En público... y en privado - Sólo para su placer - Maggie Cox - E-Book

En público... y en privado - Sólo para su placer E-Book

Maggie Cox

0,0
4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

En público… y en privado Maggie Cox Para Nash Taylor-Grant, la actriz Freya Carpenter solo era un trabajo más, pero enseguida descubrió que mantenerse alejado de la hermosa e inocente Freya no iba a ser tan fácil como había pensado. Recluidos en un enclave secreto para protegerla de la prensa, Nash no pudo resistirse a romper su regla número uno… no enamorarse jamás de una clienta… Cuando los periodistas los descubrieron, Nash supo que debía hacer público su romance... y seguir adelante con él en privado. Solo para su placer Abby Green Como modelo de élite, Sorcha Murphy exigía precios muy altos. Pero tras su fama escondía un terrible secreto que había intentado dejar atrás y que estaba a punto de reaparecer en su vida… Romain de Valois estaba al tanto de la reputación hedonista de Sorcha, pero la necesitaba para una última misión y estaba dispuesto a pagar el precio necesario… Cuando descubrió que Sorcha no había cambiado, Romain decidió alterar los términos del acuerdo… ahora sería ella la que pagaría… en el dormitorio.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 349

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 389 - julio 2019

© 2007 Maggie Cox

En público… y en privado

Título original: Public Mistress, Private Affair

© 2008 Abby Green

Solo para su placer

Título original: Bought for the Frenchman’s Pleasure

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2008

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-347-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

En público… y en privado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Solo para su placer

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NASH, cuánto me alegro de verte! Gracias por venir tan rápido. Sé que estarías ocupado.

–De nada –contestó Nash mientras su amigo, que era como un enorme oso de ojos oscuros, le estrechaba la mano y sonreía relajado–. ¿Qué ocurre?

–¿Te parece que antes de entrar en materia le diga a mi secretaria que nos traiga un café?

–Si no te importa, declino la invitación –contestó Nash quitándose el abrigo y sentándose en uno de los asientos de cuero que había frente a la mesa–. Estoy dejando la cafeína –explicó lacónicamente.

No hacía mucho que Nash conocía a Oliver Beaumarche, pero en el relativamente corto periodo de tiempo que hacía que se frecuentaban le había quedado claro que aquel restaurador rico al que todo le iba bien era de fiar.

Habían salido a cenar regularmente tanto por trabajo como por placer a alguno de los restaurantes de moda que tenía en Londres y que Nash no había dudado en recomendar a otros amigos también de dinero y con buenos contactos.

Ahora Oliver le había pedido que lo ayudara a nivel profesional y, aunque Nash no había dudado en ponerse a su servicio, se preguntaba para qué lo necesitaría Oliver, pues su especialidad profesional era ocuparse de la seguridad personal de clientes famosos para que los medios de comunicación no los asediaran.

Así era como Nash se había hecho rico. Aunque Oliver era un apellido respetado y conocido en el mundo de los restaurantes de vanguardia, no era una celebridad ni había estado involucrado en ningún escándalo recientemente que requiriera que alguien acudiera en su ayuda.

–Bien, entonces, te explico –anunció Oliver sentándose y suspirando–. Una persona a la que quiero mucho está pasando por una situación horrenda y necesita ayuda. Desgraciadamente, yo no se la puedo prestar solo. Por eso quería hablar contigo.

Nash frunció el ceño y se echó hacia delante, entrelazando los dedos de las manos y estudiando a su amigo.

–Te has puesto un poco misterioso, ¿no? ¿En qué te puedo ayudar exactamente?

–La persona de la que te estoy hablando es mi sobrina, la única hija de mi hermana Yvette. La he adorado siempre y, cuando perdió a su padre a la edad de seis años, no dudé en adquirir el rol paterno en su vida.

–No me estás aclarando nada –suspiró Nash.

Respetaba a su amigo y realmente quería ayudarlo si podía, pero tenía un montón de citas esperándolo en el despacho hasta las siete de la tarde y, después de eso, una cena importante con otro cliente. Nash se arrellanó en la butaca y se pasó los dedos por el pelo, haciendo que los mechones rubios oscuros le cayeran hacia atrás.

–Creo que lo mejor sería que te la presentara. Sí, creo que así lo entenderías todo –contestó Oliver poniéndose en pie y dirigiéndose a una puerta que había detrás de su mesa–. Puedes salir, cariño… adelante –invitó a alguien abriendo la puerta.

Nash vio aparecer a una mujer delgada de pelo castaño y ojos oscuros. Al instante, sintió que la adrenalina se le disparaba como si estuviera corriendo al galope. Aunque aquella mujer de rasgos exóticos iba muy poco maquillada y el sencillo traje gris que llevaba junto a un jersey rojo no estaba diseñado para llamar la atención, el rostro que tenía ante él le era muy familiar.

Se trataba de Freya Carpenter, una actriz a la que le había ido muy bien hasta hacía un par de años, cuando habían comenzado a aparecer todo tipo de especulaciones en la prensa sobre su volátil matrimonio y su adicción a la bebida y a las drogas.

Nash había coincidido una vez con ella en una fiesta y, aunque le había parecido que estaba completamente sobria, sí se había fijado en que parecía perdida entre aquel mar de famosos, como si quisiera escapar de aquella situación. En realidad, en aquella ocasión, había sido su marido quien había bebido demasiado y había hecho el ridículo. Nash recordaba que la gente comentaba lo triste que era ver a una chica tan guapa e inteligente como ella con un hombre así. Claro que, si era cierto que ella también había terminado entregándose a la bebida y a las drogas, habría elegido bien.

Nash se puso en pie, se acercó y le ofreció la mano. Tal y como había dicho Oliver, ahora entendía perfectamente para qué se le requería ayuda. Aparte del daño que había sufrido su reputación debido a las acusaciones de ser adicta a la bebida y a las drogas, dos años atrás Freya había pasado por un divorcio espantoso, un divorcio que había ocupado las pantallas de la televisión todos los días y que le había hecho perder su participación en una película importante porque los productores habían decidido que no estaba pasando por un momento estable.

Para colmo, hacía poco más de un año, había estado a punto de perder la vida en un accidente de coche. Entonces, su ex marido había declarado que era evidente que iba borracha y drogada en el momento del impacto. Por lo visto y según él, todavía estaba dolida por su separación, que se había producido cuando la había dejado por una modelo de diecinueve años con la que iba a tener un hijo.

Leyendo entre líneas y recordando la expresión solemne de aquella mujer en aquella fiesta mientras su marido se ponía en ridículo haciendo comentarios estúpidos en voz alta, Nash llegó a la conclusión de que allí había mucho más de lo que había llegado al público.

A la joven que tenía ante sí no le había ido bien en su vida personal, pero eso no quería decir que no fuera una actriz que había protagonizado varios papeles buenos. Incluso se había subido a los escenarios de teatros londinenses en un par de ocasiones y había ganado premios importantes, así que no era una cualquiera que sólo buscaba fama. Aquello hacía todavía más difícil entender cómo había terminado con un desastre como James Frazier.

Últimamente, se había estado diciendo que su estabilidad mental dejaba mucho que desear. Por eso, tenía a los periodistas apostados en la puerta de su casa desde hacía una semana por aquel rumor.

Según decían, Freya Carpenter estaba hecha polvo. Primero, su marido la había dejado y, segundo, no iba a volver a hacer películas.

Sí, ahora Nash entendía por qué la sobrina famosa de Oliver Beaumarche necesitaba ayuda urgente de un hombre como él.

–Freya, te presento a Nash Taylor-Grant –dijo Oliver.

La aludida colocó la palma de su mano contra la del hombre que su tío le estaba presentando. Nash se dio cuenta al instante de que tenía la mano helada y de que hacía una mueca de disgusto, como si entrar en contacto con otro ser humano fuera como meterla en un tanque lleno de pirañas. Aquello confundió a Nash, que, sin embargo, consiguió sonreír.

–Coincidimos una vez, señora Carpenter, pero fue hace mucho tiempo, en una fiesta, y no creo que se acuerde de mí.

–Lo cierto es que su cara me suena de algo, pero no sé ahora mismo de qué fiesta me habla –contestó Freya apresurándose a retirar la mano y la mirada y sentándose, con movimientos sencillos y elegantes, en una butaca que su tío le había colocado junto a la suya.

Cuando ella se hubo sentado, los hombres hicieron lo mismo, y Oliver miró a Nash muy serio.

–Supongo que ahora entenderás por qué necesitamos ayuda. Nunca te he contado que era mi sobrina porque la quiero mucho y mi prioridad es proteger su intimidad. Siempre lo ha sido –comentó–. Sin embargo, ahora Freya quiere comenzar a reconstruir su carrera después del trauma por el que ha pasado y no puede hacerlo mientras su ex marido, que no tiene escrúpulos, siga tirándole por el suelo todo lo que ella va consiguiendo con duro esfuerzo. Mira lo que ha pasado recientemente sin ir más lejos. Se ha encontrado prisionera en su propia casa después de que alguien dijera esa estupidez de que no está bien de la cabeza. Estoy seguro de que el que ha comenzado esos rumores ha sido ese impresentable e inútil…

–Por favor, señor Taylor-Grant, no me gustaría que pensara usted que culpo totalmente a mi ex marido de que últimamente no me haya ido bien en el cine –intervino Freya más calmada.

Tenía una voz tan preciosa que Nash sintió que el vello de la nuca se le erizaba.

–La responsabilidad de lo que está sucediendo en mi vida es mía y sólo mía. El que cree que mi reputación necesita ayuda es mi tío. Yo creo, sobre todo después de esto último que ha sucedido, que lo mejor que podría hacer es desaparecer y dejar que se olviden de mí.

Dicho aquello, sonrió brevemente con ironía. Su rostro reflejaba tristeza aunque era de lo más sensual, y Nash se sintió inmediatamente atraído por aquella mujer.

–Es evidente que cualquier persona que haya leído los periódicos o visto las noticias durante los dos últimos años sabe que su reputación ha sufrido mucho, pero supongo que mucha gente la seguirá queriendo, que seguirá teniendo admiradores.

–¡No quiero compasión, señor Taylor-Grant! –contestó Freya mirándolo molesta y tensando los hombros–. ¡No estoy loca, pero sí estoy enfadada, se lo advierto y creo que tengo derecho a estarlo! Mire, yo lo único que quiero es poder seguir adelante con mi vida sin interferencias. ¿Se hace usted idea de lo que es que te persigan un puñado de reporteros y fotógrafos hambrientos de cualquier historia? Creo que, si me viniera abajo, sería comprensible.

–Por supuesto que sí. Supongo que esta situación será muy incómoda –contestó Nash.

–En cualquier caso, ¿por qué iba el público a tener compasión de alguien que ellos creen que lo tenía todo y que lo tiró por la borda al dejar que su vida personal saliera a la luz? ¡Probablemente, creerán que tengo lo que me merezco!

–Yo no creo que nadie se merezca tener un accidente de circulación grave ni sufrir difamación por parte de una persona que supongo que la amó en algún momento de su vida –contestó Nash.

Aquellas palabras hicieron que Freya sintiera como si un puñal helado le hubiera atravesado el corazón. James jamás la había amado. Había conseguido con palabras apasionadas y declaraciones inflamadas convencerla de que estaba locamente enamorado de ella, pero Freya no había tardado mucho tiempo en descubrir que aquel hombre era un maestro de la mentira y del engaño y que no dudaba en servirse de sus malas artes para conseguir lo que quería.

Aun así, no debía olvidar que ella se había creído sus mentiras con demasiada facilidad.

–¿Freya? –le dijo su tío muy preocupado, mirándola con cariño.

Aquel hombre había sido tan bueno con ella, tan paciente. A Freya le encantaría que no sufriera por ella, pero comprendía que no podía evitarlo.

–Estoy bien… de verdad… pero para ser sincera… –contestó mirando a Nash.

Nash la estaba mirando, la estaba examinando con su penetrante mirada azul, y aquel examen que le estaba llegando a lo más profundo del alma hizo que Freya se preguntara si aquel hombre querría aprovecharse de ella.

Freya había aprendido muy rápido en una profesión que hacía que la gente subiera como la espuma y cayera al día siguiente. Su tío era demasiado confiado a veces. ¿Cuánto tiempo hacía que conocía a aquel gurú de las relaciones públicas? Seguro que no demasiado.

Freya se acordaba de aquel hombre perfectamente aunque le había dicho que no recordaba en qué fiesta se habían conocido. Seguro que Nash habría pensado que estaba demasiado borracha o drogada en aquel momento como para acordarse.

La realidad era que Freya no había estado ni borracha ni drogada en aquella ocasión y se acordaba perfectamente que aquel hombre que le había parecido un ejemplar de increíble belleza y sensualidad.

También recordaba a la preciosa mujer que lo acompañaba aquella noche y que iba ataviada con un vestido tan apretado que Freya se preguntó cómo podría respirar y moverse. La mujer se había pasado toda la noche mirando a Nash con adoración, como si no hubiera otro hombre en la estancia.

Aquello había sido muy doloroso para Freya, pues aquella obvia adoración hacía todavía más evidente el espectáculo que su por aquel entonces encantador marido estaba montando.

Ahora, mientras miraba a Nash, que estaba sentado al otro lado de la gran mesa de su tío, Freya pensó que sería muy fácil para ella mostrarse completamente franca con él, contarle a aquel hombre los detalles más sórdidos de su desastroso matrimonio y todos los errores que había cometido. Aquello hizo que pensara en el increíble poder que le daría si confiara en él.

–Creo que esto es una pérdida de tiempo –concluyó–. La verdad es que no tengo mucha prisa por volver a estar bajo los focos, señor Taylor-Grant. No estoy diciendo que no quiera volver a la industria del cine, pero, cuando lo haga, será al otro lado del escenario. Ya he tenido mi minuto de gloria y prefiero hacer caída libre desde un avión que volver a poner mi vida privada en el microscopio para que todo el mundo opine. ¡No estoy dispuesta a pasar por eso otra vez!

–No sé si se habrá dado cuenta, señora Carpenter, pero eso va a ser un poco difícil en estos momentos dadas las circunstancias.

–¿A qué se refiere?

–Bueno –contestó Nash cruzando las piernas y apoyándose en el reposabrazos de la butaca de cuero–. Mientras la prensa y el público sigan especulando sobre usted y mientras su ex marido siga haciendo declaraciones que supongo falsas, dudo mucho que pueda seguir adelante con su vida y que pueda trabajar detrás de los escenarios como usted querría. ¿Ha hecho usted público algún tipo de comunicado negando la última declaración de su ex marido? No me refiero a la de la salud mental si no… a lo otro.

Freya supo inmediatamente a lo que estaba refiriéndose Nash y sintió un tremendo calor en el rostro.

–¿Se refiere a lo que ha dicho sobre mi sexualidad? ¿De verdad cree que alguien creerá esas mentiras?

Nash no contestó. Aunque Freya se había sonrojado levemente, supuso que era más por rabia que por vergüenza. ¡Bien por ella! Si todavía presentaba batalla después de lo que su ex marido le había hecho, sería mucho más fácil hacer su trabajo.

Lo cierto era que Nash no terminaba de entender cómo aquella mujer había dejado que Frazier tuviera tanta fuerza en su vida. Era increíble cómo la gente se dejaba engañar en las relaciones amorosas. Por lo visto, ponían más cuidado a la hora de elegir un coche o una casa que a la hora de elegir a su compañero de vida.

Decidido a dejar sus prejuicios a un lado, aunque estaba convencido de que aquella mujer se había ganado a pulso la mayor parte de los desastres que habían ocurrido en su vida, Nash no dudaba de su capacidad para ayudarla a reconstruir su carrera.

Se había ocupado antes de otras personas cuya reputación había sufrido mucho, pero, si aceptaba aquel trabajo, sería con la condición de que el comportamiento de Freya tendría que ser completamente ejemplar.

–Supongo que no hará falta que le diga lo fácil que es para los medios de comunicación manipular al público y hacerle creer lo que ellos quieren –continuó Nash encogiéndose de hombros–. Yo creo que lo primero que tendría usted que hacer es poner fin a los comentarios de su ex marido, y para ello tiene que actuar con mucha dignidad. Lo primero sería hacer público un comunicado muy tranquilo, pero muy tajante negando todos y cada uno de los comentarios difamadores que ha hecho Frazier sobre usted.

–Nash tiene razón, Freya –opinó Oliver colocando su enorme mano sobre la de su sobrina–. ¡Ese hombre hace lo que le da la gana y no debes permitírselo! Si no lo haces por ti, piensa en tu madre. Mi hermana ha sufrido una crisis nerviosa por lo que ha sucedido –le explicó a Nash–. No es justo. James Frazier no tiene ética y no siente remordimientos por lo que nos ha hecho, por lo que le ha hecho a nuestra familia. Va por ahí tan campante, sin que nadie le diga nada. ¡Incluso la prensa está de su lado! ¡Aunque le ha hecho mucho daño y la ha sangrado económicamente, continúa!

Freya sintió que la habitación daba vueltas. Se encontraba bien cuando no pensaba en la interminable e increíble cadena de acontecimientos que la habían hecho pasarlo tan mal, pero oírlo de labios de su tío y percibir el daño que estaba sufriendo él también, la hacían desear irse a una isla desierta y quedarse allí, olvidada por todos, hasta morir…

¿Por qué no se había dado cuenta antes de cómo era James en realidad? Freya se lo preguntaba constantemente. ¿Por qué se había dejado seducir tan fácilmente por sus mentiras?

Freya se dijo de nuevo que su caída profesional no era debida única y exclusivamente a las mentiras de su ex marido. Una parte de la culpa, si acaso culpa fuera la palabra apropiada, era suya. Tal vez, si su desesperada necesidad de que alguien la quisiera no la hubiera llevado a confiar en James, todo aquello no habría sucedido.

–Bueno… –dijo Nash carraspeando y soltándose un poco la corbata–. Me parece, amigo mío, que la única que puede decidir qué es lo que quiere hacer es tu sobrina. Si quiere que la ayude, señora Carpenter, lo haré, pero le advierto que haremos las cosas como yo diga –le dijo mirándola a los ojos y dándose cuenta de su amargura.

Al instante, sintió pena por ella. Aunque hubiera tomado malas decisiones en el pasado, era evidente que aquella mujer lo estaba pasando fatal. Por mucho que insistiera en que no necesitaba ayuda, aquella mujer estaba mal.

–¿Estaría usted dispuesto a ayudarme con el comunicado? –contestó Freya dubitativa.

Nash la miró satisfecho. Parecía que iba a confiar en él. Así, podría hacer algo por su generoso amigo.

–Claro que sí. Si me contrata, señora Carpenter, le prometo que la ayudaré en todo lo que pueda.

–Entonces, adelante –contestó Freya apartándose un mechón de pelo del rostro y mirándolo con solemnidad.

Debía de estar haciendo un gran esfuerzo para no perder la compostura porque tener que volverse a ver en el ojo del huracán de nuevo tenía que ser muy desagradable.

–Muchas gracias, amigo mío –dijo Oliver estrechándole la mano de nuevo–. Hace poco tiempo que nos conocemos, pero sé que eres un hombre íntegro y de honor. Freya necesita a alguien como tú a su lado. Todo esto que ha pasado la ha dejado destrozada.

–¿Pero qué dices, tío Oliver? ¡Eso no es verdad! –exclamó Freya poniéndose en pie–. Quiero que quede bien claro desde el principio, señor Taylor-Grant, que aunque es cierto que lo he pasado mal durante estos dos últimos años y aunque es cierto que me rompí un par de huesos en el accidente de coche, no estoy destrozada. En cualquier caso, aunque lo estuviera, no estoy buscando a nadie que me vuelva a reconstruir. Soy más dura de lo que parezco y, si he sobrevivido a lo que me ha sucedido sin volverme loca, seré perfectamente capaz de sobrevivir a más de lo mismo sin convertirme en una histérica.

–Eso espero, sinceramente –contestó Nash–. Estoy seguro de que su tío, también. Los dos queremos que no vuelva a tener que pasar por situaciones como las que ha vivido recientemente. En cuanto hayamos publicado su comunicado, nos pondremos manos a la obra para reconstruir su carrera profesional y le haremos publicidad positiva.

El hombre que Freya tenía ante sí parecía tan convencido de lo que estaba diciendo que Freya sintió que una de las capas de hielo que recubría su corazón comenzaba a derretirse. Aquélla era la primera esperanza que se atrevía a albergar en mucho tiempo. Cuando su tío le había hablado de contratar a Nash, no le había hecho mucha gracia, pero, ahora que lo había conocido, a pesar de su reticencia a volver a confiar en un hombre, comprendía que podía fiarse de aquel hombre. Había algo en él, una solidez maravillosa, que le hacía ver que podía una apoyarse en su hombro cuando necesitara.

A Freya le encantaría confiar en él, pero lo cierto era que ya no confiaba en su intuición porque se había equivocado irremediablemente con James.

Freya tomó aire e intentó recuperar la esperanza que había sentido hacía unos segundos. Cuando levantó la mirada, se encontró con los ojos azules de Nash y sintió que el deseo se apoderaba de ella.

–Si de verdad es usted capaz de hacer todo eso por mí, señor Taylor-Grant, le estaría eternamente agradecida –contestó repentinamente alarmada ante la idea de que Nash supiera lo que su mirada le había hecho sentir.

–¿Por qué no me llama usted Nash? Si vamos a trabajar codo con codo, creo que sería lo mejor, ¿no le parece?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

NASH canceló las dos siguientes citas que tenía y volvió al despachó a hacer los deberes. Tenía que trabajar duro si quería cambiar las tornas y que el público comenzara a tener otra perspectiva sobre Freya Carpenter.

Sinceramente, su ex marido ya le había hecho suficiente daño e iba siendo hora de que la balanza se inclinara del lado de Freya. Nash había visto sus películas y le parecía que era una actriz con mucho talento. Era una pena que estuviera dispuesta a dejar su profesión por culpa de aquel impresentable. Además, el hecho de que su tío y él fueran buenos amigos le hacía sentirse doblemente obligado a ayudarla.

Mientras se golpeaba distraído con el lápiz en los dientes, se echó hacia delante y se quedó examinando atentamente la hoja impresa que tenía ante sí en la mesa. Desde luego, no se creía inmune al poder de aquellos ojos que lo miraban desde el papel. Los había visto de cerca y se podía imaginar que un hombre pudiera perder la cabeza si se quedaba mirándolos demasiado tiempo profundamente.

Aquellos ojos eran inolvidables. ¿Y qué decir de aquellos labios que en la fotografía dibujaban una leve sonrisa? Aun así, cualquiera que tuviera un poco de sensibilidad se daría cuenta de que aquella mujer era realmente vulnerable.

Había rostros que pasaban desapercibidos, pero aquél no era el caso de Freya Carpenter, que contaba además con una preciosa cabellera de pelo oscuro y una figura esbelta de piernas largas.

Aunque no hubiera sido famosa, aquella mujer habría levantado admiración de todas maneras. Una mujer con tantísimo atractivo físico, tan sensual, siempre era admirada por los hombres.

Teniendo todo aquello en cuenta, Freya no había elegido bien a la hora de casarse, pues James Frazier era un espécimen de baja calidad.

Nash apartó la fotografía porque Freya Carpenter estaba empezando a obnubilarlo y se concentró en los diferentes titulares sobre su divorcio y en las últimas especulaciones sobre su vida.

 

 

Hacía frío en aquella habitación, y fuera había comenzado a llover, pero a Freya le daba exactamente igual. ¿Cómo le iba a importar cuando su vida estaba completamente patas arriba?

La estancia estaba en penumbra, pero no tenía fuerzas para encender la luz, así que se abrazó las rodillas y se quedó allí, en el sofá, con la intención de leer una novela para escapar de la dura realidad, pero no pudo hacerlo, pues le era imposible concentrarse en las palabras a causa de la preocupación.

¿Y si se había equivocado al acceder a hacer público el comunicado que Nash le había sugerido? ¿Y si aquello lo único que conseguía era que le prestaran todavía más atención? Freya sabía que había dos o tres fotógrafos cerca de la casa intentando fotografiarla.

¡Los olía a distancia!

¿Y si sus palabras eran mal interpretadas?

Freya dejó caer la cabeza, cerró los ojos y deseó que se la tragara la tierra, algo que había deseado muchas veces últimamente y que jamás sucedía. Siempre que abría los ojos, el mundo seguía allí, con sus colores desteñidos.

Freya era consciente de que su tío quería ayudarla, porque confiaba en su talento aunque el resto del mundo dijera lo contrario y quería que volviera a trabajar, que volviera a dar rienda suelta a sus dones, pero, a pesar de que el día anterior había hablado con valentía en su despacho cuando le había dicho a Nash que no estaba destrozada y que no necesitaba que nadie la reconstruyera, la cosa había cambiado.

Hoy, los demonios del miedo y de la compasión hacia sí misma habían vuelto con fuerza, atacándola en la oscuridad, y lo único que quería hacer era esconderse.

En aquel momento, el timbre resonó por toda la casa, Freya sintió un escalofrío y levantó la cabeza, apartándose un mechón de pelo de la cara. El pánico se apoderó de ella en un abrir y cerrar de ojos. Las únicas personas que podían haber ido a visitarla eran su tío o su madre, pues ya no tenía representante y sus «amigos» no habían vuelto por allí desde que el público le había dado la espalda, pero cualquiera de los dos solía avisar por teléfono antes de ir a verla.

Aterrorizada ante la perspectiva de que se tratara de un reportero o de un fotógrafo ávido de noticias, Freya avanzó por el pasillo muy lentamente, descalza y, al ver la silueta de un hombre alto y fuerte a través de los cristales translúcidos, volvió a esconderse en el salón.

Desde allí, atisbó apartando levemente la cortina y vio que se trataba de Nash.

Su tío debía de confiar mucho en él para haberle dado su dirección, pero Freya se preguntó por qué demonios no la habría llamado antes por teléfono para decirle que iba a ir a verla.

Freya se apartó de la ventana, se pasó las manos por la falda, intentó controlar el terror que sentía ante la perspectiva de tener que hablar con otro ser humano aquel día, tomó aire profundamente y se dijo que no podía pasarse toda la vida escondiéndose en su propia casa, pues una casa era un lugar en el que sentirse a gusto y no una cárcel.

Sintiendo la boca seca, Freya se pasó los dedos por el pelo y decidió que no le quedaba más remedio que hablar con Nash. El día anterior había accedido a hacer público aquel comunicado y no se podía echar atrás, pues corría el riesgo de que también él creyera que estaba emocional y mentalmente perturbada si cambiaba de opinión a la ligera.

Freya abrió la puerta, se cruzó de brazos y se apoyó en el marco.

–No me has llamado para decirme que venías para acá –le espetó de manera acusadora.

–Sí, lo siento –contestó Nash con naturalidad–. Cuando tu tío me ha dado tu número de teléfono, ya estaba muy cerca y me ha parecido que no merecía la pena perder el tiempo. Necesito hacerte unas cuantas preguntas y me ha parecido buena idea que redactemos el comunicado juntos –le explicó–. ¿Puedo pasar?

A Freya no se le ocurría ninguna excusa para negarse, así que asintió y se echó a un lado, cerrando la puerta a toda velocidad a continuación. Mientras lo hacía, percibió el potente olor de la colonia de Nash, que la dejó con una intensa sensación en la boca del estómago.

Freya se apresuró a decirse que semejante reacción era única y exclusivamente producto de los nervios. Llevaba un día de mucha ansiedad y, en aquellos momentos, habría dado lo que fuera por tener un poco de paz.

–Vamos al salón –dijo pasando a su lado, dejando toda la distancia que pudo entre sus cuerpos y volviendo a entrar en la estancia de la que acababa de salir obligada hacía pocos minutos.

Nash siguió a Freya preguntándose por qué habría elegido aquella ropa tan grande para su esbelta figura. Además, se había fijado en las ojeras que tenía y, al entrar en el salón, se dio cuenta de que allí hacía casi tanto frío como en el exterior. Era evidente que Freya no había puesto la calefacción a pesar de que era un duro día de invierno. Se fijó también en que ninguna de las lámparas del salón estaba encendida a pesar de que estaba anocheciendo.

–¿No tienes frío? –le preguntó fijándose en que en la estancia apenas había muebles, sólo un sofá de cuero color canela y una butaca a juego con un cojín morado.

–No, yo estoy bien –contestó Freya frunciendo el ceño–, pero, si tienes frío, enciendo la chimenea.

Antes de que a Nash le diera tiempo de decir que le daba igual, Freya había cruzado la habitación y había encendido un moderno equipo de calefacción que imitaba una chimenea antigua. En un abrir y cerrar de ojos, los quemadores estaban en funcionamiento, y Nash se alegró de que la estancia se fuera a caldear.

¿Acaso aquella mujer vivía así ahora que se había alejado de las pantallas, recluida en casa y muerta de frío? Aquella idea hizo que Nash sintiera deseos de zarandear a su ex marido. Nash había estado leyendo un montón de cosas sobre James Frazier, y la idea que se había formado sobre él era increíblemente mala.

Además de haber hablado mal de Freya tanto durante su matrimonio como después del divorcio, por lo visto, se había dedicado a gastar dinero a espuertas. Ese dinero lo había obtenido al ganar la demanda de divorcio, y Freya no había protestado ni de palabra ni por escrito en ningún momento.

Nash no lo entendía. ¿Qué clase de abogado había tenido? ¿Por qué la habían defendido tan mal y porque había fallado el juez a favor de su marido?

Nash había averiguado que, tras el divorcio, Frazier había invertido mucho dinero en negocios poco claros que nunca habían salido bien, así que había perdido mucho dinero. Sin embargo, aquello no le había hecho bajar el tren de vida.

Por lo que había averiguado aquella misma mañana, James estaba a punto de irse de viaje al Caribe con su joven novia y su hijo.

Nash había decidido que había llegado el momento de que Freya hiciera público su comunicado para que el mundo supiera su versión de la historia. Cuando aquello estuviera hecho, podrían empezar a recoger los pedazos de lo que quedaba de ella para que Freya recuperara la autoestima y el respeto por sí misma.

–¿Qué te parece si encendiéramos también un par de lámparas? –sugirió Nash en tono amistoso.

Freya parecido sorprendida por la sugerencia y no se movió, así que fue el propio Nash quien encendió una lámpara de pie que había junto a la ventana y otra situada en una mesa que había en el otro extremo del salón.

Nash rezó para que Freya comenzara a relajarse. Sabía, aun sin necesidad de mirarla, que debía de estar muy preocupada. Aquello de tener que hacer público el comunicado debía de ser un trago terrible para ella.

De haber estado de su mano, le habría gustado ahorrarle cualquier dolor, pero lo que iban a hacer lo iban a hacer por su bien.

–Perdón… no se me da muy bien atender a las visitas. ¿Quieres beber algo? Tengo zumo de fruta… a lo mejor prefieres café… o té…

–No, prefiero que te sientes y que hablemos –contestó Nash.

–Muy bien –accedió Freya sentándose en el sofá con aire nervioso.

Nash se sentó en el otro extremo y dejó el maletín en el suelo.

–Bueno… ¿Qué tal te ha ido el día? ¿Qué has hecho? –le preguntó con interés.

Freya lo miró anonadada. Evidentemente, la pregunta la había tomado completamente por sorpresa.

–¿Tú qué crees que he hecho? Estar en casa encerrada –contestó molesta–. ¡Estoy presa en mi propia casa!

–Supongo que, si me dices esto, es porque la prensa se ha hecho notar de una u otra manera de nuevo. Quiero que sepas que mañana tendrás tu oportunidad de equilibrar la balanza y de contarle a todo el mundo la verdad.

–¿Y tú crees que van a querer publicar la verdad? ¿No crees que la tergiversarán como mejor les convenga? –le espetó furiosa–. ¡No sé por qué insistes tanto en que nos pongamos en contacto con ellos! ¡Son una panda de impresentables! –protestó Freya.

–Supongo que sabrás que muchos artistas se llevan bien con los medios de comunicación. Si lo sabes utilizar, los medios de comunicación son fabulosos para promocionar el trabajo que haces. Lo que tienes que hacer es aprender a jugar al mismo juego que ellos –le aconsejó Nash muy serio–. Hasta el momento, es evidente que la que ha salido perdiendo por el bobo de tu marido y de los medios de comunicación has sido tú, así que ha llegado el momento de cambiar las cosas. Al público británico le encantan los personajes desvalidos. Lo siento, Freya, pero es así. Cuando mañana hayas hecho público tu comunicado contando tu versión, la verdad del asunto y negando todas las terribles acusaciones que sobre ti ha vertido Frazier, todo el mundo se pondrá de tu parte de nuevo y eso te ayudará a reactivar tu carrera. ¿Acaso no es eso lo que quieres?

–No lo sé… sí… supongo que sí –contestó Freya retorciéndose los dedos.

Nash volvió a fijarse en lo pálida que estaba y le entraron unas terribles ganas de abrazarla. Lo habría hecho si no hubiera sabido que, de hacerlo, Freya lo habría alejado de su vida inmediatamente. Aquello no debía suceder bajo ningún concepto. Se lo debía a Oliver.

–Bueno, si te voy a ayudar, necesito que cooperes conmigo. No creas que no entiendo que no te haga ninguna gracia ponerte ante los medios de comunicación de nuevo. Te entiendo perfectamente. No va a ser fácil, no te voy a mentir. Aparte del comunicado que vamos a hacer público mañana, vas a tener que ir a otros lugares para que te hagan publicidad positiva. Si no estás dispuesta a ir a esos lugares que te voy a decir, no podré cumplir con el trabajo que me ha encargado tu tío. ¿Entiendes?

Freya se dio cuenta por el tono de voz de Nash de que aquel hombre era un profesional serio que estaba acostumbrado a hacer bien su trabajo. Se dijo que aquello, que Nash Taylor-Grant se tomara tantas molestias por ella, debía dejarla tranquila, pero en aquellos momentos no había nada que la tranquilizara.

Lo único en lo que podía pensar en aquellos momentos era en que iba a tener que ponerse de nuevo ante las cámaras y contestar a las preguntas de los periodistas. Aquella idea le daba náuseas aunque fuera consciente de que todo iba encaminado a mejorar su reputación.

–Dices que entiendes que no me haga ninguna gracia volver a aparecer ante los medios de comunicación, pero me pregunto si de verdad lo entiendes –contestó todo lo calmada que pudo–. Es como una violación espiritual, ¿sabes? –suspiró–. ¡Es como si te quitaran todo lo que quieres y tú no pudieras protegerte! Sí, me gustaba salir en los medios de comunicación cuando me hice famosa, pero no me di cuenta del precio tan alto que hay que pagar hasta que empezó esta locura. ¿Deberían castigarme por ello? –se lamentó mirando las llamas–. Divorciarse es muy duro, y hacerlo ante los medios de comunicación de todo el país es todavía peor. Los medios de comunicación te adoran cuando el público te quiere, pero no te puedes ni imaginar lo horribles que se vuelven cuando te bajan del pedestal en el que ellos mismos te han subido antes.

–No debes dejar que nadie te haga daño. Les tienes que demostrar que eres fuerte. ¡Tienes que luchar, Freya! No debes permitir que te aíslen en tu propia casa, en esta habitación, no debes permitir que piensen que tienes miedo de vivir, no debes permitir que lo que digan de ti influya en tu vida. ¡Eso es precisamente lo que ellos quieren! No les des esa satisfacción. Sobre todo, no le des esa satisfacción a tu ex marido, no dejes que crea que tiene tanta influencia sobre ti.

Freya había luchado contra las mentiras de James hasta un punto, pero su ex marido había terminado por enfermarla con sus acusaciones y sus insultos y, cuando sus mentiras habían comenzado a dañarle seriamente la autoestima y la confianza en sí misma, Freya se había sentido tan dolida y tan cansada mentalmente que no había tenido fuerzas para seguir presentando batalla.

Ni siquiera en el juzgado había sabido contestar. No había podido ayudar a su propia defensa. Había dicho que la culpa de todo la tenía ella. Incluso había dicho que se merecía lo que le estaba ocurriendo.

Había conseguido la maravillosa carrera que siempre había querido y ahora tenía que pagar por ello.

James Frazier era su némesis.

–Te tengo que hacer una pregunta. ¿Por qué no firmaste un acuerdo prenupcial para impedir que tu ex marido se quedara con tu dinero? ¿Y por qué no contrataste a unos abogados mejores? Seguro que tu tío…

–¡Mi tío no tiene que ocuparse de mí todo el día! –protestó Freya acaloradamente–. Soy una mujer adulta y tomo mis decisiones aunque me equivoque. En cuanto a lo del acuerdo prenupcial… digamos que James me convenció de que no lo necesitábamos. Sí, ya lo sé, supongo que estarás pensando que soy una ingenua, pero lo que está hecho está hecho y no se puede cambiar.

–¿Dices que te convenció?

Freya recordó el día en el que había tenido aquella conversación con su entonces novio y recordó el enfado de James y las amenazas de suicidio, recordó que la había acusado de no quererlo lo suficiente. James le había dicho que no confiaba en él, y Freya había intentado aplacar su furia prometiéndole que jamás volverían a hablar de aquel asunto.

Por supuesto, ahora entendía que la había engañado como a una tonta.

–Mira, preferiría no entrar en detalles –se impacientó.

Aquel hombre debía de estar juzgándola por haber sido tan ingenua, y lo último que Freya necesitaba en aquellos momentos era otra persona juzgándola.

–Está bien –accedió Nash al ver que Freya no quería contestar a su pregunta–. Como tú dices, lo que está hecho está hecho y no hay marcha atrás, pero lo que sí quiero que quede claro es que, si vamos a seguir adelante con esto, me tienes que prometer que estás completamente convencida de lo que vamos a hacer.

–Tienes mi promesa de que voy a cooperar –contestó Freya–. Ayer te dije que estaba dispuesta a seguir adelante y hoy mantengo mi palabra, pero es que hay días… hay días…

–Lo sé –contestó Nash sinceramente.

Lo sabía porque él también había pasado por aquello. Había sido hacía mucho tiempo, cuando era otra persona, no el hombre seguro de sí mismo que era actualmente.

–Sólo quiero decirte una cosa más. Enfrentarse a las cosas que nos parecen imposibles de enfrentar es la única manera de hacernos más fuertes. Confía en mí. Sé por qué te lo digo –concluyó.

Para alivio de Nash, Freya lo miró con resolución. Ya no era el cervatillo asustado a punto de saltar en cualquier momento.

Nash sabía que, tarde o temprano, iba a tener que preguntarle sobre sus supuestos problemas con la bebida y con las drogas, pero de momento no iba a molestarla con esas cuestiones.

Aunque a Nash no le cabía la menor duda de que aquella mujer era más fuerte de lo que parecía, porque no era fácil sobrevivir a lo que ella estaba pasando, le pareció que de momento ya había estado bien.

–Ahora sí que me tomaría una taza de café –sonrió–. Luego, comenzaremos a redactar el comunicado.