En los límites del deseo - Megan Hart - E-Book
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En los límites del deseo E-Book

Megan Hart

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Beschreibung

REGLAS PARA TONTEAR EN EL LUGAR DE TRABAJO - No te saltes las normas de la empresa. Solo tienes una oportunidad para conseguir por fin ese despacho con vistas. Lo último que necesitas es una distracción, por excitante que sea. - No salgas con tu jefe. Sí, Jamison Wolfe tiene una sonrisa que podría provocar un orgasmo en cualquier mujer, pero concéntrate en lo importante: es tu estricto y controlador jefe. Tu guapísimo, sexy y controlador jefe. - Nada de gestos afectuosos en la oficina. Bueno, esta te la saltaste una vez. Era una tentación tener a Jamison desnudo y completamente a tu merced. - Prepárate para lo peor. Esto no puede llegar a ningún sitio; él lo sabe, tú lo sabes. ¿Entonces por qué parar ahora? - Sé discreta. Aunque se vuelva intenso. Incluso aunque os empuje a los dos al límite…

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Seitenzahl: 128

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

www.harlequinibericaebooks.com

© 2014 Megan Hart. Todos los derechos reservados.

En los límites del deseo, nº 5 - junio 2014

Titulo original: Crossing the Line

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

Harlequin y logotipo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

COSMOPOLITAN y COSMO son marcas registradas por Hearst Communications, Inc.

I.S.B.N.: 978-84-687-4536-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Jamison Wolfe estaba gritando de nuevo.

Lo hacía a menudo, sobre todo por teléfono, aunque Caite lo había oído gritando en el vestíbulo cuando algún paparazi particularmente agresivo conseguía burlar la seguridad del edificio y entraba en las oficinas de Wolfe y Baron para fotografiar a algún cliente de la compañía. Jamison estaba a la altura de su fama cuando eso ocurría, gritando y gruñendo en defensa de aquellos a los que consideraba bajo su protección.

Cómo la ponía cuando gritaba así.

Por el momento, Caite Fox había evitado recibir una de sus regañinas, aunque a menudo pensaba en pincharlo para ver si podía hacer que perdiese el control. Pensar en ello era una de sus fantasías nocturnas, pero no había hecho nada al respecto. Para empezar, porque, por excitante que pudiese parecer, pinchar a tu jefe para que perdiese los nervios era mala idea trabajases donde trabajases.

Y, para terminar, porque era muy difícil seducir a un hombre que apenas sabía que existías.

Ella trabajaba con Elise y apenas se dirigía a Jamison, a pesar de estar constantemente vigilándolo. Por el momento, se había mordido la lengua, haciendo lo posible para que no se fijase demasiado en ella. Y haciendo su trabajo lo mejor posible, es decir muy bien. Podía decir eso sin darse importancia porque era verdad.

Solo llevaba ocho meses en Wolfe y Baron, pero ya tenía una buena cartera de clientes propios, aunque también trabajaba con todos lo que sus dos jefes delegaban en ella. Era el mejor trabajo de su vida, con un salario decente, vacaciones pagadas, extras.

La oportunidad de mirar subrepticiamente a Jamison Wolfe era uno de esos extras y, como Jamison apenas se fijaba en ella, tenía muchas oportunidades de hacerlo. Su voz profunda hacía eco en las paredes de la oficina, enviando un delicioso escalofrío por su espalda, y Caite se echó hacia atrás para intentar verlo en el pasillo. A menudo paseaba por allí mientras gritaba y no la defraudó. Aquel día llevaba un traje de chaqueta gris con una camisa blanca y una corbata rosa. Una de las favoritas de Caite.

Jamison volvió a su despacho pasándose una mano por el alborotado pelo oscuro; la luz de las lámparas le daba un brillo de plata a sus sienes. Con el móvil pegado a la oreja y el ceño fruncido, tenía un aspecto a la vez formidable y aristocrático, incluso gritando. Ese era el asunto. Al contrario que la mayoría de los hombres, que se ponían feísimos cuando estaban enfadados, Jamison Wolfe siempre era perfecto.

–¿Caite?

Sorprendida, Caite miró hacia la puerta, donde acababa de aparecer su otra jefa, Elise Baron. Al contrario que Jamison, Elise no era perfecta para nada. Su pelo rubio, normalmente sujeto en una trenza, caía despeinado alrededor de su cara, con varios mechones pegados a su sudorosa frente.

Durante el último mes, su embarazo había empezado a notarse y la blusa se había salido de la cinturilla de la falda, dándole un aspecto descuidado. Se había quitado los zapatos y se veía que sus pies estaban hinchados, y tenía venas varicosas de un tono azulado en las piernas.

–¿Te pasa algo, Elise?

–No lo sé –su jefa tragó saliva, sujetándose al quicio de la puerta–. No me encuentro bien.

–Siéntate –Caite se levantó de un salto para tomarla del brazo y llevarla al futón–. ¿Qué te pasa?

–Me he despertado con dolor de cabeza… pensé que era mi problema de alergias, ya sabes. Pero ha ido empeorando y tengo los tobillos hinchados –Elise parpadeó rápidamente, temblando–. Debería llamar a Steph.

–Yo lo haré. Y creo que también debería llamar al médico. No tienes buen aspecto.

Su rostro tenía un tono ceniciento y estaba empapada de sudor. Ella no sabía mucho sobre embarazos, aparte de que no tenía el menor deseo de pasar por uno en mucho tiempo, pero allí ocurría algo raro.

–Llama a Steph, por favor.

–Espera, voy a buscar un vaso de agua.

Elise asintió con la cabeza, cerrando los ojos mientras se reclinaba sobre el rígido futón. Caite se dirigió a la fuente del pasillo y, después de llenar un vaso de papel, se detuvo frente al despacho de Jamison, pero él seguía hablando por teléfono, de espaldas a la puerta. Había pasado de gritar a negociar, de modo que estaba a punto de cortar la comunicación.

Asomando la cabeza en recepción, le hizo un gesto a Bobby, que estaba ordenando el correo.

–Llama a Steph y dile que Elise no se encuentra bien. Y busca el número de su ginecólogo cuanto antes.

Bobby la miró, sorprendido.

–¿Qué le pasa?

Trabajaban en una empresa que se dedicaba a lidiar con celebridades, de modo que lo primero era la discreción, pero Bobby aún no había aprendido a meterse en sus asuntos.

–No lo sé, pero llama a Steph y busca el teléfono de su ginecólogo –repitió ella, cortante.

Elise no parecía estar mejor, pero tomó un par de sorbos de agua. Caite la observaba atentamente, catalogando los síntomas para contárselos al ginecólogo, cuando sonó el teléfono.

–Soy Steph. ¿Qué ocurre?

–Elise no se encuentra bien.

–¿Está enferma? Ay, Dios mío, ¿es el niño? ¿No me digas que ha roto aguas?

–No, no lo creo –Caite describió los síntomas mientras escuchaba la agitada respiración de Steph. Si seguía así, iba a terminar hiperventilando–. ¿Le has dado a Bobby el número del ginecólogo?

–Sí… ay, Dios, parece preeclampsia. ¡Le dije que no fuese a trabajar hoy!

–No te preocupes, no va a pasar nada –intentó calmarla Caite, al ver que Elise había recuperado un poco de color en la cara–. ¿Quieres hablar con ella?

Pero Elise negó con la cabeza.

–El baño –murmuró, haciendo un esfuerzo para levantarse del futón.

–No puede ponerse, ha ido al baño… espera, Bobby me está pasando una llamada –Caite le relató los síntomas al ginecólogo, quien determinó que parecía preeclampsia y había que llevarla al hospital de inmediato.

Después de pasarle el teléfono a Elise para que hablase con su mujer, volvió a recepción, donde Bobby estaba intentando calmar a una histérica Steph. Afortunadamente, ninguno de ellos tenía una reunión importante esa mañana y en el vestíbulo no había clientes.

–Dice que va a venir –susurró Bobby, tapando el auricular con la mano.

–No. Dile que vaya al hospital.

Podía escuchar los gritos de Steph mientras se alejaba por el pasillo, pero no tenía tiempo para eso.

Caite llamó a la puerta del despacho de Jamison, pero él seguía hablando por teléfono y le hizo un gesto para que lo dejase en paz. Sin saber si debía interrumpir porque, al fin y al cabo, el ginecólogo no les había pedido que llamasen urgentemente a una ambulancia, volvió a su despacho y encontró a Elise levantada, pálida y un poco inestable, pero aparentemente decidida.

–Tengo que recoger mis cosas.

–Le diré a Bobby que pida un taxi –Caite le ofreció su brazo–. No te preocupes, no va a pasar nada.

Elise asintió con la cabeza, intentando esbozar una sonrisa.

–Eso espero.

Caite no sabía si iba a pasar algo o no, pero se le daba realmente bien apretar la mano de alguien que estaba pasando un mal trago, literal y figuradamente. De modo que apretó la de Elise.

–Todo va a salir bien. Ya lo verás.

Una de las razones por las que a Jamison le gustaba trabajar con Brett Dennison, de Ace Talent, era que este sabía cuándo debía dejar de negociar. Aunque a él le gustaba hacerlo para sacar el mayor beneficio posible de un contrato y conseguir que la otra parte aceptase las mejores condiciones para Wolfe y Baron. Experimentaba una sensación de poder al conseguir que alguien hiciese lo que él quería que hiciera… y luego estaba ese momento perfecto y dulce, cuando la otra persona capitulaba. A partir de ahí, todo era muy sencillo.

–Le pediré a Caite que redacte el acuerdo final y te lo envíe cuanto antes. Me alegra volver a trabajar contigo, Brett.

–Ya, ya, eso es lo que dices cada vez que arrancas el Jaguar que te has comprado con mi dinero –replicó el otro hombre.

–No es tu dinero –dijo Jamison, sin molestarse en explicar que él nunca conduciría un Jaguar. Él tenía un Mustang del 64 que había sido de su padre, completamente restaurado–. Es la sangre, sudor y lágrimas de todos nuestros clientes.

–Me parece muy bien. ¿Comemos juntos la semana que viene?

–Habla con Bobby, él te dirá qué días tengo libres.

Después de despedirse, Jamison cortó la comunicación y se reclinó en el sillón, poniendo los pies sobre el escritorio. Había estado tan concentrado en la conversación con Brett que no sabía qué hora era, pero la oficina estaba silenciosa. Las lucecitas del teléfono decían que había mensajes, pero no se molestó en escucharlos. Si alguien estaba muy interesado en hablar con él, podía llamarlo al móvil. Y si era alguien de la oficina, tendría que esperar hasta que tuviese ganas de hablar.

Su estómago protestó en ese momento y el hambre que había intentado controlar desde la hora del almuerzo, cuando dejó de trabajar durante unos minutos para comer una barrita de proteínas, despertó con fuerza. Tanto como el consiguiente dolor de cabeza. Mascullando una palabrota, Jamison abrió un cajón del escritorio para sacar otra barrita de proteínas, pero no había ninguna.

–Maldita sea –murmuró, levantándose para ir a recepción, donde Bobby solía guardar una cesta con caramelos. Aunque un par de caramelos no iban a quitarle el hambre.

Y en el vestíbulo de recepción no había nadie. ¿Dónde demonios estaba todo el mundo? Bobby podía haberse marchado a las cinco en punto, como era su costumbre, pero Elise y Caite deberían seguir en la oficina. Especialmente Elise, ya que su plan era hacer todo el trabajo posible antes de pedir la baja por maternidad. Pensaba seguir trabajando desde casa durante los primeros meses, pero antes tenía que dejar muchas cosas solucionadas. Y Caite…

Jamison frunció el ceño.

Aquella chica solo llevaba unos meses en la oficina y, en su opinión, no debería permitirse el lujo de desaparecer a las cinco. Maldita fuera, ni siquiera había café hecho y Bobby debería tener café hecho para los clientes a todas horas.

Murmurando palabrotas, Jamison volvió a su despacho para apagar el ordenador antes de marcharse, pero de repente le llegó un olor a… pizza. Y no una simple pizza, sino la pizza Stromboli, de Gino’s, el restaurante de la esquina.

Encontró a Caite en la sala de juntas, abriendo la caja y colocando platos, servilletas y un par de cervezas Tröegs Pale, su favorita, sobre la mesa.

–Hola.

–Pensé que se había ido todo el mundo.

Caite inclinó a un lado la cabeza, estudiándolo con el ceño fruncido.

–Y estabas cabreado, ¿a que sí?

–No… –Jamison no terminó la frase. Lo estaba, sí–. Bueno, un poco molesto.

Caite rio.

–No te has enterado de nada, ¿verdad?

–¿De qué tenía que enterarme? ¿De que todo el mundo en la oficina parece pensar que está bien irse a casa solo porque el reloj dice que son las cinco? –Jamison frunció el ceño, intentando recordar lo que le había dicho en la entrevista de trabajo, pero Elise se había encargado de la mayor parte–. Pensé que habíamos dejado claro que este no era un trabajo de nueve a cinco.

–Para su información, señor Wolfe –empezó a decir ella–, he estado ocupada toda la tarde ayudando a Elise.

–¿Y esa es tu excusa? –su tono sonaba irracional y Jamison lo sabía, pero aún estaba agitado después de la negociación con Brett y le costaba un poco volver a la tierra y llevarse bien con la gente.

–Hoy no has comido, ¿verdad?

Jamison volvió a fruncir el ceño.

–¿Qué tiene eso que ver?

–He tenido que llevar a Elise al hospital. Sufría preeclampsia y podría estar a punto de ponerse de parto –respondió Caite–. Algo que tú sabrías si prestases atención a lo que pasa en la oficina, aparte de regañar a la gente por no estar a la altura de tus absurdas expectativas. Y si hubieras comido hoy, seguro que al menos me habrías preguntado qué pasaba antes de echarme una bronca sobre mi falta de ética en el trabajo, así que siéntate y come algo antes de que te suba la tensión.

–¿Elise? ¿Qué? ¿Se encuentra bien? –Jamison se levantó de un salto–. Pero bueno… ¿por qué nadie me ha dicho nada…?

–Siéntate –repitió Caite, con tono de maestra de escuela–. Ahora mismo.

Él obedeció y se miraron a los ojos un momento antes de que Caite empujase una porción de pizza en su dirección.

–Come.

Jamison mordió la pizza, masticando rápidamente antes de tomar otro trozo. Estaba muerto de hambre, tenía razón. Y se portaba como un idiota cuando tenía hambre, pero eso no significaba que no le importase su socia.

–Elise está bien –dijo Caite, cortando su porción de pizza con el cuchillo y el tenedor–. Le han puesto una vía y va a quedarse en el hospital esta noche, por si acaso. Steph está con ella, pero no saben cuándo podrá volver a trabajar. Mañana imposible, eso desde luego.

–Mañana tenemos una reunión con esa pandilla de tontos del programa de telebasura, el de la casa –Jamison tomó una cerveza y le pasó otra a ella–. Elise era importante en esa reunión. Ella sabe lo que pienso de esos tipejos.

–Esos “tipejos” están dispuestos a pagar mucho dinero por nuestros servicios –le recordó Caite.

Jamison se detuvo cuando iba a llevarse la pizza a la boca.

–¿Detecto una nota de desaprobación en su voz, señorita Fox?

–Es la verdad –respondió Caite–. Atraerán mucha atención hacia Wolfe y Baron, por eso los aceptó Elise.

–Y Elise debería lidiar con ellos. Yo solo soy el que firma los contratos, ella es quien lidia con los clientes –después de decirlo, Jamison se dio cuenta de que sonaba antipático y estúpido. Y, además, no era cierto.

Caite abrió una lata de cerveza.

–Elise estaba preocupada por esa reunión, si quieres que te diga la verdad.

–Pero se va a poner bien, ¿verdad?

Parecía haber dicho lo que debía porque, en lugar de fulminarlo con la mirada, Caite esbozó una sonrisa. Y, demonios, aquella chica tenía una sonrisa que iluminaba toda su cara. Era incomprensible que no se hubiera dado cuenta hasta ese momento. Tal vez porque era la primera vez que pasaba con ella más de unos minutos desde que la contrataron. Había sido idea de Elise contratarla y, aparte de firmar su nómina todos los meses, él no le había prestado demasiada atención.

–Se pondrá bien –afirmó Caite. Pero luego pareció vacilar–. Tengo que creer eso. Ya sabes, pensamientos positivos.

Eso no hizo que Jamison se sintiera mejor.

–¿Crees que debería llamarla?

–No, esta noche no. Steph está con ella y ha prometido llamar por la mañana para contarnos cómo va todo. Se pondrá bien –repitió Caite, más convencida en esta ocasión–. Vamos, termina tu pizza.

Sintiéndose un poco mejor después de comer, Jamison se echó hacia atrás en la silla, con la cerveza en la mano.

–¿Podemos cambiar la reunión?

–No tenemos que cambiarla, yo me encargaré.