En la calzada de Jesús del Monte - Eliseo Diego - E-Book

En la calzada de Jesús del Monte E-Book

Eliseo Diego

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Beschreibung

En la Calzada de Jesús del Monte nos entrega ante todo la profunda experiencia de un poeta que quiere edificar el sitio de la sobrevida, el sentido de su propia existencia.

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Seitenzahl: 54

Veröffentlichungsjahr: 2021

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primera edición:

ediciones “orígenes”, la habana,1949

colección sur

dirigida por alex pausides

edición del

festival internacional de poesía de la habana

y el movimiento poético mundial

Diseño de cubierta: Elisa Vera Grillo

Diseño interior y diagramación: Onelia Silva Martínez

Coordinación editorial: Marlene Alfonso / Melba Tomás

© Herederos de Eliseo Diego, 2017

© Enrique Saínz, sobre el prólogo, 2017

© Colección Sureditores, 2020

ISBN: 9789593022767

Unión de Escritores y Artistas de Cuba

Calle 17 no. 354 e/ G y H, El Vedado,

La Habana

Centro Cultural CubaPoesía

Calle 25 esq. a Hospital, Barrio de Cayo Hueso,

La Habana, Cuba

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Presentación

Este libro de Eliseo Diego, acaso el más intenso y significativo de toda su obra lírica, soporta diversas interpretaciones en su riqueza y esplendor incomparables. Su escritura es el testimonio de un profundo acercamiento a nuestra identidad y un ejemplo de creación literaria de la más alta jerarquía, páginas en la que se integra de un modo altamente esclarecido la riquísima tradición hispánica hasta edificar un cántico de alabanza y rememoración de un modo de ser y de percibir y sentir el insondable cuerpo de la realidad. Volvemos una y otra vez a estas experiencias y siempre nos adentramos en unos espacios y unas costumbres radicalmente nuestras, actuantes en una dimensión que va más allá de un simple acontecimiento del pasado para revivir en nosotros un gratificante bienestar, fortaleza y sosiego que solo la poesía puede entregarnos de un modo pleno, regocijante, iluminador. Sentimos en toda su fuerza la capacidad vivificadora de los poemas que el autor fue construyendo desde su más entrañable convivencia y sus particulares sensaciones a lo largo del inacabable y fecundo diálogo con la vida y con su país. El poderoso abuelo, esa figura de fortaleza y energía que nunca olvidaremos, las costumbres y estados de la luz, los espacios colmados de innumerables presencias, la preciosa quinta en la que la familia enfrentaba la desolada intemperie y la temida muerte, la propia República que dio a nuestra historia un sentido que puede asumirse como un destino, no obstante la profunda decepción que constituía para todos la dependencia económica a otra cultura, los ascendientes que nos defendían de esa penetración y nos sustentaban y protegían frente a las desvirtuaciones que esa relación subordinada imponía a nuestra identidad, todo eso nutre este poemario y subyace en el sólido discurso que el poeta nos entrega como un precioso tesoro verbal que no cesamos de agradecerle.

El maravilloso gesto oratorio que el poeta elabora con sumo cuidado y perfección nos sustenta con la dignidad de todo un clásico que continúa manteniendo viva la gran herencia de la tradición del idioma, en cuyos libros mayores aprendió el cubano la extraordinaria lección de su propia historia. Conmueve de manera inusual la fluidez de estos poemas, en los que podemos apreciar también cierto aire barroco, un leve soplo que viene de los maestros que en su momento vieron la cuantiosa riqueza de la realidad, la belleza del abigarrado mundo en el que vivían sin que muchos se percataran del todo de ese esplendor magnífico. “La poesía es el arte de atender en toda su pureza”, nos ha dicho Eliseo Diego en la presentación de su siguiente entrega, Por los extraños pueblos (1958), y es en efecto apreciable en este su más perdurable volumen lo que esa mirada llega a sorprender en los hechos y cuerpos de un acontecer que integró el mundo cotidiano del poeta, con los sitios y la vida familiar de la historia del país. Hay aquí una sabiduría que ha venido modelando nuestra más profunda identidad junto a otras vivencias y asimilaciones que aquí no están contempladas y que se fusionaron con la tradición hispana y con aquella catolicidad que nos remite a Roma y aun antes, a lo que Vitier llama “el desértico fuego judío” que nos antecedió. Podemos entonces hablar de integración de un estilo, como ya apuntó el autor de Lo cubano en la poesíacuando se detiene a caracterizar este conjunto en ese gran libro de acabamos de citar. Deleitable es la rememoración que Diego nos trae en el recuento de los dones de los antepasados, y deleitable es asimismo ese estilo de tan refinadas maneras y que se ha venido haciendo de una densa presencia de los cuerpos de la realidad, de costumbres graves y a un tiempo de una muy gratificante fineza. Los cuadros de la segunda parte del libro, valorados por Vitier también de mano maestra, nos hablan por sí mismos ellos igualmente de esa necesidad que tiene el poeta de alcanzar la fijación de esa memoria que él quiere cantar como testimonio de quiénes somos y dónde estamos. Podemos ver los más altos momentos del libro como maravillosos cuadros de instantes de una gran plenitud, partes de una totalidad atemporal y cuya iluminación resalta con tonos y colores de inolvidable belleza.

Nos sentimos, leyendo estos relatos de perdurable vigor y fuerza, como amparados por una solidez que nos cuida y nos hace reposar en un bienestar siempre deseado, experiencia que encontramos muy poco en la historia de nuestra poesía, aun en sus más altos e inolvidables ejemplos. El diálogo con la muerte, en el que el poeta se detiene a todo lo largo del libro de un modo a veces evidente y a veces velado, nos dice que este edificio verbal que nos está edificando a medida que lo leemos es también una sorda batalla contra la nada y la vasta y desierta noche, aquella del personaje Don Rigoberto, de su libro Divertimentos