Infidelidad - Natalia Lorca - E-Book

Infidelidad E-Book

Natalia Lorca

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Beschreibung

¿Qué sucedería si tu vida normal se ve trastocada por una arrolladora pasión? Alexandra, una joven escritora madrileña, casada con Noah, se encuentra con Marcos. Él es exigente, con un pasado oculto y por el que siente una pasión que ella no puede comprender ni evitar. Su matrimonio en crisis y sus miedos la hacen huir a Sevilla, donde conoce a Emilio. Él es un hombre amable y cálido; entra en su vida para hacer más difícil su decisión. Sus encuentros no hacen más que sumar más y más inconvenientes a una frágil Alexandra, que junta el valor de huir del país. Consigue reconstruir su vida, pero la vuelta no es como ella esperaba. Los fantasmas no desaparecen y Marcos la espera, Emilio, también. Ella lucha contra la marea de sus emociones, debatiéndose entre el amor y la culpa aplastante. Convirtiéndose en una guerrera resiliente, nos hace viajar por escenarios increíbles y apasionantes. Solo necesita olvidar el pasado y renacer de sus cenizas, aunque para ello tenga que luchar con uñas y dientes y con un arma cargada y lista para disparar. Acompáñala en esta historia de amor profundo y evocador, pero sobre todo pasional y arrollador.

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Natalia Lorca

Infidelidad

© Natalia Lorca

© Kamadeva Editorial, junio 2021

ISBN papel: 978-84-122884-4-5

ISBN ePub: 978-84-122884-5-2

www.kamadevaeditorial.com

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Mantén tu rostro siempre hacia la luz del sol y las sombras caerán detrás de ti.

Walt Withman

Índice

Abstracto

Puzle

Piaf y whisky

El anillo

Sonrisas

Margaritas

Una y mil veces

Cayendo

Mi Disney World personal

Pecas

Solo un hombre…

Sola

Oscuro

Ascensos

Whitman

Sevilla

El arquitecto

El cortijo

Al infierno

De la fiesta al parque

Desborde

Confesión

Un beso y el olvido

El ático

El vestido

Lo siento

Orden

Mozambique

El médico

Regreso

Mi autoría

Un nuevo proyecto

Cena y café

Otra vez Sevilla…

Déjà vu

Adolescente

Íntimo

¡Fiesta!

Una relación

Remordimiento

Más

Dolor

Cortijo

No me mires así…

Tregua

Compañía

Burbuja

Madrid

Planes

Sierra Leona

Kenia

Tanzania

¡Sorpresa!

Contrarreloj

Lo siento… de nuevo

Exposición

Show

Milagro

Feliz

Perspicaz

Infierno

Hogar, dulce hogar

Epílogo

Agradecimientos y deseos

Abstracto

Viernes, 24 de octubre de 2010

—Verá, doctor, tiene usted en mi ficha médica mi nombre, apellido, dirección, número de la seguridad social y probablemente constancia de mis últimas tres gripes. Pero he pedido cita para verle porque creo que podría ayudarme con dudas que suelen asaltar mi cabeza…

—En efecto, Alexandra, estoy aquí para ayudarle en lo que necesite, tome asiento, por favor —dijo serio.

El doctor era un hombre de mediana edad, no llegaba al metro cincuenta de estatura y debo decir que en cuanto le vi me recordó al pitufo gruñón de la tele. ¡Era como un dibujo animado!

—Puede contarme lo que crea conveniente para la terapia y luego iremos incursionando en sentimientos y sensaciones más profundas que podremos incluir paso a paso en nuestras citas, entiendo que si está aquí, Alex, es porque desea algo en particular —dijo él mientras se sentaba también frente a mí.

Pude apreciar que aquella oficina tenía todo tipo de objetos particulares, algunos botes con vaya uno a saber qué cosas dentro, pilas de papeles sobre un amplio escritorio, algunos cuadros un tanto raros y un diván enorme y muy cómodo en el que estaba sentada, además de un sillón más pequeñito a su lado.

¿Cómo iba a resolver mis problemas aquí? ¿Y mis dudas existenciales? ¿Y mis problemas matrimoniales?

—Podría decirme hoy ¿qué es lo que desea encontrar de alguna manera con la terapia? —Me miró a los ojos diciendo aquello, sacándome así de mi análisis del entorno.

—Realmente no lo sé —dije, confundida.

—Creo que soy una mujer afortunada —añadí pausadamente después—, un buen trabajo que me permite cierta libertad, escribo; es decir soy escritora. Estoy casada desde hace tres años, tenemos una casa preciosa y quiero a mi marido… Pero no sé realmente cómo llevar esa «suerte», sinceramente.

Después de esa declaración por mi parte, al menos la primera sesión fue más rápida y tomó un ritmo más fluido.

El doctor Álvarez, que era un profesional muy serio y de gran reputación, me explicó que a veces las terapias podían llevar años, o simplemente meses dependiendo únicamente de mí, que debíamos ser sinceros el uno con el otro y que programaríamos sesiones semanales de una hora para empezar. Nos despedimos fugazmente. Y salí del edificio, convencida de que sería un buen inicio.

Afuera hacia viento, así que mi rizos rubios parecían flotar alrededor de mi rostro, caminé hacia el parking avanzando con dificultad y abrochando mi chaqueta, llegaba el otoño a Madrid y el frío comenzaba a sentirse en cada atardecer. Así en modo casi automático llegué a casa.

Al abrir la puerta, dejé mi portafolios y mi chaqueta allí mismo, me bajé de esos enormes tacones que pretendían disimular el metro sesenta de estatura que Dios y la genética me habían proporcionado y grité desde la puerta:

—¡Hola!

Automáticamente Noah apareció desde la cocina sonriendo con un cucharón en la mano. Era un hombre realmente bello, con una sonrisa radiante y ojos sinceros.

—Hola, estoy aquí, en diez minutos cenamos, cariño —dijo.

La cena transcurrió tranquila, aunque no mencioné al doctor Álvarez, ni la terapia, Noah me preguntaba sobre mi día en la editorial, sobre el tráfico y sobre mi libro de cuentos, que por cierto llevaba dos semanas de retraso.

Le pregunté por su día también. Noah era director de finanzas de una cadena de hoteles muy importante en España. Trabajaba mucho, y era el más hábil negociador que yo haya conocido. Su poder de convicción y astucia a la hora de los negocios siempre me había fascinado. El día que lo conocí, cinco años atrás, pasamos una hora hablando sobre si deberíamos tomar un café otra vez o no. Al final, por supuesto, me convenció y cada día me fue convenciendo más, tanto que me casé con él una hermosa primavera en la sierra de Madrid.

La noche siguió tranquila, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, diría mi querido Sabina, y siguió así también ese fin de semana, intenté concentrarme y adelantar capítulos de mi libro de cuentos infantiles.

Olvidar un poco las ideas que revoloteaban en mi mente, y simplemente relajarme en casa.

Lo que no sabía es que ese lunes que estaba por comenzar, en mi vida aparecería un sol tan enorme, como abrasador. Un sol que podía dar luz y calor, pero también quemar. Y yo, sinceramente me acerqué tanto a él que hoy todavía tengo quemaduras de segundo y tercer grado.

Puzle

La mañana del lunes desperté emocionada, después de una ducha me puse mi mejor traje negro de dos piezas. Chaqueta, falda de tubo y mis tacones. Elegí un maquillaje delicado resaltando mis largas pestañas, tomé medio vaso de zumo de naranja y salí de casa. No vi a Noah, ya que él se había ido más temprano, solía madrugar mucho más que yo.

Camino a la editorial, imaginaba la cara de Sara, mi editora desde hacía ya ocho años, conocía mis ideas locas al comenzar un cuento y sabía que escribir libros infantiles se había convertido en la pasión más grande de mi vida. Ella era una mujer elegante, delicada y guapa, tenía casi sesenta años y esperaba ansiosa su jubilación, aun así, amaba su trabajo tanto como yo y ese sentimiento con los años nos había unido dando paso a una grandiosa amistad. Veía en ella la madre que nunca tuve.

Mi padre me crio solo, en un pueblo de las afueras de Madrid. Tenía una pequeña bodega que amaba con locura, su día a día se repartía entre ella y yo. Poco sé de mi madre, mi dijeron que cuando me dio a luz, tuvo una fuerte infección que por desgracia fue detectada demasiado tarde, y murió. A pesar de haber crecido sin ella recuerdo una infancia muy feliz.

Mi padre murió hace unos años, su médico le descubrió un terrible cáncer que solo tardó dos meses en borrar todo lo que él era. Fue tremendo para mí, muchas veces Noah decía que dormida, lo llamaba y le pedía que me abrazara. Un mes después de que mi padre me dejara vendí la bodega, tuve que hacerlo, no soportaba estar allí… Todo me producía un dolor indescriptible, supongo que quise dar vuelta de página, aunque creo que jamás lo conseguí.

Al llegar a la editorial, noté que había revuelo por los pasillos y la sala de convenciones estaba abarrotada de gente, sin más avancé hasta el despacho de Sara. Al verme llegar saltó de su silla y me dio un abrazo cálido, de esos que llegan al alma.

—Llevas mucho retraso, Alex —dijo muy seria y amenazante en cuanto me miró—. Espero que puedas alegrar mi lunes porque hoy esta editorial está boca abajo. ¿Sabes quién ha venido desde África a trabajar con nosotros en un nuevo libro? Marcos Schweinsteiger, así como lo ves —dijo con los ojos como platos mientras se sentaba nuevamente.

Yo que no tenía idea de quién era el tal Marcos, lo tomé por un desconocido cualquiera y mirando hacia fuera a través del cristal de su ventana, dije:

—He terminado, Sara. Creo que te gustará mucho y creo que debemos festejarlo. —Sonreí mirándola y largamos una carcajada al unísono.

Mientras comentábamos el libro la mañana pasó rápido, dejé el borrador sobre su escritorio y salí del despacho, tenía que comer algo, eran cerca de las 14 horas y solo llevaba en mi cuerpo medio vaso de zumo. Sara decidió quedarse un poco más, así que absorta en mis pensamientos entré en el ascensor, no pude evitar sonreír mientras pensaba en mi nuevo libro, mi mente divagaba en posibles escenarios a la hora de promocionarlo. De repente me di cuenta de que no estaba sola.

—Parece que tiene usted un buen día —dijo el extraño que estaba a mi lado, lucía un traje gris inmaculado, barba incipiente entre negra y plata. Intensos ojos grises y aunque su voz era agradable, me observaba serio.

—Sí… —dije casi en un susurro.

—Sí —volví a decir esta vez con más firmeza—. He terminado un nuevo libro y estoy emocionada… —comenté, mientras el sujeto me miraba descaradamente los labios. Sentí un fuego abrasador sobre ellos. Mis rodillas flaquearon levemente.

La puerta se abrió, dejando entrar un poco más de aire… ese necesario aire que parecía haberse escapado de mí. Pasó por mi lado y sin sonreír, sin siquiera inmutarse, dijo antes de desaparecer:

—Espero que siga teniendo un buen día.

¡Dios mío!

Aquello fue de locos y raro… Al menos dos minutos fui una adolescente de nuevo y me sentí desfallecer mil veces desconcertada por cada reacción de mi cuerpo. Salí del ascensor unos instantes después, cuando por fin reaccioné de que la gente que intentaba entrar me miraba como si yo fuese una maniática perdida.

Salí del edificio rápidamente agradeciendo el aire y el sonido de la calle. Pasé por mi cafetería favorita que tan solo estaba algunos metros de la editorial y mientras comía un bocadillo de calamares, mi comida preferida en el mundo, le di muchas vueltas a lo sucedido minutos antes.

¿Quién era ese hombre? ¿Qué hacía allí? Parecía tener unos cuarenta y cinco años más o menos, su cabello moreno comenzaba a teñirse de color plata igual que su barba, lucía como un caballero, un hombre de modales. Vestía de manera elegante y creo que nunca le había visto antes por allí, ni por ningún sitio, claro.

Definitivamente lo recordaría.

Volví una media hora después al despacho de Sara rogando con no volver a encontrarme a ese extraño, realmente los subidones así me provocaban un estrés mental increíble, mi cabeza era una locomotora en marcha veinticuatro horas al día. Y lo único que quería era encajar las piezas de mis sensaciones cada una en su lugar, como un puzle. Es lo que me había recomendado el doctor Álvarez que hiciera cuando me sintiera desbordada por alguna situación. No es que fuera una psicópata, sino que siempre he sido así, analítica con todo. Mi mente era una maquina en marcha los trescientos sesenta y cinco días del año casi veinticuatro horas al día, dando vueltas y vueltas a todo… últimamente insatisfecha y escéptica con mi vida en general.

Nada más entrar, Sara dijo:

—¿Sigue el alboroto por la sala de convenciones?

—La verdad es que no miré al entrar —dije.

Entornando la mirada le pregunté:

—¿Qué es lo que pasa hoy? No entiendo nada, ¿desde cuándo tanta gente por estos pasillos?

—Desde que Marcos Schweinsteiger está aquí, cariño —dijo Sara sonriendo—. Es la nueva promesa de la editorial, un reportero gráfico que ha estado recorriendo África durante años y quiere promocionar sus memorias, por lo que sé —aclaró—. Por eso hoy están todos como locos. Están locos por él, será un gran éxito de ventas. Dicen que además de inteligente es un hombre muy atractivo, su padre fue un empresario alemán muy prestigioso, su madre es del sur de España, se comenta que tiene una buena relación con ella y con todas sus amantes también. Estuvo casado y al día de la fecha es viudo y tiene una hija de doce años que vive con su abuela.

—Me pregunto cómo demonios sabes todo eso —dije suspirando abiertamente, Sara era un caso perdido… le encantaba estar al tanto de todo en la editorial.

—Internet, cariño, internet. Hoy en día todo está en la red. Quizás puedas conocerlo mañana por la noche, sabes que la fundación de la editorial organiza su evento anual para recaudar fondos, veremos si podemos encontrarle, le daremos caza a ese don juan a ver qué nos cuenta… Veremos si realmente es tan interesante como se comenta. —Sara sonreía maquiavélicamente y me miraba fijamente.

Yo no paraba de reír, su humor ácido siempre me hacía sonreír.

Piaf y whisky

Después de probarme al menos seis vestidos opté por uno blanco, que llegaba hasta mis pies y de mangas largas, el detalle importante se lo llevaba un largo tajo que dejaba ver una de mis piernas, sobre mi cintura se ceñía un lazo dorado que hacía juego con mis sandalias y mis pendientes. Era elegante y a la misma vez sexy. Cuando estaba terminando de maquillarme, Noah apareció detrás de mí, con su impecable esmoquin negro.

—Estás hermosa —dijo, mientras suspiraba en mi cuello.

—Tú también luces muy bien, cielo. Deberíamos irnos ya… —dije mientras me levantaba, evitando la intimidad de sus caricias.

En el camino recordamos la vez que, llevando ese esmoquin, Noah resbaló en la nieve y tuvimos que pasar Navidad en urgencias.

Estaba nerviosa, sabía que los grandes cargos de la editorial estarían allí y Sara ya me había dicho que sería el momento perfecto para comentar mi nuevo libro. Por suerte entre risas, mi tensión desapareció. Así era estar con Noah… él era paz.

Llegamos al fabuloso hotel, en la entrada podían apreciarse carteles enormes con el nombre de la editorial y su fundación. En la recepción Sara nos recibió con besos y abrazos, la velada en principio transcurrió de manera tranquila, pude hablar con dos editores jefes y beber un excelente champagne. Noah estuvo casi toda la noche con dos antiguos amigos del instituto en el jardín del hotel entre whisky y habanos recordando viejas glorias.

Yo comentaba con Sara y un editor vicepresidente de otra renombrada editorial sobre los nuevos fanfic de moda, cuando inesperadamente la conversación empezó a tomar otro rumbo y todavía no recuerdo por qué el nombre de Marcos Schweinsteiger apareció en la charla. Decidida a dejarlo atrás, ironicé:

—Aún no entiendo por qué tanto alboroto por él, ¿realmente tiene algo interesante que contar? —dije mientras bebía el último sorbo de champagne.

—Quizás pueda contarle lo interesante personalmente, de esa manera podría conocer detalles de las guerras en Sierra Leona o Sudán —dijo una intensa voz detrás de mí.

Maldije cien veces en silencio, sintiéndome una arpía y giré sobre mis pies para verle.

Allí estaba el extraño adonis inmaculado que había visto en el ascensor, sus ojos me miraban y escrutaban como si fuese un bicho asqueroso de alcantarilla y a la misma vez sus labios esbozaban una media sonrisa torcida. No sabía si quería azotarme allí mismo, o reírse por mi bochorno. Ya no había dudas, ese era el famoso Marcos Schweinsteiger.

—Lo siento, yo… No quería ofenderle —dije tartamudeando.

—¿Me permite ofrecerle otra copa en la barra? —dijo, mirando mi copa ya vacía.

Miré a Sara quien discretamente tomó del brazo al otro oyente y se alejó, fingiendo un interés absurdo por su traje.

—Claro —dije intentando reponerme.

Lo seguí un par de metros hasta la barra, recuerdo que sonaba a lo lejos La vie en rose, de Edith Piaf.

Tomó una de las copas que estaban servidas y me la ofreció mirándome directamente a los ojos.

—Mi nombre es Marcos Schweinsteiger, creo que ya lo sabe —dijo.

—Sí, y siento haber sido maleducada con usted. Soy Alex, Alexandra Stefan —dije, mientras por un segundo deseé perderme en esos intensos ojos grises.

—No tiene por qué preocuparse, tampoco deseo la atención que el proyecto está recibiendo actualmente. Cuénteme sobre su libro, el que terminó recientemente —dijo otra vez con esa media sonrisa.

Recordé de manera automática la escena del ascensor y me pregunté si él lo recordaba como yo.

—Bueno, está casi listo para su publicación, pero aún hay trabajo con él —dije mientras hacía una mueca.

Antes no me había fijado, pero a nuestro alrededor algunas parejas bailaban y mientras las observé, un fugaz shock eléctrico seguido de pulsaciones desorbitantes de mi corazón me alertó de que él tomaba mi mano, invitándome a bailar sin decir palabra, solo mirándome.

Mudos, solo mirándonos, tomó la copa que sostenía con la otra mano, la dejó en la barra lentamente para luego guiarme suavemente hasta la improvisada pista de baile… así, comenzamos a bailar, me sujeté a sus brazos absorbiendo su suave aroma y me dejé llevar. Sentí la canción de fondo más fuerte, pero aun así los latidos de mi corazón acelerado se llevaban todo el repertorio musical. Me pareció una eternidad allí, muy cerca de su cuerpo, flotando, tal como había descrito en muchas escenas de mis libros. Me sentí arrastrar por una fuerza mayor y cálida. Me sentí también viva, completa… sintiendo, solo sintiendo.

Mi mente tuvo un stop gratificante guiada por él en esa sutil danza, sostenida por su cuerpo y por esa intensa mirada…

La magia se quebró minutos después, Sara discretamente se acercó y me comentó al oído que Noah había tenido mucho por ese día, que mejor lo llevara a casa.

Me alejé delicadamente, rompiendo el placentero contacto, pero manteniendo la mirada.

—Debo irme…

—Ya nos veremos, Alex —dijo Marcos y discretamente se alejó entre la gente.

—Vaya, vaya… Veo que se estaban conociendo —dijo Sara, bajándome de un golpe de mi nube flotante.

—No insinúes nada, ¡te conozco, bruja! —dije entornando los ojos hacia ella—. ¿Dónde está Noah?

—Creo que sigue en el jardín —dijo, señalando las puertas.

En el jardín Noah se abrazaba a un sillón, en cuanto me vio llegar me sonrió como si un niño pequeño por fin encontrara a su mamá. Solo dijo en palabras desarticuladas:

—Lo siento.

Salimos de allí manteniendo la compostura y conduje hasta casa, haciendo un esfuerzo sobrehumano logré quitarle la ropa a ese saco de patatas en peso muerto que era mi marido ebrio, lo acurruqué bajo las mantas y me quedé allí dormida y enojada, arrugando mi precioso vestido mientras en mi mente sonaba La vie en rose una y otra vez.

El anillo

Hablamos con Noah sobre lo sucedido, me pidió perdón por su comportamiento y simplemente lo dejé correr, estaba algo desanimada y no me apetecía seguir la conversación así que di por finalizado el tema. Hacía ya unos cuantos meses que me sentía cada vez más distante de él.

Recuerdo que ese fin de semana mientras Noah trabajaba en el despacho que compartíamos en casa, yo revisé un poco del historial de Marcos en internet escabullida en la cocina, efectivamente tal como Sara dijo, todo está en la red.

Averigüé un poco más de lo que Sara me había contado. Su mujer había muerto en un accidente de coche, iba con su hija, que con solo cuatro años había sobrevivido al impacto. También leí que Marcos desde la muerte de su mujer se había convertido en alcohólico y frecuentaba lugares de mala reputación, sin contar un sinfín de amantes que habían desfilado por su lujoso apartamento en el centro de Madrid.

Aparentemente su madre se había hecho cargo de la fortuna familiar y de su hija mientras él se había ido a África, como corresponsal de guerra y reportero gráfico para una cadena multinacional de gran importancia.

Días después, volví a ver a Marcos. Nos encontramos en el lobby de la editorial, yo entraba y él salía. Marcos se acercó con esa mirada intensa que parecía acosarme incluso cuando cerraba los ojos y nos saludamos discretamente.

—Buenos días, Alexandra —dijo acercándose aún más.

—Buenos días, dígame Alex, por favor —dije intentando respirar con normalidad.

—Me gustaría conversar con usted sobre mi proyecto, sé qué le parece exagerado o banal publicitar memorias de lo que he visto en África, quizás por eso necesite su opinión, he oído que antes de escribir cuentos infantiles, también escribía novelas de distintos géneros, podría serme muy útil su opinión… —continuó acercándose aún más—. ¿Qué le parece si la espero en el restaurante Lafayette que está a unos metros de aquí, cerca de las 20 horas? —dijo de manera serena sin apartar la vista de mí.

—Tengo mucho trabajo hoy, señor Schweinsteiger —dije de manera automática.

—Marcos, dígame Marcos, por favor. La esperaré de todos modos, me gustaría que cenara conmigo —dijo él.

—Tengo que irme, Marcos, no le aseguro estar allí —dije, mientras me alejé dudando.

Subí al ascensor.

¿Qué demonios pasaba conmigo? ¿Por qué huía de él?

No me estaba invitando a una cita, me pedía consejo profesional. Yo soy una profesional, me dije cien veces al menos. Una profesional escapando como una adolescente de esa mirada condenadamente atractiva.

Decidí dejarlo al azar, dejaría de pensar en ello y a las 20 horas si estaba lista, me daría una vuelta por Lafayette.

Y así fue, a las 19:55 ya había terminado mi reunión con Sara y divagaba por el pasillo, debatiéndome con la idea de volver a estar cerca de Marcos, me generaba sensaciones indescriptibles con solo mirarle y me sentía terriblemente culpable con Noah, jamás había sentido esa atracción por él, aunque lo amara.

En el comienzo de nuestra relación y nuestros primeros dos años de casados habíamos experimentado atracción, claro, pasábamos horas besándonos y haciendo el amor de manera tierna y dulce, Noah era cariñoso y atento. Aun así ese instinto primitivo, esa atracción perturbadora, que sigo creyendo que pocas personas en la tierra pueden experimentar, entre nosotros jamás había existido.

Me convencí de ser capaz de mantener una cena profesional sin ninguna dificultad. Así que acudí a la cena, con un manojo de nervios en mi interior.

Entré en el restaurante y lo vi sentado en una de las mesas del fondo del salón, se puso de pie al verme y sonrió, también le devolví la sonrisa al sentarme.

—Gracias por venir, Alex, pensaba que terminaría cenando solo… —dijo él mientras llamaba al camarero.

—No tengo mucho tiempo, pero entiendo que la opinión de profesionales ajenos al proyecto pueda serle de ayuda; me ha pasado alguna vez —dije seriamente.

El camarero llegó interrumpiendo su contestación y dijo él:

—Tomaremos ensalada de garbanzos con sésamo y cebollino de primero, de segundo solomillo de buey con salsa arábica. Para mi agua, por favor, y para ella una copa de Rioja Gran Reserva, por favor.

El camarero asintió y se marchó.

—Espero que no le moleste que me haya tomado el atrevimiento de pedir por usted, este es mi restaurante preferido de la ciudad y le aseguro que todo lo que he pedido le gustará, es más, querrá probar más. —Esbozó esa media sonrisa que me dejaba paralizada y me tuve que obligar a mantener la mente fría.

—No hay problema. Podría comenzar comentándome en qué se basa su proyecto —dije intentando parecer profesional.

Marcos me contó que había estado en sitios donde la vida no valía un céntimo y se luchaba día a día por sobrevivir, las mujeres eran valores de cambio, no hay escuelas, ni hospitales y lo único que pueden verse son pequeñas ciudades derrumbadas, olvidadas de la mano de Dios. Comentó también que había hecho muchas fotografías que quisiera incluir en su libro, que le gustaría que fuese un trabajo serio y le atemorizaba que la mala publicidad lo convirtiera en cotilleo de hoy y olvido de mañana.

Yo lo miraba a los ojos y prestaba atención a cada una de sus palabras intentando descifrar quién era ese hombre, intentado encontrar las palabras adecuadas para expresarle mi opinión. Mientras relataba el camarero nos trajo el primer plato que acompañé con una copa de vino, que sabía exquisito, y luego el segundo, con el que tomé dos copas más de vino.

La gente comenzaba a irse y yo seguía allí con él, absorta en sus relatos, preguntándome una y otra vez por qué seguía pegada a esa silla.

De repente dejó de hablar, debía haber notado lo absorta que estaba en mis pensamientos, y entornó sus ojos hacia mí.

—¿Sabes por qué no paré el ascensor aquel día y te follé allí mismo? —dijo.

Yo no podía creer lo que había escuchado y el revuelo que había provocado en mí, mi estómago dio un vuelco y no precisamente por el vino. Estaba muda, inconscientemente mordí mi labio y él dijo:

—¿Sabes por qué no he intentado besarte hoy?… ¿Sabes por qué no te beso ahora que muerdes tu labio? Llevas un precioso anillo de oro, al que le has estado dando vueltas desde que te has sentado frente a mí —dijo y su rostro pareció volverse de piedra.

Logré recuperarme de aquella confesión, solté el labio dolorido de la presión de morderlo, observando mis manos, efectivamente no había parado de tocar mi anillo, como si ese hecho me mantuviera en contacto con el resto del mundo, como si ese pequeño objeto fuera mi cable a tierra… y dije:

—Estoy casada hace tres años, no tenía intención de que pensaras que estoy aquí por algo más que mi opinión profesional. Ya es tarde y debo marcharme a casa… —Me levanté y extendí mi mano para saludarle, estaba decidida a salir de allí, me sentía por un lado extremadamente alterada y por el otro muy excitada. Era como una leona encerrada a punto de rugir.

—Lo siento, Alex, déjame acompañarte hasta el coche —dijo levantándose, ignorando mi mano.

Esperé a que pagara la cuenta y salimos de allí. Fuera hacía frío, se ofreció a darme su abrigo y accedí porque mi cuerpo se estaba congelando.

—Gracias por el abrigo —dije sin poder mirarle a los ojos al llegar al coche minutos después.

Algo desilusionado lo tomó entre sus manos y en un segundo pegó su cuerpo contra el mío, que chocó suavemente con la puerta del coche. Inmovilizó por debajo de mi cintura mis brazos, acercó su rostro al mío y con los ojos cerrados suspiró muy cerca, tanto que pude sentir su cálida respiración.

—Eres preciosa, quiero follarte de una y mil maneras, que me digas que te gusta y me dejes sentirte, eres un imán para mí desde que te vi —dijo mientras yo seguía inmóvil.

Mi cuerpo se debatía entre dejarse llevar y detenerlo, antes de que pudiese decidirlo, su boca se acercó a la mía lentamente, para que en mi interior la batalla se perdiera por completo. Me dejé llevar, arrastrándome en ese beso que inundó cada célula de mi piel, agitando mi corazón y queriendo más. Suave, delicioso, dulce… prohibido.

Entonces mi móvil sonó, vibrando en mi bolsillo, volviéndome a la realidad.

Noah.

Aparté a Marcos poniendo distancia entre nosotros, abrí mi coche y subí rápidamente, sin cerrar la puerta. Él estaba de pie frente a mí, pero no quería mirarle, me sentía avergonzada y culpable, tremendamente culpable y exaltada.

—No puede ser, Marcos, agradezco tu brutal sinceridad. Espero que el proyecto salga tal como lo deseas —dije seriamente.

—Me dices adiós pero tu cuerpo me dijo otra cosa, Alex, no te despidas de mí, me verás por aquí al menos un tiempo más —dijo con su maldita media sonrisa.

—Tengo que irme, me esperan en casa —dije sin mirarle, cerré la puerta y aferrada al volante arranqué el coche. Todavía tenía mis labios entumecidos de su beso, los sentía latir.

Conduje hasta casa como una loca, debo haberme saltado unos cuantos stop, pero no fui consciente de ellos. Unos metros antes de llegar a casa, paré el coche, respiré profundo, intenté tranquilizarme y me dije en voz alta a mí misma:

—¡Para ya, Alex! Ha sido un beso y nada más, ¡no seas histérica!, podría haber sido peor.

Dios sabe que sí…

En casa, cuando Noah apareció por el salón le conté que había cenado con Sara, me disculpé por no llamarle y me excusé diciendo que tenía dolor de cabeza, de esa manera hui a la cama y, sobre todo, hui de Noah.

La mañana siguiente al despertar Noah estaba tumbado a mi lado mirándome y acariciando mi cabello.

—Has estado muy inquieta, creo que has tenido pesadillas, ¿estás bien, cariño? ¿Has discutido con Sara? —dijo él buscando en mis ojos la respuesta.

—Estoy bien, no hemos discutido, solo estoy algo estresada por la publicación del libro, es solo eso… —dije incorporándome.

—Este fin de semana tengo que viajar a Nueva York, me preocupa dejarte sola. ¿Por qué no me acompañas?… Sé que puede ser aburrido porque tendré muchas reuniones, pero puedes pasear y distraerte —dijo él, poniéndose de rodillas en la cama a mi lado.

Tomé su rostro entre mis manos y lo besé tiernamente, lo miré a los ojos y dije:

—Estaré bien. Tengo muchos detalles que concretar, cuando termine la publicación quizás podamos hacer un viaje juntos.

—Sería una idea espectacular —dijo poniéndose de pie—. Me voy, cariño, nos vemos a la noche. —Me dio un beso en la frente y salió.

Me pasé el día escuchado Los Beatles, habían sido el grupo preferido de mi padre y eran también el mío. Hablé con Sara por teléfono y todo parecía marchar sobre ruedas, el viernes teníamos una reunión para concretar la portada del libro.

Preparé para la cena un pollo asado con patatas y de postre hice tiramisú, sabía que a Noah le encantaba, últimamente estaba tan absorta en el libro, perdida en mi ordenador, que había olvidado cuánto me gustaba cocinar para él. Las cenas que compartíamos eran unas de las pocas actividades que hacíamos juntos por ese entonces. Necesitaba reanimar un poco nuestra relación de alguna manera.

Ese día en un esfuerzo por distraerme y quizás para exonerar un poco la culpa, que aparentemente ni en sueños se alejaba, decidí agasajarlo así. Me di una larga ducha, me puse un vestido muy corto azul que sabía que le encantaba, encendí velas por toda la casa, preparé la mesa y me senté a esperar. Estuve allí dos horas, hasta que el contestador de casa se activó con la voz de Noah:

—Cariño, lo siento… la reunión se ha hecho eterna, llegaré mucho más tarde.

No me tomé la molestia ni de atender la llamada, ni de contestarle luego, creo que supuso que estaba dormida ya. Con la ilusión hecha trizas, me puse el pijama, apagué las velas, acomodé la cocina y subí a mi cuarto.

Cuando Noah llegó yo aún estaba despierta, solo que no abrí mis ojos, lo escuché desvestirse y supe hasta cuándo se quedó profundamente dormido. Cuando llevas durmiendo tanto tiempo con una persona conoces su respiración al dormir.

Estaba amaneciendo cuando comencé a quedarme dormida, en mis sueños unos grandes ojos intensos me acechaban una y otra vez, mientras Marcos me decía:

—Tienes un hermoso anillo de oro…

Sonrisas

El viernes por la mañana salí temprano de casa, arreglé con Noah verle a las 19 horas para llevarle al aeropuerto. Yo amaba Nueva York, pero esta vez no tenía ganas de acompañarle, quería concentrarme en mi libro, estar sola todo el fin de semana y disfrutar de esa soledad. No podía decírselo, así que fingí mucho más trabajo del que tenía los días previos y me escabullí varias veces en el despacho, para estar básicamente sola.

Mientras tomaba un café en el área de descanso de la editorial esa misma mañana, mi cabeza planeaba un fin de semana de relajación, sales de baño, un buen vino y un poco de música. Tenía los ojos cerrados imaginando aquello, cuando sentí una fuerza arrolladora cerca de mí, abrí los ojos y allí estaba él. Marcos.

Olía realmente bien, fresco, a recién afeitado, una mezcla de maderas dulces. Me observaba con una amplia sonrisa, quizás la más grande que yo vi alguna vez en él. Sin dejar de mirarme dijo:

—Hola, Alex, buenos días, por las mañanas cada vez que te he visto sonríes como una niña pequeña imaginando un mundo de color… Tienes una hermosa sonrisa.

—Gracias —dije tratando de sonar natural, controlando mi respiración.

—Bueno, ya he bebido mi café… debo subir —dije mientras me levantaba.

—Espera… —Tomó suavemente mi mano—. Quiero saber si estos días has pensado en mí, tanto como yo en ti, si me dices que no… te prometo que no me verás más por aquí —dijo muy serio mirándome directo a los ojos.

Muriendo de vergüenza, una voz en mi interior susurró: Sí… sí. Claro que he pensado en ti.

La silencié llamando a la cordura, así que solté su mano con cuidado, mirando sus largos dedos, notando su suave piel y sintiendo cómo reaccionaba mi cuerpo ante ello, como si algo me doliera por soltarle…

Y me alejé de allí, sin mirar sus ojos, sin mirar atrás, sin preocuparme por las demás personas que a esa hora desayunaban allí.

No me importó si nos observaban, no me importó si alguien notaba lo que pasaba en mi interior, solo quise huir.

Estaba utilizando todas mis fuerzas por alejarme de ese torbellino de sensaciones, no quería exponerme a él, estaba claro que me sentía atraída y aparentemente él por mí. Pero no quería tenerle cerca, yo no quería cometer errores de los cuales alguien saliera herido.

Estaba intentando usar las herramientas que el doctor Álvarez me había proporcionado esa semana, ya que no pude evitar comentarle sobre Marcos, sobre mis sueños y sobre mi deseo de estar sola.

En principio me había escuchado atentamente sin pronunciar palabra, e hizo unas cuantas muecas ante algunos comentarios. Cuando por fin habló dijo:

—Alexandra, si bien nuestra mente es un todo y los hechos y sucesos que vivimos día a día están conectados entre sí, deberías intentar como ya hemos hablado en otras sesiones encasillar las situaciones y las sensaciones de cada una de ellas, en apartados; analizarlas y comenzar a trabajar sobre ello, primero de manera individual y luego de manera holística. Es decir, preguntarte por qué sientes la necesidad de pasar más tiempo sola, por qué es más cómodo para ti huir de aquellas cosas que suponen una presión, a enfrentarlas. Cuál es el tiempo que estás dispuesta a dedicar a tu matrimonio, cuánto estás dispuesta a invertir en ello y en contraposición cuánto es lo que pones en juego exponiéndote a una relación extramatrimonial. Sabes… —dijo muy serio—, yo no puedo contestar a esos interrogantes, no puedo ser yo el que te diga qué está bien y qué no. Debes trabajar en ello, sin agobiarte y recordar encasillar cada sensación para enfrentarte a ella paso a paso.

Asentí a cada una de sus reflexiones, e intenté trabajar en ello, y aun así, ese día había vuelto a huir, era incapaz de describir todo lo que sentía y estaba realmente exhausta. En ese entonces creo que no era realmente consciente, pero estaba luchando contra una marea, un gran océano de fuerza que iba a arrastrarme tarde o temprano.

Salí de la editorial sobre las 18, quedaba muy poco sol ya, empezaba a bajar la temperatura, mientras los árboles se teñían de un suave amarillo día tras día. Al llegar a mi coche, aparcado en la puerta de la editorial, sobre el parabrisas había un pequeño papel con una enorme sonrisa dibujada, detrás decía: Como no dijiste NO, este es mi móvil. 65456743. Llámame.

Inmediatamente supe de quién era, un truco bastante infantil pensé por un momento, hasta que recordé que cada vez que estaba con él yo era una adolescente de 16. Lo guardé en mi chaqueta, hecho una pequeña bolita, y fui a casa, intentando no pensar en ello.

Noah me esperaba listo en la puerta con su maleta en mano. Fuimos al aeropuerto, charlando sobre las reuniones a las que asistiría en Nueva York. Me dio un suave beso al bajar del coche y se despidió sonriente.

No pude evitar sentir ternura por él y esa sonrisa preciosa que me regalaba siempre y a la misma vez, sentí alivio.

Ya en casa, luego de ponerme mi pijama y comer medio tarro de helado de chocolate y nueces, haciendo zapping en la televisión pensé que como Sara tenía unos días libres y seguramente saliera de Madrid, debería llamar a Amanda, una vieja amiga de la universidad, para tomarnos algo. Ese fin de semana sería una ocasión perfecta, algo así como una noche de chicas. Hacía ya un mes que no la veía, después de su segundo hijo era difícil coincidir y quedar de vez en cuando.

Por la mañana, desperté bastante animada, fui a correr por el parque y luego volví a casa, preparé la bañera y me metí dentro sintiéndome aliviada, el agua caliente generaba un exquisito placer, comencé a la relajarme y dejé mi mente volar, lo único que me dijo fue: Marcos, Marcos… Marcos.

Me permití fantasear…

Sus manos recorriendo mi cuello y mis hombros, bajando lentamente por mis pechos, acelerando mi respiración, bajando lentamente, mientras suaves besos se posaban en mi boca… miles de sensaciones inundaban mi mente, se sentía muy bien.

Tanto que mi espalda resbaló un poco y cuando el agua entró en mi nariz la magia se esfumó de sopetón. ¡Adiós a la fantasía!

—¡Mierda! —dije entre dientes.

Salí de la bañera, convencida de que lo que necesitaba era una ducha de agua fría.

Margaritas

Quedé con Amanda en una cafetería no muy lejos de casa. Nos encontramos allí mismo y entre tartas dulces y café pasamos una tarde agradable.

Siempre había envidiado su hermoso cabello pelirrojo, era una mujer muy bella y habíamos hecho una buena dupla de jóvenes. Se había casado con Sebastián, otro compañero de la universidad, catedrático de literatura inglesa, llevaban juntos casi siete años.

Me contó que ser madre de dos niños pequeños era difícil. Dividirse en las tareas del hogar, el trabajo, un marido e hijos podía ser estresante. Amaba con locura su familia, aun así, era como toda mamá y se quejaba de no tener tiempo para ella de vez en cuando.

—Sabes, Alex, a veces recuerdo cuando todavía no nos casábamos y salíamos de fiesta. Podíamos ir a cualquier sitio, mi ropa no tenía ni babas, ni vómito de bebé, y podía follar con quien quisiera. ¿No extrañas esa época? —dijo ella algo triste.

—Extraño la independencia, sí. Pero no tengo en casa ni babas ni vómito —dije mientras reíamos.

—Siento mucho que tengas que oír mis quejas, ¿cómo vas con tu libro? ¿Lo han publicado ya? —preguntó ella cambiando de tema.

—Aún no. Pero espero que sea este mes, te avisaré para la firma de libros —dije guiñándole un ojo.

—¿Cómo estás con Noah? —me preguntó mirándome a los ojos—. Las últimas veces que nos hemos visto él no ha venido contigo y hoy pareces algo distraída… ¿Estás bien? Te conozco, Alex, algo te preocupa. —Amanda me conocía mejor que nadie.

—No, no. Estoy bien. Él está ahora en Nueva York, por trabajo —dije.

—¡Oh, Dios mío! ¿Crees que te engaña? Por eso estás así —dijo Amanda horrorizada.

—¡No! No… él no me engaña —dije enfatizando en él.

—Un momento, Alex… —tomando mi mano—. ¿Tú le engañas a él?

—No, tampoco… no lo sé —dije derrumbándome.

Le conté a Amanda de Marcos y ella escuchó atentamente, siempre había sido una buena amiga, atenta y fiel. Así que lo que a continuación me dijo no era menos de lo que esperaba.

—Sabes, a veces cuando me acuesto por la noche exhausta después de un día agotador entre la oficina, los niños, Sebastián, los pañales, la casa, la cena… Realmente deseo escaparme lejos, a una isla quizás y perderme entre los brazos de algún guapo surfista. Tomarme unos margaritas y relajarme al sol. Al otro día al despertar mis hijos me abrazan, Sebastián me besa y es otro día que no cambiaría, quizás después de todo eso solo quisiera regresar… Entonces es un viaje que decido no hacer, el billete sería demasiado caro. Y sé que tan solo en unas horas volvería a mi hogar —dijo y prosiguió—: No sé cuánto cuesta tu billete, lo que tienes que pensar es cuánto piensas gastar en él y cuánto tiempo estarás en esa isla.

—Pareces mi psicoanalista —dije frunciendo el ceño—. No sé qué hacer, Amanda, me siento cansada de luchar contra ello. Espero que no me juzgues, amiga… —dije con lágrimas en los ojos.

—Jamás lo haría —dijo ella, sonriendo—. ¡Ánimo! Ahora pidamos unos tragos y olvidemos todo.

Y así fue, tomamos unos margaritas mientras reíamos recordando viejas épocas, al menos tres cada una, no éramos conscientes de la hora hasta que Sebastián llamó a Amanda y notando su estado fue a la cafetería a recogerla. Se ofrecieron a llevarme, pero me negué rotundamente, daría un paseo y tomaría otro café, mi casa estaba cerca y había ido andando. Prometí llamarles en cuanto llegara a casa.

Salieron de allí y yo me propuse hacer lo mismo, me puse mi chaqueta y salí, hacía frío… así que, al meter mis manos en los bolsillos, la derecha se encontró una bola de fuego que quemaba en mis dedos y aceleraba mi corazón.

Extendí el arrugando papel y sin pensarlo, marqué el numero con mi móvil.

¡A la mierda todo!

—Hola —dijo él desde el otro lado.

—Hola… —solo pude decir.

—Alex… —dijo él alegrándose—. ¿Dónde estás?

—Cerca del centro, no quería irme a casa sola —dije con una risita estúpida y vergonzosa que obviamente delató mi estado.

—¿Estás bien? Voy por ti; envíame un mensaje con la dirección y espérame —dijo rápidamente y cortó.

Así que eso hice, creo que la mitad de las palabras estaban mal escritas, pero por alguna razón él apareció, lucía un aspecto informal, un suéter blanco y unos jeans, se veía realmente sexy, pero enojado o demasiado serio. Parecía impenetrable.

—¿Así que sales de fiesta sola? —dijo irónicamente.

—No, salí con una amiga, pero ya se ha ido.

—¿Por qué pareces tan enojado?… Eres demasiado serio —dije señalando su persona con mi dedo y riendo.

—No sabes cuánto. Y tú te vienes a mi casa, por un café… y una siesta ahora mismo —dijo señalándome él también.

Estaba cansada, somnolienta y evidentemente borracha, así que no opuse resistencia alguna, una parte de mí se moría de curiosidad por conocer su ático… Mi yo más interna sabía muy bien que se exponía a volver a besar esos tentadores labios otra vez.

Yo lo había llamado y sabía lo que eso significaba… así que nos fuimos a su apartamento.

Una y mil veces

No hablamos durante el camino, estaba algo dormida y él estaba muy concentrado conduciendo. Llegamos a un enorme edificio, no muy lejos de la cafetería, aparcó en el parking subterráneo, se bajó con rapidez y abrió la puerta ayudándome a bajar.

Entramos en el ascensor y no pude evitar recordar sus palabras.

—Veo que se sonroja, señora Stefan —dijo él haciendo una mueca.

—Oh… —dije avergonzada agitando mis pestañas.

Por fin las puertas se abrieron y entramos en un hermoso apartamento con una perfecta combinación de negro y blanco, lujoso e impecable como él.

—Adelante, Alex, iré a hacer café, ponte cómoda —dijo mirándome directo a los ojos evaluando mi estado—. Déjame ayudarte con el abrigo… —dijo y con sus suaves manos recorrió mis brazos para quitármelo.

—Sí, claro —contesté y comencé a recorrer el amplio salón.

Una chimenea encendida hacia el final de la sala daba una tenue luz reconfortante, amplios sillones a su alrededor daban una sensación de calidez, observé en una repisa algunas fotos, intentando enfocar la vista en ellas vi que algunas eran de él en distintos lugares de África y en otras aparecía con su hija. No pude evitar fijarme que, en una de ellas, además de él y su hija una mujer rubia y con una gran sonrisa, similar a la de la niña, los abrazaba por detrás.

Inmediatamente supe que era su esposa, y eso me recordó como una avalancha de hielo que debía salir de allí. Aquello era un error, había dado un paso, pero ahora quería retroceder.

Tomé mi bolso, mi abrigo y me encaminé hacia el ascensor… no pensé dónde ir, solo quería salir de allí.

Antes de poder subirme al ascensor Marcos se interpuso y me sujetó las manos. Mirándome a los ojos, dijo:

—Alex, no. No te vayas. Prometo que entre tú y yo no pasará nada que tú no quieras.

—Tengo que irme, ha sido una locura venir aquí, Marcos, ¡una locura! —dije casi gritando.

Notó mi desesperación y mi lucha interna, así que solo me abrazó, de manera tierna y paternal.

—Toma un café, espera a sentirte mejor y luego te marchas. Prometo dejarte ir, yo mismo te llevaré, en cuanto esté seguro de que te encuentras bien —dijo en mi oído, sin soltarme.

Me alejé un poco intentando recuperarme y dije:

—Está bien.

Caminamos hacia uno de los sillones, me ofreció una taza de café que con gusto bebí a sorbitos. No podía dejar de pensar en que ese adonis perfecto que me miraba intensamente estaba preocupado por mí y dándole vueltas en mi cabeza, solté una risita animándome un poco.

—Veo que el café te sienta bien. Eso o tengo pinta de payaso —dijo sonriendo él también.

—Es que a veces pareces muy serio, como una roca. Impenetrable. Y otras veces, pareces despreocupado y desenfadado. Juvenil… —dije intentando pronunciar bien cada palabra.

—No me gusta ser predecible —dijo dejando su café sobre la mesa.

—Me siento mejor, gracias por el café y por preocuparte por mí, hacía mucho tiempo que no bebía algunas copas de más. Siento si esto te ha afectado de alguna manera… —dije, algo incomoda, recordando que estaba con un exalcohólico.

—Está superado —dijo muy serio.

Me levanté rápidamente del sillón buscando mi bolso, quizás muy deprisa y me mareé. Me sujeté al sillón y Marcos levantándose, me tomó en sus brazos como a una niña pequeña. De repente me sentí flotar y no podía articular palabra.

—Digas lo que digas, así no te irás, Alex, te dejaré dormir en mi cuarto al menos un rato. Relájate, cariño… —dijo cerca de mi oído.

Y lo hice, medio dormida y aún mareada, sentí que sus suaves brazos me abandonaban en la cama, me arropó y sentí el perfume de sus sábanas. Un aroma embriagador a él me cubría y sintiendo esa plenitud me dejé arrastrar hacia mis sueños.

Desperté horas más tarde sintiéndome muy bien, como si hubiese descansado mucho tiempo. Estaba estirándome cuando recordé dónde estaba. Salté automáticamente de la cama. ¡Maldición, maldición!

Intenté no hacer ruido, aunque al saltar me di en un pie con la esquina de la amplia cama, recogí mis zapatos, mi bolso y la chaqueta que estaban junto a la cama. Y salí sigilosamente. Un largo pasillo parecía terminar en el salón así que me dirigí hacia allí, al llegar, Marcos tomaba un café con el periódico en la mano, me miró y sonriendo dijo:

—Deberías dejar de escapar. O al menos de intentarlo. El baño está a tu izquierda, no tardes, tienes el desayuno aquí —dijo ordenando.

Puse los ojos en blanco y entré al baño, lavé mi cara y sujeté mi cabello alborotado con una pinza que llevaba en el bolso, me puse maquillaje para disimular la cara de resaca, enjuagué mis dientes y salí, acercándome sigilosamente hacia él: el coronel Schweinsteiger.

—Buenos días, Alex, María mi asistente ha preparado para ti el desayuno, como no sé qué tomas, he pedido que prepare varias opciones, tienes huevos revueltos, tostadas, fruta, yogur, croissants, café y té.

Algo avergonzada por mis escenitas de la noche anterior, me senté y tomé un poco de fruta.

—Tú y tu asistente madrugan mucho. Siento las molestias…

—No te preocupes, yo duermo muy poco, y María viene muy pronto por las mañanas —dijo él apartando el periódico—. Quisiera enseñarte algunas fotografías, me gustaría tu opinión sobre la inclusión de ellas en el libro.

—Solo porque has preparado el desayuno —dije animada guiñándole un ojo.

Esperó a que terminara mi bol de frutas y luego me guio hacia su despacho. Era una situación algo rara, había mucha tensión entre nosotros y no puedo describir la gran batalla que se estaba librando en mi interior, tenía que luchar, ¡sí!, pero sabía también que rendirse sería una experiencia dulce y abrasadora.

Tenía un despacho precioso, ¡¿como si algo en esa casa no lo fuera?!, era pequeño, pero los muebles caoba le daban una profundidad acogedora. Me mostró algunas de sus fotografías mientras estábamos de pie junto al escritorio, pude sentir que estaba muy cerca de mí y en ocasiones me percaté de su respiración cerca de mi oído. Yo le preguntaba sobre ellas y él me decía dónde las había tomado y en qué año.

Me sentía a gusto, él era un hombre inteligente, culto y su voz sonaba como una suave melodía para mí.

Su mano rozó mi hombro mientras hablábamos y sentí que mi piel reaccionaba, un calor enorme invadió mi mente y mi cuerpo con ese sutil gesto, me despedí de mis valores y mi cordura para siempre, giré sobre mis talones para encontrarme con su rostro algo sorprendido quizás. Y dije en un susurro:

—Bésame.

Tomó mi rostro con sus manos y lentamente se acercó a mi boca sin dejar de mirar mis ojos suplicantes, su calor se llevó lo poco que había de mí y desató un fuerte desenfreno de ansiedad. Su beso consumía lentamente… y exigía más y más…

Sin decir palabras me levantó como la noche anterior y me condujo a su habitación, cuidadosamente me depositó en la cama y sonrió.

Le devolví una sonrisa, quizás más tímida y nos ensalzamos en una danza donde éramos todo besos, manos, caricias y gemidos.

Sus manos recorriendo mi cuerpo me sumergían en un delirio de placer, comencé a desabrochar su camisa en un intento desesperado por sentir su piel, tenía un cuerpo precioso. El peso de su cuerpo contra el mío me excitaba y quería más.

Levantó mis brazos y quitó mi blusa, rápidamente se deshizo también del sujetador, tomando mis pechos con sus manos, un largo suspiro se escapó entre mis dientes, comenzó a besarlos lentamente primero uno y luego el otro… y esa tortura me excitó aún más. ¡Mucho más!

—Quiero sentirte dentro de mí —me escuché decir, totalmente fuera de mí.

—Sí, cariño, también estoy ansioso… —dijo él algo agitado.

Bajó mis pantalones con cuidado, quitó mis bragas y miró mi cuerpo completamente desnudo sonriendo lascivamente. Avergonzada me levanté sobre él y quedó bajo mis piernas, sorprendido. Logré entre besos y gemidos bajar sus pantalones y su bóxer, estaba realmente listo y preparado, duro y fuerte. Verle desnudo y poder acariciarle fue todo un elixir.

Me sentía fuera de mí y a la misma vez más viva que nunca, sus manos eran suaves y reclamaban a su paso encendiendo cada parte de mi ser.

Como aún estaba sobre él, con sus manos guio su miembro a mi interior y lentamente fui bajando para sentirlo dentro, eso era la gloria, saboreé la situación lentamente.

—Eres hermosa… quiero sentirte explotar —dijo Marcos en mi oído.

Comencé a mover mis caderas urgentemente, disfrutando de cada sensación, dejándome arrastrar por la marea. Él jugaba con mis pechos y miraba mis ojos diciéndome lo bella que era y cuánto lo excitaba.

Con todas esas sensaciones no tuve más que dejarme llevar y llegué al clímax con un gran gemido, mientras sentía que él llenaba mi interior terminando también…

Desfallecí de placer sobre su pecho intentando recuperar mi respiración, sintiendo su corazón agitado también. Me abrazó, besando mi cabello y nos quedamos allí unos minutos sin decir nada. Mudos.

Temía que si decía algo la magia se rompería y volvería a la realidad. Había cruzado la línea y lo trágico es que me había gustado. ¡Mucho!

—No quiero que el olor de tu piel desaparezca de mis sábanas, eres increíble, Alex… ¿qué te parece si nos damos un baño juntos? —dijo.

—Sí, claro, será mejor que nos refresquemos —dije riendo.

Me levanté despacio tirando conmigo las sábanas, logré envolverme en ellas mientras él reía mirándome.

—No puedo creer que una mujer como tú se avergüence tanto —dijo.

—No es vergüenza, es… es… Yo que sé, ¿vamos o no? —dije poniendo mis brazos en la cintura.

—Eres excepcional —dijo saltando de la cama, totalmente desnudo. Un poco de sudor cubría su cuerpo y se veía increíblemente sexy, yo no podía apartar la vista de él.

Cuando entrábamos al cuarto de baño, sentí mi móvil sonar en el salón.

Algo se hizo trizas dentro de mí.

Nos miramos a los ojos, quizás los míos expresando un enorme terror, tomó mi mano y besándola dijo:

—Tómate tu tiempo, te esperaré en la bañera.

Caminé rápidamente hacia el bolso y saqué el móvil. Era Noah. Suspiré y atendí.

—Cariño, ¿estás bien? He llamado al menos diez veces a casa. Alex, ¿dónde demonios estás? —sonaba realmente alterado.

—Lo siento, debí avisarte. He estado con Amanda, me he quedado a dormir en su casa, anoche salimos y como estuvimos bebiendo no quise conducir a casa. Recién me despierto, ¿qué hora es en Nueva York? —pregunté intentando parecer confusa.

—No lo sé. He estado en vela esperando por ti —dijo muy afectado.

—Lo siento, Noah, lo siento. ¿Ya sabes la hora de tu vuelo? Te he extrañado… —dije susurrando. Estaba mintiendo y odiándome a la misma vez, pero sabía que se le pasaría el enojo.

—Ha habido cambio de planes, llegaré el miércoles por la mañana, te avisaré para que vayas al aeropuerto por mí. Pero Alex… ¡atiende el puto teléfono de vez en cuando! —dijo.

Estaba enojado, pero sabía que se le pasaría pronto, ese era mi Noah. Y yo no era más que una adúltera en la casa de un desconocido mintiendo a mi marido.

Una lágrima rodó por mi mejilla de solo pensarlo y dije:

—Estaré allí, lo prometo. Te llamaré más tarde.

Tomé una bocanada de aire y continué:

—Amanda me necesita en la cocina. Luego hablamos, cielo.

Corté con él, guardé el móvil en el bolso nuevamente. Y recogiendo un poco las sábanas para no caerme caminé hacia el cuarto de baño.

Al entrar la imagen impactante de Marcos dentro de la enorme bañera, desnudo y relajándose en ella, quizás permanezca en mi retina grabada por el resto de mi existencia.

Me miró con cara de tristeza y dijo:

—Hey… ¿estás bien?

—No lo sé —dije sentándome en la esquina de la bañera.

—¿Quieres huir de nuevo? —dijo mirándome intensamente a los ojos.

—No lo sé… —volví a decir, con la mirada ausente.

—Ven, entra un momento, podrás relajarte y mantendré mis manos quietas si quieres —dijo ofreciéndome su mano para entrar.

La habitación se cargó de energía una vez más cuando me puse de pie y dejé caer la sábana, encontrándome desnuda frente a él. Tomé su mano y me senté lentamente delante de él.

Dejé que el agua relajara lentamente mi cuerpo, me apoyé sobre su pecho dejando mi mente clausurada nuevamente, sintiendo solo ese momento.

Otra vez mudos. Como si no quisiéramos romper el momento, permanecimos unos minutos, dejándonos llevar.

Esa vez fui yo quien habló primero.

—Estaré sola hasta el miércoles —dije.

No necesitaba decir más y tampoco quería hacerlo.

—Es bueno saberlo… —dijo acariciando mi cuello—. Sé que dije que tendría mis manos quietas, pero no imaginas lo difícil que es teniéndote aquí. Ya te lo dije, Alex…

Acercándose a mi oído dijo:

—Quiero follarte de una y mil maneras.

Giré para acercarme más a su rostro y contesté:

—Quedan mil.

Cayendo

Minutos después, mientras nos acariciábamos suavemente en la bañera, recordé que le había dicho a Amanda que la llamaría al llegar a casa. Me levanté rápidamente maldiciendo por lo bajo, mientras Marcos me miraba extrañado.

—¿Es una táctica relámpago para huir? —dijo entornando las cejas.

—No, no. Le dije a Amanda, la amiga con la que salí ayer, que la llamaría anoche. Son casi las 10 de la mañana, estará preocupada… o quizás no tanto… —dije frunciendo el ceño, mientras me secaba rápidamente sin pensar en mis palabras.

—¿Tu amiga sabe de mí? ¿Has cotilleado sobre mí? —me dijo riendo.

—No y no seas cotilla tú —dije, saliendo del cuarto de baño para no reírme.

Entré a la habitación apreciando un poco más el ambiente: una enorme cama de sábanas blancas y mantas verdes de seda adornaban casi toda la habitación, aquello estaba impecable, casi todo allí era blanco y acogedor. Cuando estaba terminando de cambiarme Marcos apareció en la puerta, una toalla le cubría desde la cintura hasta las rodillas.

¡Era un maldito adonis! ¡Maldito y sexy!

Algunas gotas recorrían su torso, bajaban lentamente y desaparecían en la toalla atada a su cintura… no podía apartar la vista de aquel hombre.

—¿Puedo ayudarle en algo, señora? —dijo Marcos mientras se reía de mí.

Cerré mi boca ruborizándome y comencé a cambiarme intentando pensar en lo que le diría a Amanda. No podía mentirle a mi mejor amiga. Pero no estaba dispuesta a contarle todavía lo que había pasado hacía apenas unas horas.

Marcos me sacó de mis pensamientos con una mirada sensual y una sonrisa de lado, se acercó a mí y susurró:

—Me gusta más cuando te quito la ropa.

—Tengo que irme. Necesito volver a casa —dije. Me sentía bien, muy bien y tenía miedo… y quería más. Aunque no debía.

Mi montaña rusa personal instalada en mi cabeza no paraba ni un segundo. Creo que él se dio cuenta y cuando estuve lista tomó mis manos acercándose lentamente, sin dejar de mirar la profundidad de mis ojos, buscando en ellos arrepentimiento y culpa, aquello que intentaba retener en el fondo de mi corazón y dijo rompiendo el silencio:

—¿Por qué no cenamos esta noche?

Esos hermosos ojos grises me miraban con entusiasmo y no pude resistirme así que acepté.

En cuanto lo hice leyó en mis ojos el entusiasmo también y se acercó lentamente a mi boca depositando un beso lento, buscando espacio, reclamando. Dejándome claro que aquello solo era el principio…

Besarle era realmente un placer. A veces suave, a veces rudo.

Pasaría por mí a las 21 horas. Prometió llevarme a un sitio tranquilo donde nadie nos conocería. Esperé a que también se cambiara… llevaba unos pantalones blancos que le sentaban de maravilla, como todo en esa especie de sex symbol, camiseta negra y abrigo de cuero negro. Si vestido así no caía rendida a él y arrastrada a ese juego de toma y quita establecido implícitamente entre nosotros, ya no sabía qué sucedería.

Pasamos por la cocina, tomamos un café rápido charlando cosas sin sentido y me llevó a casa. El camino fue tranquilo. Siguió todas mis indicaciones y en quince minutos estuvimos en la puerta de mi casa.

Mi estado de ánimo fue bajando a medida que veía aparecer en el horizonte la puerta de mi casa. Se me iba congelando el alma minuto a minuto.

—Ya estamos aquí. Tienes una casa preciosa.

—Gracias, son años de cuidados —respondí y no estuve segura del todo si seguía refiriéndome a mi casa.

—Nos vemos más tarde, tengo que bajar o los vecinos empezaran a mirar… —dije algo preocupada.

—Estaré aquí a las 21, princesa —dijo sonriendo mientras descaradamente me lanzaba un beso.

Avergonzada y riendo como una idiota entré a casa, sintiendo que el corazón iba a saltar de mi pecho. Al cerrar la puerta, el vacío inundó mi corazón.