La verdad de tu mirada - Natalia Lorca - E-Book

La verdad de tu mirada E-Book

Natalia Lorca

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-Segunda parte de la Bilogía Ámame- Las consecuencias de romper la omertá han convertido a Lara en Emily y su vida se ha esfumado de la noche a la mañana. Pero, estar bajo la protección del FBI y sobre todo, bajo la atenta mirada de Tom, ha sido un bálsamo. La atracción entre ellos no hace más que crecer y crecer, llenándolo todo. Aunque en el fondo, Lara sabe que aún hay quien quiere hacerle daño. Los peligros siguen ahí fuera. Para Michael estar exiliado en Catania no ha sido la panacea, pero, su misión sigue siendo la de proteger a su familia a costa de todo y todos. El destino se empeña en unirlos una vez más. ¿Pero estos designios serán suficiente? Descubre el desenlace de esta apasionante bilogía, Lara todavía tiene mucho que conocer… de Tom, de Michael, pero, sobre todo, de ella misma.

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Natalia Lorca

LA VERDAD DE TU MIRADA

Bilogía Ámame SEGUNDA parte

© Natalia Lorca

© Kamadeva Editorial, septiembre 2022

ISBNpapel : 979-88-492682-9-3 ISBN ePub: 978-84-124240-2-7

www.kamadevaeditorial.com

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

«El alma que hablar puede por los ojos, también puede besar con la mirada».

Gustavo Adolfo Bécquer

Índice

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DECISEIS

EPÍLOGO

AGRADECIMIENTOS

SOBRE LA AUTORA

CAPÍTULO UNO

Michael sujetaba mi cuello sin ejercer presión y me besaba intensamente mientras mis manos recorrían su espalda, su beso era apasionado, como siempre, sus finos labios reconocían a los míos y nuestras lenguas danzaban expertas.

Lo deseaba.

Nuestro beso se convirtió en urgencia y ambos necesitábamos más. Sus manos se alejaron de mi cuello para mirarnos. Entonces su mirada se endureció. De repente algo cambió y ya no sentí deseo por él, sino ira, quería abofetearlo, pero su mano sobre mi muñeca evitó mi arrebato de violencia.

Entonces algo me alejó de allí.

Un sofoco me asaltó y oí:

—Lara... — la voz de Tom, al otro lado de la puerta.

Mis sentidos se aguzaron, despertando y volviendo lentamente, poco a poco, a la realidad.

—Lara, despierta... —volvió a decir dando dos suaves golpes en la puerta.

Él era mi despertador cada mañana.

—Bajo en un momento —contesté removiéndome y con la voz algo ronca.

Me resistía a abandonar la placentera cama a pesar de los desafortunados sueños recurrentes, los días de calma me habían ayudado con la ansiedad, al menos a ratos, las rutinas establecidas controlaban mis nervios y mis fantasmas. Tom preparaba el desayuno cada mañana y yo la comida.

Dábamos paseos por el bosque donde aprovechaba para tomar algunas fotografías, a veces del paisaje, a veces de él, mi supuesta profesión me mantenía ocupada. La cámara profesional que él me había regalado sacaba muy buenas fotos, así que, poco a poco, me había convertido en autodidacta con ella.

Desde luego Tom era un modelo fantástico, no le hacía mucha gracia, pero tenía un atractivo natural, era como si pudiese ver a través de él... Confieso que me dejaba divertirme a su costa sacándole muchas fotos, obligándole a posar, haciéndole reír.... era un juego de niños para nosotros. A veces me arrebataba la cámara para hacerme miles de fotos en un solo disparo, para, por supuesto, devolverme el favor.

Algunas noches, después de cenar, aprovechando la calidez de las noches de verano, Tom y yo nos sentábamos en la hamaca del porche y me oía leer poemas de Emily Dickinson.

Otras veces mirábamos películas, Tom prefería las de terror y con tal de no ver una película romántica soporté varias espeluznantes escenas, que, por suerte, no contribuyeron a mis pesadillas... con mi propia historia de terror, poco ya me podía espantar. Juntos bebíamos cerveza a morro, reíamos como adolescentes, oíamos a John Denver o Kenny Rogers, que retumbaban por todas las paredes, algunas veces salíamos a pasear por el pueblo. Parábamos en Mirkos a comer pizza hasta hincharnos y, ocasionalmente, Tom cogía mi mano... a mí me parecía de lo más natural, me sentía cómoda con el contacto de sus suaves dedos, comenzaba a ser una rutina con la que estaba a gusto.

En sociedad era el único momento en que me decía Emily, en la intimidad de la cabaña volvía a ser Lara. A pesar de las circunstancias, mi nombre sonaba tan bonito en sus labios que nunca dije nada, quería que se sintiera cómodo conmigo, tanto como yo con él. Después de todo estaba allí conmigo, y en ese entonces me parecía que era la única persona que me conocía en realidad, a veces incluso más que yo misma.

En la cabaña de Nevada City, Tom y yo habíamos formado un buen equipo, hacía algo más de un mes que estábamos allí y su hombro había mejorado tanto como mi humor. Agradecía al cielo, a los Dioses y al universo entero por tenerle a mi lado, Tom era comprensivo, sabía darme mi espacio y mi tiempo, sabía coger con paciencia los hilos de mi deshilachado vivir, para sujetarme lentamente.

Pero no dejaba de pensar que era injusto y egoísta no mencionarle que retomara su trabajo, aunque quedarse allí era parte de ello también. No hacía falta que me dijera que aspiraba profesionalmente a mucho más, yo ya lo sabía, y no podía ser mi niñero para siempre, tenía una vida... él sí la tenía.

A cada insistencia mía, se limitó a regalarme una sonrisa franca, transmitiéndome con ella seguridad.

Era tan obstinado como yo.

***

Después de desayunar fuimos al mercado Bonanza y aparcamos la furgoneta justo enfrente, se notaba más concurrido de lo normal. Mientras avanzábamos por los pasillos del recinto, Tom me explicó que en verano pasaban muchos turistas por allí de paso al lago Tahoe.

Cerré un momento los ojos,

Tomar sol, relajarme en alguna tumbona junto al lago...

—Demasiada gente —murmuró cerca de mí, adivinando mis pensamientos.

Los abrí de nuevo.

Tenía razón, apenas habían pasado unas cuantas semanas, no sabíamos cómo seguían las cosas en Nueva York, teníamos desconexión total, ese era el trato. Hasta al menos 3 meses más, donde Tom estaba obligado, bajo un estricto protocolo de seguridad, a presentarse ante el juez.

Simplemente asentí ante su mirada atenta y leyó en mis ojos el desasosiego por unos instantes.

Avanzó un par de pasos por el pasillo, llevando la cesta de la compra entre sus hermosas manos y luego giró con su encantadora sonrisa pícara.

— Aunque si lo que te apetece es un baño... se me ocurre dónde ir.

Sonreí victoriosa.

—Pero... será sorpresa —dijo perverso, levantando una ceja, para luego seguir andando. Su rostro afable dispuesto a entretenerme estremecía mi cuerpo, podía sentir literalmente un hormigueo bajando por mi vientre hasta casi llegar a mis rodillas.

Mordí mi labio inferior, ansiosa por cambiar un poco de aire, por pasármelo bien a su lado, a pesar de mis circunstancias y por más actividades que mantuvieran mis pensamientos a raya. Necesitaba todo menos pensar, y Tom se estaba convirtiendo en un perfecto proveedor.

Le seguí animada y dos días después nos subimos con un par de maletas ligeras a la furgoneta camino a una nueva aventura.

Después de unas tres horas hacía el norte, llegamos a Canyon Dam una zona boscosa frente al lago Almanor. Una cabaña pequeña se alzó sobre nosotros nada más aparcar a varios kilómetros de la carretera principal.

Miré a Tom incrédula.

—Es la casa de mi padre, se mudó aquí cuando me fui a Chicago, lleva varios años retirado de la policía —contestó sonriendo, y rápidamente bajó para coger nuestras mochilas—. Le gusta la pesca... y es lo que él llama «un lobo solitario».

Resopló después de aquella confesión.

Vaya... Un lobo...

Me bajé contemplando la naturaleza avasalladora y hermosa que nos rodeaba, el sonido de las aves... los rayos de sol sobre mi piel, cogí todo el aire que pude y cerré un momento los ojos mientras exhalaba.

El ruido de una puerta rompió mi ensoñación. Un hombre tan alto como Tom y de rostro afable salía a nuestro encuentro.

—Tom, hijo... —murmuró el hombre mientras se abrazaban.

—Papá... —contestó en su abrazo y luego se acercó a mí—. Ella es Emily...

—Encantada, señor Stokes. —Extendí mi mano.

—William, llámame, William, o me sentiré demasiado viejo... —contestó, estrechando mi mano y mis dedos de manera paternal, riendo.

Definitivamente la sonrisa sincera y franca de Tom le venía de su padre.

Sonreí también y juntos entramos los tres. La cabaña era sencilla, pero acogedora. Olía a hierba recién cortada, a madera y también a café. Tenía una cocina antigua y dos hamacas frente a la chimenea...

En la planta superior Tom dejó mi mochila en una habitación amplia con una cama doble y baño.

—Espero que estes cómoda aquí —dijo, dejando los trastos en el suelo—. El cuarto de mi padre es el de enfrente... y yo dormiré abajo.

Observé un momento la habitación.

—Gracias, Tom —susurré bajito para luego preguntar;

—¿Tú...?

—Sofá... —contestó ya de salida.

Bajé nada más ponerme el bañador debajo de un corto vestido, hacía calor y ansiaba poder acercarme al agua cuanto antes, pero debía de decirle antes a Tom que podía dormir yo en el sofá, al menos algunas noches, no me parecía justo y no quería ser mezquina con él.

Al pie de las escaleras, sobre un pequeño mueble, vi una foto de Tom de pequeño, con unos siete u ocho años, sostenía una caña de pescar en la mano frente a un lago, sonriente, descalzo y con una gorra de Los Angeles Chargers.

Sonreí sosteniendo el portarretrato en mis manos, mientras, a lo lejos oía una conversación indistinta de Tom y William, un poco más atrás, otro portarretrato; una mujer joven sostenía a un pequeño bebé que creí reconocer, probablemente era Tom. Cuando dejaba el objeto nuevamente sobre el mueble, una bola de cristal con la ciudad de Nueva York paralizó mi corazón... el pequeño objeto brillaba y relucía bajo mis dedos que lo acariciaron.

Por un minuto mi mente viajó al Empire State Building... y Michael estaba a mi lado... solos él y yo en la cima.

Un escalofrío atravesó mi cuerpo y dejé de respirar.

Simplemente, el aire dejó de entrar a mis pulmones.

Los malditos recuerdos. Mi maldita ansiedad.

Aquello se vio interrumpido por la voz de William llamándome a lo lejos... o eso me pareció a mí, aunque estaba de pie justo a mi lado.

Le miré un momento ausente, intentando recomponerme, tomando una bocanada de aire.

—Fue un regalo de Tom... —sonrió levemente mirándome directamente a los ojos... pacientemente, esperando que volviera con mi mente a ese momento. —Me lo envió cuando lo destinaron a Nueva York.

—Es preciosa... —articulé, en parte avergonzada, devolviendo la bola a su sitio.

—Yo no soy de ciudad... —dijo elevando sus hombros—, me gusta esta paz, ¿sabes?

—Es un sitio fantástico... gracias por recibirme.

—Me encantan las visitas... últimamente Tom no venía mucho, así que para celebrarlo... —Cogió mi mano para que le acompañara animadamente— nos vamos a pescar algo para cenar esta noche.

Fuera nos esperaba Tom cargando el material y las cañas de pescar en la furgoneta.

Nos observó un momento, subimos al vehículo y muy poco después, ya en la orilla del enorme lago, embarcamos en una lancha amplia de color rojo con techo blanco y de nombre Marie.

Aproveché para quitarme el vestido mientras William conducía la embarcación lago adentro.

Tom se quitó la camiseta y no pude dejar de observar su pecho, su abdomen plano, la fuerza de sus brazos y hombros... y en medio de ese deleite, me vi asaltada por la mirada de sus profundos ojos sobre los míos, sonreímos levemente mientras nos observábamos, él tampoco había dejado de mirarme de arriba abajo... claramente habíamos pasado del soslayo a la mirada devoradora con la misma rapidez con la que la embarcación se abría paso en el agua.

Volviendo a la realidad dije:

—Me gusta el nombre, Marie...

—Era el nombre de mi esposa —contestó William sin mirar atrás.

Observé a Tom, que cambió su expresión rápidamente, ignorándome comenzó a preparar las cañas.

Vale... tema complicado. Entendido.

Nos dimos un refrescante chapuzón mientras William puso en fila, sobre un lado de la lancha, las cañas listas para coger algún apetitoso pez. Tom salpicaba mi rostro a ratos, buscándome las cosquillas para poder jugar, ofuscada y alegre a la vez tiré de uno de sus pies hacía abajo, pero el grandullón, con mucha más fuerza que yo, terminó por hundirme a mí.

Nos divertíamos como adolescentes en el lago, que me parecía un inmenso mar como sus profundos ojos verdes.

Hasta podíamos oír la risa de William desde la embarcación... nos lo pasamos realmente bien, hacía mucho tiempo que mis carcajadas no eran tan sonoras y despreocupadas, me parecía que había pasado un siglo desde la última vez que había reído así.

Cuando comenzaba a atardecer, volvimos a la cabaña, teníamos suficiente pescado como para una copiosa cena.

Al llegar allí, antes de subir, no pude evitar mirar hacía la bola, deseaba con todas mis fuerzas no arruinar un día grandioso, pero todos mis músculos se contraían con solo mirar sesgadamente hacía todo lo que podía recordarme a Michael: Chicago, Nueva York, Bali, la pasta con boloñesa, los artículos de lujo, el whisky, la música clásica, las corbatas y un sinfín de detalles relacionados con mi antigua yo.

Me di una ducha rápida para poder bajar cuanto antes, ayudar con la cena y alejar fantasmas.

Miré mi reflejo un momento en el espejo de pie frente a la cama. Dejé caer la toalla que cubría mi cuerpo todavía húmedo, tenía algo colorados mis hombros y las mejillas por el sol.

Mi cabello largo, más de lo que nunca lo había tenido, sobrepasaba mis hombros tanto que casi podía cubrir mis pechos con él, seguía siendo tan rebelde como siempre, examinando un poco más me di cuenta de que, aunque había adelgazado algunos kilos, me sentía en buena forma. La cicatriz a un lado de mi vientre cada vez se notaba menos, pero sin duda estaba allí, pasé mis dedos muy suavemente por ella, volviendo a recordar.

Recordándolo todo.

Lo odiaba y, aun así, estaba completamente segura de que yo era verdugo y víctima de nuestra situación.

Sí, odiaba a Michael y lo deseaba también. Lo deseaba con cada fibra de mi alma y era una verdad absoluta también.

Pero estaba decidida a arrancarlo de mí, demasiado daño nos habíamos hecho ya.

Necesitaba extirparlo...

***

Unos ligeros golpes en la puerta me devolvieron al presente.

Me cubrí rápidamente con la bata y abrí un poco.

Tom se apoyaba en el rellano, recién duchado y oliendo como una ambrosía que se debía devorar, me enseñó un bote de aloe vera en gel, luego dijo:

—Pensé que lo necesitarías...

Le miré incrédula, intentando mantener la respiración.

Porque...

También le deseaba a él.

Cada vez más.

—Para los hombros...

—Oh, sí... sí —contesté recomponiéndome.

Abrí más la puerta y cogí de sus manos el bote.

—He pensado que podría dormir esta noche en el sofá... no me parece justo...

Me interrumpió rápidamente.

—No te preocupes... no me importa, veré algún programa cutre hasta dormirme, así que tranquila.

— En serio, no me importaría... —insistí.

— Lara... tú descansa —contestó rotundo acercándose un poco, solo un poco más, pero lo suficiente como para que mis fosas nasales se llenaran de él.

Asentí.

—No te importa que le haya dicho a mi padre que te llamas Emily, ¿verdad?

—Claro que no, tienes que protegerle. Está bien por mí.

Sonrió y sonreí también.

Y ese silencio arrollador, con nuestras miradas penetrándonos, solo se rompió con la voz de William desde la escalera llamándonos a cenar.

—Tengo que cambiarme... —murmuré avergonzada.

—Sí... sí, te veo abajo.

Cerré la puerta cuando él avanzaba por el pasillo mirándome, caminando de espaldas.

La cerré sonriendo como una idiota.

Para luego sujetarme la cabeza llamando la cordura.

Pero ¿qué estaba pensando? No estaba ni remotamente preparada para iniciar nada con Tom.

Bajé poco después para ayudar con la mesa ante la mirada atenta de Tom.

Cenamos en el jardín una deliciosa trucha asada con vegetales y ensalada de tomates del huerto de William.

Nos contó divertidas anécdotas sobre Tom que hicieron de la cena una hermosa velada, tan encantadora como nuestra tarde en el lago.

Tom con escayola por caerse de un árbol con seis años.

Tom con el labio partido por pelear con sus vecinos abusones.

Thomas William Stokes recibiendo una condecoración por ser el mejor Boy Scout de su clase con doce años, después de salvar a unos senderistas perdidos.

Tom recibiendo su primer trofeo por ser el mejor jugador de fútbol americano en su instituto con dieciséis.

Tom recibiendo su diploma de policía con veintiuno.

—Papá... para ya... —soltó Tom deteniendo a su padre. Se levantó claramente avergonzado, incluso ruborizado, para ir dentro a buscar nuestros helados de postre, mientras le oíamos balbucear.

—Perdona, Emily, cosas de viejo supongo —comentó William.

—No... no, por favor, no se detenga —contesté animándole a seguir, me gustaba conocer más sobre Tom a través de William, sabía en realidad muy poco sobre él.

—¿Sabes?, tenía la manía de arreglar cosas.

Entorne los ojos hacía él.

— Le gustaba reparar objetos: relojes, radios... —Se acercó un poco a mí desde el otro lado de la mesa—. Corazones...

Le sonreí levemente.

Un lobo astuto, sin duda.

—¿Frambuesa o chocolate? —preguntó Tom detrás de mí, sosteniendo los helados.

***

William subió a dormir despidiéndose de nosotros con un cálido abrazo poco después, mientras yo me ofrecía a lavar los trastos.

Tom fue a buscar sábanas y un par de almohadas para su noche en el sofá del salón, mientras fregaba, las palabras de William me daban vueltas y vueltas.

¿Tom podía repararme? ¿Tom podía recomponer mis partes rotas? ¿Pegarlas? ¿Quitar piezas y agregar otras? Y sobre todo... ¿lo quería yo?.

—¿Necesitas ayuda?

—No —contesté rotunda y casi sin pensar.

Tom estaba cerca, casi podía sentirle respirar sobre mi cuello.

Giré rápidamente sobre mis talones secando el último plato para salir rápido de la cocina que se había hecho pequeña con él en ella.

—Hasta mañana.... descansa —dije casi ya subiendo las escaleras, alejándome de allí, odiándome por no saber lidiar con mis sentimientos. Aterrada por volver a cometer errores de antaño, vulnerable y escurridiza, incluso avergonzada.

Después de un buen rato y de un largo día, logré dormir.

Michael estaba en mi sueño, como casi todas las noches. Supongo que por culpa de la maldita bola, le soñé en el Empire State, decía muy cerca de mí:

—Si era un salto de fe, ¿por qué no confiaste en mí?

Trataba de alcanzarlo mientras saltaba al vacío, pero no lo conseguía, no podía evitar su caída, su rostro mientras se precipitaba tenía la misma expresión que tuvo después de dispararme.

Arrepentimiento y miedo.

Desperté sobresaltada, como siempre, y después de refrescar mi rostro y hombros en el baño, arrastré mi cuerpo nuevamente a la cama consiguiendo volver a dormir casi al amanecer, preguntándome cuánto tiempo más podría vivir con la incertidumbre, aparentemente libre, pero encadenada a mis errores, a mi pasado y sobre todo a él.

CAPÍTULO DOS

Por la mañana, mientras desayunaba en la cocina un humeante café recién hecho, observaba a Tom limpiar una escopeta en el salón, totalmente concentrado en su tarea. Concienzudo y serio.

—Todavía es temporada de caza si te apetece salir... —murmuró a mi lado William.

Por un momento había olvidado que estaba frente a mí.

¿Cazar? No había cogido un arma en mi vida. ¿Matar un animal?.

—No soy de caza...

—No sabe disparar, papá... —dijo Tom, que evidentemente nos había oído.

Algo burbujeó en mis entrañas.

Un poco de orgullo, quizás.

—Enséñame —dije, y di otro sorbo al café.

Tom dejó el arma sobre la mesa con delicadeza y me observó un momento.

—¿No me crees capaz? —pregunté.

Miré a William en busca de un aliado.

Elevó sus hombros y también miró a Tom.

—Está bien —por fin soltó.

Sonreí victoriosa, disimulando lo aterrada que estaba al caer en la cuenta de lo que iba a hacer.

Poco después el bosque se abría paso frente a nosotros, paramos en un claro, con algunas amapolas naranjas silvestres coloreando el verde de la hierba a nuestros pies, el sol aún no era abrasador por la mañana, así que debíamos aprovechar nuestro tiempo allí.

Tom, que permanecía serio, colocó unas latas grandes, de esas de conserva de frutas, sobre un tronco a lo lejos, unos 50 metros, quizá un poco más.

Luego volvió a mi lado, mientras yo intentaba eliminar el sudor de mis manos restregándolas contra mi camiseta.

—¿Por qué quieres hacerlo? —preguntó buscando mis ojos.

—Porque soy fuerte, poderosa, aunque estoy muerta de miedo... ¿Vas a enseñarme o no?

— Claro que sí, señora —contestó sonriendo.

Sonreí también y estaba jodidamente asustada, pero era el momento de demostrarme a mí misma lo tenaz que siempre había sido.

Emily era una valiente y una cazadora.

Jamás volvería ser una presa.

Nunca más.

Cargó dos cartuchos en la cámara del cañón ante mi mirada atenta para luego poner la escopeta sobre mis manos, no era muy pesada, unos cuatro o cinco kilos seguramente.

La acaricié con mis dedos y respiré profundo.

Tom se plantó detrás de mí ayudándome a colocar el arma en posición.

—Debes sujetarla fuerte contra ti.

Y eso hice.

Sus brazos me rodearon.

—Hazla tuya, Lara...

Tragué saliva e intenté centrarme con su fuerte pecho pegado a mi espalda.

—Bien... intenta aguantar la respiración al apretar el gatillo.

¿Respirar? Llevaba un buen rato casi sin hacerlo.

Le oí resoplar muy bajito cerca de mi oído, apartando levemente mi cabello.

Su voz sonó un poco más ronca de lo normal cuando dijo:

—Debes de tirar del gatillo con el índice... muy suavemente.

Y eso hice, rebosante de adrenalina.

Contuve la respiración y lentamente tiré del gatillo, el retroceso me impulsó un poco hacía atrás, pero el cuerpo de Tom nos sujetó.

Una de las latas voló por los aires.

Giré mi cuerpo rápidamente, emocionada, y salté a sus brazos.

—¡Lo hice!, ¡lo hice!

—Tranquila, escopetera...

Reía también, dejando deprisa que mis pies tocaran nuevamente la hierba, cogiendo la escopeta de mis manos.

—Tengo buena puntería.

Resopló, y esa vez, fuerte.

Fruncí el ceño, dedicándole una mirada asesina.

—Voy a hacerlo sola.

—Te caerás de culo... —dijo, volviendo a cargar la escopeta.

—Mi madre siempre decía que cayendo se aprende, así que..., agente Stokes, por favor.... —contesté mientras le quitaba de las manos el arma.

Con sus manos me indicó un claro «adelante», apartándose.

Me coloqué en posición y respiré profundo.

Apreté fuertemente contra mí la escopeta y tiré del dedo índice suavemente, esa vez el retroceso, efectivamente, casi parte mi hombro y me tiró, tal como había augurado Tom, de culo.

Pero le di a otra lata.

Reí en el suelo con una carcajada sonora y despreocupada, hasta me olvidé del dolor. Tom se acercó para darme su mano y mientras me ayudaba a incorporarme, también reía negando con su cabeza.

—Otra vez.... —dije una vez que estuve de pie.

Y la carcajada sonora esa vez fue suya.

Estaba entre sorprendido y orgulloso. Lo vi en su mirada paternal que no perdía pista de mí.

Pasamos más de media mañana en el claro. Aunque ya no volví a derribar ninguna lata más, la suerte de principiante me había durado poco. Mientras que Tom derribó todas.

***

Comenzaba a atardecer cuando me senté en el porche trasero con vistas al lago, poco después William se acercó a mi lado, ofreciéndome una cerveza.

—¿Qué tal tu hombro?

—Sobreviviré... —contesté con una sonrisa, bebiendo a morro de la pequeña botella de cristal.

—Sí, no tengo dudas... eres una superviviente, ¿verdad, Emily? —dijo, sin malicia alguna, bebiendo de su cerveza.

Algo en su voz me sonaba amable y paternal, William era un policía retirado con años de experiencia a sus espaldas, seguramente su instinto le decía que era alguien con problemas.

Le miré de soslayo y sonreí.

Era tan intuitivo como Tom.

Pensé que podría ayudarme en mi reiterada petición a Tom para que se reincorporara a su rutina de trabajo en la central del FBI.

—¿Cómo consigo que Tom vuelva al trabajo?

—¿A qué te refieres? —esa vez sí me miró directamente.

—Él tiene obligaciones laborales en Chicago o en Nueva York, ya no lo sé...

—Si no vuelve a ello, ¿por qué crees que es? —dijo, penetrándome con sus ojos verdosos algo más pequeños que los de Tom—. Podrías empezar por ahí... pero... —dijo, sentándose despacio—. Es muy cabezota.

—Lo sé.

Respiré profundo y di otro sorbo a la cerveza.

—Emily... —dijo William, rompiendo mis pensamientos—. No le veía así de feliz desde hacía tiempo, tiene otro semblante... se ve animado.

Enternecida por su confesión, pero curiosa, pregunté;

—¿Qué le pasó a su madre?

—Cáncer.

—Lo siento mucho.... —murmuré bajito, y recordé a mi madre. Un nudo se instaló en mi garganta, perpetuando ese vacío que sentía día tras día.

El día que Tom me había dicho en el club de Manhattan que sentía mucho la muerte de mi madre, había sido mucho más que honesto. Sabía de lo que hablaba.

—Han pasado muchos años ya, pero Marie era... era diferente. Auténtica, amable... —William observaba el horizonte, recordando quizá.

—Ella y Tom tenían una relación muy especial, le gustaba preparar tortitas con arándanos para cenar y solía leerle poesías para dormir.

—Debió ser muy especial, sí...

A Tom le encantaba oírme leer poesías, de ahí su afición.

—Bueno, la vida sigue a pesar de todo, ¿no? Nos rompemos, caemos y nos levantamos, todas las veces que sea necesario —dijo mirándome otra vez.

Le miré algo triste. Sabiendo que tenía razón.

Me habían roto, había caído y me estaba levantando.