Embarazo por contrato - Maya Blake - E-Book

Embarazo por contrato E-Book

Maya Blake

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Beschreibung

Aceptó su proposición sin imaginar el peligro que corría su corazón… Al cumplir los veinticinco, la tímida Suki Langston, que llevaba años enamorada de Ramón Acosta, vivió con él una ardiente noche de pasión. No esperaba quedarse embarazada, y mucho menos que ese embarazo fuera a tener un triste desenlace que acabaría con sus esperanzas de un futuro junto a Ramón. Sin embargo, meses después, el arrogante magnate reapareció en su vida decidido a que le proporcionara un heredero, y esa exigencia, aunque indignante, reavivó el ansia de Suki por ser madre y por volver a sentir el fuego de sus caricias.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Maya Blake

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Embarazo por contrato, n.º 2622 - abril 2016

Título original: Pregnant at Acosta’s Demand

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-128-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

No te gires, pero acaba de entrar el protagonista de tus sueños más tórridos y mis pesadillas.

Como era de esperar, Suki Langston no pudo evitar girar la cabeza hacia la entrada del pub a pesar de aquella advertencia. Desde el reservado de la esquina en el que Luis Acosta, su mejor amigo, y ella estaban sentados, observó como el recién llegado, Ramón, el hermano de él, paseaba su mirada incisiva por el local. Cuando finalmente dio con ellos, entornó los ojos, y Suki sintió que una ola de calor la invadía.

–Mira que te he dicho que no te giraras; no sé ni por qué me molesto en avisarte –comentó Luis.

Suki se volvió irritada hacia él.

–Pues sí, ¿por qué has tenido que hacerlo?

Luis, que estaba sentado frente a ella, la tomó de ambas manos y, con un brillo divertido en los ojos, la picó diciéndole:

–Solo quería ahorrarme el triste espectáculo de verte dar un respingo y estremecerte como un ratoncillo acorralado cuando apareciera detrás de ti. La última vez que coincidisteis casi te da un soponcio.

A Suki se le subieron los colores a la cara.

–No sé ni por qué te aguanto. Eres lo peor.

Luis se rio y aunque ella intentó apartar sus manos, él no se lo permitió.

–Me aguantas porque por algún capricho del destino nacimos el mismo día, porque te evité una reprimenda del profesor Winston el primer día de clase, en la facultad. Y eso sin olvidarnos del sinfín de veces que te he salvado el trasero desde entonces –apuntó él–. Y por eso creo que deberías darme las gracias aceptando ese puesto que te he ofrecido en la empresa de mi familia.

–¿Y tenerte todo el día encima de mí? No, gracias. Estoy encantada trabajando para Interiores Chapman porque me gusta decorar hogares, no hoteles de cinco estrellas.

Él se encogió de hombros.

–Lo que tú digas. Un día entrarás en razón.

–¿Ya estás viendo cosas otra vez en tu bola de cristal?

–No necesito una bola de cristal para eso. Ni para saber que te llevarías mejor con Ramón si te enfrentaras de una vez al hecho de que estás loca por él.

Suki intentó pensar una respuesta ingeniosa para ponerlo en su sitio, pero sabía que era una batalla perdida. Al dudoso don que tenía de que siempre se le ocurría la contestación perfecta pasadas horas o días, se le añadía su espantosa timidez, que escogía momentos como aquel para aflorar y le impedía pensar con claridad.

Y la razón por la que no podía pensar con claridad era el hombre que acababa de entrar en el pub. Podía sentirlo acercándose, podía… ¡Por amor de Dios, pero si ese día cumplía veinticinco años! Ya no era una adolescente ingenua; tenía que comportarse como una adulta. Tenía que levantar la cabeza y mirar a Ramón a la cara.

Alzó la barbilla y elevó la vista hacia aquel gigante de metro noventa y cinco, todo elegancia y poder contenido que acababa de llegar al reservado. Tenía que dejar de mirar embobada esa mandíbula cuadrada, y los rasgos perfectos, como esculpidos, de su cara. Tenía que mirarlo a los ojos…

–Feliz cumpleaños, hermano –le dijo Ramón a Luis en español.

Suki sintió que un cosquilleo le recorría la espalda al oír esa voz aterciopelada. Dios… Era tan guapo… Volvió a bajar la cabeza y tragó saliva.

–Gracias –le contestó Luis. Y luego, en inglés, añadió con una sonrisa irónica–: Aunque ya estaba empezando a pensar que no vendrías.

Ramón se metió las manos en los bolsillos.

–Apenas son las once –respondió en un tono tirante.

Suki levantó la vista tímidamente y pilló a Ramón mirando con los ojos entornados la mano de su hermano sobre la suya. Luego miró a este, que hizo una mueca y apartó la mano antes de encogerse de hombros.

–En fin, siéntate –le dijo Luis–. Iré por la botella de champán que he pedido que pusieran a enfriar.

Se levantó de su asiento, se dieron un abrazo y Ramón le dijo algo que Suki no oyó bien. Viéndoles así, el uno junto al otro, el parecido entre ambos era innegable. Solo se diferenciaban en el color de los ojos, Luis los tenía marrones y Ramón verdes; en la estatura, Ramón era más alto que Luis; y en el pelo, que Luis tenía castaño oscuro, mientras que el de Ramón era negro azabache. Sin embargo, mientras que Luis, con su cara y su estatura hacía que las mujeres se volvieran para mirarlo, Ramón cautivaba por completo a quien cometía el error de posar sus ojos en él.

Por eso, al poco de que Luis se alejara, y a pesar de que no hacía más que repetirse que debería mirarlo a la cara, Suki se encontró con que no podía levantar la vista. En un intento por disimular el temblor de sus dedos, apretó las manos contra su vaso de vino blanco con gaseosa, y se le cortó el aliento al ver que Ramón se sentaba a su lado en vez de ocupar el sitio de Luis, como había creído que haría.

Los segundos pasaron lenta y dolorosamente mientras los ojos de Ramón, fijos en ella, escrutaban su perfil.

–Feliz cumpleaños, Suki –le dijo en español.

Su voz tenía un matiz misterioso, oscuro, peligroso… O quizá fuera solo cosa de su febril imaginación. Se estremeció por dentro, y se remetió un mechón tras la oreja antes de volver a apretar con fuerza el vaso.

–Gracias –murmuró, aún con la cabeza gacha.

–Lo normal es mirar a una persona a los ojos cuando te habla –la increpó Ramón–. ¿O es que tu bebida es más interesante que yo?

–Lo es. Me refiero… me refiero a que es lo normal, no a que mi bebida sea…

–Suki, mírame –la interrumpió él en un tono imperioso.

No habría podido negarse aunque hubiera querido. Cuando giró la cabeza, se encontró con sus intensos ojos verdes fijos en ella.

Apenas conocía a Ramón, solo de verlo unas cuantas veces. La primera había sido hacía tres años, cuando Luis se lo había presentado en la ceremonia de graduación en la universidad, y a cada vez que había vuelto a coincidir con él, más difícil se le hacía articular palabra. Era absurdo. Además, no era ya solo que Ramón estuviera completamente fuera de su alcance, sino que también estaba comprometido. La afortunada era Svetlana Roskova, una modelo rusa guapísima.

Sin embargo, una vez levantó la vista, ya no pudo despegar sus ojos de él, ni pensar en otra cosa que no fuera lo increíblemente irresistible que era: su piel aceitunada, su recio cuello, cuya base dejaban entrever dos botones desabrochados de su camisa azul marino, sus largos dedos…

–Mejor así –murmuró con satisfacción–. Me alegra no tener que pasar el resto de la noche hablándole a tu perfil, aunque no sea verdad eso de que si alguien te mira a los ojos mientras habla puedas saber si está siendo sincero.

Suki detectó en su voz un matiz evidente de resentimiento, envuelto en una ira apenas disimulada.

–¿Te… te ha pasado algo? –aventuró–. Pareces algo molesto.

Él se rio burlón.

–¿Tú crees? –le espetó.

Su tono tornó la perplejidad de Suki en irritación.

–¿Te divierte que me preocupe por ti?

Los ojos verdes de Ramón escrutaron su rostro, deteniéndose en sus labios.

–¿Estáis juntos mi hermano y tú? –le preguntó de sopetón, sin responder a su pregunta.

–¿Juntos? –repitió ella como un papagayo–. No sé a qué te…

–¿Quieres que sea más explícito? ¿Te estás acostando con mi hermano? –exigió saber.

Suki resopló espantada.

–¿Perdona?

–No hace falta que te finjas ofendida por mi pregunta. Con un sí o un no bastará.

–Mira, no sé lo que te pasa, pero es evidente que esta mañana al despertarte te has levantado de la cama con el pie izquierdo, así que…

Ramón masculló un improperio en español.

–Haz el favor de no hablarme de camas.

Suki frunció el ceño.

–¿Lo ves?, me estás dando la razón. Lo que me lleva a preguntarte por qué has venido al cumpleaños de tu hermano si de tan mal humor estás.

Ramón apretó los labios.

–Porque soy leal –le espetó–. Porque cuando doy mi palabra, la cumplo.

La gélida furia con que pronunció esas palabras la dejó sin aliento.

–No estaba cuestionando tu lealtad ni…

–Aún no has respondido a mi pregunta.

Suki, que no acababa de entender el giro que había dado la conversación, sacudió la cabeza.

–Probablemente porque no es asunto tuyo.

–¿Eso crees, que no es asunto mío? –le espetó él mirándola ceñudo–. ¿Cuando Luis te trata como si fueras suya, y tú me devoras con los ojos?

Suki lo miró entre espantada e indignada.

–¡Yo no…!

Ramón soltó una risotada cruel.

–Cuando llegué, hacías como que no te atrevías a mirarme, pero desde que te giraste no me has quitado los ojos de encima. Pues te haré una advertencia: por más que quiera a mi hermano, lo de compartir a una mujer con otro no me va, así que vete olvidando de que vayamos a hacer ningún ménage à trois.

–Eres… ¡Dios, eres despreciable! –exclamó ella.

No sabía qué la horrorizaba más: si que se hubiera dado cuenta de lo atraída que se sentía por él, o que no tuviese el menor reparo en soltárselo a la cara.

–¿No será más bien que te has llevado un chasco porque te he aguado esa fantasía que te estabas montando en la cabeza?

–Te aseguro que no sé de qué me hablas. Y lo siento si alguien te ha extraviado un puñado de millones, o le ha pegado un puntapié a tu perro, o lo que sea que te ha puesto de tan mal humor, pero estás a un paso de que te tire mi bebida a la cara, así que te sugiero que cierres la boca ahora mismo. Además, ¿cómo te atreves a hablarme de tríos? ¿No estás comprometido?

En ese momento apareció Luis con la botella de champán y tres copas.

–¡Madre de Dios!, ¿cuánto rato hace que me fui? –les preguntó–. Porque yo juraría que no hace ni cinco minutos, y vuelvo y os encuentro a punto de liaros a puñetazos. Me sorprendes, ratoncito; no lo esperaba de ti –picó a Suki.

Ella sacudió la cabeza.

–Te aseguro que yo no…

–Estaba dejándole claras unas cuantas cosas a tu novia –intervino Ramón.

Luis enarcó las cejas y se echó a reír.

–¿Mi novia? ¿De dónde has sacado esa idea?

Ramón relajó levemente la mandíbula antes de encogerse de hombros.

–¿Quieres decir que no lo es?

Suki apretó los dientes.

–¿Podríais dejar de hablar de mí como si no estuviera delante?

Ramón la ignoró y se quedó mirando a su hermano, como esperando una respuesta. Luis dejó las copas y la botella en la mesa para sentarse frente a ellos.

–Es como una hermana para mí y me preocupo por ella –le contestó Luis–. Es mi amiga, y como amigo suyo me considero con el derecho de darle una patada en el trasero a quien intente siquiera a hacerle daño. Es…

–De acuerdo, de acuerdo, lo he entendido –lo cortó Ramón.

–Bien. Me alegra que lo hayamos aclarado –contestó Luis.

Suki giró la cabeza hacia Ramón.

–¿Te ha quedado claro? –le preguntó entre dientes.

Ramón esbozó una media sonrisa, como si ahora que su hermano se lo había explicado lo encontrara divertido.

–Parece que malinterpreté la situación –dijo.

–¿Se supone que eso es una disculpa? –inquirió ella con aspereza.

Los ojos de él se oscurecieron.

–Si quieres que me disculpe, tendrás que darme algo de tiempo para encontrar las palabras adecuadas.

A Suki le costaba creer que alguien tan seguro de sí mismo pudiera quedarse sin palabras. Había convertido el negocio de sus padres, que habían empezado con algunos hoteles en Cuba, en la prestigiosa cadena internacional Acosta Hoteles, a la vez que se entregaba a su pasión: el arte. De hecho, según le había contado Luis, de la noche a la mañana sus cuadros y esculturas estaban muy solicitados.

–Pareces de peor humor que de costumbre, hermano –observó Luis mientras retiraba el aluminio que recubría el corcho de la botella–. Casi puedo ver el humo saliéndote por las orejas.

Ramón apretó los labios.

–¿Es así como quieres pasar el resto de tu cumpleaños?, ¿haciendo chistes a mi costa?

–Solo intentaba distender un poco el ambiente, precisamente porque es mi cumpleaños, pero si no quieres contarme qué te pasa, al menos contesta el maldito teléfono; debe llevar como cinco minutos vibrándote en el bolsillo.

Ramón le lanzó una mirada irritada, se sacó el móvil del bolsillo, y apenas lo miró antes de apagarlo.

Luis se quedó boquiabierto.

–¿De verdad has apagado el móvil? ¿Te encuentras mal? ¿O es que estás ignorando las llamadas de alguna persona en concreto?

–Luis… –dijo Ramón en tono de advertencia.

Su hermano, sin embargo, no hizo ningún caso.

–¡Dios!, ¿no me digas que hay problemas en el paraíso? ¿Los tacones de aguja han hecho tropezar a la gran Svetlana en la pasarela y ha caído en desgracia?

Las facciones de Ramón se endurecieron.

–Iba a esperar para decírtelo, pero ya que sacas el tema… desde esta mañana ya no estoy comprometido.

Un silencio atronador descendió sobre el reservado. Las palabras de Ramón rebotaban como una bala en la mente de Suki. Ya no estaba comprometido…

El brusco chasquido del corcho al salir disparado hizo a Suki dar un respingo. Luis le tendió una copa.

–Bébetela, ratoncito. Ahora tenemos dos… no, tres razones para celebrar –le dijo.

–Vaya, me alegra que nuestra ruptura te haga tan feliz –murmuró Ramón en un tono gélido.

Luis se puso serio.

–Desde el principio respeté vuestra relación, pero sabes que siempre he pensado que no era la mujer adecuada para ti. No sé si fuiste tú quien decidió romper o si fue ella, pero…

–Fui yo.

Luis sonrió.

–Pues entonces, celébralo con nosotros o aprovecha para ahogar tus penas.

Ramón levantó su copa, les deseó de nuevo feliz cumpleaños a los dos, y se la bebió de un trago. Suki solo tomó unos sorbitos de la suya, pero Luis se puso a servirse una copa tras otra, mientras la tensión entre Ramón y ella iba en aumento.

–Hora de empezar a lo grande mi segundo cuarto de siglo –anunció Luis de pronto, levantándose, con los ojos fijos en una despampanante pelirroja, que no hacía más que sonreírle desde otra mesa.

Suki, aliviada, empujó a un lado su copa.

–Pues yo creo que me voy a casa –murmuró.

–Quédate –le dijo Ramón. Y antes de que ella pudiera replicar se volvió hacia su hermano–. Tengo mi limusina fuera esperando. Dile al chófer a dónde quieres que os lleve.

Luis le plantó la mano en el hombro.

–Te agradezco el ofrecimiento, pero voy a ir con pies de plomo con esa florecilla; no quiero abrumarla con nuestros lujos de millonarios y que salga huyendo.

Ramón se encogió de hombros.

–Por mí como si quieres tomar el autobús. Mientras el lunes por la mañana llegues a la oficina a tu hora, sobrio y de una pieza…

–Lo haré, si tú me prometes que te asegurarás de que Suki llegue a casa sana y salva.

Ella sacudió la cabeza, agarró su bolso y se puso de pie.

–No hace falta, en serio. Llegaré bien.

Y ella sí que se iría en autobús; tenía que vigilar sus gastos. Al menos no le había sonado el móvil desde la última vez que había llamado al hospital, hacía cuatro horas, así que su madre debía estar pasando la noche tranquila. O eso esperaba.

–Siéntate, Suki –le dijo Ramón en un tono autoritario–. Tú y yo no hemos acabado de hablar.

Ella le lanzó una mirada desesperada a Luis, pero su amigo se limitó a inclinarse sobre la mesa para darle un abrazo y le susurró al oído:

–Es tu cumpleaños y la vida es demasiado corta. Date un respiro y vive un poco. Te hará feliz, y a mí muchísimo más.

Y antes de que pudiera responder, Luis se alejó en dirección a la mesa de la pelirroja, con esa sonrisa que hacía que las mujeres se derritieran.

–He dicho que te sientes –insistió Ramón.

Difícilmente podría salir del reservado con él bloqueando la salida. Con las palabras de Luis resonando en su mente, volvió a sentarse muy despacio.

–No sé para qué quieres que me quede –le dijo–; no tengo nada que decirte.

Ramón volvió a escrutar su rostro con esa intensa mirada que la ponía nerviosa.

–Creía que habíamos quedado en que te debía… algo.

–Una disculpa. ¿Tanto te cuesta decir la palabra?

Ramón se encogió de hombros y abrió la boca para responder, pero los ocupantes de una mesa cercana prorrumpieron en ruidosas risotadas, propiciadas sin duda por el alcohol.

Ramón puso cara de asco, se levantó y, haciéndose a un lado para que ella pudiera salir, le dijo:

–Ven, continuaremos esta conversación en otro sitio.

Suki obedeció, aunque no porque él se lo ordenase, sino porque cuando estuvieran fuera del local podría ponerle alguna excusa y escabullirse. Lo último que le apetecía era tener que seguir aguantando su malhumor.

Las experiencias que había tenido en el trato con el sexo opuesto, incluido su propio padre, la habían llevado a desconfiar de los hombres en general. Pero después de conocer a Luis había pensado que debía haber más excepciones a la regla como él y, desoyendo los consejos de su madre, había empezado a salir con su exnovio, Stephen, seis meses atrás. Por desgracia había resultado ser un canalla que salía con varias mujeres al mismo tiempo. Y la parte de ella que aún estaba dolida, estaba advirtiéndole de que debía evitar como a la peste a Ramón.

Por eso, al salir del pub al frío aire del mes de octubre, inspiró profundamente y echó a andar, pero antes de que hubiera dado tres pasos Ramón la agarró por el codo para hacer que se detuviese.

–¿Adónde crees que vas? –inquirió poniéndose delante de ella.

Aunque le temblaban las piernas por su proximidad y la ferocidad de su expresión, Suki lo miró a los ojos y respondió:

–Es tarde.

–Sé perfectamente qué hora es –murmuró él, y cuando dio un paso hacia ella se rozaron sus muslos.

A Suki le flaqueaban las rodillas.

–Tengo que… Debería irme.

Ramón dio un paso más, arrinconándola contra el muro del pub, y plantó las manos a ambos lados de ella, impidiéndole la huida.

–Sí, quizás deberías. Pero yo sé que no quieres irte.

Ella sacudió la cabeza.

–Sí que quiero.

Ramón se inclinó hacia ella y sintió su cálido aliento en el rostro.

–No puedes irte; aún tengo que disculparme contigo.

–¿O sea que admites que me debes una disculpa?

Ramón la miró con ojos hambrientos antes de bajar la vista a sus labios.

–Sí, pero no voy a ofrecerte mis disculpas aquí, en medio de la calle.

Aunque no lo creía posible en esa situación, Suki se encontró riéndose.

–Sabes cuántos años cumplo hoy; ya no me chupo el dedo.

Ramón apartó una mano de la pared para acariciarle la mejilla.

–Puedo decirte lo que quieres oír y dejar que te vayas… o puedes dejar que te lleve a casa, como le he prometido a Luis, y de camino disculparme como es debido. Imagino que querrás que mi hermano se quede tranquilo, ¿no?

–Ya soy mayorcita para volver sola; estoy segura de que Luis lo entenderá. Y lo único que quiero es una disculpa –insistió.

–Quieres más que eso. Quieres dejarte llevar, arrancar la fruta prohibida del árbol y darle un mordisco. ¿No es verdad, Suki?

«No». Abrió la boca para decirlo, pero la palabra se le quedó atascada en la garganta.

Ramón quitó la otra mano de la pared y retrocedió lentamente, como tentándola con lo que se iba a perder, y Suki no se dio cuenta de que lo había seguido al borde de la acera hasta que una limusina negra se acercó y se detuvo detrás de él. Ramón abrió la puerta trasera.

–Vas a subir al coche y a dejar que te lleve a casa, Suki. Lo que pase después, depende de ti. Solo de ti.

Capítulo 2

 

De acuerdo –murmuró Suki.

Nada más pronunciar esas palabras, su instinto le dijo que ya no había vuelta atrás.

Ramón la ayudó a subir al coche, se sentó a su lado, y cuando se cerró la puerta los envolvió un silencio cargado de tensión sexual.

–¿Dónde vives? –le preguntó.

Ella le dio la dirección, y Ramón se la repitió al chófer antes de subir la pantalla que los separaba de él para que pudieran tener intimidad.

–Debe haber dos docenas de pubs entre donde tú vives y donde vive Luis. ¿Por qué escogisteis para quedar un sitio en las afueras? –le preguntó mientras se ponían en marcha.

–Un amigo de la universidad acaba de heredar el local de sus padres. Luis le prometió que vendríamos para celebrar nuestros cumpleaños –respondió ella, aliviada por aquel inofensivo tema de conversación.

Por desgracia, sin embargo, aquel respiro no le duró demasiado.

–¿Y siempre haces lo que dice mi hermano? –le preguntó Ramón, en un tono muy distinto.