En busca de un propósito - Polly Weil - E-Book

En busca de un propósito E-Book

Polly Weil

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Beschreibung

Polly Weil nació en Buenos Aires bajo el nombre real de Paola Castro Saguier. Es escritora, analista de feng shui, y dicta cursos sobre su especialidad. Se recibió de Licenciada en Comercio Internacional, en La Universidad de la Marina Mercante, y anteriormente de Técnica Superior en Comercio Exterior, en la Fundación ICBC. Trabajó durante 10 años en entidades bancarias. Vivió en Nueza Zelanda, y viajó durante meses por el sudeste asiático. El conocimiento de la cultura oriental, ciertas experiencias vividas en India y Nepal, y un encuentro inesperado; propiciaron en ella una profunda transformación que cambio radicalmente el rumbo de su vida. Actualmente reside en la Argentina con su esposo e hija.

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Seitenzahl: 190

Veröffentlichungsjahr: 2022

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polly weil

EN BUSCA DE UN PROPÓSITO

Un encuentro, un viaje, un aprendizaje

- BASADO EN UNA HISTORIA REAL -

Editorial Autores de Argentina

Polly Weil

   En busca de un propósito : un encuentro, un viaje, un aprendizaje / Polly Weil. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2018.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga

   ISBN 978-987-761-299-8

   1. Relatos. 2. Encuentros . 3. Superación Personal. I. Título.

   CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: [email protected]

Diseño de portada: Departamento de Diseño Modelo para Armar

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

Punto de encuentro con la autora:

www.pollyweil.com

Facebook /pollyweil

Instagram /pollyweil

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Con el fin de preservar la identidad de las personas mencionadas en esta historia,la mayoría de los nombres han sido cambiados.

Polly Weil es Paola Castro Saguier

Prólogo

“Un libro para aquel que siente en algún lugar, muy dentro suyo, 

la necesidad de encontrar el 'propósito de su vida', 

y en el la realización de sus más anhelados sueños.”

“En Busca de un Propósito" cuenta una inspiradora y conmovedora historia de la vida real. Polly Weil, una joven licenciada de 30 años quien trabaja en un banco, comienza a percibir que ya ninguna de las cosas de su vida cotidiana la hacen feliz: un trabajo que no la satisface, el no terminar de comprometerse en una relación sentimental, y el huir continuamente de algo sin saber bien de qué… 

Así, sintiendo que la vida no puede ser tan solo esto, lo que denomina como “un absurdo”, y cansada de vivir un “sin sentido”, comienza una búsqueda, aún sin saber con exactitud de qué…

Tras debatirse entre el amor y la necesidad de búsqueda, decide emprender un viaje por India y por Nepal para ir por aquello incierto. Mediante sus vivencias personales y el encuentro con una Maestra espiritual, es que la autora nos va llevando por una fascinante e intrigante historia en la cual siempre se quiere saber un poco más y más.

Atrapando al lector, lo va introduciendo en forma accesible en ciertos aspectos básicos de lo espiritual con los que todos convivimos cotidianamente.  Envolviendo gradualmente tanto al escéptico como al interesado en estos temas, nos va llevando a encontrar distintos grados de profundidad en las palabras que relatan su historia personal. 

Polly narra cómo la apertura hacia “aquellas cosas que no se ven” logró producir cambios significativos en su vida, llevándola a manifestar poco a poco esos sueños que antes apenas se atrevía a imaginar. Sueños que en momentos pasados consideraba como inalcanzables.

Planteando temas tales como la necesidad de búsqueda y el encuentro de un propósito personal de vida, conduce al lector a reflexionar en esta posibilidad, que todos tenemos de transformar nuestras vidas al hallar la inagotable fuente de felicidad y amor que llevamos dentro. 

Para finalmente, dejar un invaluable mensaje de fe y esperanza a quien se atreva a acompañar la lectura indagando en su interior, y confiando en esa oportunidad que todos tenemos de alcanzar nuestros sueños.

Polly Weil, con su estilo propio y personal, conduce al lector a lo largo de esta historia real, para inspirarlo con un mensaje positivo y de optimismo. 

Diana Paris

Licenciada en Letras y psicoanalista

...a Martita

Para mi querida hija, Camila;

y para Javier, mi compañero.

Gracias por hacer de lo cotidiano mi fortaleza.

Dedicado también a mi madre, Sagui;

y a la memoria de mi padre, Osvaldo.

–… ¿Para qué creés que venimos a esta vida?

–Todos tenemos un propósito…

– ¿Tu propósito cuál es?

–El reencuentro con la Verdad.

– ¿Y qué es la Verdad?...

Me miró, sus ojos se encendieron, brillaron y a través de la mirada me transmitió la respuesta. Las palabras no fueron necesarias, el conocimiento transferido fue simplemente más que un mar de mil palabras.

Aún lo recuerdo como si hubiese sido ayer…

No es algo que tenga una definición,

no es algo que pueda explicarse con palabras,

porque no es “algo”… simplemente es Ser.

-Polly Weil-

PRIMERA PARTE

Un encuentro…

Capítulo I

Algo que buscar…

El destino a veces suele cumplirse en pocos segundos,

y aquello que durante años se ha buscado,

nos lo concede un dichoso azar.

-Franz Schubert-

—— 1 ——

Fue un sábado de invierno del año 2007, llovía y hacía mucho frío. Era un encuentro de meditación y, como no tenía un mejor plan para aquel día, decidí asistir.

Me encontraba en la puerta del lugar, ya había tocado varias veces el timbre pero nadie contestaba aún. Me estaba mojando mucho y hasta llegué a pensar en volver a casa para ver una película en vez de estar ahí “perdiendo el tiempo”. Así lo creía en aquel momento.

Las gotas se hacían cada vez más gruesas y había una fuerte neblina que dificultaba la visión. Apenas lograba entrever a lo lejos, a una distancia de un poco menos de media cuadra, a una mujer mayor que caminaba rápidamente, aunque con algo de dificultad, mientras luchaba con un paraguas que se le doblaba para un lado y para el otro por el fuerte viento que empezaba a sentirse.

La observé, e inmediatamente pensé: “¿qué tendrá que hacer una mujer de su edad en un día como este que la obliga a salir de su casa?”

Justo en ese momento, finalmente, abrieron la puerta y entré.

Había mucha gente a quienes no conocía. Al verme, quien organizaba el encuentro, se acercó, me saludó y con un afectuoso abrazo, dijo: “Hola, qué bueno que viniste”.

Era mi mamá, quien como toda madre lo que más anhelaba era ver la felicidad en su hija. Su preocupación al ver mi estado de tristeza permanente, la llevaba a intentar distintas opciones a su alcance con el fin de verme salir de mi ánimo sombrío.

Mientras, detrás de ella y con la puerta de entrada aún frente a mí, vi con asombro entrar a aquella anciana. ¿Quién iba a decir que este era el lugar al que se dirigía?

Un semblante luminoso y radiante. Rostro sonriente, pacífico y amoroso. Su pelo blanco prolijamente peinado, sin rastros de haber sido afectado por el viento ni por la lluvia. Su tez clara con algunas arrugas y sus ojos de color celeste profundo. Estimé que su edad rondaría los 80 años.

Ésa, fue la primera vez que vi a Martita.

Había en aquel lugar 36 personas de variadas características: hombres y mujeres; jóvenes, adultos y ancianos; estudiantes, profesionales, empleados, empresarios, doctores, amas de casa. El encuentro consistía en una breve charla informativa sobre la sanación pránica1 y luego una meditación. Había un pequeño atril y en frente varios asientos. Cada tanto, entre la multitud, lograba ver a aquella anciana que no dejaba de llamar mi atención.

Me senté casi al fondo del salón. La gente comenzaba a ocupar asientos acomodándose lentamente. Ya hacía un rato que la había perdido de vista. Creí que se había retirado, cuando una voz me dijo: “¿Este asiento está libre?”. Respondí casi automáticamente, “Sí”,levantando la mirada y con sorpresa al ver que se trataba de ella.

Luego de la charla sobre sanación pránica se hizo una meditación pidiendo por la paz mundial. El encuentro se extendió por poco más de una hora. Solo había meditado un par de veces anteriormente, pero por algún motivo, aquella vez fue especial. Una sensación de bienestar me invadió desde el primer momento y mi mente llegó a quedar en blanco durante la experiencia. Sin preocupaciones, ni pensamientos, solo una profunda tranquilidad que se transmitió a mi cuerpo, mi mente, mi corazón. Simplemente absoluta quietud.

Al finalizar la actividad, comenzamos a retirarnos. Saludé a mi madre desde lejos –ella estaba rodeada de personas que se despedían– sacudiendo mi mano.

Media cuadra después de emprender el regreso, note que tenía a mi lado a tres mujeres. La anciana estaba entre ellas y quedamos caminando casi a la par.

–¿Sos la hija de Luci? –preguntó.

–Sí. –respondí.

–Yo soy Marta.

No sé bien desde qué momento pero unas cuadras después caminábamos solo nosotras dos. La lluvia había cesado, pero aún había viento y hacía frío. Podía notar su esfuerzo aunque también su voluntad al caminar. Tenía la sensación de que pudiera tropezar en cada paso que daba, cuando de repente trastabilló, pero sin caerse. Parecía saber exactamente donde iba a caer su otro pie. Aunque se la veía muy segura, le ofrecí mi brazo para que se apoyara pero dijo no necesitarlo, con un dejo de orgullo y en un tono suave pero inquisidor como queriendo averiguar el porqué de mi ofrecimiento. Estaba tan afianzada a su idea de que no iba a caer, que no comprendía por qué le tendía mi ayuda para caminar.

Con algo de intrepidez le pregunté el porqué de su necesidad de salir de su casa solo para meditar en un día tan inhóspito. Respondió con espontaneidad y naturalidad: “No lo hago por mí, lo hago por las otras personas. Es una meditación en donde se pide por el bien mundial”.

Me sentí egoísta, desconsiderada. Una mujer de su edad tenía la voluntad de salir de su casa para meditar por la paz mundial, y yo con treinta años pensando en volverme a mi casa para mirar una película ¿Cuántas veces había tenido las mismas actitudes? Pensar tan solo en mí sin reparar en los demás. Qué grandeza la de aquella mujer y qué pobreza la mía.

Al llegar a la esquina me dijo: “Acá doblo, fue un gusto conocerte”. Y nos despedimos.

Aquello que dijo y cómo lo dijo… había sinceridad en sus palabras. Mientras en mi interior me preguntaba a mí misma: “¿qué gusto podría tener el conocer a una persona tan descortés como lo era yo? “

—— 2 ——

Mis días trascurrían por aquel invierno en un tedioso agotamiento de lo cotidiano. Es increíble la energía que se derrocha involuntariamente en el infortunio de la vida. Ese era mi sentir mientras viajaba cada día al trabajo. Sin embargo, aquella mañana mis pensamientos de pronto giraron retrospectivamente trayéndome al presente un breve resumen de mi pasado.

Y recordé un momento cuando era niña, en que lo tenía todo y fui feliz. Pero recordé también, que poco después lo perdí todo y me sentí desdichada.

Una gozosa y próspera infancia seguida de una adolescencia que amenazaba con cambios, donde todo el bienestar que había conocido de niña parecía desvanecerse. Las cotidianas discusiones de mis padres. El quiebre económico de la familia. El enfisema pulmonar que afectaba la salud de mi papá, con su posterior fallecimiento prácticamente en soledad, ante una familia disfuncional y desmembrada, que no supo cómo sobrevivir a una derrota total y absoluta. Con cada uno de sus integrantes heridos y destruidos, intentando levantarse luego de librar una batalla totalmente perdida. Una familia que no pudo superar los obstáculos, ni resurgir de las cenizas.

Ya no podía soportar más la impotencia de no saber qué camino tomar o cómo hacer para que las cosas mejoren. El miedo latente que sentía en mi interior era una constante. Había dejado de sonreír, todo era pena e incertidumbre.

La separación de mis padres. Mi hermano dos años mayor, quien volvía a casa después de haber terminado el servicio militar, y al encontrar este panorama buscaba destinos inciertos…

Ese temor de que pudiera ocurrir algo terrible en cualquier momento… ese que con solo recordarlo me trae aún escalofríos y el aroma del miedo.

Recuerdo un día en medio de una fuerte discusión, a mi papá enfermo y con lágrimas en los ojos, decir en un agitado grito casi sin fuerza: “¿qué está pasando en esta casa, es que estamos todos locos?”

Ese mismo día decidí irme. Esa niña-princesa de la infancia, protegida y a quien todo se le daba, con un padre que se encargaría de conseguir la mismísima Luna para su pequeña si así ella lo deseaba, esa niña-princesa se fue.

Comprendí que todas aquellas cosas que hasta el momento había conocido de la vida, se habían terminado… había llegado la hora de valérmelas por mí misma.

Tenía dieciocho años cuando toda esta pesadilla empezó, cuando noté que definitivamente algo dentro de casa no estaba bien. Cuando tuve que elegir entre aceptar seguir siendo parte de ese padecimiento diario hasta sucumbir, o alejarme.

Y me fui.

Luego vinieron años muy duros. El costo de la subsistencia fue mi adolescencia perdida, la cual se fue en el esfuerzo diario por ir logrando, más allá de mi manutención, las tempranas metas que me iba imponiendo.

Con el correr del tiempo, con mucho sacrificio y con algo de suerte a mi favor, me fui levantando y comencé a alcanzarlas poco a poco. El trabajo que quería, poder comprar mi propio departamento gracias a un jugoso retiro voluntario con su consecuente doble indemnización, mi título universitario, amores, mas tarde viajes…

Sin duda los triunfos que sola había logrado conseguir no eran pocos. Pero aun así, nada de todo eso me importaba lo suficiente como para saberme feliz. Entonces pensé:“la vida no puede ser tan solo esto, es absurdo”.

En aquel invierno del 2007 me encontraba apenas regresando al país luego de residir por un tiempo en Nueva Zelanda… donde había vivido momentos increíbles y hasta había vuelto a sentir la felicidad de cerca después de muchos años.

Me había enamorado siendo quizás la primera vez que realmente lo hacia. Lo entendí tiempo después, cuando sentí en carne propia el dolor de un corazón roto… y es que nunca antes una separación había sido tan dolorosa.

Había estado viajando durante meses por el sudeste asiático. Y por primera vez había hallado en la libertad, y aun en la soledad, aquella sensación de plenitud producto de la más genuina paz interior.

Y al volver a mi país, noté que nada de lo que había construido durante tantos años, me hacía feliz. Ni mi licenciatura en Comercio Internacional, ni mi trabajo en el banco, ni las apasionadas relaciones amorosas que había estado eligiendo. Ya nada de todo eso me hacía sentir bien, incluso ante mis propios amigos de siempre me veía distinta.

No lograba encontrar mi camino y no podía entender por qué mis días eran tan pesados e insignificantes. Envuelta en una rutina cotidiana de displacer, tensión, angustia, disconformidad. El viajar en pésimas condiciones hacia el microcentro porteño donde pasaría las siguientes ocho horas, encerrada en una oficina, haciendo un trabajo que no me gustaba. Lo sentía como una situación de total esclavitud. Sentía el sufrimiento interno en el tener que lidiar todos los días con lo mismo.

Mi tarea en el departamento de comercio exterior de un banco tenía un solo objetivo: reunir el dinero necesario para volverme a ir del país, –aunque implicara una vez más volver a dejarlo todo–. Odiaba aquel trabajo, pero por el momento, era mi mejor opción. El único incentivo que tenía para iniciar el día era ese proyecto.

Mi vida no tenía sentido, no tenía una idea clara de lo que quería. Solo ansiaba irme una vez más. ¿Es qué acaso huía de algo? ¿Y… de qué? ¿De la rutina, de lo conocido, del aburrimiento? ¿De la infelicidad?

Mi corazón estaba profundamente decepcionado, desilusionado. Un volver vacío, un trabajo sin sentido, una casa solitaria. Nada de lo que tenía era lo que quería y el cansancio de sentir tristeza, de vivir un “sin sentido” era profundo y agotador.

Algo dentro de mí me decía que todo esto no podía seguir siendo así. ¿Qué sentido tenía vivir una vida de insatisfacciones? Algo en mi interior no dejaba de repetirme esto. Algo no estaba en paz y ya no quería seguir estando así, todo esto parecía estar cumpliendo un ciclo. Ahora la necesidad iba más allá de lo mundano, de lo exterior. Necesitaba estar mejor no solo por un día o por un tiempo, sino que necesitaba sentir bienestar profundo en lo cotidiano.

Me enojaba con la vida misma y pensaba: “¡La vida no puede ser un absurdo! ¿Qué hay detrás de todo? ¿Cuál es por qué el sufrimiento? ¿Cómo se logra un equilibrio y bienestar duradero en lo cotidiano? ¿Es qué solo muriendo se alcanza la paz eterna? ¿Cómo se logra la felicidad permanente en vida? ¿Es acaso la Tierra el mismo infierno, y la gloria se encuentra solo en el más allá? ¿Cuál es la respuesta a todo esto, a ésta existencia, a la vida misma?”.

No encontraba consuelo alguno, me faltaba inspiración, tenía ansias de plenitud pero sin poder encontrar el camino para llegar a ella. No tenía incentivos, no tenía proyectos claros. No tenía vida.

—— 3 ——

No sabía dónde estaba parada ni para dónde tenía que ir, hasta que un día comencé a caer en una introspección tan grande, que me llevó a atravesar las emociones más oscuras. Fue como mirarme en un espejo y que no me guste lo que el reflejo me devolvía… como reconocer esas sombras de uno mismo que tanto cuestan ver. Y finalmente enfrentar esos miedos internos que me hacían huir permanentemente.

Y después del llanto y del dolor, ya sin fuerzas para resistir y dejando la negación de lado, me abracé a la rendición y me dejé caer. Sentí que tocaba fondo súbitamente, y fueron la paciencia y la aceptación de saberme “perdida”, lo que me dio la fortaleza para renacer.

Mi mente se acalló por completo y comencé a escuchar las señales de mi interior. Y desde ese momento, las cosas comenzaron a cambiar.

Una búsqueda comenzó de manera incesante. Mi deseo de querer estar bien era profundo, ansiaba que la felicidad deje de estar sostenida por algún factor externo que al desaparecer se la llevaría. ¿Por qué los momentos de plenitud tenían que ser tan solo pasajeros? Deseaba estar bien más allá de las adversidades cotidianas y acontecimientos externos. Tenía la necesidad de encontrar respuestas a interrogantes que brotaban desde mi interior con un mensaje claro: “Había algo que buscar”… pero aún no sabía qué, no sabía dónde.

Buscando respuestas es que comencé a interesarme por la psicología, la astrología, la neurociencia, la física quántica, el feng shui, la numerología, el yoga, la sanación pránica, la meditación, las técnicas de Ho’oponopono2, chamanismo, y hasta la incursión en vidas pasadas. Escuchaba y también asistía a aquellas conferencias de escritores, físicos, filósofos y médicos que me interesaban. Leía libros de sociología, filosofía antigua de Egipto y Grecia, metafísica, autoayuda, espiritualidad y esoterismo.

Y si bien mi religión de nacimiento es el catolicismo, me interesaba, leía, estudiaba, aprendía y respetaba diferentes doctrinas y religiones como el hinduismo, budismo, taoísmo y judaísmo. Y de alguna manera, sentí que todas hablaban de lo mismo, aunque con diferentes nombres y de maneras distintas.

Así, comenzaron a llegar a mí cautivadoras teorías y conocimientos. Todo aquello me acercaba a una nueva visión, una perspectiva original que de alguna manera me daba fuerzas y me llenaba de esperanza y de la que cada vez quería saber un poco más.

Pero en otros momentos también el escepticismo, dirigido por lo mental y ocultando al ego, jugaba un papel incansable en la lucha por refutar la fe y la confianza. Esto, en principio, me llevó algunas veces a dudar de lo que aprendía. Sentía que necesitaba algo que reforzara mi confianza. Necesitaba una confirmación de que todo aquello era cierto. Parecerá ambicioso, pero sentí que necesitaba un sabio, o un Maestro.

Una vez leí que: “el Maestro llega cuando el alumno está preparado, ya que los sabios se disfrazan de humanos y moran entre nosotros para ayudarnos a encontrar el camino”.

Y yo me sentía lista.

1Sanación pránica: es una disciplina oriental de sanación fundada por Master Choa Kok Sui, la cual se basa en la utilización de energía vital -o prana-, con el objetivo de aliviar o sanar enfermedades físicas, emocionales o/y mentales.

2Ho’oponopono: es un arte hawaiano muy antiguo de resolución de problemas. Ho’oponopono significa “enmendar”, “corregir un error”.