Un beso de ensueño - Julianna Morris - E-Book

Un beso de ensueño E-Book

Julianna Morris

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Beschreibung

Desde que bajó del avión y se echó en los brazos de Donovan Masters, Jodie Richards supo que aquel hombre, cuya presencia y cuyos besos le encendían el alma, sería el marido ideal para ella. Pero enseguida descubrió que Donovan no era el hombre con quien había ido a unirse en el matrimonio concertado por carta, sino el hermano de su prometido ausente. Donovan debería haberse resistido al abrazo de bienvenida de Jodie, pero al fin y al cabo no era más que un hombre. Envuelto en un sueño que se le antojaba inexplicablemente cautivador, aquel soltero empedernido se encontró debatiéndose entre el deber hacia su irresponsable hermano y lo que anhelaba con todo su corazón.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Martha Ann Ford

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un beso de ensueño, n.º 1171- junio 2021

Título original: Jodi’s Mail-Order Man

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-579-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO TE irás a casar con él, ¿eh, mamá?

Jodie bajó las dos maletas del portaequipajes y entonces miró a su hijo de ocho años.

—Este viaje es solo para conocernos, Tadd. Ya te lo he dicho.

—Por favor, mamá, ese tipo es contable —dijo Tadd, y se hundió un poco más en su asiento del avión.

Tadd había dicho contable como otra persona diría asesino, y Jodie suspiró.

—Tú fuiste quien me dijo que debía casarme otra vez —le recordó ella—. Estoy segura de que te gustará el señor Masters si le das una oportunidad. Es un amigo de tu tío David. Se conocieron cuando David estaba destinado aquí, en Alaska.

—Quiero que te cases con alguien como papá —murmuró Tadd con rebeldía—. No con un contable.

A Jodie le dio un vuelco el corazón. Desde luego que no quería casarse con alguien como su primer marido. Mark Richards, piloto de la fuerza aérea, había sido lo más maravilloso y emocionante que le había ocurrido en la vida… hasta que murió en una misión rutinaria de entrenamiento porque iba a demasiada velocidad y se arriesgaba mucho.

No, ella quería a alguien tranquilo y estable como un contable. Nada de romances; esa vez deseaba vivir un matrimonio sensato, basado en intereses y objetivos comunes. No quería sufrir.

Jodie le desabrochó el cinturón a su hija y Penny le sonrió como era natural en ella.

—¿Un papá nuevo, mami?

La angustia que le atenazaba el corazón cedió un poco. Penny se enfrentaba a la vida con jovial exuberancia. No se preocupaba, ni protestaba, ni pensaba en lo que podría haber sido. Y, a diferencia de su hermano, estaba entusiasmada con la posibilidad de tener un nuevo papá.

—A lo mejor, cariño.

—Adiós, Penny —dijo una pareja de señores mayores al pasar junto a ellos por el pasillo del avión. No eran los primeros que se despedían de ella. La mitad de los pasajeros se habían parado a decirle algo antes de desembarcar.

Jodie miró a su hija con una sonrisa en los labios y negó con la cabeza. Penny hacía nuevos amigos con tanta facilidad.

—Vamos, ratita. Salgamos de aquí. Ve con tu hermano.

Tadd le dio la mano a su hermana y condujo a la pequeña de dos años pasillo adelante hasta que salieron del avión. Al llegar a la terminal, Jodie miró a uno y otro lado, buscando al hombre cuya fotografía había examinado cientos de veces.

Allí estaba.

Al menos creyó que era él. Sin embargo, el hombre que había a unos metros de ella parecía algo distinto; más maduro y sensual de lo que se lo había imaginado. Jodie se puso nerviosa de repente.

Para tranquilizarse se dijo para sus adentros que su reacción era de lo más normal. Jamás había mantenido un noviazgo por carta en su vida. Incluso en esos momento apenas podía creer que estuviera haciendo algo tan poco convencional. De todos modos, era bueno que se sintiera atraída hacia su futuro esposo, aunque no estuviera enamorada de él. No tenía nada de malo sentir un cosquilleo tan cálido y agradable como aquel mientras que también existiera entre ellos un respeto mutuo.

Jodie apretó los dientes y se obligó a sí misma a dejar de pensar en esas cosas. Estaba desbarrando otra vez, algo que hacía a menudo cuando estaba nerviosa.

El hombre se puso derecho y la miró a los ojos un buen rato. Parecía como si estuviera esperando algo y Jodie se preguntó si habría experimentado la misma turbación que ella.

—Allí está —murmuró Tadd—. El contable.

Penny se soltó de la mano de su hermano.

—Papi —gritó alegremente.

Echó a correr a toda velocidad hacia el extraño y se le abrazó a una pierna.

El hombre la miró con sorpresa.

—Esto… hola —se soltó del abrazo de Penny y la levantó en brazos. La niña le dio unas palmadas en la mejilla y le plantó un ruidoso beso.

Jodie sonrió. Quizá su hija no anduviera tan desencaminada. En lugar de quedarse allí esperando una incómoda presentación, debería simplemente darle un beso y ver lo que ocurría.

Jodie dejó las maletas en el suelo y se acercó a él. Hacía tiempo había sido igual de impulsiva que Penny, igual de entusiasta. En ese momento se agarró a esos recuerdos para armarse de valor.

—Hola —murmuró calurosamente y vio que aquellos ojos marrones de mirada cálida la miraban con sorpresa—. Me alegro de haberte conocido por fin.

Antes de cambiar de opinión, Jodie le puso la mano en la nuca y tiró de él. Tras un segundo de vacilación, él la besó en los labios con firmeza. Jodie notó un tenue sabor a menta y café en aquel beso y sin darse cuenta respiró temblorosamente.

Le gustó; casi demasiado. Se había citado con hombres unas cuantas veces en los últimos años, pero ninguno de ellos había conseguido que reaccionara de aquel modo. Quizá fuera un buen presagio.

O quizá debería sentir pánico.

Un segundo después, él levantó la cabeza y la miró a la cara.

—Yo… —se aclaró la voz—. Me temo que no soy quien usted piensa.

¿Dios mío, había besado entonces a un extraño?

Jodie se ruborizó y retrocedió rápidamente.

—Lo siento… Es que se parece a… es decir, estaba esperando encontrarme… No importa. Ven aquí, ratita —le echó los brazos a su hija Penny.

Desgraciadamente, la niña estaba agarrada al cuello del hombre como una lapa.

—No se disculpe. Siempre disfruto besando a una bella mujer, y hoy he tenido suerte con las dos —murmuró, y se volvió hacia Penny para darle un beso en la mejilla.

—Oh —el halago hizo que Jodie se volviera a ruborizar—. Qué agradable, pero se supone que hemos quedado aquí con alguien. Suéltalo, Penny.

—Papi —insistió Penny.

—No, este no es papá… esto, Cole. Recuerda, solo estamos aquí de visita —tartamudeó, avergonzada y confusa.

A aquel extraño todo aquello tenía que parecerle una locura; claro que a ella le parecía lo mismo.

—No, es mi papá.

Por norma general, Penny era una nena encantadora, pero de vez en cuando era muy terca también.

—Es complicado —le dijo al hombre, pues sintió que debía explicar por qué su hija pensaba que un extraño era su padre.

—Normalmente lo es.

Donovan miró a la futura novia de su hermano y maldijo para sus adentros. ¿Cómo podía Cole ponerle en una situación como aquella? De acuerdo, Cole había aprovechado una oportunidad de última hora para unirse a una expedición que iba a escalar el Monte McKinley. Pero le pareció que conocer a la futura esposa de uno debía ser más importante.

¿Y los niños? Como de costumbre, Cole le había omitido unos cuantos detalles, como que Jodie Richards aparecería con un par de niños.

Donovan miró de nuevo a Jodie, intentando ignorar la evidente respuesta hacia aquella mujer. Era esbelta aunque no demasiado alta, y tenía la agilidad de un gato. El conjunto de falda y blusa de seda verde acentuaba a la perfección sus curvas femeninas. A pesar de su aparente serenidad, sintió que bajo la superficie se escondía un carácter apasionado; un fuego ardiente que no debía ni siquiera plantearse el explorar. Si al menos no lo hubiera besado, no se sentiría tan… incómodo.

Sorprendido por el rumbo que habían tomado sus pensamientos, Donovan se dispuso a hablar.

—En realidad, soy el hermano de Cole, Donovan Masters —le explicó—. Encantado de conocerte.

Jodie pestañeó.

—Pensé que Cole estaría aquí.

—Sí, bueno, es una larga historia. Te la explicaré por el camino.

—¿Por el camino? ¿Adónde vamos?

Jodie lo miró con expresión de duda y Donovan suspiró. Cole le debía un gran favor. Por supuesto, solo a Cole se le ocurría escribir a una mujer que no conocía y proponerle matrimonio después de un par de cartas.

—Esto… Vayamos a tomar un café —murmuró Donovan—. Te lo explicaré todo —miró a la niña que tenía en brazos y al niño de aspecto solemne que permanecía junto a Jodie—. ¿Os apetece un batido?

La pequeña asintió con énfasis. Era la viva imagen de su madre, desde los ojos verdes a la seda dorada de su cabello.

—Bueno, ya conoces a Penny —se apresuró a decir Jodie mientras empujaba suavemente hacia delante al niño—. Y este es mi hijo, Tadd.

—Hola, Tadd.

Donovan dejó a Penny en el suelo para poder darle la mano al callado chiquillo. Eran dos niños muy guapos, aunque sin duda Tadd se parecería a su padre. No había nada en sus ojos marrones ni en su tez morena que recordara a su madre o hermana.

—¿Es usted contable también, señor Masters?

Donovan arqueó las cejas al percibir hostilidad en el tono del niño.

—Ya basta —Jodie le ordenó rápidamente.

Donovan Masters pensaría que su hijo era un grosero, y no era cierto. Por norma general, Tadd se comportaba muy bien; ya se encargaba su abuelo de ello.

Jodie hizo una mueca al pensar en su padre. El General Thaddeus McBride era un oficial de carrera de la fuerza aérea, que trataba a su familia con la misma rígida disciplina que a sus equipos de vuelo.

—En realidad soy piloto —murmuró Donovan.

Tadd sonrió de oreja a oreja.

—¿De las fuerzas aéreas?

—No, tengo un negocio de trasporte aéreo aquí en Alaska.

—Vaya. ¿Lo has oído, mami? Es piloto, igual que papá.

Jodie se puso tensa y le echó a Tadd una mirada de advertencia.

En ninguna de las cartas de que Cole le había escrito le había comentado que su hermano de treinta y seis años fuera piloto. Solo le había comentado que era un hombre tranquilo, al que le gustaba divertirse y que nunca se tomaba nada en serio. Pero no que fuera piloto.

Jodie tragó saliva. No quería que a su hijo se le ocurriera hacer de celestina. Había ido hasta allí para conocer a Cole Masters, no a su hermano. Lo cual quería decir que ya podía ir olvidándose de ese beso, y Tadd de que ella se casara con un piloto.

—Creo que un café me vendría estupendamente, señor Masters. ¿Le pasa algo a Cole?

Donovan puso una cara rara.

—No, pero tendré que explicarle algunas cosas. Y, por cierto, llámeme Donovan, por favor —le guiñó un ojo a Tadd—. Y lo mismo te digo a ti.

—De acuerdo, Donovan.

Tadd lo miraba con la misma fascinación de un cadete en su primer año de academia escuchando a uno de sus instructores favoritos.

Jodie puso los ojos en blanco. Había vivido en distintos lugares del globo, metida en el mundo de la fuerza aérea, y después se había casado con un oficial de la fuerza aérea. Caramba, estaba tan harta de ese ambiente que no podía pensar de otro modo. Esa era una de las razones por las que había querido casarse con alguien que no tuviera nada que ver con el mundo militar. Sus hijos necesitaban saber que había otras cosas en la vida aparte de lo que habían visto hasta el momento.

—Hay una cafetería más adelante —le dijo Donovan mientras le agarraba las maletas.

—Bien.

Le dio la mano a Penny y lo siguió por la explanada del aeropuerto. Este era más grande de lo que había esperado para el tamaño de Fairbanks, aunque sabía que la ciudad era el centro de comunicaciones que enlazaba con el interior del estado.

A pesar del inesperado giro de los acontecimientos, Jodie sintió cierta emoción. Su padre había estado destinado en Alaska cuando ella era niña, justo antes de morir su madre. A Jodie le había encantado, a pesar de las fuertes y frías tormentas del invierno. El clima era muy distinto al calor y a la humedad de Florida, donde habían vivido los dos últimos años. Algo en su interior siempre le había dicho que volvería a Alaska.

—Siéntate y yo traeré el café y lo demás —dijo Donovan cuando llegaron a la cafetería; dejó el equipaje junto a una mesa y entonces retiró una silla para Jodie—. Bueno… si te parece bien que los niños tomen batidos —le preguntó—. Podríamos pedir también unos bocadillos u otra cosa.

—Con los batidos será suficiente —dijo Jodie mientras colocaba a Penny en una silla—. Nos han dado de comer en el avión.

—Estupendo. ¿De qué quieres el batido, Tadd?

—De fresa. A Penny también le gusta de fresa, pero no puede tomarlo porque luego le salen granitos y le pican mucho; por eso tendrá que tomar el de chocolate.

—¿Es cierto, Penny?

Penny suspiró y adoptó una expresión muy cómica.

—Fezaz no.

Él sonrió. Costaba trabajo no sonreírle a Penny; la niña era más alegre que unas castañuelas. Una niña como aquella podría llenar de luz y risas el invierno más frío y oscuro de Alaska. Sin embargo, no dejaba de sorprenderle que Cole hubiera decidido casarse, y menos aún con una mujer con dos niños.

Donovan siguió pensando en ello mientras esperaba a la cola. La familia Masters no destacaba por la suerte en el matrimonio, aunque desde luego su madre parecía ser feliz con su segundo marido.

¿Sabría Cole lo de los niños?

Tal vez Jodie no se los hubiera mencionado en las cartas. Donovan miró a la mujer joven sentada al otro lado de la cafetería y negó con la cabeza. Parecía una persona sincera y directa.

Caramba, era algo más que sincera. A pesar de haberle saludado con un beso breve e inocente, le había subido la temperatura corporal. Le costaba imaginársela fingiendo.

—Aquí tenéis —dijo unos minutos después mientras dejaba una bandeja sobre la mesa—. Un batido de chocolate, otro de fresa y dos tazas de café.

A Tadd le brillaban los ojos mientras tragaba el batido a toda velocidad.

—Al abuelo no le gusta que tomemos helados entre horas —dijo entre trago y trago—. Podemos tomarlos después de cenar, pero se enfada mucho cuando mamá nos los da antes. Entonces se pelean.

«Vaya…», pensó Donovan.

Los Richards le parecían cada vez más interesantes. Donovan le pasó a Jodie su taza, se sentó y se puso a observarla. Se le ocurrieron un montón de preguntas que quería hacerle a esa mujer. ¿Qué le habría ocurrido a su primer marido? ¿Estarían divorciados? ¿Y por qué una mujer con la belleza y el físico de Jodie Richards necesitaba prometerse en matrimonio por carta? Una cosa estaba clara, parecía muy joven para tener un hijo de ocho años, pero Cole le había dicho que tendría unos veintiocho.

—Parece como si tu padre y tú discutierais por la educación de los niños.

Jodie dio un sorbo del humeante café. Se sentía incómoda por el modo en que Donovan la miraba.

—Mi padre es a veces muy estricto. Cree que solo deben tomarse tres comidas al día y en general es poco indulgente.

—Mi abuelo es general —Tadd comentó, con una mezcla de orgullo y escepticismo—. Vivimos con él.

—Mira —dijo Jodie mientras dejaba la taza sobre la mesa—. Me gustaría saber qué pasa con Cole. Dijo que nos recibiría en el aeropuerto.

—Sí —le tocó el turno a Donovan de sentirse incómodo—. Intentó llamarte hace un par de días, pero no te encontró en casa.

Jodie entrecerró los ojos. Aquello le olía mal.

—Decidí pasar unos días con una amiga en Denver antes de venir para acá. ¿Dónde está Cole, entonces?

Donovan empezó a tamborilear con los dedos sobre la mesa.

—Bueno, en este momento estará empezando a escalar la cara oeste del Monte McKinley.

Jodie se quedó helada. No sabía mucho de escalar montañas, pero sabía que los que lo hacían arriesgaban el pellejo solo por subirse a un trozo de piedra. No eran capaces de admirar una montaña a distancia, tenían que verla de cerca para vivir el riesgo y sentir esa subida de adrenalina. La verdad era que sabía todo lo que había que saber sobre los amantes del riesgo. Se había casado con uno de ellos.

—Así que —dijo Jodie, intentando no enfadarse— Cole es un escalador consumado.

Donovan asintió.

—Uno de los mejores.

—Eso es estupendo, mamá —exclamó Tadd—. Quizá no sea tan aburrido después de todo.

Jodie se volvió a mirar a su hijo, a punto de perder la paciencia.

—Ahora no, Tadd. Ve a cuidar de tu hermana.

Penny se había bajado de la silla y estaba en ese momento embobada con unas tiras de postales de colores que colgaban de una pared.

Tadd abrió la boca para protestar, pero su madre le echó una mirada que lo silenció. Jodie no era tan dura como el abuelo, pero cuando se ponía seria había que obedecer.

Esperó a que su hijo se alejara un poco para seguir hablando.

—Cole no me dijo nunca que fuera escalador.

Donovan silbó en silencio al ver la rabia reflejada en la mirada de Jodie. No se había equivocado; Dentro de esa mujer ardía un fuego abrasador.

Se aclaró la voz, sin saber si estaba enfadada porque Cole no le hubiera hablado de su pasatiempo favorito, o porque se hubiera ido a escalar en lugar de quedarse para recibirla. O quizá estuviera enfadada por las dos cosas.

—Jodie, Cole sigue pensando en casarse, si es que acaso crees que ha cambiado de opinión.

—Qué amable por su parte.

Donovan se inclinó hacia delante.

—Tienes todo el derecho a estar enfadada, pero intenta comprender. Cole lleva desde niño deseando escalar el McKinley. Y esto no lo había planeado; se apuntó al equipo de escalada antes de que tú hablaras de casaros.

Jodie aspiró profundamente. Entendía lo que suponía tener un sueño desde pequeño, pero parecía como si todo lo que su padre le hubiera dicho sobre su viaje a Alaska se estuviera haciendo realidad. Eso era lo peor, el preguntarse cuántas veces tendría que oír el mismo sonsonete: «Te lo dije». Sus intenciones eran buenas pero no entendía que una familia necesitaba algo más que reglas y órdenes para vivir.

—¿Y cuánto tiempo se supone que va a durar esta escalada?

Donovan vaciló.

—Unas tres semanas.

Jodie apretó un puño.

—Entonces Cole volverá tan solo unos días antes de marcharnos.

—Si la cosa va bien, volverá incluso antes.

Donovan no dijo lo que pasaría si la escaladano salía bien. El escalar el Monte McKinley no era tan peligroso como el Everest, pero tampoco era un paseo.

—Cole dijo que si os casabais, sabía que esta sería la última oportunidad que tendría de escalar el McKinley. Creo que está pensando en dejar de escalar si la cosa funciona… entre vosotros.

Jodie se quedó un buen rato callada, claramente sopesando lo que acababa de oír y tomando decisiones. Pero Donovan no podía culparla. Tenía que pensar en sus hijos, también.

—Bien. Los niños y yo volveremos a casa, y después regresaremos aquí más adelante, cuando Cole esté listo.

—No puedes hacer eso —le dijo en un tono impaciente que hasta a él mismo sorprendió, pero Donovan no se detuvo a analizar las razones—. Quiero decir, no podrás conseguir un vuelo. No es tan fácil. Los transatlánticos dejan pasajeros en Alaska, que después de visitar el estado vuelven a casa en avión. Los vuelos que salen de aquí hay que reservarlos con varias semanas de antelación durante el verano.

Jodie no dijo nada y él se preguntó si seguiría enfadada, o si simplemente se lo estaba pensando.

—También has venido a ver si te gusta o no Alaska y la familia —dijo, utilizando todos sus poderes de persuasión—. Mi madre y mi padrastro han dicho que te puedes quedar con ellos todo el tiempo que quieras.

—Pensábamos quedarnos en un hotel. De todas maneras, viví aquí cuando era una niña, así que ya conozco esto. Siempre me ha encantado Alaska. Me sentó fatal cuando mi padre fue destinado a Hawai y tuvimos que dejar esto.

Eso último lo sorprendió. Jodie parecía una mariposa, suave y dorada, e igualmente delicada. No sabía nada de las mujeres de ese tipo. ¿Acaso su sitio no estaba en el sol? Las mariposas exóticas debían vivir en las islas tropicales de cálidas y perfumadas brisas.

Tanto animado como molesto por el rumbo que habían tomado sus pensamientos, Donovan dio el último trago de su café. Iba a ser más duro de lo que había pensado recordar que Jodie pertenecía a su hermano. Debería dejarla en casa de su madre y poner rumbo hacía el sur de nuevo.

—Mamá tiene sitio de sobra y se disgustará si no te quedas —murmuró—. Quieres conocerla, ¿no?

—Pues claro. Pero… —Jodie se encogió de hombros tímidamente—. Me resulta raro. Sin Cole aquí no me parece correcto imponer mi presencia, sobre todo porque también están mis hijos.

—Créeme, no es ninguna imposición. Lo único que a mamá le gusta más que tener gente en casa son los niños —el tono de Donovan, divertido y pesaroso al mismo tiempo, hizo sonreír a Jodie.

La familia era importante y quería estar segura de que se entendía bien con sus futuros parientes políticos.

Una sensación de calor la recorrió de pies a cabeza cuando el recuerdo de aquel beso se coló en sus pensamientos. Oh… Se llevaba bien con Donovan, pero no era la relación correcta entre dos futuros parientes políticos. Y, de repente, Jodie se dio cuenta de la suerte que había tenido de que Donovan no fuera en realidad Cole. Deseaba sentir una atracción moderada hacia su esposo, no una pasión ardiente. Si un solo beso la había afectado de ese modo, entonces casarse con un hombre como Donovan sería correr un riesgo demasiado grande.

—¿Jodie? —le rozó la mano con la punta de los dedos y ella se sobresaltó—. ¿Qué me dices, entonces? Un par de semanas con mi madre serán para ti unas vacaciones estupendas. Es muy buena cocinera y podrás aprovechar para ver todos los lugares turísticos que hay en los alrededores de Fairbanks.

Con la boca seca, Jodie se quedó mirando la mano grande que le agarraba la suya. Su lado más cauto le decía que no aceptara, pero el más impulsivo la animaba a hacerlo. Se había arriesgado bastantes veces en su vida, ¿por qué no hacerlo una más?

—Supongo que podríamos quedarnos —dijo despacio—. Al menos durante unos días.

—Estupendo —Donovan se puso de pie y se hizo cargo de las maletas, que estaban junto a la mesa—. Vayámonos.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

DONOVAN frunció el ceño al ver las dos maletas de Jodie.