En brazos de su protector - Joan Hohl - E-Book
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En brazos de su protector E-Book

Joan Hohl

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Beschreibung

El ranchero Hawk McKenna se iba a quedar poco tiempo en la ciudad, lo justo para conseguir algo de compañía femenina antes de regresar a casa. Pero en cuanto entró en el restaurante de Kate Muldoon, supo que aquella mujer le iba a causar problemas. Sus ojos hablaban de miedos largo tiempo ocultos, pero sus labios le hacían desear llevársela a la cama.Lo más sensato sería dejarla y dirigirse a las montañas pero, a pesar de su naturaleza solitaria, Hawk no podía marcharse. ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar para mantener a Kate a salvo?

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Seitenzahl: 166

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2009 Joan Hohl. Todos los derechos reservados. EN BRAZOS DE SU PROTECTOR, N.º 1750 - octubre 2010 Título original: In the Arms of the Rancher Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9195-0 Editor responsable: Luis Pugni E-pub X Publidisa

Prólogo

Necesitaba un descanso e iba a tomárselo. Hawk McKenna se hallaba bajo los rayos de sol que penetraban en el porche cubierto que recorría todo el ancho de su rancho y con gesto distraído acariciaba la cabeza del perro grande que había a su lado.

Aunque el sol calentaba la atmósfera, se insinuaba un rastro de frío en la brisa de principios de octubre. Le resultaba agradable después del largo, caluroso, duro pero productivo y rentable verano. Sin embargo, sabía que en breve el otoño desaparecería bajo los copos de nieve movidos por los punzantes y duros vientos invernales.

Cuando llegaran las nieves intensas, sabía que el trabajo en el rancho sería tan duro como lo había sido en el verano. Sonrió irónicamente al mirar a su alrededor, al valle en el que se levantaba su rancho, pensando que el trabajo en el invierno implicaba dedos y pies entumecidos hasta la médula. Teniendo en cuenta todo, prefería sudar que helarse.

Pensar en lo que se avecinaba le produjo un escalofrío. Salió del porche al sol menguante y para sus adentros musitó que debía estar haciéndose viejo. Pero como tenía sólo treinta y seis años, no podía ser la edad sino el cansancio. Aparte de un viaje a Durango, la ciudad más próxima al rancho, en busca de provisiones, hacía meses que no salía de la propiedad.

Y en todo ese tiempo tampoco había tenido compañía femenina, aparte de la hija de diecinueve años de su capataz y de la esposa de su vaquero, Ted.

En absoluto lo que tenía en mente cuando pensaba en compañía femenina. La esposa de Ted, Carol, aunque era agradable y bonita, era... bueno, la esposa de Ted. Y la hija de Jack, Brenda, era incluso más bonita pero demasiado joven, y empezaba a convertirse en un incordio.

Un año atrás, aproximadamente, Brenda, quien se había quedado en el rancho todos los veranos desde que Jack había ido a trabajar para él, había empezado a ser algo así como su sombra. Las miradas de reojo y supuestamente sexys que le dedicaba empezaban a crisparlo.

Si era una niña, por el amor del cielo. Pero como no quería herir sus sentimientos, le había soltado indirectas sutiles... en vano. Aparte de continuar con sus miradas íntimas, en momentos incluso había establecido un contacto físico directo al tiempo que hacía que los roces parecieran fortuitos.

Frustrado, sin saber qué otra cosa hacer aparte de mostrarse brutalmente sincero y decirle que se comportara como una joven de su edad y abandonara los flirteos, se había dirigido a Jack para enfocar dicha conducta. Con el cuidado que tendría si atravesara un campo minado, le había preguntado qué planes tenía Brenda para el futuro.

–Oh, ya conoces a los chicos –había respondido Jack con una sonrisa–. Lo quieren todo. Son incapaces de decidir sobre algo en particular.

Hawk suspiró. No iba a obtener mucha ayuda ahí.

–Ha pasado un año desde que se graduó en el instituto. Creía que planeaba ir a la universidad.

–Ahora afirma que no está segura –Jack lo estudió–. ¿Por qué? ¿Molesta durante su permanencia aquí?

Hawk respiró hondo y terminó por recurrir a las evasivas.

–Bueno... ha estado metiéndose en el camino.

Jack asintió comprensivo.

–Sí, lo he notado –reconoció con un suspiro–. Tenía la intención de decirle algo al respecto, pero ya conoces a las chicas... Se vuelven tan dramáticas y emotivas.

–Sí –convino él, aunque realmente no conocía a las chicas. Conocía a las mujeres y sabía lo emocionales que podían ser. Se esforzaba en evitar a las dramáticas.

–Hablaré con ella –indicó Jack–. Quizá pueda convencerla de que pase el invierno con su madre –sonrió–, como hacía siempre cuando aún iba al instituto.

Hawk movió la cabeza. Jack y su ex mujer no se habían divorciado amigablemente.

Y aunque Brenda sólo había pasado los veranos con Jack mientras estudiaba, nada más graduarse, le había informado a su madre de que quería ser independiente, libre.

Si ser independiente y libre significaba vivir con su padre e incordiarlo a él, lo había conseguido.

–Ocúpate del asunto como tú veas –concedió, sin molestarse en añadir que sería mucho mejor que lo hiciera cuanto antes–. Quizá una charla sincera de padre a hija ayude.

–Lo haré –Jack comenzó a darse la vuelta.

–Aguarda un momento –lo detuvo–. Voy a largarme un par de semanas de vacaciones. ¿Puedes aguantar el fuerte y encargarte de Boyo? –acarició la cabeza del perro.

Jack lo miró fijamente.

–Sabes muy bien que puedo.

Hawk sonrió.

–Sí, lo sé. Sólo me gusta pincharte de vez en cuando.

–Lo sé muy bien –confirmó–. ¿Vas a contarme adónde piensas ir?

–Claro. No se trata de ningún secreto. Me iré a Las Vegas en cuanto pueda hacer una reserva de hotel. Cuando la tenga, te informaré de dónde voy a alojarme –hizo una pausa antes de continuar–. Cuando vuelva, Ted y tú podréis tomaros unos días libres. En mi ausencia, decide quién será el primero.

–Trato hecho –Jack sonrió y regresó al trabajo.

Aliviado, Hawk respiró hondo el aire de la montaña.

Sonriendo, entró en la casa seguido de Boyo, alzó el auricular del teléfono y comenzó a marcar los números.

Capítulo Uno

Kate Muldoon se hallaba detrás del atril de recepción comprobando la lista de reservas cuando se abrió la puerta del restaurante. Con una sonrisa de bienvenida en el rostro, alzó la vista y vio a un hombre que le provocó un extraño vuelco en el corazón.

La primera palabra que apareció en su mente fue «vaquero». Y no supo por qué. No llevaba ni botas ni un sombrero Stetson. Iba vestido como la mayoría de los clientes, de forma informal con unos vaqueros prietos como el abrazo de un amante y una camisa celeste remangada hasta la mitad de los antebrazos.

Tenía una estatura impresionante. Calculó que rondaría el metro noventa y cinco o más. Era fibroso y musculoso. Tenía una mata de pelo lacia, casi negra, aunque con leves destellos de un rojo profundo bajo la luz. Lo llevaba largo, recogido en la nuca con una fina cinta de cuero.

Era notable... con rasgos marcados y bien definidos, mandíbula cuadrada y ojos oscuros y penetrantes. La piel atezada por el sol, casi broncínea. Se preguntó si tendría una parte de nativo estadounidense. Quizá.

Pero no era lo que llamaría atractivo, no en el sentido en que lo era Jeff...

–¿En qué puedo ayudarlo? –preguntó con una sonrisa, desterrando los pensamientos perdidos de su antiguo amante.

–No tengo reserva, pero me gustaría una mesa para uno, si dispone de ella.

Su voz era suave, ronca, tirando a sexy y tentadora.

–Sí, desde luego –repuso después de decirse mentalmente que era hora de crecer–. Por aquí –recogió un menú y lo condujo a una mesa para dos preparada en un rincón entre dos ventanales.

Él enarcó una ceja en gesto divertido cuando ella le apartó la silla.

–Gracias.

–De nada –le entregó el menú–. Esta noche Tom será su camarero –sintiéndose extrañamente jadeante, añadió–: Que disfrute de su cena.

Él volvió a sonreír.

Kate sintió los efectos de esa sonrisa durante todo el trayecto de vuelta hasta el atril de la entrada. Se dijo que era ridículo y desterró los pensamientos de ese hombre alto al ver que una hilera de comensales inesperados la esperaba.

Ocuparse de ellos le devolvió la concentración. Después de sentar a un grupo de cuatro personas cerca de la mesa del rincón, oyó al hombre alto que la llamaba con voz queda.

–¿Señorita?

Esa sensación trémula se reanudó. Con una sonrisa profesional, se detuvo junto a su mesa.

–¿Necesita algo? –respondió, notando que tenía la cerveza a medio llenar. Él le dedicó esa sonrisa sugerente. La sensación trémula se convirtió en una oleada de calor.

–¿Está Vic en la cocina esta noche?

La pregunta la desconcertó un momento. No sabía qué había esperado, pero no que preguntara por su jefe.

–Sí –respondió, recobrando la ecuanimidad.

–¿Quiere darle un mensaje de mi parte?

–Sí, desde luego –¿qué otra cosa podía decirle.

–Dígale que a Hawk le gustaría hablar con él –volvió a sonreír, revelando unos dientes fuertes y blancos.

–¿Hawk... sólo Hawk? –inquirió. Santo cielo, tenía una sonrisa devastadora.

–Sólo Hawk –corroboró y rió despacio–. Él sabrá quién soy.

–Mmm... de acuerdo. Se lo diré –giró para dirigirse a la cocina. Menos mal que Jeff la había inmunizado contra los hombres, porque alguien como Hawk se metería con suma facilidad bajo la piel de una mujer incauta.

Con la vista clavada en el fascinante movimiento de sus caderas mientras empujaba la puerta de la cocina, pensó que era una mujer muy atractiva. De estatura media, era toda mujer, desde los rizos sueltos de su cabello oscuro hasta los tobillos finos, pasando por todas las partes intermedias. Y había notado que no llevaba anillo en la mano izquierda.

Aunque eso no significaba necesariamente que no estuviera casada. Se preguntaba si podría ser una de esas mujeres a las que no le gustaba lucir el anillo cuando una voz familiar interrumpió sus cavilaciones.

–Hawk, viejo perro, ¿cuándo has llegado a la ciudad? –Vic Molino se detuvo junto a su mesa con una enorme sonrisa de bienvenida en la cara y la mano derecha extendida.

Hawk se incorporó, estrechó la mano y atrajo al hombre más bajo para darle un abrazo de camaradería.

Al retirarse, indicó la silla vacía que tenía frente a la suya.

–¿Tienes un minuto para charlar... o estás demasiado ocupado en la cocina?

Vic sonrió.

–Siempre tengo un minuto para ti, Hawk. ¿Cómo diablos estás? –enarcó las cejas oscuras–. Ha pasado tiempo desde tu última visita.

–Sí, lo sé –le devolvió la sonrisa–. He estado demasiado ocupado ganando dinero. Ahora, antes de que llegue el invierno, pretendo gastarlo un poco.

–Eso está bien –en ese momento se acercó un camarero a la mesa. Vic le sonrió–. Yo me ocuparé de este cliente, Tom, pero la propina seguirá siendo para ti.

Tom sonrió.

–Gracias, Vic –hizo ademán de girar para marcharse, pero Vic lo detuvo.

–Una cosa, Tom. ¿Puedes traerme una cafetera recién hecha? –miró a Hawk–. ¿Quieres otra cerveza?

Éste movió la cabeza.

–No, gracias. Cenaré con vino, pero me gustaría una taza de café.

–Enseguida, señor –Tom se marchó.

Hawk miró alrededor del comedor.

–El negocio parece activo, como de costumbre.

–Ha ido bien –contestó Vic con gratitud–, incluso con el bajón económico debido a la crisis –frunció el ceño–. Este año ni siquiera me he tomado unas vacaciones.

–Pobrecito –se mofó Hawk–. Lisa te tiene a raya, ¿eh?

–Jamás –Vic sonrió con ganas–. Lisa me ama demasiado como para encontrarme algún defecto.

Hawk experimentó una sensación mezcla de añoranza y vacío. Sin duda no era envidia de su amigo y la mujer con la que se había casado hacía cinco años.

–De hecho –prosiguió Vic satisfecho–, en este momento, Lisa se siente demasiado feliz como para ver algún defecto en alguien –observó el ceño en el rostro de Hawk, nacido de una confusa curiosidad.

–Bueno, ¿y la culminación del chiste?

Vic rió feliz.

–Está embarazada, Hawk. Después de todo este tiempo, de todas las plegarias y las esperanzas, vamos a tener un bebé. El rostro de Hawk se iluminó con una sonrisa.

–Eso es maravilloso, Vic. ¿Para cuándo?

–Primavera. Está en el comienzo de su segundo trimestre.

–¡Qué me aspen! Eso es magnífico... para los dos. Sé lo mucho que habéis deseado un bebé –mientras felicitaba a su amigo, volvió a experimentar ese aguijonazo de anhelo vacío. Lo desterró mientras estrechaba la mano de Vic.

–Sí –Vic sonrió como un niño–. Estábamos a punto de aceptar que ya nunca lo tendríamos.

Hawk alzó su copa de cerveza.

–Bueno, por la perseverancia –se acabó la cerveza que quedaba en la copa. Al depositarla en la mesa, la encargada de recibir a los clientes se presentó con una jarra de café recién hecho.

–Tom estaba ocupado en otra mesa –explicó–. Así que lo he traído yo. ¿Algo más, Vic?

–No, gracias –movió la cabeza. Cuando ella giró, la detuvo por la muñeca–. Aguarda un momento. Quiero presentarte a un viejo amigo.

–De acuerdo –le sonrió a Hawk.

Él sintió una falta de aliento instantánea. Se puso de pie al tiempo que lo hacía Vic.

–Hawk –dijo éste–, esta adorable señorita es Kate Muldoon, mi maître y amiga de Lisa y mía –le sonrió a la joven–. Kate, Hawk McKenna. Somos amigos desde la universidad y ha sido amigo de Lisa desde que nos casamos –en sus ojos brilló un destello burlón–. Sospecho que lo habría elegido a él de haberlo conocido antes.

–Exacto –corroboró Hawk, ofreciéndole su mano–. Encantado de conocerte... ¿Kate?

–Por supuesto –confirmó–. ¿Hawk?

–Por supuesto –repitió él.

–Siéntate, Kate –Vic acercó una silla a la mesa mientras llamaba a alguien con un gesto.

Ella negó con la cabeza.

–No puedo, Vic. Hay clientes...

–Claro que puedes –interrumpió él–. Aún no te has tomado ningún descanso.

–Si sólo he empezado a trabajar hace dos horas.

–Tiempo más que suficiente –indicó él, mirando a la mujer joven que se había acercado a la mesa.

–¿Ha empleado el gesto imperial, sire? –preguntó la mujer con reflejos de diversión en sus ojos azules.

Vic sonrió mientras la observaba mirar a Hawk y la sorpresa que apareció en su rostro.

–¡Hawk!

–Hola, Bella –volvió a ponerse de pie a tiempo de atraparla cuando se arrojó a sus brazos–. Veo que sigues ecuánime como siempre –la tomó por los hombros y la apartó un paso–. Y hermosa como siempre.

–Apuesto que le dices eso a todas las amigas de tus hermanas –rió Bella–. Se te ve muy bien.

–Gracias. Y a ti también.

–Si ya ha terminado el ritual de admiración mutua –intervino Vic–, me gustaría que te encargaras un rato del atril de la entrada por Kate.

–Claro –le dio otro abrazo rápido a Hawk antes de retirarse–. ¿Te veré mientras estás en la ciudad?

–Por supuesto –Hawk sonrió.

–Bien –Bella le devolvió el gesto–. Tómate tu tiempo, Kate. Puedo ocuparme de la muchedumbre hambrienta.

–Gracias, Bella –dijo Kate–. Sólo serán unos minutos.

Su voz suave junto con su sonrisa provocaron una sensación de ahogo en las entrañas de Hawk... e incluso más abajo.

–Bueno –comenzó Vic–, ¿cuánto te vas a quedar en la ciudad en esta ocasión, Hawk?

–Todavía no lo he decidido. Tengo una habitación para una semana –se encogió de hombros–. Después de eso... depende.

–¿De qué? –Vic rió–. ¿Del tiempo?

–Sí, del tiempo. Ya sabes lo que me preocupa –Vic también sonrió y movió la cabeza–. En realidad, no; si para el fin de semana me he cansado de todo el escenario, me marcharé a casa. De lo contrario, haré otros preparativos.

–¿Y dónde está tu casa, Hawk? –inquirió Kate.

–En Colorado –repuso–. En las montañas.

Ella rió.

–Colorado está lleno de montañas.

Él sintió un hormigueo por la espalda. Respiró hondo.

–Estoy en el rincón sudoeste, en las San Juan, a un doble salto de Durango.

–¿Doble salto? –preguntó ella.

Vic contestó por su amigo.

–Hawk tiene un rancho de caballos en un valle pequeño situado en las laderas de las colinas –explicó–. He de decirte que este tipo cría y entrena a algunos de los mejores animales que hayas visto jamás.

–Y también soy muy bueno en lo que hago –añadió él con una sonrisa.

Una vez más sintió esa extraña reacción en la conversación, una reacción que nunca antes había sentido y no supo si le gustaba.

Charlaron unos momentos más, luego Kate se excusó para volver al trabajo.

Ajeno a su entorno, a Vic o al suspiro casi inaudible que soltó, Hawk la observó regresar a su puesto ante el atril, con la cabeza alta y la espalda recta, con la dignidad de una reina.

–Es atractiva, ¿verdad?

La voz de su amigo lo devolvió a la realidad con una sacudida.

–Sí –giró la cabeza para mirar a Vic.

–Y te interesa –no fue una pregunta.

–Sí –admitió sin titubeos.

–Y a muchos hombres más –Vic se encogió de hombros.

–Noté que no llevaba anillo en el dedo anular izquierdo –enarcó las cejas–. ¿Está prometida?

–No.

–¿Por qué me da la impresión de que si dijera que una noche quería invitarla a cenar, me dirías que me rechazaría?

–Porque es muy probable que lo hiciera –le dedicó una media sonrisa–. Siempre lo hace.

–¿No le gustan los hombres?

–Solían gustarle –repuso Vic de forma críptica.

Hawk entrecerró los ojos.

–Si no quieres sentir mi bota delante de todos tus clientes, será mejor que empieces a explicarte.

–Hubo un hombre... –comenzó Vic.

–¿No lo hay siempre? –indicó Hawk con disgusto.

–Igual que siempre hay mujeres con los hombres amargados –indicó Vic–. ¿No?

–Eso yo no lo sé –no era una baladronada. Hawk jamás había estado enamorado. Desconocía cómo una relación que se había estropeado podía destrozar a un hombre.

–Eres un hombre afortunado –Vic suspiró–. Bueno, Kate lo sabe de sobra–. Estaba loca por un tipo, lo bastante como para dejar que se fuera a vivir con ella después de que se prometieran.

–¿La dejó por otra mujer? –preguntó, cuestionándose la cordura de un hombre que pudiera dejar a Kate.

–No, algo peor. Poco después de irse a vivir con ella, comenzó a mostrarse abusivo.

Hawk se puso rígido y sus facciones mostraron una expresión pétrea.

–¿Qué? –preguntó con voz baja y amenazadora.

–No físicamente –expuso Vic–. Sí verbalmente, lo que es igual de malo, si no peor. Los moretones sanan con rapidez. Las cicatrices emocionales tardan bastante más.

–Hijo de perra.

–Es lo que pienso yo.

Hawk guardó silencio unos momentos.

–Sigo con la idea de invitarla a cenar una noche –miró a Vic ceñudo–. ¿Qué piensas?

–Bueno... –se encogió de hombros–. No te hará ningún daño intentarlo.

–¿A ti no te importaría?

–¿Y por qué iba a importarme? –movió la cabeza–. Creo que a Kate le sentaría bien salir... lleva sin hacerlo desde que se deshizo de ese canalla –le sonrió a Hawk–. Y sé que tú jamás harías nada para lastimarla.

–¿Y cómo lo sabes?

La sonrisa de Vic se tornó siniestra.

–Porque en caso contrario, tendría que matarte.

Hawk soltó una carcajada.

–Anda, lárgate de aquí y prepárame algo bueno para comer.

Momentos más tarde, le servían una copa de vino tinto. Poco después, el camarero dejó ante él un plato humeante de pasta, con una nota breve y doblada al costado. La abrió y rió entre dientes. Vic le había escrito sólo cinco palabras:

Kate libra lunes y martes.