Entre amigos - Julianna Morris - E-Book
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Entre amigos E-Book

Julianna Morris

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Beschreibung

Llevaban siendo amigos desde niños... pero ella estaba enamorada Katrina Douglas se había convertido en una bella mujer que seguía necesitando la ayuda de su mejor amigo. Pero esa vez no quería que Dylan fuera su pareja en una fiesta benéfica... lo que necesitaba era que fuera su esposo a tiempo completo. Dylan O'Rourke habría hecho cualquier cosa por Kate, incluso pasar por el altar y dar el "Sí, quiero". Pero hacerse pasar por su esposo implicaba vivir con una mujer que cada vez le parecía más sexy. De pronto, ya no le parecía suficiente que fueran sólo amigos...

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Julianna Morris. Todos los derechos reservados.

ENTRE AMIGOS, Nº 1927 - octubre 2012

Título original: Just Between Friends

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1120-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Lo siento, pero no puede pasar.

Dylan O’Rourke oyó la protesta de su secretaria un segundo antes de que se abriera la puerta. Giró su silla, se preparó para lidiar con un cliente insistente, y en cambio se encontró con Kate Douglas.

–Kate.

Ella sonrió.

–Hola, Dylan.

–¿Qué quieres?

Con Kate era mejor ir al grano. De niños él nunca había podido decirle «no», como aquella vez que lo había liado para que la ayudara a escaparse de casa. Aún recordaba el sermón que le había dado su padre por aquello.

A partir de entonces había tenido que recordarse continuamente que no tenía que hacer todo lo que le decía ella.

–Ahora quisiera sentarme.

Kate se hundió en el sillón y se cruzó de piernas. Su pelo rubio hacía juego con el oro de sus pendientes y de su cadena. Llevaba un vestido de seda blanco, medias blancas y un par de sandalias de piel... Un atuendo que probablemente costase más que el primer coche que había tenido Dylan.

Dylan agitó la cabeza, pero no pudo evitar sonreír al mismo tiempo.

–Me alegro de verte –dijo Kate sinceramente.

Katrina Douglas podría ser una niña rica malcriada, pero era brillante y divertida, y capaz de conseguir un vaso de agua de un hombre perdido en el desierto.

Por supuesto que él ya era adulto, y no tan susceptible a sus pedidos. A veces solía dejarse convencer, y le compraba entradas para algún evento caritativo, pero nada más. Nada parecido a aquella vez que ella había querido subastarlo como soltero del año en una gala benéfica.

Se estremeció al recordarlo.

–¿Qué ocurre, Kate? –dijo, decidido a ser directo–. ¿Otro acto benéfico? Puedo colaborar, pero no voy a ir.

–No, no se trata de otro acto benéfico. Aunque ha sido una canallada que no vinieras al último. Se suponía que eras el hombre con el que estaba saliendo.

–No, no lo era. Te dije que no podía ir a ese evento, pero no me escuchaste.

–Y ahí estuve yo, sola –no pareció convencida–. Fue terrible. Es humillante ser la única mujer sin acompañante.

Dylan casi cayó en la trampa, pero vio el brillo travieso de sus ojos verdes y dijo:

–Eres una cría...

–¿Y? ¿Por qué no pudiste venir?

–Estaba ocupado. Además, estoy cansado de comer sándwiches secos de pan de molde sin corteza.

–No estaban secos.

–Siempre están secos. Me has arrastrado a bastantes actos de ésos como para saber que siempre se come mal y que me siento incómodo. Sinceramente, Katy, tus amigos son muy aburridos. Y tienen una insaciable curiosidad por saber qué hace un inmigrante irlandés trabajador de la construcción con una chica como tú. Debería llevar un cartel en la frente que pusiera: «Mi padre era un empleado del servicio de los Douglas». Así, a lo mejor, me dejarían en paz.

–Para ser precisos, los inmigrantes fueron tus padres. Tú naciste en Estados Unidos.

–Sabes a qué me refiero.

–Y eres el dueño de la empresa constructora –agregó Kate–. Eres un hombre de negocios con mucho éxito.

–No me agregues un halo de glamour. Sigo siendo un trabajador de la construcción, y tus amigos no serían capaces de distinguir la punta de un martillo de una grapadora.

–Tal vez sientan curiosidad porque eres el hermano de Kane O’Rourke –dijo ella brillantemente.

Dylan resopló. Su hermano se había transformado en uno de los hombres más ricos del país, pero para el estrecho círculo social de los Douglas, se trataba de dinero nuevo, indigno de atención. Por supuesto que algunas mujeres solteras que había conocido en actos benéficos habían tenido la esperanza de que les presentase a Kane, al menos antes de que su hermano se hubiera casado.

Afortunadamente Kane había encontrado una mujer dulce y cariñosa. Beth era increíble. Era una persona muy juiciosa y no se sentía nada impresionada por el dinero de su marido.

–O quizá se pregunten qué hace un hombre tan atractivo conmigo –sugirió Kate haciendo un esfuerzo por parecer patética.

Pero a Dylan no lo engañó. Si no la hubiera visto crecer desde pequeña, la belleza rubia de Kate lo habría deslumbrado; pero había aprendido a ser cauto con ella y no dejarse enredar.

–Así que cuando no me acompañas, apuesto a que piensan que has encontrado una mujer más guapa.

–Deja de presionarme –murmuró Dylan.

No se había detenido a pensar cómo había florecido Kate. Había sido de un día para otro. Había pasado de ser una cría que no hacía más que meterlo en problemas a ser una hermosa muchacha que tenía locos a todos los hombres de Seattle. Pero seguía pareciendo una niña, sobre todo por aquel brillo en sus ojos verdes.

Después de unos segundos, Kate alzó la vista. Por una vez en su vida, lo miró seriamente.

–Lo que has dicho de que tu padre era uno de los empleados de... ¿Te molesta que haya trabajado para mi familia?

–No especialmente. Pero para esos amigos que te has echado... –alzó el hombro como interrogando.

–Trabajamos juntos en proyectos benéficos. Pero en realidad son amigos de mi madre –dijo Kate–. No creas que me siento muy cómoda con ellos.

–Eres joven todavía. Espera un par de años...

Molesta, Kate se miró la punta de los pies. Dylan sólo tenía dos años más que ella, pero la trataba como si fuera una niña pequeña. Hiciera lo que hiciera siempre la vería así. Hacía tiempo que se había dado por vencida esperando que un día la mirase a los ojos y descubriese que era la mujer de sus sueños. Pero lo menos que podía hacer era darse cuenta de que había crecido.

Realmente era muy irritante.

Ella era como un retazo de la infancia de él, alguien a quien consideraba inmadura, demasiado voluble, demasiado rica y demasiado caprichosa y malcriada como para ser algo más que una amiga.

–Es imposible que yo encaje con los amigos de mi madre, así viviera cien años para comprobarlo –declaró, e hizo reír a Dylan.

–Dios, Katy, me haces reír.

Kate suspiró. Hacía mucho que no se reía Dylan. Desde la muerte de su padre estaba muy serio. Necesitaba que alguien lo sacudiera y lo hiciera reír. Y ese alguien era ella. Pero Dylan no se daba cuenta, y ella tenía que llegar a extremos ridículos para que él le prestase atención.

Los O’Rourke habían sido parte de su mundo desde siempre. Ella los había adorado desde el principio, y a Dylan particularmente. Keenan O’Rourke, el padre de Dylan, había trabajado siete días a la semana: cinco días en una industria maderera y dos como carpintero y hombre manitas con su familia. Pero siempre había tenido tiempo para sus hijos. Todo lo contrario que el padre de ella, que había nacido rico, no trabajaba, y rara vez le prestaba atención.

Dylan empezó a mirar unos papeles del escritorio, como si se hubiera olvidado de que ella estaba allí. Kate sintió un nudo en el estómago. ¿Estaba tan loca por querer que él algún día se enamorase de ella?

–Dylan.

Él alzó la vista.

–¡Dios! ¿De dónde has salido, Katy? –sonrió.

–Eres... despreciable... –pero no estaba enfadada de verdad.

Dylan le había tomado el pelo. Le había hecho creer que se había olvidado de ella. Sus padres le habían enseñado a ser muy cortés con las visitas. Katy debía de haber imaginado que no se olvidaría de que ella estaba allí.

–De acuerdo, pequeña. Dejémonos de rodeos. ¿Qué quieres?

–¿Es que tiene que haber un motivo para visitar a mi mejor amigo? –dijo ella inocentemente.

–Ja. Sólo soy tu mejor amigo cuando quieres algo. Así que deja de liarme y dime qué quieres.

–Para que puedas decir que no, ¿no es cierto?

–Sí. Eso es. Pero no siempre digo «no». De hecho digo «sí» muchas veces cuando se trata de ti. Eres una niña muy caprichosa. ¿Lo sabes?

–Lo que tú digas.

Sería una niña caprichosa, pero habría dado hasta el último céntimo para ser parte de la familia de Dylan. Ellos eran honestos, cariñosos y se cuidaban los unos a los otros. Y Dylan era su mejor amigo, aunque él no se diera cuenta de ello.

–¿Trasto-Katy?

–Mi nombre es Kate o Katrina. He dejado de ser Trasto-Katy hace tiempo.

–Deja de dar rodeos.

Por supuesto que estaba dando rodeos. A él no le iba a gustar lo que le iba a decir, pero si se lo decía con tacto, tal vez accediera.

–Te acuerdas de que mi abuela murió hace unos meses, ¿no? –preguntó Katy.

Dylan asintió. Para él, Jane Elmira Douglas había sido una verdadera bruja, pero Trasto-Katy era una persona de gran corazón, y la había querido. Él había ido a ver a Kate la noche del funeral y aunque ella había sonreído y había fingido estar bien, sus ojos no habían podido ocultar la tristeza y la mirada de dolor.

–Sí, hace unos seis meses –dijo él.

–Exacto.

–¿Y?

–Mmm... Bueno, es mi cumpleaños el mes que viene.

–Lo sé –frunció la frente Dylan.

Le extrañaba que sacase ese tema. Desde que los padres de Kate se habían olvidado de sus dulces dieciséis años, su cumpleaños era un asunto que la ponía susceptible.

Kate se alisó su vestido blanco. Dylan esperó. Sabía que tarde o temprano le diría de qué se trataba. Siempre había un plan detrás del torrente verbal de Kate.

–Mi abuela mencionó mi cumpleaños en su testamento. Y eso es un problema.

–Comprendo –dijo él, aunque no comprendía nada.

–Me dejó la casa de Douglas Hill, pero sólo si estoy casada para mi vigesimoséptimo cumpleaños. Tengo veintiséis ahora, así que no tengo mucho tiempo.

Dylan pestañeó. La casa de Douglas HIll era una mansión que tenía una vista de todo Seattle, pero debía de ser el lugar más horrible del mundo. Había estado allí una vez que Kate lo había llevado a una interminable fiesta para recaudar fondos para niños minusválidos. Lo único bueno de aquel día había sido verla jugar con los niños. Tenía mano con ellos. Apostaba a que algún día tendría una familia numerosa.

–¿Vas a cumplir veintisiete años? –preguntó Dylan.

Kate puso los ojos en blanco. Dylan era inteligente, debía de saber lo que le estaba diciendo.

–Sí, voy a cumplir veintisiete años. Y mi abuela debía de estar preocupada de que no me casara nunca, por eso puso ese requisito en el testamento. La escritura estará a mi nombre después de un año de casada –Kate cruzó los dedos porque lo siguiente era una especie de mentira–. Y ella sabía que yo haría cualquier cosa por conservar la casa.

–Sí, claro. A ti te encanta esa vieja casa.

Sí, le encantaba esa casa... pensó Kate. Le encantaría verla dinamitada. Su abuela no había tenido ni idea de las cosas que a ella le gustaban.

Lo peor de perder a su abuela había sido saber que jamás había sido lo suficientemente refinada y adecuada para ser digna de su legado.

«Eres como tu bisabuelo. No tienes ningún respeto por tu posición», decía Nanna Jane, con los labios fruncidos por el reproche.

Kate ni siquiera recordaba cuándo había sido la primera vez que había oído esa acusación. Y le había llevado años comprender lo que quería decir. Después de que la esposa de su bisabuelo hubiera muerto y de que sus hijos fueran mayores, Rycroft Douglas, su bisabuelo, se había ido a Alaska a buscar oro. El hecho de que su bisabuelo hubiera aumentado la riqueza de la familia no había mitigado el escándalo de que se hubiera transformado en un aventurero.

Kate lo envidiaba.

Había encontrado las cartas de Rycroft a su hijo, escritas desde los campos de oro de Alaska. Se lo estaba pasando en grande, aunque esto le pesara a la estirada de su nuera, que no podía aceptar la idea de que Seattle era básicamente un pueblo fronterizo que se había transformado en capital de transporte marítimo. Tal vez los ricos de toda la vida de Seattle tuviesen cierto recelo porque su dinero no era tan antiguo como el de las familias ricas de Boston. O quizá los ricos de toda la vida fueran así en todas partes.

Bueno, al menos el testamento de Nanna Jane le estaba dando la oportunidad de conseguir lo que quería, aunque no fuera en absoluto lo que su abuela debía de haber planeado.

–¿Entiendes mi problema? –preguntó Kate.

Dylan asintió.

–Más o menos. Tienes poco más de un mes para casarte.

–Pero no tengo a nadie con quien quiera casarme.

–Oye, Kate, no estarás pensando... ¡Maldita sea! ¡No estarás pensando lo que yo creo que estás pensando! ¿No?

–Pero si es la solución perfecta...

–Para ti, tal vez. Pero para mí es un desastre.

Ella se sintió ofendida y tuvo ganas de llorar.

–Es terrible que digas eso. Muchos hombres quieren casarse conmigo.

–¡Cásate con uno de ellos, entonces!

–Pero ellos querrán una boda de verdad. Yo sólo necesito un marido durante un año –una lágrima cayó por su mejilla.

–Trasto-Katy, no empieces...

Una segunda lágrima le siguió a la primera.

–Somos amigos, y los amigos se ayudan.

–No de esa manera. Ese tema ni se discute.

Ella había anhelado tanto que aquello funcionara, que no pensaba darse por vencida.

–No quiero perder la casa de mi abuela. Ese lugar está lleno de historias de la familia... y ese piso de madera... y...

Tal vez, si se hiciera una reforma, la casa podría quedar bien. Pero tal cual estaba, era un lugar lúgubre y deprimente, un reflejo de la mujer austera que había vivido durante setenta y siete años allí.

–Tendrás que aguantarte y casarte con otro.

–Pero eso sería como venderme sólo para conseguir la casa –intentó parecer impresionada por la sugerencia–. ¿Cómo puedes decirme semejante cosa?

En realidad, estaba impresionada de verdad; aunque las mujeres llevasen siglos casándose por dinero, posición social y propiedades, ella no podía comprender una boda sin amor.

La idea de verla casada con uno de sus amigos no podía decirse que le encantase a Dylan. Debía de ser porque él era como un hermano mayor para Trasto-Katy, y los hermanos nunca veían con buenos ojos a los novios de sus hermanas pequeñas. Pero no aceptaría su propuesta de ninguna manera.

–Quieres que actúe como una prostituta, cambiando mi cuerpo por una casa.

–No es eso lo que he querido decir –dijo Dylan.

–Sí, lo es –alzó la barbilla desafiantemente–. Bien, si eso es lo que quieres, veré con cuál de ellos me caso. Te enviaré la invitación de la boda –concluyó.

Katy se levantó del sofá con gracia femenina y se dirigió a la puerta.

–Podrías ser el padrino... Estoy segura de que es un honor que te mereces –agregó Kate.

La puerta se cerró y Dylan se echó hacia atrás en el sillón de su escritorio. Kate estaba tratando de hacerle sentir culpa y de hacerlo responsable de una situación en la que él no tenía nada que ver.

Pero en cierto modo Trasto-Katy tenía razón. Sería venderse para conseguir la casa. No estaba enamorada de ninguno de sus pretendientes y ellos esperarían de su matrimonio más de lo que ella quería dar.

De pronto no pudo aguantar la idea de la dulce Katy aceptando las atenciones de un hombre sólo porque su abuela hubiera sido una bruja. El círculo social de los Douglas no tenía un solo hombre que valiera la pena debajo de sus camisas de seda y su dinero.

Dylan se puso de pie rápidamente y salió corriendo. Alcanzó a Kate en la calle, a punto de meterse en su viejo coche. No comprendía por qué se obstinaba en conducir aquel viejo Volkswagen. Era un clásico, pero lo menos que podría haber hecho era arreglarlo. Suponía que aquel trasto era una forma de rebeldía para una Douglas.

–¡Kate, espera!

Ella se dio la vuelta y con la cabeza en alto le preguntó:

–¿Qué? ¿Más consejos? Créeme, ya me has dado todos los consejos que necesito de ti.

–Por favor, Trasto-Katy, tenemos que hablar.

–Creo que ya nos hemos dicho todo. Y tranquilo, no volveré a molestarte pidiéndote que compres entradas para un acto benéfico. No creo que le guste que lo haga a mi futuro marido, quienquiera que sea. Ni tampoco que vengas a ver alguna película con nosotros.

«¡Maldita sea!», pensó Dylan.

Dylan sintió unas ganas terribles de ahorcar al supuesto marido de Kate. Sería una pena que se atara a una caprichosa princesa durante un año. Pero por otro lado, había cuidado a Kate desde que eran niños. Como aquella vez que la había convencido para que se bajara del techo del garaje de los seis coches de la familia, después de que ella se hubiera convencido a sí misma de que era un hada de alas invisibles.

–Kate, ¿no hay un solo hombre con el que hayas salido por el que sientas algo de afecto?

Un brillo extraño atravesó la mirada de Katy, una emoción que él no había visto nunca en sus ojos, pero desapareció enseguida y Dylan pensó que se había equivocado.

–No hay nadie más.

Dylan dejó escapar un suspiro.

–Quizá puedas proponerle a alguien lo mismo que a mí...

–Pero tú eres el único en el que confío.

«¡Oh, Dios!», pensó él.

–Oye, iré a verte esta noche y hablaremos del tema. Sólo hablar. No te prometo nada.

Kate hubiera querido presionarlo, pero sabía que sería peor.

–De acuerdo. Pediré comida china.

–No. La última vez que pediste comida me quedó la mandíbula dolorida durante días de masticar cosas duras. Llevaré pizza.

Ella asintió y puso la llave en el coche.

Le hubiera gustado pensar que ella era el amor de Dylan, aunque él no se hubiera dado cuenta. Pero no quería engañarse. Al menos, quería tener la oportunidad de convencerlo de que lo era después de un año de convivencia.

–Te veré luego –dijo Kate.

–Sí. Sería bueno charlar acerca de por qué no usas un coche en condiciones.

Kate acarició el volante de su coche. Le encantaba. Tenía personalidad. Se lo había comprado con el adelanto de la venta de su primer libro de cuentos para niños. Casi nadie sabía que trabajaba. Era algo que guardaba para sí. Dylan tal vez se enterase si se casaban. O tal vez no.

Al fin y al cabo, no compartirían la habitación y esas cosas. Maldita sea.

Capítulo 2

Soy el chico de la pizza.

A Kate le tembló el pulso al oír la voz de Dylan.

Se miró una última vez en el espejo y se arregló un mechón de pelo detrás de la oreja.

Se había tomado la molestia de vestirse con ropa que no denotara su origen social. Era mejor no recordárselo a Dylan. Claro que ahora su hermano había subido de estatus, y la fortuna de los Douglas al lado de la suya palidecía, pero eso no cambiaba las cosas.

–Espero que la pizza esté caliente todavía –dijo Kate, abriendo la puerta–. No doy propina por envíos de comida fría.

Dylan sonrió.

–No deberías abrir la puerta sin estar segura de quién es.

–Sabía que eras tú.

Kate se apartó para dejarlo pasar. Siempre le había parecido grande al lado de ella. Y además, le producía un cosquilleo su cercanía. No era tan guapo como sus hermanos, pero tenía una sexualidad a flor de piel que le resultaba totalmente irresistible. Se reprimió una sonrisa.

Dylan era un hombre que atraía a las mujeres. No era de extrañar que las mujeres de los actos benéficos tuvieran curiosidad por conocerlo, y algo de envidia cuando ella entraba con él del brazo.

–He traído vino –Dylan gesticuló con una bolsa de la mano.

–Bien –respondió ella sin entusiasmo.

–No te preocupes, sé que prefieres la leche con la pizza –sacó un cartón de leche de la bolsa, en lugar de una botella de vino.

Nuevamente le hacía sentir que tenía diez años.

–Quizá beba cerveza esta noche.

Las habitaciones que estaban arriba del garaje habían sido convertidas en apartamento, y era el único lugar que a Kate le gustaba de la finca de su abuela. El garaje había sido una cochera para carruajes con dependencias de servicio arriba, y estaba detrás de una hilera de árboles, de modo que no se veía desde la casa principal. Ella tenía una entrada privada a la finca, así que sus amigos podían ir a visitarla sin ser escrutados por Nanna Jane.

Realmente su abuela debería haber trabajado para la CIA. Habría sido una gran espía.