Electra - Benito Pérez Galdós - E-Book

Electra E-Book

Benito Pérez Galdòs

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Beschreibung

Electra es una joven de padre desconocido, criada en un convento en Francia y que, tras la muerte de su madre Eleuteria, es acogida por su tía Evarista y el marido de esta Don Urbano. Electra se enamora perdidamente del científico Máximo, un sobrino de Evarista. Sin embargo, don Salvador de Pantoja le confiesa a Electra que Máximo y ella son hermanos de madre por lo que Electra, presa de sus temores, se refugia en un convento animada por Pantoja. Allí, Eleuteria se le aparece para revelarle que los rumores que la atormentan son totalmente falsos y le aconsejará abandonar el convento en el que le augura la infelicidad.

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ELECTRA

BENITO PÉREZ GALDÓS

ELECTRA

INTRODUCCIÓN

DE ELENA CATENA

PRÓLOGO Y EPÍLOGO

DE GERMÁN GULLÓN

 

 

© De la introducción, Elena Catena, 1998, 2001

© Del prólogo y epílogo, Germán Gullón, 2020

© Malpaso Holdings S. L., 2021

C/ Diputació 327, principal primera.

08009 Barcelona

www.malpasoycia.com

ISBN: 978-84-18236-44-0

Maquetación: Palabra de apache

Imagen de cubierta: Rex Whistler - Lady Caroline Paget, 1930

Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente

prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright,

la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio

o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro (incluyendo las

fotocopias y la difusión a través de Internet), y la distribución de ejemplares

de esta edición mediante alquiler o préstamo, salvo en las excepciones

que determine la ley.

 

Para Andrés Amorós,desde siempre tan querido,

tan admirado.

Para don Antonio Roche y don Manuel Bonsoms,

por su paciencia, por su cortesía.

 

PALABRAS PROLOGALES

Hay obras en la historia de la literatura universal que constituyen un hito, porque captan un aspecto de la vida social cuya urgencia y relevancia las convierte en textos icónicos. Así sucedió con la obra de teatro, la Casa de muñecas (1879), de Henrik Ibsen, una defensa de los derechos de la mujer. Electra, de Galdós, supuso también al estrenarse en Madrid (1901) un auténtico bombazo, parecido al estreno del drama francés Hernani (1830), de Victor Hugo, que escenificaba la batalla entre los románticos y los clasicistas, mientras la española catalizó la opinión pública nacional. Abordaba un tema candente, la influencia de la Iglesia en las familias burguesas. Su onda expansiva fue enorme, hubo dulces, cigarrillos, cerillas, periódicos Electra, como si un artefacto de fragmentación hubiera explotado en medio de la sociedad española. Y un poco era así, la obra vehiculaba la frustración y la rabia de la clase burguesa progresista y de la llana con la política de la Restauración, que incumplió el programa de reformas nacional prometido tras la Revolución de 1868, cuando la reina Isabel II se vio obligada a abandonar el trono. Las reformas administrativas, la defensa de la separación de poderes, especialmente entre Iglesia y Estado, no acabaron de consolidarse, o se vieron entorpecidas, como la libertad de prensa, lo que impedía la normalización de la vida democrática. Además, los españoles acababan de sufrir la humillante pérdida de las colonias de Ultramar, la isla de Cuba, la perla de las Antillas, Guam y las Filipinas, que nos reducía a una potencia mundial de segundo rango.

El estreno de Electra en el teatro Español despertó las esperanzas de la clase intelectual, que ocupaba las butacas, de que la acción política, la protesta, iba a modificar el rumbo del país, dirigiéndonos hacia una era de progreso social. Galdós, sutilmente, y hoy lo entendemos mejor, confiaba más en los avances de la ciencia que en los políticos, que a fin de cuentas tienen influencia limitada sobre la vida social. Desde la publicación de su novela Doña Perfecta (1876), protagonizada por Pepe Rey, un ingeniero, y Máximo, el de esta obra, un investigador de la conducción eléctrica, dos científicos, venía indicando nuestro autor que los hombres de ciencia eran los responsables de la marcha hacia delante, del progreso de la sociedad española. Ayer como hoy, los políticos, y ese es el mensaje de Galdós, ejercen una influencia sobre una parcela limitada del dominio público, y desde luego el progreso compete a ingenieros e investigadores, hoy quizá debemos mencionar a biólogos moleculares e ingenieros digitales. El autor enviaba asimismo un fuerte mensaje sobre el valor de la conciencia humana, el terreno privado de cada ciudadano, de la propia persona, de la joven Electra, expresando que le pertenece al individuo.

En 1901, la recepción de la obra enfocó solo un aspecto del mensaje, porque como dije el clima social estaba condicionado por el descontento de los españoles con el estado de los asuntos públicos, y el anticlericalismo fue el sentimiento que unió los deseos de reforma, aunque, según comentaré en el Epílogo, la obra considerada en el siglo XXI permite una lectura de mayor alcance temático. El anticlericalismo se convirtió en una punta de lanza, el mensaje de la obra, que se repetirá en la prensa española y extranjera, caldeó los ánimos de la gente y, a la vez, suscitó la animadversión hacia su persona y obra de los conservadores y del clero, especialmente los jesuitas. Las repercusiones fueron importantes, y se evidenciaron cuando las fuerzas reaccionaras se opusieron años después (1912) a que le concedieran el Premio Nobel, un momento de infamia nacional, que le escamoteó la fama universal.

Hace diez años (2010), el dramaturgo Francisco Nieva hizo una versión moderna de la obra, que fue recibida con aplauso. Nosotros, con motivo del centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós (1943-1920), hemos querido recuperar la edición de Elena Catena de Electra, cuya publicación en 1998 supuso un hito en los estudios galdosianos. Ofrecía al lector el olvidado texto de esta obra dramática, la más famosa de un autor conocido principalmente por su obra narrativa, y la acompañaba con una introducción, donde con competencia crítica se explica la relevancia y el contexto de la obra. Sus palabras introductorias siguen siendo válidas, por eso las reproducimos aquí, y junto con las nuestras epilogales pensamos ponen al día la presentación de esta obra clave de nuestra literatura. Hemos actualizado también la bibliografía.

 

INTRODUCCIÓN

 

EL ESTRENO DE ELECTRA

EL ENSAYO GENERAL

En la última semana del mes de enero de 1901, más de un centenar de personas, residentes en Madrid, recibieron en sus domicilios una insólita invitación: En un tarjetón (11,5 × 8,5) el famoso novelista y autor teatral, don Benito Pérez Galdós, con la fórmula típica B. L. M. (besa la mano), seguida del nombre correspondiente, invitaba «al ensayo general de Electra, en el Teatro Español, el 29 del corriente a las nueve menos cuarto de la noche. Madrid y enero de 1901. (Personal e intransferible)». A la izquierda del tarjetón aparecía el dibujo-logotipo de las obras editadas por Galdós: un círculo con la figura de una esfinge alada —mitad cuerpo y rostro femeninos— sentada sobre una esfera, apoyados en ella sus brazos muy largos y asomando a los dos lados, en vez de piernas humanas, unas patas estilizadas. Rodeaba la imagen del logotipo un anillo con la divisa Natura, Ars, Veritas. Este logotipo se ofrece igualmente en muchas de las publicaciones actuales sobre nuestro autor, especialmente en Anales Galdosianos, desde 1965.

La invitación susodicha debió de ser recibida con asombro, y por supuesto produjo mucha expectación, pues el tipo de ensayo que se ofrecía de un modo tan formal era una experiencia nueva en España. Las invitaciones fueron enviadas a la flor y nata de los periodistas, artistas, pintores, músicos, escritores, políticos y médicos de la capital de España, que entonces bordeaba el medio millón de habitantes.

La novedad de aquel ensayo general fue que se representó con vestuario, decoraciones, muebles y todo lo concerniente a un montaje y puesta en escena total de una obra de teatro.

Conocemos detalles muy interesantes y sugestivos sobre aquel ensayo general del 29 de enero de 1901 en el Teatro Español de Madrid. Ramiro de Maeztu lo relató en un artículo publicado en El País con el título «El público desde dentro». Se describe en este artículo —el 31 de enero de 1901— la tensión emocional que había entre el público y la actitud impertinente y agresiva entre los más jóvenes invitados. También Maeztu ofrece la lista de las personas (hombres todos) más conocidos en el Madrid de entonces: Amadeo Vives, Pío Baroja, Valle-Inclán, Joaquín Sorolla, Echegaray y J. Martínez Ruiz, que todavía no firmaba con el seudónimo de Azorín. Al día siguiente, tuvo lugar el estreno de Electra: el Teatro Español se llenó —era el estreno oficial—; hombres de muy distintas ideologías estaban presentes. Lo notable es que todo el público estaba en cierto modo alertado, sabían todos «de qué trataba la obra» y lo sabían porque los asistentes al ensayo general de la noche anterior habían divulgado en los puntos neurálgicos de la opinión madrileña la impresión que les había producido la representación de Electra.

LA NOCHE DEL ESTRENO (30 DE ENERO DE 1901)

Todos cuantos iban entrando en el Teatro Español conocían la obra de oídas. En las redacciones de los periódicos, en las tertulias de los cafés, en el Ateneo de Madrid, en muchos despachos de los centros políticos, en la Universidad y, por supuesto, en muchos centros religiosos, sin excluir el propio obispado madrileño, es decir, en lo que más arriba hemos llamado centros neurálgicos de la opinión pública, el gran tema, la gran cuestión fue la obra teatral Electra.

Catorce veces salió Galdós a escena. Don Marcelino Menéndez Pelayo, cuya reacción favorable a la obra no cae en vacío (católico fervientísimo y maestro indiscutible de la historia literaria española, sus opiniones fueron aireadas por toda la prensa liberal) había afirmado que el cuarto acto de Electra «era uno de los actos más hermosos que se habían escrito en España» (El Liberal, 1 de febrero de 1901).

Baroja contó en sus memorias lo ocurrido en el famoso estreno. La representación fue interrumpida varias veces por los estruendosos aplausos del público y por los gritos contra el personaje de Pantoja. Ramiro de Maeztu, según el relato de Baroja, con voz tonante da un terrible grito de «¡Abajo los jesuitas!», cuando Máximo, en la escena X del acto cuarto, acomete a Pantoja y agarrándole por el cuello le arroja sobre un banco que hay en el jardín del palacio de los García Yuste. Añade Baroja: «Entonces todo el público comenzó a estremecerse, y algunas señoras de los palcos se levantaron para marcharse». El grito de Maeztu y la reacción de las señoras de los palcos se repetirán en las calles y en los teatros hasta casi cinco meses después del estreno.

En ninguna escena, en ninguna frase de los cinco actos de Electra hay ni la más leve referencia, ni la insinuación a los jesuitas; sin embargo, los que gritaban contra ellos habían personificado en el personaje de Pantoja a un padre jesuita —el padre Cermeño— sujeto verdadero de una historia real: «El caso de la señorita Ubao», dado a conocer por toda la prensa nacional de aquel entonces, y del que trataremos más adelante. En cuanto a las señoras que abandonaban el teatro en plena representación manifestando así su repulsa y desagrado también fueron escena y actitud repetidas en los meses siguientes al estreno y siempre en ocasión de otros estrenos. Cuando los periódicos recuerdan estas actitudes, hacen constar que se trata de señoras: en el estreno de Madrid, Baroja es más preciso: «señoras de los palcos».

DESPUÉS DEL ESTRENO DE ELECTRA

Y luego llegó una especie de convulsión social que incluso fue calificada de «levantamiento general». En varias provincias españolas se proyectaron homenajes a Galdós, aunque en ninguna de ellas se tenían más noticias de Electra que las aparecidas en los diarios madrileños. Los amigos de Galdós que vivían en provincias, enterados del éxito de su obra, escribieron y hasta algunos enviaron telegramas —que por entonces solían utilizarse solo para comunicar las malas noticias— felicitando a don Benito. Leopoldo Alas, Clarín, le dice en carta:

Figúrese si estaré contento y entusiasmado con el gran éxito, único (subraya Clarín) de Electra. Aquí tampoco se habla de otra cosa. Todos me preguntan si conozco la obra. Si se hace algo general [subrayado], en Oviedo no nos quedaremos atrás. Si nos autorizan el mitin del 11 hablaremos en Campoamor [el teatro de Oviedo] Melquíades Álvarez y yo de Electra… de oídas. Mándeme la obra en cuanto se imprima.

El estreno de Electra produjo además otras reacciones, diríamos, pintorescas: aparecieron en las tiendas y mercados sombreros, caramelos, licores con el nombre de Electra. El restaurante Lhardy, el más famoso y elegante de Madrid, puso el nombre de la obra galdosiana a uno de los platos ofrecidos en el menú de la casa.

A finales del mes de febrero se estrenaría en el Teatro Eslava de Madrid una parodia de Electra con el título de ¡Alerta!, escrita por dos comediógrafos especializados en obras divertidas e intrascendentes, los señores Escacena y Muñoz. La parodia fue autorizada por Galdós. Esa clase de parodias de grandes obras famosas era muy popular en el Madrid de principios de siglo. El procedimiento fue estudiado por don Alonso Zamora Vicente en su «Discurso de Ingreso en la Real Academia Española» (1967). Allí se nos ofrecen curiosos ejemplos de titulación paródica: la ópera Carmen se convirtió en Carmela; La Dolores, de Bretón, en Dolores… de cabeza, la ópera La Bohéme, de Puccini, en La Golfemia.

Sin duda alguna, el clamoroso éxito de Electra en Madrid fue el desencadenante de todo cuanto ocurrió en provincias en relación con este acontecimiento. En la capital de España la obra se representó durante ochenta noches consecutivas en el Teatro Español y veinte noches en el Teatro Novedades, que estaba en la calle de Toledo, un barrio popular que recibió la obra con fervor político. Fue en el Novedades donde parece que por vez primera, al finalizar la representación, se cantó el «Himno de Riego». La costumbre de cantar himnos de intención política se generalizó, añadiendo la música de «La Marsellesa» en los teatros donde había orquesta.

Se imprimió, igualmente en Madrid, una revista titulada Electra, donde colaboró la flor y nata de los escritores que pronto serían los grandes de la llamada generación del 98 y del modernismo. Galdós patrocinó la revista, escribiendo las páginas de presentación.

CIRCUNSTANCIAS TEMPORALES DE LA ELECTRA DE GALDÓS

La sociedad española de principios del siglo XX estaba inmersa en una situación difícilmente soportable. Un periodista de entonces, Fernando Soldevilla, empezó a publicar —un volumen por año— las noticias más importantes aparecidas en toda clase de periódicos españoles. Tituló los volúmenes El año político, seguido de la cifra correspondiente a cada año. El referido a 1901 enseña, más que muchos libros de historia, la de este desventurado año. Sobresalen las noticias infaustas: hambre, analfabetismo, desesperación del pueblo llano. Conmueve saber que pueblos enteros, todos sus habitantes, solicitan permiso para emigrar a América, a la República Argentina mayormente. Los políticos de todas las tendencias coinciden en asegurar que hay dos tensiones candentes: la cuestión social y la cuestión religiosa; el cuerpo y el alma de la nación, diría un sencillo párroco. En El año político. 1901, Soldevilla introduce una noticia teatral: el estreno de Electra. Y claro que fue una noticia política.

Todos cuantos han escrito, entonces, después y ahora, sobre esta obra galdosiana, la relacionaron y la relacionan con tres acontecimientos de índole religiosa, política y social. Los tres conmovieron a los españoles; los enfrentaron también, les hicieron tomar partido y eso lo comprendieron los políticos. Y tomaron buena cuenta de ello. Veamos cuáles fueron estos acontecimientos.

El caso de la señorita Ubao

En 1898 una señora de la alta burguesía, doña Adelaida de Icaza, viuda de Ubao, asistió con su hija Adelaida a unos ejercicios espirituales, dirigidos por el padre jesuita Fernando Cermeño. La señorita Ubao de Icaza tenía novio formal, lo cual, según las costumbres sociales de la época, hacía presumir que el novio sería pronto esposo de la joven. Pero no; el padre Cermeño, ya confesor de Adelaida a raíz de los ejercicios espirituales, impulsó a su dirigida al rompimiento de las relaciones con su prometido. Después, Adelaida declara a su madre y a su hermano mayor su intención de ingresar en el noviciado de un convento, ya que, según el padre Cermeño, ese era el camino más seguro para su salvación eterna. La señora Ubao y su hijo mayor, Eduardo, se oponen tajantemente a los deseos de su hija y hermana Adelaida. Sospechan, y así lo dicen, que está influida por las sugestiones del padre Cermeño. No la convencen. El 12 de mayo de 1900 Adelaida se escapa de casa y se interna en el convento madrileño de las Esclavas del Corazón de Jesús, situado en el paseo del Obelisco.

A principios del verano de 1900, los periódicos de toda España cuentan los antecedentes y el desarrollo del «Caso Ubao». La señorita Ubao continúa en el convento madrileño. Ni su madre ni su hermano han podido sacarla de allí. Adelaida se niega a salir y las monjas del convento, inseguras y perplejas, no saben qué partido tomar. Hecha la denuncia en un juzgado, ya que la señora Ubao considera que su hija está allí sugestionada por voluntades ajenas a la suya propia, el juzgado correspondiente niega a la madre el derecho de recuperar a su hija. Entonces se acude al Tribunal Supremo, y se nombra abogado de la familia a un famoso jurisconsulto, catedrático de la Universidad de Madrid: don Nicolás Salmerón.

En varias ocasiones Galdós negó que el «Caso Ubao» tuviera que ver algo con Electra, pero claro que lo tuvo. La noche del estreno se estaba esperando la resolución del Supremo. La sentencia favorable a la familia Ubao llegó el 19 de febrero de 1901. Fácil es comprender que los asistentes a las representaciones de Electra veían en el también «secuestro conventual» de la protagonista de Galdós una semejanza muy sugestiva con el caso Ubao.

Sin embargo, las dos protagonistas (Adelaida y Electra) son dos muchachas muy, muy diferentes. La heroína de Galdós es encantadora, expansiva y simpática, con un punto de desequilibrio nervioso, derivado de sus orígenes familiares [léase el texto de la obra]. El carácter de Adelaida es muy otro al de la infeliz Electra, decidida, segura de sí misma, poco o nada tierna y sin ningún torcedor familiar que le produjera temor o angustia. Ni siquiera su propio caso, hecho público, le acomplejará. Dictada la sentencia del Tribunal Supremo que la obliga a reintegrarse al domicilio materno, se despide de las monjas con serenidad. Llegada a casa, al advertir que hay unos caballeros cuya identidad desconoce, pregunta: «Si está entre ellos el señor Salmerón [que ha sido el representante legal de su madre] no lo quiero ver, porque le voy a soltar un descaro». Cuando la madre le pregunta si es cierto que piensa presentar una acusación de malos tratos, la joven responde: «Me lo han propuesto, pero todavía no he contestado a la consulta». Dos días más tarde, don Antonio Maura, como abogado de la señorita Ubao, presentaba «demanda de depósito provisional, por ser sospechoso el domicilio de la madre de la señorita».

Para terminar con la historia del «Caso Ubao», el Tribunal Supremo devolvió a la joven al domicilio de su madre, donde debía residir hasta cumplir los veinticinco años, cuando, según la ley, podría «tomar estado», en este caso religioso, sin previo consentimiento familiar. Le faltaban unos meses para cumplir esa edad, pero no volvió al convento hasta pasados cuatro años. En 1905 estaba en el noviciado de las Salesas, en Azpeitia. Al año siguiente falleció, víctima de una crisis gripal. Tenía veintinueve años.

En el verano de 1900, Galdós comenzaba a escribir en su casa de Santander la historia de Electra. Por su correspondencia con el doctor Tolosa Latour, sabemos que nuestro escritor era consciente de que su obra iba a ser conflictiva: «Estoy escribiendo, sí, una obra dramática que se titula Electra. Y no es floja tarea.Tiene cinco actos y mucha miga, más miga quizá de lo que conviene. Está toda planeada en diálogo. Escritos casi definitivamente tres actos». Clarín, desde Oviedo, también sabe qué está escribiendo su amigo Galdós y le dice encarta del 11 de noviembre: «¿Y Electra? ¿Es la Electra griega o una invención de usted? Por Dios, mire quién se la hace. […] No siendo María Guerrero, yo no veo Electras posibles. Si no se trata de la hija de Agamenón, no digo nada». Por supuesto, la Electra galdosiana, desde que su autor comenzó a escribirla, tenía mucha miga, como castizamente la juzgaba su autor, don Benito. Electra produjo todo un hervor social. Muchos consideraron la obra como «un nuevo episodio nacional de Galdós».

La boda de la princesa de Asturias

La vida política española se vio perturbada por otro acontecimiento: la boda de doña María de las Mercedes, princesa de Asturias, con su primo don Carlos de Borbón y Borbón. Las Cortes presentaron serias objeciones a tal enlace. El conde de Caserta, padre del novio, era un conocido carlista.Había sido jefe del Estado Mayor en el ejército del pretendiente don Carlos y, como tal, se le atribuían, al futuro suegro de la princesa de Asturias, desafueros y violencias de las tropas a su mando contra las poblaciones civiles. Especialmente se hacía hincapié en la influencia reaccionaria que sobre la princesa de Asturias tendría, presumiblemente, la familia de su esposo. Por otra parte, se argumentaba que, si el rey, aún bajo la regencia de su madre, la reina María Cristina, muriese antes de matrimoniar y tener sucesión, la princesa de Asturias sería reina de España, y su esposo, rey consorte, miembro de una cualificada familia carlista. Desde hacía meses toda esta historia estaba en la calle, se comentaba entre el pueblo llano y se estudiaba críticamente en los centros del poder: las Cortes y el Senado.

Sin embargo, el matrimonio de la princesa de Asturias con el hijo del conde carlista se llevó a cabo. La reina madre, doña María Cristina, lo defendió, alegando el amor de los jóvenes prometidos. Las Cortes votaron la aprobación. Leer el diario de sesiones de las Cortes en que se aprobó aquel matrimonio es una experiencia curiosa, desconcertante: las diferentes facciones políticas aprueban el enlace, diríamos, por razones sentimentales. Se trataba de una joven pareja de enamorados.

Las fiestas oficiales en honor de los nuevos esposos les fueron amargadas con toda clase de violencias. Guardias municipales, civiles, agentes del orden público y los de entonces llamados de la «ronda secreta» protegieron los lugares donde se celebraban recepciones y festejos oficiales. Hubo mítines y manifestaciones. Temeroso el Gobierno de la fuerza social de las algaradas estudiantiles autorizó a los rectores de las universidades para que adelantasen las vacaciones de Carnaval. Algunos distritos universitarios rechazaron indignados la oferta «generosa» del ministro correspondiente. El matrimonio religioso tuvo lugar el 14 de febrero, en pleno éxito de Electra. El Gobierno conservador, presidido por el general Azcárraga, presentó su dimisión a la reina regente. El 6 de marzo se formó el nuevo equipo ministerial, presidido por Práxedes Mateo Sagasta, jefe del Partido Liberal. Recordamos que a este Gobierno se le llamó «Ministerio Electra».

La Ley de Asociaciones de 1901. El año anticlerical

En el «Caso Ubao» y en la boda de la princesa de Asturias hay una cuestión recurrente que envuelve los dos acontecimientos: un proceso social de anticlericalismo que, en varias ocasiones, llega a extremos de violencia pura y dura y, en general, suscita un comportamiento ciudadano de crispación y descontento.Ese anticlericalismo no fue solo una circunstancia española, Francia y Portugal pasaron por la misma situación, aunque en nuestros dos vecinos países el anticlericalismo tomase formas y conclusiones diferentes a las nuestras. En la historia europea, 1901 fue llamado «el año anticlerical».

La religiosidad, que es la manifestación pública y evidente de la fe, no puede menos que implicarse en las ideas políticas que entonces, como siempre, aspiraban a transformar la sociedad civil. El Partido Liberal español, que calificaríamos hoy como la izquierda del Parlamento de la Regencia de la reina María Cristina, tiene que habérselas con la manera y el procedimiento de explicar a la sociedad española qué son y en qué consisten esas nuevas ideas. En principio, la nueva ideología choca dramáticamente con una gran parte del clero, que se pone en guardia. Entonces se publica en 1884 un libro de Sardá y Salvany con título muy concluyente: El liberalismo es pecado. Un sacerdote, del círculo de asesores religiosos del Palacio Real de Madrid, publica una reseña elogiosa de la obra de Sardá y Salvany, con el mismo título, en El siglo futuro, de ideología muy conservadora.

Por otra parte, empiezan a cruzar nuestras fronteras importantes comunidades religiosas francesas, dedicadas a la enseñanza, expulsadas del país vecino a causa de nuevas leyes anticlericales.

En este ambiente, surge el tema de la Ley de Asociaciones. La ley había sido promulgada en 1887, pero ahora, a principios de siglo, en una nueva dimensión: el Partido Liberal quería que se aplicara a las congregaciones religiosas, insistiendo en que los estatutos de estas debían ser aprobados o rechazados por los órganos correspondientes del propio Estado. Se abrió la caja de Pandora: los comerciantes acusaban de competencia ilegal a los conventos que sostenían industrias (que entonces eran pequeños talleres de bordado, artesanía y confitería) y los periódicos de corta tirada, especializados en truculencias, sacaron a relucir la moral (que entonces, como todavía en nuestro tiempo, muchos creían que era solo lo sexual), o casos de crueldad o sadismo: niñas maltratadas, sometidas a humillaciones, etc. Los cargos más sugestivos y sugestionables se hicieron contra la Compañía de Jesús: se acusaba a los jesuitas de apoderarse de los bienes y haciendas de seglares, dirigidos por astutos confesores, y que la educación impartida en sus colegios deformaba, en beneficio de la Compañía, la personalidad de los alumnos.

El ataque contra las congregaciones religiosas se libró en dos frentes: la revuelta callejera y el bloque de los políticos liberales, unido a un grupo numeroso de intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza.

El 9 de abril de 1901, cuando las representaciones de Electra estaban en pleno apogeo, Galdós publicó en El Liberal de Madrid un artículo titulado «La España de hoy». Don Benito se despachó a su gusto contra los jesuitas. Es un artículo muy largo que incluyó completo la gran hispanista Josette Blanquat en su magnífico estudio «Au temps d’Electra(Bulletin Hispanique, 1966, pp. 253-308). Escribe allí nuestro autor sobre los chicos de «buenos modales y una frialdad tónica», sometidos a la dirección y consejo de sus confesores. Don Benito asegura que a los jesuitas no les interesaba el dominio de las muchedumbres, sino el de las clases pudientes, principalmente en España, la burguesía enriquecida por los negocios de contratas para el abastecimiento de la guerra carlista. Asimismo esa burguesía había conseguido a bajo precio edificios magníficos, obras de arte de alta calidad y fincas y terrenos rurales en las subastas de las desamortizaciones de bienes eclesiásticos. Galdós alude además a la nueva imagen de los interiores de las iglesias españolas: los jesuitas habían adecentado nuestros templos, que hasta mediados del siglo XIX