En la cama del jeque - Sarah Morgan - E-Book

En la cama del jeque E-Book

Sarah Morgan

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Beschreibung

¿Qué haría el jeque cuando descubriera que su futura esposa era virgen? El reino de Kazban era el hogar del príncipe Zakour al-Farisi. El jeque controlaba todo lo que sucedía en el lugar y, en cuanto entrara en su palacio, Emily Kingston también tendría que hacer lo que él ordenase. Zakour creía que Emily había sido enviada para seducirlo, por eso decidió darle una lección a aquella cazafortunas. Emily tendría que pagar la ofensa convirtiéndose en su esposa...

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Seitenzahl: 208

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2004 Sarah Morgan

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En la cama del jeque, Nº 1601 - agosto 2024

Título original: In the Sheikh’s Marriage Bed

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales , utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410742215

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Sus órdenes han sido llevadas a cabo, Su Alteza. La deuda con su gente ha sido pagada al completo.

Mirando por la ventana de su despacho, Zak apartó la mirada de su caballo árabe favorito, que estaba causando estragos abajo en el jardín.

Una ira fría podía verse en sus ojos negros mientras observaba al hombre que había sido su asistente de confianza durante casi dos décadas.

–Al completo no. La deuda que se me debe a mí aún permanece. ¿Se le ha entregado todo al inglés?

–Como usted dijo, Su Alteza –dijo el hombre agachando la cabeza.

Zak detectó algo en el tono del otro hombre e inmediatamente su mirada se agudizó.

–¿Asistirá a la reunión, Sharif?

Sharif palideció ligeramente y dijo:

–He sido informado de que va a enviar a su hermana en su lugar.

Así que el inglés había evitado sus responsabilidades una vez más, pensaba Zak mientras flexionaba sus hombros anchos en un intento por liberar tensiones. A veces deseaba que Kazban no fuese un estado tan progresista. En momentos como ése deseaba poder volver a sus raíces tribales y primitivas y ejecutar el castigo que Peter Kingston tanto merecía.

–Dada la naturaleza de esta reunión, es una sorprendente decisión por su parte –dijo Sharif–. Uno se pregunta qué tipo de hombre manda a una mujer a luchar sus batallas.

–Un cobarde –dijo Zak apretando la mandíbula. Negándose a viajar a Kazban, el inglés había evitado muy inteligentemente ser considerado responsable de sus acciones–. Pero ya sabíamos que Peter Kingston es un cobarde. Así que no debería ser una sorpresa el que esté dispuesto a sacrificar a alguien de su propia sangre para salvar el pellejo. La está enviando a la guarida del león. Espero que lleve armadura.

Su asesor se aclaró la garganta con delicadeza y añadió:

–Seguramente espera que sea usted indulgente con ella.

Zak se carcajeó. Si Peter Kingston hubiera sabido algo sobre su pasado, entonces no habría cometido tan tremendo error de juicio. Sus sentimientos hacia el sexo femenino eran cualquier cosa menos gentiles. La vida le había enseñado del peor modo posible que las mujeres eran todas manipuladoras y buscaban su propio beneficio y, desde que había aprendido esa lección, las trataba con el desprecio cínico que merecían.

–Ese hombre no es más que un ladrón, aunque uno listo, lo admito. Ha robado los ahorros de unos ciudadanos trabajadores e inocentes. En su país puede que ése se considere como un comportamiento aceptable, pero en Kazban por suerte no somos tan tontos. En este caso no me siento nada inclinado hacia la indulgencia –dijo Zak.

–Es cierto que sus acciones habrían causado grandes penurias a muchos de no haber sido por su generosa intervención, Su Alteza. En mi opinión su gente debería saber que es usted el que ha…

–Eso no es importante –dijo Zak con el ceño fruncido mientras caminaba de un lado a otro de su despacho–. Lo importante es enviar un mensaje claro a cualquiera que se sienta tentado de seguir el mismo camino que Kingston. Obviamente él ha anticipado las represalias y ésa es la razón por la que ha elegido no asistir a la reunión en persona. No sólo es deshonesto, sino que no se responsabiliza de sus propias acciones. Pretendo hacer un ejemplo de él.

–Mandar a su hermana en su lugar es una jugada inteligente por su parte. No es ningún secreto que usted disfruta de la compañía femenina, Alteza –dijo Sharif.

–En mi cama, Sharif –dijo Zak suavemente–. Pero fuera de ella, las mujeres no ocupan lugar alguno en mi vida.

Él nunca volvería a confiar en una mujer.

–Y sin embargo su padre cada vez insiste más en que debería casarse, Alteza.

Zak apretó los dientes.

–Estoy al corriente de los deseos de mi padre.

–Sin duda pensará usted que me excedo en mis responsabilidades –dijo Sharif–, pero siendo alguien que lo conoce a usted desde pequeño y lo aprecia, me entristece verlo solo cuando debería tener una familia.

–Como tú mismo has dicho, te excedes en tus responsabilices –dijo Zak con tono frío, pero su mirada se ablandó al observar a Sharif. Su asesor era una de las pocas personas a quien confiaría su vida–. No malgastes tus emociones, Sharif. Es mi elección estar solo, pero soy plenamente consciente de que mi estatus de soltero se está convirtiendo en una espina junto a mi padre.

E iba a tener que encargarse del asunto.

Pero no casándose con la mujer que su padre tenía en mente.

Cuando llegase el momento, y estaba muy convencido de que llegaría pronto, elegiría él a su propia novia y su elección sería llevada a cabo sin sentimentalismos.

–Volviendo al tema de la señorita Kingston…

–Estoy seguro de que el inglés cree que usted jamás le haría daño a una mujer –dijo Sharif.

Zak sonrió levemente, pero no había rastro de sorpresa en sus hermosos rasgos y cuando habló, su voz sonó peligrosamente suave.

–Existe más de un tipo de dolor, Sharif –dijo Zak. Estaba el dolor del amor. Y también la agonía de la traición–. Ambos sabemos que cualquier mujer relacionada con Peter Kingston difícilmente puede estar cubierta de virtudes. Si elige mandar a una mujer a la batalla con la esperanza de que yo no tenga estómago para pelear, entonces me temo que se sentirá decepcionado.

Giró la cabeza y su mirada descansó sobre la espada ceremonial que yacía sobre su escritorio. Estiró la mano y la agarró con fuerza, rodeando con sus largos dedos la empuñadura, sintiendo el peso del arma como algo reconfortante y a la vez familiar en la palma de su mano.

Deslizó la mirada a lo largo de la cuchilla y un violento torrente de emociones amenazó con desestabilizar su habitual y rígido autocontrol.

Traición.

Con un movimiento rápido de muñeca se movió y la hoja de la espada cortó el aire con una precisión letal.

Sharif dio un paso rápido hacia atrás.

Como todo el mundo en el estado de Kazban, él conocía la destreza del príncipe con ese arma en particular. Era un experto espadachín.

Sería mejor que la mujer fuese fuerte, pensaba Sharif, sintiendo una inexplicable compasión hacia ella mientras observaba al príncipe colocar la espada de nuevo sobre el escritorio. Si Peter Kingston había deseado contrariar a alguien, había hecho una elección muy mala con el jeque príncipe de la corona Zakour al-Farisi.

Una elección muy mala.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Su Alteza la recibirá ahora, señorita Kingston. Permanecerá de pie en todo momento y hablará sólo cuando se le hable –con cara rígida y sin sonreír, el hombre con la toga inclinó la cabeza ligeramente–. Debo advertirle que Su Alteza es un hombre muy ocupado. Tiene muchos asuntos y lleva sobre sus hombros grandes responsabilidades. Por su propio bien le aconsejo que no malgaste su tiempo.

Emily tragó saliva y en ese momento se cuestionó el impulso que había hecho que ella ocupara el lugar de su hermano.

Sólo había pretendido ayudar.

Hacer algo por él, por un cambio, en vez de permanecer siempre ejerciendo el papel de hermana pequeña.

Peter había hecho mucho por ella.

Además había imaginado que unos pocos días en Kazban serían algo excitante. Una aventura en su, de otro modo, aburrida y sobreprotegida existencia. Pero comenzaba a dudar de sus habilidades para llevar a cabo aquella tarea.

Comenzaba a preguntarse si su presencia no le empeoraría las cosas a su hermano.

Se viese por el lado en que se viese, al jeque príncipe de la corona Zakour al-Farisi no le iba a gustar lo que ella tenía que decir.

Su hermano le debía dinero. Por eso el príncipe había ordenado aquella reunión.

Y por la manera en que estaban las cosas en ese momento, Peter no estaba en posición de pagar.

«Si voy, me meterán en la cárcel».

En ese momento Emily había pensado que su hermano exageraba. El estado de Kazban no podía ser tan brutal en cuanto a sus leyes. Ir en representación de su hermano para pedir más tiempo le había parecido una acción perfectamente razonable estando en Inglaterra.

Pero una vez allí, no estaba tan segura.

Y la expresión severa en la cara del asesor del príncipe no hacía mucho por su seguridad.

Obligándose a permanecer tranquila, se puso en pie tratando de olvidar lo poco que había oído sobre el próximo gobernante del estado de Kazban. ¿Qué importaba si aquel hombre tenía una mente brillante, se lo pasaba en grande con montones de mujeres y se decía que tenía un bloque de hielo donde debería estar su corazón? Nada de eso era relevante para ella. No le importaba en lo más mínimo que la mitad de las mujeres del mundo estuvieran supuestamente enamoradas de él.

Todo lo que tenía que hacer era dar el mensaje de su hermano y marcharse.

¿Pero qué ocurriría si decía algo mal?

Era muy bonito soñar con aventuras, pero la verdad era que ella enseñaba a niños de cinco años a leer, a escribir y a jugar en el parque. No tenía ni idea de cómo hablar con un hombre que negociaba contratos de dos billones de dólares antes del desayuno. Su hermano debía de estar loco para haberla dejado ir.

O desesperado.

No podía dejar de lado la idea de que Peter estaba metido en algún problema. Cuando había tratado de preguntarle sobre la deuda, él le había asegurado que sólo tenía un ligero problema de liquidez que pronto se solucionaría y que ella no tenía de qué preocuparse.

¿Pero acaso él no la había protegido siempre?

Al recordar lo tenso que lo había notado la última vez que se habían visto, Emily deseó haberle preguntado más cosas.

El corazón le retumbaba en el pecho mientras seguía a aquel hombre por lo que parecieron ser kilómetros de pasillo de mármol, tratando de no sentirse intimidada por el brillo y el exotismo del palacio dorado de Kazban. En cualquier otra ocasión, su inquisitiva mente de profesora habría estado repleta de preguntas relacionadas con la historia de aquel antiguo edificio, pero ver guardias armados en casi todas las puertas había acabado con su curiosidad natural.

Diciéndose a sí misma que los guardias estaban allí porque era el hogar de la familia real, Emily apartó los ojos de las pistolas y espadas. Sólo eran parte del uniforme. Y no tenía razón para sentirse incómoda.

Simplemente era la mensajera.

¿Entonces por qué una parte de ella quería darse la vuelta y salir corriendo?

Salir corriendo por las polvorientas calles de Kazban, de nuevo a través del desierto misterioso y abrasador por el que había sido conducida desde el aeropuerto, de nuevo a su hogar, al pequeño pueblecito inglés donde vivía.

De vuelta a la soledad.

Rápidamente apartó ese pensamiento de su mente. Tenía un trabajo que hacer. Por primera vez en su vida su hermano la necesitaba y no iba a decepcionarlo. No después de todo lo que había hecho por ella desde la muerte de sus padres.

Emily luchó por seguir el paso del hombre que la había recibido en la entrada del palacio.

–¿Podría ir un poco más despacio, por favor? Sólo he traído un par de zapatos y no son apropiados para correr por pasillos de mármol –murmuró preguntándose hacía dónde se dirigían–. No quiero presentarme ante el príncipe con un tobillo roto.

De hecho acababa de decidir que no quería presentarse ante el príncipe, de ninguna manera.

El hombre la miró con algo que parecía pena en sus ojos y Emily comenzó a sentirse cada vez más mareada.

Su instinto le decía que aquélla había sido una malísima decisión.

¿Por qué a todo el mundo le daba miedo Zak al-Farisi? ¿Sería tan despiadado como decía su reputación?

Recordándose con firmeza que había algo de bondad en cada persona, comenzó una batalla contra el pánico que amenazaba con inundarla.

El hombre se detuvo frente a una puerta escoltada por más guardias y luego entró, haciéndole gestos para que lo siguiera.

De pronto el pánico ganó la batalla.

–¿Sabe?, no estoy plenamente segura de esto. Realmente es mi hermano el que debería estar aquí. Si el príncipe está tan ocupado, quizá debería irme a casa –comenzó a decir ella, pero se detuvo cuando el hombre la condujo a otra habitación inmensa.

Emily se detuvo en seco y se quedó con la boca abierta al contemplar sus alrededores.

La habitación era preciosa y exótica. La luz entraba por las múltiples ventanas, iluminando un exquisito tapiz que colgaba al otro lado de la sala.

–¡Oh! –exclamó Emily, observando más detalladamente el tapiz. Era la imagen de una carrera de caballos y de pronto, ella se quedó quieta al comprobar lo salvajes que parecían los caballos y la vida que emanaba el tapiz. Luego observó los sofás que había en una esquina de la sala. Estaban tapizados con seda dorada y cubiertos con cojines de vivos colores.

En la otra esquina de la habitación había un enorme escritorio elaboradamente tallado y destinado a sostener un ordenador último modelo.

Era curioso aquel contraste entre lo exótico y lo funcional. Fuera quien fuera el que ocupara esa sala, obviamente la utilizaba como despacho.

Emily se miró y de pronto deseó haber llevado puesta otra cosa. El vestido de lino azul que había elegido era fresco y práctico, pero desde luego no era lo último en moda. Pero por otro lado, sus ingresos como profesora no le permitían tener un ropero mayor y, como trabajaba con niños pequeños, la mayoría de su ropa la elegía por ser práctica, no elegante.

–Perdone –dijo tratando de comunicarse una vez más con el hombre–. ¿Puede decirme cuándo voy a conocer al Príncipe? Si está muy ocupado, quizá debería irme…

Quizá aún tenía tiempo para salir de ahí. Podía llamar a Peter y decirle que había cambiado de opinión.

En vez de contestar, el hombre se arrodilló sobre la alfombra, haciendo que Emily lo mirara asombrada.

–¿Desea marcharse, señorita Kingston? –dijo una vez seca desde detrás de ella–. ¿Tan mala es nuestra hospitalidad que desea marcharse nada más llegar a nuestro país? ¿O hay algo más que incita ese deseo por salir corriendo? ¿La certeza de que sus pecados están a punto de atraparla, quizá?

–¿Pecados? –dijo ella dándose la vuelta para mirar a su interlocutor, y se encontró mirando a los ojos de un desconocido.

Se le quedó la boca seca y el corazón comenzó a latirle cada vez con más fuerza en el pecho.

Se sintió prisionera de aquella mirada, del brillo letal de aquellos ojos oscuros. La conciencia sexual de su cuerpo despertó al instante y sintió que dejaba de respirar. Se sentía ligera y temblorosa. Su cuerpo reaccionó con tal excitación que se sentía incapaz de moverse o de pensar. Sólo cuando él se acercó hacia ella, Emily fue capaz de reaccionar.

Debía de haber estado allí cuando ella había entrado, pero se había sentido tan impresionada por sus alrededores que ni siquiera se había fijado en él.

¿Cómo?, se preguntaba. ¿Cómo había podido no fijarse en él? dominaba toda la habitación con su presencia poderosa, y se movía por la sala con una autoridad que no se podía ignorar.

Iba vestido con un traje hecho a medida y su presencia podía parecer convencional a primera vista pero, a pesar de su sofisticación occidental, Emily nunca lo habría imaginado al frente de un negocio. Si hubiera tenido que elegir un escenario para él, habría sido de pirata en el océano.

O en el desierto.

Su aspecto y su presencia encajaban con el aspecto salvaje del paisaje por el que ella había pasado de camino a Kazban.

Todo en él era salvaje y descaradamente masculino, desde el brillo de su pelo negro hasta la perfecta simetría de su atractiva cara. Su nariz era fuerte y aristocrática y sus hombros anchos y poderosos.

Emily se sentía cada vez más débil.

Mareada por la falta de aire y sorprendida por aquella respuesta nada usual en ella, trató de respirar hondo mientras el hombre que la había llevado allí se ponía en pie y le dirigía una mirada fulminante.

–Debería inclinarse en presencia del Príncipe –dijo él.

–¿El Príncipe? Bueno, lo haré, claro, pero… –comenzó a decir ella mientras se daba cuenta de la situación y comenzaba a sentir un intenso calor en las mejillas–. Oh, Dios mío.

Tragó saliva y se inclinó rápidamente tratando de rectificar su error.

Debía haberlo adivinado, claro. Era más joven de lo que ella había imaginado, e iba vestido de forma occidental, pero emanaba poder por cada poro de su cuerpo y todo en él recordaba a la realeza. Su porte, sus maneras y el brillo ligeramente cínico de sus ojos negros.

–Lo… lo siento –dijo ella tratando de disculparse, y volvió a inclinar la cabeza–. Pero en parte la culpa también es de usted. No viste como un príncipe y no se ha presentado.

El hombre que la había acompañado emitió un leve sonido de alarma e incredulidad, pero la mirada del príncipe se mantuvo inalterada.

–¿Y cómo se supone que debo vestirme, señorita Kingston? –preguntó él, y Emily se estremeció al sentir cómo su voz profunda y masculina se filtraba por sus huesos. Tenía la seguridad de alguien que había disfrutado de la adoración de las mujeres durante toda su vida.

–Bueno, como… como… un príncipe árabe –dijo ella–. Ya sabe, túnicas y esas cosas.

Cerró los ojos un instante y sintió vergüenza. Estaba quedando como una estúpida.

A juzgar por su expresión, el Príncipe pensaba lo mismo.

–¿Cree que esto es algún tipo de pantomima? –preguntó él levantando una ceja–. ¿Y que todos deberíamos ir disfrazados?

Sin esperar su respuesta, se giró hacia el hombre, que había estado escuchando la conversación, y le dijo unas palabras en un idioma extraño.

El hombre se retiró con rapidez, no sin antes dirigirle a Emily alguna que otra mirada de compasión.

–Siento la confusión, Alteza –murmuró ella.

–Por mi parte no ha habido ninguna confusión, señorita Kingston.

Él se acercó a la ventana y observó el jardín, siendo distraído momentáneamente por algo que ocurría abajo.

Emily se quedó mirando.

Era espectacular. Observó sus pestañas oscuras y pobladas, luego los rasgos duros de su cara y su mandíbula y finalmente se detuvo a contemplar sus hombros.

Se preguntó entonces por qué sólo la mitad de las mujeres del mundo estarían enamoradas de él. ¿Qué le ocurría a la otra mitad? ¿Estaban ciegas?

De pronto, siendo consciente de que se enfrentaba al peligro por primera vez en su aburrida e insulsa vida, dio un paso atrás y trató de apartar de su mente aquellos pensamientos excitantes.

Horrorizada y confusa por sus propios sentimientos, deseó fervientemente que aquel hombre no pudiera leer sus pensamientos.

–Se preguntará por qué estoy aquí.

El Príncipe se dio la vuelta de pronto y la miró con una frialdad que la hizo estremecerse.

–No le he dado permiso para hablar.

Los ojos azules de Emily se abrieron más ante tal comentario y sintió cómo el calor inundaba sus mejillas una vez más. Frunció el ceño y apartó la mirada, diciéndose a sí misma que, fuese quien fuese, no tenía ningún derecho a ser maleducado.

–Acérquese –ordenó él, y ella obedeció sin rechistar, casi hipnotizada por la fuerza de su presencia.

Midiendo uno setenta y cinco, estaba acostumbrada a mirar a casi todos los hombres a los ojos y odiaba el hecho de ser tan alta, pero estar frente a frente con aquel hombre, tenía que levantar la cabeza para mirarlo. Por primera vez en su vida se sintió delicada y femenina.

–Por su bien, señorita Kingston, espero que esté aquí para saldar la deuda de su hermano –añadió él.

Hubo algo en el tono de su voz que le hizo desear a Emily estar en Inglaterra.

–No la voy a saldar hoy concretamente –comenzó a decir ella.

–Sin embargo ése era el propósito de esta reunión. Su hermano iba a devolver el dinero que debe.

Ella lo miró a los ojos buscando una pizca de suavidad. No encontró nada, se humedeció los labios y trató de hablar.

–Bueno, no es tan simple como eso.

–Precisamente sí es así de simple.

¿Cómo podía la voz de un hombre sonar tan tranquila y sin embargo estar tan cargada de amenaza?

No era de extrañar que tuviera reputación de asombroso hombre de negocios. Probablemente intimidaba a sus oponentes de manera que no se atrevían a decir que no.

–Probablemente se preguntará qué hago yo aquí en lugar de mi hermano –dijo ella vacilante.

–No soy tonto, señorita Kingston –dijo él–. Para mí está muy clara la razón por la que está usted.

–Me ha enviado porque no podía venir él –murmuró Emily.

Zak al-Farisi levantó una ceja.

–Mi conocimiento del inglés es el suficiente como para distinguir entre «podía» y «quería». Me pregunto ante cuál de sus múltiples y variados encantos se suponía que tenía que sucumbir mi ira por la ausencia de su hermano. ¿Cuál de sus habilidades garantizará que me olvide de la deuda?

Apartándose de la ventana, se acercó a ella y comenzó a dar vueltas a su alrededor como si Emily fuera la pieza de exhibición de un museo. De pronto se detuvo y levantó una mano hacia su cara, inclinándola ligeramente para poder observarla mejor.

–Su objetivo aquí es persuadirme para que cancele la deuda.

–No cancelar exactamente –dijo Emily sintiéndose incapaz de concentrarse, helada por aquella tensión que no podía identificar y por el roce de aquellos dedos fuertes sobre sus mejillas acaloradas.–. Más bien posponer.

–Antes de que se hunda usted en un agujero del que luego le resulte imposible salir, he de decirle que la mentira no es una cualidad que admire en una mujer.

–No estoy mintiendo a nadie –dijo Emily indignada–. Y no le estoy pidiendo que cancele la deuda. Sólo que le dé a Peter algo más de tiempo. Quiere dos meses más. Luego devolverá cada penique. Ha dado su palabra.

–¿Es la misma palabra que dio la primera vez que vino a Kazban para persuadirnos de que le dejáramos ocuparse de determinadas inversiones?

A Emily le dio un vuelco el corazón al escuchar aquello. La verdad era que su hermano siempre se había negado a hablar de negocios con ella y ella no estaba en condiciones de contestar a esas preguntas. Sólo estaba allí para ayudar a su hermano. Él no podía hacer el viaje y, como ella lo quería, estaba feliz de representarlo.

–No sé nada sobre eso –admitió vacilante–, pero sí sé que lo único que pide son dos meses más.

–¿Y por qué debería darle dos meses?

Emily lo observó confusa. No se le había pasado por la cabeza que el príncipe pudiera rechazar la petición. Cierto, Peter le debía dinero, pero Zak al-Farisi era inmensamente rico y una prórroga de dos meses en una pequeña deuda difícilmente le iba a suponer ningún problema.

–Bueno, estoy segura de que es usted un buen tipo y…

–Entonces es usted muy mala a la hora de juzgar la personalidad, señorita Kingston, porque no soy un buen tipo. No soy un buen tipo en absoluto.

El aire se cargó de tensión y entonces, con la mano que le quedaba libre, Zak al-Farisi le quitó el pasador que sujetaba su pelo con un movimiento rápido que Emily no pudo anticipar.

Sus rizos rubios y rebeldes, que habían sido domados para esa ocasión, cayeron sobre su cuello.

–¡Oh! –dijo ella sorprendida, y se agarró el pelo–. ¿Para qué hace eso?

Una sonrisa sardónica asomó a los labios del Príncipe.

–Ya le he dicho que no aprecio la mentira. Presentarse aquí vestida como una virgen con un vestido abrochado hasta el cuello y con el pelo recogido no me va a engañar en lo más mínimo. Su hermano la ha enviado por sus encantos femeninos. Lo mínimo que podría hacer es mostrarlos. Eso, al menos, sería honesto.

Emily lo miró boquiabierta.

Él pensaba que…

Estaba sugiriendo…

Horrorizada, Emily negó con la cabeza.

–Lo ha malinterpretado.