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En vivo y en directo E-Book

Fernando Vivas Sabroso

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Beschreibung

Este libro es una herramienta de estudio y trabajo para alumnos y profesionales de la comunicación, así como para los investigadores del medio televisivo. A su vez, los lectores televidentes tendrán la ocasión de reencontrarse con una parte íntima de su pasado, remoto y reciente, pues esta segunda edición, que viene con nuevo formato, ha sido revisada y actualizada con datos y acontecimientos de estreno.

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En vivo y en directo Una historia de la televisión peruana

Fernando Vivas Sabroso

Colección InvestigacionesEn vivo y en directo: una historia de la televisión peruanaPrimera edición digital: noviembre, 2017

© Universidad de Lima

Fondo Editorial

Av. Javier Prado Este 4600

Urb. Fundo Monterrico Chico, Lima 33

Apartado postal 852, Lima 100

Teléfono: 437-6767, anexo 30131

[email protected]

www.ulima.edu.pe

Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

Versión ebook 2017Digitalizado y distribuido por Saxo.com Perú S. A. C.https://yopublico.saxo.com/Teléfono: 51-1-221-9998Avenida Dos de Mayo 534, Of. 304, MirafloresLima - Perú

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio, sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN versión electrónica: 978-9972-45-424-0

Índice

Presentación

Capítulo 1. Ensayos, debut y primeros pasos

La prehistoria

Los signos del optimismo (1958)

Canal 4. Debut de la televisión comercial

El 13 de la buena suerte

Canal 9: Caso cerrado

Años de tanteo (1960-1965)

Canal 2, en dos tandas

Capítulo 2. La historia continúa

Canal 4: La audacia no es el juego

Del 13 al 5

Un canal en el campus

Desde 1965 hasta 1971

Capítulo 3. Carrera industrial, parada militar y devolución a color (1972-1980)

Parametrajes

El segundo debut (1980)

Colores tardíos pero oportunos

Capítulo 4. Histeria del humor (1980-2000)

Vuelta de tornillo

El papá de las risas

El único jefe

Derivados

Competidores (y digresiones sobre nuestro humor)

Las tribulaciones de Camotillo

Las concesiones de Álvarez

JB: Solo un remedón

La salsa de los noventa

Risa partida

El sendero del humor

Las polleras de Chabuca

La frustración de las sit-coms

Payasos en on

Capítulo 5. A contar de nuevo

Pantel y los cineastas

Gamboa y las calles de Lima

La historia que siempre termina

Rouge en las mejillas

Los cineastas insisten

Ficciones al margen

La venganza de la iguana

Vuelven las minis

La telenovela arribista

Los sapos y los mongos

¡...cha, qué malditos!

El espejo de la iguana

Gorriones, vicuñas y enamorados

El latin-pudding

Capítulo 6. Noticia, humo y verdad

El periodismo se rearma

Hildebrandt en persona

Corregido y aumentado

Baraja noticiosa

Los mañaneros

De magazín

Panorama dominical

Contrapunto de voces

Pasando revista

Capítulo 7. Conversando y jugando

Adiós Kiko y Pablo

Descubriendo a Ferrando

Otros adioses

Habla Belmont

Mucho juego

¿Quién habla?... Gisela

Señoras útiles

... Más útiles todavía

El único juego en la ciudad

Tardes felices

Más juegos

Los niños crecen

La gran nube

Musicalísimos

Platos cuadrados

Como en botica

Tómenlo deportivamente

El insumo más barato

Primeras charlas

Un mundo para JB

Últimas charlas

Beto sin veto

Debate sobre el debate

Tal como allá

Laura y los otros

Mónica y los caseritos

Chisme y comunicación

Capítulo 8. Agua a los canales

Concertando a Fujimori

Canal 5

Canal 4

Canal 7

Canal 2

Canal 9

Canal 11

Canal 13

El cable y la UHF

Desregulados pero obedientes (a modo de conclusión)

Post-scriptum

Capítulo 9. Hacia las bodas de oro (2001-2008)

Traumas y perdones

Narrar a pesar de todo

Risas ante el espejo

En la variedad está el gusto

Viejos y nuevos monstruos

La noticia manda

Canal por canal

Algunas conclusiones

Anexo estadístico

Bibliografía

Índice onomástico

Presentación

La televisión hecha en el Perú ha desafiado todos los enfoques corrientes en el mercado teórico de las ciencias sociales y de la comunicación. Ha hecho patinar a políticos, legisladores, sociólogos, censores y críticos. Ha puesto bajo sospecha a todos sus agentes: se discute la responsabilidad criminal de sus conductores, la moralidad de sus anunciantes, la precisión de sus empresas de sondeo, la salud mental de quienes la vemos ¡Se ha procesado a sus dueños por complicidad en peculado y asociación ilícita para delinquir! Es una televisión en clave alta que cuando no traiciona la realidad, la redunda. De ahí el empleo de una frase reiterativa, un pleonasmo abusado por varias generaciones de comunicadores, “en vivo y en directo”.

En sus cinco décadas, la televisión peruana ha pasado por todas las fases económicas y por todos los estados de ánimo. Ha sido pionera con mercado en expansión, madura y con mercado estrangulado, libre, autorregulada, desmelenada, políticamente sobornada y estatizada. La curva de la producción nacional se empinó durante los sesenta, llegó a su clímax con el hit mundial de Simplemente María, cayó en el enorme bache del controlismo militar y, con la apertura liberal de los ochenta, se volvió parkinsoniana y agónica.

Es en estas explosivas circunstancias que terminé, en febrero del 2001, la primera edición de este libro, asustado y a veces fascinado por el monstruo autófago que raja de sí mismo, se muerde la cola, somatiza sus miedos ante el chantaje político, se excita ante sus relaciones peligrosas con el poder, se jala las mechas y divide sus pocas energías para prender la chispa de un boom.

El texto es el resultado de una vocación por el cine y por su crítica desviada hacia una línea paralela. Llegué en 1990 a la revista Caretas a hacerme cargo de una sección de televisión con el supuesto de que un crítico de películas era apto para verse con la televisión menuda. Inevitablemente, la pantalla chica me quedó grande. Nunca estuve dispuesto a pasar ante ella más del tercio del tiempo libre (aproximadamente tres horas y media al día), que según estadísticas universales y locales el ser humano le dedica a su principal medio de entretenimiento y socialización virtual.

Casi dos décadas después, mi disponibilidad no ha cambiado —visiono mucho menos de lo que debo— pero me hago cargo de ciertos requisitos indispensables para poder “cubrir” la televisión periodísticamente y si el “cierre” de edición lo permite, balbucear un análisis: ver más televisión abierta que pagada, no perderme los estrenos, hojear las secciones de televisión de los periódicos, recordar las promociones de sus programas, conversar con sus protagonistas, atender la novedad mientras zapeo, picture in picture, sobre terreno conocido.

Por supuesto, estas previsiones no fueron suficientes cuando me acerqué en 1994 a la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima a plantear proyectos de investigación referidos al cine. El entonces decano Isaac León me sugirió que dichos proyectos no tendrían la acogida de, por ejemplo, una historia de la televisión. Tuvo razón. El Centro de Investigación en Comunicación Social (Cicosul), dirigido por José Perla Anaya, acogió la idea que esbocé con ingenuidad metodológica. Calculé que en un año, a lo sumo dos, podría entrevistar a pioneros, estrellas y directores, leer copiosas fuentes periodísticas y sentarme a escribir.

La demora se debió a la complejidad del tema y a que lo ataqué solo. La lectura de periódicos, día por día, desde 1958, tomó demasiadas horas, pero ella es la base más confiable e importante de todo lo escrito sobre los sesenta, setenta y ochenta. A los asistentes con los que me apoyó el Cicosul los abrumé obligándolos a transcribir decenas de casetes de entrevistas. Todas las otras fases y aspectos —y gazapos— de la investigación son de mi entera responsabilidad.

A partir de los noventa, las fuentes sí son de toda condición y grado de confiabilidad, pues son estas últimas décadas las que me han cogido de crítico de televisión, entrevistando a los protagonistas coyunturates, asistiendo a conferencias de prensa y eventos marketeros, pisando sets de grabación y de talk-shows en vivo. Periodista opinante ante un medio obligado a hacer política oficial, la polémica de la televisión nacional me ha tomado muchas horas extras. A veces fui convocado a debatir sobre el monstruo, en vivo, a sus mismísimas entrañas.

Esta historia tiene un sesgo. El historiador es más improvisado aun que el crítico de televisión y este último se ha extendido abusivamente sobre temas y temporadas que ni siquiera registra su memoria (mis coartadas para tal abuso son que he visto fotos, recabado testimonios, leído comentarios de la época y visto temporadas posteriores de programas y personajes que no conocí en su fase pionera). Hoy no quiero asumirme ni crítico ni historiador, en primera instancia, sino televidente que lanza una mirada retrospectiva a los productos de la televisión peruana, con algunas herramientas sociológicas, de las ciencias de la comunicación, del periodismo y del sentido común. Tal el punto de vista ideal.

Tampoco busquen en este libro largas y densas notas aclaratorias sobre el contexto histórico de los cincuenta años de televisión. Ni un balance ni perspectivas con sentencias y pronósticos sobre la televisión nacional. El recuento histórico está más o menos desnudo de esos enfoques que, porque me parecieron impositivos o porque no tenía las condiciones para extenderme en ellos, los reduje a su mínima expresión: sentido de la cronología tomando como unidad los quinquenios de gobierno, avatares de la historia que marcaron —con programas y rating— la producción, crisis económicas que limitaron la inversión de los teleastas y, solo en el caso del período militar, me extiendo sobre los esbozos del único plan estatal sobre la televisión peruana.

El abocarme exclusivamente a lo producido en casa deja de lado en este libro al mercado internacional de la televisión y al complejísimo fenómeno de la recepción. Llegan a haber hasta cinco millones de lecturas simultáneas (audiencia ideal que puede atender un programa local) de la televisión nacional, pero en este libro solo se harán una idea de la recepción televisiva de los entrevistados, de las fuentes citadas y de quien escribe. Tampoco, insisto, me detengo en predicciones del futuro. El panorama del cable está apenas esbozado. En compensación, sí me explayo en ítems como Risas y salsa, las telenovelas de Iguana Producciones y Michel Gómez, los reinados del mediodía, el debate dominical y su parodia de rigor, o en fenómenos más recientes como el boom del gossip. Tengo la corazonada de que eso es lo que realmente interesará a la mayoría de lectores.

La principal fuente de esta historia, repito, es el periódico. Las entrevistas son la gran fuente secundaria. El desprestigio académico de la televisión ha hecho que muchos actores y directores la releguen en su memoria ante sus recuerdos del teatro, el cine o de su vida familiar. Establecer fechas, créditos y nombres exactos es muy riesgoso cuando el entrevistado confiesa no poder evocar con celo su pasado. En estos casos, el periódico manda. Por supuesto, entre las decenas de entrevistados encontré prodigios de mnemotecnia junto a escandalosos olvidos. A la mayoría entrevisté en sus casas, ayudado por la grabadora; pero en la fase final el teléfono y una libreta de apuntes me sirvieron para consultas precisas que acabaron en largas charlas.

El libro, escrito en varias temporadas, tiene una superficie irregular. Hay una deliberada desproporción cronológica que hace que me detenga en los años pioneros, pase veloz revista a los sesenta, descuide los parametrados setenta, me interese un poco más por los ochenta y me detenga a opinar más de la cuenta en los noventa. El crítico imprudente acabó venciendo al improvisado historiador.

Con los géneros he tratado de ser condescendiente y respetar la importancia que les atribuye el mercado televisivo: historiar sobre todo la telenovela; después el humor; luego los concursos, talk-shows y programas periodísticos. Me detengo en los programas y personajes más populares e influyentes. No creo que alguien objete estos desvíos animados por personajes tan atractivos como Kiko, Ferrando, Gisela o César Hildebrandt.

Agradezco inicialmente a los entrevistados. Algunos ya nos dejaron como Luis Álvarez, Augusto Ferrando, Kiko Ledgard, Pepe Ludmir, Pablo de Madalengoitia, Guido Monteverde, César Miró, Vlado Radovich y Eduardo San Román. Gracias también a Eduardo Adrianzén, Federico Alarco, Michelle Alexander, Carlos Álvarez, Fernando Ampuero, Isaac Aquise, Mauricio Arbulú, Cusi Barrio, Carlos Barrios Porras, Ricardo Blume, Augusto Cabada, Daniel Camino, Rodolfo Carrión, Luis Carrizales, Bianca Casagrande, Eduardo Cesti, Adolfo Chuiman, Hugo Chauca, Mabel Duclós, Julio Estremadoyro, Fernando Farrés, Jorge Ferreyros, Rafaela García, Doris García, Carlos Gassols, Nicanor González, Fernando Herrera, César Hildebrandt, Baruch Ivcher, Saby Kamalich, Mario Kaplún, Ofelia Lazo, Tulio Loza, Alberto Llanos, Arturo McKay, Jesús Morales, Remigio Morales Bermúdez, Mario Mori, Hugo Muñoz de Baratta, July Naters, Camucha Negrete, Juan Ojeda, Carlos Oneto, Franco Palermo, Delfina Paredes, Ángel Parra, Luis Ángel Pinasco, Humberto Polar, Augusto Polo Campos, Gustavo Quintanilla, Rulli Rendo, Manie Rey, Rodolfo Rey, Bernardo Roca Rey, Hernán Romero, Rafael Roncagliolo, Guillermo Rossini, Rómulo Rubatto, Fernando Samillán, Alberto Sánchez Aizcorbe, Sonia Seminario, Fernando de Soria, Augusto Tamayo, Antonio Tineo, Guillermo Ubierna, Osvaldo Vásquez, Julio Vera Abad, Sergio Vergara.

Sin ser entrevistados específicamente para este libro, han contribuido en las conversaciones que hemos sostenido Jaime de Althaus, Federico Anchorena, Jimmy Arteaga, Jaime Bayly, Jorge Beleván, Juan José Beteta, Laura Bozzo, Eduardo Bruce, Montserrat Brugué, Roxana Canedo, Hugo Coya, Rosana Cueva, Rolando Chumpitazi, Raúl Dávila, Gustavo Delgado, Genaro y Manuel Delgado Parker, Mónica Delta, Marco Aurelio Denegri, Maritza Espinoza, Mauricio Fernandini, Iván García, Guillermo Giacosa, Alejandro Guerrero, Eduardo Guzmán, Gilberto Hume, Luis Iberico, Baruch Ivcher, Francisco Lombardi, Nicolás Lúcar, Martha Luna, Iván Márquez, Mariela Massey, Humberto Martínez Morosini, Magaly Medina, Milagros Mejía, Miguel Mejía Regalado, Beto Ortiz, Domingo Palermo, Verónica Palomino, Carlos Paredes, Ernesto Pimentel, Giovanna Pollarolo, Benito Portocarrero, Gonzalo Quijandría, Gladys Robles, Raúl Romero, Ximena Ruiz Rosas, Patricia Salinas, Ernesto Schutz, Gisela Valcárcel, Cecilia Valenzuela, Mónica Vecco, Fernando Viaña, José Watanabe, Samuel Winter, Mónica Zevallos, entre otros. También agradezco a Enrique Zileri y a la revista Caretas por prestar su valioso archivo fotográfico, así como al archivo fotográfico de El Comercio y a quienes prestaron fotos que ilustran su paso por la historia de la pantalla. Gracias a los amigos que colaboraron de impensadas maneras y a mi madre. Finalmente, agradezco a las diversas instancias de la Universidad de Lima por las que pasó este proyecto convertido ahora en libro.

Sobre la segunda edición

No han pasado muchos años —apenas siete— desde la primera edición, pero sí ha pasado el más grande ampay de la precaria industria televisiva: la difusión de los vladivideos que provocó un trauma general en el gremio y una profunda desconfianza del público que ha afectado, irónicamente, más a la ficción que a la noticia. Además, hubo mucha telenovela corta y miniserie larga, remedo, bronca, homenaje forzado, reporte duro y reality amañado.

A todo eso he pasado revista, deteniéndome rápidamente para no perder el ritmo acelerado, en algunos programas y en los monstruos que los animan. El empleo de este término no es injuriante, es asombro ante la capacidad dramática y la chispa de sus estrellas, y es también solidaridad con la masa que desconfía y empieza a dar señales de capacidad organizativa para reclamar reformas de contenido.

Verán, pues, que mi acercamiento al aparato es ambivalente como las mejores horas de nuestra tele, y que más que una proximidad ocasional es un seguimiento constante a la pantalla, que desde noviembre del 2003, tras dejar la revista Caretas, lo he continuado, en El Comercio. En el diario, el intenso ritmo me hizo reducir mi paseo por el medio pero incrementé mis entregas, a tres y hasta cinco columnas semanales. Por eso, para el capítulo 9 aumentado en esta segunda edición, más que observaciones in situ y entrevistas en persona, abundan llamadas telefónicas a amigos de la pantalla y amables figuras de esta. La memoria del medio suele ser frágil e imprecisa, pero la disposición para contribuir a un recuento y reflexión histórica es grande. (Eso sí, no puede ser del todo reconocida pues algunas revelaciones de los últimos años se deben a fuentes que no pueden ser citadas. Por esa razón, hacia el final del libro hay muy pocas notas a pie de página.).

A nadie escapará que la principal razón para reeditar hoy este libro es que la televisión peruana cumple sus bodas de oro. A la vez que aprovechar la efemérides para ganar la atención de los lectores, quiero contribuir a que se reconozcan hitos, tradiciones, manías, perversiones, picos creativos, que se suman a los descritos en la primera edición. A los nuevos lectores les digo que aunque algo encontrarán de referencias de rating, líos societarios, casos judiciales y la compleja relación de la televisión con otros poderes, esta es una historia escrita desde los contenidos de la pantalla. Esa es la sustancia y no podría ser otra para un crítico de televisión cercano a cumplir veinte años en el oficio y algunos más como crítico de cine.

A la nueva historia antecede una revisión de lo escrito en la primera edición, sin cambiar su contenido. Apenas he corregido algunas erratas, resuelto algunas imprecisiones, reagrupado capítulos y procurado nuevas fotos, que se reúnen en cuatro cuadernillos en un nuevo formato bien ejecutado por los profesionales del Fondo Editorial de la Universidad de Lima, a quienes agradezco su paciencia y rigor al volver sobre terreno conocido.

A diferencia de las páginas que lo preceden, el capítulo aumentado “Hacia las bodas de oro”, ofrece algo menos de información sobre cada programa. La razón es práctica: en los años recientes la Internet abunda en entradas sobre espacios y personajes. Fuera de las miles de entradas a foros y blogs de poca confiabilidad como fuente, hay notas periodísticas con mayor rigor que las viejas secciones de espectáculos, y está el informativo periódico de la asociación Valores Humanos, que más que ponderarlos manifiesta su rechazo moral a contenidos de la tele, pero es acucioso al registrar los datos básicos y describir cada edición. También uno se topa con entradas específicas en dos grandes bases de datos universales que registran algunos títulos y nombres de la televisión peruana: el muy organizado International Movie Data Base y la muy irregular Wikipedia que tiene algunas sorpresas de exhaustividad.

Reitero una advertencia obligada: esta no es ni en rigor ni en justicia una historia de la televisión peruana, porque todo está visto desde Lima. Tampoco exploro las redes y cadenas alternativas. Pero me atrevo a usar en el título la referencia del Perú pues mucho de lo que se hace en Lima tiene difusión nacional. Qué tanto tiene de placer o de malestar, de provechoso o de perverso, ustedes podrán juzgarlo, espero, con la ayuda de estas páginas.

Capítulo 1Ensayos, debut y primeros pasos

La prehistoria

La televisión no tiene partida de nacimiento. Nació aquí y allá, de experimentos aislados en el campo de la telegrafía sin hilos, del cine y la fotografía pero, sobre todo, de la descomposición y transmisión de imágenes convertidas en impulsos eléctricos. Desde fines de la década de 1920, la televisión fue tímida pero progresivamente invadiendo, en Norteamérica y Europa, hogares y horas de ocio. A las primeras experiencias de circuito mezquinamente cerrado, con pocos metros de distancia entre cámara, transmisor y receptor, siguieron las primeras pruebas con público, la instalación de los primeros centros experimentales financiados por empresas públicas (así nació el modelo europeo) o privadas (así nació el modelo norteamericano exportado a América Latina), de los primeros y precarios canales, de los primeros puestos de venta de receptores, las primeras transmisiones citadinas, regionales, nacionales y trasatlánticas. La Gran Guerra de 1939 frenó este desarrollo, que retomó aceleración sostenida desde la paz de 1945.

Por citar solo a un hombre en esta prehistoria sin héroes ni padrinos célebres, recordemos al escocés John Logie Baird (1888-1946). En 1925, Logie Baird perfeccionó en su laboratorio londinense un aparato de 30 líneas de definición con una velocidad de 12,5 imágenes por segundo. De ahí al medio millar de líneas, al esbozo de los primeros géneros catódicos y a la asunción de que la publicidad es el sustento de la televisión, hubo algunos lustros de agitación y experiencia que la televisión peruana, nacida en 1958, rápidamente asimiló. Ames tuvimos tres pruebas pretensiosas con público, artistas y autoridades, que vale la pena reseñar.

El primer asomo de la televisión en el Perú fue bastante temprano, en los últimos días de setiembre de 1939, y estuvo fatalmente predestinado. Lo patrocinó el Instituto de Investigaciones Científicas de los Correos de Alemania, justo cuando la guerra hacía estragos en la diplomacia del III Reich. Los alemanes habían decidido anunciar al mundo las bondades de la televisión incluso antes de inaugurar en Berlín la venta de económicos aparatos —esta se previó para fines de 1939— pero muy seguros de su poder mensajístico universal.

La exposición electrónica montada en el colegio Guadalupe el 21 de setiembre había estado en gira por Río de Janeiro, Buenos Aires y Santiago de Chile. Aquí, en ausencia del presidente Óscar Benavides, la inauguró el ministro de Gobierno y Policía Diómedes Arias Schreiber y el embajador alemán Willy Noebel. J. Hinrichsen y J. Pressler fueron los técnicos proselitistas que explicaron al público y a la prensa el funcionamiento de la cámara y del transmisor ubicados en un salón, y de los receptores ubicados en otro. Un sistema de “visiotelefonía” permitió al público pagante que visitó el colegio durante la semana siguiente hablarse y verse por teléfono. Las recaudaciones de la exposición se destinaron al hospital Hogar de la Madre. En estos albores paleotelevisivos no se insinuaba el futuro publicitario del medio.

El programa del día inaugural fue un mix de cultura culta y vernáculo fino. Luego de la transmisión de una breve película sobre la televisión en Alemania, siguió la presentación en vivo del dúo Luz y Sombra de la Asociación de Artistas Aficionados (AAA), integrado por Pilar Mujica e Isabel Granda, la futura y genial Chabuca. Ellas cantaron La malagueña y Xochimilco, acompañándose por sus guitarras, cediendo luego el escenario al tenor Edmundo Pizarro, al pianista Roberto Carpio y al violinista Virgilio Laghi. Para probar los poderes cinéticos del medio, Olimpia Díaz Schreiber bailó el Fandanguillo de Almería. El Comercio reportó “la nitidez y claridad con que fue visto y oído todo”.1

Recién en 1950 la televisión volvió a asomar, pasajeramente y como una experiencia científica de apoyo médico patrocinada por la RCA, para ver en circuito cerrado procedimientos quirúrgicos en el VII Congreso Interamericano de Cirugía. En 1949, el pionero y fan de las telecomunicaciones Alfonso Pereyra había fundado la Compañía de Producciones Radiales y de Televisión S.A. —con la que manejaría Radio El Sol— y, con el aporte de El Comercio, un canal de televisión en 1959 (véase capítulo V). Antes tuvo que demostrarse a sí mismo, a El Comercio, a la RCA, y a posibles anunciantes, que un broadcaster refinado, más interesado en inventos futuristas que en mensajes comerciales, era capaz de lanzarse a la piscina de vidrio.

El viernes 28 de mayo de 1954, Pereyra ofreció a la prensa e invitados una prueba de televisión en el hotel Bolívar. Él mismo manejó la cámara que, con el arbitrario logo de canal 3, estaba montada sobre un trípode rodante en el estrado del grill. A varios metros, en el Salón Dorado había dos receptores que sintonizaron una bandera peruana. A continuación, Carlos Pérez Fontcuberta, jefe de prensa de Radio El Sol, presentó a Pereyra, que habló a través del aparato; Alberto Ferrara, director del grill del Bolívar, y la actriz argentina Linda Guzmán, futura estrella de la consejería mujeril, animaron una velada de dos horas que se sumó a los discursos almibarados, el show de Antón Bardají y sus Chispas, el Trío América cedido gentilmente por Radio América (poco después sus dueños, Antonio Umbert y Nicanor González, empezaron a pensar seriamente en la televisión), los Troveros Criollos, estrellas de El Sol y los Hermanos Castillo, de la misma casa. Pereyra anunció que en los próximos días filmaría escenas callejeras y sacaría la cámara a la puerta del hotel, pero solo concretó a medias la promesa. En junio su pionerismo sí fue efectivo al producir, para los Almacenes Santa Catalina, el primer aviso publicitario en vivo y en circuito cerrado. Un monitor puesto en la vitrina de la tienda mostraba a las actrices Ofelia Van Galen y Consuelo Rey exhibiendo la mercadería lanuda del negocio.

El tercer y último piloto tuvo ilustres testigos. Entre el 11 y el 15 de abril de 1955, Lima fue sede del IV Congreso de la Asociación Interamericana de Radiodifusión (AIR). Dorada oportunidad para que la RCA Victor mostrara a futuros teleastas del Perú y de países vecinos donde no había llegado la novedad sus ofertas y habilidades técnicas. Para ello llegó de Nueva York un team conformado por R. J. Rainey, William J. Reilly y Joseph H. Roberts, y un cargamento de pesada parafernalia televisiva atracó en el Callao. A ambos equipos, técnico y humano, los recibieron Joseph Klein y Ricardo Matallana, responsables de la oficina local de la Radio Corporation of America.

Los primeros eventos de la AIR habían tenido lugar en Buenos Aires, Sao Paulo y San Juan, y a los principales broadcasters del continente les sobraron temas que discutir: el desafío tecnológico de la televisión, la legislación de las telecomunicaciones, los códigos de ética para el gremio, las difíciles relaciones con los gobiernos, la defensa de la libertad de expresión, la integración continental de las comunicaciones y el apoyo a campañas públicas, entre otras tribulaciones político-mediáticas. El magnate de la CMQ cubana y primer presidente de la AIR, Goar Mestre (véase, en este capítulo, el acápite “Los signos del optimismo (1958)”) fue uno de los más entusiastas participantes, ofreciendo conferencias, presentando un pequeño radio transistor y dando aliento a Pereyra y al joven Genaro Delgado Parker, su futuro socio peruano. En ausencia del presidente de la AIR Emilio Azcárraga Vidaurreta, las cabezas del evento fueron los mexicanos José Luis Fernández y Antonio R. Cabrera, el portorriqueño Félix Muguerza y el colombiano Alberto Lleras Camargo, ex presidente de su país y ex secretario general de la OEA. Delegaciones de 16 países comparecieron en Lima y entre los delegados locales estaban futuros teleastas: Genaro Delgado Brandt y sus hijos Genaro Jr. y Héctor; Antonio Umbert y Nicanor González, fundadores del canal 4, que ahí conversaron de televisión con su tercer socio, Avelino Aramburú, consejero de la AIR; Augusto Belmont, fundador del futuro canal 11; José Cavero, del futuro canal 2; y Alfonso Pereyra, que bregaba por fundar el canal 9.

Mientras estos potentados mediáticos discutían un futuro tan auspicioso como brumoso, la RCA distribuyó diez receptores por la ciudad —uno en Palacio de Gobierno para uso del presidente Manuel Odría, otro en el colegio Guadalupe, sede de una exposición técnica como lo había sido en 1939, otros en el Parque Salazar de Miraflores, en los hoteles Bolívar y Crillón, y en redacciones periodísticas de Lima— y un transmisor ubicado en el Bolívar rematado con una antena en el techo. Las primeras imágenes emitidas fueron de filmes cubanos y brasileños sobre el progreso de las telecomunicaciones y, luego, escenas previamente filmadas del evento mismo. A la demostración institucional siguieron horas de show, durante la semana del congreso, por el improvisado canal 6 de Lima. A la inauguración del acto y a las transmisiones no asistió Odría pero sí envió a sus sabuesos, el ministro de Gobierno, Augusto Romero, y el director de Gobierno, Alejandro Esparza Zañartu. Odría fue el primer presidente militar que ignoró y despreció las posibilidades del medio; digno antecesor, en ese sentido, de Juan Velasco y la confiscación de los canales en 1971, sin plan alternativo de por medio. Los civiles que le siguieron, empezando por Manuel Prado, que aprobó el primer marco legal televisivo y asistió a la fundación de canal 4, buscaba (o negociaba) otra relación con el aparato, manifestando hacia él esa tolerancia liberal que buscaba este primer llamado del líder radiodifusor José Cavero en el evento de la AIR:

Tengo por ideal hacer de la radio y la televisión un instrumento de cultura y de información libre, sin cortapisas y sin otras limitaciones que aquéllas que nos impongamos a nosotros mismos por sentido de nuestra propia responsabilidad, a la luz de los principios éticos de nuestra asociación.

Los técnicos visitantes sumaron a sus filas al presentador Pepe Ludmir, al libretista Roberto Cruzalegui y al camarógrafo Alfonso Pereyra Jr. para las agitaciones de transmitir en vivo. Desfiló por la escena del Bolívar la belleza cantarina Bebelú de la Borda, quien había flechado a Lucho Gatica una temporada atrás, y se transmitieron imágenes filmadas durante los oficios de Semana Santa. Siguieron el colombiano Nelson Pinedo, de gira por Lima, y los Romanceros Criollos dieron paso a Alicia Lizárraga. No todo fue música. Se encargó a Juan Ureta Mille escribir un sketch cómico-sentimental y este ofreció un entremés alusivo a la irrupción del nuevo medio llamado Los novios de la tele, protagonizado por su esposa Elvira Travesí. Elías Ponce “Pedrín Chispa”, estrella de Radio El Sol, escribió números para el cómico Carlos Oneto “Pantuflas” y los Hermanos Ponce. El canal 6 y los diez aparatos distribuidos por la ciudad desaparecieron a los pocos días, pero tras el evento de la AIR se aceleró la carrera por la televisión que ganarían, por puesta de mano, el canal 7, estatal, y el canal 4, privado. Esa es la historia que sigue.

Los signos del optimismo (1958)

La televisión nos llegó relativamente tarde, en comparación con algunos países vecinos, pero en el momento oportuno para iniciar un desarrollo sin tropiezos.2 Aunque desde fines de los años cuarenta la televisión rondó como proyecto en la mente de algunos radiodifusores, entonces no hubo las condiciones nacionales que alentaran los extenuantes pionerismos y las campañas desesperadas para vender aparatos y captar anunciantes, que tuvieron que sufrir los que empezaron muy temprano. Difícilmente hubiera aparecido antes de 1956, cuando Odría concluyó sus ocho años de dictadura dejando en el país un clima de resentimientos políticos e incertidumbre sobre los lineamientos económicos del futuro.

Hacia 1958, el año fundador de la televisión peruana, el nuevo gobierno civil de Manuel Prado Ugarteche (había gobernado durante el período 1939-1945 y retomado el mando en 1956) infundió la seguridad necesaria para arrancar. Dos temporadas antes, el 22 de octubre de 1956, Prado había invitado a la Federación Peruana de Radiodifusión, presidida por José Eduardo Cavero, y a la Asociación Nacional de Radiodifusión, cuyo delegado fue Genaro Delgado Parker, a formar parte de la comisión técnica para elaborar el Reglamento General de Telecomunicaciones, cuyas bases habían sido discutidas y enriquecidas con la legislación comparativa, durante el evento de la AIR en 1955.3

El llamado a la concordia permitió a Prado convivir políticamente con el Apra y con la derecha empresarial que él mismo representaba, diluyó censuras y sectarismos, y afirmó una democracia civil y parlamentaria poco practicada hasta entonces. Superada la crisis económica con que se despidió Odría, se impulsó un tímido pero bien encaminado proceso de modernización industrial que obligó a Prado a hacer obra pública y a establecer el control cambiario. Las críticas de los exportadores, encabezados por Pedro Beltrán, barón del agro, dueño del diario La Prensa y furibundo demoliberal, tuvieron entonces motivo para radicalizarse; pero el presidente dio un giro pragmático e incluyó al propio Beltrán en la convivencia ofreciéndole el Ministerio de Hacienda. Exportadores agrícolas e industriales estuvieron satisfechos en sus demandas, la juventud crítica y la nueva izquierda estaban aún en proceso de formación política, y se inició el mayor período de estabilidad del último medio siglo.

Los partidarios de la teoría económica del acordeón, que establece que a los ciclos de expansión y distensión sobrevienen bruscas contracciones, empiezan su cuenta con la gestión de Beltrán. Fue precisamente en esa primera “apertura del acordeón” que nació la televisión. El Perú encaraba los dilemas de la modernidad con cierto optimismo. La hipertrofia del crecimiento urbano, los cuellos de botella de la industrialización sustitutiva, el analfabetismo y la escasa integración cultural que frenaban el progreso de las comunicaciones, no parecían baches imposibles de saltar. Tampoco había vacíos legales, pues por decreto supremo del 12 de enero de 1957, Prado había expedido el citado Reglamento General de Telecomunicaciones que incluía una normativa bastante actualizada en materia de televisión y se complementaba con un decreto del 5 de abril de 1957, que declaraba que la televisión estaba amparada por la Ley de Promoción a la Industria (Ley 9140) y, por lo tanto, la beneficiaba con exoneraciones arancelarias.4

De hecho, era un indicador de optimismo que más de cinco mil familias limeñas5 compraran antes del 15 de diciembre de 1958, fecha inaugural del canal 4, un aparato que no servía para nada, o para muy poco, pues desde el 17 de enero de ese mismo año sólo era posible sintonizar, con varias interrupciones técnicas y sin que la prensa divulgara su programación, la señal educativa del canal 7 del Ministerio de Educación.

También 1958 fue un año significativo para la televisión en el mundo. La NBC, una de las tres grandes cadenas norteamericanas, y su casa matriz, la RCA, decidieron emprender una política de inversión indirecta en televisoras extranjeras. Según Achille Pisanti esta práctica se inició formalmente en 1958 en cuatro países: Portugal, Suecia, Yugoslavia y Perú.6 Se trataba de canales equipados con transmisores RCA que requerían de urgente asesoramiento técnico. La NBC, además de dar facilidades crediticias para el pago de los equipos, ofrecía extender esta asesoría al campo comercial y productivo y, por supuesto, en el paquete de ofertas estaban incluidas sus propias producciones. En el Perú, el consorcio tuvo destacada participación en el bautizo del canal 4, cuyo transmisor y tres cámaras llevaban su marca. Pero la asesoría integral, que incluía la presencia de un ejecutivo de la NBC trabajando en planta y la inclusión del canal local en una red nominal de emisoras afiliadas, no se concretó con el canal 4 porque el pacto ya se había establecido con el canal 9, próximo a inaugurarse en agosto de 1959. No sospechaba la NBC que ese canal se estrangularía en menos de un año.

El canal 13, de la familia Delgado (hoy canal 5), quedó fuera del influjo de la RCA, pero fue equipado gracias a un contrato bastante generoso de la Philips, sin ataduras, por lo demás, a ninguna cadena televisiva. La relación del 13 con la CBS, que lo proveyó de sus primeros enlatados, tuvo un importante intermediario, el magnate de la televisión cubana Goar Mestre (Santiago de Cuba, 1912 - Buenos Aires, 1994).7 No son los del 13 ni del 4, ni siquiera del 9, que tuvo una gran cuota de original programación en vivo, casos de una televisión inducida a dar sus primeros pasos, pero sí de canales que nacieron en un momento oportuno para acogerse a ventajosas ofertas de equipamiento y programación.

Sin duda, el modelo totalizante de nuestra naciente televisión fue el norteamericano, que era también el de Cuba. Los criterios de programación horizontal y vertical, y sobre todo la práctica comercial, ha sido directamente adaptada del modelo con algunas variantes creativas (véase, en este capítulo, el acápite “Al mediodía todo vale”), pero en materia de producción preferimos verlo más como un muestrario de géneros y posibilidades que como simple objeto de copia. La presencia de varios creativos latinos con experiencia en otras televisoras de la región y la improvisación de muchos peruanos que no sabían nada de televisión cuando se lanzaron al ruedo nos obliga a pensar así. Finalmente, cuando en los primeros años el modelo era específicamente plagiado (véase, en el capítulo II, el acápite “Esta es tu vida”) mediaban entre el auspiciador extranjero y el canal, los creativos peruanos de las agencias de publicidad encargadas de diseñar el programa y la contundencia de la transmisión en vivo, donde todo podía pasar. Otro modelo, fundamental en la producción de telenovelas, fue el de las varias televisoras latinas. En estos casos se picó de aquí y de allá, y en Panamericana Televisión se llegó algunas veces a una producción modélica para otros. En el caso del humor, si algo se aprendió de algún modelo, fue que se podía ser localista.

Los pioneros

El optimismo era visible en los broadcasters, que con una inversión bastante mayor a la requerida por el negocio radial y sin anunciantes previamente comprometidos, se lanzaron a la aventura. En 1956, Genaro Delgado Parker (Lima, 9 de noviembre de 1929), entonces de 26 años, propuso a su padre Genaro Delgado Brandt y a su hermano Héctor que lo eximieran de obligaciones ejecutivas en las empresas radiales de la familia, las siete estaciones que constipan la Unión de Radiodifusoras del Perú, y lo mantuvieran a sueldo trabajando exclusivamente en la planificación de un canal de televisión.8 Consiguió un crédito de la Philips, a través del gerente Tesselin, para comprar el transmisor y un ventajoso contrato donde esta empresa le garantizaba 50 dólares por cada receptor vendido durante los cuatro años que duraría la deuda. Una visita a los estudios de la CMQ en La Habana, guiado por Goar Mestre, quien estuvo en Lima en 1955 en su calidad de directivo de la AIR, le confirmó cuál era el modelo que había que seguir y quién era el hombre capaz de introducirlo en sus laberintos.

Para empezar, Mestre puso al entusiasta Genaro en contacto con la CBS y le traspasó su know-how con una serie de técnicos cubanos que llegaron a Lima a formar cuadros para la naciente televisión peruana.9 El interés de una gran firma extranjera por abrir mercados a sus productos de punta, como la Philips, y la simpatía del primer magnate de la televisión latina apoyaron así el financiamiento de la más trascendente intentona televisiva; para su puesta en marcha inmediata una sociedad de Genaro papá, Genaro hijo, el hermano Héctor y Radio Tele (empresa de Genaro Delgado Brandt), con Isaac R. Lindley Stophanie y su hijo Isaac “Johnny” Lindley Taboada, empresarios de origen judío y dueños de la gaseosa nacional Inca Kola, aportó la liquidez.

Manuel y Raquel, hermanos menores de Genaro, no participaban aún en la aventura sino a través de la empresa familiar Radio Tele (Manuel fue el fundador de Radioprogramas en 1963 y Raquel reemplazó a su padre en la dirección de la semiestatizada radio Panamericana en 1970). Como Héctor sí era cómplice empeñoso de su hermano mayor, convenció a su amigo y coetáneo Johnny Lindley de ir a pedir a don Isaac que invirtiera en la empresa pionera. Pero fue la vehemencia de Genaro al encarar la ilusión de la televisión la que convenció al industrial de arriesgar en efectivo; y fue esa misma vehemencia, ya curtida en las lides de la política y en los ásperos géneros populares, la que tres décadas más tarde disuadió a los Lindley de seguir respaldando a Genaro y los decidió a vender sus acciones al bloque de Héctor y Manuel Delgado Parker. Genaro Delgado Parker, futuro “Papá Upa”, así bautizado por sus rivales que quisieron parodiar sus afanes de mando, era suficientemente liberal y desprejuiciado como para empaparse de las claves y dramaturgias de la televisión populista que levantaba las cejas de su entorno. Se vio en relación a ella como un pionero de sus avances tecnológicos y, a la vez, como el dueño de un gran circo de varias pistas, con tradiciones arraigadas en el país remoto. De empresario de escritorio se hizo vigilante productor creativo de programas, experto en casting al ojo y eventual director desde el switcher. Descubrió a menos gente que Augusto Ferrando, pero protegió a sus engreídos y les dio luz verde para proyectos arriesgados, cuando no les compró derechos de copia o les sugirió ejecutar sus propias ideas de prematuro viejo teleasta. La política le fascinó porque descubrió en ella un género televisivo más que le permitía complementar su pequeño imperio con fama y poder aunque el prestigio del “noble pionero de las telecomunicaciones” pudiera salir algo maltrecho. Como implacable empresario del espectáculo más grande de todos se comió sus gustos y prejuicios, aunque bien se puede argumentar que estos se fueron convirtiendo en afecto por sus creaturas. También se supo mover dentro de los márgenes “culturosos” —este término se popularizó luego de que lo empleara al responder a un periodista del diario Expreso a inicios de 1990— del negocio, hablando de “ofensivas culturales” y “autorregulaciones”, jalando gente como Mario Vargas Llosa y los cineastas de la década de 1980, dando rienda suelta a las provocaciones de César Hildebrandt y de Jaime Bayly, al mismo tiempo que apañando a desfasados Ferrando o Gisela Valcárcel. Era y es un negociador astuto y un periodista político accidental antes que un mero explotador o un sumiso empresario nacional golpeado por gobiernos y recesiones.

Pero ni Genaro Delgado Parker ni sus socios fundaron la televisión comercial. Tampoco la fundó Alfonso Pereyra, pionero de la radio en el Perú, quien ya en su juventud, en los primeros años de la década de 1920, se dedicaba a pescar mensajes de onda corta con su equipo de radioaficionado. Hombre muy atento a la avanzada científica, al constituir la empresa que manejaría radio El Sol en 1949, había escogido una razón social anticipatoria: Compañía de Producciones Radiales y de Televisión S.A.10

Fueron Antonio Umbert Féllez y Nicanor González Vásquez, dueños de radio América y líderes de la Anrap (Asociación Nacional de Radiodifusores del Perú), quienes abrieron el primer canal privado. Enrolaron en la empresa a Avelino Aramburú y en menor cuantía accionaria a Iván Blume (también enrolado en el 9), Guillermo Ureta, José Bolívar, Jorge Carcovich y Jesús Antonio Umbert, pactando un contrato con la RCA Victor que los proveyó de infraestructura. El apuro deparó a los pioneros del canal 4 algunos meses de zozobra, con anunciantes renuentes y temores de cierre, pero poco después la intensa competencia de Panamericana Televisión, canal 13 y los errores del primer canal 9, les enseñaron a mantenerse en el aire.

La exclusiva del 7

Por cuestión de meses la iniciativa pública ganó a la empresa privada la primicia de la televisión. La Unesco donó 22 mil dólares al Ministerio de Educación, cuando era ministro el historiador Jorge Basadre, para instalar un modesto canal experimental. Esta donación complementaba la que dio lugar a la fundación de la Escuela de Electrónica en abril de 1957, que operaba en el instituto José Pardo de la cuadra 6 de la avenida Grau, antes de su traslado al Ministerio de Educación. Fernando Rubio y Gonzalo de Reparaz representaban a la Unesco y el ingeniero español Esteban Benaberre Mina dirigía el curso donde se graduaron los primeros jefes técnicos del canal, Silvio Romero, Manuel Mejía e Isaac Aquise.11

Desde el piso 22 del edificio del Ministerio, el más alto de Lima en esa época, se empinaba una pequeña antena y un modesto transmisor de 100 vatios en imagen y 50 en audio que entraron en funcionamiento el viernes 17 de enero de 1958, bajo la nomenclatura Garcilaso de la Vega OAD-TV7. La inauguración del canal y del curso técnico fue un acto precipitado. Una nota de prensa anticipó que la programación de dos horas (7 a 9 de la noche) consistiría en un documental que explicaba el manejo de una marca de receptores y otro sobre antenas de televisión. Luego de las películas se daría inicio oficialmente al curso electrónico. Romero, Mejía y Aquise fueron los primeros profesores y los mejores alumnos.12

No existe ningún reporte periodístico del acto inaugural. Diarios como El Comercio se limitaron a reseñar la nota de prensa confiando en su veracidad, pero el reportero de Última Hora delató un serio impasse en su crónica “Debut privado y fule: la televisión en Lima”.13 A su llegada al ministerio un conserje impidió el paso de los periodistas. Sin testimonio que ofrecer, el diario citó fuentes anónimas que dijeron que “solo se veían borrones”. Pocos días despues, el 22 de enero, una nota de la Unesco declaró que, pese a algunas fallas humanas, las primeras transmisiones habían sido correctas.14 Aquise aclaró: “El día de la inauguración fue algo ingrato, a los reporteros no los dejaron entrar por decisión del ingeniero Benaberre, se transmitió a puerta cerrada y se dictó un curso de televisión al aire.15

Con una programación eventual, no difundida por la prensa, con buena parte de los receptores existentes desprovistos de antena y mal ubicados para captar el flujo hertziano, los meses de 1958 —en los que el canal 7 fue la onda solitaria de la televisión—, están sumidos en un profundo misterio. El ministerio, que recién el 5 de abril publicó el nombramiento de un director general de televisión, Antonio Olivas Caldas, distribuía ocasionales notas de prensa cuyo contenido casi nunca era corroborado por los periodistas. Así, se anunció que el 12 de abril, Día de las Américas, la Escuela Estación Electrónica (nomenclatura del curso técnico) pondría en escena el primer guión peruano de televisión. Se trataba del programa Balcón del hemisferio presentado por el hombre de teatro Manuel Delorio, con números musicales, recitados, interpretaciones al piano y, de plato fuerte, la folclorista Elsa Núñez del Prado danzando La pampa y la puna. Penosamente, no hubo comentarios.

Hacia junio hay testimonios y nada halagüeños. En la que sería una de las primeras críticas televisivas, si no la primera, un lector de El Comercio, el señor A. Saldarriaga,16 se queja de la pobreza de dirección y temas escogidos por una televisión que no recrea a los adultos y aleja a los niños. Pide una programación alternativa con dibujos animados, documentales de viajes y otros atractivos. Finalmente, como muchos insatisfechos poseedores de receptores pagados en onerosas cuotas mensuales,17 confía en la próxima llegada de la televisión privada.

Lo que tuvo de comercial fue lo más remarcable del 7. La furibunda campaña de las firmas que vendían receptores en la capital forzó a un evento sui géneris. La RCA Victor quería recibir la llegada de la televisión privada con la mayor cantidad de aparatos vendidos y los avisos de prensa y los concursos (el premio por antonomasia en los sorteos de la época era un televisor) no bastaban para subir las ventas. ¿Por qué no usar la pobre señal del Ministerio de Educación, escasamente difundida en hogares limeños pero, sin duda, una señal de escaparate? En efecto, la novedad de la caja chillona detenía a muchos peatones que transitaban por los jirones comerciales de la ciudad. La mayoría de teleastas que conocemos nos han contado que su primer contacto con la televisión no lo tuvieron en casa, sino ante un escaparate viendo con gran curiosidad, aunque con indiferencia por el contenido, algún aséptico documental de embajada.

Así, en fecha patriótica, el 26 de julio, gracias a un convenio de excepción, la RCA auspició el programa Gran desfile de estrellas. El perrito melómano anunciaba en grandes avisos que el programa se podría ver en todos sus concesionarios y puntos de venta en la capital. Desde las 7 de la noche, en un especial musical dirigido por el técnico argentino Óscar Richards, desfilaron Maritza Rodríguez, Nicomedes Santa Cruz, el “Carreta” Jorge Pérez, Javier González y sus Chaskis, entre otras figuras nacionales y extranjeras con bastante más cartel que el que hasta ese día se había lucido en el canal. La agencia McCann Erickson concibió el programa y la selección de atracciones la hizo el empresario de artistas Jorge Álvarez. Los radiodifusores privados protestaron gratuitamente por esta aventura del Estado con los inversionistas extranjeros.

Mientras la RCA descubría al canal 7 en esta avant-premiére de la televisión comercial, también el presidente Manuel Prado pensaba en él. Trascendió que estaba interesado en difundir televisivamente su discurso del día patrio, pero la noticia quedó en rumor. Del Estado solo se supo que el trato con la RCA había motivado un pequeño debate sobre la orientación del canal que se zanjó a posteriori, a mediados de setiembre, cuando se firmó una autorización para que la emisora hiciese tratos comerciales. Así, a fines de setiembre, la General Electric difundía filmes promocionando sus receptores e Imaco, otro comercio dedicado a la venta de electrodomésticos, auspició el pequeño espacio semanal Teleactualidades, donde Raúl Ferro Colton, comentando noticias internacionales, ensayó para dirigir luego El Panamericano en el 13.

Ante la inminente llegada de la televisión privada, de poco valió la apertura. Solo el 23 de octubre la Estación Electrónica salió de su monotonía para transmitir la primera mesa redonda de nuestra televisión: una media docena de funcionarios internacionales y representantes del gobierno se reunió para conmemorar el Día de las Naciones Unidas. Luego del 15 de diciembre de 1958, el canal 7 se sumergió en un último plano en el que solo hurgaremos ocasionalmente. La televisión comercial, con enorme ventaja de rating y de recursos de producción, capturó todas las atracciones vivas de importancia y dejó al 7 números escolares, planteles musicales de radios, grupos provincianos y artistas sin cartel que salteados con documentos científicos, clases de idiomas y un modesto audiovisual llamado Fotoshow conformaban una descolorida programación.

Baste decir que los once meses que canal 7 tuvo de exclusiva sirvieron para que muchos trabaran un primer contacto con el medio; los que vieron el canal en vitrina, los que lo sintonizaron para hacer tiempo a la llegada de la televisión comercial o aquéllos que como el célebre libretista cómico y hombre de radio Elías Ponce, más conocido como “Pedrín Chispa”, realizó en el piso 22 del Ministerio de Educación su primera incursión televisiva. Se trató de los Cuentos de doña Mariquita,18 un económico teatro de marionetas con capítulos unitarios, donde debutó como asistente de Chispa otra prominente figura de la radio y de la futura televisión privada, Carlos Oneto “Pantuflas”. La Philips auspiciaba el espacio y pagaba al cubano Pepe Solari Hermosilla, el hombre de los muñecos, los ensayos que este hacía con los textos de Chispa previamente grabados. Pantuflas solo hacía voces en off porque un contrato firmado con los Delgado Parker para el futuro canal 13 le impedía dar la cara en señal ajena.

La Escuela Estación Electrónica acabó su curso anual el 17 de enero de 1959, día del primer aniversario del canal. En el acto televisado, 20 técnicos recibieron diplomas. Pero la televisión comercial casi desconoció esta promoción y la siguiente; con excepción de algunos camarógrafos y personal de planta, sus creativos no pasaron por el canal 7. La más promisoria escuela de la televisión fue el curso que dictó el cubano Humberto Bravo, nombrado jefe de producción de Panamericana Televisión antes de la inauguración del canal 13, en octubre de 1959. Ahí se dieron cita Pepe Ludmir, Pantuflas, Guido Monteverde, Pablo de Madalengoitia y otros futuros directores de programas para aprender de la experiencia de Bravo en la célebre CMQ habanera.

Anticipo del sur

Sin relación con las aventuras limeñas, silvestre y autosuficiente dentro de su conmovedora modestia, la televisión nació en Arequipa el 15 de agosto de 1959, poco después de los canales 4 y 9 de Lima, y antes del 13 de los Delgado. Allí se fundó además la primera planta de ensamblaje de televisores en el país. En este proceso se mezcla el pionerismo tecnológico de un digno descendiente del exuberante inventor Pedro Paulet, la disposición al riesgo de un gringo empeñoso y la credulidad de las autoridades de la UNSA (Universidad Nacional San Agustín).19

Gustavo Quintanilla Paulet se interesó por la televisión al pasear por Radio City en Nueva York y por la RAI en Roma. Terminados sus estudios de filosofía, retornó al Perú en 1958 y visitó el recién fundado canal 7. Inmediatamente reinstalado en Arequipa para trabajar en la Universidad Nacional de San Agustín (UNSA), donde había sido encargado de la Radio Universitaria, propuso al rector Isaías Mendoza fundar un canal educativo. La propuesta no hubiera prosperado en absoluto si Quintanilla no se pone en contacto con el norteamericano Jack Dwyer, gerente local de la Coca Cola y dueño de una cámara de televisión, que tenía el plan de montar una fábrica de ensamblaje de televisores con algunos amigos arequipeños. La iniciativa universitaria le venía de perilla a Dwyer, quien a través de sus socios locales Jorge Bedoya, Humberto Portillo y Eleodoro Freyre, entre otros, manejaba la fábrica que subvencionaría a la flamante Televisora Sur Peruana S.A., canal 2. Quintanilla se reservaba la gerencia del canal y Bedoya la presidencia del directorio. El canal se programaría con espacios en vivo y con algunos enlatados de la CBS, pues Dwyer tenía contactos amicales con la gran cadena. El único camarógrafo sería el autodidacta Juan Ojeda.

La primera transmisión de prueba, en circuito cerrado, se hizo en enero de 1959, desde el Teatro Municipal hacia una serie de televisores ubicados en la calle. Pasó medio año para el lanzamiento oficial del canal desde el Pabellón de Cultura de la universidad y poco después, por inadecuación del edificio, Televisora Sur se trasladó a un local de propiedad de la Beneficencia. La inauguración oficial fue vista por muy pocos hogares —la multitud se agolpaba ante las vitrinas con televisores marca CBS cuyas cajas de madera fueron pintadas por brochas nativas— pero contó con la presencia del presidente Manuel Prado, invitado por su pariente Bedoya. Tras la ceremonia que apadrinó el presidente, se aireó un modesto show musical. El primer auspiciador fue el bazar Creaciones Lima.

Los primeros programas, lanzados desde la UNSA fueron conferencias y diálogos académicos, además de un modesto noticiero con fotos fijas. Aceite Cocinero auspiciaba un espacio culinario y Alfredo Cano, el productor más ambicioso, montó zarzuelas y dirigió telenovelas en vivo. La primera fue El secreto de sor Teresa, según el libreto comprado a Juan Ureta Mille y previamente ejecutado en Lima. Su esposa Elvira Travesí viajó al Sur para trabajar en el primer capítulo. Comerciales en vivo con modelos como la Miss Arequipa Doris Castro interrumpían el drama. Más popular que las novelas fue La Uruguaya regala, concurso de tareas inspirado en Scala regala y apadrinado por Pablo de Madalengoitia. En él trabajaron, entre otros, Fernando Herrera, Andrés Bedoya, Frida Osorio y Jimmy Vargas. El productor arequipeño Humberto Polar hizo sus pinitos en los primeros años de canal 2. Jorge Cornejo Polar dirigió una temporada del noticiero El Sur Peruano. Más adelante, Quintanilla desarrolló un plan de teleducación llamado Teda (Televisión Educativa de Arequipa), experiencia que será tomada en cuenta para la creación del Inte (Instituto Nacional de Teleducación) durante el gobierno militar.

A mediados de los sesenta, el pionerismo arequipeño fue comprado por Panamericana de Lima (incluidas las sucursales de Cusco, Puno y Tacna) y, como ha sucedido en el resto del país, este canal regional terminó convirtiéndose en mera repetidora con escasa o nula programación local. Recién a mediados de los noventa, desde la misma UNSA, se lanzó un programa de auditorio ambicioso, Mirando al sur, producido por el limeño Horacio Paredes y animado por Estrella Amprimo. Lolita Ronalds le tomó, luego, la posta. Tras estos brotes eventuales, la principal plaza nacional fuera de Lima confirma, en su tedio repetidor, el cruel centralismo de la televisión peruana.

Canal 4: Debut de la televisión comercial

Antonio Umbert Féllez y Nicanor González Vásquez fueron socios y amigos veinteañeros desde 1944. Casi fueron una versión criolla del empresario yanqui que comienza desde la nada, pues se hicieron a sí mismos, y Nicanor, tipo campechano y gritón, arquetipo del empresario en manga de camisa, se enorgullecía de haber sido lechero; así como don Antonio —que se había negado a trabajar las tierras de su familia en Huacho—, vendedor de automóviles.20 Tenían la complementariedad de un sólido matrimonio, encarándose desde sus escritorios en la misma oficina —ni en la mejor época de América dejó de ser así— y se repartían poses y actitudes: si Nicanor parecía algo así como la voz cantante, Antonio era la cabeza pensante, perfectos gerente y presidente de directorio. En fin, caretas de un dúo fraterno y de una sociedad comercial que solo acabó tras la muerte de ambos durante la dictadura militar, cuando sus herederos inamistosos —Nicanor González Bryce y Mauricio Arbulú Urrutia— pelearon y vendieron el canal a Televisa.

Umbert había iniciado en 1936 una exitosa carrera de empresario radial que tuvo un hito en 1942, cuando fundó la Compañía Peruana de Radiodifusión (radio América) a la que se asoció González un par de años más tarde. Juntos hicieron de América una empresa pujante que, a la hora de fundar el canal 4, lideraba una cadena de 17 estaciones afiliadas a la Asociación de Radioemisoras del Perú. El prolífico y conservador Umbert tuvo 13 hijos con Rosa Bentín, una de las propietarias de la Backus y Johnston, mientras el vital González solo tuvo 4. Dos con su primera esposa que falleció a temprana edad (Nicanor González Urrutia fue uno de ellos) y dos en su segundo matrimonio con la cantante Lucy Díaz.

El prurito de la televisión obró con rapidez en Umbert y en González. La sociedad con Avelino Aramburú y las facilidades que les otorgó la RCA Victor, empresa urgida por colocar sus productos en nuevos mercados, les permitió anunciar la inauguración del primer canal privado para julio de 1958, poco después de la fundación del canal 7. Tras algunas postergaciones de rigor, debidas al desaduanaje de los equipos en el puerto del Callao y a la instalación de la antena de 132 metros en el edificio de Montero Rosas y Mariano Carranza en Santa Beatriz, el acto se trasladó a agosto, luego a octubre y finalmente al 15 de diciembre, fecha oportuna, pues los anunciantes intensifican sus campañas publicitarias hacia la Navidad.

El día D

Los ensayos comenzaron en los primeros días de diciembre. Para medir la eficacia del equipo técnico y la celeridad del laboratorio fílmico, se decidió reportar un hecho de interés fundamentalmente científico aunque no desprovisto de misterio y emoción góticos: la apertura de un fardo funerario en la Facultad de Medicina de San Fernando. El doctor Arturo Jiménez Borja dirigiría la operación a las 10 de la mañana; el canal tendría que filmarla, revelarla y, sin positivar la película pues los proyectores de la televisión trabajaban directamente con el negativo, transmitirla a las 8.30 de la noche. Quedaba el suspenso de lo que se hallaría una vez desenfardado el envoltijo, pero los especialistas aseguraron que se trataba de una pacífica mujer habitante de la zona de Huallamarca, la huaca cercana al Club El Golf de San Isidro, de donde no podría provenir nada que chocara a la encopetada teleaudiencia inicial.

Tras la exitosa prueba del fardo, vino la transmisión del sorteo de coches del II Gran Premio Internacional República del Perú, una sencilla ceremonia donde pilotos extranjeros y ases nacionales como Arnaldo Alvarado y Eduardo Dibós, futuro alcalde de Lima, escogían una balota numerada; también hubo una incursión filmada en Acho, motivo de temores entre varios empresarios de espectáculos que avizoraban el día en que la televisión los sacara de ruta. De modo que la conferencia de prensa que sus ejecutivos dieron en vísperas de la inauguración del canal tuvo un tono de afirmación y de defensa. González recalcó que la televisión era un negocio para todos.

Llegado el día decisivo, lunes 15 de diciembre, el programa estaba armado y ensayado. Las gestiones para contar con la presencia de Nat King Cole se diluyeron entre tanta dilación, pero a falta de una estrella del norte, hubo varias medianas atracciones del sur. Tras la presentación del locutor argentino Osvaldo Vásquez, vinieron las palabras del gerente González y del presidente de directorio Umbert. En las varias fotos que quedan de la ceremonia, a un lado de ambos y un paso atrás, se observa al tercer socio, Avelino Aramburú, delatando el último plano que le tocaría en la empresa. Detrás, un austero logo de la firma de electrodomésticos Neisser, quizá el primer anunciante de la televisión comercial peruana. Las palabras fueron solemnes y auspiciosas, pues la concurrencia era de copete y la encabezaban nada menos que el presidente Manuel Prado y su esposa Clorinda Málaga, quienes ni se habían asomado por el 7. El sacerdote Constancio Bollar bañó a dueños y equipos con agua bendita.

El espectáculo lo abrió el boliviano Raúl Shaw Moreno, integrante de Los Panchos; le siguió la peruana Ketty Dyer; la chilena Martha Ramírez; Piero Solari, ya por entonces autonombrado embajador musical de Italia; Herbert Castro, cómico uruguayo bastante aplaudido; y variedades criollas. Concluidos los números vivos siguió un especial documental de la RCA Victor y un largometraje, Sólo los ángeles tienen alas, estupenda elección que hizo que Cary Grant, Jean Arthur y Rita Hayworth fuesen las primeras luminarias de Hollywood en asomarse a la televisión. Tratábase de una notable película de Howard Hawks sobre unos pilotos comerciales de república bananera, aventureros existenciales y fronterizos, cuya exacerbada responsabilidad civil los lleva a los límites del sacrificio militar. Para poner la nota casual, la neblina mantiene a los protagonistas estancados en un pueblo selvático absolutamente ficticio llamado Barranca, como nuestra ciudad costeña.

Si algo escaseó el día inaugural fueron los auspicios. Aparte de la RCA, más anfitrión que anunciante, electrodomésticos Neisser fue de los poquísimos anunciantes persuadidos de comparecer en la noche. Buen cliente y amigo de radio América, el señor Walter Neisser Nothmann no tenía idea de las características y del poder de venta del medio. A falta de ideas y recursos para un spot en vivo, un escueto logo se adosó en la cortina que fungía de decorado.

Por una temporada, los auspicios fueron el talón de Aquiles del canal 4. Películas sobraban, pues se había comprado un copioso lote, había series como parte de un paquete nada despreciable de la NBC y las figuras del acto inaugural seguirían presentándose en los días sucesivos, llenando el prime-time con shows musicales; pero urgían anunciantes que pagaran los 10 mil soles que costaba cada largometraje y, lo más importante, que aportaran la liquidez para producir espacios en vivo.

Umbert y González persuadieron a sus amigos para anunciar en su pantalla pionera. A falta de filmes publicitarios cualquier cartón con el nombre del producto podía fijarse unos segundos al aire. Tras algunos silencios, las ventas del canal lograron salir adelante. La programación de los primeros días fue, más o menos, la que sigue: A las 7 de la noche arrancaban dibujos animados, a las 7.30 la serie El sheriff de Cochise, y según los días, seguía Jim de la selva o Sheena, la reina de la selva, inconveniente coincidencia de títulos afines; a las 8.30 de la noche había algún show musical con figuras del medio como Piero Solari o Lucy Díaz, la segunda esposa de González; a las 9 o 9.30 entraba algún teleteatro extrajera (programas unitarios de media hora), a las 10 un noticiero de 15 minutos sin elaboración local, pues se pasaba el rollo fílmico que llegaba en avión y, a continuación, un largometraje de cierre. En enero, se hizo insostenible el costo de un filme de estreno diario y este se pasó a los domingos; en febrero, el arribo de nuevos anunciantes los volvió a poner en su sitio.

Primeras aventuras en vivo