El vacío del alma que solo Dios puede llenar - Miguel Contreras - E-Book

El vacío del alma que solo Dios puede llenar E-Book

Miguel Contreras

0,0
9,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El libro "El vacío del alma que solo Dios puede llenar" su autor Miguel Contreras escribe; "Por muchos años viví con el alma vacía". Así comienza este libro: la aventura de un buscador a través del deporte extremo, la política, la vida empresarial y la familia, la Biblia y el sentido de la existencia. El vacío del alma que solo Dios puede llenar nos introduce en la historia de una vida y los aprendizajes espirituales de ese recorrido. En los encuentros de Jesús con diferentes personas, el autor encuentra el puntapié para contar su propia historia; y entre anécdotas, recuerdos y testimonios, van aflorando la sabiduría y actualidad de las Escrituras. A través de estas páginas, el autor hace desfilar con sinceridad tanto sus éxitos como sus fracasos. Y logra extraer, de todas esas experiencias, una convicción espiritual: que Dios utilizó cada uno de esos sucesos para modelar su carácter y llenar su alma. Un libro que desafía a los que sienten el vacío de su alma, anima a los que tienen el alma llena, e ilumina nuestra propia historia de vida desde la confianza en la soberanía divina. El libro recorre entrelazando en paralelo dos ejes vitales, "la vida exterior del hombre "en su quehacer diario, con las ilusiones y temores de nuestro propio ego. Y la "vida interior del alma "que busca la verdad o el sentido profundo de la vida con el paso del tiempo, y que nos enfrenta a valorar nuestra existencia. Ese conflicto existencialista del hombre postmoderno o líquido, y la tensión de la búsqueda del sentido y la verdad, es la que el autor narra en primera persona. Y como tiene el coraje de parar, mirar, reflexionar y ver ese gran vacío vital en su vida.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Índice

Portada

Portada interior

Agradecimientos

Prólogo

Introducción

¿Qué es el vacío del alma?

El éxito y el vacío del alma

La verdad y el vacío del alma

Una vida con sentido al tener el alma llena

Las pruebas y la fortaleza con el alma llena

El alma llena mortifica el pecado y vive la santificación

El alma llena es la guía del papel de esposo y padre

El alma llena aplica la verdad y lleva fruto

Bibliografía

Créditos

Acerca del autor

Agradecimientos

Quiero dedicar este libro con todo cariño y en primer lugar a mi amada compañera de juventud, la madre de mis tres hijos y la abuela de mis nueve nietos, Lupita, quien me ha acompañado con su amor, dulzura, cuidados y consejo por casi cincuenta años. A mis queridos hijos, Luis Miguel, Gabriela y Rodrigo; a Robin, Jacqueline y Burt, mis nueras y yerno; y a mis nietos, Olivia Sofía, Rodrigo Natán, Caleb Talbot, Andrew Michael, Ana Gabriela, Alexandra Lousia, Robert Thomas —quien ya está con Dios—, Bennett Tousant y María José, como también al más pequeño de todos (hasta ahora), Tanner Burton, y a aquellos nietos que, Dios mediante, pudieran venir a este mundo. Y deseo aprovechar para incluir en esta dedicatoria a mis queridos hermanos de sangre que tanto amo, a José Manuel y Jorge Eduardo, a mis queridas hermanas, Ligia, Claudia, y desde luego a Martha, Irma y Lourdes. Y, por último, pero no por ello menos importante, quiero con estas líneas honrar a quienes, con su amor, cuidados, disciplina y consejo me llevaron de la mano en mi niñez y juventud, a mis queridos padres Conchita y Manuel, que ya partieron de esta vida.

Creo también que esta es una excelente oportunidad, una de esas ocasiones especiales, para traer a la memoria un apoyo muy importante, y también el valor del consejo de otros para llevar a feliz término un proyecto como este. Es natural la tendencia a observar de cerca y analizar con detalle la vida y la congruencia de ciertas personas de nuestro entorno. Y hay, por lo tanto, una persona a la que debo darle las gracias por su ejemplo y consejo, porque fue quien, sin siquiera saberlo, me motivó para trabajar en este libro. Él no me dijo “escribe un libro”; tampoco sabe que su vida y la necesidad que he tenido por dar a conocer la obra de Dios en mí fueron usadas para ser un detonador del inicio y la culminación de este esfuerzo. Entiendo que a un teólogo le corresponde la tarea de explicar en detalle las verdades y las respuestas a las preguntas a partir de lo que dice la Biblia, y todo esto constituye la identidad de un cristiano. Doy el reconocimiento y la gratitud más amplia a John MacArthur como el más fiel, claro y profundo expositor de la Palabra de Dios en estos tiempos. Con su estudio y predicación, su fidelidad y liderazgo, no solo ha sido un gran ejemplo para mi vida diaria, sino además un hombre a imitar. Trabajar en los últimos más de veinte años de mi vida dentro del ministerio de radio y publicaciones de John MacArthur, Grace to You, ha sido el más grande privilegio y experiencia que jamás he tenido, por lo que vivo profundamente agradecido. A través de mi responsabilidad en la coordinación de los esfuerzos para llevar la enseñanza bíblica al mundo de habla hispana, mi vida, la de mi esposa y la de toda mi familia ha sido enormemente bendecida y llevada al crecimiento espiritual como resultado de estar expuestos a la Palabra de Dios de manera seria y profunda. Y no solo mediante la enseñanza, sino también gracias al ejemplo de John, cuyo testimonio, tanto lo que predica como lo que vive, es congruente.

Finalmente, quiero dar las gracias a quienes, con su tiempo y esfuerzo, han colaborado conmigo en el formato final, la revisión, edición y tipografía, como así también en la lectura del documento para llegar a la conclusión del libro. Doy gracias a Lupita por su lectura esmerada y comentarios objetivos a lo que he escrito. A Alan Quinones, fiel siervo de Dios que puso sus talentos en la edición de este libro, y finalmente, a Jessica Fonseca, dedicada a la integración y el orden del material. Y a todos aquellos que me alentaron de diferentes formas para que llevara a feliz término este libro.

Prólogo

Uno de los más conocidos y destacados ensayos del gran filósofo español Miguel de Unamuno, publicado en 1913, incluido por la Iglesia católica romana en su Index librorum prohibitorum por decreto del Santo Oficio al final del papado de Pio XII (1957), lleva por título Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, aunque sea más conocido simplemente como Del sentimiento trágico de la vida.

En sus páginas, el insigne rector de la Universidad de Salamanca, influenciado por el pesimismo existencial de Søren Kierkegaard, vertebra una epistemología de fe agónica que oscila en constantes analogías entre el quijotismo utópico del Caballero de la triste figura y el fanatismo ciego encarnado en la persona de Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. Sus conclusiones sobre el sentido de la vida, aunque esperanzadas, no resultan para el lector muy reconfortantes. Recordemos las palabras finales de su reflexión:

¿Cuál es, pues, la nueva misión de Don Quijote hoy en este mundo? Clamar, clamar en el desierto. Pero el desierto oye, aunque no oigan los hombres, y un día se convertirá en selva sonora, y esa voz solitaria que va posando en el desierto como semilla, dará un cedro gigantesco que con sus cien mil leguas cantará un hosanna eterno al Señor de la vida y de la muerte.

Y vosotros ahora, bachilleres Carrascos del regeneracionismo europeizante, jóvenes que trabajáis a la europea, con método y crítica... científicos, haced riqueza, haced patria, haced arte, haced ciencia, haced ética, haced o más bien traducid sobre todo Kultura, que así mataréis a la vida y a la muerte. ¡Para lo que ha de durarnos todo!

El presente ensayo autobiográfico, escrito por Miguel Contreras López Araiza—El vacío del alma que solo Dios puede llenar— gira, cabe decir, en torno al mismo tema:

Es en el alma donde se encuentra la esencia de la vida del hombre, la parte espiritual. […] Luego, en la vida de todos los días, el vacío del alma es el vacío que nos otorga la desnudez de nuestros egos. Un vacío que nos despoja del materialismo; a pesar de tener posesiones, sentimos como si no tuviéramos nada. Es un vacío que no sabemos cómo llenar, y eso resulta demoledor, nos rompe, nos inunda.

Vivir, sentir el vacío en el alma, como yo lo viví, es experimentar la nada y la oscuridad, desde lo más hondo del ser. Es un descenso hacia una profundidad que no parece tener fin. Hubo momentos en los que viví en la nada oscura, en una sensación que arrasa por dentro. Es una experiencia que aprisiona, ata, desgarra y ahoga.

También él, en similitud a los dos personajes analizados por Unamuno, antes de tomar el camino de Dios, ansiaba llenar su vida con la gloria y el renombre humano:

Durante mucho tiempo intenté buscar la razón de mi desasosiego. Llegué a pensar que yo simplemente no estaba hecho para sentir algunas cosas y que esta falta de sentimiento era el motivo. Busqué de manera ligera en la religión católica romana, en las prácticas de la masonería, en la fiesta mundana, en la actividad deportiva de alto rendimiento, teniendo claros logros. En la música, al tocar un instrumento o aficionarme por diferentes géneros musicales. Al incursionar en la política, o buscando posiciones profesionales de diferente índole. Busqué cualquier motivo o actividad para llenar ese vacío. Pero mi alma se mantenía igual. Vivía engañándome a mí mismo. Buscaba poder, dinero, éxito y posición social, o un estatus y vida que me hicieran sentir diferente y lleno, pero al final todo era “vanidad” y vacío. […] Mi orgullo crecía y la felicidad era solo el resultado de un momento. Era pasajera y, más que llenar el vacío de mi alma, aumentaba la frustración. Mi vacío se hacía más profundo.

Pero su experiencia espiritual lo lleva por otros derroteros:

Escribo como un convertido al cristianismo bíblico por la gracia de Dios, a través de la fe y los méritos de Jesucristo. Casi me atrevería a decir que este libro no es más que un compendio explicado en el que se recoge parte de la historia de mi vida, pero, sobre todo, los cambios que Dios ha ido ejerciendo en ella por su gracia. Y también la forma en la que Dios ha resuelto problemas difíciles en mí, al sacarme de los más profundos escollos que suele vivir un hombre al que Dios le ha cambiado su mundo humano —un mundo que tiene valor, el espiritual y, sobre todo, el futuro eterno. Es un libro que explica los aspectos prácticos de la obra de Dios en el alma que él transforma y cómo son expresados en la Biblia. También escribo sobre la forma en la que Dios me hizo diferenciar entre una vida de egocentrismo, anhelo de materialismo y logros deportivos, y una vida en el mundo con el propósito de vivir para Él. He podido entender la verdad a los ojos de Dios y cómo es que la existencia se convierte en una vida con sentido, para que, por otra parte, las pruebas y el sufrimiento nos den fortaleza, crecimiento y madurez. También hago notar lo que realmente es la fe de un hombre cuando su corazón ha sido regenerado.

En consecuencia, sus conclusiones son distintas:

Hoy, con el alma llena, he aprendido a reconocer mis errores, a mortificar mi pecado. También incluyo esto, porque a diario debo vivir alimentado de lo que su Palabra dice para que mi fe crezca y sea fortalecida. […] Estoy muy lejos de ser la persona que Dios quiere que sea. Dios llenó el vacío de mi alma, no por lo que yo era, sino por lo que Él quiere que yo llegue a ser. Mis deseos, así como mis motivos, están en el camino que lleva a su voluntad en la vida diaria, al buscar aplicar los principios que describen el andar de un hombre que teme a Dios y busca obedecerlo.

Contreras sustituye las palabras inquietantes con las que el gran filósofo español cierra —en un toque de incertidumbre— su magistral ensayo sobre el sentido de la vida, en el que decía al lector “¡Y Dios no te dé paz y sí gloria!”, por la afirmación certera y contundente del salmista: “Con tu consejo me guiarás, y después me recibirás en gloria” (Sal. 73:24; NBLA).

Va narrando a lo largo de los capítulos que estructuran la obra sus vivencias personales en un lenguaje comunicativo, dinámico y fácil de leer, en un estilo que engancha. Y apuntalando a su vez, con notable acierto, cada una de sus conclusiones mediante pasajes de la Escritura y citas de otros autores, tanto clásicos como modernos. Página tras página, desfilan con brutal sinceridad tanto sus éxitos como también sus fracasos, sus retos, sus victorias y derrotas; se centra particularmente en la forma maravillosa en la que Dios utilizó cada suceso para modelar su carácter y llenar su alma.

Desde los gélidos picos del Aconcagua y otras cumbres alpinas coronadas en su época de montañista que representaba a su país natal (México), pasando por las facetas intrigantes del mundo de la política, con sus habituales traiciones y decepciones, por el frenesí competitivo de los despachos ejecutivos de grandes multinacionales, por las aventuras y decisiones difíciles, ya como creyente, en su época de colaborador de Radio Trans Mundial, hasta alcanzar finalmente su posición actual como coordinador del programa radial Gracia a vosotros, sus experiencias se desenvuelven en escenarios variopintos y a menudo extremos, de los cuales sabe extraer hábilmente importantes lecciones espirituales. Todo esto convierte a este libro en un híbrido singular que abarca los géneros de testimonio personal, motivación, consejería y formación bíblico-teológica.

Elevamos, pues, nuestra oración para que el Altísimo tenga a bien convertir estas páginas llenas de sinceridad personal y fe inquebrantable en una herramienta escogida para guiar a muchas almas que, atrapadas en ese vacío del alma, viven desasosegadas por el sentimiento trágico de la vida, hasta la fuente de la vida eterna.

Eliseo Vila

Presidente de Editorial CLIE

Terrassa (Barcelona), marzo de 2022

Introducción

Por muchos años viví con el alma vacía. Y no entendía por qué Dios me cuidó y permitió que disfrutara la vida. Hoy, con el alma llena, sé que fue como resultado de su perfecta soberanía. Todo lo que fui y soy se lo debo a Él. Por otra parte, entiendo que son muchos mis privilegios sirviendo a Dios dentro del ministerio y compartiendo su Palabra por más de treinta años, principalmente al mundo de habla hispana. Esta amplia tarea me ha llevado a reflexionar acerca de mi realidad como hijo de Dios y la forma como el Señor ha hecho progresar mi entendimiento de su persona y su Palabra.

Al mismo tiempo, he podido ser testigo del fracaso de una vida sin Cristo. El rey Salomón fue un hombre de corazón “sabio y entendido“ (1 R. 3:7-12). Él ganaba renombre cada vez que tomaba alguna decisión. Pero lo que más ha cautivado mi atención al estar escribiendo este libro y meditando en la literatura de este tema es que la palabra clave en los escritos de Salomón en el libro de Eclesiastés es “vanidad” (1:2, 14; 2:1, 11, 15, 17, 19; 3:19; 4:4; etc.). El autor relata el intento fútil de poder lograr satisfacción independientemente de Dios. Y me he identificado ampliamente con sus conceptos y conclusiones. Cuando todas las metas, objetivos y ambiciones que este mundo ofrece son buscadas como un fin en sí mismo, lo único que producen es precisamente el vacío del alma: vanidad.

Salomón repetidamente preguntó: “¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo?“ (Ec. 1:3; 2:24; 3:9). De esta forma, el sabio rey meditó acerca del dilema de la vida. Y es el mismo dilema con el que yo me encontré una y otra vez por muchos años al buscar anhelantemente llenar el vacío de mi alma con lo que este mundo ofrece. Así como Eclesiastés mantiene un equilibrio entre “disfruta la vida” y el “juicio divino”, yo también he tratado de lograrlo, como lector y escritor, a través del enlace seguro de la fe.

Cuando el alma está vacía, se sufre por tratar de vivir la vida sin tomar en cuenta el temor a Dios y su juicio. Este es el camino de la desobediencia. Solo por su gracia finalmente pude entender lo importante que es la obediencia a los principios de Dios y su plan soberano para mi vida. El resultado de mis actos y experiencias personales a través de los años, junto con el entendimiento de la sabiduría que Dios posee, me hicieron escribir este libro.

En Eclesiastés, todo hijo de Dios es advertido y llevado a crecer en la fe (cf. 2:1-26). Si nos damos cuenta de que hemos recibido todo lo que tenemos, hasta en el mínimo detalle está la provisión como regalo inmerecido de Dios. Al aceptarlo de su mano, vivimos una vida abundante, reconocemos que todo proviene de Dios. Juan 10:9-10 dice:“Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Este texto describe el motivo por el que Jesucristo vino a este mundo para hacer su obra de salvación, dando su vida en la cruz. Pero si alguien busca estar satisfecho fuera de Dios, entonces vivirá con el vacío del alma, independientemente de lo que acumule. Ese vacío del alma se tiene desde que uno nace hasta que Dios en su plan soberano lo llena. Entonces la vida es transformada. Hoy entiendo que lo más importante es la certeza de la eternidad al lado de Dios.

En este libro salteo abruptamente la primera fase de mi vida —la que tiene que ver con mi niñez, juventud y estudios generales—; no entro en mayores detalles al respecto. Después llego hasta la época de mi desarrollo profesional, de mi vida y matrimonio y lo que a la fecha sigo haciendo. Sí, cubro desde luego experiencias, historias y anécdotas, con problemas que ilustran la diferencia que hace el vivir con el alma vacía, pero, sobre todo, describo la etapa que ahora disfruto. La que tiene que ver con tener el alma llena de Dios y la clara diferencia que existe entre esta vida y el alma vacía. Esta parte de mi vida es esencialmente el motivo de este libro. Es aquí donde se encuentra el cambio fundamental de mi manera de pensar y actuar. El cambio que ha dado sentido real, razón y propósito a todo lo que hago.

El objetivo principal de este libro es explicar los hechos precisos que Dios ha llevado a cabo en mi historia. Él sigue tratando conmigo y seguramente lo hará hasta que yo parta de esta vida para estar a su lado eternamente. Entiendo también la necesidad de integrar mis pensamientos e ideas a lo más importante, lo espiritual. Entonces busco mostrar algo de la historia de mi pasado y su entorno, y explicar con convicción clara lo que creo, y la diferencia entre lo que no veía y cómo puedo ver hoy.

El día 14 abril del año 2014, cumpleaños de mi querida esposa Lupita, nació mi interés por escribir este libro. Asumo que cuando se escribe un libro necesariamente se busca desarrollar un tema. Entonces me pregunté: ¿qué puedo aportar? Debo aclarar, como dijo Carlos Loret de Mola, que “redacto, no escribo, porque desde hace una década mi maestro Eleazar Franco me reprendió diciendo: ‘Escriben Carlos Fuentes y García Márquez, nosotros redactamos’”.[1] Entonces, lo que me motiva de manera especial es dejar “redactado” en un libro el plan de Dios a través de Cristo para la humanidad, con atención a lo que Dios ha hecho en mí.

En este proceso de poner ideas en orden y de preguntarme qué puedo aportar, puedo ver hombres y mujeres que son sensibles. Actores, pintores, músicos, cantantes, escritores y compositores, cuya capacidad y arte ofrecen al mundo parte de sí mismos a través de su expresión, y finalmente aportan a la cultura y al conocimiento, o simplemente brindan entretenimiento. Ellos nos ayudan a quienes apreciamos su arte. Ellos nos dan parte de sí mismos a través de esas manifestaciones. Nos hacen disfrutar de Dios a través del arte que crean, mediante los mismos talentos que Él les ha dado.

Hablé con Lupita, entonces, en diferentes ocasiones, y le comenté sobre mi deseo de trabajar en este libro. Le comenté que quería dejar escritas las vivencias que me han enriquecido de diferentes maneras. Estoy seguro de que habrá personas que se identifiquen conmigo y quizá puedan llegar a vivir también experiencias similares, en cuanto al camino y la obra de Dios para llenar su alma. Pero al poner la idea concreta en perspectiva, confieso que he tenido cierta incertidumbre, provocada por el hecho de haber escrito muy poco. La mayor parte han sido reportes burocráticos, algunos ensayos, algún que otro documento técnico y proyectos, muchos estudios y trabajos requeridos en el seminario teológico. También sermones sobre diferentes temas o libros de la Biblia expuestos en diferentes oportunidades y países a través de los años. Pero no he escrito nada para ser publicado como libro, y esto me aterra.

Sin embargo, decidí hacerlo. También he incluido experiencias y vivencias que a mi entender pueden contarse a través de un libro. Entiendo que decir algo interesante y redondo no es tarea simple. Debe haber una aplicación correcta de las palabras que conviertan en oraciones las ideas, que tengan sentido, expresadas de la manera más clara posible. Y ese es otro reto que también he tomado.

Siempre tuve claro el título: El vacío del alma que solo Dios puede llenar. Es en el alma donde se encuentra la esencia de la vida del hombre, la parte espiritual. El alma es inmortal. Sin duda alguna, he considerado como un aspecto importante las definiciones y el estudio del alma y de cómo Dios obra en ella. Y es la razón del título y el contenido de este libro.

En este libro doy a conocer el cambio que Dios ha hecho en mí, el cual es enorme, no tengo la menor duda. Pero las partes y capítulos que lo integran fueron saliendo uno a uno como resultado de un proceso. No me propongo cubrir todos los sucesos de mi vida —que no son tantos, aunque sí muy variados— al detalle. Busco ser lo más claro posible para que lo que he escrito fluya de manera natural, pero no en orden rigurosamente cronológico. En este libro describo momentos y circunstancias del pasado de manera breve, pero dando valor al fundamento más importante, el espiritual.

El hilo narrativo de este libro —que unirá los capítulos, enseñanzas, reflexiones y anécdotas— serán algunos encuentros del Señor Jesús con personas clave a lo largo de su ministerio. En esas escenas maravillosas, plasmadas con maestría en los evangelios, encontraré una tierra fértil sobre la cual sembrar mis propios pensamientos y meditaciones. Cada uno de los capítulos de este libro comenzará con uno de esos encuentros; en las historias de Nicodemo, Zaqueo o el joven rico encontraré los destellos que me ayudarán a poner en palabras mi propio camino con Dios y mis aprendizajes a la luz de su Palabra.

No pretendo en modo alguno haber descubierto nada nuevo a ojos de quienes son escritores formados o mucho menos avezados teólogos. Escribo como un hombre simple, en proceso de saber más de la vida y sobre todo de conocer más a Dios para servirle y glorificarle, y así tener la oportunidad de servir también a otros de mejor forma. Escribo como un convertido al cristianismo bíblico por la gracia de Dios, a través de la fe y los méritos de Jesucristo.

Casi me atrevería a decir que este libro no es más que un compendio explicado en el que se recoge parte de la historia de mi vida, pero, sobre todo, los cambios que Dios ha ido ejerciendo en ella por su gracia. Y también la forma en la que Dios ha resuelto problemas difíciles en mí, al sacarme de los más profundos escollos que suele vivir un hombre al que Dios le ha cambiado su mundo —un mundo que tiene valor, el espiritual y, sobre todo, el futuro eterno.

Es un libro que explica los aspectos prácticos de la obra de Dios en el alma que él transforma y cómo son expresados en la Biblia. También escribo sobre la forma en la que Dios me hizo diferenciar entre una vida de egocentrismo, anhelo de materialismo y logros deportivos, y una vida en el mundo con el propósito de vivir para Él. He podido entender la verdad a los ojos de Dios y cómo es que la existencia se convierte en una vida con sentido, para que, por otra parte, las pruebas y el sufrimiento nos den fortaleza, crecimiento y madurez. También hago notar lo que realmente es la fe de un hombre cuando su corazón ha sido regenerado.

Hoy, con el alma llena, he aprendido a reconocer mis errores, a mortificar mi pecado. También incluyo esto, porque a diario debo vivir alimentado de lo que su Palabra dice para que mi fe crezca y sea fortalecida. Cuando veo la diferencia entre haber sido un esposo y padre que no entendía mis responsabilidades de manera precisa y la vida tras haber sido mi alma llenada, puedo entender de manera correcta mi papel en esas áreas. Por esto también le doy gracias a Dios, porque hay un cambio radical en mis motivos y actitudes que van siendo conformadas cada día a la imagen del Señor Jesucristo.

Estoy muy lejos de ser la persona que Dios quiere que sea. Dios llenó el vacío de mi alma, no por lo que yo era, sino por lo que Él quiere que yo llegue a ser. Mis deseos, así como mis motivos, están en el camino que lleva a su voluntad al buscar aplicar los principios que describen el andar de un hombre que teme a Dios y busca obedecerlo.

Un libro de estas características es el resultado de aprender a través de la experiencia, la lectura constante y la vida diaria. Trato de explicarlo al ilustrar los acontecimientos de una vida llena de experiencias, del cambio de motivos y maneras de pensar en mí. También he tomado en cuenta los lugares que han sido importantes, donde he vivido por razones de familia, de actividades profesionales y de negocios, incluyendo la práctica de ciertos deportes. He incluido además la maravillosa experiencia que he tenido —en diferentes circunstancias guiadas por Dios— con algunas personas.

Este libro contiene elementos que emanan de los apuntes y estudios que a diario hago en mi tiempo devocional, en mis actividades y mis estudios formales realizados en instituciones como Reformed Theological Seminary y The Master’s Seminary. Incluyo información ya resumida y editada de la agenda de trabajo que organiza mi vida cada semana. Algunas notas, junto con varios de mis comentarios escritos para la locución en la radio por casi tres décadas, también han sido tomadas en cuenta. La lectura de libros a través de los años enriquece el contenido de lo que aquí escribo. Sobre todo, he buscado que la teología sobresalga en términos sencillos para explicar, desde una perspectiva bíblica, cada una de las áreas que afectan el andar de un hijo de Dios y lo que deben aplicar como principio cada día aquellos a quienes Dios ha llenado el alma.

Hay una seria carga en mi corazón al escribir este libro; es mi deseo llegar tanto a quienes están cerca de mí como a quienes no lo están, al corazón de familiares y amigos, pero también de otras personas que al día de hoy no me conocen. Escribir este libro es el resultado de la meditación, la investigación y, sobre todo, de mucho tiempo a solas con Dios en oración —de mi comunión con Él y de su obra transformadora en mí. Encontrará en este libro la descripción de momentos en los cuales no he tenido control alguno, una realidad que a mi entender es importante. Es mi deseo que este libro sea influido por lo que la Biblia contiene y cómo todo esto ha afectado cada etapa y momento de mi vida. Si algún mérito tiene este esfuerzo, quédese en el deseo de ofrecer al curioso lector una compilación de cuestiones que son un recordatorio de cómo Dios soberanamente transforma al hombre a través de la obra completa del evangelio, llevada a cabo por el Señor Jesucristo en la cruz.

Soy testigo de la enorme diferencia que existe entre vivir sin Dios y vivir con Él. Hay una transformación de motivos y metas, de deseos y aspiraciones, de objetivos y sueños. Los describo como manifestación clara del actuar de Dios y de cómo hace su obra de santificación después de regenerar el corazón de una persona. Hago mías las palabras de san Agustín de Hipona:

Porque hubo un tiempo de mi adolescencia en que ardí en deseos de hartarme de las cosas más bajas, y osé oscurecerme con varios actos no correctos y se marchitó mi hermosura, y me volví podredumbre ante tus ojos por agradarme a mí y desear agradar a los ojos de los hombres.[2]

Por todo lo anterior, agradezco a Dios por llevar mi mente y mi corazón al punto de pensar y llevar a cabo este proyecto. Mi objetivo es primero darle gloria a Él, y exponer cómo en su soberano plan me cuidó de no morir antes de haberle conocido. Dios me guardó de su ira, la cual merecía debido a mi naturaleza caída y mi vida apartado de Él.

La gracia común de Dios me protegió. Esa gracia es la expresión de la maravillosa bondad de Dios para todo ser humano, incluso para aquellos que no han creído en Él. Esa gracia común, de forma maravillosa, frena temporalmente el pecado del hombre. Esa gracia permite que los incrédulos, los que todavía no tienen el alma llena por Dios, disfruten de la vida, de la bondad y de toda la belleza de la creación. Es la gracia que me permitió tener tiempo para escuchar el evangelio y ser llevado al arrepentimiento, a sabiendas de que Dios podría, y con toda razón, quitarme la vida de manera instantánea si así lo hubiera querido. La gracia común de Dios es el resultado de su amor por el mundo creado y sus habitantes. Esa gracia hace salir el sol cada día. Esa gracia común, aunque el mundo no lo sepa, es la que hace posible la vida y lo que se lleva a cabo en la Tierra. Todo lo que se tiene, se vive y se respira. Esa gracia nos permite gozar de la familia, de la salud, la recreación y la práctica de deportes, de actividades sociales y culturales diversas, de esos cuidados que el plan misericordioso de Dios otorga a toda criatura. Esa gracia común de Dios me llevó en el momento preciso a las personas correctas, las que tenían la capacidad de explicarme el evangelio; en ese entonces, su gracia soberana me transformó a través de la obra redentora de Cristo. La gracia soberana de Dios cambió mi carácter, fortaleció mi personalidad, enfocó mis objetivos y motivaciones, y me dio la certeza eterna.

Deseo que, al leer este libro, si alguien se encuentra con el alma vacía, su conciencia sea inquietada y, a través de reconocer quién es Dios, pueda ver su necesidad de Él. Que reconozca lo que Cristo hizo en la cruz por su pecado, se arrepienta y le pida perdón. Y que entonces Dios le conceda fe y llene el vacío de su alma. Que experimente lo que hoy vivo yo: el gozo de tener el alma llena. Ese gozo es un eslabón de orden divino entre la fe y la salvación. Es una de las realidades más importantes aparte de la certeza de la justificación, la cual establece la paz entre Dios y el hombre (Ro. 5:1-2). Y esto es algo muy contundente que tengo el privilegio de vivir. Esta relación tiene su raíz en Cristo, su obra redentora y su constante intercesión por nosotros a la diestra del Padre.

A los que ya tienen el alma llena, que han puesto ya su fe en Jesucristo, deseo que al leer este libro sean exhortados a perseverar en la fe. Que crezcan y maduren, buscando el camino diario que Dios nos da para vivir dentro de su voluntad, y que su vida los lleve a tener una relación cada día más íntima y profunda con Dios.

[1]. “Historias de reportero”. Periódico El Universal, Ciudad de México. 23 de agosto de 2011.

[2]. San Agustín, Confesiones, 19.

¿Qué es el vacío del alma?

Nada sería yo, Dios mío, nada sería yo en absoluto si tú no estuvieses en mí; pero, ¿no sería mejor decir que yo no existiría en modo alguno si no estuviese en ti, de quien, por quien y en quien son todas las cosas?

SAN AGUSTÍN

El capítulo cuatro del evangelio de Juan relata una historia de sed junto a un pozo de agua. Bajo el sol calcinante de Samaria, una anónima mujer llega para cargar su cántaro y se encuentra con el Señor Jesús, que le dice: “Dame de beber”; esas pocas palabras abren las puertas a un diálogo existencial sobre el sentido de la religión y de la vida.

Jesús usa un asunto cotidiano para adentrarse en la reflexión espiritual: el agua. En una tierra desértica y seca como Palestina, la provisión de agua era una lucha diaria, de vida o muerte. Su presencia representaba la posibilidad de construir civilizaciones; su escasez significaba la extinción. A lo largo de la historia del pueblo de Dios, la búsqueda de agua es una constante (Éx. 15:22-25, Nm. 20:10-13, etc.). Los pozos eran sinónimo de vida para las personas y los animales, y muchos de los grandes momentos de la historia de Israel sucedieron en la cercanía de pozos de agua (Gn. 16:13-14, 24:11-17, etc.).

Ante semejante contexto, Jesús le dice a la samaritana: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Jn. 4:13-14). La respuesta de la mujer, que todavía no logra entender la dimensión teológica de lo que acaba de oír, conecta sin embargo con un anhelo humano de satisfacción y bienestar: “Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla” (vs. 15).

En unas pocas palabras dichas bajo el sol abrasador de Samaria, Jesús resume el Evangelio. Las necesidades materiales (en este caso, el agua) requieren una atención interminable; nunca dejamos de tener sed. Y no solo de agua: también de relaciones, experiencias, desafíos, consuelo, objetivos y más. Si nuestro horizonte de plenitud depende de la satisfacción de nuestras necesidades, estamos condenados a la infelicidad. Jesús afirma que cualquier otro pozo fuera de Él nos dejará eternamente insatisfechos, pero “el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás”.

Blaise Pascal, el filósofo y matemático francés, tiene una cita famosa:“En el corazón de todo hombre hay un vacío que tiene forma de Dios. Este vacío no puede ser llenado por ninguna cosa creada. Él puede ser llenado únicamente por Dios, hecho conocido mediante Cristo Jesús”. La palabra “corazón” en este contexto, por cierto, no se refiere solo a la parte inmaterial del hombre, sino que denota un ser animado. Es la descripción del hombre como un todo. El teólogo holandés Herman Bavinck escribió:

Elohim [Dios] no es presentado en Génesis 1 como un escultor cósmico que, como si fuera humano, produce una obra de arte con material preexistente, sino como Aquel que, al simplemente hablar —al expresar la palabra de Su poder— llama a todas las cosas a la existencia.[1]

De acuerdo con esta perspectiva, Dios es el creador tanto del alma como de todo el universo. Génesis 1:1 dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Esto incluye lo que vemos y lo que no vemos, lo material y lo inmaterial. Por otra parte, la filosofía griega dedicó mucha atención al problema del alma y la naturaleza humana. Los teólogos de la Iglesia hicieron uso de estas ideas, aunque las modificaron lo suficiente como para crear una antropología distintivamente cristiana.

En la Iglesia primitiva, la doctrina de la preexistencia del alma y su importancia se limitó prácticamente a la escuela alejandrina. El filósofo y erudito cristiano Orígenes (185-254 d. C.) fue el principal representante de este concepto y lo combinó con la noción de una caída pre-temporal.[2] Orígenes intentó sintetizar los principios fundamentales de la filosofía griega, particularmente los del neoplatonismo y el estoicismo, con el cristianismo del credo y las Escrituras. De acuerdo con la antropología platónica y neoplatónica, el cuerpo no es nada más que la cárcel del alma.

San Agustín de Hipona (354-430), la figura más importante de la Iglesia primitiva, fue influenciado por estas ideas. Por eso, permanecieron normativas en la Iglesia hasta que Tomás de Aquino (1225-1274) adaptó la antropología de Aristóteles para reflejar lo que dice la Biblia acerca de la naturaleza humana. Desde ese entonces, y aún después de la Reforma protestante, la antropología cristiana ha sido asistida por Aristóteles en lugar de Platón.

Esto significa en última instancia que la teología cristiana ve una íntima unidad entre alma y cuerpo. No es el alma, sino el hombre el que peca. No es el cuerpo el que muere, sino que muere el hombre. Y no es meramente el alma, sino el hombre —cuerpo y alma— al que Cristo redime. Esta unidad encuentra expresión ya en uno de los primeros pasajes del Antiguo Testamento, que indica la naturaleza completa del hombre: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn. 2:7). Cuando Dios formó el cuerpo del hombre, lo hizo de tal manera que mediante el soplo del Espíritu Santo, fuera un ser viviente.

En su Teología Sistemática,John MacArthur dice que la palabra “alma” (nefésh) aparece 750 veces en el Antiguo Testamento.[3] Al respecto de los humanos, nefésh se refiere frecuentemente a una persona en su totalidad como ser viviente. Génesis 2:7 declara que después de formar al hombre a partir del polvo de la tierra, Dios “sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser [nefésh] viviente”. Siendo el alma parte integral del cuerpo que Dios nos da, podemos vivir con un alma vacía, sin Dios, o llena de su Espíritu y por consiguiente del conocimiento de la verdad de Dios. Lo más importante del alma es que es inmortal, que es definida, creada y sostenida por Dios.

Hay diferentes razones para entender, aun con una mente humana, que el alma es inmortal. MacArthur también dice:

La palabra del Nuevo Testamento para “alma” es psujé y aparece unas 110 veces. Se traduce “alma”, y “yo”. Este término denota: (1) toda la persona (Hch. 2:41; Ro. 13:1; 2 Co. 12:15); (2) el ser esencial o la sede de la identidad personal, frecuentemente en relación con Dios y la salvación (Mt. 10:28, 39; Lc. 1:46; Jn. 12:25); (3) la vida interior del cuerpo (Hch. 20:10; Ef. 6:6); (4) el intelecto (Hch. 14:2; Fil. 1:27); (5) la voluntad (Mt. 22:37; Ef. 6:6); (6) las emociones (Mt. 26:38; Mr.14:34); y (7) la vida moral y espiritual (He. 6:19; 1 P. 1:22; 3 Jn. 2).[4]

Por lo tanto, podemos decir que cuando una persona muere, lo que sobrevive es el alma que regresa de forma inmediata a la presencia de Dios (Ec. 12:7).

También la ciencia —desarrollada por el hombre dentro del plan soberano de Dios— encuentra lugar en el alma. Agustín de Hipona escribió:

La ciencia existe en alguna parte y no puede existir, sino en un ser que vive, y existe siempre; y si cualquier ser en el que algo siempre existe, debe existir siempre: siempre vive el ser en el que encuentra ciencia. Si nosotros somos los que razonamos, es decir, nuestra Alma, si esta no puede razonar con rectitud sin la ciencia y si no puede subsistir el Alma sin la ciencia, excepto el caso en que el Alma esté privada de ciencia, entonces existe la ciencia en el Alma del hombre.

A través de la ciencia es como el hombre ha “venido conociendo” a través del tiempo todo lo creado por Dios y cómo Él lo sostiene. Y, siguiendo a san Agustín, podemos decir también que la razón es el alma o existe en el alma; es una substancia y es mejor ser substancia que no ser nada, desde luego, pero nuestra razón es algo. Por otra parte, cualquier armonía propia que exista es necesario que lo haga de una forma inseparable en nuestro cuerpo. Y cuando el alma se encuentra sin la parte más importante, que es motivo, razón y efecto solo producido por el habitar de Dios en nosotros, a través de su Espíritu Santo, entonces ese vacío se agudiza. Y ni la razón, ni la ciencia, ni nada que el hombre siga descubriendo hará mella en la parte fundamental y motivo de la existencia.

Luego, en la vida de todos los días, el vacío del alma es el vacío que nos otorga la desnudez de nuestros egos. Un vacío que nos despoja del materialismo; a pesar de tener posesiones, sentimos como si no tuviéramos nada. Es un vacío que no sabemos cómo llenar, y eso resulta demoledor, nos rompe, nos inunda.

Vivir, sentir el vacío en el alma, como yo lo viví, es experimentar la nada y la oscuridad, desde lo más hondo del ser. Es un descenso hacia una profundidad que no parece tener fin. Hubo momentos en los que viví en la nada oscura, en una sensación que arrasa por dentro. Es una experiencia que aprisiona, ata, desgarra y ahoga.

El ánimo muchas veces nos abandona. La melancolía y la desazón nos atrapan. Los sentidos dejan de captar y el pensamiento se vuelve incapaz de discernir. Cuando intentaba satisfacer el vacío con lo que las circunstancias me daban, por momentos se desvanecía, se hacía intangible. Parecía un falso recuerdo de un mal sueño, pero siempre estaba ahí. Ni el éxito, ni el fracaso, ni el aplauso, ni el dinero, mucho menos el poder, nada llenó el vacío de mi alma.

Durante mucho tiempo intenté buscar la razón de mi desasosiego. Llegué a pensar que yo simplemente no estaba hecho para sentir algunas cosas y que esta falta de sentimiento era el motivo. Busqué de manera ligera en la religión católica romana, en las prácticas de la masonería, en la fiesta mundana, en la actividad deportiva de alto rendimiento, teniendo claros logros. En la música, al tocar un instrumento o aficionarme por diferentes géneros musicales. Al incursionar en la política, o buscando posiciones profesionales de diferente índole. Busqué cualquier motivo o actividad para llenar ese vacío. Pero mi alma se mantenía igual. Vivía engañándome a mí mismo. Buscaba poder, dinero, éxito y posición social, o un estatus y vida que me hicieran sentir diferente y lleno, pero al final todo era “vanidad” y vacío.

Dice Eclesiastés: “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu y sin provecho debajo del sol” (2:1). Aun la sabiduría que pudiera existir no era garantía de satisfacción; mi orgullo crecía y la felicidad representaba solo un momento. Era pasajera y, más que llenar el vacío de mi alma, aumentaba la frustración. Mi vacío se hacía más profundo. La madurez del cuerpo va modificando la certeza de nuestra propia mortalidad.

Cuando llegamos a este punto, el apoyo de nuestra alma puede hacernos afrontar lo inevitable con enorme intranquilidad y temor. El alma abandonará nuestro cuerpo cuando llegue el último suspiro y marchará hacia la eternidad. Viví momentos de peligro en los que mi vida estuvo en juego; el desasosiego quebrantó mi ser por momentos y me llevó a la reflexión, a pensar adónde iría si hubiese muerto.

“Nada” es una expresión que usamos a menudo al referirnos a una sensación de vacío o la ausencia de algo, una indiferencia en nuestro sentir y en la propia vida. Decimos con cierta facilidad “No siento nada”, como sinónimo de que todo es vacío. Pensar por unos instantes en estas expresiones, en estos conceptos, es un sentimiento difícil. Esos momentos de pesimismo, de negatividad, de angustia o tristeza, nos hacen ver la incapacidad humana de poder llenar por nosotros mismos el vacío del alma.

Si hubiese pensado por alguna razón en Dios, quizás hubiera sido diferente. Sin embargo, el hombre no tiene la capacidad de buscar a Dios porque está espiritualmente muerto en delitos y pecados. No está muerto por causa de los actos pecaminosos que ha cometido, sino por su naturaleza pecaminosa, como dice Efesios 2:1: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados”.Este es el estado serio de la perdición antes de que una persona sea redimida, antes de que el vacío de su alma sea llenado. Como resultado de no tener a Dios, tolerar el pecado es algo tan simple como la respiración que nos mantiene vivos.

Es ese hecho real que durante años viví y desarrollé lo que el escritor del libro de Hebreos llama “el pecado que nos asedia”(12:1).Mi pecado —el mismo que clavó a Jesucristo en la cruz— se hacía cada día más familiar. Experimentar la vacuidad de nuestro ser, de nuestro sentir, de nuestra persona, es también expresar la inexistencia en nosotros de quien debería ocupar el espacio de ese vacío: Dios.

¿Y quién es Dios? No pretendo definir al creador del universo; menos aún, mostrar su obvia existencia. Pero todos aquellos que no lo conocen se han preguntado quién es. Sigmund Freud dijo:

Dios es un incentivo del hombre, necesitamos desesperadamente seguridad, porque tenemos temores de vivir arraigados en un mundo profundamente amenazador, en el cual tenemos muy poco control sobre nuestras circunstancias. Inventamos a Dios como un padre protector; tememos a su naturaleza, a su carácter imprevisible, a su impersonalidad y su rudeza. Todos vemos la terrible realidad de la enfermedad, el hambre y la angustia contra lo que tenemos como defensa nominal. Hacemos conjeturas sobre lo natural que puede librarnos. Tenemos miedo a la muerte.[5]

Este vago concepto de Dios y lo que es para el hombre, como fundamento de la religión, es muy simplista.

La realidad es que parte de la naturaleza humana es preferir que Dios no exista. Lo primero que Adán y Eva hicieron después de pecar fue esconderse de Dios. Génesis 3:8 dice:“Oyeron la voz de Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios de entre los árboles del huerto”. Liberarse de Dios, que llama a los pecadores a rendirle cuentas ha sido el patrón, la meta de la humanidad a través de la historia. El pecador se esconde en todo momento y circunstancia de Dios. Todo ser humano sabe de la existencia de Dios y a pesar de ello, “no aprobaron tener en cuenta a Dios” (Ro. 1:28). John MacArthur dice: “Rechazan la autorrevelación de Dios y rehúsan reconocer sus gloriosos atributos”.[6] El concepto de Freud estaba equivocado. Porque, recordando Romanos 3:10: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno”. El apóstol Pablo en ese pasaje cita el Antiguo Testamento y deja en claro el carácter del ser humano, su plática (vs. 10-12) y forma de actuar (vs. 13-14).

Las personas no desean buscar al único Dios verdadero. Lo que quieren es rechazar y negar de manera tajante su existencia. Dios creó al hombre con necesidad espiritual: un vacío en el alma. El ser humano necesita llenar su alma de Dios a través de la obra que Jesucristo hizo en la cruz por el pecado de un mundo perdido. Solo por la gracia de Dios, a través de la fe en los méritos de Jesucristo, se creará la dependencia en Dios para vivir bajo sus principios y dirección.

Si hiciéramos un estudio de las religiones que hay en el mundo, encontraríamos que los ídolos o dioses a los que veneran son más opresores que libertadores y necesitan ser apaciguados. Ninguno es como el único Dios, el Dios de la Biblia. Agustín de Hipona, en sus Confesiones,se deleitaba en exaltar a Dios y todos sus atributos:

¿Y qué Señor hay fuera del Señor o qué Dios fuera de nuestro Dios? Sumo, óptimo, poderosísimo, omnipotentísimo, misericordiosísimo y justísimo; secretísimo y presentísimo, hermosísimo y fortísimo, estable e incomprensible, inmutable, mudando todas las cosas; nunca nuevo y nunca viejo; renuevas todas las cosas y conduces a la vejez a los soberbios, y no lo saben; siempre obrando y siempre en reposo, siempre recogiendo y nunca necesitado; siempre sosteniendo, llenando y protegiendo; siempre creando, nutriendo y perfeccionando; siempre buscando y nunca falto de nada.[7]