aunque creas que eres el malo de la historia, no es así. Existimos y estamos acá por alguna razón, que ni nosotros mismos entendemos. Por estas y muchas otras razones yo decidí estudiar que era, lo que me llevó a estudiar astrología, descubrir por qué paso esto era muy importante para mí, y lo que hoy se, nuestras debilidades, quienes somos, lo descubrí gracias a mi curiosidad.
Conocí a otro de nosotros. Era Tauro, era un alumno más chico en astrología, una vez vi su marca en el mismo lugar que yo, pero esta era diferente, y le pregunté por qué decidió estudiar dicho tema, a lo que me dijo que me iba a parecer muy ridículo, que hace quince años había cambiado, no se consideraba humano. Una vez miró el cielo y sintió que debía hacerlo, debía saber con qué tenía relación. Junto a él fui descubriendo la mayoría de lo que sé hoy. A diferencia de mí, él en su transformación tenía un sombreado de cebra en sus brazos y espalda, una cola de mono de la cual podía controlar su tamaño, fuerza y longitud, por ser uno de los signos de tierra. Y aún no observé la trasformación de los signos de elementos agua y aire.
En mitad de nuestro descubrimiento del Itrio, a Tauro se lo llevaron. No sé a dónde, no sé por qué, lo único que realmente sé es que atravesaron un portal, luego de eso no supe nada más sobre él y un año posterior comencé a escribir, pasando este libro entre ustedes para el que no supiera que es…”.
La oscuridad atravesando la ventana, le hace desviar la mirada.
—No, es tarde. —Dice reprochando.
Izzi dejó el libro cerrado sobre la cama, se levantó y se dirigió a la cocina.
Solo fue un momento en el que abrió la heladera y logró escuchar un ruido que provenía del exterior. Sin darle interés a lo que ocurría, tomó de la lacena un vaso y lo dejó sobre la mesada mientras sostenía la puerta de la heladera con el pie para que no se cerrase. Vuelve a esta y saca la jarra de jugo. En el momento en el que iba a cerrar la puerta, sosteniendo la jarra con una mano, esta se le estaba por caer al suelo, por lo que le pegó apenas a la puerta de la heladera para cerrarla, generando un gran ruido inexplicable, sintió nervios, a lo que aprieta la jarra suavemente y logra romperla derramando su contenido al suelo. Confundida y asustada de lo que pasó, recoge un trapo de piso del armario bajo las escaleras. Se arrodilló en el suelo y comenzó a limpiar el jugo, a recoger con la mano los trozos de vidrio y tirarlos en la basura. Por la puerta del frente ingresan los padres:
—IZZI, ¿Qué pasó acá? —Exclamó la madre.
—Se-se me resbaló la jarra, cayó al suelo y se rompió. —Respondió nerviosa por mentir.
—Yo lo limpio, no te hagas drama. Al menos no te lastimaste. —Dice el papá, recogiendo una pala, una escoba y un escurridor para el piso.
—Ni siquiera te cambiaste el uniforme de la escuela.
—Es verdad, entonces me voy a cambiar. —Dijo sonriendo, aún nerviosa.
—Lávate las manos que vamos a cenar. —Agrega el papá.
—¡Lo haré! —Exclamó mientras subía las escaleras.
Izzi ya cambiada se encontraba en el baño, frente al espejo mirando sus manos.
Abre la canilla con sumo cuidado, asustada por si la rompía. Sin que eso pasase, termina y vuelve a la cocina, se sienta en la mesa a escuchar lo que pudo hacer el padre en el trabajo. La madre trae un plato con empanadas, a lo que se sienta y comienzan a comer. Desde la ventana, la observaban unos ojos lilas que ella no ve.
Era una mañana gris, diferente a todas las demás, caía una lluvia tranquila, pero desequilibrada. Izzi se levantó de su cama sin preocupaciones, relajada tomó la fibra de su escritorio, y tachó el día martes de su calendario. La madre ingresa al cuarto sin avisar.
—Izzi, si no quieres ir, no vayas… —Dijo con una voz suave.
—Sí voy a ir, además con la lluvia es hermoso leer, y pensaba ir a la biblioteca después de la escuela. —Responde mientras agarra el uniforme.
—Está bien, con Pablo nos vamos por unos trámites, te dejamos pollo con puré en el microondas, nos vemos a la noche, suerte hoy.
—Chau má, igualmente.
Salió de la escuela, aún no había terminado de leer el libro, pero ahí estaba en la biblioteca, con sus pensamientos sumamente claros, decididos en tan solo entrar y buscar si había otro libro así. Ella al ingresar se dirige a una mujer con rulos y pelo blanco; sin expresión alguna en su rostro. Ella se hacía llamar “la bibliotecaria”.
—Buenas tardes. —Dice Izzi.
—Buenas tardes muchacha, ¿qué buscabas? —Responde con una voz amable.
—¿Dónde están los libros antiguos?
—Están en la estantería F-9 niña.
—Gracias… —Responde en medio de sus pasos.
(se acercó a la estantería)
—F-7, F-8, ¡Sí, F-9! —Exclamó en voz baja.
Agarró los primeros libros del estante encontrado, y los apoyó en un carrito para poder llevarlos tras un telón que separaba dos espacios de la biblioteca, el de lectura y el de búsqueda. Así, ya casi por terminar de revisar por completo el estante, libro por libro. El reloj de la biblioteca suena marcando las cuatro de la tarde. Ya siendo la última tanda de libros que recogía. De un momento a otro, un joven alto, que tenía una cabellera ondulada pasando sus orejas, la más simpática, blanca y hermosa sonrisa; con el cielo en su mirada y un arito en la fosa escafoidea de la oreja. Apoyado de espalda en una estantería le dice:
—No vas a encontrar un libro como ese. —Agrega dejando salir una sonrisa que enamoraba.
—¿Qué libro?
—El de Leo, ya sabés cuál digo.
—¿Y vos qué sabés? —Responde con voz crítica.