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Vuelve a buscarla… Y se queda para proteger a su heredera. El director ejecutivo Ajax Nikolau dirigía su imperio con un legendario control hasta que dos tórridas noches con la abogada Erin Murphy lo amenazaron todo. Porque, tiempo después, recibió una impactante noticia que podría destruir cada uno de los muros que se había construido. ¡Era padre! Y protegería lo que era suyo… Abandonada de niña, Erin había jurado no depender nunca de nadie. Pero cuando los paparazis descubrieron a la nueva heredera Nikolau, se vio obligada a esconderse con Ajax. Aislados en una isla griega, olvidar su apasionada conexión resultaba imposible. Sobre todo cuando descubrió por qué Ajax estaba tan decidido a reclamar lo que era suyo…
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Seitenzahl: 182
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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© 2024 Abby Green
© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Por fin un hogar, n.º 3140 - febrero 2025
Título original: Heir for His Empire
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410744523
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
La tensión sexual entre Erin Murphy y el hombre del ascensor podía cortarse con cuchillo. Un millón de sensaciones le bullían por la sangre y el cuerpo. Triunfo. La satisfacción de un trabajo bien hecho. Y, por encima de todo, deseo.
No, la palabra «deseo» resultaba demasiado educada.
Era pura lujuria. Y peligro.
Porque ese hombre no era un hombre cualquiera. Era su jefe. Ni siquiera su jefe. Era el jefe del jefe de su jefe, probablemente con un par de jefes más de por medio.
La cosa había surgido hacía unas semanas, mientras habían estado encerrados en el despacho en medio de unas negociaciones de lo más intensas.
Cómo no, se había fijado en lo guapísimo que era. Y sexi. Todo el mundo lo decía y ella se había quedado impresionada al comprobarlo el día que la habían contratado para formar parte de su equipo legal. Pero lo había disimulado porque sabía que era inapropiado y quería dar buena impresión. Era su primer trabajo desde que había terminado un máster en Derecho Corporativo, que era precisamente por lo que la habían contratado.
Ajax Nikolau era un dios griego. O todo lo que un mortal podía parecerse a un dios. Una belleza con unos hipnóticos ojos azules verdosos, un rostro cincelado y una boca que te hacía pensar en pecado y sexo. Pelo negro tupido y ondulado. Alto y con una constitución poderosa. Atlético. Vestía trajes, pero el modo en que se amoldaban a su esculpida forma resultaba muy provocativo.
Todo ello y una mente aguda formaban una potente combinación.
Además, era uno de los hombres más ricos del mundo… desde hacía más o menos una hora, cuando habían firmado el último contrato. Ahora tenía el control total del negocio familiar. Ya era rico de antes, exageradamente rico, pero ahora estaba a la par de los legendarios magnates del acero indios y de los titanes de los medios de comunicación.
Pero a Erin no le importaba nada de eso. Solo lo veía a él. Al hombre.
Habían tomado champán para celebrar la firma con el resto del equipo y aún le corría por las venas como una burbujeante corriente eléctrica. No podía creer lo que estaba pasando. Aunque ninguno había dicho nada, estaba ahí, en el aire. Y era potente.
Solo unos momentos antes, en el vestíbulo de las oficinas de Ajax en el centro de Manhattan, cuando el resto del equipo legal y ella estaban a punto de marcharse, él la había llamado.
Erin se había girado y, plantándose una educada sonrisa, había dicho:
–¿Sí?
–Tengo unos documentos en el despacho de casa. Creo que será mejor que los guardes tú. ¿Te parece bien?
Se quedó extrañada. Ese hombre estaba más protegido que un jefe de estado. No debería preocuparle la seguridad de esos documentos.
Pero entonces lo miró y lo vio.
«Me desea».
Lo había sospechado, aunque siempre que lo había pillado mirándola, ella, muerta de vergüenza, había mirado a otro lado a la vez que se decía que era ridícula.
¿Por qué un hombre como Ajax Nikolau iba a interesarse por una mujer como ella? Era esbelta y con rasgos bastante simétricos, pero no tenía nada llamativo, no despertaba deseos irrefrenables. Y así le gustaba ser.
Pero ahora estaba en un ascensor con Ajax y tenía que afrontar el increíble hecho de haber atraído a uno de los hombres más fascinantes del mundo.
Mientras subían al ático, de pronto la invadió el pánico. ¿Y si había interpretado mal las señales? ¿Y si se le habían subido a la cabeza el triunfo del contrato y el champán y ese hombre solo pretendía darle unos documentos y mandarla a su casa?
Pero entonces él pulsó un botón y el ascensor se detuvo entre dos plantas.
–Te deseo, Erin –dijo Nikolau con la voz un poco áspera–. Pero no tienes ninguna obligación de hacer nada más que agarrar los documentos e irte.
Erin tragó saliva. ¿Ajax le había leído la mente? ¿Había ella verbalizado sus pensamientos?
«Me desea. No estoy alucinando».
Tembló con una mezcla de alivio y excitación.
–¿Lo de los documentos es verdad?
Él asintió.
–Pero no voy a mentirte. Los he utilizado como pretexto para estar a solas contigo. Llevas semanas volviéndome loco. Sé que esto supone sobrepasar un millón de límites y, créeme, si pudiera resistirme… lo haría.
Ajax apretaba la mandíbula como si estuviera furioso consigo mismo, con su falta de autocontrol.
Ya solo la idea de llevar a ese hombre al límite resultaba de lo más emocionante.
–¿Cómo tengo que llamarte? –le preguntó. Siempre lo había llamado «señor Nikolau» a pesar de que él les había dicho a todos que lo llamaran «Ajax».
–Ajax.
–Ajax… –repitió ella. Se le hacía raro. Ilícito.
Él le acarició la mandíbula.
–Me gusta cómo suena cuando lo pronuncias tú –le dijo con una mirada cargada de deseo.
Por ella.
Por la corriente, aburrida y seria Erin Murphy.
Desde que podía recordar, su vida había estado centrada en el mundo académico. Como hija única de un profesor de universidad, era todo lo que había conocido. Apenas había habido momentos para la espontaneidad y la diversión. De todos modos, tampoco podía decirse que ese momento fuera de «diversión». No cuando Ajax la estaba mirando con una intensidad que le hizo recordar que nunca lo había visto sonreír.
Y había motivos para ello: había perdido a su esposa y a su hijo en un accidente unos años atrás. De pronto, como impulsada por ese recordatorio y por la sobriedad de su propia vida, en lugar de hacer lo sensato, se acercó a él.
Temblando, le rozó la boca con la suya. Por un segundo Ajax no se movió y ella sintió que estaba contra un muro de acero. ¿Se habría sobrepasado? Aunque le hubiera dicho que la deseaba, tal vez fuera la clase de hombre al que no le gustaba que las mujeres dieran el primer paso.
Pero, antes de poder darle más vueltas al asunto, él la agarró de los codos y la besó.
Erin no sentía las piernas. Nunca había experimentado un beso así. El beso de Ajax era intenso y delicado a la vez, exigente pero respetuoso. Tuvo que apartarse un momento para tomar aire.
Como si percibiera que estaba abrumada, Ajax se detuvo y le rodeó la mandíbula con una mano.
Erin notó que el pelo se le soltaba de su pulcro moño y le caía sobre los hombros. Él siguió el movimiento con la mirada y, al instante, hundió los dedos en su melena.
–Es como oro quemado.
Erin no podía respirar. Ajax estaba haciendo que su pelo pareciera… extraordinario. Pero, en realidad, no tenía nada de especial. No era rubio, ni rojizo, sino algo a medio camino entre los dos.
Era el pelo de su madre. Pero su madre era la última persona en la que quería pensar, porque pensar en ella despertaba unos dolorosos recuerdos de abandono. Por eso le agarró la corbata, se la aflojó y le abrió el botón superior de la camisa.
Aunque los dos estaban vestidos por completo, ver la base de su cuello expuesta resultó increíblemente íntimo.
Ajax le quitó la chaqueta y, con unos diestros y largos dedos, le desabrochó el lazo de seda del cuello y luego pasó a los botones. Le abrió la blusa y se quedó mirándola. Mirando sus pechos enfundados en seda. Ella se ruborizó. Siempre había tenido predilección por llevar materiales caros sobre la piel. Era un lujo que no aplicaba a nada más en su vida.
Él le apartó la camisa, que se le quedó colgando de un hombro. Coló los dedos bajo el tirante del sujetador y se se lo deslizó por el brazo. Inmediatamente, la copa cayó bajo la curva de su pecho.
Erin se estremeció.
Jamás se habría imaginado experimentar algo así… esa exquisita y lenta tortura.
Él le cubrió el pecho con la mano y a ella se le endureció el pezón. Luego Ajax agachó la cabeza y cerró la boca a su alrededor.
Sentir el roce de su lengua y la succión de su boca, con esa ardiente humedad, fue como recibir una descarga eléctrica. Tenía los dedos enredados en el pelo de él y ni siquiera recordaba haberle puesto las manos en la cabeza.
Quería desnudarlo, pero estaba besándola otra vez y cubriéndole el pecho con la mano y pellizcándole el pezón con los dedos.
Dejó escapar un grito contra su boca.
La lengua de Ajax era ardiente, exigente, y ella no tuvo más opción que entregarse con un entusiasmo que la habría avergonzado si hubiera podido pensar de forma racional.
Sintió su erección ejerciendo presión contra ella y se movió hacia él de forma instintiva, buscando más contacto. Ajax le subió la falda y le levantó el muslo para engancharle la pierna alrededor de su cintura, estableciendo así un contacto más intenso con su cuerpo.
Ella cortó el beso. La dureza de Ajax estaba justo ahí. En el vértice de sus piernas. Ahí donde palpitaban todas sus terminaciones nerviosas. Quería desnudarlo y apartarse la ropa interior para que, en lugar de obstáculos, hubiera una conexión más íntima. El deseo era tan intenso que apenas podía respirar.
Nunca había deseado algo tanto. Con tanta desesperación.
El tiempo pareció detenerse y, por un instante, vio que él estaba tan anhelante como ella. Pero entonces algo le cruzó el rostro; una expresión que no pudo descifrar.
Ajax se apartó y Erin por poco no gimoteó.
Él le bajó la pierna y dijo con aspereza:
–Aquí no. Así no. Lo siento. No sé qué me ha pasado.
Pulsó el botón del ascensor, que comenzó a moverse de nuevo. Hacia arriba. Erin respiró aliviada al comprobar que no estaba bajando.
Cuando volvió a detenerse, las puertas se abrieron directamente al piso de Ajax. Nunca había estado ahí. Sus oficinas estaban unos pisos más abajo.
El piso era elegante y minimalista. Ventanas enormes de suelo a techo. Arte moderno en las paredes. Sofás y sillones con pinta de ser cómodos, pero en los que no parecía que se hubiera sentado mucha gente. Sabía que Ajax solía recibir a sus invitados en locales de reunión. No en casa.
Aunque llevaba semanas trabajando para él, aún no estaba acostumbrada al nivel de opulencia de su mundo. De todos modos, tampoco tuvo oportunidad de pararse a ojearlo todo. Ajax le agarró la mano y, en silencio, la llevó por un pasillo poco iluminado hacia una habitación al otro extremo del piso.
Su dormitorio. De nuevo, ventanales enormes. Ofrecían unas vistas impresionantes de Manhattan, pero quedaron eclipsadas al instante. Porque Ajax la giró hacia él.
–¿Seguro que quieres hacerlo, Erin? Puedes parar o marcharte cuando quieras.
–Quiero hacerlo.
Erin nunca se había considerado una persona muy sexual. Había tenido un novio en la universidad, ahí en Manhattan, y los dos habían decidido dejarlo de forma amistosa cuando se graduaron y él se mudó a Los Ángeles. Ella no había tenido intención de dejar Nueva York, donde había nacido y crecido.
No había sido una ruptura muy dolorosa.
Y en cuanto al sexo… Su novio era la única persona con la que había tenido relaciones, y en ningún momento había sentido por él lo que estaba sintiendo ahora.
Desesperación. Puro deseo.
Resultaba excitante y aterrador a la vez. Como si no tuviera el control de sus propias reacciones. Era una persona cerebral y nunca había sido tan consciente de su cuerpo.
Ajax empezó a quitarse la ropa. Chaqueta fuera y al suelo. Corbata quitada. Camisa abierta revelando un pecho ancho y musculoso y con una capita de vello sobre los pectorales.
Erin, conteniendo la respiración, lo vio quitarse los pantalones. Los siguientes fueron los zapatos y los calcetines.
Ahora lo tenía delante, completamente desnudo, y ella estaba… impactada. No sabía dónde mirar y quería mirar a todas partes. Ojeó varios centímetros de piel dorada oscura, testimonio de su linaje griego. Y más abajo. Abdomen plano, caderas esbeltas y… su erección. Tragó saliva. Qué grande. La muestra de su virilidad resultó abrumadora.
–Me siento un poco desnudo, Erin –dijo él arrugando la boca. Esa preciosa y sexi boca.
Erin tenía la blusa y el sujetador medio puestos. No tenía la chaqueta. ¿Seguiría en el ascensor? La falda seguía enrollada sobre un muslo. El pelo le caía sobre los hombros. Demasiado largo. No había tenido tiempo de ir a cortárselo.
Ajax se acercó y le quitó la blusa. Cayó al suelo. Le desabrochó el sujetador, que también cayó.
Por alguna inexplicable razón, ella no sintió vergüenza; tal vez porque Ajax ya se había desnudado. Le desabrochó la falda y se la bajó por las caderas.
Se quedó solo con el conjunto de ropa interior. De seda y encaje.
–Me gusta tu ropa interior.
–Gracias.
Fueron unas palabras que jamás se habría imaginado intercambiar con él, dado que hasta esa noche cualquier conversación que hubieran podido tener había girado en torno a los aspectos legales de sus delicadas negociaciones.
–¿Puedo?
Erin no sabía qué le estaba preguntando hasta que él se arrodilló a sus pies. Otra revelación más. Ajax Nikolau a sus pies.
Asintió aturdida.
Él le bajó las braguitas por las caderas y los muslos, pero luego no se levantó.
–Siéntate en el borde de la cama.
Más que sentarse, Erin se dejó caer.
Ajax le puso las manos en las rodillas y se las apartó, con la mirada clavada en su cuerpo y sumergiéndola en una atmósfera de sensualidad que ella no había experimentado nunca.
Le acarició el vientre.
–Qué piel tan clara tienes…
Erin no podía respirar.
–Mis padres son… irlandeses.
Ajax la miró con un brillo en los ojos.
–Con un apellido como «Murphy», jamás me lo habría imaginado.
¡Ajax estaba bromeando con ella! Pero ahora volvía a mirarle el cuerpo mientras se colocaba entre sus piernas. Le rodeó los pechos con las manos.
–Fantaseaba mucho con esto durante todas esas aburridas negociaciones. Eras una distracción.
–¿Fantaseabas… con… esto?
Él asintió. Movía los pulgares de adelante atrás sobre sus pezones y a Erin le costaba centrarse en lo que le estaba diciendo. ¡Qué rabia!, porque lo que estaba diciendo era… increíble.
–Fantaseaba con lo que habría debajo de tus remilgados trajes. Las blusas de seda, las faldas ceñidas… ¿Te haces una idea de lo delicioso que resulta tu trasero con esas faldas?
Erin negó con la cabeza, pero entonces la asaltó un recuerdo. Hacía poco, había estado sirviéndose café durante un descanso y se había agachado a recoger una cuchara que se había caído. Al girarse, por poco no había tirado la taza. Ajax estaba mirándola de un modo tan amenazador que ella había creído que había hecho algo mal.
Ahora Ajax se inclinó hacia delante y le puso la boca sobre un pezón. Lo succionó y luego lo mordisqueó con delicadeza. La rodeó por la espalda con las manos mientras le administraba la misma tortura al otro pecho, hasta que los dos estuvieron palpitando con una mezcla exquisita de dolor y placer.
Entonces se apartó.
–Túmbate.
Erin se tumbó, casi aliviada por el respiro. Pero no hubo respiro.
Él le separó los muslos y ella notó su mirada. Luego su aliento le rozó la cara interna del muslo y sus labios fueron deslizándose sobre la piel y acercándose cada vez más a ese punto donde hormigueaban todas sus terminaciones nerviosas… El aliento de Ajax era caliente, pero no tanto como lo fue su boca cuando presionó los labios y la lengua contra el centro de su cuerpo.
Erin tuvo que morderse la mano para no gritar.
Ese hombre era implacable mientras la exploraba con una minuciosidad que hizo que se le encogiera todo el cuerpo.
Y entonces lo inevitable pasó y la invadió como una ola imparable. No tenía dónde esconderse. Nunca se había sentido tan expuesta y, a la vez, tan liberada. Con su novio, el sexo había sido algo tedioso y ella se había sentido cohibida. Sus orgasmos no habían tenido el poder de desarmarla.
Apenas fue consciente de que Ajax se estaba moviendo y tendiéndola más arriba en la cama, sin el más mínimo esfuerzo.
Se situó entre sus piernas y se puso protección.
–¿Estás bien? –le preguntó.
¿Lo estaba? No existía ninguna palabra para describir cómo estaba. Lo único que pudo hacer fue asentir como una tonta.
Él le puso las manos en los muslos y la levantó hacia él haciendo que su erección se acomodara en los resbaladizos pliegues de su cuerpo.
Pero entonces se detuvo y la miró.
–No serás… virgen, ¿verdad?
Erin negó con la cabeza, apresuradamente y un poco avergonzada por la desesperación de sentirlo dentro.
–No, pero… ha pasado mucho tiempo.
–Pues entonces iremos despacio.
En silencio, Erin suplicó piedad porque sabía que iba a ser… ¡Ooooooh!
Ajax la embistió con un movimiento fluido y vigoroso a la vez que observaba su reacción. Erin arqueó la espalda. Qué grande era… Casi se sentía incómoda. Pero entonces él se hundió más y ella dejó escapar un tembloroso suspiro.
Nunca se había sentido tan… llena.
Despacio, él se retiró y, mientras, ella sintió sus propios músculos masajeando su largura. Ajax tenía la mandíbula apretada y la frente cubierta de un brillo de sudor. Erin también tenía la piel resbaladiza por el sudor.
Él volvió a adentrarse y ella emitió un grito ahogado cuando ondas de placer emanaron del centro de su cuerpo. Ajax se movía rítmicamente, adentro y afuera, y con cada movimiento la tensión de Erin aumentaba.
La invadía la desesperación, la urgencia. La necesidad de más. Ni siquiera fue consciente de que había hablado en voz alta hasta que Ajax empezó a moverse más rápido, más profundo.
Más fuerte.
Erin echó la cabeza atrás. Ajax entrelazó los dedos con los de ella y le sujetó las manos sobre la cabeza. Ella, ansiosa, le dio un mordisco en el hombro. Él se rio.
«Lo he hecho reír».
Pero antes de poder asimilarlo, Ajax le había soltado la mano y estaba rodeándole con ella un pecho para llevárselo a la boca. De pronto todo se paralizó y al instante ella estaba cayendo en un remolino de placer tan intenso que en esa ocasión no pudo evitar gritar.
Apenas fue consciente del gemido gutural de Ajax cuando la siguió y su grande y poderoso cuerpo se desplomó sobre el suyo. Lo rodeó con los brazos sin ni siquiera darse cuenta de lo que estaba haciendo.
Un mes después
Ajax estaba de pie junto a la ventana. Completamente vestido, como si su ropa fuera una especie de armadura.
«¿Contra qué?», preguntó una sarcástica voz.
«Contra la mujer desnuda que tenía detrás, en la cama».
Seguía dormida. Él veía el reflejo en la ventana. La piel clara, las elegantes curvas. Las suaves ondas de sus pechos y sus nalgas y el ensanchamiento de sus caderas.
La melena larga y dorada rojiza desplegada sobre la almohada. La misma melena que lo había rozado de pecho para abajo mientras ella le había explorado el cuerpo con la boca antes de rodearlo con una mano y…
Skata! Suficiente.
Solo era una mujer. Como cualquier otra.
Pero entonces, ¿por qué había jurado no volver a tocarla después de aquella primera noche?
Porque ya había sabido que lo que habían compartido había sido algo inaudito y que no debería volver a permitírselo. Él no buscaba encuentros que fueran más allá de lo casual.
La mañana siguiente se había levantado… tarde. Algo insólito en él, que llevaba años sin despertarse más tarde del amanecer. Se había sentido con resaca, pero no una resaca de beber; una resaca de sexo.
Había tenido bastantes experiencias sexuales, pero nunca como esa. Había estado semanas deseando a Erin. Distraído del trabajo. Algo insólito también.
Tras aquella noche había achacado su química a las circunstancias que habían rodeado las negociaciones que, al final, le habían dado el control total de Industrias Nikolau.
Su equipo y él habían estado prácticamente encerrados durante semanas, así que no era de extrañar que se hubiera fijado en Erin Murphy, la nueva y brillante incorporación a su equipo legal.
Al principio ella no había dicho mucho; se había limitado a observar y escuchar. Pero su porte y esa discreta seguridad en sí misma habían captado su interés. Mientras que otros competían por atención o reconocimiento, ella no.
Y entonces un día, durante una disputa por la redacción de una parte del contrato, en uno de los tensos silencios que había habido entre discusión y discusión, ella había propuesto una solución que había calmado la situación.
Ajax había visto que, en ese momento, Erin se había creado un par de enemigos entre los más ambiciosos del grupo, aunque ella ni siquiera se había percatado.
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