En las orillas del Sar - Rosalía de Castro - E-Book

En las orillas del Sar E-Book

Rosalía de Castro

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Beschreibung

En las orillas del Sar fue el último libro de la poetisa y novelista gallega Rosalía de Castro. Publicado en 1884 y escrito íntegramente en lengua castellana, resultó ser una recopilación de poemas bastante incomprendida debido a su métrica poco convencional, alejada del estilo poético tradicional. Rosalía introduce nuevas estructuras: - versos de dieciséis - y dieciocho sílabas - y los enlaza en estrofas nunca antes usadas,lo que otorga a estas composiciones una musicalidad precursora del Modernismo. Se trata de una composición lírica simple, con características del Romanticismo y del Modernismo en proporciones similares. Rosalía de Castro se muestra aquí, como dijo Azorín, como «precursora en la métrica y en la ideología». En el poemario, la exploración del propio mundo interior y una visión pesimista de la vida, enmarcado todo en la naturaleza y en la realidad de Galicia, se expresan en una lírica de extraordinaria novedad en su momento. Todo ello, junto a la sensibilidad y la imaginación, sitúa a En las orillas del Sar en el camino hacia el Modernismo. En conjunto, las composiciones profundizan en sus temas característicos: se insiste en las ideas del sufrimiento como eje de la existencia humana y en la de la muerte. Son poemas desesperanzados, con una imaginería religiosa poco convencional. Tristeza, soledad, cansancio, son palabras muy repetidas en este libro, y, junto a ello, el anhelo de Dios, que le provoca dudas. Galicia también está presente en sus palabras. Sin embargo, su visión se torna turbia. Ve su belleza, pero la ve manchada y se lamenta por ya no poder apreciarla. El último libro de Rosalía supone la culminación de su trayectoria poética; intimista, riguroso, subjetivo, formalmente arriesgado.

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Seitenzahl: 89

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Rosalía de Castro

En las orillas del Sar

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: En las orillas del Sar.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN CM: 978-84-1126-753-3.

ISBN tapa dura: 978-84-9953-771-9.

ISBN ebook: 978-84-9953-364-3.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 15

La vida 15

Orillas del Sar 17

I 17

II 17

III 18

IV 19

V 20

VI 21

VII 22

Los unos altísimos 23

Era apacible el día 25

Una luciérnaga entre el musgo brilla 27

Adivínase el dulce y perfumado 29

Candente está la atmósfera 31

Un manso río, una vereda estrecha 33

Detente un punto, pensamiento inquieto 35

Moría el Sol, y las marchitas hojas 37

Del rumor cadencioso de la onda 39

Margarita 41

I 41

II 41

III 42

Sedientas las arenas, en la playa 45

Los tristes 47

I 47

II 47

III 48

IV 48

V 48

VI 49

VII 49

Los robles 51

I 51

II 52

III 52

IV 54

Alma que vas huyendo de ti misma 57

Cuando recuerdo del ancho bosque 59

Del antiguo camino a lo largo 61

Ya duermen en su tumba las pasiones 63

Creyó que era eterno tu reino en el alma 65

Ya siente que te extingues en su seno 67

No subas tan alto, pensamiento loco 69

¡Jamás lo olvidaré...! De asombro llena 71

Unos con la calumnia le mancharon 77

I 77

II 77

En su cárcel de espinos y rosas 79

Ya no mana la fuente, se agotó el manantial 81

Cenicientas las aguas, los desnudos 83

Era la última noche 85

I 85

II 85

¡Volved! 87

I 87

II 87

Camino blanco, viejo camino 89

Aún parece que asoman, tras del Miranda altivo 91

Cerrado capullo de pálidas tintas 93

En sus ojos rasgados y azules 95

Fue cielo de su espíritu, fue sueño de sus sueños 97

Te amo... ¿por qué me odias? 99

Nada me importa, blanca o negra mariposa 101

Muda la Luna y como siempre pálida 103

Nos dicen que se adoran la aurora y el crepúsculo 105

Una sombra tristísima, indefinible y vaga 107

Las canciones que oyó la niña 109

La canción que oyó en sueños el viejo 111

Su ciega y loca fantasía corrió arrastrada por el vértigo 113

I 113

II 113

III 114

En el alma llevaba un pensamiento 115

Cuando en las nubes hay tormenta 117

Desbórdanse los ríos si engrosan su corriente 119

Busca y anhela el sosiego... 121

Aturde la confusa gritería 123

Cuando sopla el Norte duro 125

De la vida entre el múltiple conjunto de los seres 127

Quisiera, hermosa mía 129

I 129

II 130

III 131

IV 131

V 132

VI 132

En mi pequeño huerto 135

I 135

II 135

Todas las campanas con eco pausado 137

Siente unas lástimas 139

De la noche en el vago silencio 141

A la sombra te sientas de las desnudas rocas 143

En los ecos del órgano o en el rumor del viento 147

I 147

II 147

Santa Escolástica 149

I 149

II 149

III 151

IV 152

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros 155

Cada vez que recuerda tanto oprobio 157

Recuerda el trinar del ave 159

Del mar azul las transparentes olas 161

Si medito en tu eterna grandeza 163

Los que a través de sus lágrimas 165

I 165

II 166

III 166

IV 168

V 169

VI 169

Mientras el hielo las cubre 171

Pensaban que estaba ocioso 173

Brillaban en la altura cual moribundas chispas 175

Son los corazones de algunas criaturas 177

Al oír las canciones 179

Vosotros que del cielo que forjasteis 181

A la Luna 183

I 183

II 183

III 184

IV 185

Yo en mi lecho de abrojos 187

Con ese orgullo de la honrada y triste 189

Viéndome perseguido por la alondra 191

De repente los ecos divinos 193

Si al festín de los dioses llegas tarde 195

La palabra y la idea... Hay un abismo 197

Los muertos van de prisa 199

A sus plantas se agitan los hombres 201

Era en abril, y de la nieve al peso 203

Prodigando sonrisas 205

Las campanas 207

En la altura los cuervos graznaban 209

Ansia que ardiente crece 211

Aunque mi cuerpo se hiela 213

A las rubias envidias 215

De este mundo en la comedia 217

Triste loco de atar el que ama menos 219

Justicia de los hombres, yo te busco 221

Sed de amores tenía, y dejaste 223

Sintiéndose acabar con el estío 225

Una cuerda tirante guarda mi seno 227

¡No! No ha nacido para amar, sin duda 229

Al caer despeñado en la hondura 231

Desde los cuatro puntos cardinales 233

Aún otra amarga gota en el mar sin orillas 235

En incesante encarnizada lucha 237

Glorias hay que deslumbran, cual deslumbra 239

¡Oh, gloria!, deidad vana cual todas las deidades 241

Libros a la carta 243

Brevísima presentación

La vida

Rosalía de Castro (1837-1885). España.

Nació en Santiago de Compostela, hija de padres desconocidos. En su infancia demostró buenas actitudes para el arte.

Se casó con Manuel Martínez Murguía, erudito cronista gallego y tuvo seis hijos. Rosalía nunca disfrutó de una buena salud. Murió de cáncer a los cuarenta y ocho años en su casa de Padrón. Todos sus hijos habían muerto antes que ella.

Orillas del Sar

I

A través del follaje perenne

que oír deja rumores extraños,

y entre un mar de ondulante verdura,

amorosa mansión de los pájaros,

desde mis ventanas veo

el templo que quise tanto.

El templo que tanto quise...,

pues no sé decir ya si le quiero,

que en el rudo vaivén que sin tregua

se agitan mis pensamientos,

dudo si el rencor adusto

vive unido al amor en mi pecho.

II

Otra vez, tras la lucha que rinde

y la incertidumbre amarga

del viajero que errante no sabe

dónde dormirá mañana,

en sus lares primitivos

halla un breve descanso mi alma.

Algo tiene este blando reposo

de sombrío y de halagüeño,

cual lo tiene, en la noche callada,

de un ser amado el recuerdo,

que de negras traiciones y dichas

inmensas, nos habla a un tiempo.

Ya no lloro..., y no obstante, agobiado

y afligido mi espíritu, apenas

de su cárcel estrecha y sombría

osa dejar las tinieblas

para bañarse en las ondas

de luz que el espacio llenan.

Cual si en suelo extranjero me hallase,

tímida y hosca, contemplo

desde lejos los bosques y alturas

y los floridos senderos

donde en cada rincón me aguardaba

la esperanza sonriendo.

III

Oigo el toque sonoro que entonces

a mi lecho a llamarme venía

con sus ecos que el alba anunciaban,

mientras, cual dulce caricia,

un rayo de Sol dorado

alumbraba mi estancia tranquila.

Puro el aire, la luz sonrosada,

¡qué despertar tan dichoso!

Yo veía entre nubes de incienso,

visiones con alas de oro

que llevaban la venda celeste

de la fe sobre sus ojos...

Ese Sol es el mismo, mas ellas

no acuden a mi conjuro;

y a través del espacio y las nubes,

y del agua en los limbos confusos,

y del aire en la azul transparencia,

¡ay!, ya en vano las llamo y las busco.

Blanca y desierta la vía

entre los frondosos setos

y los bosques y arroyos que bordan

sus orillas, con grato misterio

atraerme parece y brindarme

a que siga su línea sin término.

Bajemos, pues, que el camino

antiguo nos saldrá al paso,

aunque triste, escabroso y desierto,

y cual nosotros cambiado,

lleno aún de las blancas fantasmas

que en otro tiempo adoramos.

IV

Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota,

caigo en la senda amiga, donde una fuente brota

siempre serena y pura,

y con mirada incierta, busco por la llanura

no sé qué sombra vana o qué esperanza muerta,

no sé qué flor tardía de virginal frescura

que no crece en la vía arenosa y desierta.

De la oscura Trabanca tras la espesa arboleda,

gallardamente arranca al pie de la vereda

la Torre y sus contornos cubiertos de follaje,

prestando a la mirada descanso en su ramaje

cuando de la ancha vega por vivo Sol bañada

que las pupilas ciega,

atraviesa el espacio, gozosa y deslumbrada.

Como un eco perdido, como un amigo acento

que sueña cariñoso,

el familiar chirrido del carro perezoso

corre en alas del viento y llega hasta mi oído

cual en aquellos días hermosos y brillantes

en que las ansias mías eran quejas amantes,

eran dorados sueños y santas alegrías.

Ruge la Presa lejos..., y, de las aves nido,

Fondóns cerca descansa;

la cándida abubilla bebe en el agua mansa

donde un tiempo he creído de la esperanza hermosa

beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa

las aguas del olvido, que es de la muerte hermano;

donde de los vencejos que vuelan en la altura,

la sombra se refleja;

y en cuya linfa pura, blanca, el nenúfar brilla

por entre la verdura de la frondosa orilla.

V

¡Cuán hermosa es tu vega, oh Padrón, oh Iria Flavia!

Mas el calor, la vida juvenil y la savia

que extraje de tu seno,

como el sediento niño el dulce jugo extrae

del pecho blanco y lleno,

de mi existencia oscura en el torrente amargo

pasaron, cual barrida por la inconstancia ciega,

una visión de armiño, una ilusión querida,

un suspiro de amor.

De tus suaves rumores la acorde consonancia,

ya para el alma yerta tornóse bronca y dura

a impulsos del dolor;

secáronse tus flores de virginal fragancia;

perdió su azul tu cielo, el campo su frescura,

el alba su candor.

La nieve de los años, de la tristeza el hielo

constante, al alma niegan toda ilusión amada,

todo dulce consuelo.

Solo los desengaños preñados de temores,

y de la duda el frío,

avivan los dolores que siente el pecho mío,

y ahondando mi herida,

me destierran del cielo, donde las fuentes brotan

eternas de la vida.

VI

¡Oh tierra, antes y ahora, siempre fecunda y bella!

Viendo cuán triste brilla nuestra fatal estrella,

del Sar cabe la orilla,

al acabarme, siento la sed devoradora

y jamás apagada que ahoga el sentimiento,

y el hambre de justicia, que abate y que anonada

cuando nuestros clamores los arrebata el viento

de tempestad airada.

Ya en vano el tibio rayo de la naciente aurora

tras del Miranda altivo,

valles y cumbres dora con su resplandor vivo;

en vano llega mayo de Sol y aromas lleno,

con su frente de niño de rosas coronada,

y con su luz serena:

en mi pecho ve juntos el odio y el cariño,

mezcla de gloria y pena,

mi sien por la corona del mártir agobiada

y para siempre frío y agotado mi seno.

VII

Ya que de la esperanza, para la vida mía,

triste y descolorido ha llegado el ocaso,

a mi morada oscura, desmantelada y fría,

tornemos paso a paso,

porque con su alegría no aumente mi amargura

la blanca luz del día.

Contenta el negro nido busca el ave agorera;

bien reposa la fiera en el antro escondido,

en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido

y mi alma en su desierto.

Los unos altísimos

Los unos altísimos,

los otros menores,

con su eterno verdor y frescura,

que inspira a las almas