El silencio de tus mentiras - Natalia Lorca - E-Book

El silencio de tus mentiras E-Book

Natalia Lorca

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Beschreibung

Lara es una joven médico residente, trabajadora y que cuida a su madre enferma. Michael Granelli es un empresario escandalosamente guapo y de dudosa reputación. Su familia tiene asuntos pendientes con la justicia por sus negocios, de los que es heredero. La química entre ellos es indudable y el sexo, increíble. De la mano de Michael, Lara se verá arrastrada hacia un mundo lleno de lujo y excentricidades de las que para nada está acostumbrada. Vivirán una relación intensa, llena de amor y pasión, pero con oscuros secretos a los que ella no puede acceder, pues las leyes de la familia se deben respetar. Lara tendrá que tomar una decisión que marcará su vida y la de los que ama. Por suerte, no estará sola en ese momento, porque hay alguien que estará dispuesto a ayudarla, incluso a arriesgar su carrera profesional… y su vida. ¿Conseguirá Lara tomar la decisión adecuada y arriesgarse a perderlo todo? Lee ahora la primera parte de la bilogía Ámame, con un increíble final que concluye esta novela. Pero... ¿Se ha acabado todo realmente?

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Natalia Lorca

El silencio de tus mentiras

Bilogía Ámame Primera parte

© Natalia Lorca

© Kamadeva Editorial, marzo 2022

ISBN ePub: 978-84-124240-1-0

www.kamadevaeditorial.com

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Omertà:

Es el código de honor de la mafia, la ley de leyes.

La omertà es la ley del silencio. Esta dice que está terminantemente prohibido dar chivatazos a la Policía ni colaborar con las autoridades bajo ningún concepto.

En caso de quebrantamiento, se podrá castigar con la muerte.

Índice

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

EPÍLOGO

AGRADECIMIENTOS

SOBRE LA AUTORA

CAPÍTULO UNO

Avancé por la fría acera abriéndome camino entre la gente, eran las 7:50, ni siquiera había tenido tiempo de maquillarme o peinarme, solo me vestí rápidamente y, tomando del perchero el abrigo, salí del pequeño apartamento para recibir de sopetón el gélido frío de noviembre.

¡Oh no! ¡Elizabeth va a matarme!

¡Mierda!

Mi viejo reloj despertador había sonado estridentemente minutos antes, pero estaba demasiado cansada para que mi cuerpo reaccionara por completo, de debajo del edredón había sacado una mano para arrojarlo con fuerza al suelo. En cuarenta y ocho horas había dormido apenas seis. Por suerte solo faltaban dos exámenes finales para poder terminar esa locura.

Las tardes en la universidad eran cada vez más agotadoras, no veía la hora de graduarme por fin. Necesitaba mi título universitario, había trabajado duro para conseguirlo y quería comenzar a ejercer como médico residente cuanto antes.

Tardé, como siempre, alrededor de una hora en llegar al hotel.

Corrí hasta el vestuario nada más cruzar el puesto de seguridad. Elizabeth me miraba contrariada desde el fondo de la habitación.

—Lara... —dijo acercándose con su tono autoritario y uniforme perfectamente planchado.

—Sí, lo sé... Lo siento —comenté sin mirarla mientras me ponía el monótono atuendo y recogía mi cabello en un moño alto.

—Solo te queda aquí una semana... —dijo refunfuñando.

—Lo siento —volví a decir esta vez mirándole. Elizabeth era la gobernanta del Hilton desde hacía más de dos décadas y, desde el primer día en que la vi, supe que sería como un grano en el culo. Había estado en lo cierto... yo le gustaba tan poco como ella a mí.

—María está enferma, necesito que hoy subas a la última planta —ordenó acomodando mi delantal del tedioso uniforme gris y blanco que había vestido desde hacía cuatro años, seis horas al día, de lunes a viernes.

—Sin problema... —dije irónicamente.

La última planta del lujoso hotel estaba ocupada por solo dos suites, la ejecutiva y la suite presidencial. Había que hacer un trabajo mucho más minucioso del que estaba acostumbrada, no olvidar los detalles de los pliegues de las sábanas de seda, acomodar perfectamente las cortinas de satén que colgaban de las enormes ventanas con vistas al lago Michigan y por supuesto dejar el suelo perfectamente pulido, entre otros tantos detalles.

El señor Miller, gerente del hotel, se acercó a nosotras en cuanto recogí mi carro rebosante de material de limpieza.

Sin dar los buenos días y sin siquiera mirarme dijo;

—Elizabeth, la señorita Ryder... ¿es consciente de todos los detalles?

—Sí, señor, estoy segura —contestó ella mirándome.

Vaya..., parece que le caía mejor de lo que yo creía.

—Recibiremos un cliente muy importante y necesito la suite ejecutiva perfecta, al parecer celebrarán una reunión exclusiva y desean absoluta privacidad. —Dicho eso, el hombre con cara de pocos amigos se alejó.

—No la cagues —dijo Elizabeth mirándome con desdén saliendo también ella.

Respiré profundamente y me concentré en hacer mi trabajo mientras me animaba a mí misma.

Solo una semana más, solo una semana más.

En una semana abandonaría ese trabajo que detestaba, pero que me había mantenido a flote todo ese tiempo, pagaba algunas facturas y conseguía ayudar a veces a mi madre... La pobre ni siquiera sabía quién era yo, aun así siempre me recibía con una sonrisa. Yo vivía en la residencia de la universidad y me pasaba por su casa cada dos días, su asistente, Annie, siempre estaba allí con ella..., era amable y la cuidaba con dedicación, mi madre sufría de Alzheimer desde hacía casi seis años.

Ella era la razón por la que había decidido estudiar medicina, por ella me había esforzado para recibir mi beca de estudios, ella era mi amiga y mi compañera... Siempre habíamos estado juntas, las dos.

Nunca conocí a mi padre, solo supe que en cuanto se enteró de que yo llegaría al mundo desapareció y nunca más volvimos a verle.

Mi madre lo era todo para mí y el día en que su enfermedad se hizo presente, juré que siempre estaría allí para ella. Ahora era como una niña pequeña, perdida en un mar de palabras inconexas y días vacíos... Era muy duro, pero aún estaba conmigo. Y era mi esperanza para seguir.

Comencé por la suite presidencial, cuidando todos los detalles, recordando cada palabra de Elizabeth mientras nos enseñaba a mí y a cuatro jóvenes más cómo hacer las suites. Tardé un buen rato, pero después de comprobar todo, salí rápidamente para cruzar el amplio pasillo. Una vez dentro de la lujosa suite ejecutiva me dispuse a repasar de nuevo mentalmente todo, comencé por el baño y luego seguí por las preciosas cortinas blancas y rojas, a conciencia reajusté la caída hasta el suelo y me permití un momento observar las preciosas vistas..., la vida de la ciudad, el agua del lago moverse... Una fría llovizna comenzaba a caer, pronto llegaría diciembre y se convertiría en nieve. Era mi época preferida de niña, la Navidad, aunque los últimos años solo se había convertido en una triste cena de macarrones de microondas con mi madre y su mirada ausente.

Dejé de divagar y volví a mi trabajo, poco después busqué mi aspiradora y me dispuse a pasarla por la habitación, por mi efervescente esfuerzo el moño de mi cabello se desajustó provocando que parte de mi cabello rebelde y negro azabache cayera, por un lado. Mientras volvía a subir mi cabello en un moño alto, mi muñeca se vio atrapada con uno de mis pequeños pendientes de plata, tiré un poco para que el botón de mi camisa se desenganchara y el pendiente saltó por el aire escapando de mi vista.

Oh..., no.

Eran regalo de mi madre, me los había dado el día en que me había graduado con honores en el instituto. Tenían forma de gota con un pequeño brillante en el centro, bañados en plata.

Paré la estridente aspiradora y me puse a cuatro patas a buscar por la habitación, la estrecha falda del uniforme se apretaba a mi cadera y a mis muslos, mientras refunfuñaba buscando el pequeño objeto.

Me incliné un poco más y metí casi medio cuerpo debajo de la inmensa cama... pero era difícil ver con tanta oscuridad. Estiré un poco una mano, pero nada. De repente oí un pequeño sonido, una garganta aclarándose.

Salí de debajo rápidamente dándome un buen golpe en la cabeza.

—¡Auch! —dije moviendo mi cuerpo. Giré de rodillas en el suelo para observar la mirada profunda de un hombre.

Un precioso hombre.

Traje negro a medida... elegantemente a la moda, zapatos italianos, alto, de porte robusto y unos intensos ojos negro aceituna. Su rostro le daba una angulosidad de apariencia fuerte y severa, aun así, increíblemente atractivo y joven.

Mantenía una ceja levantada mientras no quitaba ojo de mí.

Debe de ser el cliente que esperaba el señor Miller.

Adolorida y terriblemente avergonzada, me puse de pie acomodando mi uniforme.

—Lo siento mucho, señor... —musité bajito sin mirarle.

—¿Qué buscaba? —preguntó con una voz firme mientras su mirada me acosaba.

—No tiene importancia... —mentí.

Su mirada impenetrable me cohibía demasiado, creo que ningún hombre me había observado así nunca.

—¿Está usted segura? —preguntó inquisidor, sujetando mi brazo.

No fue brusco, pero definitivamente inapropiado.

—La habitación está a su disposición —contesté mientras me soltaba lentamente.

Era el momento de abandonar la habitación. Recé para que todo estuviese perfecto y me solté velozmente, recogiendo la aspiradora dije en un susurro;

—Disfrute de su estancia en el Hilton, señor.

Volví a respirar en cuanto cerré la puerta, cogí mi carro fuertemente lamentando la pérdida de mi pendiente y me escabullí de la planta como alma que lleva el diablo.

Bajé nuevamente a la zona de personal en el segundo subsuelo del edificio, recogí mi itinerario, tomé un zumo de melocotón y volví a mis tareas. Tres horas después salía del lujoso barrio, pasaría a saludar a mi madre antes de volver a la universidad.

Poco después llegué al barrio de Bucktown, allí pocas cosas cambiaban, era tranquilo y de clase media, siempre había sido nuestro sitio, nuestro hogar... aunque últimamente me parecía un territorio desconocido y lleno de recuerdos. Nuestra casa a pocos metros del Holstein Park tenía la fachada algo desgastada, la verja negra de la entrada había tenido mejores épocas y el pequeño edificio de dos plantas no presentaba mejores galas.

Atravesé la puerta con desgana pensando en lo mucho que me hubiese gustado hacer algunas reformas, nada más entrar me encontré con el afable rostro de Annie desde la cocina observándome.

—Lara... —Se acercó a mí—. Pareces cansada...

—Lo estoy...

—Amelia duerme su siesta..., te prepararé algo para comer —dijo ella ayudándome con mi pesado y húmedo abrigo.

Sonreí levemente y despacio subí las escaleras, la puerta de la habitación de mi madre estaba entreabierta, su cuerpo delgado reposaba plácidamente en la cama.

No pude evitar emocionarme, se veía tan vulnerable y últimamente había empeorado tanto que era cada día más y más difícil para ella y para todos. Olvidaba dónde estaba el baño, a veces olvidaba vestirse y otras simplemente no quería levantarse en todo el día de allí, pasando la mayor parte del tiempo en silencio.

Lentamente me acurruqué a su lado, automáticamente mi cuerpo entero se relajó con su respiración y su calor. Necesitaba terminar pronto la universidad para volver a casa, necesitaba trabajar como residente para ayudarle más. Su medicación era cada vez más cara y las cuentas comenzaban a cuadrar cada vez menos... Eso sin contar que también teníamos los pagos de algunos meses de hipoteca atrasados. Annie nos ayudaba mucho, pero la mujer también tenía una familia que mantener, aunque vivía con nosotras enviaba dinero a su hija que estudiaba en Boston. La pensión de profesora que recibía mi madre no era suficiente... Necesitaba de mí y yo nunca dudaba en esforzarme por ella. Hundida en mis pensamientos, arropada por la presencia de mi madre junto a mí, me quedé profundamente dormida, desperté horas más tarde. Mi madre ya no estaba a mi lado, pero me había tapado los pies con su manta preferida, azul con lunares blancos, como cuando era niña. Un nudo en la garganta me asaltó por ello y me arrastré hasta abajo aun medio dormida.

Las dos mujeres veían la televisión en el salón, comí un sándwich en la cocina que Annie había dejado para mí y me acerqué a ellas.

—Hola, mamá... —dije dándole un suave beso.

Ella solo me sonrió y continuó observando la pantalla.

—Bueno... tengo que volver al campus, tengo que estudiar.

—Ve con cuidado, Lara..., es un poco tarde ya —dijo Annie del otro lado del sillón.

—Tranquila, no te preocupes...

Me despedí con un beso a cada una y salí de allí. Comenzaba a nevar con insistencia, rápidamente tomé el autobús camino al apartamento.

Una hora después atravesaba la puerta, Allyson me observó desde el mullido sofá, todos sus libros ocupaban gran parte del asiento, ella ya había comenzado su noche de estudio.

—¡Hola! He empezado sin ti..., perdona —dijo con su sonrisa siempre sincera.

—No te preocupes..., me cambio y vuelvo pronto —dije abatida. Quedaba tanto por repasar que me agobiaba de solo pensarlo.

—¡He preparado café! —gritó ella cuando yo ya había desaparecido.

Después de ponerme el pijama, me senté a su lado con una humeante taza de café, abriéndome paso entre los libros de texto. Estudiamos unas cuatro horas juntas y luego Allyson se despidió de mí con un sonoro beso en la mejilla; y se fue a dormir a su habitación. Compartíamos el pequeño apartamento del campus desde hacía cuatro años, habíamos congeniado muy bien desde el principio, aunque éramos totalmente distintas.

Allyson era una joven extrovertida, rubia y alta, con un cuerpo despampanante y una personalidad arrolladora, era hija de eminencias médicas y se dedicaba la mayor parte del tiempo a salir de fiesta, así que siempre repasábamos las asignaturas los últimos días juntas, así yo le explicaba casi todo lo que se perdía por estar de resaca, por haber pasado una semana encerrada en su habitación o por haber peleado con algún tío con el que salía en ese momento.

Era guapa, amable y siempre comprensiva conmigo. No podía entender cómo a veces perdía tanto tiempo en relaciones sin futuro. A contraposición de ella, yo era mucho más baja, de cabello oscuro y grandes ojos verdosos, las curvas de mi cuerpo delgado eran delicadas y normalmente pasaban desapercibidas en la sencilla ropa que usaba día a día. Era bastante introvertida; cuando no estaba acompañando a mi madre o en el Hilton, me la pasaba entre libros en la biblioteca. Las relaciones no me interesaban para nada, había tenido un solo novio en el instituto y, después de la noche en que había perdido mi virginidad con ese inexperto adolescente, él había desaparecido... recordándome que los hombres simplemente se hacían humo... Lo había hecho mi padre y también lo había hecho ese muchacho de aspecto desgarbado que decía estar loco por mí.

El día siguiente transcurrió tranquilo en el Hilton, por suerte no tuve que cruzarme nuevamente con el amenazante cliente de la suite y Elizabeth no comentó nada, con lo que nuestro encuentro había quedado en secreto. Solo para él y para mí. Lamenté la pérdida de mi pendiente, pero algo me decía que había hecho bien en desaparecer con rapidez de aquella suite. Nunca había experimentado las sensaciones que ese extraño había provocado en mí, tanto que ni siquiera podía expresarlo en palabras.

Realicé mis tareas y volví al campus para el penúltimo examen.

Después de dos horas, firmé debajo de la hoja y la dejé en el escritorio del profesor, me había esforzado mucho en analizar al detalle la asignatura, había estudiado por semanas, me sentí satisfecha por mi trabajo y salí de la gran sala abarrotada de estudiantes ansiosos. Rápidamente me encaminé hacia el apartamento, necesitaba comer algo, estaba hambrienta.

De camino llamé a casa, Annie me contó que mi madre tenía un buen día, eso significaba que se había querido levantar de la cama, hablamos un poco animadas mientras le contaba del examen y colgué al cruzar el umbral de la puerta.

Allyson me miraba con una inmensa sonrisa dibujada en su rostro desde el otro lado salón.

—Hola... ¿qué pasa? —pregunté incrédula.

—Tienes un admirador... —dijo dejando en mis manos una pequeña caja blanca.

Mi cara debió ser un poema.

—Lo han traído hace un momento...

Abrí la caja perpleja y encontré mi pequeño pendiente brillando en el interior.

Antes de que Allyson dejara en mis manos un pequeño sobre gris, sabía quién lo había enviado.

Ante la mirada de ella, abrí el sobre. Una tarjeta en un delicado papel gris, también, decía en una fina letra firme y negra:

Supongo que era lo que buscaba...

M. Granelli.

Me sonrojé inmediatamente mientras intentaba pensar.

¿Cómo sabe dónde vivo...?

Es un detalle increíble... pero un poco raro.

—Lara... ¡Oye! —gritó—. Dime algo... —comentó Allyson viendo mi estado.

—Es del trabajo —solté por fin y sonreí de lado restándole importancia.

Me miró con pena, sonrió y se giró para seguir preparando la cena.

Me di una larga ducha, pensando en lo que acababa de suceder. Mi mente daba muchas vueltas.

¿Cómo lo había sabido?

¿Sabrían algo de esto en el Hilton?

Debería agradecérselo.

La imagen de ese hombre debajo de la cama buscando mi pendiente me resultaba de lo más curioso y fue lo único en lo que pude pensar el resto de la noche.

Cenamos un rato después y hablando sobre el último examen logré distraer mi mente. Estudiamos juntas un par de horas, ansiosas y cansadas nos fuimos a la cama.

Nada más despertar mi mente me recordó la sorpresa de la noche anterior. Me preparé para ir al Hilton pero, antes de salir, me puse los pendientes.

El último día como universitaria, los últimos días como camarera de piso... Mi futuro como residente del centro médico de la universidad estaba a la vuelta de la esquina. Fue un día de lo más emocionante.

Desde la zona de personal llamé a recepción.

—Ginna... Soy Lara, ¿puedo pedirte un favor? —pregunté. Ginna era una joven asiática, sencilla y amable con la que había hecho buenas migas esos años.

—¡Hola, Lara! ¿Qué necesitas? —dijo desde el otro lado.

—Necesito saber si el cliente de la suite ejecutiva todavía se hospeda en el hotel... —dije bajito, para que nadie más que ella pudiese oírme.

—Déjame mirar...

Observé a mi alrededor nerviosa, pensando en alguna excusa por si Elizabeth aparecía por allí.

—Lara...

—Sí, dime.

—Ya no se hospeda aquí, según el registro solo estuvo un día para una reunión.

—Oh... —susurré.

—¿Puedo preguntarte por qué quieres saber si Michael Granelli sigue aquí?

—Emmm... no —dije y me reí.

—¿Sabes quién es ese hombre verdad? —preguntó ella bajando el tono de su voz también.

—No tengo idea —dije ahora más perpleja todavía.

—Te aconsejo que lo busques en internet.

—Vale... ¡Gracias Ginna!

—Hasta luego, Lara... —Y cortó.

¿Quién era Michael Granelli?

Parecía un actor de Hollywood, estaba claro, pero no recordaba haberle visto en ninguna película.

Seguí con mis tareas minutos después bajo la espesa mirada de Elizabeth, no podía dejar de pensar en el extraño cliente, pero necesitaba comenzar a concentrarme en el examen al que me enfrentaría horas más tarde. Sacudí mi cabeza y solo pensé en anatomía mientras repasaba la última habitación.

El examen fue difícil... Exprimí mis neuronas al máximo y, cuando por fin lo terminé, esperanzada, firmé debajo como siempre y salí de allí rápidamente; mi cuerpo me pedía respirar aire del exterior. Antes de salir me despedí de Allyson con la mano, parecía confiada y estaba a punto de terminar también a pocos metros de mí.

Horas más tarde, ante la insistencia de ella, me puse uno de sus diminutos vestidos de noche, habíamos quedado en salir a celebrar con otros compañeros de clase. No estaba por la labor, pero Allyson insistió tanto que logró convencerme, al fin y al cabo tenía razón..., solo puedes celebrar una vez en la vida el graduarte por primera vez.

El taxi nos recogió en el campus y nos llevó a West Loop; bajamos a la acera frente a la discoteca The Mid, en la entrada nos esperaba el resto del grupo, seis personas contándome a mí.

Kevin, un chico simpático, nuestro vecino en el campus; Alan, mi compañero en gran cantidad de clases, joven culto y algo friki; Sara y Vivianne, gemelas y amigas de Allyson desde la infancia, estudiantes de psicología y también con los exámenes terminados esa semana.

El fuerte sonido de la música inundó mis sentidos nada más entrar, Allyson y yo íbamos de la mano para no perdernos entre la multitud, poco podíamos hablar entre nosotros y tanta gente a nuestro alrededor no hizo más que darme la razón; una discoteca no era el mejor sitio al que ir... y menos con el estrecho vestido en el que ella me había enfundado. Resoplé, pero me dejé guiar por el grupo, todos estábamos animados y ansiosos por relajarnos.

Minutos después, mientras Alan y Kevin iban a la barra a pedir champagne para festejar, nosotras nos pusimos a bailar... Se me daba bastante mal, pero me esmeraba, necesitaba disfrutar de la nueva etapa que estaba por comenzar, olvidar mis problemas y divertirme un poco.

Sonreíamos y dejábamos que el ritmo nos hiciera danzar con la alborotadora música que sonaba... Cerré los ojos un momento para concentrarme solo en la música y en mi propio cuerpo al compás.

Por un segundo nada existió a mi alrededor, disfruté.

Sonreí y volví abrir los ojos para concentrarme en mis amigas, pero solo pude mirar detrás del grupo, un poco más allá de la multitud que se arremolinaba alrededor, el contorno de un cuerpo masculino, alto y delgado..., una mirada penetrante pero alegre. Escrutándome.

Apoyado en la barra sostenía una pequeña botella de cerveza de frente a la pista y, rodeado de los que parecían ser amigos, no despegaba los ojos de mí.

Muerta de vergüenza alejé mi visión del desconocido que había sido capaz de captar mi pequeño momento íntimo y me concentré en seguir bailando animadamente en el grupo.

—Lara..., hay un tipo en la barra que no te quita ojo —gritó en mi oído Vivianne.

Giré mi cuerpo de lado para verle.

Allí estaba él, otra vez el desconocido.

Nuestras miradas se encontraron un minuto. Aunque la mía era algo esquiva, la suya estaba cargada de sensualidad.

Sonrió y me sonrojé hasta mis raíces mientras mis amigas reían y observaban la escena.

Volví a mirar al grupo quitándole importancia y seguimos bailando, poco después volvieron Alan y Kevin. Brindamos con nuestras copas cargadas del burbujeante alcohol y seguimos con nuestra juerga.

—Voy a buscar un par de cervezas... —grité cerca del oído a Allyson, estaba harta de champagne.

Levantó su pulgar y siguió bailando.

Logré hacerme un hueco en la abarrotada barra, pero el camarero simplemente pasaba de mí, ignorándome.

Concentrada en mi intento por conseguir su atención, escuché a mi espalda, muy cerca de mí.

—¿Necesitas ayuda?

Giré mi cintura, aún de puntillas, apoyada en la barra.

Otra vez él.

Ese joven de rostro expresivo, ojos despiertos y de un color que la luz del lugar no me dejaba concretar. Sus labios sensuales se curvaban levemente mientras me observaba.

—No —dije automáticamente—. Bueno... —solté suavizando mi expresión sin despegar mis ojos de su sinuosa boca—, Quería pedir un par de cervezas...

—Déjamelo a mí.

Se colocó a mi lado con su imponente altura y cuerpo atlético.

Extendió su brazo con un billete de diez dólares y dijo con voz rotunda:

—Mike..., cervezas por favor.

Me miró, sonrió y como una boba adolescente le devolví una coqueta sonrisa.

Tener la atención de un tío tan guapo, era algo que no me sucedía a menudo.

Sin tardar, el camarero se acercó para dejar los dos grandes vasos de cerveza a nuestro lado.

—¡Gracias!

—De nada. Soy Tom... —Ofreció su mano extendiéndola hacia mí.

Oh... pero qué formal.

—Lara... —dije mientras una violenta electricidad recorría mi cuerpo extendiéndose desde la mano.

¡Mierda! Me gusta... Tiene las manos más suaves que he tocado jamás.

—Tengo que volver con mi grupo... De nuevo, gracias —dije con las cervezas en la mano, rogando en mi fuero interno por que no desapareciese.

Sonrió como esperando algo. Descolocándome por completo... como si supiera que eso iba a decirle.

Asintió y me alejé de la barra.

Volví al grupo, di un largo sorbo al vaso de cerveza y volví a coger el ritmo de la música animada por Allyson, mientras ella bebía del otro vaso también.

Sus ojos se abrieron enormemente mirando detrás de mí, un rato después. Giré sobre mis talones.

Tom.

—¿Quieres bailar?

Me quedé de piedra un instante, Allyson me dio un pequeño empujoncito en el hombro y sonreí incómoda.

¿Estaba ligando conmigo?

Yo no tenía ni idea, ni experiencia en ese tipo de cosas...

Cogió mi mano y nuevamente la electricidad se hizo casi palpable, me guio a través de una música que ni siquiera puedo recordar animado. Sonriente.

Poco a poco nos fuimos alejando del grupo hasta que simplemente les perdí de vista. Su ánimo era contagioso y se movía con gracia. Mis torpes pies fueron amables y no tropecé ni una vez, aunque aquello no era lo mío.

Poco después me acerqué a él, notando un exquisito perfume, y dije:

—Creo que ya he bailado demasiado por hoy.

Sonrió ampliamente de nuevo, como si hubiese estado aguardando por mis palabras y, aún de la mano, nos alejamos de la pista. A un lado de la barra, observándome, dijo;

—Detesto las discotecas.

—Y yo —contesté sorprendida por su afirmación.

—En esta misma calle hay un sitio donde ponen algo de soul y jazz... ¿Quieres ir? —preguntó ilusionado.

Dudé un segundo y con su mirada expectante sobre mí, saqué del bolso que llevaba cruzado en mis hombros mi móvil y escribí:

Lo siento... pero me voy a un bar a pocos metros acompañada de un dios griego. ¡Creo que me lo merezco! :)

¡DISFRUTA SIN MÍ!

Luego hablamos.

Allyson lo leería de un momento a otro, se quedaría pasmada por mis palabras, ya que ese no era mi comportamiento habitualmente, pero estaba segura que se alegraría por mí.

El bombón a mi lado era guapo y parecía amable... Era hora de arriesgarse un poquito, con solo salir de allí ya me daba por satisfecha.

Salimos del estridente sitio y preguntó mientras caminábamos por la acera;

—¿Qué hacías allí entonces?

—Festejamos... Todos hemos terminado el último examen de la universidad.

—¿Qué estudiabas? —preguntó interesado.

—Medicina.

—Felicitaciones, entonces... —dijo observándome a medida que avanzábamos.

—¿Qué hacías tú allí?

—También festejaba con unos compañeros...

Le miré interesada y agregó;

—Hemos sido admitidos en una agencia de seguridad.

—Vaya... —dije sorprendida abriendo mucho mis ojos y sonriente—. ¿Poli bueno o poli malo? —pregunté.

Después de una sonora carcajada, dijo;

—De momento creo que eso solo pasa en las pelis.

Tom parecía un tipo bastante simpático, de risa afable.

Llegamos al bar, el sitio por fuera parecía un garito más de la zona, por dentro una tenue luz iluminaba la barra. No había mucha gente.

Mesas pequeñas y redondas en el centro del salón se disponían frente a un pequeño escenario vacío, sonaba una música suave y melosa, cálida. Nos sentamos en un rincón mientras calmaba mis nervios de novata inexperta atraída por su sonrisa radiante y sus ojos atrevidos.

—¿Qué quieres tomar? —preguntó.

—Lo que tomes tú.

Un camarero se acercó y Tom, mi nuevo desconocido/amigo, pidió dos tónicas con ginebra.

Una mezcla brutal de alcohol para mí.

No me opuse y sonreí.

—Cuéntame de ti, Lara —dijo.

Mi nombre en sus labios sonaba sensual y cada vez que lo decía unas cosquillitas recorrían mis muslos.

—Bueno... espero comenzar pronto como residente del centro médico de la universidad, en las consultas externas, más adelante me gustaría especializarme en neurología —contesté intentando tranquilizarme y disfrutar de su compañía.

—¿Neurología?

—Sí..., mi madre tiene Alzheimer y siempre he querido estudiar más a fondo sobre ello.

—Vaya... espero que lo consigas, debe ser alucinante —dijo transmitiéndome ánimo.

El camarero dejó en la mesa dos copas grandes con nuestras bebidas.

—No sé qué más contarte... —dije sonriendo mirando a nuestro alrededor, como si aquello fuese un interrogatorio.

—No eres de hablar mucho... ¿eh?

Di un largo sorbo, sintiendo el amargo pero reconfortante alcohol atravesar mi garganta... y contesté quitándole importancia;

—¿Tanto se nota, oficial?

Levantó una ceja sorprendido... y otra sonora carcajada contagiosa escapó de su boca.

—Relájate... —susurró sin dejar de sonreír.

Y me tomé al pie de la letra su petición, dejé que llevara la animada conversación.

Me contó que había nacido en California pero que, poco después, su madre había fallecido. Él y su padre, oficial de Policía también, se habían trasladado a un pequeño pueblo cerca de Sacramento.

También me contó con ilusión sobre su nuevo trabajo, oficialmente seguía siendo prácticamente un cadete, pero no por mucho tiempo más. A medida que mi copa se iba vaciando, mi cuerpo se iba relajando... Entonces comencé a hablar sin parar, poco después, también yo.

Allí estábamos, dos jóvenes con proyectos, anhelos y sueños, dispuestos a comerse el mundo.

Era gracioso y con un carisma innato... Hablamos un buen rato, hasta que observamos que los camareros comenzaban a recoger algunas sillas dejándolas sobre las mesas...

Nos observamos un momento y dijo:

—No quiero que dejemos de hablar...

Sonreí por su sinceridad, yo sentía lo mismo.

Aunque francamente, se me ocurrían otras cosas también.

—Vivo no muy lejos de aquí... —comentó impaciente pasando sus largos dedos por su cabello—. ¿Quieres...?

—Sí —interrumpí.

Esa invitación englobaba mucho más, claro estaba, pero quería seguir disfrutando de él.

Pagó en la barra y salimos. Fuera volvía a lloviznar, puso su chaqueta en mis hombros rápidamente mientras caminaba a mi lado. Su embriagador y delicado perfume se iba adhiriendo a mí a medida que me acurrucaba dentro de la chaqueta de cuero.

CAPÍTULO DOS

Llegamos a su apartamento a pocos metros y subimos a la planta diez, el edificio era algo antiguo, pero se conservaba bastante bien.

Me concentraba en los detalles del sitio para no pensar en lo que estaba haciendo allí... Me sentía una quinceañera. Él abrió la puerta frente a nosotros y observé el pequeño apartamento, sencillo y ordenado. Tom me indicó con sus brazos que entrara. Pasé primero y di una rápida mirada alrededor.

Probablemente la gente normal y cauta en un momento así pensaría, «esto es una locura peligrosa...».

Yo pensé, «vale..., este hombre podría ser ahora mismo un asesino en serie y yo he entrado por mi propia voluntad».

Giré sobre mis talones para encontrarme con su mirada y las dudas comenzaron a desaparecer, la luz seguía siendo escasa y seguía sin descifrar el color de sus ojos... Eran intensos y arrolladores, pero una incógnita para mí.

Se acercó lentamente con una gracia casi felina, abrí mi boca ligeramente y me preparé para recibirle.

Su beso fue delicado y sensual... Poco a poco fue adentrándose en mi boca, recorriendo, disfrutando. Mis manos se juntaron alrededor de su cuello mientras me sostenía por las caderas.

Me alejé un instante cortando ese placentero contacto;

—Yo no suelo hacer estas cosas... —dije casi en sus labios... sabiendo que, aunque era cierto, sonaba a cliché.

—Ni yo... —susurró. Y nuevamente me atrajo a él para seguir deleitándonos en un apasionado beso.

¿Era verdad?

Quizás.

Sus manos comenzaron a recorrer mi espalda por debajo de su chaqueta, con sus dedos la deslizó suavemente por mis hombros para dejarla caer.

Me apreté más a él, sintiendo que dentro de mí el fuego empezaba no solo a crecer sino a desatar un montón de sensaciones nuevas para mí, unas burbujitas intensas recorrían todas mis células. Poco después, tomó mis manos entre las suyas y me guio por un corto pasillo hasta su habitación.

Nos dejamos caer en la cama cautivados el uno por el otro, pero antes de quedar sobre mí se quitó por la cabeza su camiseta blanca, su pecho tonificado no pasó desapercibido para mis ambiciosos ojos. Nunca había disfrutado de esas vistas antes. El peso de su cuerpo ligeramente sobre el mío liberó emociones escondidas y comencé a sentir la humedad de mi sexo que reclamaba atención.

Me sentía más yo que nunca, así, consumida y liberada, era la segunda vez que tenía sexo en toda mi vida...

Recorrí su espalda con mis manos mientras, con habilidad, él se iba deshaciendo de mi vestido. Al final había sido buena idea no usar sujetador con el estrecho vestido que se pegaba a mis curvas, era en ese momento un obstáculo menos, cuando por fin se deshizo de la suave tela que dividía nuestros cuerpos, un pequeño gemido se escabulló de sus labios al notar que solo llevaba una pequeña tanga blanca. Sus manos no tardaron en acariciar mis pechos turgentes y ansiosos, locos por sus atenciones.

—Eres hermosa... —dijo en un murmuro y sentí como mis pezones se endurecían aún más.

Un profundo y sensual gemido escapó de mí en cuanto su boca atrapó uno de ellos un segundo después. Me retorcí debajo de él excitada y abrí los ojos para encontrarme con su mirada cautivante mientras continuaba jugando con mis pechos. Era una dulce tortura..., lamía y degustaba con delicadeza y con ello sentía cada uno de mis huesos convertirse en agua.

Mis manos codiciosas buscaron sus pantalones. Logré desabrochar el botón y bajar el cierre. Su boca volvió a la mía mientras mi mano se colaba debajo de su bóxer. Su miembro, caliente y firme, me esperaba ansioso también. Lo acaricié con mis manos, mientras él me besaba con más y más ansia. Afuera hacía mucho frío, pero allí en ese momento una hoguera nos consumía.

Se separó levemente de mí para quitarse lo poco que quedaba de ropa... Dejó a su lado, a los pies de la cama, el pantalón y volvió hacia mí esa vez dejando un camino de besos en mi cuerpo, recorriendo mis piernas suavemente.

Tomándose su tiempo.

Gozando, hasta llegar a mi ingle. Con una de sus manos acarició delicadamente por encima de la tela mi monte de venus, provocando que mi vientre se contrajera una y otra vez, literalmente tiritando. Me sujeté fuertemente a la sábana con los dos brazos extendidos a los lados, loca de placer.

Furiosa de esas sensaciones nuevas...

Se acercó un poco más y con habilidad bajó el tanga por mis piernas. Tiernamente besó y lamió mi interior húmedo, ferviente y ambicioso. No pude más que gemir mientras me sentía desfallecer por tales sensaciones exquisitas, desconocidas antes por mí. Una de mis manos acarició su suave cabello mientras con delicadeza continuaba llevándome a la inconsciencia absoluta.

Un momento después sentí que la sangre hacia ebullición dentro de mí, un inmenso calor me recorrió y exploté ansiosa, agitada, en un fabuloso orgasmo.

Me observó desde allí abajo, sonrió victorioso y arrogante, jodidamente sexy.

Sacó de su pantalón un paquete pequeño plateado y se puso un condón. Mis ojos no apartaban la vista de él, tenía un cuerpo precioso y una gracia atractiva al moverse. Volvió a buscar mi boca con urgencia y me pegué un poco a él provocándole...

Dócilmente fue penetrándome y mi cuerpo le fue recibiendo lentamente aferrándose a él, disfrutando. Nuestras respiraciones agitadas eran el único sonido de la habitación, sus embestidas comenzaron siendo suaves..., dulces, seductoras, como todo en él. Y poco a poco se volvieron algo más feroz, ansiosas y arrolladoras. Los jadeos escapaban de nuestras bocas mientras no conseguíamos dejar de besarnos, intoxicados por nuestra propia pasión. Sentí ese intenso calor nuevamente llenarlo todo y estallé nuevamente alcanzando el clímax terminante. Con sólo oírme, Tom me penetró una vez más, profundo..., y alcanzó el orgasmo también.

Mientras nuestras respiraciones volvían a la normalidad él se desplomó a mi lado... sonriente. Satisfecha como nunca hasta ese momento, le observé.

—Lara..., eres increíble —musitó bajito tomando una gran bocanada de aire, como si de algún modo quisiera disculparse por haber alcanzado el orgasmo tan rápido.

Nunca me había creído una mujer sensual y mucho menos una femme fatale, pero ese desconocido a mi lado creía que era una criatura sexual activa...

¿Quién era yo para desilusionarlo?

No había emitido palabra alguna durante hacía un buen rato así que comenté;

—Tú eres... eres muy considerado. —Por fin lo solté y, nada más decirlo, me arrepentí.

Los cumplidos no eran lo mío después de ese mar de sensaciones.

Y eres el primer hombre con el que tengo un orgasmo...

Oh, y sí, estoy borracha.

Nos acurrucamos un poco, oyendo los sonidos de la ciudad y no sé cómo pero poco después me quedé profundamente dormida.

Desperté con la claridad de la mañana.

Por un segundo olvidé dónde estaba y estuve a punto de gritar, pero giré para ver a ese precioso joven a mi lado, recordándolo todo.

¡Madre mía!

Me había acostado con un desconocido... Un desconocido que estaba como un tren... y que creía que yo era una especie de afrodita.

Tenía que llegar al Hilton... y rápido.

Me levanté rápidamente intentando no hacer ruido. El reloj al lado de la cama marcaba las ocho.

Recogí mi vestido y mientras me lo ponía observé que fuera seguía lloviendo. Salí de la habitación, encima de un pequeño escritorio al lado de la puerta de entrada, detrás de un lapicero, observé una foto de Tom y el que parecía ser su padre, ambos vestidos de policías, sonrientes, con la misma mirada expresiva. A su lado, un diploma de instituto dirigido a Thomas William Stokes. Cogí un bolígrafo y sobre la hoja de una agenda... escribí;

Lo he pasado genial contigo, pero no busco ningún tipo de relación ahora mismo... Eres encantador Tom.

Algún día quizás te encuentre de nuevo para pagarte por tu chaqueta, me la llevo (sigue lloviendo)… Lo siento... y gracias.

¿De qué color son tus ojos?

Saludos, abrazos..., besos... o todo.

Lara.

Recogí mi bolso, la chaqueta negra y salí de allí. Maldije por lo bajo al llevar botas de tacón, pero no me impidieron correr hasta coger el autobús. Tontamente recordé que había dormido con ellas puestas. Ni siquiera había sido consciente de ese detalle. Una pequeña sonrisa pícara se dibujó en mis labios nada más sentarme en el asiento, mientras observaba las calles de la ciudad camino al Hilton, repasando mentalmente una y otra vez mi pequeña aventura.

Por un momento fugaz, me planteé la posibilidad de volverle a ver, pero se esfumó en cuanto volví a mirar el reloj...

Antes de llegar a la puerta de personal mi móvil sonó;

Allyson.

—Lara..., ¿dónde estás? —preguntó.

—En el Hilton..., todo bien, te veo más tarde... —dije apurada.

—Eso espero... —contestó esperanzada.

Sabía que Allyson estaba ansiosa por recibir los jugosos detalles de mi noche. Colgué y sonreí con sorna entrando al edificio.

La siempre en guardia Elizabeth me observó nada más cruzar el umbral, mi aspecto no era el habitual, estaba claro. Rápidamente y ante su mirada amenazante me dirigí al vestuario de señoras. Logré desertar de las zonas controladas por Elizabeth y concluí mi día de trabajo mejor de lo que esperaba. Aun así, cuando estaba a punto de salir, me encontré al señor Miller.

—Señorita Ryder... —dijo observando mi aspecto de pies a cabeza.

—Sí, señor Miller —contesté observando a ese hombre con pinta de pigmeo y cara larga.

—Pase por la oficina de personal antes de irse.

—Sí, señor —contesté.

Horas después, subí a la planta baja, cerca de la recepción, con mi mano saludé a lo lejos a Ginna que me miraba sorprendida.

Dentro de la oficina, Elizabeth y la encargada, una tal Hannah con cara de amargada, igual que la primera, me esperaban. La mujer desconocida se presentó y dijo;

—A pesar de que este último tiempo su rendimiento ha bajado, señorita Ryder, estamos contentos con su desempeño estos años, se ha decidido que los últimos días que le quedan para finalizar el contrato se han tomados como vacaciones pagadas. Con lo que... —Me miró expectante a mi reacción—. Le extiendo su finiquito y puede irse —terminó.

Estaba tremendamente sorprendida, pero a la misma vez sentía que me quitaba una pesada mochila de la espalda. Había sido yo la que había decidido terminar mi contrato con ellos. Y estaba ansiosa por hacerlo efectivo desde hacía tiempo, ahora sí podría concentrarme en mi madre y en el trabajo que en verdad me apasionaba.

Asentí asimilando la situación y ella me ofreció el cheque, su valor no ascendía de los setecientos dólares, pero era en ese momento una alegría inmensa y un remanso de estabilidad.

Lo guardé en mi bolso y Hannah me ofreció su mano, me despedí de ella cordialmente y también de Elizabeth, que observaba con recelo a un lado. Finalmente, después de estrechar su mano, sonrió brevemente.

¡Qué mujer!

Salí de ahí pensando que tenía que pasar por el campus y que tenía que llamar a casa, mañana mismo podría volver si quería.

—Lara...

Oí mi nombre a lo lejos mientras salía de la oficina de personal.

Ginna me llamaba con insistencia desde detrás del mostrador de recepción.

—Hola, Ginna... —dije.

—Vaya pintas... —dijo ella sin pelos en la lengua.

—Ya..., una noche larga —musité.

—¿Investigaste sobre Michael Granelli? —preguntó ansiosa.

—No.... no —contesté recordando que, en realidad, lo había olvidado por completo.

—Hoy mismo ha aparecido en el periódico..., toma. —Y extendió a mis manos el Chicago Tribune.

—Lo leeré. —Sonreí y agregué inquieta—: Es mi último día...

Se estiró un poco.

—Ven aquí... —Y me abrazó.

—Bueno..., espero verte pronto de nuevo, tienes mi número.

Y así con su sonrisa amable nos despedimos.

***