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¿Lo harías por un millón de dólares? En cualquier otra ocasión, Tanner Wolfe habría tenido ciertas reticencias a que lo contratara una mujer. Pero el precio era lo bastante alto para atraer su atención, y la belleza de la dama en cuestión hizo que la atención se convirtiera en deseo. Sin embargo, no estaba dispuesto a que ella lo acompañara en la misión. El inconformista cazarrecompensas trabajaba solo. Siempre lo había hecho y siempre lo haría. Claro que nunca había conocido a una mujer como Brianna, que no estaba dispuesta a aceptar un no como respuesta… a nada.
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Seitenzahl: 152
Veröffentlichungsjahr: 2016
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Joan Hohl
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Instantes de pasión, n.º 3 - mayo 2016
Título original: Maverick
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicado en español en 2007
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-687-8290-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Desde luego, era una mujer despampanante.
Tanner arqueó una ceja al ver a la mujer que acababa de llamar al timbre de su casa.
–¿Señor Wolfe?
Tanner sintió un hormigueo en la base de la espalda. Su voz tenía el efecto de un chorro de miel deslizándose por el cuerpo. Sus ojos eran del color del brandi, su cabello del color del vino tinto. Y combinados, producían un calor parecido al que provocaban esas bebidas al ingerirse.
–Sí –contestó orgulloso de su calmado y casi aburrido tono de voz, cuando aburrimiento era lo último que sentía. Arqueó una ceja y permaneció allí de pie, vestido de manera casual pero elegante.
–¿Puedo pasar? –preguntó ella, y arqueó una ceja, imitándolo.
El hormigueo se hizo más intenso. Hacía mucho tiempo que una mujer no le causaba ese efecto en el primer encuentro. Y, pensándolo bien, ninguna mujer había tenido ese efecto sobre él.
–¿Cómo se llama? –preguntó él.
–Brianna Stewart –contestó ella, y le tendió una delicada mano–. Ahora, ¿puedo pasar?
Él le estrechó la mano, dio un paso atrás y abrió más la puerta para dejarla entrar. Sentía curiosidad por aquella valiente mujer que se atrevía a entrar en el apartamento de un desconocido.
–Gracias –dijo ella, y pasó junto a él caminando erguida y con seguridad.
–¿Qué puedo hacer por usted, señorita Stewart? –preguntó él. «Aparte de tomarla en brazos y llevarla a mi habitación», pensó, y se amonestó después.
–¿Puedo sentarme? –preguntó al entrar al salón y ver una butaca de cuero.
–Sí, claro. ¿Le apetece un café? –no estaba dispuesto a decirle que sería la primera cafetera que pondría al fuego desde que se había despertado media hora antes de que ella llamara al timbre. De hecho, todavía tenía el cabello mojado después de la ducha.
–Me encantaría, gracias –sonrió ella.
Él contuvo un gemido. Su sonrisa le había deslumbrado. ¿Qué diablos le sucedía? Solo era una mujer. Bueno, una mujer despampanante.
–Por supuesto. Tardaré un minuto –Tanner se metió en la cocina, tratando de escapar de sus encantos.
Ella lo siguió hasta la habitación.
–Espero que no le importe, pero también podemos hablar aquí.
«Para ti es fácil decir eso», pensó Tanner.
–No, no me importa, siéntese. ¿Le apetece algo con el café? ¿Galletas, magdalenas, bollitos rellenos calientes…? «¿Yo?».
«Ya basta, Wolfe», se regañó a sí mismo.
Ella se sentó en una silla y preguntó:
–¿De qué son los bollitos calientes?
–De arándanos –dijo él, y sacó dos tazas de un armario.
–Entonces sí, por favor –sonrió ella–. El de arándanos es mi favorito.
Aquella sonrisa iba a provocarle una crisis nerviosa. Esa mujer era letal.
–¿Lo quiere caliente?
–Sí, por favor –sonrió de nuevo.
Tanner sacó dos bollitos y los metió doce segundos en el microondas. Después dejó las tazas de café, un cartón de leche, azúcar y dos cucharillas sobre la mesa.
–¿Quiere mantequilla o mermelada? –preguntó antes de sacar los bollitos.
Ella negó con la cabeza, moviendo su melena rojiza. En ese mismo instante, Tanner decidió que le encantaba su cabello. Era curioso, porque él siempre había preferido las mujeres rubias…
Se sentó frente a ella y empezó directo al grano.
–Bueno, ¿qué ha venido a hacer a Durango y qué puedo hacer por usted? –le preguntó.
–Quiero que encuentre a un hombre para mí –dijo ella con voz calmada.
«¿Y qué tengo yo de malo?», pensó Tanner. Sabía a lo que ella se refería.
–¿Por qué?
–Porque necesitan que lo encuentre –dijo en un duro tono de voz.
Él sonrió.
–¿Quién y por qué?
–Mi hermana, mi padre, mi madre, yo, y la ley.
–¿La ley? ¿Por qué?
Ella respiró hondo, como para contener la rabia.
–Por la violación y el asesinato de una joven y por el intento de violación de otra.
–¿Quién la ha enviado aquí?
Brianna arqueó las cejas.
–Usted es un conocido cazador de recompensas y tiene una excelente reputación.
–Ajá –sonrió él, y preguntó de nuevo–: ¿Quién la ha enviado aquí?
–Sus primos.
–Cariño, tengo muchos primos. Dígame algunos nombres.
–Matt y Lisa.
–Ah, las Amazonas Gemelas –sonrió al recordar a sus primas, Matilda, o Matt, una expolicía; y Lisa, la abogada–. ¿De qué las conoce?
–Lisa es mi abogada. Ella me presentó a Matt –le explicó–. Pero yo ya conocía a su madre. Ella fue mi profesora de Historia en la universidad.
–¿Es usted de Sprucewood? –era su pueblo natal en Pensilvania, donde vivía antes de mudarse a Colorado. Su madre enseñaba Historia en Sprucewood College. Y su padre era el jefe de la policía.
–No –negó con la cabeza–. En realidad no. Soy del barrio residencial de las afueras.
–Y el hombre a quien quiere encontrar es Jay Minnich, ¿verdad? –antes de que ella pudiera responder, añadió–: ¿Es usted la que sufrió el intento de violación?
–No –contestó ella–. Mi hermana pequeña, Danielle. La mujer que él asesinó era la mejor amiga de Dani.
–Eso leí –admitió Tanner.
–¿Lo buscará? –preguntó en tono de súplica–. Tendrá una recompensa –añadió ella.
–Lo sé… Diez mil dólares –dijo como si esa cifra no significara nada para él–. Los ofrece su padre, el fundador y presidente de Sprucewood Bank.
Ella frunció el ceño al oír su tono de voz, pero respondió en tono neutral.
–Sí, pero mi padre ha aumentado la recompensa.
–¿Cuándo? –sin duda, Tanner se habría enterado si lo hubieran anunciado. Y no había oído nada al respecto.
–Ahora.
–¿Repítalo? –se sentía como si se hubiera perdido una parte.
–Deje que le explique.
–Adelante –la invitó a continuar. Se llevó la taza a los labios y la miró fijamente por encima del borde.
–Dani tiene una crisis emocional –dijo con voz triste–. Desde que sucedió todo, se ha encerrado en sí misma. Le aterroriza la posibilidad de que aquel hombre vuelva para matarla, puesto que fue ella quien lo identificó. No sale de casa… Nunca –hizo una pausa y suspiró–. De hecho, apenas sale de su habitación, y siempre se encierra con llave. Incluso nosotros, los familiares, tenemos que identificarnos para que abra la puerta. Y en cuanto entramos, la vuelve a cerrar.
–Es terrible –dijo Tanner–. Es una experiencia horrible para cualquier mujer, sobre todo para alguien de su edad –Tanner había leído que la chica no tenía más de veinte años. Y también sabía que la mujer que estaba frente a él era un poco mayor.
–Sí –dijo Brianna, y continuó al cabo de un instante–. Aunque confiamos en que, tarde o temprano, la justicia encuentre a ese hombre, por la tranquilidad de Dani nos gustaría encontrarlo cuanto antes. Por eso mi padre me ha encargado que busque al mejor cazarrecompensas y le ofrezca una cifra más alta.
Por la información que él había recogido, Tanner sospechaba que ese hombre estaba escondido en algún lugar de las Montañas Rocosas. Aunque hacía poco había oído un rumor acerca de que lo habían visto entre Mesa Verde y la Montaña de San Juan, esa seguía siendo una zona muy amplia para buscar. Tanner ya había pensado en la posibilidad de buscar a aquel hombre, pero todavía estaba muy cansado después de su último trabajo. Aun así, el dinero no le iría mal.
–¿Cuánto más? –preguntó con escepticismo.
–Un millón de dólares.
«Por un millón de dólares merece la pena», pensó Tanner, sin importarle lo cansado que estaba. Una cifra así era suficiente para recargar de energía a cualquiera. Si eso lo convertía en un despiadado, mala suerte. Los chicos buenos rara vez atrapaban a los malos. Incluso los policías tenían que ser despiadados a veces. Él lo sabía, tenía a muchos en su familia.
–¿Y bien? –una mezcla de impaciencia y ansiedad marcaba su tono de voz–. ¿Aceptará el trabajo?
–Sí –dijo él–. Haré una batida por las montañas para encontrarlo.
–Bien –suspiró–. Yo iré con usted.
Durante un instante, Tanner estuvo a punto de estallar y de soltarle montones de negativas. Sin embargo, soltó una carcajada.
–No creo –le dijo–. No voy a cuidar de la hija de un hombre rico mientras recorre las montañas con sus zapatos de tacón.
Brianna golpeó el suelo con uno de sus zapatos y dijo:
–Señor Wolfe, no necesito que nadie cuide de mí, gracias. Sé cuidar de mí misma.
–Sí, claro –se mofó él–. En un restaurante elegante o en una tienda de moda. Regrese a casa junto a su papá, pequeña –le advirtió– Yo lo buscaré solo.
–No creo –soltó ella–. Esta vez habrá dos cazadores en las montañas.
Tanner se rio de nuevo.
Debería haber mantenido la boca cerrada.
Brianna permaneció sentada frente a Tanner Wolfe, mirándolo a los ojos. No había manera de que él pudiera evitar que lo acompañara a buscar a ese hombre. No cuando la felicidad y la vida de su hermana dependían de capturar a su agresor.
Brianna no estaba dispuesta a quedarse sentada sin hacer nada y a dejarlo todo en manos de otro. Tenía que pasar a la acción, formar parte de la búsqueda. Así era como la habían educado y como vivía su vida. La familia estaba por encima de todo lo demás. Incluso cuando estaba en Pensilvania, en la universidad, esa era la manera que ella tenía de llevar la biblioteca de investigación. Siempre al mando.
No importaba que aquello no fuera algo rutinario como encontrar hechos confusos para la tesis de un estudiante o para la conferencia de un profesor. Aquella era una situación de vida o muerte, y podría tratarse de su propia vida.
Pero lo hacía por Dani.
Fulminó a Tanner con una gélida mirada y esperó a que contestara.
–He dicho que no, señorita Stewart –dijo él, con los ojos oscurecidos y los párpados entornados–. No quiero ser responsable de otra persona. Siempre salgo a cazar solo.
–¿Por qué? –preguntó ella, y se llevó la taza a los labios para dar un trago–. Pensaba que dos cazadores serían mejor que uno.
–¿Por qué? Porque eres una mujer, por eso.
«Una mujer», Brianna se contuvo para no contestar con desdén. El tono arrogante que empleaba aquel hombre la enervaba.
–Tengo entendido que también existen cazadoras de recompensas.
–Las hay –dijo él, y bebió un sorbo de café–. Pero son duras, no niñas de papá, mimadas y elegantes. Aun así, no trabajaría con ninguna de ellas.
Brianna dejó la taza sobre la mesa. Detestaba la actitud condescendiente de aquel hombre. Respiró hondo y contestó:
–Señor Wolfe, no sé nada sobre las otras mujeres, pero esta niña de papá sabe cuidar de sí misma. Mi padre me enseñó a emplear armas de fuego nada más cumplir los doce años. Lo he seguido montaña arriba y montaña abajo. He recorrido parte de África junto a él. Y aunque yo cazo con cámara, soy una experta a la hora de utilizar el rifle y la pistola.
–Estoy impresionado.
Hablaba como si estuviera aburrido.
«Maldita sea», pensó Bri, apretando los dientes para evitar darle un grito.
–No he terminado –dijo muy seria–. También hago artes marciales y Krav Maga. Sé cómo defenderme.
–Me alegra oírlo –dijo él con impaciencia–. Una mujer debe saber protegerse a sí misma. Pero eso no cambia nada. Seguiré trabajando solo.
Era uno de los Wolfe, independiente y seguro de sí mismo. Eso era evidente, a pesar de su aspecto.
No se trataba de que hubiera algo malo en su aspecto. Era solo que no parecía encajar con el resto de la familia Wolfe.
Sus amigas gemelas, Lisa y Matt, eran rubias y muy guapas. Bri no conocía a sus padres, pero sí había conocido al hermano de su padre, el jefe de policía de Sprucewood, y había visto fotos de otros tíos y primos. Nunca había visto una foto de aquel primo en particular.
Tanner Wolfe era diferente al resto. Por un lado, no tenía el cabello rubio como los demás. Sin embargo, sí era igual de alto que el resto.
Los otros hombres de la familia Wolfe tenían aspecto de agentes de policía duros; sin embargo, Tanner Wolfe tenía cara de santo, con ojos marrones y una sonrisa cálida y engañosa. Su cabello era castaño, con mechas rojizas. Lo tenía ondulado y le llegaba a la altura del hombro.
Cuando lo vio por primera vez, ella estuvo a punto de quedarse sin respiración, y lo primero que pensó fue que se había equivocado de puerta. Aquel hombre con cara de santo no podía ser un duro cazarrecompensas.
Pero lo era.
Se suponía que Tanner Wolfe era uno de los mejores cazadores de delincuentes.
Increíble.
–¿Se ha quedado dormida?
Su voz suave provocó que Bri volviera a la realidad. Pestañeó y contestó:
–No, por supuesto que no –desde luego no iba a contarle que había hecho un repaso de sus atributos masculinos. Ni que se había sentido atraída por él nada más verlo.
–¿Y qué estaba haciendo? –preguntó él, con curiosidad.
–Me preguntaba cómo alguien que parece tan agradable como usted puede ser tan obstinado.
–¿Obstinado? –se rio.
El sonido de su risa la hizo estremecerse.
–Sí, obstinado –dijo ella–. ¿Sabe?, no es razonable que no permita que lo acompañe.
–¿No lo es? –preguntó con el ceño fruncido–. Perseguir a un hombre es un trabajo difícil y peligroso.
–También lo es perseguir a un jabalí salvaje o a un tigre solitario. Y he perseguido a ambos. No soy tonta, señor Wolfe. Soy plenamente consciente del peligro.
–En ese caso, vuelva a casa tranquilamente con su papá y permita que haga el trabajo por el que me pagan.
–No –Bri se puso en pie–. Olvídelo. Buscaré a otro cazarrecompensas, alguien que me permita acompañarlo.
–No –Tanner se levantó de golpe–. Le estoy diciendo que no es seguro.
–Y yo le digo que sé cuidar de mí misma y, posiblemente, incluso podría ayudarlo –dijo con desafío–. Y también le digo que iré, con o sin usted. Eso es decisión suya, señor Wolfe.
–Sin duda, es una niña mimada, ¿no es cierto? –dijo él con rabia y frustración en la voz. La expresión de sus ojos era dura. Y su aspecto de santo se había transformado en el de cazador.
–No –dijo ella–. No lo soy. Estoy segura de mi capacidad y estoy decidida a atrapar a ese monstruo –respiró hondo–. Se lo diré una vez más… Iré, con usted o con otro cazarrecompensas.
Él permaneció en silencio unos segundos, mirándola con ojos entornados, como advirtiéndole que tuviera cuidado. Ella sintió ganas de salir corriendo, pero decidió permanecer firme.
Bri nunca había permitido que un hombre la intimidara.
–Una mujer –añadió ella.
–¿Qué? –preguntó él–. ¿Qué quiere decir?
–Quiero decir que buscaré a una mujer cazarrecompensas.
–No irá a buscar a ese asesino con otra mujer.
–Iré con quien me plazca –dijo con resignación.
Aunque su mirada denotaba rabia, suspiró a modo de concesión.
–Está bien, usted gana. La llevaré conmigo. Pero quiero que comprenda una cosa antes de que continuemos adelante.
–¿El qué? –Bri tuvo que contenerse para no mostrar su sentimiento de victoria.
–Yo daré las órdenes.
–Pero…
–Y usted las seguirá, sin preguntar ni protestar.
Bri se quedó paralizada por la rabia. «¿Quién se ha creído que es?», pensó en silencio. Pero, incapaz de ocultar sus sentimientos, contestó:
–No soy una niña para que me den órdenes. ¿Quién se ha creído que es?
–Soy el cazarrecompensas que usted quiere. Si no, no habría venido a buscarme –sonrió y la miró de arriba abajo–. Para que lo sepa, soy consciente de que no es una niña. Sin embargo, esos son mis requisitos.
La derrota era algo difícil de aceptar, pero Bri sabía que no tenía otra opción. Había ido a buscarlo, y no solo porque se lo hubieran aconsejado sus primos o sus amigos.
Había investigado y había llegado a la conclusión de que Tanner era uno de los mejores cazadores de recompensas de la zona, y muchos opinaban que era el mejor para buscar al asesino en terrenos difíciles, como en las montañas.
–Está bien –aceptó al fin. Creía que debía sentir humo saliéndole por las orejas, sin embargo, se sentía… ¿Protegida? «No», negó con la cabeza. Tanner Wolfe no se sentía su protector, se sentía alguien superior.
–Bien –contestó él, y dio una palmadita sobre la mesa–. Siéntese. Tenemos que planear muchas cosas.
Bri se sentó de nuevo. Agarró la taza, bebió un sorbo y la dejó en la mesa.
–Se habrá enfriado –Tanner agarró las tazas y se volvió–. Serviré un poco más –arqueó las cejas–. ¿Y qué me dice de su bollito caliente?
Bri negó con la cabeza.
–No, gracias. Está bien así –se llevó el bollo a la boca y mordió un poco–. Está muy rico.
–Como quiera –se encogió de hombros y se volvió de nuevo.
Ella lo miró mientras se comía el bollo, observándolo por detrás. Tenía un bonito trasero, firme y tenso. Su espalda era ancha y musculosa, pero estilizada.
Tanner regresó a la mesa con las tazas llenas, y ella aprovechó para mirarlo por delante. Aquella imagen era mucho mejor.
Su torso musculoso terminaba en una fina cintura. Tenía las piernas largas y los pantalones vaqueros resaltaban su musculatura. Él la miraba en silencio.
Los rasgos de su rostro parecían esculpidos en mármol. Su nariz recta, sus pómulos prominentes, su mentón definido… Habría parecido una estatua si no hubiera tenido una mirada tan dulce y una sonrisa tan tierna. De pronto, Bri experimentó de nuevo esa extraña sensación interna. «¿Por qué?». No sabía la respuesta, y eso la molestaba.
–¿Qué mira? –preguntó él, sacándola de su ensimismamiento.
«Maldita sea», pensó ella, al ver que él la había pillado una vez más. ¿Qué diablos le estaba sucediendo? Nunca se había sentido tan afectada por un hombre. Y la única vez que había sentido algo parecido, había sido un desastre.
–A usted –admitió Bri–. Estoy tratando de imaginar cómo es.
–¿Y cómo me imagina? –sonrió él.
–No demasiado bien –dijo ella, y sonrió también–. No es fácil de imaginar.