El sistema mundial y la Argentina - Adrian Dellepiane - E-Book

El sistema mundial y la Argentina E-Book

Adrian Dellepiane

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Beschreibung

Este libro se inicia con el intento de ofrecer una respuesta a la enorme cuestión de por qué existen en el mundo países ricos y países pobres. A través de estas páginas, el lector podrá acercarse a la dolorosa realidad que tiene la Argentina desde una perspectiva histórica, económica y también psicológica. Porque no se trata de discutir políticas de partidos políticos, ni tampoco debatir hasta el infinito sobre hechos estrictamente económicos. Si el problema argentino fuera de índole económica, ya se hubiera resuelto hace mucho tiempo. La Argentina como nación no puede entenderse por fuera de un mundo que toma consistencia real y concreta, a la manera de un verdadero sistema. Se debe comprender esta idea para poder tener una orientación clara a la hora de aceptar los acontecimientos a los que deben responder las naciones. ¿Cómo funciona el mundo? ¿Por qué la Argentina no logra revertir su crónico y lento proceso de degradación? A lo largo de esta obra, exploraremos conscientemente estos interrogantes.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Dellepiane, Adrián Alberto

El sistema mundial y la Argentina / Adrián Alberto Dellepiane. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

154 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-680-2

1. Ensayo Histórico. 2. Sociología. I. Título.

CDD 306.0982

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Dellepiane, Adrián Alberto

© 2023. Tinta Libre Ediciones

El sistema mundial y la Argentina

Índice

Introducción P. 9

Instituciones P. 13

I P. 13

II P. 14

III P. 16

El desarrollo P. 19

I P. 19

II P. 20

III P. 22

IV P. 23

V P. 24

VI P. 27

VII P. 32

América Latina P. 35

I P. 35

II P. 36

III P. 39

IV P. 41

V P. 42

La Argentina P. 45

I P. 45

II P. 48

III P. 49

IV P. 52

V P. 54

VI P. 56

VII P. 57

El sistema mundial P. 63

I P. 63

II P. 65

III P. 66

IV P. 67

V P. 69

VI P. 71

VII P. 76

VIII P. 79

IX P. 84

X P. 88

Elites y Estado P. 91

I P. 91

II P. 94

III P. 95

IV P. 97

V P. 99

Conclusiones P. 101

I P. 101

II P. 105

III P. 110

IV P. 117

V P. 121

VI P. 128

VII P. 133

VIII P. 136

IX P. 139

X P. 142

Bibliografía P. 145

Introducción

En el año 2001, como tantos otros argentinos, tomé la decisión de irme a vivir a Europa. Provisto de un cúmulo de sensaciones diversas y contradictorias me establecí en la ciudad de Brescia, en el norte de Italia. En ese momento me hallaba completamente desilusionado con respecto a mi país, la Argentina. Me invadían la bronca y la tristeza y un permanente e incontrolable pesimismo.

En Brescia me alojé en un edificio dependiente de la Iglesia católica, una especie de hotel construido originalmente para recibir a los inmigrantes recién llegados del sur de Italia, que venían al rico y floreciente norte. Me encontré en realidad con gente que provenía de diversas partes del mundo.

En este particular sitio surgían múltiples y pintorescas situaciones. Recuerdo un almuerzo compartido junto a dos argentinos, un siciliano, un ucraniano, un camboyano y un tunecino. Recuerdo también una graciosa charla en portugués entre un brasileño y un joven proveniente de Guinea Bissau… apenas podían entenderse a pesar de que compartían la lengua de nacimiento.

Una tarde estábamos junto a un compatriota recorriendo las calles cercanas del hospedaje. Nos encontramos con un pequeño taller, muy ordenado y limpio. El dueño era un señor, bastante mayor, que nos recibió muy amablemente. Le comentamos que era nuestro deseo establecernos en la ciudad y que necesitábamos trabajar. El hombre, con su inconfundible acento bresciano, nos preguntó de dónde proveníamos. Cuando le respondimos, muy alarmado nos dijo que había visto en el noticiero que en la Argentina había saqueos y episodios de violencia. Mi compañero trató de explicarle a su manera, un tanto rústica, que la economía del país desde hacía años tenía un gran inconveniente para generar empleo y que debido a la reciente crisis era prácticamente imposible para mucha gente el acceso a la comida diaria. Con una angustia que no podía disimular le transmitió también su propia experiencia de caer en una situación de pobreza, algo inédito en la historia de su familia. Al rato, desde el fondo del taller, apareció una mujer que traía una bolsa grande en su mano. La bolsa estaba llena de frutas y productos de supermercado y se la dio a mi compañero, visiblemente conmovida por su relato.

Yo había quedado atónito ante el hecho. Éramos argentinos, habitantes de un país supuestamente rico, enorme, con baja densidad de población, sin grandes problemas religiosos, alejado de regiones propensas a la guerra… ¿Qué nos había pasado? ¿Por qué estábamos allí, en otro continente, en la tierra de nuestros antepasados?

Esa noche lloré profundamente y sentí lo que deben sentir todas las personas que se lanzan hacia lejanos países para encontrar un futuro: una mezcla de vergüenza, dolor y esperanza.

Algunos años después me trasladé a la ciudad de Girona, en Cataluña, España. En aquella bella y cómoda ciudad me encontré con una biblioteca pública repleta de buenos libros. Tenía que responder a la pregunta que jamás dejó de insistir en mi conciencia desde aquel episodio en Brescia: ¿qué sucedió en la Argentina?

Lo primero que uno puede percibir al hacer una breve aproximación a la historia argentina es la sucesión de hechos violentos, la discontinuidad permanente de los gobiernos y las rupturas constantes de los procesos democráticos. Como si todo en el país hubiera sido guiado por la confusión y el caos.

Observando la Argentina desde Europa, tomando esa distancia necesaria para una visión objetiva, el país aparece efectivamente como una rareza lejana; para un catalán, por ejemplo, resulta tan distante como la India.

Leyendo los periódicos, mirando las noticias en la televisión, uno puede entender que, para los ojos europeos, en el aspecto económico la Argentina se vuelve un país desconcertante, enigmático y muy poco confiable.

Indudablemente la Argentina es una nación subdesarrollada. Nadie en Europa duda de ello. Nosotros sí, siempre nos hemos engañado al respecto, buscamos acomodar las circunstancias para poder ser casi-desarrollados, o con bronca marcamos constantemente los aspectos negativos del primer mundo; decimos que ellos no muestran pasión, que sufren muchos suicidios, que acceden a todo tipo de cosas pero que no son felices, que no pueden disfrutar de la carne que nosotros tenemos. Lo cierto es que si no fuera por el fútbol nadie sabría muy bien dónde situar a la Argentina en el mapa.

****

Sentado en un bar de la plaza central de Girona, observo la gente ir y venir con la prisa de un día normal y noto nuevamente esos rostros que provienen de lugares y culturas remotos, casi tratando de esconderse para pasar desapercibidos. Y me atormenta el angustioso dilema, siempre la misma pregunta, multiplicada y expandida: ¿por qué existen en el mundo países que son pobres y países que ostentan un buen nivel de vida, incluso que son ricos? ¿Qué significa el subdesarrollo verdaderamente? ¿Cómo se produjo esta diferencia colosal entre un reducido número de países con alto bienestar y la abrumadora mayoría de naciones que están sumergidas en el atraso, la violencia y la pobreza? ¿Por qué este hecho es tomado como normal, como una consecuencia natural de la evolución social humana?

¿Por qué a nadie parece importarle?

¿Qué pasó en la Argentina?

¿Qué pasó en el mundo?

Instituciones

I

Evidentemente sería un gran alivio encontrar las respuestas a las preguntas que nos hacemos. Debemos explicarnos cómo ha surgido la enorme disparidad que hace que los países tengan condiciones existenciales tan disímiles unos de otros.

El mundo desarrollado, sin dudas, posee una propia evolución histórica que puede ser estudiada y comprendida. Muchos autores se dedicaron a este tema fundamental y, luego de arduas investigaciones, nos han brindado sus conclusiones. Dentro de una corriente de pensamiento particular se considera que el “desarrollo” solo es posible si previamente existe un proceso evolutivo del nivel institucional, como un paso que debe cumplirse de manera obligatoria para lograr la anhelada expansión económica.

Los autores pertenecientes a esta escuela de pensamiento hablan de la importancia de un contexto que denominan “cultural”, en el que se distingue siempre un “sistema de valores” que aparece como una suerte de imperativo moral. El basamento de este contexto lo constituye el episodio histórico conocido como la “Reforma protestante”. Después de los muy difundidos trabajos del filósofo y sociólogo alemán Max Weber, se considera que la Reforma inaugura una cultura que fue especialmente propensa a la implementación de instituciones que favorecen la expansión del flujo de la economía.

Inglaterra es el ejemplo icónico al que se recurre una y otra vez; a través de los acontecimientos sucedidos en su historia se describe el avance de las instituciones por sobre el poder del monarca y se plantea la consolidación de la primera sociedad que consiguió un elevado desarrollo institucional. Incluso se considera que Inglaterra fue la primera organización política “nacional” de la modernidad.

II

Este “campo institucional” que estamos abordando suele mostrar otras características que le dan forma. El autor francés Alain Peyrefitte (1996) nos dice que la gran virtud del desarrollo es que de él brota un “ethos de confianza”, que funciona como un verdadero resorte psicológico en la promoción de las actividades expansivas económicas. En los países desarrollados se configura un clima de confianza a través del cual se propaga un socorro continuo entre economía y política. Según Peyrefitte, este factor lo cambia todo, es la fuerza motriz que catapultó a los Estados Unidos y a Japón hacia altos niveles de desarrollo. Se trata básicamente de la confianza entre las personas, de la confianza en uno mismo y en el otro.

Cuando pensamos en los hechos actuales que afectan al mundo del subdesarrollo podemos darnos una idea de la importancia de esta noción, que apunta al tipo de vinculación que opera entre los miembros de una sociedad.

Nos encontramos con otro trabajo, muy completo y lleno de ejemplos ilustrativos titulado Por qué fracasan los países, de Robinson y Acemoglu (2016). Se trata de una elaboración muy técnica y a la vez dinámica que describe y explica con cierta profundidad el surgimiento y la estabilización de las instituciones.

Entonces, es hora de preguntarnos, ¿qué son las instituciones?

Son las normas, la serie de reglas con las que funcionan las sociedades. Acemoglu y Robinson distinguen entre instituciones políticas e instituciones económicas. De esta división primigenia, las instituciones políticas que funcionan bien son “inclusivas”, se encuentran suficientemente centralizadas y son pluralistas. Cuando las instituciones son inadecuadas, se dice que son “extractivas” y, al contrario que en las instituciones inclusivas, el poder está concentrado en un grupo reducido de personas que organiza las instituciones económicas para extraer los recursos de la sociedad.

Inglaterra se muestra como modelo del pluralismo político, que se generó a partir de la Revolución Gloriosa de 1688 y del poder que tuvo el Parlamento, caracteres que produjeron las primeras instituciones políticas inclusivas del mundo. La consecuencia fue la aparición de instituciones económicas también inclusivas, debido a que surgieron y se multiplicaron los incentivos para la inversión, el comercio y la innovación; los derechos de la propiedad, la ley y el orden. Cuando las instituciones políticas y económicas resultan inclusivas se genera un círculo virtuoso, un proceso de retroalimentación positiva que refuerza la posibilidad de que estas instituciones puedan persistir en el tiempo.

Los autores plantean que el curso de la historia se ve afectado por acontecimientos que denominan “coyunturas críticas”, como lo fueron la peste negra, el surgimiento del comercio en el Atlántico y la Revolución Industrial. Estas coyunturas son generadoras de reacciones sociales fundamentales que pueden hacer surgir a las instituciones inclusivas. En Inglaterra fue la reacción al comercio atlántico la que hizo posible la estructuración de sus instituciones. En Japón fue el choque con el mundo occidental el disparador de su proceso de transformación institucional.

Debemos decir también que las instituciones extractivas, en forma opuesta a las instituciones inclusivas, fomentarán un círculo vicioso del cual es muy dificultoso salir. Aquí el ejemplo notorio es el entramado institucional que plasmó España en sus colonias en América. Este último aspecto resulta importante para nuestro trabajo, ya que inexorablemente deberemos acercarnos a América Latina en la investigación que estamos iniciando.

III

Con este circuito de inclusión, retroalimentación positiva y expansión económica en mente podemos acceder al argumento que trata Jeffrey Williamson (2012) en su libro Comercio y pobreza. Este autor hace partir su trabajo de la clásica idea que señala que todos los países que participan en una actividad comercial se benefician. De por sí la actividad económica es lucrativa para todas las partes, solo es suficiente que el comercio fluya libremente de un sitio al otro, sin trabas ni obstáculos en su infinito derrotero mundial.

El libre camino del comercio efectivamente sucedió como consecuencia de la reducción del coste de los transportes, del surgimiento de avances tecnológicos imprescindibles para la navegación y para las comunicaciones terrestres, impulsadas por la creación del ferrocarril y el mejoramiento de los caminos. Fueron novedades que favorecieron una explosión de los flujos de intercambio comerciales que promovieron el bienestar en todos los países. Pero también ocurrió algo, que puede describirse como una “divergencia”, entre un centro que se volvió industrial, situado en Europa, y una periferia lejana, agrícola y pobre.

Williamson propone la noción de “fuerzas globalizadoras”, que fueron en el siglo XIX más o menos favorables al crecimiento en distintas áreas del globo. La periferia reforzaría el auge de especializarse cada vez más en la exportación de productos básicos. Esto sucede debido a que es la misma explosión comercial mundial con sus beneficios la causa de la desindustrialización de los incipientes desarrollos industriales de la periferia.

Nos hemos acercado a esta idea de “periferia”, que aparenta ser un concepto fundamental para comprender la pobreza que sufren, por ejemplo, Latinoamérica o la Argentina. Pero no podemos perder de vista a la correlación que existe con cualquier periferia, esto es, un “centro”, el tan venerado mundo desarrollado; allí nos encontraremos con historias verdaderamente asombrosas, las cuales serán imprescindibles para nuestros intereses.

Por ahora hemos visto un intento de explicación a los cuestionamientos que nos planteábamos, a través de la teoría de las Instituciones, que asegura que las naciones logran ser prósperas solo cuando pueden generar instituciones, tanto políticas como económicas, que emiten un sistema de valores que otorgan confianza y producen automáticamente círculos virtuosos que refuerzan un carácter general inclusivo. Estas características son las que hacen perdurar a las instituciones y les brindan estabilidad.

El protestantismo fue la matriz de las mentalidades que luego pudieron establecer estas instituciones; vemos que allí donde se radicaron los distintos cultos protestantes se generó, antes o después, desarrollo económico. Es usual la comparación que se hace entre los ricos países de la Europa del norte, con los toscos países del sur, los de la cuenca del Mediterráneo. Y es justamente en el norte de Europa donde se establecieron mayoritariamente los grupos protestantes de mayor relevancia, los luteranos y los calvinistas.

Parecería entonces que aquello que entendemos como “desarrollo” se ha fomentado con el impulso que significaron las ideas protestantes, que ofrecieron a las personas la posibilidad de salirse de las rigideces del catolicismo y les concedieron el amparo de una nueva ética, que favoreció la implementación de un sistema de valores donde la confianza es la piedra angular. Esta visión es la que se encuentra más difundida en la bibliografía que se ocupa del problema del desarrollo. Es bastante lógico su argumento y después de la obra de Weber ha tenido nuevos relanzamientos, como el libro de Robinson y Acemoglu que hemos señalado, o el libro de Mariano Grondona, Condiciones culturales del desarrollo económico, entre muchos otros.

Podríamos quedarnos aquí ya satisfechos, pero, por curiosidad, seguiremos indagando, tratando de profundizar sobre las características del llamado “mundo desarrollado”. Además, debemos decir que el trabajo de Williamson nos ha brindado un panorama muy amplio, pero no nos ha convencido para nada la argumentación que ha utilizado. Y si bien nos ha sembrado aún más dudas, de fondo podemos apreciar los inicios de algunos caminos que se encuentran completamente abiertos a la exploración.

El desarrollo

I

Cuando, por ejemplo, un latinoamericano visita países del llamado “primer mundo”, rápidamente detecta las diferencias con su país de origen; encuentra las calles limpias, las carreteras en buen estado, perfectamente señalizadas, y se asombra de las múltiples opciones que ofrece una tupida red de transportes. Podría tranquilamente afirmar que la mayoría de los habitantes tienen salarios que les permiten vivir moderadamente bien, nota que las cosas, los productos, resultan accesibles, porque el dinero tiene un valor “verdadero”. El visitante latinoamericano puede observar en la realidad toda la gama de detalles que hacen que la palabra “desarrollo” abandone las teorías y los libros y se vuelva muy concreta.

Desde los estudios que tienen un perfil histórico se trata de describir el sendero que llevó a estos países hacia la plenitud del bienestar haciendo siempre referencia a un acontecimiento central, que sintéticamente se denominó Revolución Industrial.

Todo el ambiente que propició la Revolución Industrial, gestada en Inglaterra, pudo establecer las nítidas condiciones que resultaron finalmente favorables al crecimiento económico. Otras naciones “absorbieron” el impulso industrializador y fueron las que se pusieron en la cresta de la “segunda ola” de la Revolución Industrial: principalmente Francia, Alemania y Bélgica.

La producción de un enorme número de objetos, su mercantilización en una creciente expansión del comercio mundial apoyada por la complejidad de la red de transportes nos da la idea de los parámetros que comenzaron a señalar al “mundo moderno”.

La evidencia de estas características que señalamos se aprecia claramente también fuera de Europa, en la joven nación de América del Norte, los Estados Unidos. Puede decirse que, de manera muy brillante, con el paso de los años unos pocos colonos ingleses consiguieron edificar una nación enorme, casi continental, con costas en dos océanos, y la transformaron en una potencia agrícola y en una potencia industrial. Los Estados Unidos lograron convertirse hoy día en el ordenador principal de la economía mundial.

II

El economista Friedrich List, preocupado porque Alemania no lograba consolidar una unidad política ni podía despegar económicamente, se radicó en los Estados Unidos y realizó estudios que desembocaron en su obra Sistema nacional de economía política, publicada en el año 1841. Se trata de un libro maravilloso que propone conceptos tan útiles para el presente que no se explica cómo no es tenido en consideración por los economistas actuales.

List aborda los casos de los primeros auges de desarrollo europeo, describirá lo ocurrido con Venecia, con la confederación de ciudades del norte de Alemania conocida como la Liga Hanseática, y con Países Bajos.

Dice que los hanseáticos manejaban el comercio de gran parte de Europa del norte, y cuando finalmente fueron expulsados de los países en donde ejercían su actividad, sus posesiones, su capital y sus conocimientos emigraron hacia Países Bajos e Inglaterra. A través de este poder de atracción Inglaterra se fue nutriendo de lo mejor de Europa en ese momento.

En Inglaterra existía una especie de necesidad de crecimiento, muchas de sus acciones se enmarcaban bajo esa característica, por ejemplo, el intento de superar a Países Bajos a través de las Actas de Navegación del año 1651. Las Actas y después las guerras anglo-holandesas comenzaron a derribar la supremacía que ostentaba Países Bajos, a la vez que potenciaron enormemente a la nación inglesa, que de esa forma iniciaba la consolidación de un poder verdaderamente “nacional”.

Para List, la unidad nacional genera “energía”, de la unidad de los intereses nacionales crece la unidad espiritual y de ambas la “energía nacional”. Cada nación debe garantizar su prosperidad e independencia basándolos en el desarrollo de sus propias energías.

Aquí nos encontramos con la definición de “energía nacional”, que resulta para List de suma importancia para que un país prospere. Trataremos de poder desmenuzar esta noción, que parece a primera vista algo difusa, o poco concreta. Recordemos que Friedrich List era economista, y que estudió muy profundamente a los Estados Unidos porque deseaba poder impulsar a Alemania hacia una senda similar. Y define de manera extraña aquello que observó tanto en Inglaterra como en tierras norteamericanas. ¿Qué intenta decirnos List?

III

El caso de los Países Bajos resulta interesante porque su apogeo antecede al establecimiento del poder inglés; veamos su evolución con algo de detalle. Los Países Bajos formaban parte del Sacro Imperio y no poseían ninguna identidad propia, los habitantes de la región solo se identificaban con su provincia, eran holandeses, zelandeses, frisones. Todas sus actividades comenzaron en el Báltico, primero a través de la pesca del arenque, que fomentó lazos comerciales externos y resultó propicia para el crecimiento de una flota de barcos propia, una marina mercante.

Era gente acostumbrada a lidiar con el mar, a ganarle terreno a través de terraplenes, diques y de grandes obras que requerían el esfuerzo e ingenio constantes, de allí el dicho: “Dios creó a la Tierra, pero los holandeses crearon Holanda”. También debieron implementar métodos para poder cultivar en territorios particularmente complicados y difíciles, para ello necesitaron de la ciencia y de la técnica. Así, utilizaron el saber de una ciencia aplicada para mejorar las artes de la navegación y de la construcción de navíos. Toda esa practicidad, toda esa sensación de valerse por sí mismos les dio a los neerlandeses una autonomía única.

En los Países Bajos nunca llegó a instaurarse completamente un sistema feudal; también disfrutaban de ciertos márgenes de maniobra con respecto a las estructuras con las que ejercía el dominio la religión católica.

Los Países Bajos conformaban una asociación de gobiernos municipales que buscaban constantemente la expansión del comercio, sus ciudades eran de un cosmopolitismo único en el siglo XVII, especialmente Ámsterdam, que albergó por ejemplo a Spinoza, a Descartes, a Locke. A partir de 1600, Ámsterdam fue centro de una red de comercio a escala mundial que funcionaba como una maquinaria con una perfecta relación entre sus piezas. Es en Ámsterdam donde surge el primer mercado bursátil, con compra y venta de acciones; y se considera que la bolsa de Londres, de creación posterior, es un vástago de la de Ámsterdam.

Será justamente Londres, con el paso del tiempo, la ciudad que concentrará los capitales y desplazará a Ámsterdam. Inglaterra será potencia mundial y dominará el comercio imponiendo sus intereses en todo el mundo, pero caminará por las huellas que habían trazado previamente los Países Bajos.

IV